Capítulo 2.
Como se despobló España por la sequedad.
Cansado Dios de la malicia de estos pueblos, disparó del arco de su divina justicia, una de las más fuertes, y penetrantes saetas, que no se halla otra igual haberse vibrado en el Orbe: esta fue de sequedad, pues en 26 años continuos no favoreció el Cielo a esta tierra con los raudales de su misericordia, faltando en estos años no sólo la lluvia, sino también el rocío celeste, y cuanto pudiese refrescar, y dar alivio a los mortales: se secaron las fuentes, y ríos, y sólo se dice que el Ebro, y Guadalquivir conservaron algunas señales de lo que habían sido.
Dios justo Juez, según la gravedad del delito da el castigo, y como los ricos, y poderosos fueron los más culpados sintieron más el divino azote; porque los pobres viendo que no llovía esperaron uno, u otro año, y a tiempo eligieron por resguardo de la vida dejar la amada Patria, desterrarse voluntarios, unos a Italia, otros a las Islas, cuales a la África, y los más a la Francia. Los ricos, y acomodados, juzgando que no duraría la sequedad, y que si no un año, otro llovería, aguardaron su perdición, y muerte; pues cuando desesperados de remedio, le quisieron buscar en otras provincias, no pudieron lograrlo; porque de la falta de agua, seca la tierra, soplaron unos vientos tan fuertes, que arrancando los árboles, y levantando el polvo, se llevaban la tierra, la cual abierta en bocas, y rompida (rota) impedía el viaje a los pobres náufragos, y peregrinos en su Patria, los cuales faltos de medios, siendo imposible el alivio, perecieron todos por justo juicio del Cielo. Subieron al Cielo como exhalados vapores las lágrimas de tantos pobres peregrinos; que padeciendo en la extraña, lloraban por sí, y por su afligida Patria como el Profeta, aunque a otro fin: diciendo, ò Cielos! favoreced la tierra con el rocío de vuestra Gracia. O Nubes! fertilizad nuestros campos, con alegres, y copiosos raudales. Atendió Dios a los tristes gemidos de los pobres a los cuales siempre atiende, y Padre de infinitas misericordias, y Dios de consuelo, le concedió a los desconsolados, y afligidos mandando a las cataratas del Cielo que se abriesen en abundantes raudales; los cuales por tres años continuos, pagaron el deseado tributo a la tierra: con el favor celeste, la tierra árida, y estéril, volvió fresca, y buena, matizada de hierbas, coronada de flores, y adornada de árboles, y frutos, aunque silvestres.
El clarín de la fama publicó por el mundo los favores divinos, y que triunfante la misericordia había apartado la mano del castigo, y remediado los daños del azote divino: acudieron prontos, y alegres a su deseada Patria teatro de la divina piedad los que la temían perdida, y sólo ejemplo, y panteón de tierra, y ceniza. Volvieron, pues, a reedificar, o fundar de nuevo a España, y los que primero (acudie-dieron) acudieron fueron los catalanes, o los de la Provincia que es Cataluña; (1: Beuter lib. 1, c. 12. Florián lib. 2, c. 1. Medina lib. 1, c. 35. Viladamor c. 9. Garibai lib. 5, c. 1. Pujades Cor. de Cat. lib. 2, c. 2.)
que de lejos vino el amor, y respeto que tuvieron nuestros antiguos catalanes a su Patria, y esto la hizo tan celebrada, y a ellos en particular, y común, tan ricos, y respetados.
(N. E. En el caso de que alguien naciera fuera de la Cataluña actual, y luego volviese a la tierra de sus padres, no sería catalán.)