CAPÍTULO XXXIII.

CAPÍTULO
XXXIII.

Del imperio de Constantino Magno, cómo
lo dividió entre sus hijos, y de los demás emperadores hasta
Arcadio y Honorio, y venida de las naciones bárbaras a España.

Comienza el año del Señor de 312 con el imperio de
Constantino Magno, príncipe insigne y digno de eterna memoria
y alabanza. Este fue el primer emperador que publicamente
veneró el señal santo de la cruz, que le apareció en
el aire, quedando cierto de la victoria que había de alcanzar contra
Majencio, impío tirano. Vio esta divina señal en el cielo, y
oyó una voz que le dijo: In hoc signo vinces, mote que han
tomado (o tornado) diversos príncipes cristianos por
orla de sus monedas, en que pusieron la cruz por
señal. Quitó del lábaro las señales y letras
profanas, y puso la santa cruz en él y en el yelmo, anillos y
banderas y celadas, honrándose en todo con tan divina y santa señal.
Cesó la Iglesia de ser perseguida, honró al sumo pontífice,
reconoció el poder que Dios le había dado, y él reconoció ser
súbdito suyo; hízose instruir en la religión católica, publicó
edictos en favor de los cristianos, y dio al romano pontífice
el palacio Laterano, que había sido de la emperatriz
Faustina
, e hizo cosas tales en favor y aumento de la Iglesia y
romano pontífice, que no cesó hasta dejarle la ciudad de Roma
y pasarse él a Constantinopla, señal evidente y clara de
cuán de veras y corazón había recibido la fé católica y quedaba
agradecido de los favores y mercedes que había recibido de la
liberal mano de Dios.
Celebróse en Cataluña el concilio
iliberitano
, dicho así por la villa de Colibre, donde se
juntó: lo que pasó en él y los cánones que se hicieron, refiere
el doctor Pujades con gran averiguación. Es opinión de algunos que
se dividieron en él los obispados de España, aunque otros
sienten haber sido esta división en tiempo del rey Vamba (la
hitación de Wamba)
; pero, dejada aparte la opinión de
ellos, en razón del tiempo y lugar, es cierto que los obispados
de Huesca, Lérida y Urgel
, ciudades de los pueblos ilergetes,
fueron declarados y señalados por sufraganáeos (sufragáneos) de Tarragona,
de donde infiero que había ya obispos en catedrales,
aunque ignoro qué nombre tenían, porque no se halla.
Murió el
emperador Constantino a 22 de mayo, día de Pentecostés del año
337, y dejó dividido el imperio entre sus hijos. Lo que pasó sobre
esta división dejo, por no ser de mi instituto; y solo proseguiré
la orden y sucesión del que quedó señor de España, que fue el
mayor, que se llamó Constantino, así como el padre,
el cual le dejó España, Francia, Alemania, Inglaterra y Escocia;
pero, malcontento de ello, porque, siendo primogénito, no le había
dejado el padre más provincias, movió guerra a su hermano
Constante, el cual metiéndose inconsideradamente en una
batalla sin ser conocido, fue muerto, y la parte del imperio que le
había dejado el padre, quedó en Constantino. A este mató en
Helna, Majencio, tirano: aunque gozó poco de lo que
había tiranizado, porque Constancio, el menor de los tres
hermanos, le mató, y se quedó con las partes de los hermanos
muertos y la suya; y fue en las costumbres muy desemejante a
su padre, y movió persecución a la Iglesia, y murió el año 364, y
le sucedió otro peor que él, que fue Juliano, apóstata, de
quien hay harta memoria en las historias eclesiásticas. Este murió
el año de 366: vino después de él Joviniano, gran varón y
digno del imperio, el que no quiso Dios durase mucho en él, porque
antes de un año le hallaron muerto en su aposento, ahogado del vaho
de un brasero mal encendido. Valentiniano, por su muerte, fue
nombrado emperador, y gobernó lo de occidente, que lo de
oriente lo encomendó a Valente, su hermano, que tomó
por compañero en el imperio. Por muerte de ellos entraron Graciano
y Valentiniano, sus hijos, y por muerte de Graciano, el otro
hermano quedó solo en el imperio, hasta el año 394 que también
murió, y tuvo por sucesor el gran Teodosio,
que
ya en vida de ellos imperaba, y fue de los mejores
emperadores y príncipes que tuvo el mundo, como lo verifican todos
los autores que hablan de él. A este fueron sucesores sus hijos
Arcadio y Honorio: estos dividieron el imperio en
Oriental y Occidental. Dejo lo que toca al Oriental, que quedó a
Arcadio: Honorio quedó con el Occidental.
Salieron por estos
tiempos los vándalos, suevos, alanos y otras
