XIX.
De la venida de los Cimbrios a España, y del uso
de las cimeras que de ellos ha quedado.
Dejaré los
sucesos de España y cosas de ella, acontecidas después de la presa
de Arbeca, que aunque fueron muchos, pero como no tocan a cosas de
los pueblos ilergetes, Livio, y Ambrosio de Morales y el padre
Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, los cuentan largamente;
y diré la venida de los cimbrios a España, que fue el año
103 antes del nacimiento del Señor. Eran estas gentes de lo postrero
y más alto de Alemania; y Sedeño, en la vida de
Mario, dice que eran de Zelanda. Solían aquellas
gentes septentrionales muy a menudo salir de su tierra juntos
en grandes ejércitos, para ganar por fuerza de armas lugares donde
parasen. En esta ocasión salieron por fuerza, porque el mar saliendo
de madre, les cubrió sus campos, y se los anegó todos, como
acontece muchas veces en algunas partes de Flandes,
(Niederlanden, Holanda, tierras bajas) y lo hiciera mucho más,
si con aquellos reparos que ellos llaman diques no lo
previnieran y estorbaran; y en tiempo de nuestros abuelos, se
extendió el mar por los campos de Holanda y Zelanda,
y dejó anegado gran término de tierra, y en él muchos lugares y
villas, y tres grandes ciudades, que hoy están debajo de
aquellas aguas. Así les aconteció a estos cimbrios:
discurrieron hasta Italia y Francia, de donde les echaron Cayo
Mario, que fue el que les persiguió más que ninguno, y Quinto
Luctacio Catulo, que eran cónsules de Roma, y mataron más de
ciento y veinte mil de ellos, y cautivaron más de sesenta mil;
porque era tan grande el número de esta gente, que dice Plutarco
ser treinta miriadas de hombres que llevaban armas, que
contados diez mil hombres por cada miriada, serían
trescientos mil hombres, sin las mujeres y niños: eran gente feroz,
bárbara y muy arriscada, y dieron tanto que pensar a los
romanos, que temieron que no acabasen aquella su república y nombre;
y dice Plutarco, que las otras veces que los romanos pelearon
con otros bárbaros, fue para gozar de la gloria y honra del triunfo,
pero con estos solo pelearon para echarlos de si, librarse de tal
gente y conservar a Italia. Tenían lenguaje particular, cuyo
idioma duró en España hasta el año de Cristo Señor nuestro
514: así lo dice Flavio Dextro, hijo de San
Paciano, obispo de Barcelona: praeter linguas
latinam, cymbricam, goticam in Hispania
erat lingua cantabrica, et politior
latina, hispana, quae copia verborum, elegantia et
tumore, à cantabrica
differebat. De esta gente quedó el uso de los timbres, que
por otro nombre llamamos cimeras, vocablo derivativo de ellos,
como de sus inventores. Usábanlas, como dice Plutarco, para mostrar
ferocidad y braveza, con gran estatura de cuerpo, trayendo
sobre sus celadas diversas figuras y formas de animales
fieros, en aquella figura que podían mostrar mayor ferocidad; y esta
invención ha sido tan acepta, que se ha conservado hasta nuestros
días, que apenas hay caballero que sobre sus armas no traiga su
timbre o cimera; aunque en esto hay hoy tantas usanzas, que
apenas se guardan las reglas de armería, porque cada uno lo hace
como mejor le parece. Pero pues ha venido esta materia en este lugar,
diré lo que en orden a esto hay, y es que por cimera se debe poner
el animal, ave, pez u otra cosa viviente, que trajere
el caballero dentro de su escudo, en la forma más fiera
y principal que, conforme a su naturaleza, pudiera estar, y del mismo
color que estuviere dentro del escudo; y si no hay animal, ave
o pez, puede servir de cimera el cuerpo más principal de él, como
un castillo, una torre, etc. Bien es verdad que hay
algunos caballeros que no observan esto, como los Girones, que
tienen por cimera un caballo, sin traerlo en el escudo,
y el escudo de las armas de Cataluña, que lleva por timbre un
murciélago, (lo rat penat del rey de Aragó) sin
haberlo en el escudo. Pero no es lícito hacer todos lo que
hacen, los Girones e hicieron los dueños del escudo de las
armas de Cataluña, salvo si fuesen los tales iguales a ellos.
Hoy usan poco los soldados de estas cimeras encima de las
celadas, como antiguamente, porque son cosa pesada y dan
embarazo al soldado, y en lugar de ellas traen plumas, que á
mas de ser muy vistosas, no son tan pesadas como eran estas
cimeras, que solo sirven de adornar los escudos y
armas y los reposteros de los señores, y las plumas las
cabezas o celadas que ellos traen. Cuando estas cimeras se ponen en
los escudos, han de salir de ellas los follajes
que caen por el lado del escudo y entorno, y llegan abajo de él, y
han de ser del mismo color que las armas; y dice Don Antonio
Agustín, arzobispo de Tarragona, en unos diálogos
manuscritos que tratan de esta materia, que estos follajes
eran hojas de la yerba acanto, que son muy
grandes y nacen en los pantanos y suelen también servir de adorno en
los capiteles de las columnas corintias, y en
latín a estos follajes llamamos stemmata y
blasones en romance, de donde quedó que de uno que se
alaba y jacta mucho de sus pasados y de los hechos de él, le decimos
que blasona mucho.
Bien es verdad que hay algunos que
quieren que cimera sea derivativo de chymera o quimera,
y también puede ser; pero lo más cierto es que se tomó de los
cimbrios, que no de la chymera, animal inventado de los
poetas, que puesto sobre las celadas, podía también servir
de cimera, por ser de feroz y extraña invención, y tener
cabeza y pecho de león, vientre de cabra y cola de
dragón.
Estos cimbrios no solo infestaron la Italia y
Francia, mas también llegaron a nuestra España, que parece que
siempre fue el fin y paradero de las peregrinaciones de los bárbaros,
que no cabiendo o siendo echados de sus tierras, han buscado mansion
y morada en ella. De esta vez entraron por la parte de Francia y
Alvernia (dialecto occitano Auvernhat), y de
aquí vinieron a España, cubriendo gran parte del reino de Aragón
(que no existía aún, como otros nombres que usa el autor en este
libro) y toda la región de los ilergetes; y el poder de
estas tierras no era tal que pudiese resistir a tanta gente, y para
valerse contra ellos, llamaron en su favor a los celtíberos,
y unidas las fuerzas de los unos y de los otros, resistieron tan
valerosamente, que los desbarataron, vencieron y pusieron en huida, y
libraron a España de esta plaga y calamidad, y ellos se volvieron
otra vez a Italia, donde les aconteció lo que cuenta
Plutarco; y después del año 102 o cerca, antes de la
venida del Hijo de Dios al mundo, después de haber infestado
a Francia e Italia, volvieron también otra vez a España y
quisieron entrar por los pueblos ilergetes, y fueron
resistidos de los mismos ilergetes y celtíberos, y
otras gentes que se habían juntado contra ellos. Y creo que Tito
Livio debía contar muchas cosas de estas gentes según se echa de
ver del epítome de Lucio Floro; pero como faltan estas
décadas, Plutarco suple por ellas en muchas cosas.