XLII.
Dapifer de Moncada, por muerte de Otger, es capitán de
los catalanes, y venida de Carlo Magno a Cataluña.
La
pérdida de los cristianos con la muerte de Otger Catalon
se reparó con el valor del sucesor que nombró, que fue Dapifer de
Moncada, muy estimado y querido de todo el ejército que estaba
en Cataluña. Las incomodidades que, viviendo Otger, se sentían,
perseveraban aún. Armáronse los moros, sabida su muerte, y se
juntaron para socorrer los sitiados de Empurias, que ya lo pasaban
mal. Los más principales caudillos de los moros fueron el rey de
Fraga, el rey de Tortosa, el rey de Roda, el rey
de Tarragona, el rey de Gerona y el rey de Barcelona.
Era costumbre entre los moros a todos los señores y capitanes de
pueblos grandes darles nombre y título de reyes, de donde
nació haber entre ellos muchos reyes (reinos de Taifas), así
como el día de hoy entre nosotros muchos duques, marqueses y condes.
El número de combatientes que estos llevaban era inumerable;
Dapifer de Moncada no quiso aventurar su gente, alzó el cerco y se
retiró a la Seo de Urgel y los montes, donde, por quitar estorbos,
habían dejado las mujeres e hijos. Los franceses que con Otger
habían entrado se volvieron a su naturaleza, salvo algunos pocos que
se quedaron aquí. Los moros, escarmentados con la entrada de Otger,
cada día se fortalecían, recelando otra.
En este intermedio de
tiempo, que era el año del Señor 741, murió Carlos Martel, cuya
muerte acarreó guerras a sus sucesores, y cuidados domésticos, que
retardaron el favor que de Francia aguardaban. Los catalanes que en
el monte Pirineo estaban retirados se sustentaban en ellos como mejor
podían, poblando aquellos montes y edificando en ellos los castillos
e iglesias que el día de hoy se conservan en aquellas partes,
indicio y testimonio verdadero y cierto de la morada que (pone
hallí) allí hicieron nuestros antiguos catalanes;
y allí Dapifer de Moncada, con la aspereza de los montes y natural
fortaleza del sitio y castillos que se edificaron, valerosamente se
conservó y vino a ser señor casi de toda la tierra de Cerdaña,
Seo de Urgel, vizcondado de Castellbó, Pallars, valles de Aran y
Andorra, y de todo lo más inaccesible y montuoso de aquellas ásperas
montañas, donde ya florecía la fé católica, y los vecinos de
ellas ya reconocían al rey de Francia, en cuyo nombre
todo se gobernaba, y a quien la nobleza y pueblo catalanes,
para que sus empresas tuviesen la debida reputación, reconocían
como a rey, dueño y cabeza poderosa que los gobernase,
y a quien los enemigos respetasen.
Quedóse allí Dapifer y sus
compañeros, como en tierra suya propia, cobrada con su valor y
esfuerzo; repartíanse los despojos y todo lo que se ganaba, según
los méritos de cada uno: los socorros que de Francia aguardaban no
tenían el efecto deseado, porque en aquel reino había hartas cosas
a que acudir. Carlos Martel era muerto a 21 de noviembre de 741: dejó
dos hijos, Carlo Mano, que fue el mayor, y Pepino
el segundo: ambos dejó el padre gobernadores de Francia y
entendieron en ello; pero Carlo Mano, como sabio, renunció al mundo
y a sus vanidades, y se retiró a Roma, donde recibió el orden
sacerdotal, y tomando el hábito de san Benito, se retiró al monte
Casino.
Pepino, su hermano, quedó con la misma autoridad y
poder que tuvo
Childerico, rey que era entonces de Francia, era grande, y
mayor su incapacidad para reinar. Hablando de él Paulo Emilio,
dice que era regio nomine indignus soliique dehonestamentum. Pepino
era el que lo gobernaba todo. Presidía en la Iglesia de Dios el papa Zacarías, griego de nación; representósele el valor de
Pepino, y los servicios que
hecho a la Iglesia, la incapacidad de Childerico e ignorancia; y
movido de esto, le privó del reino, dándole a Pepino, el cual y su
descendencia fueron legítimos reyes de Francia; y Childerico, sin
hacer a esto resistencia, pasó por lo que el papa había hecho,
ordenóse en órdenes sacras, y se retiró en un convento. Pepino
reinó diez y ocho años, empleándolos en servicio de la Iglesia y
sus pontífices, defendiéndoles de aquellos que impíamente les
perdían el respeto. Murió Pepino el año 768, y sucedióle su hijo
Carlo Magno, así en el reino de Francia, como también en el
señorío que Pepino tenía en los Pirineos y demás tierras de
Cataluña, donde vivían los que con Otger habían venido. Dolióse
Carlo Magno de aquellos cristianos que vivían en las asperezas de
aquellos montes y otros que vivían entre los moros, y determinó de
entrar en Cataluña para librarles de tan dura servidumbre,
restituyendoles (pone restituyén-les) la antigua libertad.
Entraron en su compañía muchos señores y príncipes
de Alemania y Francia, que: después se quedaron acá.
Era el poder de los moros y desvergüenza en estos tiempos grande y
de cada día crecía más; su ánimo insaciable no podía contenerse
dentro de los límites de España, y pasaron a Narbona, que,
cansada de largo cerco, se rindió. Carlo Magno juntó largos
ejércitos para cobrarla, y para divertir al enemigo, le puso la
guerra en casa, y envió a España grandes ejércitos. Marineo
Sículo dice que los de a caballo eran veinte mil: había entre
ellos famosos capitanes (uno era aquel Gerardo Rocelio, que
quieren fuese el primer conde de Rosellón), y llevaban orden
de destruir toda la tierra por donde pasasen, de suerte que del todo
quedase borrado el nombre de los moros. Entraron por los Pirineos, y
aquí se juntaron con las gentes de Dapifer de Moncada, cuyo
encuentro causó a todos general
contento, y saliendo de allí,
después de muertos muchos enemigos, a la postre todo el poder de
ellos se juntó en el campo de Urgel, y por ser la tierra rasa y
llana, podían pelear sin embargo. Venían por caudillos de los moros
Farrega, rey de Toledo, Superim, rey de Fraga, y Alfac,
rey de Segovia. Trabóse la batalla en que murieron los tres
reyes y treinta mil hombres de la gente que llevaban, y fuera lo
mismo de los demás, si no se escaparan. De los cristianos murieron
algunos, pero el que más falta hizo fue Otger Normandino,
(Normandía) muy querido de Carlo Magno; y victoriosos todos,
se volvieron a Rosellón, donde Carlos les aguardaba, y contento de
lo que habían hecho, les honró y premió según los méritos de
cada uno de ellos. Quedaron de aquella vez los franceses apoderados
de la parte de Cataluña vecina a Francia, que llamaron algunos
Cataluña Vieja, por haber sido cobrada de los moros mucho
antes que la otra parte, que confina con el reino de Valencia
y Aragón por la parte de poniente. Con esta entrada de
Carlo Magno se aumentaron las fuerzas de los catalanes y menoscabaron
las de los moros; los vecinos de Barcelona le reconocían
superioridad, y ponía en ella gobernador a quien
nombraba conde, que era más nombre de oficio que de
dignidad.