Vienen diversas gentes a España,
llamadas de las grandes riquezas que descubrieron los incendios
de los montes Pirineos, y lo que padecieron los
naturales de ella.
Pasado el trabajo que Dios había enviado
a la mísera España, y regada aquella con las lluvias
abundantes que vinieron del cielo, fue ocasión que gran muchedumbre
de gente extranjera viniera a poblarse en ella,
acordándose de la prosperidad que en tiempos pasados habían visto
en los fértiles campos de ella, y de la gran riqueza de que esta
provincia abundaba. Vinieron pueblos enteros, y cada cual
tomaba aquella parte de tierra que entendia ser mejor para la
comodidad de los ganados o para la labor de la tierra:
vinieron
entonces muchas familias de los mismos españoles que se
habían salido en el tiempo de la seca, y cobraron lo que
habían dejado cuando se salieron de ella; y entraron también los
Celtas (1: Plinio, lib. 3, c. 1.), Egipcios, Milesios,
Lidios, Tracios, Rodios, Troyanos,
Cipriotas, Fenicios, Persas, Carios,
Lesbios, Focenses y otras muchas gentes que dejaron
varias fundaciones de pueblos y ciudades, que traen los autores de
las historias generales de España. Al principio que estas
gentes y naciones entraron en España, sucedió
aquel incendio tan nombrado de los Pirineos, que
algunos atribuyen a descuido de ciertos pastores; otros que fue acaso
para quemar los árboles y matorrales con intento de desmontar y
romper los campos, para que se pudiesen cultivar y habitar, y
apacentar en ellos los ganados. Este fuego lo encendieron sobre lo
último de ellos, no temiendo el daño que después sucedió, y fue,
que la llama prendió de tal arte, que muy gran trecho de las
montañas ardieron muchos días, y con la calor demasiada se
rompieron las peñas de los valles y recuestos, y echaban de sí
tales ondas y grupadas de fuego, que no se puede imaginar cosa más
espantable y temerosa. Vióse de la mayor parte de España el
incendio, y pocas provincias hubo en ella de donde no se divisasen
las llamas o la calina, con toda la sobra de su calor; y no
solo se quemaron los árboles y las piedras, yerbas y verdura,
sino también las venas de los metales escondidos en el
corazón y entrañas de aquellos montes, porque se derritieron a
todas partes con grandes arroyos de plata, y corrieron desde
lo más alto a lo más bajo de aquellos montes con abundancia
maravillosa, forzados del ardor excesivo, y penetró por los mineros
adentro; y a la fama de tal suceso acudieron muchas de las dichas
naciones a gozar de la riqueza de este reino, que era
tanta, que se puede comparar con lo que se saca de las Indias;
porque si en aquellas tierras se han hallado en su principio pedazos
de oro en mucha abundancia, lo mismo sucedió en España en
estos siglos; y por eso dijo Plinio (Lib.3.c.3): Argenti et auri
tota ferè Hispania scatet; y Apiano, referido
por Marineo Sículo, dice: Hispania quoque, terra ferax
auri et argenti, gemmarum ac metallorum: y Lucio
Floro, al fin del cuarto libro, hablando de ella, dice: Natura
regionis circa se omnis aurifera, minisque ef chrysocollae et
aliorum colorum ferax: y Estrabon (1: Lib. 3. ), De Situ orbis, libro
tercero, dice: Montes extant auri et argenti, habentes indaginem,
quam metalleam nuncupant; y de aquí es llevar los ríos de Noguera
Pallaresa y Segre arenas de oro, por estar llenas de él las
entrañas de los Pirineos, que son aquellos montes de donde
salen estos ríos que traviesan el condado de Urgel.
