CAPÍTULO IX.

CAPÍTULO
IX.

De cómo Asdrúbal llegó a los pueblos Ilergetes,
y de lo que hizo en ellos.

No era bien salido Neyo Scipion de
Tarragona, cuando Asdrúbal dio la vuelta segunda vez, y pasado el
río Ebro se entró en la región de los llergetes, que no
tenían la provisión de gente romana que era menester para
resistirle; y el primer acometimiento fue sobre la ciudad de Lérida,
que era la que había dado rehenes de seguridad a Neyo Scipion; y
tales cautelas y diligencias tuvo con sus vecinos Asdrúbal, así de
temores que les puso, como de blanduras y promesas amorosas, que no
solamente le dieron el pueblo, sino que, viéndose favorecidos con
él, tomaron sus mesmos vecinos las armas, y juntos con ellos
los cartagineses, comenzaron a correr y a destruir las tierras y
pueblos comarcanos, parciales y fieles al pueblo romano; y para
desacreditar a Scipion y sus gentes, esparció fama entre los del
campo de Tarragona y los pueblos llergetes, que los
vecinos de los Pirineos habían bajado contra los romanos y
sus amigos y les tenían muy apretados: y estas nuevas dañaron mucho
a los romanos; porque los llergetes, que de su natural eran
belicosos y generosos, luego se levantaron contra los romanos
y se declararon por Asdrúbal, y lo mismo hizo Amusito, hombre
principal y poderoso en la comarca o región de los Acetanos.
Imitóle en lo mismo otro caballero de los llergetes, llamado
Leónero, que se hizo fuerte y alzó con una ciudad muy
principal de ellos, llamada Athanagria (1), que, según la más
común opinión, sería Lérida; porque, según se infiere de
Tito Livio, era la cabeza de aquellos pueblos; y juntos estos con los
cartagineses, corrieron y talaron las tierras comarcanas parciales y
fieles al bando romano, en venganza de las demasías y daños que los
días pasados habían recibido. Scipion, que tuvo aviso de todo esto,
no quisiera haber de meter en campaña sus gentes, que ya estaban
repartidas en aposentos y deseaba tomaran algún descanso, por ser
aquel invierno riguroso, y porque con mejor vigor pudiesen llegar al
verano, para pelear con los cartagineses de poder a poder, y de esta
manera dar fin a la guerra;

(1) Athanagria o Athanagia, como
se halla en todas las ediciones de Tito Livio, dice Cortés que no
pudo ser Lérida, como supuso Marina, ni menos Manresa, cuya última
opinión impugnó ya Pedro de Marca: antes bien era Sanahuja
(no se ve bien) nombre derivado de Azanagia, quitada
por aféresis la primera letra, y convertida la g en j; cuya villa
conserva aún muchos indicios de su antigüedad, y se halla en la
raya divisoria entre los lacetanos y los ilergetes.

pero
como cada día le llegaban avisos de los estragos que recibían sus
amigos y que Asdrúbal se iba haciendo más poderoso, sacó las
gentes de sus estancias y caminó contra los cartagineses, muy
apesarado por la mudanza de los ilergetes.
Asdrúbal, que supo la venida (de) Scipion, fingió ignorarla,
y publicando que no hallaba mala voluntad ni contradicción con los
ilergetes, dio vuelta y pasó otra vez el río Ebro, y dejando
todos los pasos muy fortificados, se fue a Cartagena,
imaginando que los romanos, viéndole tan lejos, se volverían a
Tarragona o Empurias, y la región de los ilergetes quedaría
sin daño alguno; pues él no se ponía en parte de donde pudiese
causar nuevas alteraciones y sospechas. Scipion, que ya tenía las gentes en campaña y
estaba para marchar, no dejó de proseguir su camino con grande
prisa, recogiendo de paso muchos
catalanes amigos suyos que le
acudieron; y metido con ellos en la región de los
ilergetes,
no hicieron menos daño que los cartagineses habían hecho primero
por la tierra del bando romano, tanto, que todas las personas
principales y nobles que había en aquella comarca desampararon sus
casas y se retiraron en la ciudad de
Athanagria, con harto
temor que no hiciese con ellos Scipion lo que los cartagineses habían
hecho con Sagunto. Estando retirados en esta ciudad, fueron cercados
y combatidos tan a menudo y por tantas partes, que dentro de pocos
días se 
rindieron, y murieron en este sitio Leónero y
muchos caballeros principales; y con esta victoria los demás pueblos
del derredor quedaron obedientes a Scipion, el cual se tomó la
jurisdicción de aquellos lugares, y recibió mayor número de
rehenes que había antes recibido, y le pagaron cierto tributo para
el gasto de la guerra, que, según dice Ocampo, serían ganados (a
quien Tito Livio llama
peccunia, porque los romanos al dinero
y ganado todo lo comprendían debajo de este vocablo
peccunia),
metales y otras
preseas, y no moneda, porque en aquellos
tiempos, que era 200 años poco más o menos antes de la venida de
Jesucristo señor nuestro al mundo, no la usaban. 


