VIII.
De lo que hicieron los romanos en España, hasta
llegar a los pueblos Ilergetes.
Desembarcados los
romanos en España, asentaron sus reales y
estancias en el campo, fortificados por todas partes con palenques,
fosas y vallados, sin meterse en el pueblo, por escusar los
inconvenientes que pudieran suceder entre la gente del
ejército y los paisanos, y también porque siempre tuvo
costumbre la señoría romana, si le daba lugar el
tiempo, alojar sus gentes en la campaña. Luego que los
españoles comarcanos de Empurias supieron la venida de los
romanos, comenzaron de
venir para reconocer sus maneras y pláticas, mostrándoseles muy
afables y deseosos de su conversación; y fueron informados muy
cumplidamente de la voluntad y deseo que les llevaba a estas tierras,
y de la venganza que querían tomar de las injurias que los
cartagineses habían hecho a los saguntinos y otros confederados del
pueblo romano. Aquí les hicieron sabedores de las amistades y
guerras que habían tenido las dos repúblicas romana y
cartaginesa, y de todo lo que había pasado entre ellos hasta en
aquel punto: hiciéronles muchos ofrecimientos y promesas,
certificándoles que les librarían de la opresión y tiranía de los
cartagineses y se llevarían de suerte con los españoles, que
conocerían la grande diferencia que había de los unos a los
otros, como refieren todos los autores que tratan de esta entrada de
los romanos, de cuya venida dudaron algunos autores cuáles
fueron mayores, o los males o los bienes que de ella resultaron, pues
hubo gran abundancia de todo.
Era Neyo Scipion persona muy
autorizada y de natural muy esforzado, afable de condición,
reposado, diligente, cuerdo y animoso, dulce en las palabras, y en
sus acciones bien comedido. Con estas virtudes, en breves días
renovó las amistades viejas y ganó muchas nuevas por todos los
pueblos cercanos a Empurias, y los tuvo ciertos y ganados a su
parcialidad: acudieron muchos saguntinos, que cuando fue la ruina de
su ciudad se habían huido y andaban desterrados en diversos
pueblos, temiéndose de los capitanes africanos. Estos llegaban cada
día a Scipion, guarnecidos de caballos y armas, con intención de
seguir aquella guerra, hasta darle fin o morir en ella; y no se puede
significar el amoroso recogimiento que Scipion les hacía,
proveyéndoles de todas las cosas necesarias, y la grande veneración
y respeto con que les acataba, tanto que no se hacía cosa en que los
españoles no diesen su parecer y no diesen su voto, y más en
particular aquellos de Sagunto. Este buen trato y estima fue
causa de que cuantos lugares había en la marina de Cataluña,
desde Rosas hasta Ebro, tomasen abiertamente la voz y
parte romana, recibiendo los soldados que Scipion les enviaba para
guarda y defensa de sus pueblos. Entonces fue cuando Scipion,
certificado de la voluntad de los tarraconenses, hizo pasar a
aquella ciudad la armada que estaba en Empurias,
abrigándose en el pueblo de Salou, que está al occidente de
ella, por ser muy seguro y más cercano al río Ebro, que, en
tiempo de la destrucción de Sagunto, había sido mojón y señal
entre romanos y cartagineses.
