CAPÍTULO VI.

CAPÍTULO
VI.

De la venida de los Cartagineses a España.

Aunque llamadas de los tesoros de España vinieron las
naciones y gentes que queda dicho, hicieron en ella poca estada, y si
dejaron poblaciones y edificios hechos para su morada, fue con poca,
ni hallamos de ellos memoria notables en los escritores; solo de los
fenicios leemos haberse quedado y hecho fuertes en la isla
de Cádiz, y porque no hallaban traza ni los naturales les
permitían vivir en tierra firme, se valieron de la capa de religión
pora engañarles, por lo mucho que conocían de piedad en esta
nación. Inventaron haberles parecido en sueños Hércules, y
dicho que su voluntad era se le edificase un templo: permitiéronselo
los naturales en el lugar donde hoy está Medinasidonia; y
aunque la permisión era para un templo, pero el edificio tuvo más
de fortaleza que de casa de devoción, y desde ella corrían aquella
tierra y talaban el campo. Conocieron los españoles que aquel era
más cueva y reparo de salteadores y enemigos, que templo de
devoción; y no pudiendo sufrir tantos agravios como cada día
recibían de ellos, tomaron las armas y dieron sobre los fenicios
en ocasión que estaban descuidados, venciéronlos, y tomáronles
todo lo que tenían. Los que escaparon se recogieron al templo de
Hércules
, con confianza que, por ser casa de religión, sería
como a tal venerada; pero el deseo de venganza era tal, que le
pusieron fuego y echaron por tierra aquel edificio, y aunque fuese
templo de aquel dios, no perdonaron a los que en él se habían
recogido. Con estas persecuciones salieron todos de la tierra firme,
y se pasaron a aquella isla de Cádiz, con pensamientos
de desamparar del todo a España; pero antes de salirse de
allá, intentaron de hacer saber a los cartagineses, sus
amigos y parientes, lo que les había sucedido, rogándoles vinieran
a valerles y vengar las injurias habían hecho los españoles
al dios Hércules de quien eran todos muy devotos, y no
dejasen esta ocasión, pues siendo su venida para vengar el desacato
a su dios no sería juzgada por codicia, sino por acto de religión.
Los cartagineses, que nunca pudieron entrar en España, ya por haber
hallado sobrada resistencia en los naturales, que les echaron de ella
con gran rigor, ya por haber tenido aprietos en sus tierras, y
disensiones civiles, y guerras con los vecinos (que obligaron a todas
las armadas tenían por estos mares a volver a Cartago y
socorrer aquella ciudad y república, que perecía del todo),
estimaron esta ocasión, y enviaron por respuesta a los fenicios,
que se entretuviesen como mejor pudiesen, mientras se apercibía una
poderosa armada que en breve había de venir a España. Esta llegó a
Cádiz el año 236 de la fundación de Roma; y luego corrieron
los africanos toda la tierra, y saquearon todas las naves de
los españoles que hallaron, y levantaron fortalezas en
los lugares más cómodos, desde donde con mayor comodidad pudiesen
correr la tierra; pero los españoles les resistieron de suerte, que

les hicieron retirar, matando muchos o los más de ellos, y
tomándoles una fortaleza de las que habían edificado. No pensaban
hallar tanta resistencia los cartagineses, y conocieron que si
no tomaban asiento y confederación con los naturales, todos
perecerían, y les era mejor trabar amistad y asentar paz con ellos,
y en el entretanto fortificarse y enviar por mayores fuerzas a
Cartago, para apoderarse de España; con esto pidieron paz a
los españoles, que por gente sencilla y pacífica, no cayeron en el
engaño y malicia de aquellos forasteros, y así se la otorgaron y
dejáronles vivir en la tierra, sin sospecha alguna de lo que después
veremos.
Con esto el poder de los cartagineses crecía de cada
día, así por eI descuido y negligencia de los nuestros, como por la
astucia y engaño de aquellos; y como ya aborrecían a los fenicios,
sin mirar que eran sus amigos y aliados, y que les habían llamado y
traído a España, sembraron discordias entre ellos y los antiguos
isleños, afeándoles que tolerasen que, sin dar parte a ellos del
mando, se quedasen los fenicios con él, y usurpando todas las
riquezas de la tierra, se quedasen con ellas, tratando a los
naturales poco menos que si fueran esclavos. No pudieron sufrir los
fenicios los malos oficios y tercerías de los cartagineses; tomaron
las armas, y hallándolos descuidados, vengaron muy bien las ofensas
que habían recibido. Quisieron hacer lo mismo los cartagineses; pero
no fueron poderosos, y así buscaron paces y volvieron a hacer
amistad con los fenicios, hasta que el senado de Cartago les
socorriera, que aún tardó algunos días; pero a la postre les envió
cuatro naves, y en ellas novecientos soldados sacados de las
guarniciones de Sicilia, que quisieron, antes de llegar a España,
desembarcar en las islas de Mallorca; pero los isleños
les recibieron con sus hondas y piedras, y con un
granizo de ellas les maltrataron de manera, que les forzaron a
retirarse a la marina, y aún a desancorar y sacar las naves a
alta mar; y arrebatados de la fuerza de los vientos, llegaron a
Cádiz. Con la venida de estos quedaron los cartagineses
muy poderosos, y los fenicios acobardados: enviaron después a
España a Safon hijo de Asdrúbal, capitán cartaginés,
que tuvo tal maña con los españoles y les supo tan bien obligar,
que levantaron tres mil soldados para defender a los cartagineses de
cualquiera
que les osara ofender, y con el favor de la gente
española, acometieron los mauritanos e intentaron otras
empresas, y a la postre, después de varios tratos y conciertos,
quedaron tan poderosos en España, que empezaron a tratarse como
dueños y señores de ella, y a usar con los naturales como si fuesen
súbditos y siervos, sin hacer caso de los fenicios, que estaban
retirados y medrosos. Para librarse de estos nuevos enemigos,
pidieron los españoles socorro a Alejandro Magno, cuyo valor
y hazañas admiraban al mundo (1: Orosio, lib. 3., c. 20. ); y él
escuchó de buena gana al embajador, que, según dice Orosio,
era un español llamado Maurino, y le ofreció su favor; pero
antes de poner por obra el ofrecimiento (que) había hecho,
murió a los treinta y tres años de su edad (vaya, como
Jesusico
), y así quedaron desconfiados del favor que aguardaban
de aquel príncipe. No fue muy grata a los cartagineses esta
embajada, porque sabían que era contra ellos; pero disimularon por
entonces el castigo, por estar ocupados en otras guerras que les
daban harto cuidado en la isla de Sicilia.