Del
estado de las cosas de España después de muertos Mandonio e
Indíbil; y de Belistágenes, príncipe de los ilergetes.
La
muerte de Mandonio e Indíbil y el castigo de sus ilergetes sosegaron
de tal manera a España, que pasaron más de cuatro años después
que no hubo en ella ningún movimiento; y así no queda que escribir
de estos tiempos. Solo diré, según se infiere de los autores, que
era ya diferente el gobierno romano de esos tiempos, de lo que en
tiempo de los Scipiones: ya aquella mansedumbre de ellos se era
trocada en rigor, y la liberalidad en codicia, y todo su pensamiento
juntar oro y plata para llevarlo a Roma y meterlo en el erario
público, y enriquecerse los capitanes y soldados que acá residían:
y según se saca de Tito Livio y otros autores, es increible la
cantidad de marcos de plata y oro que pasaron a Roma; y
refiere Polibio, de quien lo tomó fray Juan de Lapuente, que
solas las minas de Cartagena daban a los romanos cosa de tres
mil escudos cada día; y toda aquella abundancia de oro y plata
que había en ellas, de que hablamos al principio, no era bastante a
saciar los ánimos de los romanos, cuyas Indias era España. Por esta
codicia y otros muchos agravios que cada día recibían los
naturales, no pudo perseverar muchos años el sosiego en que quedó
después de muertos Mandonio e Indíbil. Levantábase ya una parte de
España, ya otra, así que siempre habían de estar los romanos con
las armas en las manos; y hubo muchas batallas campales, en que
murieron muchos millares de los unos y de los otros. Pareció al
senado romano, que esta provincia de la España Citerior, que
comprendía Cataluña y Aragón, Valencia y mucha parte de
Castilla, que había sido hasta ahora pretoria, por
haberse gobernado por pretores, fuese consular y se
gobernase por cónsules, cuya autoridad y poder eran mayores.
Enviaron a ella con poderosa armada a Marco Porcio Caton, a
quien después llamaron el Censorino, por haber sido censor
en Roma que era cargo de grande importancia y preeminencia, y haberle
gobernado con grande integridad, así como los demás oficios que
tuvo de aquella república. Llegado en los mares de Cataluña,
dio sobre el castillo y villa de Rosas, donde se habían
fortificado unos catalanes (se
les conocía por la barretina y el espetec en la boca),
y no se le querían rendir y habían tomado las armas; y después de
haberles dado combate, se rindieron, y quedó aquella plaza
por el senado romano,
y Caton (a partir de ahora pondré Catón) puso en ella
guarnición de soldados romanos (que ya hablaban catalán, por
supuesto, era imprescindible para opositar a la plaza).
De
aquí pasó con todo su ejército a la ciudad de Empurias, que
estaba dividida en dos cuarteles o partes: la que miraba a la mar,
habitaban griegos y marselleses que habían quedado de
aquellos pobladores que vinieron a España; la otra parte habitaban
españoles, y había un fuerte muro que dividía los unos de
los otros, y solo había una puerta de la una parte de la ciudad a la
otra. Los griegos eran gente que vivían de la mercancía y eran
amigos de todos; y luego que llegó Marco Porcio Catón, le abrieron
las puertas y se declararon amigos del pueblo romano: pero los
españoles, que estaban a la otra parte de la ciudad, le cerraron las
puertas y se hicieron fuertes en su ciudad, declarándose enemigos
del pueblo romano. Corrió la gente de Catón el campo, talando y
quemando todo cuanto halló, y asurado de los vecinos y desviado el
socorro que les podía venir, puso con su gente cerco a la ciudad.
