LIBRO
PRIMERO.
Capítulo
I.
De las operaciones del alma en general.
El
hombre se compone de dos partes esenciales, es a saber, Cuerpo, y
Alma. El Cuerpo es substancia material y sensible, y organizada de
modo que cada una de sus partes contiene un artificio maravilloso, y
todas juntas conspiran a producir las acciones especiales que le
pertenecen. El Alma es substancia espiritual, inmortal, indivisible,
criada por Dios, que la introduce en el Cuerpo cuando ya este se
halla con las disposiciones, y organización necesaria para
recibirla. Mas es de admirar, que siendo de naturaleza tan diferente
el Cuerpo, y el Alma, se unen entre sí tan estrechamente mientras
dura la vida, que el uno no puede obrar sin dependencia del otro, de
suerte, que las cosas que tocan al cuerpo las percibe el alma, y esta
comunica especiales movimientos al cuerpo.
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Y aunque sea verdad, que no podemos comprehender claramente el modo
con que una substancia espiritual se une con otra material, ni de qué
manera recíprocamente concurren a producir las operaciones; no
obstante si atendemos con cuidado lo que pasa dentro de nosotros,
cuando pensamos, o queremos alguna cosa, y reflexionamos en lo que
entonces nos sucede, descubriremos con bastante certidumbre la unión
de estas dos substancias, y el origen de sus principales operaciones.
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Las acciones que el hombre ejercita, o son materiales y corpóreas, o
espirituales. El Alma es a la verdad la causa principal de todas;
pero se diferencian entre sí, porque las primeras se executan
por disposición del cuerpo, y las segundas especialmente existen en
el Alma. El movimiento del brazo, lengua, y piernas: el del corazón,
nervios, y todos los murecillos del cuerpo, proceden del Alma, y no
obstante con razón se llaman corpóreos, porque todos se ejercitan
con el cuerpo. Pero el imaginar, discurrir, juzgar, y por decirlo de
una vez pensar, y querer, son acciones espirituales propias del Alma.
Estos son principios ciertos tomados de la Física y Animástica, y
nos valemos de ellos como presupuestos bien seguros para averiguar lo
que pertenece a la Lógica.
Capítulo II.
De
las operaciones mentales del Alma.
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Así como el cuerpo humano consta de distintas potencias con que
ejercita muy diversas operaciones, las cuales conspiran a un mismo
fin, que es la conservación de la vida, con orden maravilloso entre
todas ellas, del mismo modo en el Alma hay varias facultades,
potencias, y fuerzas con que produce muchos actos, que todos
conspiran, se ordenan, y mutuamente se ayudan al fin de ejercitar la
razón. Iremos aquí descubriendo estas potencias del Alma, según el
orden que naturalmente guardan en sus operaciones: mostraremos los
objetos de cada una de ellas: y manifestaremos como todas se ayudan y
concurren al ejercicio de la racionalidad. No solo los Filósofos
antiguos, sino también los modernos tratan este asunto con suma
confusión, atribuyendo a una potencia lo que es de otra, y mezclando
entre sí las cosas que debieran separar, de donde nace mucha
obscuridad, y de ella muchos errores y falsedades, de que están
llenos los libros antiguos y modernos de Lógica. La misma naturaleza
enseña a todos los hombres, si quieren ser atentos en observar lo
que pasa en su interior, que nada hay en su entendimiento que no haya
tomado ocasión de los sentidos. En el ejercicio de la Medicina
tenemos todos los días motivo de asegurarnos de esto en las varias
suertes de males, en que se dañan los sentidos, y la razón. Un
hombre que por la mañana usaba de sus sentidos y demás potencias
mentales, por la tarde, acometido de una fuerte apoplegía, ni
siente, ni razona, y así está como un tronco mientras dura la
enfermedad. La primera potencia, pues, que hay que explicar es la
sensible, porque es la puerta por donde entran al entendimiento los
primeros objetos sobre que se ha de ejercitar. Las cosas de a fuera,
que se presentan a nuestros sentidos, se llaman objetos sensibles.
Cuando se aplican a los órganos de los sentidos, ya sea por sí
mismas, ya por partículas que de si despiden, hacen empujo, o
impresión en ellos. Al punto que esto sucede, percibe el hombre el
objeto por una alteración que en si experimenta, debiéndose
distinguir como cosas diversas el empujo del objeto y la percepción
de él, pues aquel es puramente físico, y esta es producción de la
potencia sensitiva. Esta potencia de percibir el objeto sensible se
llama en Griego *gr: en Latín vis sentiendi: en las Escuelas
principium sensationis: en Castellano fuerza, potencia
sensible, o, como otros dicen, sensitiva: el acto de esta potencia,
esto es, la alteración nueva que se experimenta a la presencia del
objeto en los órganos de los sentidos, se llama en Griego *gr: en
Latín sensus: en las Escuelas sensatio: en Castellano sensación o
percepción de los objetos sensibles. Pongamos un ejemplo. Tocan a
uno el pie con un palo, o acercan a las narices una rosa: el palo y
la rosa son objetos sensibles del tacto y del olfato: el inmediato
contacto, aproximación activa de estos objetos a los sentidos es el
empujo, impresión que hacen en ellos: la advertencia (permítaseme
usar de esta voz) percepción que el hombre tiene de estos objetos, y
de la impresión de ellos en su cuerpo es la sensación. A este modo
sucede en todos los demás sentidos.
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Luego que se ha hecho la percepción de los objetos sensibles, instantáneamente se forma en lo interior del hombre una imagen,
forma, o expresión del objeto, de modo que se pinta su figura,
hábito exterior, y forma, que encierra los caracteres distintivos de
cada cosa. La potencia de engendrar esta imagen se llama en Griego
*gr: en Latín imaginatio: en Castellano fantasía, imaginación. El
acto de esta potencia, esto es, la imagen o representación del
objeto sensible se llama en Griego *gr: en Latín imago, species,
forma: en las Escuelas aprehensio; en Castellano imagen,
representación de la cosa. Los modernos, desde que se ha introducido
por todas partes el uso de la lengua Francesa, comúnmente le llaman
idea con poca propiedad, y confundiendo las operaciones del
entendimiento, como veremos en el capítulo siguiente. Hasta aquí no
hay más que simple percepción del objeto sensible, y representación
de él en la fantasía, sin afirmación, ni negación. Para quitar
equivocaciones, así de lo dicho como de lo que se ha de decir en
adelante, advierto, que la voz sensible en Castellano se toma como la
latina sensibilis en dos significaciones, porque unas veces recae
sobre la potencia, y se dice facultad, o fuerza sensible, que es como
si dijéramos potencia de sentir: otras veces sobre el objeto; y así
a este le llamamos sensible, que vale tanto como decir cosa que se
puede percibir con los sentidos.
