Capítulo
VII.
89
Todos los errores del entendimiento humano, hablando con propiedad,
pertenecen solamente al juicio, porque este es el que asiente, o
disiente a lo que se le propone. Los sentidos, la imaginación, las
inclinaciones, el temperamento, la edad, y otras cosas semejantes no
son más que ocasiones, o motivos por los cuales yerra el juicio.
Pero se ha de advertir, que hay dos caminos muy comunes, por los
cuales se anda hacia el error, es a saber, la preocupación, y la
precipitación del juicio, porque cuantas veces cae este en el error,
casi siempre sucede, o porque esta preocupado, o porque se precipita.
La preocupación es aquella anticipada opinión, y creencia que uno
tiene de ciertas cosas, sin haberlas examinado, ni conocido
bastantemente para juzgar de ellas. Por ejemplo. Han dicho a un
hombre codicioso y crédulo, que es fácil hacer oro del cobre, o del
hierro. Por la credulidad fácilmente se convence: por la codicia lo
cree con eficacia, porque ya hemos probado, que cualquiera noción si
va junta con alguna fuerte inclinación del ánimo, se imprime con
mayor fuerza. Si este hombre oye después a otro que prueba con
razones concluyentes, que no es posible convertir el cobre, ni el
hierro, ni ningún otro metal en oro, lo oye con desconfianza, y las
razones evidentes no se proporcionan a su juicio, porque está
preocupado, esto es, porque anticipadamente ha creído lo contrario,
y esta creencia ha echado raíces en el entendimiento.
90
No intento tratar aquí de toda suerte de preocupaciones, ya porque
fuera imposible comprenderlas todas, ya porque muchas han sido
explicadas en los capítulos antecedentes: propondré solamente
algunas muy notables, que nos hacen caer en muchos errores. Cuando
somos niños creemos todo cuanto nos dicen los padres, los Maestros,
y nuestros mismos compañeros.
El entendimiento entonces se va
llenando de preocupaciones, y si no cuidamos examinarlas, siendo
adultos, toda la vida mantenemos el error. El amor que tenemos a la
patria, y a los parientes, y amigos nos preocupa fuertemente (a). Las
nociones de estas cosas las tenemos continuas, y las impresiones se
van haciendo de cada día más profundas; por esto nos hacemos a
juzgar conformando nuestros juicios con ellas, y muchas veces son
errados. Después cada cual alaba su Patria, y la prefiere a
cualquiera otra. Su Patria es la más antigua del mundo, porque ha
oído contar a sus paisanos, que se fundó en tal, y tal tiempo muy
antiguo, y que se fundó casi por milagro. Esta preocupación
arrebata a veces hasta hacer decir a algunos, que nada hay bueno sino
en su País; y en los demás todo es malo. Apenas hay Historiador,
que en ponderar las antigüedades de los Pueblos no cometa mil
absurdos y falsedades, por gobernarse, en lugar de buenos documentos,
por una vanísima credulidad y preocupación. Yo oigo con mucha
desconfianza a estos preocupados alabadores de sus Patrias. Es
noticia harto vulgar, que los Griegos tenían por bárbaros a todos
los que no eran Griegos; y habiendo sido los principales
establecedores de las Ciencias, no pudieron librarse de tan vana
preocupación.
(a)
Sunt snim ingeniis nostris semina innata virtutum, quae si adolescere
liceret ipsa nos ad beatam vitam natura perduceret; nunc autem simul,
atque editi in lucem, & suscepti sumus, in omni continuò
pravitate, & in summa opinionum perversitate versamur, ut pene
cum lacte nutricis errorem suxisse videamur.
Cum vero parentibus
redditi, magistris traditi sumus, tum ita variis imbuimur erroribus,
ut vanitati veritas, & opinioni confirmatae natura ipsa cedat.
Accedunt etiam Poetae, qui cum magnam speciem doctrinae,
sapientiaeque prae se tulerunt, audiuntur, leguntur, ediscuntur, &
inbaerescunt penitis in mentibus.
