Capítulo
V.
De
los errores que ocasionan el ingenio y memoria.
72 Ya hemos
explicado en el primer libro, que hay en el hombre una potencia de
combinar las nociones simples y compuestas, a la cual hemos llamado
ingenio, y de quien es propio combinar las cosas de mil maneras
diferentes. Ahora mostraremos de cuántas maneras caemos en el error
por ser ingeniosos. El ingenio de dos modos suele ocasionar el error,
es a saber, o por muy grande, o por pequeño. Cuando el entendimiento
percibe las cosas sin penetrar las circunstancias que las acompañan,
o sus maneras de ser, o sus propiedades inseparables; o por decirlo
en una palabra, no penetra más que la corteza de las cosas, sin
alcanzar el fondo, se siguen mil errores y engaños, porque el juicio
no puede ser atinado con tan poca noticia como subministra el
ingenio; y por eso los que son naturalmente de poca comprensión sin
hacer combinaciones copiosas, y los que no aguzan el ingenio, o con
la buena crianza, o con el trato civil, o con el ejercicio de las
Artes y Ciencias, son rudos y desatinados, porque juzgan de las cosas
sin haber penetrado en todos los senos de ellas. Por esto la gente
vulgar en sus juicios no suele pasar de la superficie de las cosas.
Los grandes ingenios si no los acompaña un buen juicio, suelen caer
en errores de mayor consideración que los pequeños. Algunos Herejes
han sido muy ingeniosos, pero la falta de juicio los ha hecho errar
neciamente. Y de ordinario cuando un hereje tiene ingenio penetrante,
es más obstinado, y sus errores son más disimulados, porque el
ingenio con la abundancia de combinaciones los encubre, los adorna, y
los representa con otros colores que los que les corresponden. Por
esta razón tanto mayor ha de ser la cautela con que se han de leer
los libros de los Herejes, cuanto estos son más ingeniosos.
73
A veces los errores que ocasiona el ingenio son solamente
filosóficos. Cartesio tuvo un ingenio singular, y el juicio no fue
igual al ingenio. Cuando dejaba correr libremente el ingenio, solía
escribir cosas, que más parecían sueños que realidades, porque era
fecundísimo en combinar: tales son muchísimas de las que propone en
los principios filosóficos. De Caramuel dice Muratori, que mostró
un ingenio grande en las cosas pequeñas, y pequeño en las grandes.
Raymundo Lulio tuvo buen ingenio, y muy poco juicio. Su Filosofía no
es a propósito sino para ejercitar la charlatanería, y con ella
ninguno sabrá más que ciertas razones generales, sin descender
jamás al caso particular. Todo su estudio consistía en reducir las
cosas, qualesquiera que sean, a lugares comunes, a sujetos y
predicados generales, que puedan convenirles, y de este modo habla un
Lulista eternamente, y sin hallar fin; pero con una frialdad, y con
razones tan vagas, que apenas llegan a la superficie, y a lo más
común de las cosas. En efecto un Lulista podrá amplificar un asunto
mientras le pareciere; pero después de haber hablado una hora, nada
útil ha dicho. Redúcese, pues, a ingenio todo el arte de Lulio;
pero el juicio no halla de que poderse aprovechar. Este mismo
concepto hacen de Lulio muy grandes Escritores, y en especial
Gasendo, y Muratori; pero si a alguno de mis Lectores le parece
áspera la censura, ruego que vea las Oras
de Lulio, y que medite sobre lo que llevo dicho, que creo se
convencerá.
(Nota del editor:
Aconsejo leer Obras rimadas de Ramon Lull, escritas en idioma catalan-provenzal. Textos originales y traducción parcial al
castellano por Gerónimo Rosselló, mallorquín, como Raymundo Lulio.
