CAPÍTULO XXIV.

CAPÍTULO
XXIV. 


De las incomodidades que tuvo César, lluvias y hambre
que hubo mientras sobre Lérida, barcos que mandó labrar para pasar
el Segre, y asedio que puso a la ciudad.

Quedó la campaña
por los cesarianos, y tenían como a cercados los de Pompeyo
que se habían recogido en Lérida; pero como eran señores de la
puente, lo pasaban bien, pues podían tomar las provisiones y
refrescos que era menester por ella, lo que no podían hacer los de
César, porque estaban cercados por todas partes de ríos: al
mediodía tenían el Segre, al oriente el Noguera, a
poniente el Cinca, y por la parte de tramontana era
poco el bastimento que les podía venir, por ser tierra áspera, y
los dueños de los ganados los habían metido tierra adentro, huyendo
de la guerra y peligros de ella. Todas estas incomodidades sentía
mucho César; pero aumentáronse con las crecientes de los
ríos Segre y Cinca. Esto era ya en el verano, y las nieves se
derretían (has estado alguna vez en verano en Lérida? Se derrite
hasta el asfalto, tontolaba!
), y fueron tan terribles las
crecientes, que en un día se llevó Segre las dos puentes que Fabio
había hecho: y este fue un notable daño para César, porque de esta
otra parte quedaron algunos ganados que habían salido a repastar,
y los de Pompeyo los tomaron; y menos fue posible a las ciudades
amigas suyas poderle enviar mantenimientos y socorros, como habían
hecho hasta entonces, porque no podían pasar el río, ni los
socorros que habían venido de Italia y Francia podían llegar a él.
Sentía gran falta de pan, porque era en el verano y los
trigos aún no eran sazonados ni estaban para cogerse
, y todo lo
que había en aquella comarca los pompeyanos lo habían
tomado, y lo que había quedado, que era poco, ya la gente de César
lo había consumido. Salían algunos soldados de César y corrían la
campaña, y buscaban de esta manera el sustento; cuando podían
atrapar alguna liebre, no la mataban, la ordeñaban y la volvían a
soltar,
pero tenía Pompeyo unos andaluces y portugueses
tan diestros, que luego les daban encima, pasando el río sobre unos
odres llenos de viento; y era costumbre de ellos
siempre que iban a la guerra de llevarlos consigo, para nadar sobre
ellos en todo tiempo; y según eso, es verosímil que estarían o de
esta parte del río, pues para molestar a los de César, que estaban
a la otra, habían de pasar el río, o que los de César le pasarían
con barcas y ellos con sus odres, en seguimiento de los
que salían a buscar la comida; porque era forzoso la buscasen de
esta otra parte del río, que estaba por los de Pompeyo y abundaba de
lo necesario para el sustento de la vida; y es verosímil que no les
dejaban pasar la puente de Lérida, pues habían de nadar con sus
odres.
Mientras estaba César con estas aflicciones y cuidados,
vinieron unas lluvias tan grandes, que no había memoria de hombres
haber jamás visto tales inundaciones. César, por pasar a esta otra
parte, trabajó en hacer las puentes, y no le fue posible, porque el
río venía muy crecido y rápido, como suele siempre, y los de
Pompeyo, que estaban a esta otra parte, tiraban tantos dardos y
saetas a los que trabajaban en las puentes, que les era imposible
trabajar, ni defenderse del daño que recibían de los ballesteros,
con que la obra hubo de parar. Crecía entretanto en el campo
de César la hambre (Pomponio Flato registra en su libro De
Profunditas Segrae et Cincae, que decían los soldados
: per
Tutatis, quína fam mes gran!
), y no solo fatigaba con la falta
presente, sino con el miedo grande de lo que sería después.
Nada
de estas incomodidades se sentía en la ciudad, porque señores de la
puente, y pasando por ella, daban sobre gentes de César que estaban
de esta otra parte del río, y no podían pasarle, porque no tenían
con qué.
Estos aprietos en que César se veía eran grandes;
pero Petreyo y Afranio los hacían mayores, escribiendo a Roma y toda
España avisos de esto muy aventajados, encareciendo más de lo que
era: y así de muchas partes les enviaban parabienes y muchos se
venían a hallarse con ellos, para gozar de la victoria que tenían
por suya.
En Italia hubo muchos hombres principales que se
pasaron a Grecia con Pompeyo, unos por llevarle estas buenas nuevas,
otros por darle a entender que ellos no habían aguardado el último
suceso de esta guerra, ni eran los postreros en seguirle.
Cuando
César estaba en estos aprietos, dice que tuvo aviso Afranio que
habían llegado muchos ballesteros de los *, y gran caballería
francesa
, y con ellos algunos seis mil hombres, con muchos
esclavos y gente de servicio: pero no llevaban ningún orden ni
concierto, ni se mostraba en ellos capitán ni cabeza
(
capitas),
e iban como si no había guerra y la tierra gozara de la paz que
había tenido en tiempos pasados. Había entre ellos muchos mancebos
honrados, hijos de senadores y de caballeros, y muchos embajadores de
ciudades y algunos legados del mismo César, que los venían
acompañando; pero llegados a la orilla del río, no pudieron pasar,
