César,
vencidos Afranio y Petreyo, se vino a Lérida, y le quitó el nombre
que le habían sobrepuesto, y le volvió el antiguo; y de los sucesos
de España hasta la venida del Hijo de Dios al mundo.
Gerónimo
Pujades, en su Crónica de Cataluña, dice, no sin fundamento,
que César, después de vencidos los enemigos y quedado señor
de toda la España Tarraconense y en particular de la ciudad
de Lérida, se partió para ella, así para descansar del trabajo
pasado, como para ordenar el regimiento de la tierra y aparejar lo
necesario para emprender las guerras que pensaba tener en la España
Ulterior. Entonces dicen que le quitó el nombre de Mont
public que así se llamaba aquella ciudad, y le volvió el
nombre de Lérida, que dura hasta el día de hoy. Esta
mutación de nombre solo la hallo en Pedro Tomic; y holgara yo
mucho de saber aquel autor de dónde la sacó, no hallando tal cosa
en los autores antiguos que hacen memoria de esta ciudad, ni aun en
el mismo César, que, contando los sucesos que tuvo antes de tomarla
y después por menudo, no olvidaría este, y más siendo hecho suyo y
que redundaría en honra y decoro de aquella ciudad. Los que han
tenido esta opinión dicen que Lérida, por mal nombre y por
escarnio, la llamaron Mont public, por ser lugar público y
común a los pueblos ilergetes y a cualesquier otros, para sacrificar
a los falsos dioses; y el más principal de ellos a buena razón
había de ser la diosa Venus, pues, por ocasión de estos
sacrificios, siete rameras hicieron su habitación en
la plaza que hoy llaman la Zuda, y por la publicidad en
que vivían y ejercitaban su deshonesto oficio, llamaban a la
ciudad, como por escarnio y burla, Mont public, como
hoy suelen llamarse las casas donde vive tal gente: y entre aquellos
ciegos gentiles era religión venerar aquel ídolo con mujeres que,
perdido el velo de la honestidad, libremente se entregaban a los
devotos que visitaban aquella falsa diosa, para honrarla con tales
actos; pero no por esto quedó olvidado el nombre de Lérida,
antes conservándole aquella ciudad, le daban este otro de Mont
public que del todo mandó olvidar César, como a deshonesto y de
mal sonido.
Antes que se saliese de España Afranio, acordándose
que los infortunios que tuvo se los había pronosticado una esclava
que tenía, llamada Afrania, que sería augur o
adivina, y había muerto por aquellos días; ya que él había
de dejar la España, no quiso que la memoria de ella se perdiera,
sino que durase para siempre; y para mejor conservarla, mandóla
labrar un suntuoso sepulcro, y en él una inscripción que dice:
Afrania. L.L.Chrocale. S., esto es, que aquella memoria la dedicaba a
Afrania, que había sido esclava y después fue liberta de Lucio
Afranio, y le había pronosticado los infelices sucesos que tuvo en
aquella guerra. Hacen mención de esta mujer don Antonio Agustín,
Diálogo 6 y el doctor Pujades.
Consérvase aún esta memoria en
aquella ciudad, en la calle que baja de la iglesia de san Lorenzo al
hospital, sobre la puerta principal de la casa del doctor José
Sabata,
catedrático de prima en aquella universidad, y uno de
los más doctos e insignes varones que hemos conocido en estos
tiempos.
Vencidos ya los enemigos de César, y hecho ya señor de
la España Tarraconense, después de haber descansado algunos días
en la ciudad de Lérida, pasó a la Ulterior, y allí venció a Marco
Varron, legado de Pompeyo; y dejando buen gobierno y regimiento
en las dos Españas, se volvió a Roma a recibir la honra del
triunfo, que por muchas razones, según el uso de aquellos siglos, le
era debido.
Cuarenta y cinco años antes del nacimiento del
Señor, según la mejor cuenta, fue la muerte de Pompeyo, a quien sus
hechos dieron nombre de grande. Murió en Egipto; y confiado de la
autoridad del rey Tolomeo Dionisio que se le declaró amigo,
se había recogido en aquel reino y metido por sus puertas, y
él le mandó alevosamente matar. Dejó dos hijos: el mayor se llamó
Neyo Pompeyo, y Sexto Pompeyo el menor; y fueron los
dos valerosos soldados y tan poco afortunados como el padre:
quisieron cobrar en España lo que César le había tomado, y pasaron
a ella con gran poder; pero César, dejados los negocios que tenía
en Roma, con la mayor celeridad que pudo vino a España, y después
de varios sucesos quedó vencedor, Neyo Pompeyo muerto, y Sexto se
escapó huyendo; y vencidos de esta manera los pompeyanos, César
quedó otra vez señor de España, triunfando de sus enemigos, e hizo
muchas mercedes a los naturales; y en Cataluña, Tarragona
y Ampurias quedaron hechas colonias. (“Ens culunitzan”, dijo otro Pompeyo, Fabra, unos cuantos siglos más
adelante, aproximadamente en 1920).
