Varios
sucesos de los Romanos y Cartagineses en España: cóbranse los
rehenes que estaban en poder de Cartagineses, y otras cosas notables
que acontecieron en ella, y muerte de los Scipiones.
No
por haber tenido los cartagineses la rota y pérdida que referimos,
perdieron el ánimo ni los pueblos amigos y confederados suyos les
osaron dejar y pasarse a los romanos; porque los cartagineses, como
hombres astutos y sagaces y que fiaban poco del amor de los
españoles, les habían tomado rehenes y llevado a Cartagena, donde
les tenían en muy buena custodia, y entre otras personas de cuenta
que tenían, eran la mujer de Mandonio y dos hijas de Indíbil, mozas
y muy hermosas; y con tales prendas estaban muy más seguros de los
pueblos y ciudades confederadas, que si les echaran a cada una mil
presidios.
Después de la retirada de Mandonio, tuvieron los
romanos varios sucesos en España, que cuentan Livio, Florián de
Ocampo, Medino, Pujades, Mariana y otros muchos autores. Fue entonces
la venida desde Roma de Publio Cornelio Scipion por capitán
en España, hermano de Neyo Scipion Calvo, con treinta
naves y en ellas mil ochocientos soldados romanos, con
muchos bastimentos y vestidos para los soldados que estaban en
España, que necesitaban de ellos. Fue asímismo la venida de Hanon,
capitán cartaginés, con cuatro mil infantes y quinientos caballos
para engrosar el ejército de Asdrúbal. Destruyóse del todo la
población o ciudad que llamaban Cartago vieja, que es
donde hoy está Villafranca del Panadés, pueblo
harto conocido en Cataluña, edificado por los dos hermanos
Scipionés de las ruinas de la antigua Cartago, y
quitándole este nombre en odio y por borrar y perder la memoria de
los cartagineses, le dieron el de Villafranca, por los
muchos privilegios e inmunidades y exenciones con que la
adornaron; pero no bastó esto, porque la industria humana no basta a
borrar memorias viejas, si el tiempo no ayuda a tales diligencias,
antes cuanto más se quiere poner olvido, más se despierta la
memoria de la cosa aborrecida. ¿Quién más aborrecido entre los
gentiles, que aquel Erostrato que quemó el famoso templo
de Diana de Efeso, y puesto en el potro, dijo haber hecho tal
incendio por perpetuar su nombre y fama? y aunque so graves
penas pusieron silencio a todos, mandando que no se le nombrase, no
hay hoy persona de mediocres letras que lo ignore. Barcelona,
ciudad principal de España, tomó el nombre de los Barcinos,
linaje cartaginés, y así era nombrada (Barcino
: Barchinona : Barcinona : Barçilona,
Barcelona,
etc.): no quisieron los Scipiones que nombre para
ellos tan aborrecido como era el de los Barcinos, se
perpetuara en ciudad tan insigne; metieron en ella nuevos
pobladores de Italia, llamados Faventinos, y la
nombraron Favencia, y así la nombra Plinio y otros,
pero no pudo durar tal nombre, antes quedó olvidado, y la ciudad se
quedó con el que le dieron los cartagineses, y el poder de
los romanos, que sojuzgó el mundo y dejó memoria de su
valor, no fue poderoso para hacer olvidar el nombre de un pueblo,
antes bien a pesar de ellos persevera el nombre y memoria del linaje
y familia de su fundador. Aconteció también en estos mismos
tiempos la ruina y destrucción de otra ciudad llamada Rubricada,
que era del bando cartaginés, y estaba al poniente del río
Llobregat (Lubricati), ora sea a la orilla del mar, ora en el
lugar de Rubí, junto al monasterio de San Cugat del
Vallés, del orden de San Benito. (San Cucufato o Cucufate :
Sant Cugat).
