XXXII.
Del imperio de Nerva, y de los demás
emperadores hasta Diocleciano y Maximiano, y sucesos de
los pueblos ilergetes.
Después de Domiciano, que murió el
año 96 de Cristo señor nuestro, fue emperador Nerva Cocceyo,
que vivió un año no más; y de él queda memoria en una piedra
labrada a modo de miliario, que estaba entre Vinaxa y
las Borjas de Urgel, casi a la raya de los pueblos ilergetes,
y decía de esta manera:
IMP. NERVA. C. AUG.
GERMAN.
INFERIORIS.
PONT. MAX.
TRIB. POT.
Algunas cosas debieron
mover a los que la pusieron, las cuales se ignoran por la antigüedad
del tiempo, brevedad de la inscripción y cortedad del imperio, y
poca curiosidad de nuestros pasados; pero por estar en lugar donde
dije, es conjetura haber sido obra de los ilergetes, que con ella
señalaron el término donde llegaba su región.
Trajano
fue hijo adoptivo de Nerva: entró en el imperio en el año 99 de
Cristo señor nuestro. De sus virtudes, edificios e inscripciones que
de él quedan, memorias que aún se conservan, y cosas memorables que
hizo, no diré nada, por no haber cosa particular de mi instituto:
solo hago memoria de él, por no dejar el orden que traigo de contar
los que fueron señores de los pueblos ilergetes. Después de él,
fue emperador Adriano, de nación español, gran
filósofo e insigne varón, si las cosas buenas que en él había, no
quedaran amancilladas, persiguiendo a la Iglesia santa. Entró en el
imperio el año de Cristo de 119, y en unas cortes o junta que allá
tuvo, donde se hallaron síndicos de todos los pueblos de España, la
dividió en provincias, y de cada provincia hizo su división
particular: la Tarraconense quedó dividida en catorce audiencias o
chancillerías, que los romanos llamaban conventos jurídicos, y
estaban en las ciudades más principales, y en ellas se oían los
pleitos y causas y se decidían aquellas, porque como había muchos
que gozaban de paz y sosiego, la discordia y pleitos se metieron
entre los naturales, y se ejercitaban en ellos, así como antes en
ejercicios de armas, que donde estas prevalecen, no hay rastro de
pleitos ni litigios. En Cataluña nombró dos, que fueron Barcelona y
Tarragona: a esta acudían cuarenta y cuatro pueblos principales con
sus comarcas, y no menos a Barcelona. En Aragón era convento
jurídico la ciudad de Zaragoza, y a ella acudían cincuenta y
dos pueblos con sus comarcas: de estos eran la ciudad de Lérida
y Huesca, que eran municipios y pueblos más principales de
los ilergetes; y así todos los demás pueblos de aquella región
eran del convento jurídico de Zaragoza, donde acudían a
pedir justicia en sus pleitos y dudas, salvo la villa de
Tárrega, pueblo de los ilergetes, que por ser confederado de
los romanos, no era de ningún convento jurídico, por privilegio
particular; y así no habían de salir de sus muros para pleitear, y
tenían entre ellos sus jueces. De los demás pueblos de España y
división que se hizo no digo nada, por no ser de nuestro instituto,
y haber sobre ello discurrido muy bien el maestro Ambrosio de Morales
y otros, que lo sacaron de Plinio.
Hay memoria en tiempo de este
emperador de Marco Fabio Paulino, hijo de Marco, de la tribu o
familia Galeria, a quien el emperador hizo caballero, y dio
privilegio que del dinero público se le mantuviese un caballo; y
habiendo los de la ciudad de Lérida recibido de él muchos
beneficios, como a varón singular, le pusieron estatua en Tarragona,
que era la ciudad más principal de la España Tarraconense, la cual
señaló y dio lugar para hacerse esta dedicación, cuya inscripción,
sacada de Morales y Pujades, es esta:
M. FABIO M. F.
GAL.
PAULINO
EQUO PUB. DONATO
AB. IMP. CAES. HADRIANO. AUG.
ILERDENSES.
CIVI. OPT.
OB PLURIMAS LIBERALITATES
IN
REMPUB. SUAM.
LOCO. A. PROVINCIA IMPETRATO
POSUERUNT.
D.D.
Dice
fray Francisco Diago, y antes lo había ya dicho micer Gerónimo
Paulo, que este Marco Fabio Paulino era de la familia de Calvisio
Paulino, barcelonés, de quien habla y da noticia el doctor
Pujades, y una memoria de su linaje se halló en Barcelona.