Los cartagineses que
en España vivían sintieron mucho aquella venida de los romanos, y
más, que los pueblos de Cataluña se hubiesen ya declarado por ellos
y recibiesen de buena gana guarniciones de romanos; y por espantarlos
y apartalles de la amistad de los romanos, esparcieron nuevas
que Aníbal había ganado muy grandes batallas en Italia y que
los romanos quedaban rotos y del todo desbaratados; pero los
catalanes no hicieron caso de ello ni aun lo creyeron, y como
Scipion vio que aquellas nuevas recién venidas habían dañado poco,
y que los más de los pueblos catalanes perseveraban
firmes y leales en su favor, por conocer en él mucha clemencia y
liberalidad, no contento con haberse confederado con las marinas de
Cataluña, comenzó nuevas inteligencias con los pueblos
montañeses dentro de la tierra, los cuales eran gente feroz y más
brava. Súpolo tan bien guiar, que no solo trató paz con muchos de
ellos, sino compañía verdadera para serle participantes en cuanto
sucediese, tomando los tales catalanes por causa propia la
guerra contra cartagineses; y así para confirmación de esto,
dieron luego copia de gente, capitanes y armas en notable número,
señalando entre sus pueblos mancebos valientes y recios, los cuales
cada día traían otros, y siempre crecían en el campo romano con
valor y potencia. Todas estas cosas entendía Hanon, el
gobernador cartaginés que guardaba los montes Pirineos;
y por ser ellas tan públicas no se le pudieron encubrir, ni tampoco
pretendía secreto quien las obraba, de suerte, que conoció serle
necesario venir en riesgo de batalla con Scipion, antes que lo
restante de la tierra se declarase por él; sobre lo cual despachó
mensajeros a Asdrúbal Barcino (Barchinona,
Barcelona),
hermano de Aníbal, pidiéndole que luego saliese de Cartagena
(Cartago Nova),
donde residía con ejército el más grueso que le fuera
posible, para resistir ambos juntos a los romanos. Asdrúbal,
oída esta mensajería, hizo juntar sus capitanes y gentes africanas,
armados y bastecidos de cuanto conviniese para la jornada,
puesto que, como las compañías andaban repartidas por aposentos, no
pudieron llegar tan presto como la necesidad requería. Entre tanto
Neyo Scipion jamás reposaba ni cesaba de ganar amigos y tomar nuevo
conocimiento de ciudades españolas y de personas principales,
que le traían gentes y lo metían siempre más adelante, sin perder
un solo momento de tiempo, hasta llegar a los pueblos Ilergetes,
a quienes Florián de Ocampo da título de poderosos, grandes,
y de poblaciones muchas y muy principales, cuya región queda ya
descrita en el principio de esta obra.
Viendo, pues, Hanon el
ejército romano tan dentro (de) la tierra, sintió
claro que no le convenía más dilación, pues en la tardanza pasada
iban los negocios casi perdidos; y así con alguna gente de sus
confederados, y con la situada que tenía para conservar las comarcas
de su cargo, salió contra la parte donde los enemigos andaban, con
presupuesto de pelear en topándoles, sin esperar al capitán
Asdrúbal ni curar de sus largas. De esta voluntad que
Hanon traía holgó mucho Neyo Scipion cuando lo supo, y luego
comenzó de caminar a la misma parte donde venían los
cartagineses, para abreviar el tiempo de la pelea, considerando serle
mucha ventaja romper con Hanon, antes que llegase Asdrúbal;
pues al presente los contrarios eran sencillos, y con Asdrúbal
serían doblados, y si tuviese ventura de los vencer,
quedábale mayor aparejo para revolver sobre los otros a menor
peligro, tomándoles cada cual a su parte, y no todos juntos; y así,
con aquel deseo que todos tenían y con la diligencia que pusieron,
brevemente se toparon muy cercanos a cierto pueblo que Tito
Livio llama Ciso y Ocampo nombra Cydo, del que
hablaremos después. Llegados aquí los dos ejércitos, Hanon puso
luego sus haces (fascis) en el campo regladas a punto
de batalla, y lo mismo hizo Neyo Scipion, confiando de las ayudas
españolas que tenía, mucho mayores y más aficionadas y más bien
armadas que sus enemigos. Entonces sobrevino en favor de los
cartagineses un caballero español llamado Andúbal que
era muy poderoso en España, aunque no se sabe en qué lugar o
pueblo residía, y habían trabado él y Aníbal gran amistad
y correspondencia: este acudió con setecientos soldados españoles
valientes y determinados, para favorecer a los cartagineses; luego se
comenzó la pelea de todas partes, en la cual hubo más denuedo que
tardanza, porque Hanon y los suyos, no pudiendo resistir a la braveza
del ejército romano, se dejaron vencer, y los que lo pudieron hacer,
huyeron a los reales, que con palenques y fosos medianamente tenían
fortalecidos, donde creían guarecerse, quedando en el campo seis mil
hombres de ellos; pero los reales fueron combatidos y ganados con
cuanto tenían dentro, donde también se tomaron a prisión otros dos
mil africanos, y con ellos el capitán Hanon y juntamente
Andúbal, el español, de quien hablamos más arriba,
traspasado de tantas heridas, que vivió pocas horas. El pueblo de
Ciso fue combatido sin reposar y saqueado de cuanto le
hallaron dentro, puesto que, según sus moradores eran pobres y pocos
y en nada viciosos ni delicados, sus halajas fueron de poco valor.
