Capítulo XLVI.

Capítulo XLVI.

De
la vida del conde Borrell, tercer conde de Urgel.

Muerto
Sunyer, sucedió su hijo mayor. Este en el tiempo que su padre
entendía en el gobierno del condado de Barcelona, gobernó el de
Urgel. No hallamos, por la antigüedad de los tiempos y faltas de
memorias (pone momorias), hechos de consideración suyos,
hasta el año de 967, que fue el décimotercio de su condado, en que
murió Seniofredo, primo suyo y conde de Barcelona, después de diez
y siete años había que gobernaba aquel condado y a los cincuenta y
uno de su edad: no le quedaron hijos, porque su mujer doña María,
hija de Sancho Abarca, rey de Aragón, era de edad. Los más
próximos eran sus hermanos: el mayor era Oliva, conde de Besalú, y
el que más derecho parecía tener; pero los barones y gente de
Cataluña sintieron lo contrario, excluyéndole de la sucesión.
Pondéranse muchas razones: Miguel Carbonell (Pere Miquel Carbonell, archivero real de Juan II y Fernando II el católico)
dice que no era buen católico, y lo sacó de una *ria (memoria;
página 290 mal escaneada
) antigua intitulada Flos mundi, que
salió a luz * en tiempo del rey don Martín, y el mismo Carbonell *
de ella en muchas partes de su historia: Zurita dice *mo. El padre
Diago dice lo contrario, y le alaba * católico y buen cristiano,
virtud que jamás hom* mancha en este linaje y prosapia: y en prueba
de esto * acciones suyas, muy de buen católico, y que si p*
sucesión, no fue por esto, sino por el defecto nat* no poder hablar
sin dar primero tres o cuatro veces en * con el pie, a modo de cabra,
de donde le quedó el * de Cabreta, y también porque no era derecho
de * ni bien agestado, como es bien que lo sean las personas *
representan majestad real. No falta quien dice, q* flojedad y
descuido que tuvo en el gobierno de* le vino el ser desheredado del
de Barcelona, que con * con los de Besalú y Cerdaña eran cosa poca.
Esto *ria de su padre el conde Sunyer, la confianza que tenía * le
había de imitar, y sus reales virtudes y grandes *mientos, le
hicieron conde de Barcelona, añadiendo * título al de conde de
Urgel. Fue esta elección c* gusto de toda la ciudad y condado,
prometiéndose * mil felices y prósperos sucesos, y certísima
espera* de esta vez, habían de quedar expelidos los infieles y
*tarse la fé de Cristo en esta parte de la Citerior España
*.
Cuando empezaba el nuevo conde a disponer aquello *recía
convenir al buen gobierno de sus súbditos, no falt
algunos
disgustos con el mismo Oliva que, como hijo *de de Barcelona,
pretendía ser legítimo sucesor del * de sus padres y abuelos, y
últimamente de su herman* parecía no había razón bastante para
privarle de ello. Estas pasiones y contiendas encendían ya el
corazón y sangre a los primos, y el pleito se iba remitiendo a las
armas: no había entonces en España las universidades que después,
ni se decidían las sucesiones de los reinos por el Código y Di*
como cuando murió el rey Don Martín, estaba el derecho en las armas
y no en el parecer de letrados, que entonces eran poco conocidos en
esta tierra. Los moros no dormían, y sabían muy bien todo lo que
pasaba; animáronse por tomar las armas contra los cristianos, y
llamaron en su favor a otros muchos de su nación y casta, que no
aguardaban sino el principio de esta guerra civil, de quien dependía
todo bien de ellos. No era la intención de aquellos nobilísimos
príncipes dar ocasión de que el pueblo cristiano fuese destruído
de los paganos, antes deseaban lo contrario, ni Oliva estaba tan
ciego de su pasión, que no conociese los daños que podían
causarse, así a él mismo como a los demás. Era católico, y como
tal, no quería que los de su religión y ley quedasen destruidos,
ni que las casas suyas y de su primo, que a costa de sangre cristiana
hasta aquel tiempo se eran conservadas y defendidas de infieles,
enemigos de la cruz de Cristo, fuesen de todo punto acabadas, dejó
sus pretensiones; se reconciliaron los dos primos, quedó contento
con lo que Dios le había dado, que es el medio más seguro para la
perpetuación de los estados, y las guerras que parecía habían de
ser intestinas y más que civiles, cesaron de todo punto, con
gran descontento de los infieles, que las estaban aguardando.
Luego
que el conde Borrell vio deshecho este nublado, entendió en la
reforma de algunas cosas necesitaban de ella.
Lo que más cuidado
le daba, era estar la ciudad y * obispado de Tarragona sin prelado y
en poder de moros, sin esperanza entonces alguna de poderla cobrar.