6 Síguese por el orden
natural la potencia de combinar, esto es, juntar, unir, desunir,
separar las imágenes de los objetos externos pintadas en la
fantasía. Las potencias sensitiva e imaginativa tienen por objeto
inmediato las cosas externas, que hacen impresión en los sentidos:
esta potencia de que hablamos, y las demás que iremos explicando,
tienen por objeto próximo las imágenes y representaciones de la
imaginación, y por objetos remotos las cosas externas. Esta potencia
de combinar, junta, o separa las imágenes simples de mil maneras
diferentes. La unión la hace por la expresión es, la separación
por la expresión no es. Estas expresiones se llaman cópula, porque
atan las cosas entre sí, de modo que si las juntan se llama cópula
afirmativa, y si las separan negativa. Esta potencia en Griego se
llama *nonua: en latín intelligentia: en las Escuelas principium
discursus: en castellano no sé que tenga nombre propio; pero
su principal fuerza se explica con la voz ingenio, de la cual yo me
valdré en esta Obra, puesto que llamamos así en Español la
potencia mental con que el hombre inventa, descubre, halla, y
compone, o descompone innumerables combinaciones de las cosas. La
acción de esta potencia se llama en Griego *Evvoía: en latín
cognitio, intellectio: en castellano inteligencia, conocimiento,
comprehension. A dos clases se pueden reducir las innumerables
combinaciones y enlaces de esta potencia, porque unas son simples,
cuando una cosa se junta con otra, como Pedro es hombre, Pedro no es
sabio: otras son compuestas, cuando se juntan algunas de las simples
para formar otra, como el Sol ha salido: siempre que el Sol ha salido
es de día: luego es de día. A la combinación simple llaman los
Griegos *gr: los Latinos enuntiatio: en las Escuelas judicium,
propositio: en Castellano proposición. La combinación compuesta se
llama en Griego sylogismus: en Latín raciocinatio: en las Escuelas
discursus: En Castellano razonamiento, discurso, argumento,
sylogismo. Las varias afecciones de las proposiciones y sylogismos ya
en afirmar y negar: ya en modificar, restriñir, ampliar: ya en
conformarse con la verdad, o en fingir y falsificar con diversas
combinaciones, se explicarán más adelante. Lo que conviene prevenir
aquí es, que esta es la potencia, sobre la cual trabaja
principalmente la Lógica, pues su instituto es entender, aclarar, y
asegurar la legítima disposición que han de tener las combinaciones
simples y compuestas, y cada una de las partes que las componen, y el
todo que resulta en las proposiciones y sylogismos, con el fin de
asegurarse de la verdad.
7 Resta explicar la potencia
principal de la mente humana, superior en alcances y en dignidad a
las que hemos declarado. Hay en el hombre una fuerza, facultad, o
potencia de conocer la exactitud, orden, verdad, falsedad,
proporción, propiedad, y buena constitución de los actos de las
potencias propuestas, y de juzgar y conocer de ellas, descansando
sobre lo que halla cumplido y conforme a lo verdadero, y no pudiendo
quedar satisfecha con lo falso. En los brutos hay potencia sensitiva
e imaginativa, porque estas pueden residir en lo corpóreo: no hay ni
puede haber la potencia de combinar, y mucho menos la de juzgar de
las cosas, porque estas dos son propias del hombre, y no pueden estar
en cosa corpórea y material, sino en puro espíritu, como pienso
demostrarlo por razones filosóficas en la Metafísica. Lo cierto es,
que si el hombre entra dentro de sí mismo, meditando lo que le
sucede en el ejercicio de estas potencias, y ve con cuidado lo que
hacen y pueden hacer los brutos, conocerá claramente el orden
superior en que está constituido sobre ellos, y que hay en su
constitución un principio espiritual que le distingue de todo lo que
no es hombre. Esta potencia de que hablamos se llama en Griego *nous:
en Latín mens: en Castellano juicio. Los actos, u operaciones de
esta potencia se llaman en Griego *gr: en Latín ratio: en Castellano
razón; y conviene no confundir la razón con el raciocinio, porque
este es el sylogismo que pertenece al ingenio, o potencia de
combinar, y puede ser bien o mal ordenado; no así la razón, que
siempre ha de ser justa, o arreglada a lo que corresponde. Esta
potencia, que es la más superior de la mente, la más estimable, y
la que más se debe cultivar, tiene por objeto inmediato los actos de
las otras potencias ya explicadas, de modo que mirándolos juzga
sobre ellos. Cuando se para porque no conoce ni distingue bien su
objeto en todas sus circunstancias, este acto se llama suspensión de
juicio: cuando contempla sus objetos, deteniéndose en examinarlos,
atención: cuando juzga sobre ellos si son exactos, ordenados,
verdaderos, &c. reflexión: si después de reflexionados se
asegura de sus propias determinaciones, se llama conciencia. El modo
que tiene de obrar es este: Hay ciertas verdades que pueden llamarse
fundamentales, porque están plantadas en el alma, como veremos en el
capítulo siguiente, y son el fundamento del juicio, las cuales son
también la razón primitiva que sirve para ejercitarse esta
potencia. cualquiera cosa es, o no es: es imposible que una cosa sea
y no sea: las cosas que son una misma con una tercera, son también
unas mismas entre sí, de la nada, entre las cosas criadas, no se
puede hacer nada: el todo es mayor que su parte: si a cosas iguales
se añaden cosas iguales, los todos quedan iguales: y otras muchas
proposiciones, que tienen una firmísima certeza, sin que necesiten
de probarse, porque todo el género humano está convencido de ellas,
son los fundamentos sobre que obra la potencia de juzgar: y cuando
halla conformidad entre los actos de las otras potencias, y estas
proposiciones, asiente y descansa sobre ellas, como que son entonces
conformes a la razón, o, lo que es lo mismo, se alcanza con la razón
la unión, conformidad y enlace de los actos intelectuales con las
máximas primitivas: al contrario si los halla disconformes,
distantes, y no componibles con las verdades fundamentales, entonces
disiente y los rechaza. Por eso nada le importa tanto al hombre como
ilustrar esta potencia y gobernar bien sus actos. Los principios que
para esto necesita, demás de los que llevamos propuestos, son los
que subministran como seguros las Artes y Ciencias. La Religión le
da máximas ciertas para juzgar lo que a ella toca: la Moral para
buscar el bien y huir del mal: la Física para entender la naturaleza
y juzgar de sus operaciones: la Jurisprudencia para conocer lo justo
e injusto, la Política para gobernar los Pueblos con acierto; y así
de las demás: de suerte, que cada cual debe trabajar en adornar esta
