Capítulo
XII.
Del
Raciocinio.
30
Entre las nociones compuestas la más principal, y a que se enderezan
todas las otras es el raciocinio, acto del ingenio y potencia
combinatoria, pues en él se juntan muchas proposiciones para formar
una con el fin de descubrir las cosas. Ejecútase el raciocinio por
inducción, ejemplo, entymema, silogismo. Llámase inducción la
manifestación de un universal por la enumeración de todos los
particulares. Este cisne es blanco, también lo es este, y así de
los demás: luego todo cisne es blanco. Decía Horacio: el que no ha
gobernado la nave se abstiene de hacerlo: el que no es Médico no se
atreve a dar medicinas, &c. luego los que no son peritos
en las cosas no las han de gobernar (c).
(c)
Navem agere ignarus navis timet; abrotonum aegro Non audet, nisi qui
didicit, dare. Quod medicorum est, Promittunt medici. Tractant
fabrilia fabri. Horat. Epist. Lib.2.epist.I.vers.114.
Son
innumerables los errores que se cometen en las Ciencias,
especialmente en la Física, por el mal uso de las inducciones; pues
sin hacer bien la enumeración de los particulares, se sientan
máximas universales, que solo son ciertas cuando estas incluyen a
aquellos sin faltar ninguno. Un Médico da
una medicina para quitar una enfermedad, la repite otra vez, y logra
la curación. Forma por inducción una máxima general falsísima,
creyendo que la tal medicina es remedio cierto para semejante
dolencia. Así continuando en hacerla común, queda muchas veces
burlado. En el trato civil sucede lo mismo. Ven a uno que un día
entra en una casa, y lo repite otro día, y sin más examen
pronuncian: Fulano va todos los días a tal casa, u hace tal cosa &c.
Es menester mucha reserva, gran exactitud, suma diligencia para no
engañarse con las inducciones. Esto consiste en que en este
raciocinio procede el entendimiento de las partes al todo; y así
como para formar el género de las definiciones
es necesario saber todos los particulares, que debajo de él se
comprehenden, del mismo modo es preciso para hacer una buena
inducción: y es de notar, que esta suerte de argumento, si se hace
debidamente en las cosas físicas, es de suma importancia para las
nociones lógicas universales. Bacon de Verulamio trató de la
necesidad y utilidad de las inducciones para la Física en el
capítulo segundo del libro quinto De augmentis scientiarum, y lo
repitió en los aforismos trece y catorce del primer libro de su
Novum organum, alabando en ambas partes la inducción, y vituperando
los silogismos; mas siendo cierto, que no hay inducción ninguna que
no se pueda reducir a silogismo, se echa de ver que a este insigne
Escritor le hizo falta aquí, como en otras muchas cosas, la seria
lectura de Aristóteles.
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El ejemplo que en las Escuelas llaman paridad, es un raciocinio con
que descubrimos una cosa por la similitud de otra: Una piedra, un
bronce, con el continuo ludir se amolda y se suaviza: luego un
muchacho, por duro y áspero que sea, con la educación y la cultura
se amansa y endulza. Este modo de raciocinar es muy expuesto al
error, porque con dificultad se encontrarán dos cosas tan del todo
semejantes que no se diferencien en algo; por eso en rigor lógico
esta suerte de prueba debe examinarse mucho, porque engaña con las
apariencias con que dos cosas se semejan, siendo en lo interior
distintísimas. Toda la prueba, y convencimiento de las historias se
se funda en el ejemplo, pudiendo en nuestros tiempos suceder lo que
en los pasados. Así que para usar de este raciocinio con acierto
conviene comparar las cosas, mirar en qué se parecen, y en qué
disienten, ver los efectos que resultaron, y se pueden esperar de
aquello en que se conforman, y no omitir circunstancia ninguna de las
que pueden hacer del todo semejantes, o solo en algo parecidos los
casos. Por faltar este examen Lógico a los Casuistas, que no usan
por lo común de otra prueba que del ejemplo, cometen tantas faltas
en la enseñanza de la Moral. Lo mismo sucede a los Políticos,
puesto que no hay dos casos del todo semejantes en los sucesos
humanos. Lo que conviene, así en la Moral como en la Política, es
instruirse bien en las máximas fundamentales de estas Ciencias, y
procurar aplicarlas con acierto a los casos particulares, y los
ejemplos mirarlos como hechos que ayudan a hacer con firmeza
semejante aplicación. Todavía debe aclararse más este importante
asunto. Todos los entes tienen predicados comunes y singulares. En
los comunes se parecen, y se diferencian en los otros. Cuando en lo
físico examinamos las cosas, y vemos en ellas los atributos comunes,
las colocamos bajo una clase; y este conocimiento, si se hace con
exactitud, nos asegura del ser y propiedades de los entes, y sirve la
inteligencia de unos para los demás que gozan iguales atributos. La
singularidad que hay en cada cosa no es transcendental a otras, y por
eso de los meramente singulares no puede haber ciencia, sino solo
observación, esto es, conocimiento que dimana de determinada
aplicación de los sentidos. Así que para que la Física y la
Historia sean útiles, y den reglas seguras, es menester en su
estudio ver atentamente las cosas, notar los atributos comunes y
propios de cada una, examinar el origen, progresos y términos que
tienen, advertir sus operaciones, sus resultas, sus movimientos, &c.