Consta *los arquiepiscopologios de este arzobispado, que desde el año
693 hasta el de 1091 estuvo yerma y sin prelados, y si algunos hubo,
es tan poca la memoria que da de esto que es casi ninguna. El estado
eclesiástico padecía mucho en Cataluña por la falta de
metropolitano y necesitaba volver a la autoridad y esplendor que
estaba en tiempo * los godos; negocio tan grave había de consultarse
con el romano pontífice; para tratarle y visitar la iglesia de los *
grados apóstoles (devoción muy usada entre los príncipes
cristianos de aquellos tiempos) se partió para Roma el año de 971,
que era el vigésimo año del condado de Urgel, y cuarto del de
Barcelona, siendo obispo de aquella ciud* Pedro.

Gobernaba la sede
apostólica Juan XIII, y llegado * el conde, le suplicó con muchas
lágrimas que, pues por los pecados de la tierra, estaba en poder de
moros la ciudad de
Tarragona y todo su campo, se sirviese de unir
aquel arzobispado a la Iglesia catedral de Vique, dando el título *
arzobispo a Atton, que era su obispo. El pontífice, movido del
celo
del conde y de una petición tan justa, concedió todo lo que
le pidió y mandó despachar su bula, y la Iglesia * Vique quedó con
título y preeminencia de Metropolitana * Atton, a quien el
episcopologio de Vique llama Atto o * fue arzobispo. Duró la sede
arquiepiscopal en Vique hasta el tiempo de Urbano II, que la ciudad
de Taragona volvió a su antiguo esplendor. Esta bula trae el
padre Diago, y la sacó de un registro antiquísimo de las cosas del
arzobispo de Tarragona, que está guardado en el archivo real de
Barcelona, en el armario de Tarragona, núm. 134, folio 36 (1).
1:
Es ahora el núm. 3 de la colección general de registros, y en el
folio que se cita está efectivamente continuada la mencionada bula
del papa Urbano.
Volvióse luego a Cataluña, y en el mismo año
de 971 he hallado que asistió a la dedicación del monasterio de san
Benito de Bages, del orden del mismo santo, que entonces habían
acabado de edificar dos caballeros llamados Rosarno y Vinifredo,
hijos de Salta y Ricarda, su mujer, que le emp*. Eran estos
fundadores gente noble y rica, y como tales, convidaron a la
dedicación la gente más lucida de esta tierra, entre ellos fueron
el conde Borrell, Frugifer, obispo de Vique, Visado, obispo de Urgel,
y otros muchos, y todos dotaron aquella iglesia magníficamente,
según la costumbre y piedad de aquellos tiempos.
Esta venida del
conde fue en muy buena ocasión, porque el rey de Lérida,
aprovechándose de su ausencia, convocó todos sus amigos, para talar
las tierras de los cristianos y dañarlos todo lo posible, creyendo
que nadie supliría su falta. El castillo de Solsona y los demás que
hay desde él hasta el mar, tirando una línea derecha, eran frontera
o límite entre los cristianos y los moros, y años antes, el conde
Sinofredo, predecesor de Borrell, había poblado la villa que está a
sombra del castillo, y el conde puso ahora en él gente de guerra, y
confirmó los términos que le fueron señalados entonces. Fue esta
confirmación en el año 973, y dice Zurita que intervinieron en ella
el conde Borrell, la condesa Lutgarda, su mujer, y Ramón, su hijo,
la vizcondesa E*esa y Guitardo, su hijo, el obispo de Urgel, que *
nombre Salla, de quien diremos en su lugar, cuando tratemos de los
obispos de Urgel.
El año siguiente, que fue el de 974, a 11 de
las calendas de agosto, y en el año décimonono del rey *L de
Francia, el conde Borrell y Guifredo, a quien llama su consanguíneo,
dieron a nuestro Señor y al monasterio de san Saturnino, mártir,
que está en el condado de Urgel, no lejos de lo que llamamos Seo de
Urgel, ecclesias que ab antiquo tempore erant fundatas, et sacris
altaribus titul* in extremis ultimos findum marcus, in loco vecitato
castrum Lordano no vel in civitate Isauna, quae est destructa a
sarracenis * ecclesias quae ibi sunt, scilicet in castro Lordano, vel
in civitate jam dicta quam in * qui infra sunt * vel ad futurum erunt
constructas quaerum prima in ejus castro Lordan, Sancti Saturnini
(Saturnino, Sadurní) est nuncupata ecclesia, alia Santa Maria
est nuncupata in ipsa civitate de Isena, quae est destructa, alia
Sancti Vincentii, q* fuit monasterium in caput jam dicta villae,
juxta fontem quae dicunt Clara (Fuenclara, Font Clara). His
praefatas ecclesias concedimus et donamus ad praelibatum caenobium,
cum eorum laudibus et possesionibus ac universis adquisitionibus cum
illarum decimi et primiciis, seu obligationibus fidelium vivorum ac
defunctorum ab integre, etc. Firma el conde Borrell y se intitula
Comes et marchio, y después de su signo y firma, están
escritos los nombres de Visado, obispo que lo era de Urgel, Vifredo,
el pariente del conde, que concurrió con él en la dicha donación;
Frugifer, obispo de Vique; Evadallo * que se intitulaba princeps
cotorum
, y otros que se ignora quienes eran, según todo parece
en el dicho auto, que está en el real archivo de Barcelona, en el
armario 16 * A núm 86 (1).