Puso cerco a la ciudad de Sagunto que tan
valerosamente se había defendido del poder cartaginés, y por no ser
socorrida, se perdió: ésta estaba muy fortificada, y en ella había
mucha riqueza, y la mayor de todas era las arras o rehenes
que tenían en ella guardadas los cartagineses de los españoles sus
amigos y confederados, y esta era la mejor fuerza con que tenían
sujetos los más pueblos de España. La traza que tuvieron los
Scipiones para tomarla fue esta: había un caballero español llamado
Acedux, a quien habían encomendado la guarda de aquella
ciudad, y había * aquel punto seguido el bando cartaginés, y
cansado de sufrir sus violencias, quería pasarse al romano y dar
libertad
a todas las personas que estaban por rehenes en aquella
ciudad; porque airados los cartagineses de su mudanza, descargasen su
ira sobre aquellos inocentes que estaban en su poder. Por esto se
salió de la ciudad, y fue a hablar a Bostar, capitán
cartaginés, que con poderoso ejército estaba en la campaña para
impedir que los Scipiones no se llegaran a ella, y le dijo que
convenía mucho dar libertad a los españoles, porque con aquella
hidalguía obligarían a los pueblos a quedar firmes en su devoción,
y les valieran en aquella ocasión que necesitaban de amparo y
socorro, porque el bando cartaginés estaba algo menguado. Pareció
esto bien a Bostar, y asignaron hora para salir de la ciudad, y lugar
donde había de llevar los rehenes. Hecho esto, luego Acedux fue a
decirlo a los Scipiones, y concertó con ellos que a la noche
siguiente pusiesen guardas en el camino, y que él pasaría con
rehenes, y tomarlashian, y con ellas ganarían la voluntad de
toda España, restituyéndolas a sus pueblos. Con este concierto se
efectuó todo puntualmente, y las rehenes fueron tomadas,
y las enviaron a sus tierras, y fue muy grande la alegría de
toda España, y mayor el amor que todos a los Scipiones concibieron;
y era cierto que si los romanos quedaran allí donde estaban, todas
las ciudades que habían cobrado sus rehenes se alzaran y tomaran las
armas en su favor; mas como el invierno era cercano, contentos con lo
hecho, se volvieron a Tarragona, y allá ennoblecieron aquella ciudad
reedificándola con gran cuidado, y circuyéndola de fuertes
murallas y torres, levantando grandes edificios y acueductos y
solemnes templos que aún parecen y queda rastro de ellos, que
designan que tal era aquella ciudad, cuando salió de las manos de
los Scipiones.
Llegó por estos tiempos orden a Asdrúbal que,
dejadas las cosas de España a Amilco, capitán cartaginés
que había venido de Cartago, se pasase a Italia,
porque juntado con Aníbal, los dos destruyesen la ciudad
de Roma; pero a lo que Asdrúbal se partía de España,
fue impedido de los Scipiones, que no muy lejos del río
Ebro le salieron al encuentro y dieron batalla, cuya victoria
quedó por los romanos. Esta rota fue presto remediada,
porque llegó poco después de ella Magon Barcino con veinte
y dos mil hombres de a pie, mil quinientos caballos, once
elefantes y muy gran cantidad de plata para hacer
soldados, con que quedara del todo olvidada la pérdida pasada, si no
los lastimara una muy cruel peste que vino a España y mató
gran número de personas, y entre ellas Hamilce, mujer del
gran Aníbal, y Haspar, su hijo; y estas muertes
causaron que muchos pueblos que estaban por los cartagineses, se
pasaron al bando romano. En estos tiempos fue ennoblecida la ciudad
de Barcelona con fuentes, cloacas y otros edificios
que hicieron en ella los Scipiones, cuyos rastros aún duran.
Con estas prosperidades y buena fortuna, que siempre fue compañera
de estos dos hermanos, y valiéndose de los soldados y amigos que
tenían en España, quisieron echar de ella a los cartagineses; pero
no salió como quisieron y pensaban, porque a la postre les vino a
costar a los dos la muerte.