potencia con máximas fixas y seguras, que le sirvan de norma
para el ejercicio de la razón. Estas máximas, cuando son generales,
van con la naturaleza: las particulares se aprenden con el buen
estudio de cada Ciencia en particular. En la Lógica solo se ejercita
el juicio, examinando si la potencia de combinar ha formado bien, o
mal los raciocinios, pues el juzgar de las demás Artes no se ha de
hacer por la Lógica, sino por los principios, o máximas
fundamentales de cada una de ellas; bien que siendo uno de los modos
más aptos para conocer la conformidad de los actos intelectuales con
las primeras verdades el reducirlos a sylogismos, por eso la Lógica
tiene un uso transcendental a todas las Ciencias. Los Griegos y
Romanos primero, y después los Escolásticos, que siguieron sus
pisadas, hablaron de estas potencias con mucha confusión, tomando
unas por otras, y mezclando sin orden los actos de ellas, atribuyendo
a una la operación que pertenece a la otra. Los modernos en lugar de
quitar esta confusión, por lo común la han aumentado, como ha de
confesarlo cualquiera que esté bien enterado de lo que llevamos
propuesto, y los lea sin preocupación, lo cual es causa de haberse
escrito entre muchas Lógicas muy pocas que sean exactas. En los
vocablos ha habido todavía más confusión, porque a la poca
exactitud de los Filósofos se ha añadido el uso del Pueblo, que
es el árbitro de las lenguas. Yo he procurado escoger las voces
más expresivas de los Autores, para que se uniese con la doctrina de
ellos lo que propongo, y los he fixado para el uso determinado que de
ellos he de hacer en este escrito. Si Huarte en su Examen de ingenios
hubiera separado las potencias mentales y sus actos, atribuyendo a
cada una lo que le corresponde, hubiera hecho singular su obra; bien
que aun con la confusión que en esto tiene es muy digna de las
alabanzas que le han dado los eruditos Extrangeros. Una cosa
es preciso advertir, que en nuestra lengua la voz Entendimiento
significa el conjunto de todas las potencias mentales, que llevamos
explicadas; y Pensamiento los actos de estas mismas potencias, de
cualquiera suerte que sean.
8 La Memoria es una potencia
transcendental a todas las que llevamos propuestas. Su objeto son las
imágenes de la fantasía. Forma esta necesariamente imágenes
simples de las cosas que se presentan a los sentidos. Después las
forma también de los mismos actos del entendimiento
sensibillzándolos, esto es, haciéndolos en cierto modo sensibles,
porque la verdad, justicia, igualdad proporción, relaciones que son
objetos de las operaciones mentales, y aun los mismos actos del
entendimiento sin ser sensibles, las pinta como si lo fueran,
formando las imágenes de estas cosas por la similitud, composición,
correspondencia y forma de otras que lo son. Así el Geómetra se
fabrica una imagen mental del punto y dela llnea, como si fueran
sensibles. Lo mismo hace el Aritmético, el Metafísico y el
Jurisconsulto, cuando cada uno de estos forma en su imaginativa
representaciones sensibles de los objetos insensibles de sus
profesiones. Las combinaciones tantas y tan varias del ingenio, y las
resoluciones del juicio las sensibiliza la imaginativa de la misma
manera. El primer origen de estas imágenes viene de los sentidos,
porque viene de los fantasmas, o representaciones simples que la
fantasía forma de las cosas; pero, como he dicho, de las simples,
que son legítimas, fabrica otras, que solo representan en alguna
semejanza los actos mentales; y conviene no dexarse llevar de
las imágenes así formadas, porque, ni son exactas, ni a propósito
para que por ellas se asegure el juicio de la realidad de las cosas.
También se ha de cuidar de no confundir estas imágenes mentales con
los principios de juzgar que tiene el entendimiento, los cuales
aunque obran sobre tales imágenes, son de superior orden, y no
partícipes de lo corpóreo. Los errores que de la confusión de
estas cosas nacen los iremos mostrando en sus lugares. A la potencia
de formar las imágenes de que acabamos de hablar llaman en las
escuelas entendimiento agente, y a las potencias que obran en vista
de estas imágenes entendimiento paciente. La Memoria es la potencia
mental, que conserva, renueva, y como que reproduce toda suerte de
imágenes, así simples y sensibles, como intelectuales; y aunque por
sí no hace al hombre racional, ni sabio, ni inteligente; pero es un
depósito, o almacén, del cual las demás potencias toman la
materia, esto es, los objetos sobre que se han de ejercitar; y así
conviene llenar la memoria de copiosas imágenes bien colocadas, bien
distintas y separadas, sin confusión alguna, y no gobernar el juicio
por ellas, sino por los principios fundamentales de la razón, que
son muy superiores. Sucede que cuando se forma la imagen de una cosa
en la fantasía, se juntan con ella el lugar, tiempo, ocasión y
enlace de las demás cosas que la acompañan. La memoria se aprovecha
de todas, porque a veces nos acordamos de una cosa por la conexión
de otra, sin la cual no sería fácil renovarse la imagen de la
primera. A esta manera de ejercitar la memoria llamaron los Filósofos
reminicencia. La potencia de la memoria se llama en Griego *gr
en latín y en castellano memoria: y en las tres lenguas tienen el
mismo nombre los actos de esta potencia. Aunque las potencias del
entendimiento que hemos explicado sean distintas, y diversas en el
modo de obrar, se hallan tan enlazadas unas con otras, que momentáneamente ejercitan sus actos sin estorbarse, y se ayudan sin
embarazarse: de modo que la prontitud imponderable con que valiéndose
unas de otras producen sus actos, es causa de mucha confusión, y de
errores en los que no meditan, ni trabajan en entender lo que toca a
cada una de ellas. Disputan los Escolásticos si estas potencias
están identificadas, esto es, son el mismo ser esencial del alma, o
se distinguen de ella. Además de ser de todo punto inaveriguable
esta cuestión, dado que se pudiese esto llegar a saber, no serviría
para perficionar el entendimiento humano; con que los
argumentos y contenciones con que las Escuelas se oponen entre sí,
no aprovechan para otra cosa que para mantener voluntarias e
interminables disensiones por cosas que no importan nada. Lo que hay
de cierto es, que las potencias intelectuales residen en el alma, y
son el fondo de su propia naturaleza. Así como la naturaleza de cada
cosa lleva consigo necesariamente, y sin poderle jamás faltar, la
potencia, principio, y facultad de producir sus propias, y especiales
operaciones, del mismo modo a la naturaleza del alma en el hombre le
corresponde la potencia de producir los conceptos mentales, como lo
llevamos explicado.