(1) Equivócase aquí el autor: la
escritura que cita se hallaba antiguamente en el *(mal escaneado) núm
7 de la colección del conde Borrell, y la publicó también Marca,
aunque con algunas variantes, copiándola de un ejemplar del archivo
de la santa Iglesia de Urgel. En su Marca Hispánica, col. 902,
podrán leerla ad longum los curiosos. La escritura del Arm.16, saco
A, núm. 86, también es efectivamente una donación al monasterio de
san Saturnino; pero otorgada por el conde Ramón Borrell, en el año
11 del rey Roberto.
El padre Diago, que vio esta donación y hace
memoria de ella en su historia de los condes de Barcelona, quiere que
la iglesia del castillo de Lordan se llamase San Saturnino y que la
ciudad de Isauna sea Solsona y que la iglesia de ella fuese Santa
María. Yo no quiero im* de que afirma aquel autor tan grave, a quien
se debe toda veneración, pero digo que he buscado con cuidado si
Isauna es Solsona, y hasta ahora no me ha sido posible averiguarlo, y
no hallo razón porque Isona y Isauna hayan de ser Solsona, y no
Guisona (Guissona), Osona o Isanta, que le son semejantes. (y también
Isábena, Roda de
)
Por evitar el * que corrían las monjas que
estaban en el monasterio de nuestra señora de Monserrate,
desmandándose los moros vecinos de aquellas santas montañas contra
los cristianos, y porque la abadesa y monjas no eran bastantes a
hospedar tantos peregrinos como acudían allá cada día, llamados de
la devoción de la Virgen nuestra señora, las trasladó al
monasterio de san Pedro de las Puellas de Barcelona, de donde habían
salido en tiempo de Vifredo Peloso, para ir a Monserrate, cuando fue
la invencion de la santa imagen. Fue esta traslación el año
976, y aquel monasterio, que hasta entonces había sido de religiosas
benitas, de allí en adelante fue de monjes claustrales de la misma
orden, que salieron del monasterio de Ripoll, al cual estaba el de
Monserrate sujeto, con título de priorato, hasta el año 1410, que
el papa Benedicto XIII le erigió, en abadiado, y estuvo así hasta
el año 1493, que se unió a la congregación de san Benito el Real
de Valladolid.
El año siguiente de 977, Oliva Cabreta, conde de
Besalú, dotó el monasterio que, so invocación de Nuestra Señora,
había edificado en la parroquia de Serrateix el abad Froylano,
con consentimiento del obispo de Gerona, Miron, su hermano, y con
consejo de Visado, obispo de Urgel; dióle toda la parroquia de
Serrateix, y se reservó para sí y sus sucesores que la elección de
abad hubiese de ser con su consentimiento y del obispo de Urgel; y
entonces los obispos de Gerona y Urgel concedieran remisión de todos
sus pecados a los que eligirían sepultura en la iglesia de dicho
monasterio, o darían alguna limosna para él, porque aún no tenían
limitada los obispos la licencia de conceder indulgencias.