Había entonces en España tres
valerosos capitanes cartagineses: estos eran Asdrúbal
Barcino, Asdrúbal Gison y Magon. Estos supieron
los pensamientos de los Scipiones; y para mejor resistirles, se
fortificaron todo lo posible, llamaron en su ayuda a Indíbil,
su amigo, y aunque hasta ahora había estado a la mira de todo sin
meterse en las guerras pasadas, no pudo en esta ocasión tan apretada
negar a los cartagineses lo que le pedían, porque, según se infiere
de Tito Livio y veremos en su lugar, sus hijos y su cuñada, mujer de
su hermano Mandonio, estaban detenidas en Cartagena en rehenes.
Deseaba Indíbil echar los romanos de España, y hacer después lo
mismo de los cartagineses, a quienes en esta ocasión prometió todo
su favor y poder, que era mucho (por no poder hacer otra cosa); y
acudió con muchos ilergetes y cinco mil suesetanos,
que eran de una región de Aragón muy cercana a los pueblos
ilergetes; y porque viniesen de mejor gana, les pagó de antemano.
En África buscaban los cartagineses sus favores.
Reinaba un rey llamado Gala en una parte de ella, que era la
más vecina a Cartago de la parte de poniente: era este rey muy amigo
de los cartagineses, y la amistad estaba atada con vínculos de
parentesco, porque Masinisa, hijo suyo, había casado con
Sofonisba, hija de Asdrúbal Gison. Este, para valer a
su suegro, pasó a España con siete mil infantes y quinientos
jinetes, y desembarcó en Cartagena, 209 años antes de la
venida de nuestro Señor al mundo. Fueron grandes estos socorros, y
la parte cartaginesa sobrepujó a la romana: los vecinos del Ebro,
que eran los celtíberos, estaban divididos, los unos por
Roma, los otros por Cartago; y estos acordaron de no
moverse, mientras los que estaban por Roma estuviesen quietos y
sosegados. Serían estos pueblos de la Celtiberia muy
poblados, porque eran más de treinta mil hombres los que se
declararon por los romanos.
Deseaban mucho los cartagineses
ocasión de topar con los romanos, porque confiaban de su poder y de
los celtíberos, sus amigos: los romanos no menos confiaban de
su buena fortuna y poder, andando los unos en busca de los otros; y
por mejor comodidad, dividieron sus ejércitos de manera, que
Asdrúbal Gison, Masinisa y Magon tomaron parte del ejército
cartaginés, y Asdrúbal Barcino la otra. Los Scipiones hicieron lo
mismo: Publio Cornelio tomó las dos partes, y Neyo
Scipion, su hermano, la otra; y con los treinta mil
celtíberos, que era lo mejor que llevaba, se fue en busca de
Asdrúbal Barcino. No pasó mucho tiempo que el uno estuvo en vista
del otro, y solo había entre los dos un pequeño río que les
dividía. Asdrúbal mandó que los celtíberos que llevaba
embistieran a los de los romanos, y por otra parte envió algunos de
los celtíberos de su ejército a los que estaban con Scipion, para
persuadirles que dejasen la amistad romana, y ya que no quisiesen
valer a los africanos, a lo menos no les dañasen, pues Asdrúbal y
sus hermanos eran hijos de española, y casados con
españolas. Esto lo supieron negociar con tal arte que luego
aquellos treinta mil celtíberos dejaron a Scipion y se
volvieron a defender y cuidar de sus casas y haciendas; y por más
que Neyo Scipion se lo rogó que no se movieran, fue su trabajo vano,
porque decían que no querían pelear contra sus naturales y
parientes, ni dejar perder sus casas y haciendas. Quedó Neyo Scipion
muy sentido de esto, y muy flaco su ejército; y con la poca gente
que le había quedado, se retiró, con intención de juntarse con su
hermano. Asdrúbal Barcino ya había pasado el río, y con toda
diligencia iba tras de Scipion, deseoso de pelear con él.
