Nace
Cristo señor nuestro. Heródes es desterrado a Lérida. Muere
Herodías en Segre, y cuantos Herodes ha habido.
Fue el imperio de Octavio César dichoso, feliz y afortunado:
gozó el mundo de paz universal; cerráronse en Roma las puertas del
templo de Jano, cosa rara y singular, porque no solía
cerrarse sino en tiempo de paz universal, y solo le hallamos haberse
cerrado cinco veces: la primera al tiempo de Numa Pompilio, la
segunda después de la primera guerra púnica y las tres en el
imperio de Octavio. Pero ¡qué mucho que en estos tiempos se
cerrase, pues sucedió en ellos la cosa más alta y de mayor
maravilla y espanto que en el mundo, después que fue criado, ha
sucedido y pudo suceder, y puso no solo admiración en la tierra, mas
aún los ángeles en el cielo también se espantaron con tan soberana
maravilla, como es el hacerse Dios hombre y nacer como tal ! Por lo
que, y con mucha razón, fue este siglo el más dorado y dichoso que
jamás haya sido ni puede ser, por haber la bondad inmensa del eterno
Dios enviado al mundo a su unigénito Hijo, rey pacífico,
príncipe de paz y Dios de toda consolación; y en cumplimiento de lo
que habían profetizado los santos profetas, se mostró a los hombres
en carne humana, hecho hombre y nacido de una virgen
santísima, y con una nueva luz que trajo a la tierra, enseñó al
género humano descarriado y perdido, y le allanó el camino de la
salud, restituyendo la justicia que andaba desterrada del mundo, y
alcanzando, con su muerte, perdón de los pecados, fundando la
Iglesia santa, cuyos ciudadanos y parte somos todos aquellos que, por
beneficio del mismo Dios, hemos recibido por todo el mundo la
religión cristiana, y con la fé pura y firme la conservamos.
Con
este tan divino principio proseguiré nuestra historia, contando los
señores que tuvieron los pueblos ilergetes y las cosas más notables
que acontecieron en ellos, y del modo que comenzaron a tener
conocimiento de Cristo señor nuestro, y cómo, por su misericordia y
gran merced, se fue en gran manera acrecentando en ellos la fé y
religión cristiana, produciendo muchos santos y personas ilustres en
virtud y piedad que fueron el ornamento y decoro de esta tierra. No
contaré cosas universales, que son propias de historia general,
contentándome con referir cosas particulares y propias de mi
instituto, salvo cuando, para inteligencia de esto, será necesario
echar mano de lo general y común, guardando siempre el orden y
sucesión de los emperadores romanos y reyes godos, y
de los demás que señorearon estos pueblos.
Corría cuando nació
Cristo señor nuestro el año 42 del imperio de Octavio, según
el Martirologio romano, y gozábale este emperador
con la mayor paz y sosiego que jamás otro rey ni señor
hubiese gozado de sus señoríos: vivió hasta el año 16 de
Cristo señor nuestro, y murió después de haber imperado
cincuenta y cuatro años (1).
(1) La mayor parte de los
cronologistas indican otras fechas; y de todos modos debe haber
equivocación en las que señala Monfar, porque, según los datos que
él mismo sienta, corresponderían a Augusto cincuenta y ocho, y no
cincuenta y cuatro, años de imperio.
Sucedióle Tiberio,
su hijo adoptivo, en cuyo tiempo, en el año 18 de su imperio, murió
Cristo señor nuestro clavado en una cruz, para salvar a los
pecadores, y abrir las puertas del cielo que el pecado del primer
hombre había cerrado. Fue su muerte santísima a los 25 de abril,
y a los treinta y tres años y tres meses de su edad.
En
este tiempo pone Flavio, caballero español, natural de
Barcelona, que fue prefecto pretorio de Oriente y gobernador de
la ciudad de Toledo, hijo de san Pacian, obispo de Barcelona,
el destierro de Herodes y muerte de la bailadora
Herodías; y porque su fin de estos aconteció, según dice el
autor de aquel libro, en la ciudad de Lérida y río Segre, y
a los que no lo saben es fácil la equivocación en los muchos
Herodes que ha habido, y de quienes cada día oímos hablar en
los oficios divinos y en los púlpitos, para inteligencia de lo que
pasó en Lérida, referiré los que ha habido de este nombre y lo que
hicieron, con la mayor brevedad posible.