Por
estos tiempos los moros de Mallorca, Tortosa, Lérida y Balaguer, con
el favor y ayuda de Hiscen, rey de Córdoba, que era cabeza de
todos ellos, se juntaron para tomar la ciudad de Barcelona, que era
la cabeza y pueblo más principal de Cataluña, y no estaba tan
fortificada y prevenida como era menester. El conde salió con su
ejército contra ellos, y les dio batalla en el Vallés, junto
al castillo de Moncada, en un llano que llamaban de Matabous,
y fue en ella vencido y perdió más de quinientos caballos. Fueron
siguiendo
los moros el alcance hasta Barcelona, donde el conde con
algunos de los suyos se era recogido. Llegaron a ella miércoles
primero de julio, año 986, pusiéronle luego cerco, apretándola
y combatiéndola con todo rigor y tomaron las cabezas de todos los
caballeros que habían muerto en la batalla, y con un ingenio las
tiraron dentro la ciudad, y vinieron a dar cerca la iglesia de san
justo y Pastor, que no era muy lejos de los muros antiguos, y allá
fueron enterradas. Estaba la ciudad sin fuerzas e imposibilitada de
defenderse; el conde y los que con él estaban no eran poderosos para
defenderla, y así, habido consejo con los ciudadanos y caballeros
que había en ella, escogieron salirse y retirarse a lugar seguro,
con confianza de volverla a cobrar, antes que perecer miserablemente
en ella. Salido el conde, y pasados seis días después de puesto el
asedio, fue entrada de los enemigos: el daño que esta afligida
ciudad recibió de ellos fue cual se puede pensar de una muchedumbre
de bárbaros enemigos; pasaron innumerable gente a cuchillo, otros
cautivaron y llevaron a Córdoba, que era cual otra Constantinopla, y
a otras tierras de ellos; lleváronse toda la riqueza que estaba
recogida en la ciudad, y lo que no se pudieron llevar,
particularmente escrituras, lo quemaron todo. Quedó acabada entonces
y consumida la memoria de las casas y linajes de aquella ciudad que
habían quedado de tiempo de los godos, y los que escaparon de la
tempestad vivos, fueron esparcidos por todos los reinos y tierras de
los moros. Tomaron asímismo los moros todos los pueblos que había
alrededor de Barcelona y por la costa de la mar, y quedaron solos los
castillos de Moncada y Cervellon, (Cervelló, Cervellón)
que en esta tan grande calamidad se conservaron por los cristianos. A
los moros de Mallorca cupieron las riquezas y todo lo que había en
el monasterio de san Pedro de las Puellas, y se alojaron en él; a la
despedida, en paga del hospedaje, quemaron todo lo que no se pudieron
llevar. Lo que pasó con las religiosas, que constantemente todas
resistieron a los torpes deseos de los enemigos, refieren el padre
Diago y Domenech en sus historias.
Luego que el conde y los (pone
lus
) suyos salieron de Barcelona, se retiraron a la ciudad
Manresa: acudieron allá el conde
de Besalú
Oliva Cabreta y muchos caballeros de los
más principales de este principado, que nombra Pedro
Tomic, y porque sus fuerzas no bastaban a resistir a los enemigos,
enviaron sus embajadores al pontífice Juan XVI, y a Lotario, rey
de Francia
, y a Oton, emperador, para hacerles saber los
sucesos y estado de la tierra y pedirles socorro y favor; pero aunque
los embajadores partieron luego, no estaba tal el estado de cosas que
pudieran aguardar la respuesta, porque en el entretanto podía
hacerse más poderoso y grueso el enemigo; y así, sin aguardar más,
juntó toda la gente que pudo de Cataluña la Vieja, y para que
creciese más el número de la caballería, concedió libertad y
franqueza militar a todos aquellos que acudiesen con armas y caballo
para seguir la guerra. Fue de tanta eficacia esta concesión, que
luego salieron en campo hasta novecientos hombres de a caballo,
armados y a punto de guerra, y de allí adelante fueron nombrados
hombres de parage, (paraje, paratge) para denotar con este
vocablo, que en todas las cosas y honores eran iguales a los demás
caballeros de Cataluña, ellos y sus descendientes. Con esta gente de
a caballo y con muchas compañías de infantería, puso el conde
cerco a Barcelona, y le dio tan recios combates, que en breves días
la volvió a cobrar, con todos los lugares vecinos y de la marina que
habían tomado los moros. Fue esta recuperación muy pronta, y
extraordinaria la diligencia del conde en librarla, porque no había
aún pasado un mes de la pérdida de ella. Entrados dentro, hallaron
la ciudad tan desolada y perdida y tan otra de lo que pocos días
antes la habían dejado, que parecía un campo pacido de
langostas o dehesa donde fieras hubiesen invernado. Dice Tomic, que
pocos días después de cobrada Barcelona, llegó el socorro que el
papa, rey de Francia y emperador habían enviado, y que muchos de los
caballeros y cabos recién venidos (que él nombra) se domiciliaron
en Cataluña, y de ellos descienden muchas y muy nobles familias.
Valiéndose el conde de estos nuevos socorros y de la gente que él
tenía, marchó en persecución de los enemigos, y les ganó todas
las tierras que tenían desde Barcelona hasta Balaguer y Lérida; y
si no fuera que el río Segre les impidió pasar más arriba, así
como los había echado del condado de Barcelona, llevaba intento de
sacarlos del de Urgel.