Cum vero accedit eodem quasi
maximus quidem magister populus, atque omnis undique ad vitia
consentiens multitudo, tum plane inficimur opinionum pravitate, a
naturaque ipsa desciscimus. Cicer. Q. Tusc. lib. 3. c. 2.
91
Entre nosotros reinan hoy dos partidos igualmente preocupados. Unos
gritan contra nuestra nación en favor de las extrañas, ponderando
que en estas florecen mucho las Artes, las Ciencias, la policía,
la ilustración del entendimiento: por donde van con ansia tras de
los libros extranjeros todo lo hallan bueno en ellos, los celebran
como venidos del Cielo. Otros aborrecen todo lo que viene de afuera,
y solo por ser extraño lo desechan. La preocupación es igual en
ambos partidos; pero en el número, actividad, y potencia prevalece
el primero al segundo. La verdad es, que en todas las Provincias del
Mundo hay vulgo, en el cual se comprehenden también muchos
entendimientos de escalera arriba (frase con que se explica el P.
Feyjoó) (a : Teat. Crit. disc. 10. núm. 15, y 16.), y todas las
naciones cultivadas pueden mútuamente ayudarse unas a otras con sus
luces, con la consideración que unas exceden en unas cosas y otras
en otras, y cada una ha de tomar lo que le falta. Se puede demostrar
con libros Españoles existentes, que muchísimas cosas con que hoy
lucen las naciones extranjeras en las Artes y Ciencias, las han
podido tomar de nosotros. Los excesos y poca solidez de la Filosofía
de las Escuelas han sido conocidos y vituperados de los Españoles,
antes que de otra nación alguna, porque Luis Vives, Pedro Juan
Núñez, Gaspar Cardillo Villalpando, el Maestro Cano, los han
descubierto e impugnado mucho antes que Verulamio, Cartesio, y
Gasendo. El método de enseñar la lengua Latina de Port-Royal tan
celebrado en todas partes, fue mucho antes enseñado con toda
claridad, y extensión por Francisco Sánchez de las Brozas. ¿Quién
duda que antes de Linacro en Inglaterra, y de Comenio en Francia,
echó en España los cimientos de la verdadera lengua Latina el
Maestro Antonio de Nebrija? Aún en la Física el famoso sistema del
fuego que Boheraave (Boerhaave) ha ilustrado en su Química, está con bastante
claridad propuesto, y explicado por nuestro Valles (o
Vallés) en su Filosofía Sagrada. El
sistema del suco nerveo de los Ingleses tuvo origen en España por
Doña Oliva de Sabuco. La inteligencia de las enfermedades
intermitentes peligrosas, que han ilustrado Morton en Inglaterra, y
Torti en Italia, ha tenido su origen en España por Luis Mercado,
Médico de Felipe Segundo, a quien por esto debe el género humano
inmortal agradecimiento, pues que con sus luces ha dado la vida a
millares de gentes. También ha nacido en España la nueva
observación de los pulsos de Solano de Luque, que después han
ilustrado algunos Ingleses y Franceses.
(Nota
del editor: Además de Miguel Servet y otros que no nombra el
autor.)
92
A este modo otras muchas cosas importantes se han tomado de nosotros,
como lo haremos patente en otra obra, así como en algunas materias
confesamos que nos sirven las luces de los Extranjeros. Este punto le
tocó de paso el P. Feyjoó, hablando del amor de la patria y pasión
nacional; bien que inclinó más a los extraños que a los nuestros;
y aquí, aunque de paso, advertiré que tratando de esto pone estas
palabras: “También puede ser que algunos se arrojasen a la
muerte, no tanto por el logro de la fama, cuanto por la loca vanidad
de verse admirados, y aplaudidos unos pocos instantes de vida: de que
nos da Luciano un ilustre ejemplo en la voluntaria muerte del
Filósofo Peregrino (a)”. Luciano en la muerte del Peregrino que
escribió a Cronio Epicurista amigo suyo, tomó el empeño de
vituperar a los Christianos de su tiempo, que padecían martirio por
defender la Fé de Jesu-Christo; y es conjetura de hombres muy
doctos, que el Peregrino de quien habla Luciano fue S. Polycarpo,
discípulo de S. Juan Evangelista, cuyo martirio atribuía Luciano a
vanidad y a locura. Como quiera que fuese, este escrito de Luciano
está lleno de burlas y blasfemias contra el nombre Christiano, digno
por eso de igualarse con Filostrato, Celso, Juliano, y otros
impugnadores de la Religión Christiana. Si en los puntos históricos,
tantos como toca Feyjoó en sus escritos, hubiera consultado los
originales, hubiera evitado muchas equivocaciones, que descubren los
inteligentes.