El más anciano se llamó
Herodes Ascalonita el Magno, y era idumeo, y su padre
se llamó Antipater (anti+pater
en latín: anti padre), y por esto algunos le llaman
Herodes Antipater, y el senado romano le hizo rey de Judea
(rex iudeorum, como en el
INRI); y este fue el que habló con los magos,
cuando iban en busca de Cristo señor nuestro, y mató (a)
los inocentes, con pensamiento de hallar entre ellos a Cristo;
y fue esto con tantas veras, que mató entre los demás un hijo suyo,
y obligó a Augusto César a decir, que en casa de Herodes
mejor era ser puerco que hijo, pues por no comerle, por serle
prohibido por su ley, no le mataría. Este mandó reedificar desde
los cimientos el templo de Jerusalén y reinó treinta y siete
años.
Tuvo muchos hijos e hijas, y dejada la mayor parte de
ellos, se hará mención de los que habla la Sagrada Escritura. Estos
fueron Herodes Archelao, que le sucedió en el reino y
reinó nueve años, y por algunas causas el emperador
le quitó el reino y envió a Judea
gobernadores, con título de procuradores: estos
fueron, uno después de otro, Lucio Coponio, Marco Ambinio, Anio
Rufo, Marco Valerio Graco, y Poncio Pilatos, que fue el peor
de todos los hombres, y el que dio sentencia de muerte contra el
Redentor de la vida y Salvador del mundo.
Otro hijo de Herodes
Ascalonita se llamó Aristobolo, y a este su padre le mandó
matar por algunas sospechas que tenía de él; dejó un hijo que
llamaron Herodes Agripa, por diferenciarle de otro
Herodes hijo suyo, que llamaron el Prisco o Mayor.
Otro hijo de Herodes Ascalonita fue Herodes Tetrarca,
que llamaron Antipas a quien el emperador, quedando con el
reino que había sido de su padre y hermano, le dio el título de
Tetrarca, que era señorío o gobierno de una, dos o más
ciudades, o de una provincia o parte de ella, con el mismo poder o
jurisdicción que si fuera rey, salvo que no se
intitulaba ni nombraba rey. a este Herodes
Tetrarca llama la Sagrada Escritura rey, por ser hijo de rey
y haber heredado parte del reino de su padre y hermano. Este
fue el que tomó por fuerza a Herodías, mujer de otro
hermano suyo, llamado Filipo, que era también hijo de
Herodes Ascalonita, y vivía amancebado pública y
escandalosamente con ella; y por habérselo reprendido el gran
Bautista una y muchas veces, le mandó cortar la cabeza
por dar gusto a la impía Herodías, su manceba, que,
no contenta con haber cometido tan gran sacrilegio, siendo
llevada la sagrada cabeza en un plato a la mesa donde comían, con un
alfiler de su tocado le traspasó aquella divina lengua, en venganza
de lo que había hablado contra sus pecados y escandalosa vida. Este
Herodes fue ante quien, estando en Jerusalén, mandó
Pilatos llevar a Cristo nuestro señor; y porque no le
quiso responder, ni hacer alguna de las maravillas que él
curiosamente le pedía, le menospreció y mandó vestir de una
vestidura blanca, y tratándole de loco, le envió a Pilatos;
y por estas y por otras maldades, después de haber gobernado su
tetrarquía veinte y cuatro años, como dice el Sensovino,
fue desterrado a Francia con las dos Herodías, la manceba
y la bailadora hija de esta, y de aquí vinieron a
Lérida, donde desdichadamente murieron, como diré después.