porque ni había puentes ni barcas. Afranio salió de noche con tres
legiones y con toda su caballería, para batalla; y guardó esta
orden, que llegaron primero a ellos los caballos y los hallaron
descuidados; pero los caballeros franceses presto se pusieron en
orden, y la batalla se comenzó, y pocos resistieron a muchos. En
medio de esta pelea descubriéronse las banderas de las legiones de
Pompeyo que venían en ayuda y socorro de los suyos y ellos se
retiraron a los montes cercanos, que yo conjeturo deberían ser los
que hay desde la ciudad de Balaguer, a la orilla del Segre,
hasta la villa de Camarasa (nada,
a un tiro de piedra de Lérida)
; y César quedó muy
contento de esta retirada, porque si los cogieran en el raso, era muy
posible que no se escapara ninguno de ellos. Murieron, con todo,
doscientos ballesteros, algunos caballeros, y algunos pocos de los
esclavos, y del bagaje que llevaban perdieron poco; pero estas
pérdidas fueran de buen tolerar, si la hambre y necesidad de
mantenimientos no apretara a los cesarianos, que todos iban decaídos
y macilentos; siendo lo contrario en los reales de Pompeyo, donde
había abundancia y copia de todo lo que habían menester, y aun les
sobraba. Valióse César de las ciudades confederadas; pero estas no
le podían dar pan, porque no le tenían, sino ganados; y enviaba
azemileros a las ciudades más
lejos, y de esta manera procuraba remediar la falta presente y
necesidad que le apretaba.
No era el ánimo de César tan
menguado que de estas adversidades se espantara, antes, al paso que
ellas crecían se aumentaba en él el espíritu y valor: buscó
trazas y modo como remediarse y salir de aquel aprieto, y mandó para
esto a sus soldados que hiciesen unas grandes barcas, como
otras que los años antes había visto en Inglaterra, de que
aquellos isleños usaban en la guerra. El suelo y vientre eran
de maderos no muy gruesos, y lo demás entretejido de mimbres y
cubierto y calafateado con cuero; y de estas usaban también los
españoles de Galicia por aquellas marinas fronteras de
Inglaterra.
Cuando tuvo acabadas algunas de estas barcas,
mandólas tirar de noche con carros tres leguas lejos del real, más
arriba de donde había hecho Fabio las puentes. Echadas en el río,
mandó pasar con ellas un buen número de soldados, y de improviso
tomaron un collado que se tendía por las riberas del río, y antes
que lo supiesen los de Afranio, lo tuvieron fortificado. César con
aquellas barcas mandó pasar allá seis mil soldados y seiscientos
caballos; y pues tenía allá buen número de gente, mandó que los
de la una parte y los de la otra del río trabajasen juntos; y de
esta manera, en dos días quedó la puente acabada, y pudo su real
recibir las provisiones que de diversas partes llevaban aquellos que
César había enviado a buscarlas, y los ganados pasaron a gozar de
la pastura que había de esta otra parte, y los que aquí estaban
detenidos pasaron a la otra parte, como si no hubiese río, y de allí
adelante, pues César estaba fuera de aquellos peligros, solo
entendía en ofender al enemigo: y el mismo día que se acabó la
puente, hubo César una victoria en que mató una cohorte entera y
otros muchos de sus contrarios, y hubo mucha presa de ganados y
despojos; y dentro de pocos días hizo la fortuna un gran trueque en
la guerra, porque los de Pompeyo no osaban salir de Lérida,
temerosos de la caballería y soldados de César, que no les dejaban
reposar un punto, y parecía que estaban cercados en la ciudad. Estos
prósperos sucesos de César se aumentaron con la nueva que tuvo de
gran victoria que los suyos habían alcanzado en Francia, tomando la
ciudad de Marsella, que cuando César vino a Cataluña,
había dejado cercada. Averiguóse también ser falsas otras nuevas
que se habían esparcido en España, de que Pompeyo venía por la
Mauritania, (mauro : moro) que es lo que hoy
decimos Berbería, (bereber, bereberes) con
muchas legiones de soldados, de quien confiaban mucho sus amigos;
pero después que se supo ser falso esto, muchas ciudades y pueblos
se declararon por César. Los de Huesca, que habían valido a
Pompeyo, le desampararon y enviaron embajadores a César para que
les mandase; y lo mismo hicieron los de Calahorra y, a
imitación de ellos, hicieron lo mismo los de Tarragona, los
cosetanos, ausetanos, lacetanos y, pocos
días después, los ilercavones; y a todos recibió César con
mucho amor y demostración de benevolencia, y les pidió le valiesen
con pan, de qué necesitaba mucho, y dice César que se lo
prometieron, y después lo cumplieron muy bien, porque en Cataluña
más dificultad tienen los naturales de ella de prometer,
que de cumplir lo prometido, y esto es tan natural a la
tierra, que siempre lo han usado. Había también en el real de
Afranio y Petreyo una compañía de ilercavones, que son
pueblos que llaman ahora morellanos y del reino de
Valencia
: estos, que supieron que sus padres y amigos y deudos
estaban confederados con César, dejaron a Afranio y se pasaron a él.

