De los primeros pobladores de
España, hasta la seca de ella.
Común opinión,
y de todos recibida por cierta e indubitada, es haber
sido Tubal, hijo de Jafet y nieto de Noé,
el que, después del diluvio, vino a poblar esta tierra el año
143 después de aquella general inundación que envió Dios
para limpiar el mundo de los pecados y ofensas (que) se habían
cometido contra su divina Magestad, y 2173 años antes
de la venida de nuestro Señor al mundo: atribúyenle a él y
a Noé, su abuelo, algunos escritores las fundaciones
de algunos pueblos y aun provincias; pero esto parece
que es más para adornar los tales pueblos y provincias
(por ejemplo, Euskadi, el País Vasco, las Vascongadas, Pays Bas,
Señorío de Vizcaya, Gascones, etc.), dándoles tal fundador,
que porque entiendan ser así verdad; pero como es en cosa tan
antigua, ni nadie lo puede afirmar con certeza, ni convencer a los
que tal dicen de mentira.
Solo parece ser lícito y permitido
consagrar los orígenes y principios de pueblos famosos a varones
insignes en virtud y armas; y lo fuera mucho más, si haciendo esto,
se pudieran excusar muchas fábulas y ficciones que en
semejantes casos se suelen mezclar con lo que tiene alguna sombra de
verdad. Fray Annio de Viterbo quiso escudriñar de tal
manera los primeros reyes y señores de España
que reinaron en ella desde Tubal hasta la seca
de ella, afirmando cosas nuevas y hasta entonces nunca oídas, que
muchos las tuvieron por fábulas e invención de aquel autor, que en
esta materia quiso alargar la pluma más que otro ninguno de los que
escribieron antes de él, afirmando por ciertas, cosas que
muchos las tienen por fabulosas; y fue tal su suerte y
ventura en esto, que luego fue recibida esta su invención
de muchos de los que escribieron historias generales de
España, después de la edición de aquel su Beroso,
sin reparar en aquello que él había escrito, teniéndolo todos por
cosa cierta e indubitada; y así no cayeron en la cuenta,
hasta que, mirando mejor y averiguando sus historias,
se conoció el engaño. Luis Vives, en su libro De
tradendis disciplinis, siente tan mal de este autor y de sus
reyes fingidos, que dice estas palabras: Libellus
circumfertur, Berosi Babylonii título, de eadem re;
sed commentum est, quod indoctis et oliosis hominibus mirè
allubescit, cujusmodi sunt Xenofontis equivoca, tum
Archilochi, Catonis, Sempronii et Fabii
Pictoris fragmenta, quae eodem sunt libro ab Annio Viterbiensi
conferruminata, commentisque reddita magis ridicula; non quin insint
in eis quaedam vera, nam alioqui frontem non haberet narratio; sed
ipsum historiae corpus commentitium est, nec illius cujus titulum
mentitur; como si dijera: un libro corre agora con capa de
Beroso Babilónico, que es una manifiesta patraña que
ha sonado bien a los oídos de los indoctos y poco estudiosos:
de la misma mano son los equívocos de Jenofonte y los
fragmentos de Archiloco (archi
+ loco), Caton, Sempronio y Fabio Pictor (cipotr,
picture), que fueron engendrados con el Beroso (de
veritas, verp, verdadero, veroso; juego de palabras con mentiroso)
por fray Juan Annio de Viterbo, y vestidos de sus comentarios,
con que han acabado de ser del todo libros de burla; no porque
no tengan algunas verdades (que de otra manera fuera haberse
jugado la vergüenza aquel autor), sino porque el cuerpo de aquella
historia es una pura imaginación, y no hija del padre
que allí se menta. Este fray Annio, en este su libro, que él
intitula Beroso, hace mención de veinte y cuatro o más
reyes que, después del universal diluvio, reinaron en
España, descendientes de Tubal, hijo de Jafet y
nieto de Noé, a quien todos los autores llaman poblador
de España; y aunque entre ellos mete algunos que, según los
más autores, fueron verdaderos reyes; pero los más de
ellos son tan incógnitos y extraordinarios, que, antes
que él sacara aquel su libro, ninguna memoria ni noticia se tenía
de ellos; porque lo que no es no se sabe ni llega a
noticia de los que saben, y es indubitado que,
si fuera verdad lo que él inventó, halláramos
memoria de ellos en los autores antiguos que
florecieron antes de este fray Annio, que vivía en tiempo de
los reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, a quienes lo