Necesitaban entonces mucho reparo los muros
de la ciudad de Barcelona, porque de las baterías pasadas quedaban
muy flacos, y el castillo de ella quedaba muy derruido: en el que
aún dura en la calle que llaman la Call (lo Call, el
Call
), aunque muy derribado, y está pegado a la cortina
del muro viejo de la ciudad. En tiempo del rey don Pedro el
Católico
sirvió de cárcel a don Carlos, príncipe de
Salerno
, hijo del rey Carlos de Sicilia, sobrino de san
Luis, rey de Francia
. Su antigüedad y rastros de su grandeza, y
no haber otro tal en Barcelona, es argumento cierto ser este el que
fortificó en esta ocasión el conde. Encomendóle, según parece en
memorias antiguas, a un caballero de su casa llamado Íñigo
Bonfill
, (Ignacio, Eneco, Nacho, etc) que cuidó a la
fortificación de él; y por esto el conde después a 21 de octubre
de 989, le dio muchas heredades y posesiones de diversas personas que
habían muerto en las guerras pasadas, y no habían dejado hijos ni
descendientes.
En agradecimiento de las mercedes que Dios le
había hecho, fue muy pío y liberal con las iglesias. A 2 de las
nonas de enero del año primero del rey Ludovico, que es el de
Cristo señor nuestro 987, dio a Dios nuestro señor y a san Pedro de
la ciudad de Vique la mitad del castillo de Miralles,
con todos los diezmos y primicias y ofrendas de los fieles, y dice
que le pertenecían por sus padres; y porque se supiese lo que
contenía en si dicha donación, declara en el auto de ella los
límites y términos de aquel castillo; y esta donación la hace
también por las almas de Ramón y Ermengaudo, sus
hijos, que le sobrevieron.(sobrevivieron)
Miró mucho por
la conservación de la jurisdicción y preeminencias eclesiásticas,
y según refiere Diago, habiendo sus oficiales capturado a ciertas
personas que eran de la jurisdicción eclesiástica, luego que fue
advertido de ello Vivas, obispo de Barcelona, le remitió los
delincuentes, para que les castigara según sus culpas.
En el año
991 el obispo Vivas dedicó la iglesia de san Miguel Derdol,
que llamaban de Olerdula (Olérdola) junto a
Villafranca: asistió el conde a la solemnidad, y le señaló
los mismos términos o límites que el conde Suniario,
(Sunyer) su padre, cuando la edificó, siendo obispo de
Barcelona
Teuderico.
Al monasterio de san Pedro de
las Puellas
solo quedaron las paredes mondas, y el conde, como
patrón de aquella casa, la restauró, reedificando la iglesia con
gran solemnidad: Bonafilla, (Buena hija) hija del conde,
tomó el hábito, fue nombrada abadesa, y con ella vistieron otras
doncellas, que eran Ermetruyta, Devota, Ermella,
Argudamia y Quiratilla, y con el favor del conde
recuperaron todas las propiedades o bienes que tenía el monasterio
antes de la guerra, y lo que no pudieron probar por autos, por ser
quemados o perdidos, probaron con testigos, fundándose en una ley
gótica
que disponía que escritura o auto perdido se
puede recuperar con testigos oculares y que tengan
noticia de ella; y de esta manera volvió el monasterio en posesión
de muchas cosas que había perdido.
El monasterio de san
Cucufate del Vallés
(Sant Cugat) fue muy damnificado,
porque entonces aún no estaba murado, y los moros le entraron y
quemaron todo lo que no se pudieron llevar y en particular las
escrituras, que las había muchas; y el abad Oto, que fue muy
señalado varón, de quien después hablaremos, instó al conde
Borrell que alcanzase del rey Lotario de Francia renovación
de lo que les habían quemado, y el conde con este Oto, que entonces
aún no era abad, sino prior de aquel monasterio, fue a
Francia, y con buenas pruebas alcanzó que se renovasen los
privilegios que los reyes de Francia (que entonces
tenían algo del supremo dominio en Cataluña)
habían dado al convento.
Ocupado el conde en estos ejercicios, y
estando en su obediencia todo lo que es desde Villafranca de
Panadés a Rosellón y de Segre hasta el mar, le cogió la
muerte en la ciudad de Barcelona, en el año sexto de Hugo Capeto,
primero rey de Francia, ascendiente del cristianísimo señor
Luis XIV, rey de Francia y conde de Barcelona (1), que
era el de nuestro Señor 993, después de haber tenido el condado de
Urgel cuarenta y dos años y el de
Barcelona veinte y seis, y fue sepultado en el monasterio
de Ripoll en el mismo sepulcro de sus padres y
ascendientes.

(1) Recuérdese que el autor fue partidario de
la casa de Francia, durante la calamitosa
guerra que afligió a Cataluña en el reinado de
Felipe el Grande.

Casó dos veces, la primera con
Letgarda, y de ella tuvo a Riquilda, que casó con
Udalardo, vizconde de Barcelona, ascendiente de los
señores de la casa de Queralt; a Ermengarda que casó
con Miron, señor del castillo de Port, cerca de
Barcelona; y a Bonafilla, que fue abadesa
del monasterio de san Pedro. La otra mujer fue Aymerudis,
y de ella tuvo dos hijos, Ramón Berenguer, que fue conde
de Barcelona
, y Armengol, que lo fue de Urgel (1), y
trataremos de él en el capítulo siguiente. Según parece en su
testamento, hecho a 24 de setiembre de 993, usó siempre el
título de conde y marqués como consta de las escrituras que
se hallan de su tiempo, y fue de los primeros señores de España
que tuvieron este título y dignidad. (marqués, marchio, de la
Marca Hispánica
).