Y cuando dos cosas, aunque en sí mismas singulares, se convienen en
todo lo que hemos propuesto, se podrá juzgar de una por la similitud
de la otra, y se podrá decir que se gobierna entonces el
entendimiento por un conocimiento seguro. Por faltar en los que se
llaman Físicos experimentales muchas de estas advertencias, se
quejaba el P. Mallebranche del poco mérito de los que suelen hacer,
como dicen ellos, experiencias (a). Cuando el hombre averigua así
las cosas se vale de las inducciones para colocarlas en las clases
generales, y así se dan la mano las nociones del entendimiento, y se
ayudan mutuamente cuando se gobiernan con buen orden. Haré esto más
patente con ejemplos. En lo físico se observa, que un árbol echa su
flor con la venida del Sol, y se le caen las hojas con la ausencia:
esto mismo se ve en los demás constantemente, y de estos ejemplos
por inducción se concluye, que el Sol influye en la generación y
corrupción de los árboles. Se ve, no una vez sola, sino
innumerables, que la Luna y los demás Planetas, además de nacer, y
ponerse todos los días, caminan por sí de Poniente a Levante,
guardando cada uno ciertas reglas: y de la repetición de veces que
esto se observa, como que cada vez que se ve es un ejemplo, se
concluye que los Planetas ejercitan dos movimientos, uno común de
Levante a Poniente, y otro propio de Poniente a Levante. Así decía
bien Manilio, que el ejemplo mostró el camino a los hombres para
formar las reglas fijas de la Astronomía (b). En lo Moral se ve que
Ticio tiene inclinación a la superioridad, también la tienen
Ariston, y Eudoxo, y así los demás. Conclúyese de estos ejemplos,
que este apetito es general en la naturaleza del hombre. En lo Médico
se observa, que el dolor de costado, que uno padeció, traía consigo
cinco cosas; es a saber, calentura fuerte, tos, dificultad de
respirar, pulso duro, y dolor punzante en algún lado: esto mismo se
vio en otro, y constantemente en todos los que fueron molestados de
esta dolencia. Conclúyese de estos ejemplos por la inducción, la
máxima experimental, que todo dolor de costado ha de llevar
precisamente estos males consigo. Si los Médicos observan
atentamente, verán que de cada una de las enfermedades podrán
formar máximas generales para su conocimiento tan ciertas como esta,
puesto que todas tienen caracteres propios tan fijos como el dolor de
costado tiene los suyos.
(a)
Recherch. de la verit. liv. 2. p. 2. chap. 8. tom. I, pág. 447.
(b)
Per varios usus artem experientia fecit, Exemplo monstrante viam.
Manil. Astronom. lib. I. v.58. y sig.
Caminando
por estas reglas lógicas, y gobernando los antiguos sus nociones por
ellas, nos han dejado sentados los principios fundamentales de todas
las Artes y Ciencias; pues no son otra cosa que nociones comunes y
universales sacadas de ejemplos particulares, y juntas por la
inducción para formar máximas adaptables a los singulares de donde
proceden.
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Enthimema es un raciocinio corto de dos solas proposiciones expresas
(aunque es fácil reducirlo a tres), entre las cuales la una es
antecedente, y la otra se sigue de ella, como el Sol ha salido: luego
es de día. Esto es lo que comúnmente se enseña del entimema; bien
que otras significaciones le dieron los antiguos, que pueden verse en
Facciolato, Escritor pulido y sólido que trató de propósito este
asunto (a).