Capítulo III.
No
es cuestión de voz, sino de cosas muy precisas la que vamos a
tratar. Aunque comúnmente se cree, y graves Autores lo dicen, que
Platon fue el primero que usó la voz idea:
yo hallo que Hippócrates, anterior a Platón, la usó muchas
veces en sus escritos legítimos; con que solo se puede decir que
Platón fue el que hizo más universal la noticia de las ideas. Decía
este Filósofo, que cuando el Hacedor de todas las cosas hizo este
mundo visible, miraba como originales a quienes se adaptaba ciertas
formas exteriores, inmateriales, insensibles, eternas, que le servían
de exemplar, y a estas llamaba ideas. Leyendo el Timeo
de Platón y su Phedon, donde trata de estas cosas, se echa de
ver mucha confusión en los dictámenes de este Filósofo, y poca
constancia en lo que establece sobre estas ideas, de modo que sus
sectarios Plotino, Alcinoo, Apuleyo, y otros no se pueden convenir
entre sí cuando tratan de averiguar la mente de su Maestro en este
punto. San Agustín, que con admirable sabiduría supo enmendar los
errores gentílicos, convirtiéndolos en usos verdaderos para
ilustración de las verdades christianas, hablando de las ideas de
Platón, las coloca en la mente divina, como que Dios en la creación
del mundo iba poniendo en obra lo que desde la eternidad estaba en su
mente. Aristóteles impugnó las ideas Platónicas; y en los tiempos
medios no se ha hecho mención de ellas sino para rechazarlas, de
manera que en las Escuelas nunca han tenido entrada, ni en su
significado, ni en la voz Idea, para explicar los actos del
entendimiento. Los modernos han tomado por su cuenta hablar en sus
Lógicas de las Ideas, no de las de Platón, porque todos conocen que
son fingidas, sino aplicando esta voz a los conceptos del
entendimiento, con lo que han introducido un lenguaje, que en
sí es confusísimo, y cierra la comunicación de los Dialécticos de
ahora con los de la antigüedad. Cartesio, a lo que yo entiendo, por
no hablar como los antiguos, fue el que introduxo las ideas en
la Filosofía (a: Véase la Introducción, número 12.
Como el
sistema Cartesiano deslumbró toda la Europa, se hizo como cosa de
moda pensar, y hablar como Cartesio. Después que han conocido los
hombres de buen juicio, que la Filosofía Cartesiana era por la mayor
parte un cúmulo de ficciones bien encadenadas, la han abandonado,
quedándoles pegada alguna cosa, como sucede siempre que se han
preocupado los entendimientos, pues cuesta mucho desarraigar de todo
punto lo que estuvo internado en la mente. Han quedado pues, las
Ideas, y las aplican los más a cosas con que no tienen conexión, ni
pueden tenerla. Ni Platón, ni sus discípulos entre los Griegos: ni
Cicerón, ni Séneca entre los Latinos entendieron, que la voz Idea
significase conceptos mentales, sino la forma exterior, hábito y
carácter circunstanciado, con que se muestran las cosas, de modo que
la Idea reside en ellas, no en el entendimiento; y es el modelo,
exemplar y especie exterior que se tiene presente para la
imitación (b: Véase mi Discurso sobre el Mechanismo, pág. 69. ).
En el mismo sentido usó Galeno de esta voz. En las Escuelas han
guardado en esto más propiedad, porque llaman Conceptos lo que los
modernos Ideas, y así mantienen la inteligencia de las voces que
usaron los antiguos. Algunos Filósofos de estos tiempos, conociendo
esto, se han disculpado del demasiado uso de la voz Idea, como
Gasendo, y Lock (c: Gassend. Instit. Log. pars I. tom. I. pág. 92.
Lock Essai Philos. Praefat. num. 8. pág. 5..
Los más han hecho
la salva en sus Lógicas de la variedad suma que reyna entre
ellos mismos sobre la inteligencia de las Ideas (a: Véase Purchot
Logic, c. I.p. 46. Leibnitz Logic, oper. tom. 2. pág. 17. edición
de Ginebra de 1768.); pero la torrente del siglo, y el no ser fácil
desprenderse de lo que prematuramente se creyó, ha hecho que
siguiesen en sus Lógicas lo que veían en los que les habían
precedido. El inconveniente que trae el usar de esta voz, como se
hace, es el impedir la inteligencia de los Filósofos Griegos y
Romanos, que no usaron tal lenguaje, y cuando lo usaron, que fue muy
pocas veces, era en otro sentido. Es también inconveniente, y no
pequeño, el no estar convenidos los modernos en lo que está
significado con la voz Idea. Cartesio no se declaró bastantemente,
ni está firme en la significación (b: Véase la respuesta a las
primeras objeciones, pág. 53. De existentia Dei pág. 85. y la
impugnación 3. de Gasendo pág. 16.). Después algunos no entienden
por Idea, sino las imágenes y representaciones de la fantasía:
otros la extienden a significar todos los actos del entendimiento.
La obscuridad que de esto nace es muy grande, porque se confunden
las operaciones de las potencias mentales, y se atribuye a una lo que
es propio de las otras. Tienen por axioma (así llaman a una
proposición de todo punto cierta, aunque los antiguos no lo
entendieron así) que lo que se incluye en la idea clara y distinta
de una cosa es de la esencia de ella. Si por Idea entienden las
imágenes de la fantasía, es falso, porque estas representaciones
cada punto engañan por ser correspondientes a la impresión de los
objetos sensibles, y ser muy fácil que los sentidos nos engañen.