Lo he editado, está online en regnemallorca.blogspot.com y
chapurriau.blogspot.com)
74 En
las escuelas se tratan muchas cuestiones en que se aguza el ingenio,
y no se perfecciona el juicio. La gran cuestión de la transcendencia
del ente, la del ente de razón, la del objeto o formal de la Lógica,
la de la distinción escótica, y otras semejantes, son puramente
ingeniosas, interminables y vanísimas. El juicio nada tiene que
hacer en ellas, porque no hay esperanza de hallar la verdad, y una
vez hallada, aprovecharía muy poco. Yo nunca alabaré que se haga
perder el tiempo a la juventud, entreteniéndola en tales
averiguaciones, que aunque son ingeniosas, pero son inútiles.
Convengo yo en que alguna vez a los jóvenes se han de proponer
cuestiones con que ejerciten el ingenio; pero si esto puede hacerse
de modo que se aguce
(agudice)
el ingenio, y se perfeccione
el juicio, será mucho mejor; y no hay duda que puede entretenerse la
juventud en algunas disputas en que se consigan ambas cosas. El P.
Mabillon fue varón docto y juicioso, y en sus Estudios Monásticos
aconseja, que se eviten semejantes cuestiones, porque no solamente
son inútiles, sino que obscurecen la verdad.
Y es de notar, que
el habituar los jóvenes a estas cuestiones suele ocasionar algún
daño: porque los hace demasiadamente especulativos, y a veces tan
tercos, que el hábito que contraen en ellas, le conservan en otros
asuntos; y como el amor propio no cesa de incitarlos a su elevación,
por eso nunca se rinden, antes estas cuestiones especulativas los
hacen vanos y porfiados. Además de esto siempre he juzgado que el
tiempo es alhaja muy preciosa, y que siendo tanto lo que sólidamente
puede aprenderse, es cosa ridícula emplearlo en cosas vanas, en que
resplandece el ingenio, y no el provecho (a), ni la enseñanza.
Algunos suelen celebrar con alabanzas extraordinarias la carroza de
marfil que hizo Mirmecidas con cuatro caballos y el gobernador de
ellos, tan pequeña, que la cubrían las alas de una mosca; las
hormigas de Calicrates, cuyos miembros no distinguían sino los de
perspicacísima vista, y otras cosas maravillosas por su pequeñez
(b). Mas yo acostumbro medir las alabanzas de estas cosas por el
provecho que puede sacarse de ellas; y así me parece muy fundado en
razón lo que dice Eliano hablando de esto, es a saber, que ningún
hombre sabio puede alabar tales obras, porque no aprovechan para otra
cosa, que para hacer perder vanamente el tiempo (c). Es verdad que en
ellas resplandece la destreza, e ingenio del Artífice; pero yo nunca
alabo solamente a un hombre por su ingenio, por grande que sea, sino
por su juicio.
73
Por lo general ninguno hace mayor ostentación del ingenio, y con
menos provecho que los Poetas, en especial los de estos tiempos.
Cicerón observó muy bien, que no hay ningún Poeta a quien no
parezcan sus poesías mejores que qualesquiera otras; y si hubiera
vivido en nuestros tiempos, hubiera confirmado con la experiencia la
verdad de su observación. A los Poetas se les debe la gloria de
haber sido los primeros que trataron las Ciencias con método. Pero
ya en lo antiguo sucedía lo mismo que ahora, pues en aquel tiempo
había muy pocos Poetas buenos (d), y muchos malísimos.
(a)
Nisi utile est quod facimus, stulta est gloria. Phedr. lib. 3. fabul.
17.
(b) Feyjoó t. 7. disc. I. p. I. 2. &c.
(Nota
del editor. Andrés Piquer no veía la futura utilidad de estas
miniaturas, por ejemplo, el microchip, o la nanotecnología, pero
intenta desprestigiar a Ramon Lull, que en 1300 ya sabía Medicina,
Lógica, y varias Artes.)
(c) Non aliud revera sunt, quam
vana temporis jactura. Aelian. lib. I. Var. hist. cap.17.
(d)
Vere mihi hoc videor esse dicturus, ex omnibus iis, qui in harum
artium studiis liberalissimis sint doctrinisque versati, minimam
copiam Poetarum egregiorum extitisse. Cic. de Orat. lib. I. pág.
255.