33
Dilema es un raciocinio que en su antecedente tiene dos partes, y con
cada una puede incomodar al contrario. Cuenta Aulo Gellio (b), que un
joven rico, llamado Evathlo, queriendo tomar lecciones de orar con
Protagoras,
le ofreció mucho dinero, y le dio la mitad de lo tratado al empezar
la enseñanza, ofreciendo pagar lo restante el día que llegase a
defender una causa ante los Jueces, y la ganase. Mas retardando
Evathlo la ejecución, Protágoras le movió un pleyto, y habló en su
favor a los Jueces con este dilema: “Ya sea que te den, Evathlo,
sentencia en favor, ya en contra, me has de pagar la deuda: porque si
pierdes el pleyto, la pagarás por la sentencia: si lo ganas, la
pagarás por lo tratado; pues has ofrecido pagarme el día que
defiendas un pleito y le ganes.”
Replicó Evathlo: “Ya,
gane yo el pleyto, o le pierda, no he de pagarte: porque si tengo
sentencia en favor, quedo exento: si la tengo en contra, no se ha
cumplido el pacto de pagarte cuando ganase el pleito.” A esta
especie de reconvenciones llaman los Griegos Antistrephon, los
Latinos reciprocum argumentum: en las Escuelas lo usan mucho, no sólo
en los dilemas, sino en otras maneras de raciocinios, y los llaman
retortiones del verbo retorqueo.
(a) Facciolat. Acroas. I. p. I.
y sig.
(b) Gell. Lib.5.cap.10. Pág. 170.
Engañan
mucho esta suerte de argumentos, porque entre los dos extremos del
dilema suele haber medios, y tal vez faltan más extremos, o de los
señalados no salen en todo rigor las consecuencias que se proponen.
Mas pudiéndose reducir los propuestos raciocinios a silogismos, que
son la más universal manera de raciocinar, puesto que debajo de sí
contienen toda suerte de argumentos, se hará lo dicho más patente
con lo que vamos a explicar.
34
silogismo es: “una noción mental compuesta de tres
proposiciones juntas, de modo que sentadas las dos primeras, la otra
aunque contiene cosa distinta se sigue de ellas por necesidad: “Todo
viviente es sensitivo: todo hombre es viviente: luego todo hombre es
sensitivo. La primera proposición se llama mayor, la segunda menor,
y ambas premisas, la tercera consiguiente o conclusión; y la
consecuencia que denota la noción con que el entendimiento conoce el
enlace y conexión necesaria del consiguiente con las premisas, se
significa con la partícula luego. En todo silogismo ha de haber tres
términos y no más: es a saber, el extremo menor, que es el sujeto
del consiguiente: el extremo mayor, que es el predicado, y el medio,
que es por donde se juntan los otros, y este nunca entra en la
conclusión; y entre las premisas en rigor es la mayor la que
contiene el mayor extremo, aunque en el orden de la colocación esté
primero la otra. La vida es un bien: todo bien es apetecible: luego
la vida es apetecible. Aquí la mayor es la segunda proposición,
porque contiene el mayor extremo, y fácilmente se puede mudar la
colocación en esta forma: Todo bien es apetecible: la vida es un
bien: luego la vida es apetecible. No siempre se guarda este orden en
las disputas de las Escuelas, pero conviene que se entienda para
conocer el artificio lógico de los silogismos.
35
Toda la fuerza de los raciocinios silogísticos se toma de dos
fuentes: la una es, el decirse o negarse una cosa de todos (en las
Escuelas tomándolo de Aristóteles, dici de omni, dici de nullo): la
otra, que siendo dos cosas una misma con un tercero, es preciso que
sean unas mismas entre sí, y al contrario (Quae sunt eadem uni
tertio sunt eadem inter se & vice versa). Como el entendimiento
con buena lógica forma el todo universal de que hemos hablado antes,
cuando quiere averiguar si una cosa le conviene o no a otra, procura
ver si está contenida en la razón general, de modo que el sujeto
que hace el menor extremo esté contenido en el extremo mayor, que es
el predicado; y así se convence concluyendo, que la cosa es como en
el consiguiente del silogismo se propone. Todo hombre es corruptible:
Ticio es hombre : luego Ticio es corruptible. Aquí lo corruptible
hace un todo lógico, y se prueba que en él se incluye Ticio, porque
se ha probado que es hombre y todo hombre es corruptible. La otra
fuente de la fuerza de los silogismos se descubre en los de predicado
singular: Eudoxo es ingenioso : este hombre es Eudoxo : luego este
hombre es ingenioso. Aquí se convence lo ingenioso en este
determinado hombre, porque los dos están juntos en un tercero, que
es Eudoxo. Tito Livio no es Cicerón: este hombre es Tito Livio:
luego este hombre no es Cicerón. Los dos extremos de este
determinado hombre y Cicerón no se pueden juntar, porque no se
pueden unir con Tito Livio, que es el medio. A la verdad este
principio de la fuerza de los silogismos también se extiende al otro
que hemos explicado; pero para mayor inteligencia de estas cosas
conviene tener presentes los dos.
