300. LA VIRGEN VIAJERA

300. LA VIRGEN VIAJERA (SIGLO XII.
ZARAGOZA)

Vivía en Zaragoza, dentro de su muro
de tierra, una pobre mujer, muy devota de la Virgen. Su deseo
principal consistía en poseer en su casa una imagen a la que rezar,
por lo que pidió a un escultor que le labrase una de alabastro. Casi
todos los días acudía al taller del artista para ver cómo avanzaba
en su obra hasta que logró verla casi finalizada. Era una talla
hermosa, muy hermosa, tal y como ella la había soñado.

Sin embargo, un día visitaron el
taller del escultor varios hombres venidos de Soria para hacerle un
encargo. Vieron las obras que el artista tenía en el estudio, pero
les gustó más que ninguna otra la talla que estaba labrando para la
mujer zaragozana y decidieron comprársela por mucho más dinero del
que la pobre señora iba a pagar y, pensando el artífice que le
podría hacer otra semejante, decidió vendérsela. La imagen fue a
parar, pues, a tierras de Soria.
Cuando la piadosa señora se enteró de
lo ocurrido, prorrumpió en lágrimas tan sentidas y llenas de
encendido fervor que ocasionó que la ima
gen se viniese de Soria como por arte
de encanto y se apareciese a su sierva sobre un olivo cercano a su
casa, rodeada de grandes luces.

Admirados los sorianos de que les
faltase la imagen, viajaron de nuevo a Zaragoza, pues por medio de
unos mercaderes habían oído hablar de la misteriosa aparición.
Comprobaron que la imagen del olivo era la que ellos habían
adquirido y solicitaron del obispo su devolución, como así se hizo,
de modo que la Virgen volvió a Soria.

Las milagrosas idas y venidas se
repitieron en varias ocasiones, de manera que la pobre mujer decidió
buscar testigos de ello, acabando por convencer al obispo de lo que
realmente estaba sucediendo. Inmediatamente, la piedad de los
ciudadanos hizo que se levantara una ermita para albergar con
dignidad a la que dieron en llamar virgen del Olivar, por el olivo en
el que repetidamente se aparecía, aunque muy pronto se le cambiaría
este nombre por el de Nuestra Señora del Milagro, en recuerdo del
que en dicho templo hiciera el propio santo Domingo en 1219, momento
en el que la ermita se convirtió en convento de los Predicadores.

[Faci, Roque A., Aragón…, I, págs.
28-29.]

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