Mientras
pasaba lo que queda dicho, Publio Cornelio Scipion caminaba con su
ejército contra Asdrúbal Gison y Magon, sin saber que Masinisa
estuviese con ellos, antes, bien cuando lo entendió, quisiera no
haber tomado tal empresa, y tuvo gran alteración, y esta se le
aumentó, cuando vio que no rehusaban la batalla. Llevaba Masinisa
unos soldados tan diestros, que apenas salía alguno del real de
Scipion para leña, o forraje o por otros menesteres, que luego estos
soldados no le matasen o cautivasen. a lo que estaba con estos
trabajos Publio Cornelio Scipion, llegó Indíbil con siete mil
quinientos hombres, que, como dice Livio los cinco mil eran
suesetanos y que eran
del reino de Navarra, y los demás eran ilergetes. Publio
Cornelio Scipion quiso estorbarles que se juntasen con los demás,
confiando que él era bastante para vencer a Indíbil y sus
ilergetes y suesetanos, y dejando encomendado el real, con alguna
guarnición, a Tito Fonteyo, capitán romano, salió a media noche a
combatir con Indíbil. La caballería africana que corría el campo
tuvo noticia de esto, y luego dieron aviso al ejército cartaginés,
y acudió con tal presteza y diligencia, que llegaron a la que
querían pelear Publio Cornelio Scipion e Indíbil. Fue grande la
matanza que hicieron en los romanos: Scipion, que les iba animando y
exhortando que muriesen como buenos soldados, fue herido con una
lanza en el costado derecho, que le salió al izquierdo,
con que cayó del caballo, y luego le dieron muchas y muy grandes
heridas, con que dio fin a sus días; y los cartagineses que estaban
junto a él, viéndole caer del caballo, mostraron sobradas alegrías,
y publicaban a grandes voces su fallecimiento por toda la batalla,
con la cual nueva no faltó cosa para quedar absolutos vencedores; y
los romanos, abiertamente vencidos, comenzaron a huir, como mejor
pudieron, y parte de ellos acudió al real de Tito Fonteyo,
y muchos a una ciudad llamada Iliturge (I
mayúscula, ele), y otros hasta Tarragona, y fue
doblado más número los muertos en el alcance, que cuantos faltaron
en la pelea. Los españoles suesetanos y su capitán Indíbil
y sus ilergetes fueron tenidos en gran estima, por haber
esperado con tan poca gente a tantos romanos contrarios, no queriendo
retirarse ni desviar la batalla, puesto que lo pudieran muy bien
hacer sin perder algún punto de su buena reputación. Después de
esto y haber refrescado la gente de Indíbil, se juntaron con
Asdrúbal Barcino, que
estaba en un lugar que Livio llama Astorgin (1: Anitorgis,
Alcañiz, según Cortés), donde fueron recibidos con el contento que
tan buenos sucesos como habían tenido podían causar. (Según
el libro del padre Nicolás
Sancho: En ella probamos con gran copia de datos y argumentos el
sitio preciso de aquella Ciudad, y la mucha probabilidad que tiene la
opinión de que la antigua Anitorgis de la Edetania corresponde a
Alcañiz. Con cuyo motivo damos en el quinto Apéndice de la Sección
segunda, muchas y curiosas noticias de las Ciudades, límites y
circunscripciones de la Celtiberia y de la Edetania, según las
respetables autoridades de Plinio, Estrabon, Ptolomeo, Tito Livio, y
otros geógrafos e historiadores de conocida fama y reputación.)