Otro hijo del Ascalonita fue Filipo, y casó con
Herodías, y de ella tuvo una hija que unos llaman Herodías
y otros Salomé: el nombre primero es más cierto, si ya no fuese
que los tuviese todos dos; y esta fue la bailadora a
quien, en paga del baile, le prometió Herodes la mitad del
reino, y ella, persuadida de la madre, pidió la cabeza del
Bautista que valía más que todos los reinos del mundo; y esta
Herodías, mujer de Filipo y madre de la bailarina,
tomó por fuerza Herodes Tetrarca y la tuvo consigo, siendo
vivo su hermano.
Otro Herodes hubo, a quien llamaron
Agripa; y este fue nieto del Ascalonita que mató
a los inocentes, e hijo de Aristobolo. Este fue el
que para dar gusto a los pérfidos judíos mató
al apóstol Santiago el Mayor, y mandó prender al apóstol
san Pedro, para hacer lo mismo de él, si el ángel del Señor
no le sacara de la cárcel, dejando burlados a los judíos que
aguardaban su muerte. Murió este Herodes, según cuenta san Lucas
en los Actos de los Apóstoles, en ocasión que celebraba
ciertas fiestas en honra del emperador Claudio, y
estando sentado en un suntuoso trono, haciendo cierto razonamiento al
pueblo, cubierto con una vestidura tejida de plata, muy lustrosa, en
que el sol hacía reflejos, y por adularle, el pueblo aclamó ser su
voz no de hombre, sino de Dios, de lo que quedó el miserable tan
ufano y ensoberbecido, que se desvaneció teniéndose por Dios, como
decía el pueblo. El ángel del Señor le hirió con mortal
enfermedad; y roído de gusanos y atormentado de insoportables
hedores que salían de su cuerpo, dentro de breves días murió,
llegando el justo y merecido pago de su soberbia y desconocimiento,
experimentando ser no Dios, sino miserable y vil criatura.
Hijo
de este fue otro Herodes, llamado Agripa junior, por
diferenciarse del padre; y en tiempo de este los emperadores Tito
y Vespasiano destruyeron la ciudad santa de Jerusalén, en
castigo de la muerte que dieron al Salvador del mundo. Ante este
Herodes fue traído el apóstol san Pablo, según refiere san
Lucas en los veinticinco capítulos de los Actos de los
Apóstoles; y de este dice el Bergomense, que no halla la
sucesión que dejó.
Además de estos Herodes, hubo muchos otros
de este mismo nombre; pero estos fueron los más señalados y de
quienes habla la Sagrada Escritura.
De Antipas dice Flavio
Dextro, que en compañía de Herodías, su amiga, fue desterrado de
toda la Judea, y vino después a Francia y de aquí a España, y que
en Lérida murió infelizmente; y que también Herodías,
danzando o saltando sobre el Segre, río de Lérida, helado,
miserablemente pereció sumergida en él. Con esta brevedad lo cuenta
este autor; pero Niceforo Calixto ya lo dilata y declara más,
salvo que calla el río. Dice aquel autor, que había de pasar un río
en tiempo de hielo: con seguridad de su dureza, le pasaba a pie, y
abriéndose, por permisión celestial, se hundió en él hasta la
cabeza, y moviendo lo parte inferior del cuerpo, lacivamente
bailaba, no en la tierra, sino en las aguas; y la cabeza malvada,
después de atormentada del frío, apartada y cortada del cuerpo, no
con hierro, sino con los pedazos del hielo rompido, hizo
muestra de aquel mortal baile o mudanza, trayendo a la memoria de
todos lo que había hecho y justamente merecido. a algunos ha
parecido maravilla que los trozos del quebrado hielo pudiesen cortar
la cabeza a la deshonesta bailadora; pero quien ha visto en tiempos
de invierno el hielo que baja por aquel río, y la furia con que
corre, entenderá que no solo es bastante a cortar una cabeza de un
cuerpo humano, mas aún a romper un grueso árbol; y son tan grandes
los golpes de estos pedazos del hielo, que hacen estremecer la puente
de Lérida cuando dan en ella, como si la hubieran de derribar. Murió
asímismo en esta ciudad Herodes, consumido de melancolía y
tristeza. a Herodías, su amiga, aún viviendo su amigo Herodes, la
usurpó un caballero español y después se la volvió, y a la postre
murió infelizmente y vio la muerte de la maldita hija.