36
Para el buen manejo de los silogismos ha inventado el Arte las
figuras, y los modos. Llámase figura la debida conexión y atadura
del medio con los dos extremos. Modo es la proporcionada y recta
colocación de las proposiciones. Estas cosas se enseñan difusamente
a los muchachos en las Escuelas, y es lo que en ellas se suele tratar
en las Súmulas, con más fundamento. Los antiguos. por lo común
fueron más prolijos de lo que requería este asunto: los modernos,
tomando el extremo contrario, como acostumbran, lo miran todo como
inútil. Los que quieren enterarse de la verdad, con todo fundamento,
ni se entregarán a tanta delicadeza, como en esto gastan los
Escolásticos, ni desechan como vano este artificio Aristotélico. Es
cierto que la fuerza de raciocinar reside en la potencia mental
combinatoria, y es el raciocinio el acto más noble de ella. Con su
ejercicio descubre, averigua, junta, compone, o descompone las cosas
entre sí según les corresponde. El Arte siguiendo la naturaleza ha
ordenado, dispuesto, y enlazado las nociones de manera, que ha dado
pulidez, claridad, orden, y facilidad admirable a la formación de
los silogismos, y quien quiera que vea el artificio con que
Aristóteles ha dispuesto todas estas cosas, habrá de confesar, si
tiene candor, que la obra de este Filósofo es una de las mayores, y
más sublimes del entendimiento humano. Dice Lock, extendiéndose (a
: Lock Essai Philosoph. del ent. lib. 4. cap. 17. §. 4. y sig. pág.
559.) mucho en esto, y con él otros modernos, que es ocioso, y que
no ayuda al entendimiento en el buen modo de pensar, el disponer los
argumentos por silogismos, puesto que se hallan muchos que sin ellos
raciocinan, y concluyen los asuntos que tratan con claridad y
perfección. De aquí deducen, que el método de las Escuelas es
importuno, inútil y enfadoso, asegurando que fuera mejor tratar las
Ciencias con discursos seguidos, que con disputas Escolásticas. No
apruebo yo todo lo que hacen las Escuelas en punto de silogizar,
porque veo bien que se cometen excesos dignos de enmendarse. Tampoco
alabo los Escritores pesados, que siguiendo este estilo, todo lo
reducen a silogismos, porque fatigan el entendimiento, y le
indisponen a poner la atención necesaria para enterarse del asunto;
pero no tengo por inútil ni vano el Arte de silogizar, y el
conocimiento de sus reglas, antes por el contrario en quien le pueda
aprender sin gran fatiga le considero útil, y en algunas ocasiones
necesario. Mucho antes que Lock y sus precursores trató esto mismo
nuestro Sánchez Brocense (b : Organ. Dialect. lib. 3. tom. I. pág.