Piensan
algunos, que para ser buen Poeta no es menester más que hacer
versos, y darles cadencia; y la mayor parte de los que juzgan,
solamente se contentan del sonido y tal cual agudeza de ingenio. Y se
ha de tener por cierto, que para ser buen Poeta es menester ser buen
Filósofo. No entiendo por Filósofo al que sabe la Filosofía en el
modo que se enseña en las Escuelas, sino al que sabe razonar con
fundamento en todos los asuntos que pueden tocar a la Filosofía. Así
será necesario que el Poeta sepa bien la Filosofía Moral, y sin
ella nada puede hacer que sea loable, porque no sabrá excitar los
afectos, ni animar las pasiones, que es una de las cosas principales
de la Poesía. Muchos de nuestros Poetas, y algunos de los antiguos
supieron muy bien excitar al amor profano; pero en esto mostraron su
poco juicio, porque nunca puede ser juicioso el Poeta que excite los
afectos para seguir el vicio, antes debe ser su instituto animar a la
virtud; y no hay que dudar, que si los Poetas supieran hacerlo, tal
vez lo conseguirían mejor que algunos Oradores, porque los hombres
se inclinan más a lo bueno, si se les propone con deleite, y esto
hace la Poesía halagando el oído. Ha de saber el Poeta la Política,
la Económica,
(economía)
la Historia sagrada y profana. Ha de saber evitar la frialdad en las
agudezas: ha de ser entendido en las lenguas: ha de saber las reglas
de la Fábula y de la invención. Ha de conocer la fuerza de las
Figuras, y en especial de las Traslaciones. Ha de hablar con pureza y
sin afectación: y en fin ha de tener presentes las máximas que
propone Aristóteles en su Poética, y saber poner en práctica los
preceptos que han usado los mejores Poetas. Pero hoy vemos que todo
el arte se reduce a equívocos fríos, a frases afectadas, a
pensamientos ingeniosos, sin enseñanza ni doctrina; y aún hay
Poetas celebrados, que no observan ninguna de las reglas que propone
Horacio en su Arte Poética, y no adquieren el nombre sino por la
poca advertencia de los que lo juzgan, y porque ellos mismos dicen
que son excelentes Poetas (a : Nunc satis est dixisse: Ego mira
poemata pango. Hor. Art. Poet. v. 416.). Descendiera en esto más a
lo particular, si no temiera conciliarme la enemistad de muchos
alabadores de los Poetas recientes.
76 Siendo, pues, cierto,
que el juicio ha de gobernar al ingenio para que este aproveche, será
necesario saber, que los que profesan las Artes y Ciencias no deben
tener otro fin, que aprender, o enseñar la verdad y el bien, y que
toda la fuerza del ingenio ha de ponerse en descubrir estas cosas, y
esclarecerlas para evitar el error y la ignorancia. Bien puede el
ingenio buscar a veces lo deleitable, pero ha de ser con las reglas
que prescribe el juicio, y haciéndolo servir solamente para que con
mayor facilidad se alcance lo verdadero, y se abrace lo bueno. Según
estos principios, han de desecharse todas las obras de ingenio que
deleitan y no enseñan, y que ponen toda su fuerza en agudeza
superficial, que no dura sino el tiempo que se leen, u oyen (a).
77
La memoria si no está junta con buen juicio es de poca estimación,
porque importa poco saber muchas cosas si no se sabe hacer buen uso
de ellas. El vulgo esta engañadísimo creyendo que son grandes
hombres los que tienen gran memoria: y de ordinario para significar
la excelente sabiduría de alguno, dice que tiene una memoria
felicísima. A la verdad cuando a un juicio recto se junta una
memoria grande, puede ser muy útil, y creo yo que necesita el juicio
del socorro de la memoria para valerse de las especies que tiene
reservadas; pero no hay que dudar, que por sí sola merece poca
estimación. Admirablemente dijo Saavedra en su República literaria:
Muchos buscaban el eléboro, y la nacardina para hacerse memoriosos,
con evidente peligro del juicio; poco me pareció que tenían los que
le aventuraban por la memoria, porque si bien es depósito de las
Ciencias, también lo es de los males; y fuera feliz el hombre, si
como está en su mano el acordarse, estuviera también el olvidarse
(b).
