XLI.
Del estado en que quedaron las cosas en Cataluña.
Venida de algunas familias ilustres, y muerte de Otger
Catalon.
Quedaron tan quebrantadas y flacas las
fuerzas de los cristianos en España, después de su pérdida, que
parecía que jamás habían de cobrar su antiguo valor y brío; pero
Dios, que siempre miró estos reinos con ojos de piedad, preservó
hombres valerosos y nobles que, recuperándolos y echando los moros
de ella, la volvieron a mejor estado de lo que antes tuvo, alentando
el espíritu de aquellos antiguos españoles que tan retirados
estaban, por no poder prevalecer contra los infinitos moros que cada
día venían de África, y como langostas tenían cubierta, destruida y asolada toda la tierra.
Fue tan general esta desdicha, que fue
común a todos los reinos de España, donde vivían los moros con
tanto reposo, como si los heredaran de sus abuelos o mayores. No fue
Cataluña de los menos afligidas y trabajadas provincias;
salváronse los godos que en ella quedaron, unos en la ciudad de
Barcelona, viviendo en su ley, permitiéndoselo los moros, con quien
habían hecho concierto, dando por esto buenas pagas y tributos; y
otros por los desiertos y montañas más ásperas de Cataluña y más
vecinas de Francia; y allá escondidos, como una pequeña centella bajo la ceniza, aguardaban tiempo oportuno para echar el resplandor que en sí tenían escondido y dar muestras de él.
Los montes
Pirineos, harto conocidos en España y Francia, fueron abrigo a
muchos; y la vecindad de Francia los consolaba a todos, porque de
solo aquel reino confiaban, como siempre, favor y amparo. Pasó
allá la mayor parte de la nobleza de Cataluña, donde
aguardaba tiempo y ocasión para volver a sus antiguos solares y
casas. Los que vivían en los Pirineos cada día crecían en número y
armas, el valor no les dejaba reposar, hacían algunas salidas y
daños a los moros vecinos, y luego se retiraban a las montañas,
donde no podían ser inquietados de ellos, porque la aspereza y
fragosidad de la tierra lo impedía (y el frío). Los moros,
que ya llevaban esto a mal, se quejaron a sus adalides y capitanes,
pidiéndoles que se hiciese algún castigo y demostración en
aquellos cristianos, que tan mala vecindad causaban. Su capitán se
llamaba Monyos, y era señor de Cerdaña, y
temían los moros que aquellas correrías parasen en numerosos
ejércitos, y que así como inquietaban a los vecinos, no les
inquietasen los demás reinos que aquellos poseían en España:
quisieron castigarlos, pero no fueron poderosos para ello, ni para
impedir el daño que cada día les causaban. Era también grande el
temor que tenían los cristianos, de que el poder y muchedumbre de
moros que les echó de España, no les sacara de aquellos montes;
pero la aspereza de ellos y la vecindad de Francia les animaba, y
mucho más cuando entendieron que Carlos
Martel, mayordomo mayor de la casa real de Francia, por
haber vencido a sus enemigos, estaba reposado y sin guerras ni
cuidados domésticos que le diesen pena. Fueron allá a pedirle
socorro, y le representaron el daño que se le esperaba a su rey de
la ruin vecindad de los moros, y la utilidad de echar enemigos tan
cercanos y enfadosos, de quien no se podía esperar sino todo mal.
Vivía en servicio del rey un capitán famoso, llamado Otger
Gotlant, que gobernaba cierta parte de Francia, llamada los
Campos Catalaunos, entre Tolosa y Burdeos,
y hoy los llaman les Catalens de *Catalons, donde, en el año
452, fue vencido el fiero rey Atila, y quedaron por moradores
los Catos y Alanos, gentes septentrionales bárbaras,
de quien dicen tomó este principado de Cataluña el nombre,
llamándose antes España Tarraconense Citerior. A este Otger se
acogieron los cristianos, rogándole que como otro Moisés, les
acaudillase y librase de la servidumbre y pesado yugo de tantos
Faraones. No fue necesario pedirlo muchas veces, porque el blasón de
tan buena obra le movió a tomar de buen ánimo una empresa tan
santa y pía como era echar la morisma de Cataluña y poner en
libertad los cristianos que en ella quedaban. Llegó a ella con
poderoso ejército, llevando consigo la gente más lucida de Cataluña, que en las calamidades pasadas se habían pasado a
Francia, con las reliquias y riquezas que pudieron llevar. Los más
principales en linaje y poder fueron aquellos varones que Marineo
Siculo quiere fuesen alemanes, no siendo sino godos
y descendientes de familias nobilísimas de aquella nación,
de quien descienden hoy muchos linajes y familias ilustres y nobles en Cataluña. Vinieron con ánimo de sacar los moros de sus propias
casas y heredamientos, de donde años atrás les habían expelido, y
volver a ellos. Entraron en Cataluña por las riberas del río Garona, que nace en ella y desagua en el mar Océano, y
por el valle de Aran y puerto de Piedras Blancas, y
pararon en la tierra que después se llamó marquesado de
Pallars, donde se apoderaron de algunos castillos
fuertes, como era Valencienes, Esterri y otros. Los que
no pararon en Pallars pasaron más adelante; pero jamás dejaban los
montes, que no estuviesen seguros de la tierra por do habían de
pasar. Llegaron de esta manera a la ciudad de Urgel, que la hallaron
poblada de cristianos, cuya ciudad está en lo más alto y áspero
del Pirineo, y por esto se pudieron mejor conservar en ella, sin que
llegasen los moros, y nunca les faltaron obispos y prelados; y según
parece en memorias de aquella Iglesia, después de Teuderico, que fue
el último obispo de quien hablamos, hallo a Estéfano, que
fue obispo diez y nueve años, y a Dotila, que lo fue seis.