Apaciguada España, dejó
en ella César sus gobernadores y se volvió a Roma. Apenas había
llegado allá y cuando Sexto Pompeyo, que había estado retirado en
la Lacetania, que es parte de Cataluña, comenzó a
tentar los ánimos de los paisanos, y halló entre ellos
buenos amigos, juntó los que habían quedado de su hermano, y con
los suyos se puso en campaña, con ánimo de renovar las guerras
pasadas y cobrar lo perdido.
Estando en esto, aconteció la
muerte de Julio César, a quien mataron con veinte y tres
puñaladas (fue sin querer)
en el senado cuando estaba en la cumbre de su majestad
y poder, mandándolo todo, sin que nadie osase contradecirle. Fue su
muerte en los idus de marzo, esto es, a quince, que,
según se lo habían pronosticado Espurina y otros augures
y adivinos, era para él, aquel día infausto, aciago y
triste, y él haciendo poco caso de tales vaticinios, había hecho
burla de ellos y escarnio de los que le adivinaban tales infortunios.
Con este suceso quedó tan animoso Sexto Pompeyo, que, sin hallar
resistencia en los cesarianos, que con la pérdida de su
capitán y caudillo iban con turbación descarriados, se apoderó de
toda España Citerior, y pasó a la Andalucía con grande poder.
Marco Lépido había quedado por César en la España
Tarraconense, pero imposibilitado de resistir a Sexto Pompeyo; y lo
que no pudo acabar con fuerza, lo alcanzó con maña, y concertó con
él, que con el dinero y riquezas que había recogido se saliese de
España, y fuese a gozar de ellas en Roma; y así lo hizo, y Lépido
quedó en España con autoridad y poder de procónsul. Octavio,
sobrino de César, fue heredero y sucesor universal, por haberle
nombrado tal en su testamento. Era Octavio hijo de Accia,
sobrina de César, y de Octavio, pretor de Macedonia.
Accia fue hija de Julia, hermana de César, y de Accio
Balbo. Tuvo Octavio en el principio muchos encuentros con
Antonio y con Marco Lépido que pretendió gran *parte de las
provincias del senado romano; y después de haber pasado varias
cosas, concordaron que fuese el señorío romano dividido en tres
partes, y esta división llamaron triunvirato, de que tantas
memorias hallamos en * historias romanas. Octavio quedó con Italia,
África, Cerdeña y Sicilia; Marco Antonio con Francia y Flandes,
Marco Lépido con las dos Españas, Citerior y Ulterior, y * la Galia
Narbonense. De Grecia y Asia no se habló, porque Bruto y
Casio, homicidas de César, se habían quedado con
ellas. Pactaron que esta división o triunvirato durara por cinco
años; pero no se efectuó, porque Octavio se alzó con todo, dejando
vencidos a Lépido y Antonio;
y el señorío romano vino a quedar
en poder de solo Octavio, que con título de emperador, lo vino a
regir y gobernar todo. Vino entonces por procónsul a España Neyo
Domicio Calvino, el cual tuvo en nuestra Cataluña
guerras con los de Cerdaña, y les venció y tomó tanto
tesoro, que quedó muy rico; y la parte que cupo a Octavio fue tal,
que bastó para el gasto de su triunfo y reedificar su palacio, que
quedaba destruido de un incendio, y le dejó adornado de muchas
figuras y artificiosas labores. Pasó esto en el año 38 antes del
nacimiento de nuestro señor Jesucristo, cuando comenzó la cuenta de
las eras, que tantos años duró en nuestra España, donde no
contaban por el año del Señor, sino por el principio del gobierno
de Octavio César Augusto, hasta que el rey don Pedro el
cuarto de Aragón, como a católico príncipe, dejando la
cuenta de las eras de César, mandó contar por los años de
la natividad de Cristo señor nuestro (1). Era este modo de
contar, que añadían al año de la natividad 38 años, así que el
corriente año 1639 de la natividad del Señor, añadiéndole
38 años, será el de la era de César 1677.
(1) Aun
cuando el autor afirma que el rey D. Pedro IV fue el que mandó
dejar la cuenta de la era de César, debe hacerse presente,
que en Cataluña rara vez se encuentra un documento fechado de
este modo, ni aún en tiempo de los reyes de Aragón, como
puede verse en su archivo; a no ser algunos, pero muy escasos,
del tiempo de los primitivos condes, que solían fechar
por años de los reyes de Francia, y acumular a veces en un mismo
instrumento dos o más cuentas diferentes; de manera, que la
referencia de Monfar, cuando supone que D. Pedro
introdujo tan útil reforma, debe entenderse respecto a la cuenta por
la Encarnación, que era la que se usaba en este país,
y no a la era de Cesar. Véase la pracmática de dicho
rey, sancionada en las cortes de Perpiñan de
1350.