430. y sig.), y probó con admirables ejemplos de Terencio y otros
Escritores de la pura latinidad, cuán agradable y convincente es
ocultar el Arte, y mostrar las cosas con silogismos encubiertos, que
este mismo Autor desembaraza, para que los Dialécticos los vean con
sus modos y figuras. Cierto que sería en las Escuelas muy útil a la
juventud, así para mayor perfección en el Latín, como para
introducir el buen gusto de la Dialéctica, enseñar el Arte de
silogizar del modo que lo hace este sabio y discreto Español, pues
ninguno hasta aquí en esta parte lo ha hecho mejor. En los
ejercicios de la Retórica del trato civil, de los Tribunales, de la
política, se deben usar discursos seguidos, los cuales, aunque en
sus pruebas encierran muchos silogismos, pero están encubiertos, y
tanto más apreciable es el Arte de las arengas, cuanto es más
oculto el artificio de los raciocinios. Mas en las Escuelas, y en los
Estudios privados conviene mucho practicar los silogismos, porque con
ellos se hacen patentes a un tiempo las pruebas sólidas, y los
embrollos: se descubre lo sólido y concluyente, y lo superficial y
falso. En la Universidad de Valencia se guarda en esto una costumbre
digna de ser recibida de las demás Escuelas. El que arguye pone
silogismos hasta que ha manifestado su dificultad, y hecho esto,
resume todo su argumento silogístico en un discurso seguido. El que
defiende hace lo mismo, porque primero responde a los silogismos
según la forma Escolástica, y luego hace una recapitulación de
todo el argumento, como una arenga, en la cual satisface a la
dificultad que se le ha propuesto. El que esté versado en el Arte de
silogizar conoce la utilidad que le resulta, cuando reduce a
silogismos un asunto en que le importa averiguar si sus pruebas son
conformes con los principios fundamentales del juicio; pues esto de
silogismo en silogismo se viene a descubrir con perfección, y por
este camino queda el entendimiento asegurado de la verdad. Convencido
de esto Leibnitz usó muchas veces del método silogístico para
impugnar a los Materialistas, y probar la inmortalidad del alma, para
defender la verdad católica del Sacrosanto Misterio de la Trinidad,
y para declarar en un Apéndice por varios silogismos los principales
puntos que estableció en su discurso seguido de la Theodicea (a).
(a)
Todas estas piezas dignas de leerse se hallan en el tom. I. de las
obras
de
Leibnitz pág. 5. 10. y 404. de la edic. de Gineb. de 1768.
Heineccio,
después de haber explicado las figuras de los silogismos y sus
reglas, dice: “Estas son las reglas especiales, que sin embargo
de ser vilipendiadas por los que no aman la más sólida doctrina
experimentan cada día ser muy útiles los que desean alcanzar la
verdad. ¿Porque cómo averiguará ninguno la verdad si no raciocina?
¿y quién podrá estar seguro de que ha raciocinado bien sin saber
las reglas de los buenos raciocinios? Son pues, sólidas estas cosas,
como lo son otras muchas que hoy vulgarmente causan disgusto (a)”.
Wolfio tiene a los silogismos ordenados, como se usan comúnmente,
por útiles para las disputas, y en algunas ocasiones por necesarios
(b), impugnando a los modernos que los desprecian (c), y notando a
algunos de ellos de no haber entendido sus fundamentos (d). Por
comprender yo también que es conveniente en las disputas
Escolásticas, y en los usos privados mantener la forma silogística,
propondré las reglas ciertas que hay para conocer los que están
bien formados, y concluyen por su modo y figura, sin que obste lo que
dicen algunos, por no cansarse en estudiar, que los mismos que
disputan hacen buenos silogismos sin atender a las reglas, y que, si
a cada silogismo se hubiera de poner atención a eso, serían objeto
de risa las disputas; porque cuando se forma un hábito (esto no sólo
en lo racional sucede, sino también en lo corpóreo) es preciso
repetir los actos con advertencia a las reglas para el acierto:
formado ya el hábito, se hacen las cosas sin tal advertencia, porque
la facilidad que se adquiere con el uso lo suple todo (e).
37
Primera regla: El consiguiente debe estar incluido en una de las
premisas, y la otra debe manifestarlo. En este silogismo: Todo hombre
es mortal: Ticio es hombre: luego Ticio es mortal, el consiguiente
está incluido en la universal: Todo hombre es mortal, y la
proposición Ticio es hombre, sirve para hacerlo manifiesto. Esta
regla es sin excepción, y la más general y segura para conocer la
bondad de los silogismos. Pónela Aristóteles en sus analíticos, y
los Escolásticos la explican difusamente de modo, que no hay nada
más común en sus Súmulas impresas. Con todo el Autor del Arte de
pensar (f) pondera la utilidad y necesidad de esta regla, y habla de ella como que la ha inventado, pues buscando una norma fija para conocer la rectitud de los silogismos sin recurrir a las reducciones de ellos, y poder fácilmente desembarazarse, la propone como que le ha venido al pensamiento (& voici ce qui en est venu dans l´esprit).
(a)
Heinec. Elem. Logic, part. I. cap. 2. prop. 82. in not.
(b)
Wolf. Logic. part. 2. sect. 4. cap. 4. §. 1094.
(c)
Wolf. Logic. part. 2. sect. I. cap. 2. §. 560.