Esta
victoria puso algún temor en los cartagineses y acreditó la buena
fortuna de Scipion, el cual, por no perder tiempo, quiso perseguir a
Amusito, caballero español y señor de los pueblos Acetanos.
Este, en tiempos pasados, había favorecido mucho a los ilergetes,
por serles muy amigo y haber liga y confederación entre ellos; y
después de la pérdida de Athanagria, se había retirado
a su tierra. Pero Scipion no por eso dejó de perseguirle, en odio de
los cartagineses; y dejadas a buen punto las cosas de los ilergetes,
dice Livio, que movió su campo hacia estos pueblos Acetanos,
que son los que están entre los dos ríos Segre y Ebro, y eran
confinantes con los ilergetes. a estos, la impresión
de Tito Livio llama ausetanos, y es manifiesto error del
impresor, ponderadas las palabras de aquel autor, el cual dice: In
Ausetanos propè Iberum, socios et ipsos p*orum,
procedit; utque urbe eorum obsessa. Lacetanos, auxilium
*finilimis ferentes, nocte haud procul jam urbe, cum intrare *vellent
excipit, insidiis; y esto no pudo ser, porque los ausetanos,
que son los de la plana de Vique, ni están junto al Ebro, ni
de muchas leguas se llegan a él, y los acetanos están muy
cerca, pues viven en las orillas de aquel río y del de Segre; y así,
ni Amusito, como dicen algunos, fue señor de Ausa, que
es Vique, (obispado de Ausonia, Vich, Vic) sino de un
pueblo o ciudad, que era el pueblo más principal de los Acetanos
y que no sabemos el nombre, por callarlo Livio, aunque Florián dice
llamarse Acete, sobre el cual puso sitio.
Avisado Amusito
de los intentos de Scipion, llamó en su favor a los lacetanos, que
son los pueblos que hay desde el río Llobregat hasta
Gerona, cuyo pueblo más principal era Barcelona, y
según opinión de Beuter, llamó, no a los lacetanos,
sino a los jacetanos, que en esto corrige también la
impresión de Tito Livio, que dice lacetanos (I
mayúscula, no L (ele), Iacca, Iaccam, Jaca, Jacca, etc.)
,
habiendo de hacer de la l, j, equivocación muy fácil del que
traslada manuscritos antiguos: y es más verisímil haberse
valido de los jacetanos, que son los de la ciudad y comarca de
Jaca, que le eran vecinos; que no de los lacetanos, que
le estaban más apartados y habían de pasar más tierra para
juntarse con él. Sin estos, también llamó a los ilergetes
que viven en la Seo de Urgel, porque a estos aún no había
llegado Scipion, por estar más remotos, y les pidió Amusito
que, según las conveniencias y ligas que había entre ellos,
le valieran en aquella ocasión. Juntáronse más de veinte mil
hombres que salieron de las montañas que hay desde la Seo de
Urgel hasta Aynsa (Aínsa) y Sobrarbe (Superarbe),
en el reino de Aragón, gente valerosa y armada. Estaba
concertado entre estos montañeses y los cercados, que saliesen a
meter fuego en el real de los romanos, y mientras estarían
ocupados en matar el fuego, darían sobre ellos antes que estuviesen
advertidos del socorro que les venía de los montañeses.

No pasó esto tan secreto que lo ignorase Scipion, por medio de
unas espías que cogió; y por evitar este daño, puso gente
de a caballo en guarda de su real y cuidó que no tuviesen lugar, ni
los de la ciudad a los del socorro, ni estos a los de la ciudad, de
darse algún aviso, y él con un buen número de gente se puso en un
paso, por el cual habían de venir estos montañeses que enviaba
Amusito, que ignorantes de lo que estaba aparejado, venían de noche,
sin capitán ni caudillo, y se metieron por un valle, donde toparon
con la gente de Scipion, que al principio pensaron eran gente de
Amusito, que les venían a encaminar a la ciudad y al real de los
romanos. Presto vieron el engaño; porque les apretaron de manera los
romanos, que mataron de ellos más de doce mil, y los que quedaron
huyeron con el resplandor de la luna, procurando salvarse cada uno de
ellos como mejor pudo. Amusito, con la tardanza de los montañeses,
conoció que alguna desgracia les habría sucedido, por lo que no
dejó salir a nadie de la ciudad, esperando nueva de lo que había
sido. Con esta suspensión estuvo hasta la mañana, que vio a los
romanos muy alegres y regocijados, y entendió lo que había pasado.
Sintió mucho esta pérdida; pero no desmayó, confiando de la
esperanza del tiempo, y de la nieve que continuamente caía, y de la
falta de mantenimientos que habían de tener los romanos, y que por
eso habían de salirse de aquellas tierras; porque donde menos nieve
había pasaba de diez pies en alto. Scipion, por estas incomodidades
y rigores de tiempo, no se apartó de su empresa y apretó la ciudad
cercada; y aunque no la nombra Livio, no pudo ser Vique, como
han querido algunos, sino otra que Ocampo llama Acete, cabeza
de los pueblos acetanos, donde pasó todo esto. Duró el cerco
treinta días; y aunque salieron Amusito con buen número de los
cercados a meter fuego en las trincheras e ingenios de batir de los
romanos; pero fue en vano, que por estar verdes y helados del tiempo,
no prendió el fuego en ellos, y así no fue de provecho la salida.
Scipion conoció que los cercados se cansaban; apretó más el cerco;
y Amusito, después de haberle sufrido trienta (treinta)
días, secretamente salió de su ciudad y pasó a la otra parte del
Ebro, donde estaba la gente de Asdrúbal, y de allí se retiró a
Cartagena. Los de la ciudad se dieron a Scipion, que les recibió sin
quitarles nada de sus libertades y honras, con que pagasen veinte
talentos de plata
, que declarando qué eran, dice Ocampo ser mil
seiscientas libras de plata
fina de las libras antiguas, que cada
cual de ellas tenía doce onzas de nuestro tiempo, de manera que
montaban tanto como ahora dos mil cuatrocientos marcos de plata, que
valen, reducidos al precio de moneda castellana, cinco cuentos
y setecientos mil maravedís
de la moneda menor de Castilla, cuyo marco se vendía, cien años ha,
por dos mil y cuatrocientos maravedís. (1).
(1) Florián de
Ocampo, lib. 5, c. 8.