Este
incendio de los Pirineos fue muy notorio a los antiguos autores, y
Aristóteles hace memoria de él (2: Arist. De Mirabilibus
Ausculta. ), diciendo: «dicen que en España quemaron los
pastores en ciertos tiempos los montes, y que se calentó con el
fuego de tal manera la tierra, que se derritió la plata; y
como sobreviniesen terremotos, hiciéronse grandes grietas en
la tierra, y por ellas cogieron mucha cantidad de plata, de la
cual tuvieron grandes provechos los vecinos de Marsella.» Y
Diodoro Sículo lo refiere (3: Lib. 6., Bibliothe. cap. 9. ),
diciendo: «los montes que llamaron Pirineos son superiores a
otros en longitud y altura, porque desde el mar del mediodía,
(midi francés) hasta el océano del septentrión,
dividen a España de Francia, y también se extienden
por la Celtiberia más de tres mil estados: están
llenos de selvas, y refieren, que en tiempos antiguos les pusieron
fuego los pastores, y se abrasaron todas estas montañas, y por esta
causa se llamaron Pirineos. Durando el fuego muchos
días, corrieron arroyos de plata, que compraron a vil precio
después los mercaderes fenicios de los naturales de la
tierra, que no conocían el valor de este metal, y lo llevaron a
Grecia y Asia, y adquirieron con él hartas riquezas; y de aquí
quedó a aquellos montes el nombre de Pirineos, que les dieron
los griegos moradores de España, y ha durado hasta el
día de hoy, porque aquella palabra pyr, en griego,
significa fuego. (pyros, pirómano)»
Entonces
quieren algunos hubiesen venido a ella el gran poeta Homero y
Hesiodo, que florecieron en el año 1140 antea del nacimiento de
Jesucristo señor nuestro, según Casiodoro, y lo refiere
Herodoto en su vida. La venida de Nabucodonosor, rey
de Babilonia, con muchos hebreos, persas y caldeos,
fue por estos tiempos; y todos venían por gozar de las grandes
riquezas de este reino (sojuzgando a sus naturales), que eran
en tanta abundancia, que, a más de lo que he dicho, de sus riquezas
dice Estrabon (Lib. 3, De Situ orbis.), que había en ella
montes de oro y plata, y que causaba admiración la destreza de los
españoles en beneficiar las minas de que está lleno todo el reino.
Y después, hablando el dicho autor de la ventaja que hay de los
metales de España a los de Francia, dice: que se hallan pedazos de
oro de a media libra, sin haber necesidad de acrisolarlos, y
que ha acontecido quebrar las piedras y hallar dentro pedazos de oro
del tamaño y forma del pezon de una muger, como sucedió
también en tiempo de los reyes Católicos en las Indias.
Y en otra parte dice: que del interés de las minas había hombres
que solían sacar cada tres días un talento, que, según la
cuenta de Ambrosio Morales, vale seiscientos ducados de
doce reales; y Posidonio, autor griego, referido por Celio
Rodigino (Rodeg., lib. 10, c. 22.), ponderando estas riquezas, y
hablando del incendio de los Pirineos, dice: que todos los
montes y collados de España dan materia para acuñar moneda, y que
quien considerare esta tierra, hallará que es un erario de tesoro y
una fuente perpetua de metales, y que Pluton, dios de las
riquezas, mora en sus entrañas, y más en particular en los montes
de los pueblos Ilergetes; pues los ríos que de ellos salen
llevan arenas de oro, dando indicio y cierta señal de
lo mucho que hay escondido en el centro de ellos. De estas riquezas
de España hablan las divinas letras en los Macabeos (1),
diciendo: Et audivit Judas nomen romanorum, quia sunt
potentes viribus, …. et quanta fecerunt in regione Hispaniae,
et quod in potestatem redegerunt metalla argenti et
auri, quae illic sunt, et possederunt omnem locum consilio
suo, et patientia. Y Diodoro Sículo las encareció más
que todos, y con grandes exageraciones; y por ser tanta la abundancia
de él, era muy poco estimado de los naturales: y dice Aristóteles
como cosa notable, que los antiguos fenicios navegaron a
Tarteso, que era a las riberas del río Guadalquivir, y
que los españoles les dieron tanta plata en trueque
de aceite y otras mercaderías viles (2), que no cupo en los navíos,
y así se vieron obligados, al partir, de hacer de plata todos
los vasos ordinarios, hasta las áncoras de los navíos; y así
tengo por indubitado, que toda aquella abundancia de oro y
plata que había en Jerusalén en tiempo de Salomón,
referida por la sagrada Escritura (3), toda era de España,
que era la tierra más abundante de estos metales que se
conocía en aquellos siglos, y no solo de esto, pero aun de pavos,
dientes de elefantes y monas, que traían apuellas
(aquellas) flotas; porque pudo ser que se criasen en ella
entonces y abundase de estos animales, así como carecía de
aceite, cosa de que ahora tanto abunda; que largo espacio de
tiempo todo lo puede mudar, y así como vemos hoy acabadas y sin
beneficiarse las minas, es muy verisímil (verosímil)
se acabase la especie de estos animales, que tan poco conocidos y
naturales son hoy en ella.
(1) Macab., lib. 1, c. 8.
(2)
Arist., De Mirabilibus Ausculta. in fine.
(3) Lib. 3 de Los
Reyes, c. 10; y en el Paralipómenon, lib. 2, c. 9.