(d) Ibid. part.
I. sect. 3. cap. I. §. 353.
(e)
Esto conviene advertir para no hacer caso de lo que contra el uso
silogístico pronuncia en tono de oráculo y de burla el célebre
Vernei o Barbadiño. De re logica, lib. 2. cap. 7. pág. 63.
(f)
Part. 3. cap. 10. pág. 308.
38
Regla segunda: De premisas verdaderas precisamente ha de salir
consiguiente verdadero, de premisas falsas consiguiente falso. Esta
regla consta, porque debiendo el consiguiente estar incluido en las
premisas, si estas son verdaderas debe ser verdadero, y si son falsas
falso: ni es otra cosa la consecuencia, sino la necesaria conexión
con que el consiguiente está embebido en los antecedentes; y no
pudiendo una misma proposición ser verdadera y falsa, tampoco podrá
ser falso un consiguiente que está comprehendido en premisas
verdaderas, y al contrario. Añádese, que dos verdades no pueden ser
opuestas, porque una de ellas dejará de serlo por aquel principio de
luz natural: cada cosa es, o no es; con que es preciso que lo que es
verdad en los antecedentes, lo sea también en el consiguiente
legítimamente deducido de ellos. Objétase contra esta regla, que
por silogismos bien hechos sale un consiguiente verdadero de premisas
falsas, de lo cual trae Aristóteles muchos ejemplos en el libro
primero de los Analíticos. Todo animal es piedra, ningún hombre es
animal, luego ningún hombre es piedra. Este consiguiente es
verdadero, y se deduce de premisas falsas. Se responde, que el
consiguiente es verdadero por sí, esto es, por la materia, o asunto
de que se compone; mas no por la disposición y forma del silogismo,
porque no está incluido en ninguna de las premisas, y así falta el
argumento a la primera regla. Múdese el asunto y materia, de
necesaria como es en el silogismo propuesto, en otra contingente, y
con la misma coordinación no saldrá el consiguiente verdadero, como
se ve en este: Todo viviente es vino, todo licor es viviente, luego
todo licor es vino. En las Escuelas dicen bien, que del imposible
cualquier cosa se deduce; y si se concedieran las premisas, era
precisa la consecuencia. Se entenderá esto mejor considerando, que
en el silogismo para alcanzar la verdad concurren dos potencias
mentales, el ingenio, y el juicio. El ingenio combina las nociones,
las descubre, y ordena para deducir una cosa de otra: el juicio
conoce y ve si las nociones se conforman o no con las cosas. Cuando
un silogismo está bien ordenado según las combinaciones del
ingenio, y no es conforme su contenido a lo que requiere el juicio,
entonces es una cosa puramente mental, como otras muchas de la
potencia combinativa, y puede llamarse ente de razón, esto es, cosa
que sólo existe en el entendimiento, según suele fabricarlas esta
potencia; pero si al buen orden que el ingenio da a las nociones en
el silogismo se añade la confirmación del juicio, en tal caso
concluye y deja satisfecho de la verdad al entendimiento. En los dos
silogismos propuestos, y otros muchos que se pueden hacer a este
modo, las premisas son puramente mentales, y sólo existen en el
entendimiento; con que los consiguientes si la materia es necesaria
se verificarán por sí mismos; y si es contingente, saldrán tan
falsos como los antecedentes. Por eso en las Escuelas se conceden, o
niegan las premisas antes de llegar al consiguiente, pues siendo
verdaderas, si el silogismo es bueno ha de ser verdadero el
consiguiente, y si son falsas falso. Síguese de lo dicho, que no
puede tener lugar en los argumentos escolásticos lo que aconseja
Feyjoó, de que el respondiente, cuando no está asegurado de la
verdad, o falsedad de las proposiciones del arguyente, en lugar de
conceder, o negar diga, que duda, pues no está obligado a más por
las leyes de la veracidad (a), porque si duda de las proposiciones
que le oponen como contrarias, a su thesis, o conclusión deberá
también dudar de esta, o a lo menos se entenderá que no está firme
en ella, puesto que hay proposiciones que de cerca, o de lejos la
destruyen, y dudando de ellas, es preciso que esté dudoso de la
conexión, o inconexión que entre sí tienen, y por consiguiente lo
esté también de la firmeza de lo que defiende.
(a)
Feyjoó Teatr. Critic. tom. 8. disc. I. §. 6. pág, II.