Acudieron los de la ciudad de Urgel al refresco y regalo de aquel
valeroso ejército, proveyéndole con gran puntualidad de todo
aquello que pudieron. Reforzáronse de manera, que tuvieron ánimo
para mayores empresas de las que hasta aquel punto tenían pensadas,
cada día acudía gente; y las fuerzas se aumentaban de manera, que
pudieron emprender conquistas mayores. Bajaron a lo llano, habiendo
dejado las mujeres y los niños, y todo lo que les podía ser estorbo
a los intentos que llevaban, en la Seo de Urgel, porque no había
otra población de cristianos, en que con mayor seguridad, pudiesen
quedar. Bajados a lo llano y atravesando por Cataluña, fueron a
poner cerco a Empurias, que era pueblo muy principal y rico, y
acudieron a favor de los cercadores todos aquellos cristianos que
vivían derramados por aquellas montañas vecinas. Era el tiempo
riguroso y grande el frío, (la mayoría de moros no lo
soporta) y Otger aún no había experimentado los aires y clima
de la tierra: estaba en medio de sus enemigos; las vituallas
faltaron, sintióse hambre, siguiéronse enfermedades, y luego
muertes. La más sentida fue la de Otger, el cual, viéndose cercano
a sus postreros días, nombró sucesor y señaló capitán general de
aquellas huestes al famoso Dapifer de Moncada, su primo, y uno
de los compañeros que con él habían venido. Depositaron el cuerpo
de Otger en el monasterio de San Andrés de Exalada, (Eixalada) que en
aquella ocasión se fundó a las riberas del río Tech, cuyas
avenidas le amenazaban ruina y obligaron a que, dejando aquel sitio,
se buscase otro: este fue en el valle de Coxá, donde, so
invocación del arcángel san Miguel, patrón y tutelar de la casa de
los condes y condado de Urgel, y san Germán, se edificó, que dura
el día de hoy con abad y monjes claustrales del orden de san
Benito, que viven en él. Aquí fueron trasladados los sepulcros y
huesos y todo lo que había en el monasterio de San Andrés, y entre
otras antiguallas que se conservan, es el epitafio o
inscripción del sepulcro de Otger, que da prueba y testimonio de lo
que tengo referido, y dice de esta manera:
DUCIS OTHIGERII
CRUCIS CHRISTI AMICI VERI
SUBTUS IN HAC FOSSA QUIESCUNT CORPUS ET
OSSA.
PROLES THODBERTI BAVARI MARTIS EXPERTI
(Bavari, Baviera, Bayern?)
FUIT ET IN VITA EUM TIMUIT
ISMAELITA.
OB CAUSAM LEGIS DEI TUM JUSSU REGIS
ARMA FERENS
SAEVA STIPATUS MAGNA CATERVA
SODALIUM BENE TRANSIVIT JUGA PYRENNE
POST AQUITANIAM QUAERENDO TERRAM HISPANIAM.
GERENDO BELLUM TUTAVIT PALLAS URGELLUM
CAETERISQUE
PAGUM RAUSILIONIS ET AGRUM
VITAM AD EMPORIAM
RELIQUIT ATQUE MEMORIAM.
*QUEM HEROES DUXERE HIC NOVEM TURBAE
QUOQUE PLANXERE
MARCHIA JAM TOTA PLORAT ORATQUE DEVOTA
UT
SACRUM MUNUS DET EI TRINUS ET UNUS.
Fue su muerte a los
últimos de setiembre, año 735, y veinte y uno después de la
lamentable pérdida de España.