XXI.
Del lenguaje (que) se usaba en España en
estos tiempos, y de las cosas que hizo Sertorio hasta su
muerte.
En aquellos tiempos, que eran algunos ochenta años
antes de la venida del Hijo de Dios al mundo, se comenzó a
perficionar (perfeccionar) en España el uso de la
lengua y letra latina, y se fue perdiendo el uso y
noticia de la antigua y natural de ella, y quedó tan
olvidada, que apenas queda hoy memoria ni rastro de aquella, mas de
lo que se saca de diversos autores latinos y españoles,
antiguos y modernos, y de algunas medallas o monedas
antiguas, donde se ven ciertos caracteres, ni griegos,
ni latinos, sino del todo bárbaros e incógnitos, que
casi es imposible salir con la inteligencia de ellos. Con los
maestros que puso Sertorio en esta su universidad,
aprendieron los españoles muy perfectamente la lengua
latina, la cual se quedó en España como natural y
propia; y aunque ya antes de la venida de Sertorio y erección
de la universidad la hablaban, por haberla aprendido con
la larga comunicación y trato que habían tenido con los
romanos, como es uso tomarla todos los pueblos conquistados de los
conquistadores; pero hablábanla tosca y groseramente,
sin elegancia ni arte alguno. De esta hora adelante la aprendieron
con preceptos, reglas y uso: y junto todo esto, quedó en los
españoles la lengua latina tan perficionada y culta,
como pudieran usarla los mismos romanos nacidos y criados
dentro los muros de Roma; y por eso salieron de esta provincia
tantos y tan excelentes oradores y poetas; y de cada
día se perficionaba (perfeccionaba) más esta lengua,
y duró hasta que vinieron los godos a ella, que entonces,
mezclados los naturales con aquellas gentes bárbaras,
de tal manera la corrompieron, que quedó casi poco o ningún rastro
de ella (qué tonterías llega a decir el tío este !), y el
que quedó con la venida de los moros se vino del todo a
perder; y dice Marineo Sículo: Quod si neque goti,
neque mauri, barbarae gentes, in Hispaniam
venissent, tam latinus esset nunc hispanorum sermo,
quàm fuit romanorum tempore Marci Tulii; y por
ser tan natural y vulgar en España, dice
Ludovico Vives casi lo mismo, cuando hablando de lo mucho que
importa a un buen latino saber griego, dice: Ex sermone
enim graeco latinus, ex latino italus, hispanus, gallus
manarunt, quibus elim nationibus lingua latina erat vernacula;
y Andrés *Resendio, en una epístola que escribe a Juan Vaseo, que
está en el cap. 22 de la crónica de este autor, dice: Cum latina
lingua multùm, non romani modo qui in Hispania
erant, sed etiam ipsi hispani uterentur; y el eminentísimo y
santo varón Roberto Belarmino (Tomo I., lib. 2, De Verbis
Domini, cap. 15.), dice: a multis saeculis jam desiit in Hispania
lingua latina esse vulgaris; nam ante mille
et centum annos separata fuit à romano imperio, et
subjecta partim gotis, partim mauris, qui novam
linguam sine dubio invexerunt; gotos enim, quos getas
alii vocant, propriam linguam habuisse docet Hieronimus
initio epistolae ad Nuniam et Fratellam; de donde se
echa de ver cuán natural y propia era en España la lengua
latina, y cómo se perdió y corrompió con la venida de los
godos y moros, y se originó la que ahora usamos, que
con el continuo uso de ella, de cada día se va más y más
perficionando; y llegaremos a tiempo, que si resucitaran
nuestros agüelos, ni ellos nos entenderían a nosotros, ni
nosotros a ellos, pues vemos el lenguaje
y estilo antiguo tan diferente del de hoy, que parece una confusión
de Babilonia. (Qué idioteces llega a escribir !)
Esta
fundación de la universidad y academia de Huesca,
inventada de Sertorio, no fue tanto con intención y ánimo de
hacer bien y aprovechar a los españoles, como para tener como en
rehenes a los hijos de los más nobles y principales de ellos, para
asegurarse que de esta manera no tomarían las armas contra de
él, sino que siempre le serían confederados y buenos amigos.