(a) Teat. Crit. disc. 10. §. I. n. 3. p. 213. tom.
3.
93
Otra suerte de preocupados perniciosos son los viajeros que andan a
correr las Cortes, cuando se restituyen a sus patrias. No vituperamos
el que se hagan viajes a Países extraños para instruir el
entendimiento, porque sabemos que en todos tiempos se ha usado esto
con el fin de ver las varias costumbres, inclinaciones, leyes,
policía, gobierno, Ciencias, y Artes de varios Pueblos, para tomar
lo útil, y honesto que falta en el propio País, y trasladarlo a él.
Debiendo, pues, hacerse estos viajes para mejorarse en el saber, y en
las costumbres
el
viajero, y a la vuelta ilustrar a su Patria, es cosa clara que para
lograr estos fines es menester que el viaje se haga en edad
competente con instrucción para conocer lo honesto y útil, y
distinguirlo de lo aparente y superfluo: conviene también la
sagacidad necesaria para conocer a los hombres, y las varias maneras
que estos tienen de engañar a los viandantes. Con estas
prevenciones, y con un conocimiento suficiente de las Artes y
Ciencias puede hacerse el viaje con provecho, deteniéndose en los
lugares, donde pueda instruirse el tiempo necesario para enterarse de
las cosas importantes de cada País. Pero como hoy se usa ir aprisa,
volver presto, sin estudios, sin lógica, sin la moral, sin
filosofía, en edad tierna, poco proporcionada para la instrucción,
es ir a embelesar los sentidos, hinchar la imaginación, llenar el
ingenio de combinaciones superficiales, y preocupar el juicio con los
errores de estas otras potencias.
Así traen a su País la moda,
la cortesía afectada, el aire libre, y el ánimo inclinado a
vituperar en su propia Patria todo lo que no sea conforme a lo que
han visto en la ajena. Dos célebres Escritores (a), el uno Francés,
llamado Miguel de Montagna; el otro Inglés, llamado Lock, bien
conocidos en el orbe literario, explican muy bien los defectos de
estos viajes, y las bagatelas de que vuelven muy satisfechos los
viajeros. Para evitar estos inconvenientes aconsejan que estas
peregrinaciones se hagan hasta los quince años, con un buen Maestro
que dirija al joven viandante, como lo hacía Mentor con Telémaco. A
la verdad esta especie de viaje en edad tan tierna podrá servir para
instruirse en las lenguas, en lo demás nada.
(a)
Montagne Esais. lib. I. capítulo 25.
(b) Lock Educacion des
enfans. tom. 2. §. CCXIX. pág. 266. y sig.
94
El P. Legipont, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un
itinerario para hacer con utilidad los viajes a Cortes extranjeras.
Le ha traducido en Español el Dr. Joaquín Marín, docto Abogado
Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar
con utilidad; y el que lea la censura que a ella ha puesto el Dr.