39
Regla tercera: En ningún silogismo ha de haber más que tres
términos, porque como se ha de afirmar, o negar la identidad de los
extremos por la que tienen con el medio, si los términos son más de
tres no vale la prueba, ni puede ya fundarse en el principio: las
cosas que son una misma con una tercera son unas mismas entre sí.
Gran cuidado se ha de poner en los silogismos de proposiciones
exclusivas, de términos compuestos, y otros tales en examinar bien
los extremos, y el medio, porque fácilmente son más de tres, y por
eso no concluyen. Desembarazándolos conviene ver, si los términos
son unos mismos, e invariables con las mismas propiedades,
ampliaciones, restricciones &c. porque una variación, que no
aparece a primera vista, hace defectuoso el argumento.
40
Regla cuarta: Una de las premisas a lo menos ha de ser universal;
porque así se verifica, dici de omni, dici de nullo: y no haciéndolo
así, con dos particulares se multiplica el medio, y salen más de
tres términos. Trae esto también el inconveniente, que pudiendo ser
diverso el medio, no puede hacerse la identidad del sujeto, y
predicado del modo que se requiere para probarla por su unión con un
tercero. Una substancia es piedra: un animal es substancia: luego un
animal es piedra. En este silogismo el medio substancia significa una
cosa en la mayor, que es la determinada materia, y otra en la menor,
que es la determinada substancia del animal, y por esta variación no
concluye. También es defectuoso el silogismo, en cuya conclusión
alguno de los términos es más universal que en las premisas, puesto
que de particulares no se puede colegir universal. Todo animal es
sensitivo: todo animal es substancia: luego toda substancia es
sensitiva. La voz substancia en la menor se toma por cosa
determinada, y en la conclusión por común a todo lo que es
sustancia.
41
Regla quinta: Una de las premisas a lo menos debe ser afirmativa,
porque si las dos son negativas, ni unen los extremos con el medio,
ni los separan por el medio, sino del medio. Hay algunos silogismos
de términos infinitos, que concluyen con dos premisas, al parecer
negativas; pero desentrañando las proposiciones se hallará que una
de ellas equivale a afirmativa. Ningún animal es piedra: ningún
hombre es cosa distinta del animal: luego ningún hombre es piedra.
Bien se ve que la menor equivale a esta afirmativa: todo hombre es
animal. Otras reglas, como que el medio no ha de entrar en la
conclusión; que, si hay particular, o negativa en las premisas, el
consiguiente debe serlo; porque como dicen los Escolásticos la
conclusión sigue la parte más débil; y otras a este modo son tan
llanas, que sin estudio, con un poco de advertencia las conoce
cualquiera. Siendo, pues, tan primoroso el artificio de los
silogismos, no hay que extrañar, que en tantos y tan diversos como
se proponen en las funciones públicas de las Escuelas, haya muchos
defectuosos, que no siendo fácil desenvolverlos con el calor de la
disputa, sean motivo de embrollos y dificultades, que ofuscan la
verdad. Todas estas reglas propuestas y explicadas con admirables
ejemplos y advertencias por Aristóteles en el libro primero de los
Analíticos las comprendieron prácticamente los Escolásticos en la
formación de los silogismos por las voces inventadas de estos
versos:
Barbara, Celarent, Darii, Ferio, Baralipton.
Celantes,
Dabitis, Fapesmo, Frisesomorum.
Cesare,
Camestres, Festino, Baroco, Darapti.
Felapton,
Disamis, Datisi, Bocardo, Ferison.
Aunque
las palabras son bárbaras, pero son a propósito para el fin a que
se enderezan. Cada una de ellas significa un modo de silogismo
concluyente, y cada letra vocal una proposición, de manera, que la A
denota universal afirmativa, la E universal negativa, la I particular
afirmante, la O particular negante. Por ejemplo, en Barbara las tres
proposiciones corresponden a la A: con que el silogismo ha de constar
de tres universales afirmativas. Todo animal es viviente, todo hombre
es animal, luego todo hombre es viviente.
En Celarent ha de ser
la mayor universal negativa por la E, la menor universal afirmativa
por la A, y la conclusión universal negativa. Ninguna planta es
animal, todo árbol es planta, luego ningún árbol es animal. A este
modo se forman fácilmente en las demás palabras, y en todas
concluyen, porque en todas se encierran las reglas que pertenecen al
modo de formar los silogismos.