Con toda claridad y distinción se nos pinta en la imaginativa como
torcido un palo metido en el agua cuando está derecho: y con la
misma claridad se nos representa una bola de cera como si fuesen dos,
cuando la movemos con los dedos atravesados, y así otras muchas
cosas, en que quedamos cada día engañados por las representaciones
de la fantasía. Este punto le trató bien el Padre Mallebranche, sin
embargo que de las Ideas habló con mucha extravagancia, así en la
definición de ellas, como en afirmar que vemos todas las
cosas en Dios (c: Véase la Inquisición de la verdad, tom. 2. cap.
I. pág, 59. y sig. edición de París de 1730.).
Si por
Ideas se entienden las imágenes que de los mismos pensamientos forma
la fantasía, tampoco es verdadero el axioma, porque formándose
estas de las primeras, están expuestas a las mismas equivocaciones;
a que se añade, que las imágenes de los actos mentales que la
imaginación engendra, y conserva la memoria, nunca son exactas
porque se forman de las sensibles, y lo representado por ellas no lo
es (a: Véase Leibnitz en el lugar antes citado.).
La verdad,
pues, y la seguridad que se puede tener de alcanzarla, no depende de
las que llaman Ideas, sino de la rectitud del juicio, y esta depende
de los principios de juzgar, de que hemos hablado en el capítulo
antecedente, y tendremos hartas ocasiones de hablar en esta Lógica.
De lo que hemos dicho se colige, que la voz Idea en su riguroso
sentido no está bien aplicada a las nociones mentales: que conviene
hablar de cada una de estas según lo que son, y las potencias de
donde dimanan, sin confusión alguna: que para mantener la
comunicación de idiomas con los modernos, y poder usar de sus luces,
nos podremos valer alguna vez de la voz Idea, fixando su
significación a las meras imágenes de la fantasía, sin transcender
a los demás actos del entendimiento, como lo hacen entre ellos los
más cuerdos: y que la adquisición de la verdad no se puede
conseguir sino por la aplicación de los principios sólidos, con que
el juicio descubre la conformidad de ellos con las demás nociones
mentales.
10
según lo que dexamos sentado es claro que no hay ideas
innatas, aun en el sentido en que lo entienden los modernos; porque
las imágenes de la fantasía dimanan de los sentidos: los demás
actos del entendimiento proceden de sus respectivas potencias, y no
se ponen en obra, sino cuando hay en la imaginación las
representaciones de las cosas sensibles, las cuales son el objeto
inmediato de ellas. Así que es indubitable, que nada hay en el
entendimiento que no haya entrado por los sentidos, en cuanto estos
son las primeras puertas por donde entra en la mente la primera
noticia de las cosas, y con la ocasión que de esto toman las
potencias intelectuales, ejercitando su natural fuerza, producen sus
actos.
Comparo yo este por lo que toca a cada una de las
potencias (aunque en tales asuntos no hay que esperar comparaciones
del todo exactas) a un grano de trigo u otra semejante semilla. Tiene
esta dentro de sí la fuerza de engendrar su semejante: mas no la
ejercita si no la meten en la tierra, y allí recibe las
disposiciones necesarias para producir su efecto. Estas disposiciones
son ocasión y motivo preciso para que el grano ponga en obra la
virtud oculta que encierra; pero el engendrar a su semejante lo hace
por la potencia natural que en él se halla, muy distinta de los
aparatos que se requieren para explicar su fuerza. Así como en el
grano no es innato cuanto hace el Labrador, y solo lo es la potencia
interior de engendrar su semejante , del mismo modo no son innatos
los motivos y ocasiones que el entendimiento tiene para obrar, y solo
lo son las potencias con que ejercita sus actos mentales. La
equivocación que ha dado motivo a esta duda consiste en esto. Hay
ciertas verdades fundamentales, que con la luz natural se alcanzan,
como el todo es mayor que su parte: cada cosa es o no es &c. y a
estas algunos modernos, renovando máximas de la antigüedad, las
llaman innatas, como que están plantadas en el alma, y solo se
excitan, o dispiertan con la presencia de los objetos. La
verdad es, que ni estos ni otros tales principios están en la mente
humana, sino que las potencias mentales los engendran cuando hay
motivo y proporción; por donde son innatas las potencias, y nunca lo
son sus actos. Conviene explicar un poco más este punto. Las
primeras verdades que el entendimiento alcanza, le vienen de dos
fuentes, es a saber de la experiencia, y de lo que llamamos razón
natural. La experiencia nos subministra principios para juzgar de
todo lo corpóreo y sensible: y la razón natural nos sugiere luces
para conocer lo incorpóreo e insensible. Las leyes inviolables, que
en su modo de obrar guarda la naturaleza corpórea, observadas por la
recta aplicación de nuestros sentidos, son objetos de conocimientos
claros, y de principios indubitables. La verdad, justicia, virtud,
relación, y otras cosas a este modo, conocidas por los actos
mentales, y miradas atentamente por el juicio, son objetos que
subministran máximas indefectibles a la razón natural.
La
Física en toda su extensión averigua las verdades experimentales. La
Moral, la Jurisprudencia, la Metafísica, y la Lógica son el
depósito de las máximas que pertenecen a lo incorpóreo. Unidas
todas ellas entre sí, enriquecen al entendimiento de principios
seguros y constantes para seguir la verdad y evitar el engaño. Lo
que conviene es saber aplicar las proposiciones de cualquiera asunto
a las máximas ciertas, ya experimentales, ya de luz natural; porque
el entendimiento en viendo claramente la conformidad y conveniencia
de unas con otras, queda convencido de todas ellas.
La Lógica
trabaja mucho en hacer esta aplicación, y de prueba en prueba, y de
argumento en argumento conduce la mente a conocer la conveniencia del
asunto que se trata, y su conformidad con las verdades primitivas.
Nada hay innato hasta aquí: todo se adquiere con el debido ejercicio
de los sentidos, y con el uso de la recta razón. A las potencias del
entendimiento les es innata la fuerza de producir los actos de las
primeras verdades, una vez que antecedan las ocasiones y motivos
necesarios para que obren; y puestas estas disposiciones, como que se
vienen por sí, no pueden dejar de producirlos. Propónese a la mente
una cosa acaecida, para la cual halla imposible la causa, y no
asiente a ella, porque sin poderlo evitar produce este acto
intelectual: ningún efecto puede haber sin causa, y de este sube al
principio: de la nada, o de lo que no hay, nada se puede hacer.
