Castellano, purgatorio, Canto XVII

CANTO XVII


Acuérdate, lector, si es que en los Alpes


te sorprendió la niebla, y no veías


sino como los topos por la piel,


cómo, cuando los húmedos y espesos


vapores se dispersan ya, la esfera


del sol por ellos entra débilmente;

y tu imaginación será ligera


en alcanzar a ver cómo de nuevo

contemplé el sol, que estaba ya en su ocaso. 


Mis pasos a los fieles del maestro


emparejando, fuera de tal nube


salí a los rayos muertos ya en lo bajo.


Oh fantasía que le sacas tantas


veces de sí, que el hombre nada advierte,


aunque suenen en torno mil trompetas,


¿si no son los sentidos, quién te mueve?

Una luz que en cielo se conforma,

por sí o por el Querer que aquí la empuja.


De la impiedad de aquella que se hizo


el ave que en cantar más nos deleita,


a mi imaginación vino la huella;


y entonces tanto se encerró mi mente


en si misma, que nada le llegaba


del exterior que recibir pudiese.


Luego llovió en mi fantasía uno


crucificado, fiero y desdeñoso


en su apariencia, y así se moría;


alrededor estaba el gran Asuero,


Ester su esposa, Mardoqueo el justo,


tan íntegro en sus obras y palabras.


Y como se rompiera aquella imagen


por ella misma, igual que una burbuja


a la que falta el agua que la hizo,


surgió de mi visión una muchacha


llorando, y dijo: «Oh reina, ¿por qué airada


te quisiste matar? Ahora estás muerta


por no querer perder a tu Lavinia;


¡Y me has perdido! soy la que lamento


antes, madre, los tuyos, que otros males.»


Como se rompe el sueño de repente


cuando hiere en los ojos la luz nueva,


que aún antes de morir roto se agita;


así mi imaginar cayó por tierra


en cuanto que una luz hirió en mis ojos,


mucho mayor de la que se acostumbra.


Yo me volví para mirar qué fuese,


cuando una voz me dijo: «Aquí se sube»,


que me apartó de otro cualquier intento;


y tan prestas las ganas se me hicieron


para mirar quién era el que me hablaba,


que no cejara hasta no contemplarlo.


Mas como al sol que ciega nuestra vista


y por sobrado vela su figura,


me faltaban así mis facultades.


«Es un divino espíritu que muestra

el camino de arriba sin pedirlo,

y él a sí mismo con su luz esconde.


Nos hace igual que un hombre hace consigo;


que quien se hace rogar, viendo un deseo,


su negativa con maldad prepara.


A tal invitación el paso unamos;


procuremos subir antes que venga


la noche y hasta el alba no se pueda.»


Así dijo mi guía, y yo con él


nos dirigimos hacia la escalera;


y cuando estuve en el primer peldaño,


sentí cerca de mí que un ala el rostro


me abanicaba y escuché: «Beati


pacifici, que están sin mala ira.»


Estaban ya tan altos los postreros


rayos de los que va detrás la noche,


que en torno aparecían las estrellas.


«¡Oh, por qué me abandonas, valor mío!»


decía para mí, porque sentía


la fuerza de las piernas flaquearme.


Ya donde más no subía llegamos


la escalera, y allí nos detuvimos,


como la nave que ha llegado al puerto.


Puse atención un poco, por si oía


alguna cosa en este nuevo círculo;


luego al maestro me volví y le dije:


«Mi dulce padre, dime, ¿qué pecado


se purga en este círculo? Si quedos


están los pies, no lo estén las palabras.»


Y él me dijo: «El amor del bien, escaso


de sus deberes, aquí se repara;


aquí se arregla el remo perezoso.


Y para que lo entiendas aún más claro,


vuelve hacia mí la mente, y sacarás


algún buen fruto de nuestra demora.»


Ni el Creador ni la criatura, nunca


sin amor estuvieron él me dijo-


o natural o de ánimo; ya sabes.


El natural no se equivoca nunca,


mas puede el otro equivocar su objeto,

porque el vigor o poco o mucho sea.


Mientras que se dirige al bien primero,


y en el segundo él mismo se controla,


no puede ser razón de mal deleite;


mas cuando al mal se tuerce, o con cuidado


más o menos al bien de lo que debe,


contra el Autor se vuelven sus acciones.


Entenderás por ello que el amor


es semilla de todas las virtudes


y de todos los actos condenables.


Ahora bien, como nunca de la dicha


de su sujeto amor la vista aparta,


del propio odio las cosas están libres;


y como dividido no se entiende,


ni por sí mismo, a nadie del Principio,


odiar a aquel ninguno puede hacerlo.


Resta, si bien divido, que se ama


el mal del prójimo; y que dicho amor


de vuestro fango nace en tres maneras:


Quién, suprimido su vecino, aguarda


elevarse, y por esto sólo quiere


que derriben a aquel de su grandeza;


quién que el poder, la gracia, honor y fama


teme perder porque otro le supere,


y se entristece y quiere lo contrario;


y hay quien por las injurias se enfurece,


de la venganza se hace deseoso,


y necesita urdir el mal ajeno.


Este triforme amor aquí debajo


se llora; y ahora quiero que conozcas,


el que corre hacia el bien corruptamente.


Todos confusamente un bien seguimos


donde se aquiete el ánimo, y lo ansiamos;


y por lograrlo combatimos todos.


Si lento es ese amor en dirigirse


o en conquistar a Aquel, esta cornisa,


tras justo arrepentirse, le atormenta.


Hay otro bien que hace infeliz al hombre;


no es la felicidad, la buena esencia,


que es el fruto y raíz de todo bien.


El amor que a este bien se ha abandonado,


sobre nosotros se purga en tres círculos;


mas cómo tripartito se organiza,


para que tú lo encuentres, me lo callo.