Agustín Sales, Presbítero en Valencia, no le pesará de su trabajo,
por ser digna de leerse, y estar escrita por uno de los eruditos
principales de nuestra España. Feyjoó conoció ya algunos defectos
de los viandantes de estos tiempos, y los explicó con estas
palabras:
“Aún después que el Mundo empezó a peregrinarse
con alguna libertad, y no hubo tanta para mentir, nos han traído de
lo último del Oriente fábulas de inmenso bulto, que se han
autorizado en innumerables libros, como son las dos populosísimas
Ciudades Quinzai y Cambalii: gigantes entre todos los Pueblos del
Orbe: el opulentísimo Reyno del Catay al Norte de la China: los
Carbunclos de la India: los Gigantes del Estrecho de Magallanes; y
otras cosas de que poco ha nos hemos desengañado (a)”
95
Suele preocuparse el juicio frecuentemente en las cosas de piedad y
Religión. Ha creído uno cuando era niño, que el Santuario de su
tierra es un seminario de milagros, que un Peregrino formó la Imagen
que en él se venera, y que no puede disputársele, o la prerrogativa
de tocarse por sí misma la campana, o de aparecer tal día
florecillas, u otras cosas maravillosas, con que Dios le distingue
entre muchos otros. Algunos dejan correr estas relaciones, porque
dicen son piadosas, aunque en parte sean falsas. Mas yo quisiera que
se descartaran cuando no están bien averiguadas, porque nuestra
santísima Religión es la misma verdad, y no necesita de falsas
preocupaciones para autorizar su creencia. De esto hablaremos más
adelante. Lo que toca ahora a nuestro propósito es, que estas cosas
creídas con anticipación ocasionan después mil guerras, y
discordias entre los Escritores, que quieren, o defenderlas, o
impugnarlas.
(a)
Feyjoó Teat. Crit. tom. 5. disc. I. §. 3. n. 10.
(b)
Refert certe in quacumque arte plurimum unum in illa excellentem
Auctorem legere, cui potissimum te addicas. Nullus tamen quamlibet
eruditus sentiendi tibi, ac dissentiendi Auctor futurus est. Nemo
enim fuit omnium, qui non ut homo interdum halucinaretur. Cano de
Loc. lib. 10. c. 5.
96
La lectura de algún Autor suele causar fuertes preocupaciones (b).
Hay uno que en su juventud ha leído continuamente a Séneca, y
después no hay perfección que no halle en este Filósofo, y todos
los demás no han hecho cosa notable; ni ya se oirá de su boca otra
cosa que lugares de Séneca, máximas morales sueltas y descadenadas.
En este asunto tengo por cierta especie de felicidad preocuparse de
un Autor bueno, porque aunque no lo sea tan universalmente como le
hace creer la preocupación, por lo menos ya en algunas cosas no le
ocasiona error. Por esto ha de cuidarse, y es punto esencial de la
buena crianza, en no dejar leer a los muchachos sino libros buenos, y
que puedan instruir su entendimiento, y perfeccionarles el juicio; y
me lastimo de ver, que apenas se les entregan otros libros que los de
Novelas, o Comedias, o de Fábulas, con que se habitúan a todo
aquello que les hincha la imaginación, y corrompe el juicio. No
solamente se preocupan muchos de algún Autor, sino también de la
autoridad de ciertas personas. Cree Fabio anticipadamente, que
Ariston es un hombre consumado en todas Ciencias, y prescindo ahora
si lo cree con justicia, o erradamente. Trátese después cualquiera
materia, y Fabio no dice más, sino que ha oído decir a Ariston, que
la cosa era de esta manera, y no de otra. Si se le replica
diciéndole, que lo examine por sí mismo, y que no se fie de
semejante autoridad, se enfurece, y con ademanes mantiene su opinión,
porque está enteramente preocupado (a).
97
Pudiera poner muchos ejemplos de esto en el trato civil: de suerte,
que si bien lo reparamos, gran parte de los juicios humanos en el
comercio de la vida se fundan en preocupación, y no en realidad (b).
(a)
Nec vero probare soleo id quod de Pythagoricis accepimus, quos
ferunt, si quid affirmarent in disputando, cum ex iis quaereretur
quare ita esset, respondere solitos: Ipse dixit. Ipse autem erat
Pythagoras, tantum opinio praejudicata poterat, ut etiam sine ratione
valeret auctoritas. Cicer. de Nat. Deor. lib. I. cap. 8. pág. 198.