Propónesele también que haga una injuria a su prójimo, y lo
repugna, porque el entendimiento conoce: lo malo no se puede hacer, y
el injuriar a otro es malo, puesto que ninguno ha de hacer a su
prójimo lo que no quiere que se haga con él. Todas estas
proposiciones hasta llegar a la verdad primitiva, que por sí misma
es clara, son unos sylogismos tácitos, que con facilidad se pueden
reducir a raciocinios descubiertos, con los cuales se llega a ver la
conveniencia de lo que se trata con los primeros principios. Estas y
otras tales verdades primitivas las producen, en presentándose
ocasión, las potencias mentales sin poderlo evitar, y por eso es
innata en ellas la fuerza de engendrar los primeros razonamientos que
han de servir de basa a todos los otros. Así como la tierra
es una madre fecunda, que recibiendo varias semillas, hace que cada
una, dado que acudan las necesarias disposiciones, engendre a su
semejante sin poderlo estorbar, y sin equivocar las fuerzas
respectivas de cada una de ellas, del mismo modo el entendimiento
humano, puestas las ocasiones y motivos necesarios para obrar,
produce los actos que corresponden a cada una de sus potencias: y así
como a la imaginativa le toca formar imágenes de los objetos, al
ingenio combinarlos, a la memoria retenerlos, al juicio le pertenece
producir las primeras proposiciones que encierran las verdades
fundamentales de la razón, y lo ejecuta como que esto es propio de
su íntima y natural potencia.
De lo dicho se deduce, que la
cuestión de las ideas innatas, que inútilmente se trata en las
Lógicas de los modernos, es importuna, porque conociendo y
distinguiéndose bien las potencias mentales de sus actos, y viendo
atentamente cómo estas cosas se ejercitan, se sabrá lo que es
innato y no lo es, y también lo que puede ser provechoso averiguar
en esta materia.
CAPÍTULO
IV.
De
las cosas que acompañan a los actos del entendimiento.
Si
cuando el hombre piensa no tuviese otro motivo para alcanzar la
verdad que el que le sugieren sus conocimientos, con solo cuidar de
que estos fuesen exactos y no confusos, adelantaría lo que permite
la condición humana en el examen de ella; mas como junto con los
actos del entendimiento andan inseparables los afectos del ánimo,
estos turban, confunden, y aceleran las percepciones mentales, y lo
que es peor, corrompen de mil maneras al juicio, por donde son
ocasión de muchísimos errores. Para evitar pues, los excesos que en
esta parte cometemos los hombres en la averiguación de la verdad,
conviene mostrar como los afectos del ánimo concurren con el
entendimiento, y alteran el buen orden de sus operaciones: asunto que
se toma de la Moral para hacerlo servir a la Lógica.
12
Al punto que en los órganos de los sentidos se hace la impresión
del objeto, y la sensación, se siente el ánimo agitado de dolor, o
deleyte. Por dolor se entiende aquí cualquiera molestia, de modo,
que la agitación del ánimo va junta con gusto, complacencia, y
satisfacción, que los Filósofos llaman Deleyte: o con molestia,
disgusto, pena, displicencia, que llaman Dolor. Por poca reflexión
que haga cualquiera con lo que le sucede cuando percibe los objetos
sensibles, verá que no hay ninguno que no le mueva el ánimo con uno
de los nombrados afectos: bien que a veces es tan poca la agitación
que excitan, que nos parece no hallarnos alterados, y a esta
situación llamamos Indiferencia. Luego que se pinta en la fantasía
la imagen del objeto, y el entendimiento le percibe claramente, se
excitan en el ánimo los afectos de fuga, o prosecucion; es
decir, se ve incitado a abrazarle, o rechazarle. Esto se funda en que
los sentidos se nos han dado para nuestra conservación: el dolor es
indicio de cosa que nos destruye, y el deleyte de cosa que nos
conserva; con que somos naturalmente llevados por nuestro propio bien
hacia el deleyte, y huimos siempre de cualquiera dolor. Sabiendo por
la Filosofía Moral las pasiones que se excitan para la fuga del mal,
como el temor, cobardía, odio, envidia, ira, enojo, &c. y las
que se mueven por el bien, como el amor, alegría, deseo,
complacencia &c., cualquiera conocerá a la presencia de los
objetos sensibles la pasión, o pasiones de que se halla agitado,
según los contempla buenos, o malos, dignos de prosecución, o de
fuga. Este conocimiento es de tanta importancia, que sin él no es
posible gobernar bien el juicio; porque así como no puede sentenciar
bien el Juez apasionado, tampoco puede juzgar con acierto el
entendimiento que se gobierna por una pasión: siendo de notar, que
es tanta la influencia de estos afectos del ánimo, que las más
veces trastornan la razón, porque sigue el hombre más los ímpetus
de ellos que lo que le dicta el buen juicio. Cuando el ingenio
combina las imágenes, y nociones simples, se andan también
combinando las pasiones que las acompañan; y son tantas y tan varias
las que se mezclan, que por su influjo se ven tan diversas y
extravagantes maneras de obrar en los que no estudian en conocerlas y
moderarlas. Si alguno tiene la desgracia de no saber pensar, y junto
con esto se halla agitado de fuertes pasiones, entonces se ofusca de
todo punto la racionalidad. El amor propio, que es la fuente de todos
los afectos del ánimo, se mezcla siempre en todas nuestras
deliberaciones, y es causa de errores gravísimos, que descubriremos
con especificación más adelante. Raro es el hombre en quien no
domine una pasión con preferencia a las otras. Este dominio hace que
sus pensamientos, su juicio y su razón se sujeten fácilmente al
afecto que prevalece, de lo cual nacen grandes y enormes defectos,
así en el entender como en el obrar.
