XX.
De la venida y hechos de Quinto Sertorio; favores
y mercedes que hizo a los españoles, y fundación de un estudio
general que hizo en los pueblos ilergetes, en la ciudad de
Huesca, y del provecho que dio.
Vencidos los cimbrios
y echados de España, la cosa más notable y de consideración que
hallamos haber sucedido en esta tierra y en los pueblos ilergetes,
fue la venida de Quinto Sertorio. Este fue el primer romano
que dio honras y privilegios y exenciones a los españoles, y
desterró de ellos aquella barbaridad y fiereza que hasta estos
tiempos habían tenido, e introdujo la policía
(política) y cortesía y otras muchas cosas buenas que aún
perseveran.
Fue Quinto Sertorio natural de un pueblo llamado *(no
se lee bien) Nurtia, cercano a Roma; su linaje era de los
nobles de la plebe, digo, que no bajaba de linaje
antiguo de patricios o senadores, sino de gente
plebleya que por su virtud y merecimientos había merecido la
nobleza: en su mocedad se dio a la oratoria, y fue muy
estimado, por ser aventajado orador. En la guerra de Numancia
(Soria) fue soldado, y se halló en muchas batallas contra los
cimbrios, en que dio claras muestras de su ánimo y valor.
Cuando Tito Didio, cónsul de Roma, vino a España, Sertorio
fue su tribuno; en las guerras civiles de Roma entre
Sila y Mario, fue del bando de Mario, y tan perseguido
de Sila, que le obligó a salirse de Roma, y se vino a España con
título de pretor. En el camino padeció muchos trabajos, y los
vientos le echaron a Francia, y queriendo venir a España, las
guardas que estaban en los Pirineos se lo vedaron; pero
corrompidos con dinero, dieron lugar que pasase, y estando en España,
con su apacible trato ganó muchos amigos. Sila, que sentía mal el
poder de Sertorio, envió (en) contra de él a Cayo Anio,
español, con un poderoso ejército; y Sertorio, para
impedirle la entrada, envió a Lucio Salinator con seis mil
hombres de armas. Anio, que no se sentía poderoso contra de
él, le pidió paz, y para tratarla, le envió a Calpurnio
Lanario. Salinator, que se fió de ellos, se vio con Anio y con
Calpurnio, y estando tratando la paz, Calpurnio le mató a traición;
y Sertorio, por faltarle tal capitán, quedó casi del todo
destruido, y Anio se entró en España sin hallar resistencia.
Sertorio se pasó a África, perseguido de la fortuna, y a la postre
volvió a España, y en Portugal fue muy bien recibido de los
lusitanos, y algunos pueblos que habían negado la
obediencia a los romanos le tomaron por capitán y
caudillo, y después lo vino a ser de la mayor parte de España,
porque veían en él prendas tales, que le hacían merecedor de cosas
mayores. Como él había sido criado en España, conocía el humor
y condición de los naturales, y sabía cuán mal llevaban el mal
trato y poca honra que les hacían los romanos, que los tenían
en cuenta de bárbaros, y los trataban como si fuesen esclavos
suyos. Usó por esto con ellos de grandes liberalidades y honras;
quitóles primero algunos de los vectigales y tributos
que pagaban a los romanos; más, otorgó a los pueblos que se
declarasen por él, que no hubiesen de dar alojamiento a los
soldados, antes bien hizo que estos se alojasen, tanto de verano como
de invierno, en la campaña; y fue el primero que lo hizo; y
para más honrar y autorizar a España, ordenó una manera de
gobierno muy semejante al de Roma en la autoridad y
representación, y con los mismos nombres y dignidades y cargos que
en el senado de aquella ciudad se usaba; y de los españoles
más principales escogió trescientos, y les dio título y
nombre de senadores, y a la junta de ellos llamó senado;
y dice Apiano Alejandrino, que lo hizo, no tanto por
similitud, cuanto por hacer burla y escarnio del senado romano;
de lo que quedaron todos muy pagados, aunque este senado no tenía
más que el nombre y apariencia, porque Sertorio siempre se
reservó el mando y señorío muy entero para si; y como los
españoles no habían recibido jamás otra tanta honra de los
romanos, estaban contentísimos de esto (como lo siguen estando
los muy idiotas, sumando el congreso de los diputados y otros
mamones, en el siglo XXI). Hacíales armar a la usanza romana;
mostrábales el seguir el orden de los escuadrones, quitándoles el
pelear a tropeles como hasta estos tiempos lo habían usado tan en su
daño, que más parecía acometimiento de salteadores, que batalla de
soldados. Dábales celadas, espadas y otras armas
doradas y ricas, y escudos muy adornados, con que
ablandaba la natural fiereza de ellos, y aumentaba el amor que le
tenían; porque todos se daban a entender, que el poder de los
españoles, por medio de Sertorio, oscurecería la
gloria de los romanos, o abajaría sus bríos y quitaría la
tiranía de ellos; y para mejor asegurarse de los naturales,
sin ofensa de ellos, representó un día en su senado la falta
tan grande que en España se sentía de letras y de
sabiduría, que eran dos cosas que no engrandecían menos los
pueblos y los reinos, que las armas; y que él, por el amor que tenía
a nuestra nación, sentía mucho la ignorancia y barbaridad
(que) había en ella; y para remediar esto, les propuso de
fundar una universidad y estudio general para los hijos
de los españoles, donde se enseñasen las lenguas
griega y latina, y todas las artes y ciencias y buenas
costumbres, y se desterrase la ignorancia y barbaridad, que
era mucha. Para esto escogió en la región de los pueblos ilergetes
la ciudad de Huesca, y fue la primera universidad de España
y aun de casi toda la Europa, donde se enseñasen
letras. Fue esta fundación tan grata a los españoles, que
quedaron más contentos de ella, que de los muchos privilegios y
honras que les había dado Sertorio. Llamó para esta universidad
maestros doctísimos, que públicamente
enseñasen, y les pagaba a su cuenta gruesos
salarios, y él mismo, aunque fuese capitán y hombre de
guerra, se deleitaba en examinar a los mancebos
españoles que cursaban en aquella universidad,
y señalaba premios a los más doctos, dándoles piezas de
oro, vistiéndoles el traje romano con aquellas
vestiduras que llamaban pretextas, que en Roma
solo las vestían los hijos de los nobles y caballeros, y con
ellas y una broncha de oro que llevaban en los pechos,
eran conocidos. Era esta vestidura muy grave y honesta, y duraba has
los diez y siete años; y dice Plutarco que holgaban
mucho los padres ver a sus hijos con aquel traje, y más con las
esperanzas que daba Sertorio, de que aquellos muchachos habían
de tener cabimiento en el gobierno y administración
de la república romana, y en el senado que él había
instituído en España. Fue de gran lustre para España todo lo que
hizo Sertorio; porque de aquel tiempo adelante florecieron hombres en
ella tan eminentes en letras y doctrina, que pudieron
igualarse con los mismos de Roma, y aún de Atenas.