La memoria deposita las noticias y retiene las imágenes de
los objetos; así se hallan en ella todas las cosas indiferentemente,
y es necesario el juicio recto para colocarlas en sus lugares. Es la
memoria como una feria donde están expuestas mercancías de todos
géneros, unas buenas, otras malas; unas enteras, otras podridas;
pero el juicio es el comprador, que escoge solamente las que merecen
estimación, y hace de ellas el uso que corresponde, y desecha las
demás. Es verdad que si no hay abundancia y riqueza, poco tendrá
que escoger. Algunos leen buenos libros, estudian mucho, y no pueden
hablar cuando se ofrece, porque la memoria no les presenta con
prontitud las nociones de las cosas. Estos por lo ordinario se
explican mejor por escrito, que de palabra.
(a)
Nihil est infelicius, quam in eo in quo minimum proficias, plurimum
laborare. Menk. Charl. p. 224.
(b) Rep. Lit. p.3. edic. de Alcalá
1670.
Muchos
han inventado diversas Artes para facilitar la memoria, y se
aprovechan de ciertas señales, para que excitándose en la fantasía,
se renueven los vestigios de otras con quien tienen conexión. Pero
la experiencia ha mostrado el poco fruto de semejantes invenciones; y
sabemos ciertamente, que nada aumenta tanto la memoria como el
estudio continuado; y es natural, porque la continua aplicación a
las letras la ejercita, con lo que contrae hábito y facilidad de
retener las nociones, que es su propia incumbencia. Lo que algunos
dicen de la anacardina es fábula y hablilla que se ha quedado de los
Árabes, gente crédula y supersticiosa.
(Nota
del editor: ¿También Avicena – Ibn Siná – era crédulo y
supersticioso?)
78 Resta ahora
explicar los desórdenes que acompañan a una gran memoria cuando
está junta con poco juicio, y mostrar cuán poco estimables son los
Autores en quien resplandece solamente aquella potencia. Cleóbulo
está continuamente leyendo, en todo el día hace otra cosa, tiene
una memoria admirable. ¿Quién no pensará con estas buenas
circunstancias, que Cleóbulo ha de dar al público alguna obra
estimable? Luego vemos que nos sale con una Floresta, o Jardín, o
Ramillete de varias flores, y acercándose, y mirándole de cerca, no
hay en su jardín sino adelfa y vedegambre. Hay algunos que no están
contentos si no hacen participantes a los demás de lo que ellos
saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus
escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, o falsas; y si
bien se repara, en semejantes libros no hay más que molestas
repeticiones de una misma cosa.
Yo confieso, que apenas hay Autor
que no se aproveche de lo que otro ha escrito; pero los que son
buenos añaden de lo suyo, o a lo menos dan novedad, y método a lo
ajeno (a); mas esto no saben hacerlo sino aquellos que a la memoria
añaden buen juicio (b).
(a)
Res ardua, vetustis novitatem dare, novis auctoritatem, obsoletis
nitorem, obscuris lucem, fastiditis, gratiam, dubiis fidem, omnibus
vero naturam, & naturae suae omnia. Plin. Hist Nat. lib. I. p. 3.
n. 25. tom. I.
(b)
Mandare quemquam literis cogitationes suas, qui eas nec disponere,
nec illustrare sciat, nec delectatione aliqua allicere lectorem,
hominis est intemperanter abutentis, & otio, & literis. Cic.
Q.Tusc. lib. I.cap. 5.