(b) Extant & quidem non pauci, qui Doctorem unum ita prae
caeteris diligunt, ejusque dicta adeo religiose, ne dicam
superstitiose, amplectuntur, ut non gloriae solum, verum etiam
piaculum ducant ab illius verbis, ne latum quidem unguem discedere.
Nihil propterea quam Pythagoricum illud: Ipse dixit, frequentius
ipsis est… tantum quippe apud eos potest praejudicata quaevis
opinio Magistri, in cujus verba jurant, ut non secus ac de Pythagorae
discipulis olim praeclare scripserat Tullius, etiam sine ulla prorsus
ratione illius quaevis vel minima apud eos valeat auctoritas. Brix.
Logic. pág. 164.
Esto
mismo es lo que sucede a aquellos, que en las letras no aprecian sino
la antigüedad. No dudo que en ella se halla un tesoro muy precioso,
y que cualquiera ha de consultar los Autores antiguos para
perfeccionar el juicio, y para aprender y enseñar las Ciencias
humanas, conformándose con las reglas del buen gusto, pues hubo
entre ellos muchos que fueron exactísimos, y tuvieron un juicio muy
recto en lo que toca a las Artes y Ciencias profanas; mas esto no es
bastante para preocuparse de forma, que no se haya de celebrar sino
lo que sea antiguo, porque no se agotó en aquellos siglos la
naturaleza, ni se estancaron las buenas Artes, de suerte, que no
pueda beberse la doctrina sino en aquellas fuentes. Yo he reparado,
que los Romanos veneraron mucho a los Griegos, y se aprovecharon de
su doctrina en muchísimas cosas; pero también en otras los dejaron,
buscando nuevos caminos para alcanzar la verdad, y alguna vez se
gloriaron de ser iguales, o superiores a los Griegos (a).
Galeno
en el comento del primer aforismo de Hipócrates dice, que los
antiguos hallaron las Ciencias, pero no pudieron perfeccionarlas, y
que los que les han sucedido las han aumentado y perfeccionado.
Cicerón afirma, que en su tiempo había en Roma Oradores tan
grandes, que en nada eran inferiores a los Griegos (b). ¿Pues por
qué nosotros hemos de creer, que nada bueno puede hallarse en
nuestros días? ¿Y por qué no podremos decir de los Romanos, lo que
estos dijeron de los Griegos (c); y de los Griegos, lo que ellos
dijeron de otros más antiguos? La razón dicta, que la verdad ha de
buscarse en los antiguos y en los modernos, y ha de abrazarse donde
quiera que se halle.
(a)
Sed meum judicium semper fuit omnia nostros aut invenisse per se
sapientius quam Graecos, aut accepta ab illis fecisse meliora. Cicer.
Q. Tusc. lib. I. cap. 2.
(b)
Cicer. Q. Tusc. lib. I. cap. 4.
(c) Brutus quidem noster,
excellens omni genere laudis, sic Philosophiam Latinis literis
persequitur, nihil ut eisdem de rebus a Graecis desideres. Cicer.
Acad. q. lib. 2. cap. 9.
98
Los antiguos tienen la ventaja de haber sido los primeros, y por esto
los imaginamos como más venerables, porque de ordinario formamos
concepto más grande de los hombres famosos cuando están distantes
de nosotros, que cuando están a nuestra vista, pues entonces
hallamos que son hombres como los demás, y sujetos a las mismas
inclinaciones y engaños que nosotros mismos, y por esto solemos
apreciar más lo que tenemos distante, que lo que está cercano. Pero
si nos libramos de toda preocupación, hallaremos entre los antiguos,
hombres de grande ingenio y juicio, de mucha erudición y doctrina, y
también entre los modernos; y entre estos hallamos Sofistas, y no
faltaron entre aquellos. Esto es lo que dicta la buena Lógica; pero
hoy los literatos inclinan a lo moderno con conocida preocupación,
la cual hace que se hable de los antiguos con desprecio, sin haberlos
leído. El juicio dicta, que tomemos de la antigüedad los
fundamentos de las Artes y Ciencias, pues que ellos las
establecieron, y procuremos instruirnos en lo que los modernos hayan
añadido con solidez a lo que ellos fundaron.