Sin
estas artes y mañas, fingía que una cierva blanca que había
domesticado le revelaba las cosas venideras (que para esto se la
había enviado la diosa Diana); y públicamente se le llegaba
al oído y parecía hablarle, por estar hecha a ello, porque desde
pequeña la había enseñado a tomar la comida de las orejas, y luego
que veía a Sertorio, corría a él, y le ponía la boca a la oreja,
buscando la ordinaria comida; y eran tan rudos los de aquel siglo,
que creían que le hablaba y descubría grandes misterios, o le
anunciaba cosas que habían de suceder, o revelaba los pensamientos
de sus anemigos. Con esto creció su poder y crédito, y llegó
a tal punto, que estuvo en duda algunos años cuál era más, o el de
Sertorio en España, o el de los romanos en Italia, y quién había
de señorear el mundo, o Italia o España. Sentíase en el senado de
Roma mal de esto que pasaba en España, y más cuando supieron lo
mucho que en España era bien quisto; y para domar su
potencia, envió el senado gente contra de él, y por
capitanes a Quinto Metelo Pio (Mételo piu) y a Lucio
Domicio; y esto fue el año de 79 antes del nacimiento del Hijo
de Dios; pero Sertorio envió contra ellos un capitán suyo llamado
Hertuleyo que alcanzó dos grandes victorias, aunque no es
cierto el lugar donde se dieron las batallas. Domicio luego envió a
pedir socorro a Francia a Lucio Lulio Manilio, procónsul de
la Galia narbonense
(Narbona, Narbonne),
el cual, con tres legiones y mil quinientos caballos, entró en
España y llegó hasta los pueblos ilergetes. Aquí salió
Hertuleyo, y otro hermano suyo del mismo nombre
(cuánta imaginación
la de sus padres romanos);
trabóse batalla, y Manilio quedó vencido, y el real tomado, y él
se huyó a la ciudad de Lérida, (Ilerda, aún no se
llamaba ni Leyda, ni Lleida, ni Lleidae) que aún estaba por el
senado de Roma, y aquí murió de las heridas que había recibido en
la refriega pasada; y dice Pedro Antón Beuter, que esto pasó
junto al monasterio del Guayre, dos leguas lejos de la ciudad
de Lérida, donde murieron casi todos aquellos que habían venido de
Francia con Manilio.
Estas victorias de Sertorio, y el haber él
formado nuevo senado y hablar con mucho desacato de Roma, obligó a
los cónsules que enviasen a Pompeyo Magno; pero Sertorio no
desmayó por eso, antes se puso a punto lo mejor que pudo, y con la
venida de Perpena, (recuerda a Perpignan, Perpinyà,
Perpiñán) noble romano y enemigo de Sila, que llevaba treinta
compañías de soldados de Cerdeña, engrosó de tal manera el
ejército, que se halló más poderoso que nunca. Tuvieron algunos
encuentros por España, que por ser cosa que no toca a los ilergetes
dejo, y a la postre fueron sobre las ciudades de Huesca, Lérida y
Tarragona; pero Sertorio llevó lo peor, que parecía que ya la
fortuna le dejaba para entronizar a Pompeyo, para despeñarle, como
veremos. Metelo, que temía el poder e industria de Sertorio,
determinó hacerle morir como mejor pudiese, porque no hallaba otro
atajo para acabar su empresa, sino este, y concertó con un caballero
romano llamado Perpena, que lo ejecutase; y éste, pensando
que, muerto Sertorio, quedaría en su lugar y se levantaría con el
gobierno y señorío de España, se encargó de ello, como traidor y
mal hombre; y para meter cizaña entre él y los españoles, y
que estos le desamparasen, él y su gente les hacían muchos agravios
y publicaban que los hacían con voluntad y mandamiento de Sertorio;
y lo que se sacó de esto fue, que muchos pueblos que eran amigos y
confederados suyos, no pudiendo sufrir tales injurias, se levantaron.
Sertorio, que ya había mudado de condición y estaba ya lleno de
crueldad y furor, y creía que con castigar a los que se habían
levantado todo se allanaría y todos temerían, hizo un hecho tan feo
y malo, que con él amancilló todas las demás virtudes que
en él habían conocido y buenas obras que les había hecho; y fue
que mandó degollar a muchos de aquellos mancebos que estudiaban en
Huesca, y vender por esclavos los demás; y con esto fue tan
aborrecido y su nombre tan abominable a los españoles, que ya no
aguardaban otra cosa, sino ver cuándo quedaría vengada aquella
maldad y traición: y no tardó mucho, porque Perpena, que andaba con
temores que un día no le hiciese matar a él, así como había hecho
con los hijos de los españoles que estaban en Huesca, se adelantó a
ello, y estando en un convite en la ciudad de Huesca, le mataron a
puñaladas. Lo demás que pasó después de su muerte, y sentimiento
que se hizo por ella, y más en particular en la ciudad de Vique,
donde era muy amado, por no tocar a los pueblos ilergetes, lo
dejo, remitiéndome a lo que escribieron Beuter, Ambrosio de Morales,
Plutarco, Mariana, Pujades y otros muchos, que lo cuentan muy
largamente.