Hubo tal mudanza de las voluntades en España, adhiriéndose a
César, tan de hecho, que tras de los de Cataluña e
ilercavones, otros muchos, más lejos, comenzaron a tomar su
voz y seguirle; y los de Pompeyo ya de buena gana estaban encerrados,
unos dentro los fuertes, y otros dentro la ciudad de Lérida; y con
miedo de los caballos de César, que lo corrían todo, no osaban
sacar muy lejos al pasto los ganados, para poderse retirar con
tiempo. Otras veces, con grandes rodeos, escusaban el ser vistos de
las guardas de sus contrarios; y otras, con solo ver asomar de lejos
la gente de a caballo, que era la más temida, o poco acometimiento
que ella hiciese, dejaban muy apriesa lo que llevaban, para
huir más lijeros; y podía tanto el miedo, que fuera de toda
costumbre de guerra, solo salían de noche al pasto.
Érale a
César muy enfadoso que sus caballos no pudiesen pasar de esta parte
de Segre, sino por la puente o con los barcos que había hecho; y
para escusar tanto camino, intentó una cosa maravillosa y casi
increíble a los que conocen la fuerza y naturaleza del río Segre, y
saben cuán caudaloso es; y fue que, en puesto acomodado, mandó
abrir muchas acequias de treinta pies en alto cada una, que serían
poco más de cuarenta y cinco palmos, y por ellas derramó gran parte
de la agua que llevaba el río, y de esta manera por ninguna
llevaba mucha, y con esto vino a hallar y facilitar el paso. No
dejaré de poner aquí las palabras de César, porque una cosa tan
increíble como esta (que ni a Moisés se le hubiese ocurrido),
por haberse hecho en tiempo que aquel río venía muy crecido, es
necesario que se pruebe y corrobore las palabras del mismo César.

Quibus rebus, perterritis *(animis ? no se lee)
adversariorum, Caesar, ne semper magno circuitu per *partem equitatus
esset mittendus, nactus idoneum locum, fossas *pedem XXX in
altitudinem complures facere instituit, quibus parte aliqua Sicorim
(Segre) averteret, vadumque in eo flumine
*effixeret. His penè effectis, magnum in timorem Affranius
pervenit, etc. Esta obra, aunque no acabada, espantó mucho a los de
Pompeyo, porque tuvieron ya por quitados del todo los mantenimientos
y el pasto, por tener conocida la mucha ventaja que César tenía con
la gente de a caballo, que tan fácilmente les estorbaba las
escoltas. Por esto se resolvieron Afranio y Petreyo de levantar su
campo y salirse de Lérida y pasarse más tierra adentro, hasta
llegar a la Celtiberia, que es en el reino de Aragón
con alguna parte de Cataluña; porque allí esperaban
tener mejor aparejo para continuar la guerra. Movióles a tomar esta
resolución el considerar como, de las guerras pasadas con Sertorio,
las ciudades que Pompeyo dejó vencidas por fuerza tenían y
estimaban su nombre y poder aún en ausencia, y las que habían
perseverado en su amistad, le eran muy aficionadas, por los grandes
beneficios que habían recibido; y así esperaban tener allí muy
buena gente de a caballo y grandes socorros de todas partes, para
continuar la guerra todo el verano: al contrario César, allá ni era
conocido, ni respetado. Con este pensamiento, mandaron buscar muchas
barcas por el río Ebro y que se juntasen más abajo de Octogesa,
que es lugar que está cinco leguas río abajo, lejos de Lérida, en
el puesto donde hoy está la villa de Mequinenza. Aquí
hicieron de estas barcas puente sobre el Ebro, y pasando en
Lérida el río Segre, por la puente de la ciudad, dos legiones de
Afranio, se fueron a poner en un fuerte que hicieron de esta otra
parte del río; y esto, todo se hacía para poner el río entre
ellos, y los de César, teniendo por cierto, que no pudiendo él
pasar con su ejército sino por la puente que estaba muy arriba,
ellos llegarían en salvo sin contraste donde querían, antes que él
pudiera alcanzarlos: y César, que entendió esto, se dio mucha prisa
para acabar el vado, sacando más y más acequias, y, en fin,
en un mismo tiempo quedaron acabados cerca de Mequinenza la
puente y en Lérida el vado; y la caballería de
César ya se atrevía a pasar, y también los de a pie, dándoles la
agua en los pechos, aunque pasaban con mucha dificultad, por
la hondura y recia corriente del río; y por esto los de Pompeyo
daban más priesa a su partida: y dentro de la ciudad de
Lérida dejaron solo dos cohortes ausiliares, que eran
quinientos hombres por cada cohorte, y eran estas cohortes de gente
forastera o asalariada, que así nombraban a la tales
compañías.