337. LA PLAGA DE LANGOSTA DOMINADA POR LA VIRGEN

337. LA PLAGA DE LANGOSTA DOMINADA POR
LA VIRGEN
(SIGLO XIV. ARÁNDIGA)

Inundaciones, largos períodos de
sequía y plagas de langosta, aparte de brotes mortales de peste, se
sucedieron durante todo el siglo XIV, provocando el hambre y la
desolación en toda Europa occidental. La población disminuyó de
manera ostensible, y la Península Ibérica y, dentro de ella, Aragón
no fueron una excepción a tales males. Un verdadero sentimiento de
pesimismo se adueñó de todo el mundo.

Dentro de este desolador y dantesco
escenario general, conocemos situaciones dramáticas concretas, como
la que ocurriera en la comarca de Arándiga, lugar donde confluyen
los ríos Aranda e Isuela.

En efecto, en cierta ocasión, cuando
la cosecha despuntaba firme en los campos de secano y en la huerta,
se declaró una terrible plaga de langosta, tan grande que, al llegar
volando, se oscureció el cielo por completo y, una vez en tierra,
apenas si se veía ésta. Lo cierto es que, de no ocurrir un
auténtico milagro, en pocos instantes todo quedaría agostado, sin
vida, otro año más. La consecuencia sería otra vez la misma, el
hambre…

Intentaron los vecinos espantar a los
insectos haciendo todo el ruido posible con cacerolas, campanas,
sartenes y cuantos instrumentos podían servir para ahuyentarlos,
pero todo fue en vano. El pueblo entero, viendo perdido por momentos
todo lo que era su sostén y modo de vida, imploró esperanzado a
Nuestra Señora, llamada de la Huerta, paseando su imagen, tallada en
madera y policromada, en solemne procesión por toda la huerta y la
tierra aledaña del secano. Las plegarias eran mitad llanto mitad
esperanza.

No obstante, no confiaban demasiado las
gentes de Arándiga en que su invocación diera resultado, pues en
otras ocasiones semejantes no había servido de mucho, pero lo cierto
es que en aquel lance, a los pocos minutos, como por arte de
encantamiento, murieron prácticamente todos los insectos, cuyos
miles de cuerpos inertes sirvieron luego de abono a unas tierras que
a punto estuvieron de ser esquilmadas una vez más.

[Bernal, José, Tradiciones…, pág.
199.]