Cuando pasaba esto, aunque todas aquellas comarcas vecinas de
Empurias estaban quietas y no había nadie que se osase mover, por
temor del ejército vecino; dentro de Cataluña (ya tenían
estelada entonces) y a las partes de los pueblos ilergetes
estaban más alborotados (abalotats) que cuando vivían
Mandonio e Indíbil, y todas aquellas gentes querían que alguno de
los más principales de aquellas regiones se levantara, y todos
juntos hicieran guerra a los romanos y los echaran de la tierra. Era
príncipe o rey de los ilergetes un caballero a quien
Livio llama Belistágenes (bellum,
bélico : guerrero, guerra, etc.),
y a lo que conjeturo, había heredado los estados de Mandonio e
Indíbil, o estaría casado con alguna de las hijas de éste. Este
caballero, escarmentado de las desdichas que habían acontecido años
atrás a los señores ilergetes, y que por una victoria que ellos
tuvieran, los romanos las tuvieron sin número, y era escupir al
cielo, pues, a la postre, todo redundaba en daño y destrucción
de los mismos españoles; aunque sus vecinos se habían declarado ya
contra Roma, él estaba a la mira de todo. Enojáronse los vecinos y
le amenazaron que, si no seguía su opinión, volverían la guerra
contra él y su tierra y la talarían, pues más estimaba ser amigo
de los romanos, que valer a sus paisanos. Estas amenazas le turbaron
algún tanto, y más viéndose sin fuerzas para poder resistirles, si
era que volviesen la guerra contra él. Para remediar estos peligros,
envió a un hijo suyo con otros dos embajadores a Catón,
lamentándose que por no haber ellos querido seguir en el
levantamiento contra los romanos a los otros sus vecinos, ahora ellos
les destruían su tierra y les combatían las fortalezas donde se
habían recogido, y que ninguna esperanza tenían de poder
resistirles y escapar de este peligro, si no les enviaba el cónsul
socorro; y que les bastaban cinco mil soldados, pues con estos solos
que allá fuesen al socorro, los enemigos sin duda no osarían
esperarlos. Respondióles Marco Catón, que verdaderamente le
lastimaba verlos puestos en tal peligro, y con tanta congoja y miedo
de su perdición; mas que teniendo tan cerca los enemigos con grandes
ejércitos, y siéndole forzado pelear en campo abierto muy presto
con ellos, él no tenía tanta gente, que osase ni pudiese
seguramente partir sus fuerzas y su poder, con darles alguna parte de
sus soldados. Oída e triste respuesta, dice Livio, flentes ad genua
consulis provolvuntur, que llorando y con la mayor amargura se
echaron a los pies de Catón, suplicándole con lágrimas, que no les
desamparase en una miseria tan cruel, que ¿dónde habían de ir, si
los romanos no les favorecían, que ya no tenían amistad de nadie ni
les quedaba otra esperanza? « Muy bien pudiéramos, decían ellos,
hallarnos fuera de este peligro y angustia, si quisiéramos ser
desleales a los romanos y conjurar con los otros españoles, mas ni
las crueldades con que nos amenazaban, ni los peligros que nos
representaban tan ciertos como ahora los vemos, no nos pudieron mover
de la fé que una vez os dimos, con la esperanza que teníamos de
nuestra seguridad en solo vuestro socorro, y si es que lo neguéis,
hacemos testigos a los dioses y a los hombres que forzados, por no
sufrir lo que los de Sagunto, faltaremos a la fé y amistad, y
moriremos antes con los otros españoles, que solos. »
Con todo
esto no les dio Catón aquel día respuesta, y la noche la pasó muy
congojado y pensativo: no quería faltar a los amigos en tiempo de
tan estrecha necesidad; y por otra parte no quería quitar nada de su
ejército, porque haciendo esto, o le era forzado dilatar la batalla
que deseaba dar luego, o si pelease era cierto su peligro, por la
falta de la gente. Resolvióse en fin en no dar nada de su ejército,
y a los embajadores gran esperanza y muestra de socorro. Saepè
enim, dice Livio, vana pro veris, maximè in bello,
valuisse; et credentem se aliquid auxilii habere, perindè atque
haberet ipsa fiducia, et sperando atque audendo, servatum. Porque,
dice Livio, en la guerra muchas veces lo fingido vale por
verdadero, y los que creen que tienen algún socorro, así como si lo
tuviesen, con la esperanza, osando y esperando se defienden. Con esta
resolución el día siguiente llamó a los embajadores y les dijo que
quería tener más respeto al peligro de los amigos, que no al suyo
en que había de quedar socorriéndoles. Mandó luego que la tercera
parte de su ejército aparejase lo necesario y cociese pan para
embarcarse al tercer día, y mandó volver a Belistágenes sus
dos embajadores, para que le diesen aviso de aquello; y para estar
más seguro de él y de sus ilergetes, se detuvo a su hijo,
haciéndole fiestas y mercedes. Pero los embajadores no se partieron
de allí hasta ver la gente embarcada, y después publicando el
socorro por cosa cierta, no solo lo hicieron saber a los suyos
hinchéndoles de buena esperanza; mas también la fama de él llegó
a los enemigos y los acobardó de manera, que dejaron de dañar a
Belistágenes y a los ilergetes: y Catón, contento de haber librado
con aquel ardid a sus amigos, mandó desembarcar la gente, porque el
ejército de los españoles llegaba ya a la vista de la ciudad de
Empurias, y Catón pensaba darles la batalla lo más presto que fuese
posible: y las cosas y tratos que pasaron, y sucesos que tuvieron,
cuentan Livio y todos los autores, y por ser hechos que no pertenecen
a los pueblos ilergetes, los dejo.