(1) Ramón Borrell, no Berenguer, y
Armengol, fueron hijos de Letgarda, y no de Aymerudis.
La muerte
del conde cuenta Carbonell (Pere Miquel Carbonell) de otra
manera, y sácalo de un libro antiguo manuscrito, intitulado Flos
mundi
, del cual tomó lo más de su crónica; y como aquel autor,
por ser archivero del real archivo de Barcelona, tiene
tan grande autoridad, le han seguido casi los demás autores que han
escrito después de él, como son Beuter, Diago, Garibay, Menescal,
Jorba y otros muchos; aunque Zurita, que averiguó mejor que
todos las cosas de esta corona, y el abad Carrillo, y
Tarafa, canónigo de Barcelona, conociendo el yerro de los que
han seguido a Carbonell, lo cuentan del modo queda referido,
siguiendo en esto la genealogía de las constituciones de Cataluña
y las memorias del anónimo de Ripoll, y otras memorias más
antiguas y ciertas porque aquello que dice Carbonell y los que le
siguen, que el conde con quinientos de a caballo, en el Vallés y
castillo de *Ganta, cerca de Caldes, embistió a los moros y
fue vencido y muerto con todos los suyos, y que luego fueron a poner
cerco a Barcelona, y para mayor terror y espanto de los cercados, con
ingenios les tiraban las cabezas del conde y de los otros que con él
murieron, fue equivocación y atribuir lo que pasó en eI año 986,
cuando fue presa Barcelona, a tiempos en que gozaban todos los
cristianos de
Cataluña de paz, por estar retirados los moros a
la otra parte de Segre y a las orillas del río de Gayá.

En
tiempo de este conde, y cuando estaba para cobrar de los moros la
ciudad de Barcelona, fue la primera aparición, que sabemos en estos
reinos, del glorioso mártir y caballero san Jorge. Cuando
el conde, para cobrar a Barcelona, salió de Manresa, ciudad muy
vecina a la santa montaña de Monserrate, se encomendaron muy
de corazón él y los suyos a Nuestra Señora, por su santa imagen,
que no había muchos años la había Dios descubierto, porque sabía
que sus fuerzas eran mucho menores de lo que para tantos enemigos era
menester; pero así por su fé, como por el peligro que corría la
santa imagen de venir a manos de los enemigos, vino a socorrerla san
Jorge
, patrón y amparo de la tierra, tenido de principio
por tal, desde aquellos varones alemanes (Georg,
Giorgi, George, Jorge, Jordi, etc.
) que comenzaron la conquista y
vinieron con Carlo Magno y enseñaron a invocarle en las
batallas. Este santo apareció armado en blanco con una cruz
colorada
en los pechos, encima de un caballo blanco,
peleando con braveza por los cristianos, de tal manera, que
alcanzando victoria, recobraron a Barcelona y mucho más de lo que
habían perdido con gran facilidad; por lo cual agradecido el
principado de Cataluña, tomó, en memoria y devoción del
santo, por armas la cruz roja en campo de plata,
y estas son las del principado de Cataluña, que los cuatro
palos de sangre en campo de oro son propias de
la casa y linaje de los condes; y la ciudad de Barcelona,
que fue la que más experimentó su intercesión,
compuso sus
armas en cuartel: en el primero y último puso sendas
cruces de san Jorge, y en los otros dos, palos de las
armas de los condes, dividiendo los palos, esto es, dos
en cada cuartel. La diputación y principado le
tomaron por su patrón y tutelar, y en las batallas apellidan
su nombre, así como los franceses a san Dionisio
y los castellanos a Santiago; y no solo quedó esta
devoción en el principado, mas también se comunicó a otras
ciudades; y refiere Pedro Tomic, que por asegurarse mejor de los
genoveses, les dieron en cierta ocasión la cruz por
armas y el nombre del santo por apellido, y les
ha quedado después en tanto, que la ayuda que dio el santo al rey
de Aragón
en la batalla de Alcoraz, un autor
valenciano
dice que fue por la devoción y compañía de los
catalanes, muchísimos de los cuales de ordinario
servían a los reyes de Aragón, y en aquella batalla
había muchos, porque le tienen ellos por patrón y le invocan. Han
experimentado los favores de este santo, después de esta primera
aparición, los aragoneses, en Alcoraz; los valencianos,
en las batallas del Puig y de Alcoy; los de Menorca,
en la conquista de aquella isla, y los mallorquines, en la
presa de su ciudad donde, en tiempo de san Vicente Ferrer,
celebraban su fiesta con gran solemnidad, en memoria y agradecimiento
de la ayuda que dio a los cristianos cuando la tomaron.