99
La precipitación del juicio se observa frecuentemente en el trato
civil, porque es muy común juzgar de las cosas sin haberlas
averiguado. Uno disputa y se descompone por defender la Filosofía,
que no ha visto. Otro afirma que tal Autor lo dice, sin haberle
leído. Cual apenas ha oído una palabrita a otro, ya forma mil
juicios. Cual por un acaecimiento imprevisto, forma mil presagios. En
efecto los juicios temerarios casi siempre se hacen con
precipitación, porque se hacen sin atender las circunstancias
necesarias para juzgar; y si bien se repara, en el trato civil se
hallará, que son infinitos los juicios precipitados. En los libros
son también frecuentísimos, y cada día vemos contender los Autores
recíprocamente sobre si es cierta la narración, o falsa la cita, y
las más de estas contiendas proceden de la precipitación del
juicio. De la misma nacen a veces las alabanzas vanísimas y los
vituperios de los Autores; porque toma uno un libro en la mano, y
luego que empieza a leerle, encuentra una cosa que no le satisface, y
sin pasar más adelante dice, que el libro no vale nada, que es una
friolera cuanto el Autor escribe, y otras cosas semejantes. Por el
contrario, si halla en el libro un estilo proporcionado a su genio, u
otras cosas que a los principios le contentan, dice que el libro es
bueno, y es lo mejor que se ha escrito. De este modo se hacen muchas
críticas, y las hacen hoy sujetos de buena recomendación; pero
fuera fácil mostrar que se hacen con manifiesta precipitación de
juicio. A veces la precipitación del juicio es muy peligrosa, porque
ocasiona errores enormes. Oímos una palabrita a un hombre que
miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y
el otro tal vez la ha dicho con sana intención. En el juicio que
algunos hacen de los libros sucede lo mismo, porque tal proposición,
que por sí sola puede parecer mala, acompañada con toda la serie de
principios y razonamientos con que esta conexa, es sanísima.
De
otro modo precipitamos el juicio, haciendo de un hecho particular una
razón universal. Así vemos que Ariston ha faltado en una cosa, o no
se ha desempeñado bien en un asunto, y luego le tenemos por un
hombre inútil para todos los negocios.
100
Nunca precipitamos más el juicio, que cuando nos dejamos dominar de
alguna pasión, y esto se observa en casi todas las disputas, en que
no se tiene por fin el descubrimiento de la verdad, sino la
vanagloria. Cuando uno se calienta mucho en una disputa, de ordinario
se arrebata, y su imaginación tiene imágenes muy arraigadas de lo
que intenta persuadir: de esto se sigue, que no atiende a lo que dice
el contrario, y si oye algo, lo acomoda a lo que domina en su
fantasía, porque esta no admite sino muy ligeramente las impresiones
distintas de aquel objeto que la ocupa. De aquí nace, que muchas
veces están disputando dos hombres serios con grande estrépito, y
diciendo ambos una misma cosa; y es cierto que luego feneciera la
contienda, si no hubiera precipitación de juicio de los contendores
(contendientes). De esto tengo yo
bastante experiencia, como también de muchas sospechas que resultan
después de semejantes disputas, y nacen las más veces de no haber
puesto la atención necesaria en lo que se dice, y de juzgar con
precipitación. En fin reflecte cada cual un poco, y hallará que
muchísimos juicios en el trato civil se hacen por el miedo, odio,
amor, esperanza, o según la pasión que reina en el que juzga (a).
(a)
Plura enim multo homines judicant odio, aut amore, aut cupiditate,
aut iracundia, aut dolore, aut laetitia, aut spe, aut timore, aut
errore, aut aliqua permotione mentis, quam veritate, aut praescripto,
aut juris norma aliqua, aut judicii formula, aut legibus. Cic. de
Orat. lib. 2. p. 370.