Ea el
año 139 murió Adriano: sucedió Antonino *Pio, que murió en el año
de 162, y quedaron con el imperio dos hijos adoptivos suyos, que eran
Marco Aurelio Antonino, que casó con Faustina, tan nombrados
los dos de fray Antonio de Guevara, obispo de Mondoñedo, y el otro
Lucio Cómodo Vero Antonino; y fueron los dos primeros
emperadores que gobernaron juntos. A los nueve años de su imperio
murió Cómodo, y quedó solo Marco Aurelio, que vivió
hasta el año 182. Sucedióle Cómodo, hijo suyo, muy diferente en
costumbres del padre: este murió el año 193, y le sucedió Elio
* Pertinae, cuyo imperio duró un año. Tras él vino Didio
Juliano, que gobernó pocos meses: matóle Septimio Severo, y
fue su sucesor. En tiempo de este emperador se fundó el lugar y
Castillo de Albi, en los pueblos ilergetes: dan por fundador a
Clodio Albino, ciudadano romano, de quien hacía el emperador
mucha confianza, aunque no correspondió como debiera. Murió Severo
cerca el año 211 del Señor, y heredó el imperio su hijo Marco
Daciano Caracalla. Este murió cerca del año 220, y vino después
de él Macrino, cuyo imperio no pasó el primer año, ni el de
su sucesor Diadumeno, el cual, por haber vivido pocos meses,
no le ponen en el número de los emperadores. Sucesor de este fue
Marco Aurelio Antonino Eliogábalo, cuya vida monstruosa, más
de bestia que de hombre, escriben Pedro Mejía y otros que él
cita: murió cerca del año 225 de Cristo señor nuestro. Sucedió
Alejandro Severo, que fue más pío que los demás antecesores
suyos, y sintió bien de la santa fé católica: mandó parar la
persecución de la Iglesia, y por eso es celebrado de todos los
autores y alabada su memoria. Su imperio fue breve y de pocos años:
el de 238 murió, y vino Maximino que, olvidando la piedad del
antecesor, volvió a perseguir la Iglesia, enviando por el martirio
muchas almas a Dios, y dejando en la tierra muchos cuerpos de santos
mártires que dieron la vida por la confesión de la fé que él
perseguía. Matáronle el año de 240. Fueron por su muerte
emperadores Pupieno y Balbino; pero imperaron pocos
días, porque su nominación no fue a gusto del ejército romano, el
cual eligió a Gordiano, que imperó seis años, y fue después
el imperio de Marco Julio Filipo, que fue el primero de los
emperadores que profesaron la ley cristiana. Así lo dicen
nuestro tarraconés Paulo Orosio, Eusebio y
otros. Cesó entonces la persecución que había tenido la Iglesia
santa, y respiraron los fieles. En Gerona queda una base de
estatua de este emperador, y estaba bajo el ara del altar
mayor de la iglesia de san Martín, de religiosos de la
Compañía de Jesús, y la trae Pujades en su historia.
En el año
252 murió este emperador: su homicida fue Decio, el cual se
quedó con el imperio y persiguió fieramente la Iglesia, y vivió
hasta el año 254; y le sucedió Hostiliano, cuyo imperio fue
de días, y así lo callan los más de los autores, y todos pasan a
tratar de Galo, y después de este de Emiliano, y tras
de él de Valeriano, que murió cautivo en poder de Sapor,
rey de Persia, y le servía de escaño para subir a
caballo, poniéndole el pie en la cerviz, en menosprecio del imperio
romano: ¡rara soberbia, y ejemplo de miseria humana y sucesos de
fortuna ! Galieno fue su hijo y sucesor, más dado a artes
mágicas, que cuidadoso de la libertad de su padre: su imperio fue
turbulento e infeliz, y vino casi a quedar perdido y usurpado el
señorío romano, por su flojedad; y de esta hora adelante cesó
aquella majestad del romano imperio, y fue de día en día declinando
y disminuyéndose, levantándose tantos tiranos y viniendo tantos
bárbaros, que presto quedó otro de lo que antes era, quedando
menguado aquel antiguo esplendor y lustre que tuvo en los siglos
pasados. Vino después de él Claudio, cuyo imperio duró
algunos dos años, y el de Quintilio, su sucesor, no llegó a
un mes, y el de Aureliano, que vino después de estos, duró
seis años, y murió el de Cristo 278. Tácito y Floriano,
uno en pos de otro, fueron emperadores; pero sus imperios juntos no
llegaron a un año. Vino después de ellos Probo, y tuvo por
sucesor a Caro y sus hijos Carino y Numerario; y
luego, tras de ellos, el imperio de Diocleciano y Maximiano
(Maximiliano?),
que fueron los más grandes perseguidores que haya tenido la Iglesia
y sus fieles, con pensamiento de acabar de una vez la Iglesia santa y
religión cristiana: y apenas quedó provincia, ciudad ni pueblo del
imperio romano que no experimentase su crueldad, quedando la tierra
regada con sangre de ilustres e infinitos mártires que,
menospreciando sus tormentos, libremente confesaban la fé católica.
Dejo los de otras partes; digo solo de Cataluña. En Barcelona
fueron martirizados santa Eulalia, santa Julia, San
Cugat o Cucufate, santa Juliana y santa
Semproniana, de quienes habla largamente Pujades; en Colibre
san Vicente, de quien hace memoria el martirologio romano a 19
de abril; en Gerona padecieron san Narciso, obispo de
aquella ciudad, san Feliu, su diácono y san Invento,
que llaman san Trobat, con trescientos compañeros, san Román,
Vincencio, Oroncio y santa Aquilina, madre de
los dos, san Víctor, diácono, san Germán, Paulino
Justo y Seilí. Sin estos, dice Flavio Dextro
que en Celtiberia fueron martirizados mil doscientos dos
españoles; en Tarragona, san Domicio, santa Pelagia,
santa Aquila y santa Teodosia; en la villa de Palamós,
santa Sotera, virgen; en Roda, pueblo de la Celtiberia,
san Dionisio y san Amonio; y en Badalona san
Anastasio, natural de la ciudad de Lérida, con sesenta y tres
compañeros que, después de haber padecido muchos malos tratos,
fueron degollados a 11 de mayo de 305, sin otros muchos de que hacen
memoria Ambrosio de Morales, el abad
de Monte-Aragón y otros.