Otros
quieren parecer sabios, teniendo en la memoria buena copia de
Autores, y los nombran y citan para mostrar su estudio. Pero el haber
visto muchos libros no hace más sabios a los hombres, sino haberlos
leído con método, y tener juicio para conocer y discernir lo bueno
que hay en ellos, de lo malo. No saben estos más, que los niños, a
quien se hace aprender de memoria una serie de cosas, que la dicen
sin saber lo que contiene, ni para qué aprovecha. No hay cosa más
fácil que citar una docena de Autores sobre cualquier asunto, porque
para esto están a mano las Polianteas, los Diccionarios, las
Misceláneas, los Teatros, y otros semejantes libros, en que está
hacinada la erudición sin arte, sin método, y sin juicio. Dijo muy
bien el P. Feyjoó, que el Teatro de la vida humana, y las Polianteas
son fuentes donde pueden beber la erudición, no sólo los
racionales, sino las bestias (a : Feyjoó Theat. Crit. disc. 8. §.
7. n. 31. p. 192. tom. 2.).
Bien pudieran entrar en este número
muchos Diccionarios y Bibliotecas. Con todo, este es el siglo de los
Diccionarios, y muchos de los que hoy se llaman sabios no estudian
otra cosa que lo que leen en los innumerables Diccionarios, de que
estamos inundados. La mejor parte de tales libros, aunque son de la
moda, se escriben sin exactitud, y todos sin los principios
fundamentales de lo que tratan. Por esto, los que sólo saben por
ellos, son entendimientos que se satisfacen de la memoria, sin
ejercitar el ingenio ni el juicio; siendo cierto, que semejantes
libros sólo pueden aprovechar en tal cual ocasión a los hombres de
mucha lectura y de atinado juicio, o para tener a mano una especie, o
para volver a la memoria alguna cosa que se había olvidado.
79
En la Medicina son infinitos los libros de erudición desaliñada, y
sólo a propósito para cargar la memoria. No hay Autor que haya
recogido más noticias, ni cite con mayor frecuencia que Etmullero;
pero es Escritor de pequeño juicio, porque entre tanta barahúnda de
noticias, opiniones, y Autores, de ordinario sigue lo peor. Sus
observaciones especiales son vanísimas, y lo he conocido por propia
experiencia. Si trata de curar las enfermedades, usa de infinitos
medicamentos Chímicos,
con perjudicial ponderación de sus falsas virtudes. Foresto es
exacto en sus observaciones, y sus curaciones no son despreciables;
pero sus preámbulos largos para cosas pequeñas, y sus repeticiones
de cosas que nada importan, hacen enfadosa su lectura. No obstante le
tengo por más útil que a Senerto, y puede aprovechar en manos de un
Médico juicioso. Juan Doleo hizo una Enciclopedia, en que
comprehendió
(hizo un compendio, compendió)
los pareceres de muchos Autores, especialmente modernos, sobre cada
enfermedad, señalando distintamente el dictamen de cada uno. No
puede haber cosa más a propósito para facilitar la memoria de los
Médicos, ni más propia para corromperles el juicio. Porque este
Escritor en el decir es fantástico, lleno de frases poéticas, y
rimbombantes. Introduce términos obscurísimos, con gran perjuicio
de los lectores, porque ya la Medicina necesitaba de hacerse más
comprensible, familiarizando infinito número de voces Griegas, que
ni se han hecho Latinas, ni Españolas, lo que ocasiona embarazo y
confusión. Y después de todo esto nos viene Doleo con
Microcosmetor, Cardimelech, Gasteranax, y Bitnimalca, repitiéndolos
a cada línea, y no significan otra cosa que el cerebro, corazón,
estómago, y útero, o los espíritus especiales de estas partes y
que sirven para sus funciones. Además de esto no hay en sus
curaciones aquel nervio de observación que se halló en los Griegos;
ni sus remedios son otra cosa que medicamentos comunes vanamente
ponderados. Hoffman es también Autor de varia lección, su juicio
mediano; pero su imaginación fecunda, y la memoria grande: su estilo
es asiático y poco nervioso, dice y repite las cosas sin medida, y
cita más de lo que sabe. No obstante es Autor que puede aprovechar
mucho si se sabe hacer buen uso de sus noticias, y se separa de ellas
lo sistemático, que se lleva las dos partes de sus obras. Finalmente
para hallar locución breve y clara, método, enseñanza, y buen
juicio, es necesario leer a Hipócrates, Areteo, Celso, y a sus
seguidores Marciano, Dureto, Lomio, y los dos Pisones, y algunos
otros de quien hemos hecho crítica en otra parte.