A esta pasión arraigada y
dominante llaman Genio, Natural, y conviene que cada cual conozca el
suyo para enmendarle. Unos son incitados al juego, otros al dinero, y
así de muchas maneras nos arrastra el Genio y Natural a varias
cosas, que insensiblemente nos corrompen. Feliz aquel que por su
genio se ve incitado a la virtud. La buena educación, la Lógica, el
estudio de las Artes y Ciencias, los loables ejemplos, el cuidado de
pensar y juzgar bien, son los medios más a propósito para dirigirse
con acierto y enderezar el Genio. Hasta aquí hemos dicho los afectos
del ánimo, que necesariamente se excitan a la vista de los objetos
que se proponen al entendimiento: resta ahora manifestar, que con las
operaciones del juicio anda junta la libertad, que es la alhaja más
preciosa que el Cielo ha concedido a los hombres. Es así, que
conocidas las cosas por la razón, puede el hombre determinarse a
quererlas o desecharlas, y a ir en busca o en fuga de ellas. Esta
potencia libre se llama en Griego *gr en Latín voluntas: en
Castellano voluntad. Dícese potencia ciega, porque nunca obra sin
preceder la luz del entendimiento, por donde es verdadero el
principio de las Escuelas: nihil volitum quin praecognitum: es decir,
nada puede querer la voluntad sin que la ilumine el conocimiento. Si
el juicio es recto, y el hombre le sigue en el determinarse a buscar
los objetos, o a desecharlos, entonces hace buen uso de su libertad;
si no le sigue es al contrario: y si el juicio no está bien formado,
yerra la voluntad por yerro del entendimiento, que es lo que
regularmente suele suceder. Con que dos cosas debe hacer el que
quiere acertar: la una dirigir bien los actos mentales, rectificar el
juicio, perficionar la razón: la otra sujetar su voluntad, no
a lo que sugiere el amor propio y las pasiones, sino al dictamen de
la razón bien ordenada. Esto basta para el uso de la Lógica: los
que quieran instruirse más, lo podrán hacer con la Filosofía
Moral.
Capítulo
V.
Del
uso de las Potencias mentales.
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Tres cosas me propongo manifestar en este capítulo: la primera, cómo
percibimos los objetos corpóreos: la segunda, cómo conocemos los
espirituales: la tercera, cómo se ha de conocer el predominio de
cada potencia. El alma, durante la vida, está tan estrechamente
unida al cuerpo, que no puede sin él ejercitar sus propias y
naturales potencias. No entienden bien la constitución del hombre
los que atribuyen al alma operaciones intelectuales totalmente
independientes del cuerpo, pues no pudiendo jamás pensar, discurrir,
ni juzgar, sino con dependencia de las imágenes de la fantasía, que
mira como objetos inmediatos de sus conceptos, es preciso que obre
siempre con dependencia del cuerpo que ha de concurrir con los
sentidos a la producción de tales representaciones. Lo que sucede
es, que el cuerpo está dispuesto con orden maravilloso para estos
fines, a los cuales principalmente concurren los órganos de los
sentidos y los nervios. El objeto corpóreo, arrimado al órgano del
sentido, hace impresión en él y en sus nervios, por los cuales se
comunica hasta la cabeza, donde está el origen de ellos. Así que es
preciso que el celebro concurra con su ayuda al ejercicio de
las operaciones de los sentidos, no porque en él se hagan las
sensaciones, sino por las leyes de la necesaria conexión con que en
el cuerpo humano unas partes se socorren de otras, y todas juntas se
encaminan a mantener el prodigioso enlace, y a cumplir los fines que
les ha prescrito con inefable sabiduría el Hacedor de todas las
cosas. En la primera edición de esta obrita seguía yo otras máximas
en esto: mas habiéndolo escrito con más conocimiento en mis
Instituciones Médicas, allí se podrá esto ver con más extensión
(a : Instit. Medic. Phisolg. Proposic. 47 y 48, num. 187.).
Concurriendo, pues, todo lo dicho, a la presencia del objeto sensible
se sigue la sensación, y después la imagen o representación del
mismo en la fantasía.: El alma percibe distintamente los objetos por
la sensación, y por la imagen que forma de ellos en la imaginativa
los alcanza con toda claridad. Así como la sensación se hace donde
quiera que están los órganos de los sentidos, la especie, imagen, y
forma de la imaginativa se ejercita siempre en el cerebro, a quien
por los nervios se comunica la impresión que los objetos sensibles
hacen en ellos. Si están sanos los órganos de los sentidos y bien
aplicados a las cosas, la imaginativa bien constituida, y el juicio
que acompaña a estas operaciones es recto, se logra una certidumbre
entera, como se ve en la seguridad que en esto tiene, sin excepción,
todo el género humano, que se satisface y gobierna por lo que ve,
oye, palpa, &c. sin poner nadie réplica a estos testimonios
cuando son exactos. El conocimiento de la cosa que resulta de la
debida aplicación de los sentidos es el que llamamos experiencia,
fuente fecundísima de la mayor parte de las verdades que alcanzan
los hombres. Los errores que se cometen en esto, y se quieren dorar
con el especioso título de la experiencia, se explicaran más
adelante. Ya hemos visto que el entendimiento por el uso de sus
potencias hace reflexión sobre sus propios actos. Las imágenes que
se forman de estos en la fantasía no son perfectas, ni sensibles,
sino formadas por semejanza, tal vez muy remota, de las que existen
en esta potencia. Con esto, se ve que los actos del entendimiento no
son materiales, ni corpóreos, porque no tienen la solidez y fuerza
que hay en la materia y en los cuerpos para impresionar nuestros
sentidos. Tampoco tienen extensión para ocupar lugar, pues en un
solo pensamiento se incluye todo el universo. No son impenetrables,
porque en una misma proposición el predicado está incluido
claramente en el sujeto, y en los silogismos el consiguiente está
íntimamente contenido en las premisas. Separan las cosas que en si
son juntas, y unen las que están separadas, cosa que en la materia
no puede suceder.