dedicó, y con que vino a ganar aquel libro muy grande reputación
y crédito, porque no se había de pensar que osara aquel
ni otro autor dedicar a aquellos reyes obra que
no fuese muy cierta y averiguada, pues como a tal, y no
como a libro de caballerías o fabuloso, se publicaba: y don
Antonio Agustín, en sus diálogos, muestra sentirse
que este autor y Ciríaco Anconitano se hayan querido burlar
de los españoles, fingiendo hechos de España del
tiempo de Noé y Tubal, con una orden tan particular de
los reyes que reinaron después del diluvio,
como si fueran de poco tiempo acá, atribuyéndoles las fundaciones
de los mejores pueblos de ella: y lo bueno es, que ha adquirido este
libro tal opinión, que ya no hay historia de España, ni
fundación de ciudad semejante al nombre de aquellos
reyes, sin Beroso, Megastenes y fray Juan
Annio de Viterbo que los puso en el mundo; y “no habíamos,
dice don Antonio Agustín, de ser tenidos en tan poco los españoles,
que se atreviesen estos italianos a darnos a entender que
habían pasado por acá cosas que ellos habían visto, y que
ni nosotros ni nuestros antiguos autores habíamos sabido
hallar;» y así, siguiendo la opinión de los dichos dos autores, de
Rafael Volaterrano, del padre Mariana, de la Compañía de Jesús; de
Gaspar Escolano en su historia de Valencia, de fray Gerónimo
Román, del doctor Peña en la historia de Toledo, y del padre
Antonio Posevino, de la Compañía de Jesús, con los demás autores
que él alega en su opinión, dejaremos estos reyes y sus
cosas, pues no hallo autor, ni entiendo le haya, que escriba ni diga
en particular quién fue rey o señor de estos pueblos
Ilergetes en el espacio de mil noventa y dos años que
corrieron desde el universal diluvio, que sucedió a los 1657
años de la creación del mundo, hasta la seca de
España, según la cuenta de Garibay, ni se halle cosa
ni suceso particular de ellos en que habernos de detener, hasta la
seca de España.
Sucedió esta seca y esterilidad
en estos reinos, según la opinión del dicho autor, a los
1030 años antes del nacimiento del Señor, aunque hay
otros autores que la ponen en otro año: lo cierto es haber sido uno
de los mayores castigos que sabemos haber Dios señor nuestro enviado
sobre ella, porque estuvo veinte y seis años sin llover, y
quedó del todo despoblada, y no hubo en ella cosa verde, sino
fue en las riberas del Ebro y Guadalquivir; y aunque
fue daño común para todos los del reino, pero más lo
sintieron los ricos que los pobres, porque estos a los primeros años
se salieron de la tierra, pasándose a África, Francia y otras
partes; y algunos afirman que en los Pirineos se recogieron
muchos, donde no sintieron tanto aquella gran sequedad; pero
los ricos aguardaron lluvia hasta más no poder, y siendo el
cielo tan duro, quisiéronse salir de la tierra y pasar a otros
reinos, como habían hecho los pobres más en tiempo, pero no
pudieron por las grandes aberturas de la tierra, causadas de la gran
sequedad de ella, ni aun hallaron qué comer, porque todos los
frutos de la tierra estaban acabados. Perecieron entonces
todos los príncipes y más poderosos de ella, y quedó
este miserable reino perdido y del todo acabado, sin quedar en
él persona alguna, ni bestia irracional. Sobrevinieron también
tales vientos, que arrancaron todos los árboles y levantaron
polvoredas estrañas, y el viento llevaba el polvo de unas
partes a otras, como mueve la tierra en África; y si estos vientos
hubieran sucedido al principio, fuera menos mal, pues henchidas las
grietas y aberturas que había hecho la sequedad, pudieran
pasar los ríos que salían de ellas; pero por haber sucedido
después, cuando eran ya todos acabados y muertos, no fue de provecho
el llenarse las aberturas. Pasados estos veinte y seis años,
se apiadó Dios de ellos y envió agua y rocío del
cielo, con grande abundancia, y la tierra reverdeció y volvió
a dar apacibles y abundantes frutos, y se volvió a poblar así como
de antes.
Bien veo que hay autores que tienen esta sequedad
por cosa dudosa, y no les faltan fundamentos; pero es tan recibido de
todos este suceso, que ya es común opinión, y más cierta y
verdadera que no la de los reyes que antes de ella reinaron
en España.