CANTO IV
Cuando algún sufrimiento o alegría
de alguna facultad nuestra se adueña,
toda en ella se centra nuestra alma,
y no atiende a ninguna otra potencia
y es esto contra aquel error que opina
que un alma sobre otra alma arda en nosotros.
Por eso, cuando se oye o se ve algo
que atraiga al alma fuertemente a ello,
el tiempo pasa y nada el hombre advierte;
porque es una potencia la que escucha,
y otra la que retiene al alma entera:
una está casi presa, y la otra libre.
Puede experimentar de veras esto,
escuchando a aquel alma y admirando;
pues bien cincuenta grados ya subido
había el sol, sin darme cuenta, cuando
llegamos donde, a una, aquellas almas
gritaron: «Aquí está lo que buscáis.»
Mayor portillo muchas veces cierra
con un manojo apenas de zarzales
el campesino al madurar la uva,
de lo que era la senda que subimos,
yo detrás de mi guía, los dos solos
al partir de nosotros aquel grupo.
Se va a Sanleo, a Noli se desciende,
se sube a Bismantova hasta la cumbre
a pie, pero volar aquí es preciso;
digo con leves alas y con plumas
del deseo, detrás de aquel llevado,
que me daba esperanza y me alumbraba.
Por un girón subimos de la roca,
cuyas paredes casi se juntaban,
y el suelo nos pedía pies y manos.
Cuando ya al borde superior llegamos
de la alta base, a un sitio descubierto
«Maestro dije ¿qué camino haremos?»
Y él me dijo: «No tuerzas ningún paso;
únicamente sígueme hacia el monte,
hasta que llegue alguna escolta sabia.»
La cima, de tan alta, era invisible
y aún más pina la cuesta que la raya
que une el medio cuadrante con el centro.
Estaba muy cansado y exclamé:
«Oh dulce padre, vuélvete y advierte
que solo quedaré, si no te paras.»
«Hijo me contestó sube hasta allí»,
un repliegue más alto señalando
que por allí giraba todo el monte.
Tanto me espolearon sus palabras,
que me esforcé trepando tras de él
hasta que puse pies en la cornisa.
Nos sentamos los dos vueltos a oriente,
donde estaba el camino que subimos,
que siempre de mirar es agradable.
La vista dirigí primero abajo;
luego arriba, hacia el sol, y me admiraba
que nos hería por el lado izquierdo.
Bien comprendió el poeta que yo estaba
por el carro solar estupefacto,
que entre nosotros y Aquilón nacía.
Por lo cual me explicó: «Si los Gemelos
fuesen en compañía de ese espejo
que lleva la luz arriba y abajo,
verías al Zodiaco enrojecido
girar aún más cercano de las Osas,
si no saliera del camino usado.
Cómo pueda ocurrir, pensarlo puedes
si atentamente observas que Sión
en la tierra se opone a esta montaña;
un horizonte mismo tienen ambas
y hemisferios diversos; y el camino
que mal supiera recorrer Faetonte,
podrás ver cómo en ésta va por uno,
y por aquella por el otro lado,
si lo ves claro con la inteligencia.»
«Cierto maestro dije que hasta ahora
no i claro, como lo discierno,
allí donde mi ingenio me faltaba,
que la mitad del cielo que alto gira,
que se llama Ecuador en algún arte,
y entre sol y entre invierno se halla siempre,
por la causa que dices, dista tanto
respecto al Septentrión, cuanto en Judea
lo contemplaban en la parte cálida.
Mas sabría gustoso, si quisieras,
cuánto habremos de andar; pues sube el monte
más de lo que subir pueden mis ojos.»
Y él me dijo: «Este monte es de tal modo,
que siempre pesa al comenzar abajo;
y cuando más se sube, menos daña.
Y así cuando le sientas tan suave,
que te haga caminar ya tan ligero
como nave que empuja la corriente,
habrás llegado al fin de este sendero:
reposar allí espera tu fatiga.
Más no respondo, y esto lo sé cierto.»
Y después de decir estas palabras,
oímos una voz cercana: «¡Acaso
necesites sentarte mucho antes!»
Los dos al escucharle nos volvimos,
y vimos a la izquierda un gran peñasco,
que antes ninguno habíamos notado.
Allí fuimos; y había allí personas
que estaban a la sombra de la piedra
como se pone el hombre por vagancia.
Y uno, que fatigado parecía,
se sentaba abrazando sus rodillas,
con el rostro inclinado puesto entre ellas.
«Oh mi dulce señor dije contempla
al que más negligente no verías
si la pereza fuese hermana suya.»
Entonces se volvió, mirando atento,
levantando su rostro de los muslos:
«¡Sube tú, puesto que eres tan valiente!»
Supe quién era entonces, y el cansancio
que aún el aliento un poco me cortaba,
no me impidió acercarme a él; y cuando
estuve al lado, alzó la vista apenas
diciendo: « ¿Has entendido cómo el sol
lleva su carro por el hombro izquierdo?»
Sus gestos perezosos y sus breves
palabras me causaron leve risa;
Después: «Belacqua dije no me duelo
ya de ti; pero di, ¿por qué te sientas
aquí precisamente? ¿escolta esperas,
o la antigua costumbre te domina?»
Y él: «De qué sirve, hermano, el ir a arriba,
pues no me dejaría ir al castigo
el ángel del Señor que está en la puerta.
Es necesario que antes gire el cielo
sobre mí tantas veces, cuanto en vida,
pues que dejé para el final el llanto;
si es que antes no me ayuda la oración
de un corazón surgida que esté en gracia:
porque la otra en el cielo no se escucha.»
Y ya delante de mí iba el poeta,
diciendo: «Vamos ven, mira que toca
el sol el meridiano, y en la orilla