El conocimiento que tiene el hombre del
infinito, donde se reduce a un acto indivisible todo lo que existe y
puede existir, muestra que cuanta es la extensión de las cosas está
reducida a un concepto mental distinto de todas ellas. A la vista de
estas y otras muchas reflexiones que subministran la Animástica y
Metafísica, se entiende, que hay en nosotros un principio producidor
de estos actos, el cual es de muy distinto ser y naturaleza que la
materia; porque así como conocemos las cosas materiales y corpóreas
que hay en nosotros por las afecciones perpetuamente inseparables de
ellas, como la extensión, impenetrabilidad solidez, &c. que
dexan impresion en nuestros sentidos y imágenes
en la fantasía, del mismo modo alcanzamos que hay en nuestra
constitución otro principio ajeno de las referidas afecciones, con
facultad de producir otras muy diversas, no solo en su ser, sino en
sus propiedades, de modo que para separar estos principios
constitutivos del hombre, así como al que es extenso, sólido e
impenetrable le llamamos cuerpo, porque goza de las propiedades
inseparables de las cosas corpóreas, al otro le llamamos espíritu,
porque por el general consentimiento de los Filósofos se da este
nombre al ser inmaterial, que no participa ni puede participar de lo
corpóreo, antes tiene distinta naturaleza y opuestas afecciones a
las de la materia. Este es el modo natural primitivo como el hombre,
reflexionando sobre sí mismo, conoce las cosas espirituales,
conociendo su propia alma: de aquí pasa al conocimiento de Dios,
como espíritu perfectísimo. Dentro de sí mismo tiene el hombre el
concepto del infinito, de lo eterno, de lo inmenso, no por los
sentidos sino por la reflexión. Conoce claramente que su ser es
limitado y muy ajeno de ser partícipe de aquellos objetos. Estas
consideraciones le llevan a entender, que estas cosas se hallan en
otro Ser, que es eterno, infinito, e inmenso, y que no le puede
engañar esta percepción mental, pues no descansa más el
entendimiento con la percepción de las cosas sensibles, quedando
satisfecho de su existencia cuando se le presentan, que lo queda
el juicio y la razón de las reflexiones propuestas, las cuales halla
conexas con los primeros principios que tiene en sí para juzgar
rectamente de las cosas, y son nacidas de la fuerza innata que tiene
el entendimiento para producirlas. Añádese que por la facultad
natural de juzgar alcanza el hombre, que es causa de una cosa aquello
que a su presencia hace existir otra. Conoce con mucha claridad, que
no existe por sí mismo, y por consiguiente su ser depende de otro.
Este conocimiento le extiende a las demás cosas hasta llegar, como
término donde descansa, a un Ser de infinita potencia de donde
dimanan todos los demás seres. Con estas reflexiones entiende, que
este Ser inmenso, omnipotente, y eterno es infinitamente sabio: que
piensa con infinita perfección sin poder errar: que tiene
conocimiento de todo infinitamente superior al suyo; de donde
concluye con buena razón, que este Ser supremo es espíritu puro,
perfectísimo, ajeno de todo lo corpóreo, e imposible de hallarse en
la materia. Esto no es más que mostrar el origen de nuestros
conocimientos, así de los que tienen por objeto lo material y
corpóreo, como los puros espíritus, por Io que conduce a la Lógica.
La buena Metafísica añade a estas primitivas reflexiones algunas
otras con que se ilustra más este asunto. Cuando las luces
sobrenaturales de la Fe Divina comunicada por la Iglesia Católica,
entran en nuestro entendimiento, fortifican extremamente estas
verdades naturales, y se hermanan con ellas, de modo que las nociones
que las potencias mentales producen a la ocasión de otras por su
fuerza innata, se acomodan con las luces divinas, y juntas ilustran
el entendimiento para conocer a Dios, y alabar y engrandecer sus
infinitas perfecciones. Para conocer el predominio de cada una de las
potencias mentales, es preciso suponer que un gran talento merece
llamarse así, cuando todas son grandes y cumplidas. Mas este don
celestial es muy raro, y en un siglo entero se ve en muy pocos. Una
potencia sensitiva fina, delicada, pronta, y expedita: una
imaginativa firme, fecunda, exacta, y acomodable a tantos objetos,
como se deben pintar en ella: una memoria feliz, estable y dilatada:
un ingenio agudo, extendido, claro, pronto, descubridor, y
desembarazado: un juicio sólido, recto, maduro, firme, seguro, e
incorruptible por los afectos del ánimo, son un conjunto de
preciosidades tan difíciles de encontrar entre los hombres como el
Fénix. Feliz aquel en quien concurren la mayor parte de estos
incomparables bienes, que alguna vez, aunque de tarde en tarde, envía
la Divina Providencia para manifestación de su Gloria, y bien de la
Humanidad. Siendo, pues, los hombres por lo común escasos de tantas
luces, y sugiriendo el amor propio a cada uno de nosotros, que las
tenemos todas, conviene primero que cada cual estudie y medite qué
potencias intelectuales predominan en sí mismo, y que afectos las
acompañan, para adquirir con el estudio y aplicación lo que le
falta y dominar las pasiones que corrompen el juicio. Después de
haber hecho una averiguación sana de su propio entendimiento, puede
pasar a ver cómo podrá aprovecharse de las luces de los demás.
Para esto se ha de saber, que en todas las artes Mecánicas, en que
principalmente se ejercitan las manos y el cuerpo, la potencia
sensitiva, e imaginativa predominan; porque su incumbencia es
trabajar sobre cosas sensibles, ya juntándolas, ya desuniéndolas,
ya trabándolas de mil maneras entre sí, en lo que los sentidos y la
imaginación están siempre ocupados. En la pintura, escultura,
estatuaria y otras semejantes facultades domina la imaginación, pues
de ella se vuelven a copiar las imágenes de las cosas. Los Poetas
tienen por lo común la imaginación vivaz, agitada y fuerte, el
ingenio agudo y descubridor, pero corto el juicio, porque aunque
algunos le tienen, pero son muy pocos. Los Dialécticos ocupan todo
el ingenio. Las verdaderas Ciencias y la sabiduría son obras del
juicio, porque dado que todas las potencias deben concurrir, la razón
es la que en ellas predomina. La Física pide igual aplicación de la
potencia sensitiva y de la imaginativa con el juicio, porque es
necesario percibir los objetos corpóreos con delicadeza y
distinción, tener las imágenes de ellos en la fantasía exactas,
claras, y sin confusión alguna; pero como no basta esto solo, pues
conviene además de esto combinar, para lo cual es preciso el
ingenio, y sobre todo razonar, arreglar, ordenar, y colocar cada cosa
en el punto en que lo ofrece la naturaleza, sin equivocaciones, ni
falsas atribuciones, y aplicar los principios fundamentales del
saber, en todo lo cual ha de ocuparse el juicio; por eso es menester
mucho para formarse un Físico verdadero, y por eso aunque hoy todos
hablan de la Física, no todos la entienden, ni es tanto como se cree
lo que se ha adelantado en ella. Para hacer crítica de los Autores y
aprovecharse de ellos es menester reparar, qué potencias mentales y
que afectos del ánimo los dominan; porque si escriben apasionados, o
con cortas luces del entendimiento, o sin potencias correspondientes
a los asuntos en que se empeñan, poco fruto se sacará de su
lectura; y sin este conocimiento son de poco valor los juicios que
unos Autores hacen de otros. Nos hemos valido hasta aquí de la
Animástica y Metafísica para darnos a entender con toda claridad en
lo que vamos a decir de la Lógica.