En
poesía tuvimos a Marco Valerio Marcial, cuyo libro de
epígramas el emperador Elio Vero llamaba su
Virgilio, y a Liciano, contemporáneo del mismo Marcial
(todos de
Calatayud), de quien habla cuando dice (1:
Marc., lib. 1, epig. 29. ):
Gaudet jocosè Caninio suo
Gades,
Emerita Daciano meo;
Te, Liciane, gloriab tur nostra,
Nec me tacebit, Bilbilis.
Caninio Rufo,
de quien habla aquí Marcial y en muchas partes (2: Id., lib. 3, ep.
20, y lib. 7, ep. 68. ), fue celebradísimo en Roma por la dulzura y
gracia de sus versos, y era jovial y de buen gusto, que nunca le
vieron menos que alegre o riendo. El epígrama de su sepulcro
trae Ciriaco Anconitano entre los otros de España, de quien
lo tomó Ambrosio de Morales. Fueron sin duda muy célebres Daciano,
natural de Mérida, y Marco, único pariente de
Marcial; pues como a tales les alaba en sus epígramas.
Voconio fue natural de Italica,
pueblo que fue muy vecino de Sevilla, y escribió muchas
elegías y epígramas. En Córdoba nacieron Lucio Aneo
Séneca, autor de tragedias, Sextilio Henas, y
Marco Aneo Lucano, que escribió en verso heroico las
guerras civiles de Roma. *Silio Itálico y natural,
según la más común opinión, de Itálica, que escribió la
segunda guerra púnica en verso heroico, fue varón muy rico
y, en tiempo del emperador Domiciano, cónsul de Roma y
procónsul de Asia. De Juvenal, poeta satírico, dicen
muchos ser español y natural de Segovia. Flavio Dextro
hace memoria de Claudiano, poeta español que florecía en el
año 388 de Cristo señor nuestro, y también de Marabaudes,
poeta lírico, ciego, que vivía en Barcelona
por los años de 423 (Barcino, Barchinona). Entre los
cristianos fueron célebres poetas san Dámaso, papa,
de nacion catalan;
Juvenco, presbítero, y Aurelio Prudencio, insignes en
virtud y piedad, como lo atestiguan sus obras y poemas que han
dejado.
En la oratoria y filosofía tuvimos a Fabio
Quintiliano, natural de Calahorra, de quien nos quedan
unas instituciones oratorias y declamaciones muy estimadas de
los doctos; y este fue el primero que en Roma abrió escuela pública
de elocuencia, y recibió salario del fisco del emperador,
como lo dice Eusebio (anno Domini 90.), aunque Morales
dice y siente lo contrario (lib. 9, c. 27.). Este Quintiliano
fue maestro de Juvenal y de Plinio el Mozo. Los Sénecas
nacieron en Córdoba; y el uno de ellos fue maestro del
emperador Neron (Nerón),
de tanta prudencia y cordura, que, para alabar a un hombre sabio y de
buenas costumbres, decimos ser un Séneca. Lucio Jurnio
Moderato Columela, que fue cónsul en Roma el año 43 de
Jesucristo señor nuestro, escribió De re rustica fue natural
de Cádiz; así como el otro, que no se sabe su nombre más de
lo que dice Plinio (lib. 2., epist. 23.): nunquam ne legisti
*gaditanum quendam, Titi Livii nomine gloriaque
commotum, ad videndum eum ab ultimo terrarum orbe venisse, statimque
ut vidit abiisse; lo que después, escribiendo a Paulino,
admiró el padre San Gerónimo. Pomponio Mela fue andaluz,
(del Betis era) y a Trogo Pompeyo muchos le hacen
español; y sin estos, pudiera referir otros muchos de quien hacen
particular mención Ambrosio de Morales y otros; y no solo en la
poesía y oratoria florecieron tales varones, pero en el gobierno
y política hubo tantos, que sería nunca acabar, y se puede
ver en los catálogos de los cónsules y emperadores de Roma; porque,
dejados muchos, Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pio fueron
españoles, y tan justos, que pocos gentiles les llevaron en estas y
otras virtudes ventaja. Toda esta abundancia de varones doctos y
señalados y otros muchos que dejo, se debe al fruto que dio esta
escuela sertoriana, de la cual es muy verisímil haber estos
ilustres varones mucha parte de su erudición y doctrina; pues es
cierto que, después de muerto Sertorio, a ciudad de Huesca
amparó aquella universidad y sustentó los maestros y
catedráticos de ella con salario público.