345. CONTIENDA JUGLARESCA

345. CONTIENDA JUGLARESCA (SIGLO XII.
ZARAGOZA)

Pedro Alfonso nos relata un cuentecillo
que el pueblo elevó luego a la categoría de leyenda, como ejemplo
de las rencillas y envidias que solían darse entre colegas de
profesión.

Estaba un día comiendo el rey en
compañía de un juglar, hablando muy probablemente de la preparación
de un acto festivo, cuando se acercó a la mesa un segundo juglar,
conocedor, sin duda, de que aquel encuentro iba a tener lugar. Al
verle próximo, el rey le invitó a compartir mesa y comida y a
intervenir en la conversación.

No le sentó muy bien al primero de los
juglares aquella especie de intromisión, máxime cuando le constaba
que tanto el rey como los demás cortesanos preferían a su colega, e
ideó la manera de dejarle en entredicho, y, si era posible, allí
mismo.

Como le era imposible afear el trabajo
artístico de su contrincante, que sin duda era de mejor calidad, se
le ocurrió la idea de afear la conducta de éste en la mesa, lo cual
le obligaría a marcharse avergonzado. Así es que, mientras comían
y hablaban de sus asuntos, el primer juglar fue reuniendo a
escondidas todos los huesos de la mucha carne asada que de manera
deliberada estaba comiendo y, en un momento de descuido, puso todos
los restos en el plato de su compañero y contrincante.

Finalizada la comida, para provocar la
vergüenza del segundo juglar, el primero enseñó los huesos propios
y ajenos que aquél tenía en el plato, y se lo hizo notar al rey.
Fue un momento de cierta tensión, pero el acusado, con gran
entereza, dirigiéndose al rey, le dijo: «Señor, hice lo que mi
naturaleza, es decir, la humana, me pedía: comí la carne y dejé
los huesos. Y mi compañero hizo lo que la suya —es decir, la
canina— le exigía: comió la carne y los huesos».
Parece ser que la estratagema no surtió
efecto, sino todo lo contrario, pues el rey, además de ponderar
mejor la calidad artística del segundo juglar como ya era notorio,
comenzó a valorarle asimismo por su serenidad, prudencia e ingenio.

[Pedro Alfonso, Disciplina clericalis,
pág. 78, ejemplo 21.
Ubieto, Antonio, Historia de Aragón:
Literatura medieval, I, págs. 98-99.]