Pero fue de mucha consideración la presa del real africano, con la
cual todos los vencedores quedaron riquísimos, por se tomar en
ellos, no solo la ropa del ejército vencido, sino también del que
Aníbal traía consigo por Italia; porque cuando salió de
España para pasar a Italia, lo dejó en guarda a Hanon, no queriendo
llevar impedimentos ni estorbos en la jomada. Fue de tanta
consideración para los romanos esta victoria, que todos los pueblos
neutrales se llegaron a Scipion, señaladamente cierto lugar
principal de los pueblos Ilergetes, cuyo nombre no declaran
las historias; pero Beuter dice ser la ciudad de Lérida,
que dio sus rehenes de seguridad; y parecía que con esto
mucha gente de la provincia quedaba llana, y sin escrúpulo de
revuelta ni contradicción.
Dudan los historiadores y buscan con
diligencia qué lugar fuese este de Ciso o Cydo donde sucedió
esta batalla, y Florián de Ocampo, diligente historiador,
asigna uno de
tres, o Siso, que dice estar en Aragón o
Cataluña, según opinión de algunos cosmógrafos
modernos; o que sería Sos, en el reino de Aragón,
cercano a las fronteras de Navarra; o que sería el lugar de
Cabdi, (Zaidín, Çaidí,
Saidí ?) pueblo pequeño, a las orillas del río
Cinca, (a) dos leguas de Fraga, río
arriba; pero no se determina qué tal sería de estos.
Auméntasele la duda por no estar ninguno de ellos en los pueblos
Ilergetes, donde sucedió esta batalla, y si está alguno de
ellos, es muy al estremo. El doctor Gerónimo Pujades
no acaba determinarse qué lugar o pueblo sería este; pero
tomando el argumento de similitud y consonancia del vocablo, tengo
por cierto haber sucedido esta batalla en medio de los pueblos
llergetes, junto a la ribera del río Sió, donde
alguno de aquellos lugares y pueblos que hoy día están en las
orillas de aquel río, tendría el mismo nombre del río; y aunque
del tal lugar no se tenga noticia, no se ha perdido la de aquella
agua que riega aquellos (pone apuellos) lugares y
pueblos, y aun retiene el nombre y se llama Sió, y traviesa
por el medio del llano de Urgel, y naciendo en la Segarra, viene a
fenecer en el río Segre, después de haber bañado los
campos de Agramunt, Puigvert, Praxens, Butzenit,
Mongay y otros, entre los cuales debía de estar el de Ciso,
si ya no es que fuese el lugar de Serós, que está junto al
marquesado de Camarasa, entre dos ríos que son Sió
y Bragós; y cuanto a lo que se infiere así de Tito Livio, como
de los otros autores que escriben este suceso, es más verisímil
ser este lugar que otro alguno, pues en toda aquella comarca, ni aun
en los pueblos llergetes, hallo lugar que más se asemejara al
de Cydo o Ciso, Sieso o Sciso, que con esta
diversidad le hallo escrito (puesto que el sonido de estos vocablos
sea casi el mismo), que el de Serós.
Mientras pasaron
estas cosas que quedan dichas en las riberas de Sió, venía Asdrúbal
con ocho mil peones y mil caballos, con pensamiento de juntarse con
Hanon y ambos resistir a Scipion; pero después que supo la rota y
toma de Ciso, dejó el camino que llevaba y caminó hacia el campo de
Tarragona, donde supo que muchos de los romanos de la armada iban por
aquella tierra esparcidos, sin sospecha alguna de que hubiesen de
hallar enemigo alguno; y confiando de la prosperidad y buen suceso de
Scipion, andaban más descuidados de lo que debían. Llegado aquí
Asdrúbal, derramó luego su gente por aquella comarca, que presto
hizo tal destrucción en cuantos romanos halló fuera del agua, que
pocos de ellos se pudieron recoger en los bajeles, que los más
quedaron alanceados y muertos en la tierra. Scipion, que supo esto
luego, vino; pero cuando llegó, no pudo hacer cosa, porque ya todos
se habían puesto en salvo y habían pasado el Ebro y se habían
fortificado de manera, que podían defenderse de otro ejército muy
mayor que el de Scipion, el cual, no hallando con quien pelear, metió
sus compañías en Tarragona, y pasó con la armada a Empurias, para
reposar allí aquel invierno, que ya se venía acercando.