La
nueva de tan gran pérdida no había aún llegado a noticia
de los otros romanos, aunque, según dice Tito Livio, había entre
ellos un triste silencio y una secreta divinacion,
(adivinación, presentimiento) cual suele ser en los
ánimos que adivinan el mal que les está aparejado; y los
sobresaltos que daba el corazón de Scipion, y sustos que tenía,
eran indicios ciertos, no solo de lo que pasaba, mas aún de las
desdichas e infortunios que le estaban aparejados, y presto le habían
de venir. Íbase retirando con su ejército, caminando siempre de
noche, hacia el río Ebro, donde hoy es Zaragoza (Caesaraugusta, Sarakusta);
pero apenas fue partido, cuando tuvo sobre si los caballos númidas,
que ya por los lados, ya por las espaldas, le iban picando. Entonces
Scipion, que ya tenía sobre si todo el poder de los cartagineses y
númidas, que con Masinisa e Indíbil le apretaban, se alojó
con toda su gente en un montecillo no muy bien seguro; pero de los
que había alrededor este era el más alto. Subidos aquí, tomaron en
medio cuantos impedimentos y fardaje traían y juntamente los
caballos, y puestos a pie todos sus dueños mezclados con el peonaje,
rechazaban con poca dificultad, y sin tener otro reparo por los
rededores, el ímpetu de los caballos berberiscos y jinetes númidas
que siempre les daban rebato; mas como después llegaron los
capitanes cartagineses con Masinisa e Indíbil, conoció Scipion cuán
vano era trabajar en retener aquella cumbre o montecillo, no poniendo
baluartes al rededor o fosas o vallados, e imaginaba
con gran vehemencia, qué modo tendría para hacer alguna defensa. La
cuesta, de su propiedad era rasa, de suelo pelado, tan duro y tan
desolado, que ni criaba leña ni rama donde pudieran cortar maderos
para los palenques, ni tenía céspedes o tierra de que
hacer paredones ni reparos, ni mostraba disposición a las cavas
o trincheras, y finalmente no hallaron aparejo de poder obrar
algo con que se remediasen. Menos había malezas o pasos o riscos
dificultosos de ganar, de subida trabajosa, cuando los enemigos
llegasen; porque todo aquel montecillo precedía (o procedía, no
se lee bien) llano, sin casi lo sentir, hasta dar en la
cumbre. Queriendo suplir este defecto, comenzó Neyo Scipion a formar
una semejanza de reparo por el circuito, con albardas y líos
de los mulos que traían el fardaje, sobreponiéndolas
muy bien atadas unas con otras, conformes al tamaño que solían
tener en sus baluartes acostumbrados y verdaderos; y donde faltaban
albardas y líos, metían ropas o cualesquier impedimentos que
hiciesen bulto, por no parecer que de ningún cabo les menguaba. Lo
tres capitanes cartagineses, al tiempo que llegaron, guiaban sus
escuadrones contra lo fuerte de la cuesta, muy determinados a lo
combatir, y la gente del ejército respondía con buena voluntad a su
determinación, sino que la nueva manera del reparo, cuando lo vieron
desde lejos, les hizo dudar algún tanto, creyendo ser defensa más
brava. Sus principales y caudillos, viéndoles así parados,
discurrían por las batallas enojados de su detenimiento;
preguntábanles a voces: en qué se paraban; cómo no deshacían con
los pies aquel espantajo romano; pues a mujeres o muchachos no se
podía defender, cuanto más a tan denodados varones cuanto venían
allí; que si bien mirasen los enemigos, que vencidos eran;
escondidos que estaban tras de aquellas albardas pajizas, en llegando
se darían a prisión o serían degollados a mano y sin pelea; que
pasasen adelante, y no se detuviesen ni mostrasen pavor de tanta
vanidad. Estas reprehensiones voceaban los capitanes africanos en
menosprecio del reparo romano; pero verdaderamente venidos al toque,
más difícil hallaron el saltar las albardas y líos, de lo que
publicaban al principio, por estar entre si bien atadas y túpidas
en harto buena alzada, y tras ellas haber hombres valientes y
guerreros que todavía tenían ventaja centra quien llegase por
defuera, como pareció casi luego que fueron acometidos, que
solamente para romper líos y hacer entradas hubo menester grandes
acometimientos, y se tardaron largas horas: mas al cabo, derrocados
los reparos en muchas partes y metida la furia cartaginesa por ellos,
ganaron el real de todo punto, sin poderlo valer Neyo Scipion. Allí
sus romanos, hallándose pocos, atemorizados y confusos, morían
despedazados por diversos lugares a mano de los cartagineses y de los
españoles confederados, que venían muchos en cuantidad,
ufanos y victoriosos con el buen despacho de la batalla pasada.