Después
de Lauderico o Lauberico, obispo de Urgel, ponen los
episcopologios de aquella Iglesia a Estéfano, y dicen haber
tenido aquel obispado diez y nueve años.
Dotila fue su
sucesor, y tuvo la silla seis años; y esta es la memoria que hallo
de estos dos prelados, que lo fueron en aquellos calamitosos y
desdichados tiempos de la pérdida de España.
Sucesor de ellos
fue Félix, que asistió a un concilio que en el año 778
convocó en Narbona Daniel, arzobispo de aquella ciudad,
porque Urgel entonces era de aquel arzobispado. Cayó este prelado en
algunas herejías; entre ellas era una que Cristo, hijo de Dios, en
cuanto a la humanidad era hijo de Dios adoptivo, y no
propio y natural, de la cual falsa opinión se seguía
necesariamente que en Jesucristo había dos personas y dos hijos, el
uno natural, y el otro adoptivo, que fue herejía condenada de muy
atrás contra Nestorio. Este error siguió Elipando,
arzobispo de Toledo
, contemporáneo de Félix; yo creo que todos
lo tuvieron por ignorancia más que con pertinacia, porque en
aquellos tiempos tan trabajosos había pocas letras en España, y
certificados de la verdad, presto se apartaron de él, porque por
mandato de Carlo Magno se juntó concilio en la ciudad de Narbona, en
el año 778, a 25 de las calendas de julio; y porque todavía
perseveraba en sus errores, juntó después otro concilio nacional
en Francfort, (Frankfurt) ciudad de Alemania, en el año
794, de casi trescientos obispos de Italia, Alemania e Inglaterra,
donde fue este error condenado. Después, según dice Aymonio en el
libro cuarto De gestis francorum, convencido ya de su error,
le envió aquel concilio al papa Adriano, y en la iglesia de San
Pedro Apóstol, presente el sumo pontífice, damnó y dejó
aquella herejía y mala opinión, y se volvió a su ciudad. Hacen muy
larga mención de este obispo y de su herejía Ambrosio de Morales,
el padre Juan de Mariana, el cardenal César Baronio, el doctor
Pisa en su historia de Toledo, y otros muchos autores. Bien sé yo
que Adon Vienense dice que este obispo fue desterrado de su
Iglesia a León de Francia, (Lyon) y murió allá con
su error; pero no sé por qué no demos mayor crédito a
Aymonio, coronista del emperador Carlo Magno,
ante quien se averiguaron las opiniones a Félix y era señor de
todas aquellas fronteras de Cataluña, que a Adon Vienense, que
escribe las cosas de este obispo como de auditu y muestra
estar poco enterado de ellas, pues por llamarle Urgelitanus,
le llama Aurelianus, argumento cierto que no estando enterado
del nombre de su obispado, menos lo estaría de sus hechos, y en
particular de su conversión, pues, tratando de ella, usa de estas
palabras:
quem ferunt in eodem ipso suo errore mortuum,
como dando al vulgo por autor de esto. Yo he visto unas memorias de
los obispos de Urgel, y según lo que en ellas se escribe de este
obispo, debió hacer tales demostraciones, que quedó en opinión de
santo varón, cosa que es muy ordinaria a la omnipotencia de Dios, de
grandes pecadores hacer grandes santos. Vivía este obispo por los
años de 792, y gobernó su obispado nueve años.
Sigebuto
vino después de Félix, y tuvo la sede doce años.
Visado
gobernó veinte y dos años; fue a Francia y recibió muchas mercedes
y favores del rey Carlos Calvo, que era señor de esta
provincia; y a trece de las calendas de diciembre, año veinte
y uno de su reinado, que es el de Cristo 861, le dio la tercera parte
de las lezdas y derecho del mercado, y confirmó las
donaciones que sus pasados habían hecho a la Iglesia de Urgel.

Después fue obispo Navagico, (plateáo) el cual
tuvo la silla veinte y seis años y cuatro meses.
Sucesor suyo
fue Nigoberto o Ingoberto: fue gran prelado y muy
estimado en Cataluña y provincia Narbonense.