101
Resta ahora proponer el remedio para estos males del juicio. Ante
todas cosas se ha de tener presente lo que hemos dicho en los
capítulos pasados, porque las preocupaciones, y precipitaciones del
juicio por la mayor parte proceden de la fuerza de las pasiones, de
la imaginación, del ingenio, de los sentidos, y demás cosas que
hemos explicado. Además de esto será bien acordarse de lo que ya
hemos dicho, es a saber, que el hombre sabe las cosas, o por la
ciencia, o por la opinión. No puede el hombre errar cuando tiene
evidencia de las cosas que ha de juzgar, con que solamente el juicio
ha de tener reglas para no preocuparse en las cosas que se alcanzan
por opinión. Para gobernarse en estas con acierto, será importante
ver lo que hemos dicho hablando de la extensión de las opiniones; y
ahora puede añadirse, que nada es más a propósito para evitar la
preocupación, que el saber dudar y suspender el juicio con prudencia
(a : Epicharmi illud teneto nervos, atque artus esse sapientiae non
temere credere. Ciceron de Petit. Consul.)
Hágome cargo, que no
puede el entendimiento mantenerse siempre en la duda, como hacían
los Pirrhonistas (de Pirrho, Pirro);
pero a lo menos es argumento de buen juicio saber dudar cuando
conviene, y no dar asenso sino a lo que consta por la certeza de los
primeros principios.
102
El entendimiento ayudado de las reglas de la Lógica, ha de examinar
las cosas, y si las halla conformes a las primeras verdades, o los
fundamentos principales de la razón humana, que tantas veces hemos
propuesto, entonces se resuelve, y pasa de la duda a la creencia.
Pero si en semejantes averiguaciones descubre poca conformidad de las
cosas con la razón, y los principios de ella, o disiente, o suspende
de nuevo el juicio, hasta que averiguándolo mejor, se le presente
claramente la verdad. Por esta razón han de examinarse con cuidado
las opiniones que recibimos en la niñez, y muchas otras que se
enseñan en las Escuelas, y las que se adquieren en la conversación
y trato, y no han de creerse ciegamente, sino sólo después de bien
examinadas. Débese aquí advertir, que en las ciencias prácticas
basta a veces la verosimilitud, porque en muchísimas cosas si
hubiera el entendimiento de hacer exámenes para alcanzar la
evidencia, se pasaría la ocasión de obrar, y esta no suele volver
siempre que queremos.
De este modo gobernamos la práctica de la
Medicina en muchos casos, y lo mismo acontece algunas veces en lo
moral. Mas
(pero) aún
en tales lances conviene siempre seguir lo que se acerca más
a las primeras verdades, porque esto es lo más
conforme a la buena razón. Por esto creo yo, que si en las Escuelas
se llega a enseñar la buena Lógica, con esto solo se acabarán las
ruidosas contiendas sobre el probabilismo, porque conocerán todos,
que lo menos racional no debe seguirse a vista de lo más razonable.
103
Para no precipitar el juicio se han de tener presentes las mismas
reglas que hemos propuesto para evitar las preocupaciones. Pero en
especial conduce poner la atención necesaria en las cosas antes de
juzgar, y examinarlas de suerte que no se determine el juicio sino
después del examen necesario.
Las cosas suelen combinarse de
muchas maneras; y si el entendimiento no atiende a todas las
circunstancias, fácilmente caerá en el error, porque sólo juzgará
por la vista de una, y debiera hacerlo después de atender a todas.
El examen es también necesario, porque de otra forma lo que es
incógnito se tendrá por sabido, lo falso se tendrá como cierto, y
lo dudoso como ciertamente verdadero (a).
Esto se hace más
comprensible con ejemplos, y lo ilustraremos más en los capítulos
siguientes.
(a) Ne incognita pro cognitit habeamus, hisque
temere assentiamus. Quod vitium effugere qui volet (omnes autem velle
debebunt) adhibebit ad considerandas res, & tempus, &
diligentiam. Cicer. de Offic. lib. I. cap. 29.