Pudieron huir algunos romanos en los montes y sitios fragosos que no
caían lejos, y por algunas partes acudían pocos a pocos, fatigados
y heridos, al otro real, que fue de Cornelio Scipion, donde Tito
Fonteyo, su lugarteniente, les amparó con la diligencia que bastaba
su posibilidad, mas no para que dejasen de morir en todos estos
caminos muchos buenos romanos y diestros. Con ellos pereció también
su capitán mayor Neyo Scipion, dado que la manera de su muerte
traten discrepantemente Livio y nuestros cronistas:
unos certifican ser hecho pedazos entre los primeros; allá dentro
del reparo, cuando se rompieron las entradas por los líos y defensas
ya declaradas; dicen otros haberse retraído con unos pocos en una
torre desierta cerca del real, y que los cartagineses al principio,
no pudiendo quebrar las puertas al desquiciarlas a fuerza, las
pusieron fuego por el rededor, y quemándolas, mataron dentro cuantos
en ella quedaban, y también al capitán general. Como quiera que
sea, murió de esta vez Neyo Scipion, según debía morir un
caballero muy excelente, siendo pasados veinte y siete días después
de la muerte de su hermano, y siete años cumplidos y pocos mes
adelante, después de su venida a España. De esta manera tuvieron
fin los dos hermanos Neyo Scipion y Publio Cornelio Scipion,
sin valerles su saber y disciplina militar y la buena y próspera
fortuna que siempre les fue compañera, aunque en la mayor necesidad
se les volvió adversa. Esparciéronse los pocos romanos que de
aquellos encuentros escaparon por España, sin hallar lugar
cierto y seguro donde recogerse, porque como eran tan aborrecidos de
los naturales, y los amigos de ellos se eran vueltos al bando
cartaginés, era peor el tratamiento que se les hacía de lo que
habían padecido en las batallas pasadas, y tantos más murieron en
esta huida que en aquellas. El mejor acogimiento que hallaron fue en
Tarragona y su comarca, donde quedaba Tito Fonteyo con algunos
soldados romanos, el cual, y otro caballero llamado Lucio Marcio
los recogieron, conservando las reliquias del pueblo romano esparcido
por España, que atónito de lo que había sucedido, no sabía qué
consejo tomar: y aquí acaba la historia del diligente historiador y
erudítisimo varón Florián de Ocampo, el cual en cinco libros, por
orden del emperador Carlos V, de buena memoria, recopila la historia
de España, desde el principio del mundo hasta estos tiempos, que ha
sido tan acepta y de tanta autoridad, que casi todos los que la han
escrito después de él le han seguido, por haber este autor tenido
por blanco la verdad; y es tan estimada de todos los varones doctos y
sabios, que no sé cuál ha de ser mayor, el sentimiento de que no
haya proseguido aquella, o el gusto y contento que tenemos de que el
maestro Ambrosio de Morales la haya continuado, pues lo que el
primero dejó imperfecto lo hallamos tan cumplido en este segundo
autor, que parece que en lo que él ha dicho y hecho, ni poderse más
añadir, ni aún los maliciosos que corregir; y así, tomando este
autor por guía, y de los otros lo que fuere a nuestro propósito,
continuaremos lo que se siguió después de la muerte de los
Scipiones, hasta el fin de la obra, según será menester.