De
las paces que, después de vencidos, hicieron Mandonio e Indíbil con
Scipion; y de su vuelta a Roma.
a Scipion, aunque victorioso,
no pasó por alto cuán dañosa podía ser a los romanos la enemistad
de los príncipes y hermanos Mandonio e Indíbil; y estimando más
reconciliarse con ellos, que tenerlos por enemigos, dio
demostraciones de su deseo, porque así con menos temor vinieran para
él. Entendido esto, unos dicen que le enviaron sus embajadores para
tratar la paz, y otros que Indíbil envió a Mandonio su hermano a
Scipion; y esto es lo más cierto: y llegado ante él con humilde
reposo, se le echó a sus pies, y con muy concertadas razones echó
la culpa de las alteraciones pasadas a la rabia y hedor de aquel
tiempo, que, a semejanza de una pestilencia y contagio, habían
cundido y pegádose de los reales romanos que estuvieron cabe del río
Júcar a las gentes comarcanas, inficionándoles con un mismo
desvarío y locura; y no era mucho de maravillar errasen los
ilergetes y jacetanos, cuando los mismos reales de los romanos
desatinaron; y la condición suya y de su hermano y de todos sus
pueblos era tal, que darían de buena gana su vida, si era esa la
voluntad de Scipion, y que si se la concedía, se doblarían los
beneficios recibidos, y crecería la obligación de ser perpetuamente
suyos y del pueblo romano.
Dice Livio que era ceremonia y
costumbre de los romanos, muy usada en la guerra, que cuando habían
de perdonar a alguno sus errores pasados y concertarse con él y
tomarle por amigo, no tenerle por súbdito, ni mandarle como a tal,
hasta que hubiese entregado todo cuanto de cielo y tierra, como ellos
decían, de divino y humano poseía: quitábanle las armas, tomaban
de él rehenes, apoderábanse de sus ciudades y de todos los templos
y sacrificios de ellos, y ponían gente de guarnición que las
tuviesen por los romanos; y ya entonces les tenían por sujetos y les
mandaban lo que convenía. No quiso hacer nada de esto Scipion con
Mandonio e Indíbil, por gran braveza de mostrar cuán en poco los
estimaba, pues no curaba de asegurarse de ellos: solamente les
representó lo grave de su culpa con ásperas palabras, y acabó con
decir que por sus yerros merecían la muerte, mas que por merced del
pueblo romano y beneficio suyo, se les otorgaba la vida, y que ni
quería quitarles las armas, porque no tenía que temer en ellos, ni
pedirles rehenes, porque cuando otra vez quisiesen volver a
levantarse, él no había de castigar los rehenes, que ninguna culpa
tenían, sino a ellos en quien estaba toda; y que ya que conocían
bien la fuerza y poderío de los romanos y su clemencia y benignidad,
que en su mano dejaba experimentar lo que más quisiesen. Con esto se
fue Mandonio, mandándole solamente Scipion que él y su hermano
diesen cierta suma de dinero, con que se pagase el sueldo a la gente
de guerra.
Siendo el estado de los pueblos ilergetes el que queda
referido, y quitados los cuidados que pudieran dar estos dos
caballeros, si no se reconciliaran con Scipion, Magon se salió de
España, porque se juzgó imposibilitado de poder cobrar lo que había
perdido; y más quedando Mandonio e Indíbil vencidos, acabáronsele
los alientos y esperanzas que siempre había tenido, que si los
ilergetes quedaban vencedores, él volvería a su antigua
prosperidad, y aun se reconciliaría con ellos; pero como todo le
salió al revés, mudó de tierra, esperando también mudar de suerte
y ventura. Antes de salir de España, tentó tomar la ciudad de
Cartagena; pero fue vano su pensamiento: lo mismo hizo en la isla de
Mallorca, y le salió de la misma manera: fue a Menorca y tomó
puerto, y después de ser recibido de los isleños y hecho con ellos
sus confederaciones, se salió de ella, y dejó el nombre a aquel
puerto, que hoy llamamos Mahon, aunque no falta quien le da
más antigua etimología. Entonces los de Cádiz, que eran los
que hasta aquel punto habían perseverado en la amistad de los
cartagineses, se confederaron con Scipion, de manera que no le quedó
al senado de Cartago en toda España una sola almena, después de
haberla poseído más de doscientos años.
Scipion, no teniendo
más que hacer en España, y habiendo encomendado el gobierno de ella
a Lucio Cornelio Léntulo y Lucio Manlio Acidino, con
título de procónsules, se volvió a Roma con
pensamientos de recibir la honra del triunfo, que era la mejor que se
le podía dar, si era que el senado se lo quisiese conceder, aunque
él no pensaba pedirla porque era muy verosímil se le negaría, por
faltarle las circunstancias que se requerían para merecer tal honra.
Lo que pasó con Scipion acerca de ella es, que antes de entrar en la
ciudad de Roma, por saber los senadores, de su boca,
lo que había hecho en España, se juntaron en el templo de la
diosa Belona, que decían serlo de la guerra, que estaba fuera
de la ciudad, en el campo Marcio. Aquí refirió todo lo que
hizo en España, las batallas que había tenido, victorias que había
alcanzado, ciudades y amigos que había ganado, que siendo señor y
dueño de esta provincia el senado cartaginés, y teniendo en ella
cuatro valerosísimos capitanes, él los había de tal manera sacado
de España, que en toda ella no había quedado uno solo de aquella
nación. Representóles el poder y riqueza de los hermanos Mandonio e
Indíbil, la muchedumbre de pueblos y vasallos que tenían, y como
quedaban amigos del pueblo romano, y que cuando no hubiera hecho otra
cosa sino solo esta, era digno de triunfo, así por ello, como
también por dejar la provincia quieta y sosegada y a devoción del
senado y pueblo romano. Estas y otras cosas representó en el senado;
pero no pudo alcanzar por ellas el triunfo que deseaba. Dióse por
respuesta, que no se hallaba hasta entonces haber triunfado ninguno
sin haber tenido oficio señalado en la república, como cónsul,
dictador o pretor, y él no había venido a España con ninguno de
estos títulos, porque su poca edad lo impedía, sino con solo nombre
de capitán general; y también que él no había dejado la
tierra de España en orden y concierto de provincia sujeta: y
así entró en Roma con la ovación, que era menor fiesta y pompa que
el triunfo. La diferencia que había de él a la ovación y cosas
tocantes a los premios que solían dar los romanos a capitanes y
soldados, menta muy largamente fray Gerónimo Román en sus
Repúblicas.