naciones bárbaras septentrionales de sus tierras, por
haberles echado de ellas los godos, nación más
poderosa, que les ocupó sus moradas y provincias. Fueron estas
naciones divagando por el mundo y buscando dónde vivir: pasaron la
Alemania y Francia, y vinieron hasta los Pirineos, con intención de
entrar en España y destruirla, así como la demás tierra por donde
habían pasado; pero hallaron brava resistencia en los pasos del
Pirineo y se quedaron en Francia, quedando España, y más nuestra
Cataluña, libre de tales y tan bárbaros enemigos.
No paró la
desdicha de esta tierra con esto, ni jamás entraran estos bárbaros
en España, si no fuera la tiranía de un soldado del emperador
Honorio, llamado Constantino. Este capitán del
emperador en Inglaterra, y valiéndose de sus soldados, se
levantó con la tierra que el emperador le había encomendado, y se
hizo señor de Francia, e hiciera con España (donde envió a
Constante, su hijo), si no hallara dos capitanes del emperador, que
eran Didimo y Veriniano (Veri),
que, como buenos y fieles, juntaron la gente que pudieron, y tomando
el paso de los Pirineos, resistieron a las entradas de los bárbaros
y de Constante, hijo del tirano Constantino, que se
quedó en Francia, sin poder entrar en España, como pensaba. Valióse
entonces de los bárbaros que divagaban por Francia y juntóles
con los suyos, y acometieron a los que guardaban el Pirineo y les
venció. Didimo y Veriniano quedaron muertos, y sus soldados
vencidos, y Constante quedó señor de España, y no permitió
a los bárbaros septentrionales que entraran en ella,
antes puso grandes guardas en el Pirineo, para que se lo
estorbaran. Constante se volvió a Francia, donde estaba su padre. En
esta ocasión los godos que, como queda dicho, habían
expelido los vándalos, suevos y alanos, llegaron a Italia can
gran poder, e hicieron sus conciertos con el emperador
Honorio, que les dio tierra donde vivir. Los bárbaros que
eslaban en Francia temieron a los godos; y para apartarse más
de ellos, concertaron con aquellos soldados que guardaban el paso del
Pirineo, que les dejasen entrar en España. Debieron de correr
dádivas y otros
medios con que se dejasen vencer, y dieron paso. Esto aconteció el
año del Señor 410, y fue harta desdicha para toda España, y más
para Cataluña y pueblos ilergetes, que fueron la primera tierra de
España que pisaron. Quedó tal como se puede pensar la dejarían
enemigos tan bárbaros y salvajes, y que pudieron hacer lo que les
pareció, por no hallar contradicción en los capitanes que estaban
por el emperador, que ya iban todos tras tiranizar la tierra,
alzándose cada uno con lo que le era a mano, cuidando poco de la
conservación del imperio romano. El emperador quiso remediar esto y
expelir los bárbaros; pero no le fue posible, y ellos se quedaron en
España, y los naturales de ella muy mal contentos de los romanos,
por haber mal guardado la provincia, para cuya defensa sacaban
tributos insoportables: pero como las cosas del imperio habían de
tener mudanza en España, poco aprovecharon las diligencias del
emperador. Tarragona, que era cabeza de la España Tarraconense,
quedó perdida y acabada, y la Iglesia más de cien años sin pastor
ni prelado; y si esto pasó en aquella ciudad tan fuerte, tan poblada
y tan principal, ¿qué había de ser en otras que en todo le eran
muy inferiores?
Dividiéronse entre estas naciones las provincias
de las dos Españas, Citerior y Ulterior: los vándalos tomaron la
Bética, y de ellos quedó el nombre de Vandalia, que,
corrompido, es hoy Andalucía (Al-Andalus
: Vandalus)
; los suevos tomaron para si la Galicia;
y los alanos, unos pasaron a Portugal, y otros se
quedaron en Cataluña y se mezclaron con otros bárbaros
llamados Catos, de donde se originó el nombre de catalanes
y Cataluña (Catos + alanos : Catalanos). Esta opinión
es recibida de algunos, pero los más dicen que el origen de estos
dos nombres fue en otra ocasión. (Chastel + ogne : Chastelogne,
como de Burg y Bourg, Bourgogne
).

Entradas en España
estas bárbaras naciones, ora fuese que cansados de divagar
por el mundo deseasen reposar, o que el clima de la tierra y celestes
influencias mitigasen aquella bárbara ferocidad con que habían
venido, buscaron paz con los naturales, y con facilidad la
alcanzaron, y estos gustaron más de la compañía de ellos, que de
la de los romanos, cuya desordenada codicia tenía cansada a toda
España.