En la relación de la vida de san Teodardo, arzobispo de
Narbona, sacada de los cartularios de los archivos de San
Estévan de Tolosa
, hablando de él, se dice: Ejecto de
episcopatu ejus sancto et reverendissimo viro, litteris a primaevo et
*moribuis benè instituto, Nigoberto, etc. Ordenóle en obispo
*Sigebuto o Sigebodo, arzobispo de Narbona, aquel que vino a
Barcelona para buscar las reliquias de santa Eulalia. Cuando
san Teodardo se hubo de consagrar, entre otros obispos que llamó de
Cataluña fue Nigoberto, el cual no acudió por estar enfermo, como
ni Frodoyno, obispo de Barcelona, que no pudo dejar su obispado
porque los moros amenazaban venir poderosos en sus tierras, ni
Teutario, obispo de Gerona, que estaba enfermo; pero todos la
confirmaron, así como Ausinto, obispo de Elna, y otros que
asistieron a ella. Fue esta consagración domingo día de la Asunción
de Nuestra Señora, el año 885 de la Encarnación. En el año que
murió Carlomano y le sucedió Oton o Eudo,
reyes de Francia, este arzobispo Teodardo fue a Roma a recibir el
palio, y allá pidió al papa Estéfano letras apostólicas
contra un sacerdote español llamado Selva, el cual,
fuera toda razón, se era levantado arzobispo de Narbona, y como tal
había echado por fuerza de la Iglesia de Urgel y de su obispado a
Nigoberto, y quería sacar de la de Gerona a Deodado,
(Deusdat) obispo de aquella ciudad, que había allá puesto el
mismo san Teodardo, y meter en ella a Heimemiro. Eran fautores
de Selva: Frodoyno, obispo de Barcelona, y Gudmaro, obispo de Vique:
llamólos san Teodardo, y ellos rehusaron de ir; vista su
inobediencia, convocó a todos sus diocesanos en una villa llamada
Porto, entre Mompeller (Montpellier,
Montispessulani
) y Nismes (Nimes):
fue entre ellos Riculfo, obispo de Elna, que Ausinto ya sería
muerto, y los obispos de Gerona, Vique y Urgel y muchos otros: allá
dieron Ingoberto, obispo de Urgel, y Deodado, obispo de Gerona, sus
quejas contra Selva y Frodoyno, y culparon mucho a Gudmaro, obispo de
Vique, porque los tres habían ordenado a Heimemiro, y este, entre
otras disculpas, dijo que el conde Suario le había
obligado a ello, y fue perdonado. No se dice allá quién fue este
conde: yo no entiendo que fuese Sunyer, conde de Urgel,
porque este aún en el año 912 no era conde, porque vivía su padre.
Leyéronse en aquella junta unas letras del papa Estéfano, en que
reprendía severamente lo que Selva y otros obispos habían hecho.
Frodoyno, obispo de Barcelona, que conoció en que había errado, fue
perdonado; a Selva y Heimemiro quitaron las insignias pontificales y
privaron de la dignidad episcopal, que indebidamente se habían
usurpado, y con esto Nigoberto volvió a su Iglesia de Urgel, después
de haberle tenido Selva fuera de ella más de un año; y todo el
tiempo del pontificado de Ingoberto fueron diez años. Este obispo en
los manuscritos de la Iglesia de Urgel llaman Engilbertus, que
en cosas tan antiguas es fácil trocar los nombres.
Nantigiso
vivía en el año 899: hay mención de él en un concilio que
congregó Arnusto, arzobispo de Narbona, en la iglesia de San
Vicente, en la villa de Juncaria, en el territorio de
Mompeller: dícelo Catel en la Historia del Languedoc,
folios 35 y 733.
Asímismo en el año 940 hubo concilio sinodal
en la villa de Foncuberta: juntólo el mismo Arnusto, y en él
se determinó una contienda que tenía Nantigiso con Adulfo, obispo
de Pallars, por haberle usurpado toda la tierra de Pallars veintitrés
años había, y probó que de muy antiguo era de la diócesis de
Urgel; y determinó el concilio, que durante su vida Adulfo fuese
obispo y tuviese aquel territorio, y después de su muerte se
entremetiese en él, y volviese al dominio y ordinacion
antigua de la Iglesia de Urgel y de sus prelados. Rodulfo,
hijo de Guifre Pelos, conde de Barcelona, tomó el hábito de
monje de Ripoll el año 888, cuando fue la primera dedicación
de aquel monasterio, y por su causa dio el Conde al dicho monasterio
mucho patrimonio; después fue abad, y a la postre obispo
de Urgel
. Éralo en el año de 913, porque en el archivo del
arzobispado de Narbona he tenido en manos una bula del papa Juan X
en favor de Agio, arzobispo de Narbona, contra Herardo, que pretendía
el dicho arzobispado, la cual era dirigida a los obispos sufragáneos
de Narbona, y entre otros que nombra, son: Hugo, de Gerona;
Teodorico, de Barcelona; Georgio (En
Jordi de Vic)
, de Vique, y Rodolfo, de Urgel, de
donde se infiere que estos obispados eran entonces de la metrópoli
de Narbona, así como otros de Francia que allá nombra.