Todas
estas venidas de gentes extranjeras no eran por amor que
tuviesen a esta nuestra España y a sus naturales, sino para su
provecho e interés de ellos; y así se puede considerar, qué
agravios, qué opresiones, qué tiranías usarían con los naturales,
porque el mejor rey, si es estraño pone en trabajo a
sus estados, y cuando ame como debe a sus vasallos,
siempre trae consigo ministros y privados de otros reinos,
que todos son a maltratar y despojar la provincia que
gobiernan, y más si no hallan en ella resistencia tal que les
sirva de freno a sus ambiciones y codicias. Vímoslo en las
Indias. ¡Qué de daño recibió aquella gente de los que fueron
a la conquista de aquellos reinos Cuántos acabaron
míseramente en el labor de las minas, sacando oro y plata
y trayendo cargas de unos lugares a otros, como lo refiere fray
Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa, (Chiapas)
que cuenta cosas nunca oídas ni escritas! (Alejandro Magno fue un
bonachón y campechano). Pues lo mismo pudieron nuestros
españoles, señoreados de tantas y tan diversas
naciones; y es cierto, que habiendo naturales de la tierra,
(alguno habría antes que esos, aunque fuesen los macacos de
Gibraltar) no habían ellos de trabajar en sacar las minas y
beneficiar los metales que salían de ellas (hombre, hay que
aprovechar las cualidades genéticas de los nietos de Noé), y es
muy verisímil que muchos fenecieron sus días en
aquellos insoportables trabajos (como los mineros de Asturias en
el siglo XXI, o los buscadores de diamantes de África): así
que, lo que les había de hacer ricos y prósperos, les hizo pobres y
abatidos, mayormente, que ni ellos conocían el valor del oro
y su estima, así como los de las Indias que por cascabeles,
espejos, y otras bujerías semejantes daban cantidades de oro
notables; y estos, sin duda trabajaron tanto en sacarlo de la tierra,
que lo acabaron del todo, o se acabaron los que trabajaban las minas,
pues después de salidos los romanos, no se sacaba ya cosa de
consideración ni de valor, y después de la venida de los moros
en ella, hasta los reyes Católicos, que descubrieron
las Indias, (ellos no, un Pinzón) hubo tanta penuria
en estos reinos de estos metales y de moneda,
que fue necesario hallar los cornados, blancas,
maravedises, ardites, dineros, pugesas,
mallas y otras monedas de poco valor y precio, que usaron y
aun quedan en Castilla y Corona de Aragon, donde
no se contaba por escudos y ducados como ahora, sino
por sueldos; así que, quien tenía mil sueldos de renta
era riquísimo, cosa que hoy apenas basta para la vida y
sustento ordinario de un hombre: y esta falta de oro y plata
nació de la solicitud y codicia que pusieron estas naciones
bárbaras y extranjeras en llevarse estos preciosos metales, y de
acabarse los que los sacaban y trabajaban en ellos, como será muy
contingente no suceda lo mismo en los dilatados reinos de las
Indias; y después que fueron acabados los naturales de
España, se valieron de esclavos; y en tiempo de los
romanos estos eran los que trabajaban en esto, porque ya no se
encomendaban a hombres libres, ni había quien se pusiese en
tan peligroso trabajo por solo el jornal ordinario, porque el
riesgo de la vida era evidente, y así solo los esclavos y
forzados se ocupaban en este mortal ejercicio:
y se
halla, que en las minas de Cartagena trabajaban cuatrocientos
esclavos, y en esto metían a los que tomaban en la guerra, y
condenaban a los que habían cometido delitos, y enviaban a ellas
muchos de los santos mártires de Jesucristo señor nuestro, según
vemos en todas las historias eclesiásticas, que era lo que decían
dari ad metalla, y era pena muy usada, por tener muchos que
sacar: y si el día de hoy no se benefician en España, es lo uno,
por lo mucho que viene de las Indias, a costa y sudor de los
naturales y esclavos de aquellos reinos; y lo otro, por haber faltado
la mucha gente que había en España, y quedar esta provincia muy
despoblada, y los delincuentes que la justicia condena y esclavos que
se toman, haberse de emplear en el servicio de las galeras. Y
si después de haber tantos años que este ejercicio es acabado, y
quedar las minas ya perdidas, sin saberse dónde están, ni cuidar de
ello los naturales, los ríos del condado de Urgel y sus pueblos
ilergetes llevan aún arenas de oro, y estas con
abundancia; se infiere de aquí, qué ricos y abundantes de ello
serían estos pueblos en aquellos tiempos, y qué trabajos padecerían
los naturales de ellos con las venidas de tantas y tan bárbaras
naciones y gentes.