80
No sé si entre los Teólogos y Letrados reina este defecto como
entre los Médicos. Sé muy bien que en ambas ciencias hay Profesores
de erudición exquisita, y de atinado juicio. Pero como salen a luz
tantos tratados de Teología sin añadir novedad ninguna unos a
otros, tantos Autores de Poliánteas, de Sermones, de Misceláneas,
he sospechado que tal vez se hallarán algunos que no habrán tratado
estos asuntos con la perfección necesaria. En efecto Cano, el P.
Mabillon y mucho antes Luis Vives, han hallado en algunos Teólogos
muchas superfluidades. Tal vez dirá alguno que esto es meter la hoz
en mies ajena, pero la Lógica da reglas generales para gobernar al
juicio, y es necesaria para dirigirle con rectitud y hacer buen uso
de él en todas las ciencias. Por eso un buen Lógico puede conocer
los defectos que por falta de cultura, y rectitud de juicio cometen
los Autores que tratan la Teología. Lo mismo ha de entenderse de la
Jurisprudencia, en cuya ciencia son muchos los Autores que ponen toda
su enseñanza en amontonar citas y lugares comunes, y creo yo que no
consultan los Autores originales, sino que unos sacan las citas de
otros, y estos de otros más antiguos, y todos estos son plagiarios,
y compiladores (a). Por lo menos en estas que llaman Alegaciones es
cierto, que muchos muestran falta de Lógica y de cultura en el
juicio, porque reina en ellas erudición desaliñada y vulgar, y se
pone mayor cuidado en amontonar citas, que razones sólidas y
concluyentes. Saavedra en la República Literaria, ya se queja del
poco juicio de algunos Autores de Jurisprudencia. Acerqueme (me
acerqué) a un Censor, dice, y vi que
recibía los libros de Jurisprudencia, y que enfadado con tantas
cargas de lecturas, tratados, decisiones y consejos exclamaba: ¡O
Júpiter!, si cuidas de las cosas inferiores, ¿por qué no das al
mundo de cien en cien años un Emperador Justiniano, o derramas
ejércitos de Godos que remedien esta universal inundación de libros? Y sin abrir algunos cajones los entregaba para que en las
Hosterías sirviesen los civiles de encender el fuego, y los
criminales de freír pescado y cubrir los lardos (b). Ciceron se
quejaba también de la poca cultura de los Juristas de su tiempo (c)
y en varias partes los reprehende,
(a)
Omnes omnium Jurisconsultorum libros evolvendos sibi putant, totaque
citatorum quae vocant plaustra colligunt, quibus suas
dissertatiunculas, responsa, decreta, non tam ornant, quam onerant.
Menk. Charl. p. 267.
(b) pág. 31.
(c)
Sed Jureconsulti, sive erroris objiciendi causa quo plura, &
difficiliora scire videantur, sive, quod similius veri est,
ignoratione docendi, nam non solam scire aliquid artis est, sed
quaedam ars etiam docendi, saepe quod positum est in una cognitione,
in infinita dispartiuntur. Cicer. de Leg. 2. cap. 45.
en
especial en la Oración que hizo por Murena, digna de ser leída,
porque trata este asunto con extensión (a). Ninguna Arte, entiendo
yo, necesita más de la buena Lógica que la Jurisprudencia, porque
el conocimiento de lo recto y de lo justo pertenece al juicio. Si
este no sólo necesita de sus propios principios, sino de otras
verdades fundamentales por el encadenamiento que hay entre ellas
¿cómo ha de ser buen Jurisconsulto el que no sea buen Filósofo? No
extraño que Genaro, que conocía por dentro lo que anda en esto,
haya empleado tan vivas y tan continuas sátiras contra los Letrados.
(a) ltaque si mihi homini vehementer occupato stomachum
moveritis, vel triduo me Jurisconsultum esse profitebor. Cic. pro
Muraen. c.13. p. 272. t. 5.