Transcurrieron
los años juveniles de El Dante en aquella deleitosa paz del Cardenal Latino, que gozó Florencia al ver acabadas las duras guerras de
mediados del siglo XIII, y antes de las atroces revueltas que
ensangrentaron su fin. En tal tregua de Dios, el amor a la vida
renació con vigor primaveral; y síntesis suprema de este amor fue
la común devoción a la ciencia pura, en que cifraron su existencia
aquellos hombres de que es el Alighieri la más noble representación
en la memoria de los tiempos.
¿Qué
ciencia era aquélla que tan arrebatada adhesión suscitaba, y cuáles
podían ser sus atractivos para un espíritu juvenil? Primeramente,
una ciencia cristiana, la posesión de la eterna verdad revelada por
Dios. Mas la ciencia cristiana, merced a la doctrina de los frailes
de Santo Domingo, comprendía en una enciclopedia inmensa desde los
conocimientos materiales más precisos, a la razón pura, a la
extática contemplación de la verdad absoluta. Y no sólo satisfacía
la inteligencia, sino el corazón; no sólo en la razón tenía sus
cimientos, pero también en el amor. De otra parte, había algo en
ciencia tal, que no podía por menos de refrigerar el ánimo de un
toscano: el pensamiento latino de que estaba imbuida. En el
transcurso de los siglos, el alma latina no se había desentendido de
la influencia profunda de los poetas, filósofos y oradores de la
antigüedad griega y romana. Tomás de Aquino, conquistando la
antigua filosofía a la verdad evangélica, había cristianizado el
peripatetismo y bautizado a Aristóteles.
El
Dante, afiliado desde muy joven a uno de los grupos intelectuales que
ya anunciaban en Florencia las célebres academias futuras, comparte
con los poetas, presididos por Guido Cavalcanti, «el primero de sus
amigos», el cultivo del dolce stil nuovo, importado de Bolonia,
donde su inventor, Guido Guinizelli, había trazado las normas que
espiritualizaban en un idealismo simbólico la poesía amatoria de
los trovadores.
Nacen
entonces las canciones y sonetos de la Vita Nova y del Convivio.
Es
por demás conocido, aun para quienes no han leído el poema de la
juventud de Alighieri, el argumento de su inspiración. Casi al abrir
los ojos a la vida aparécesele la gentilísima Beatriz, que ha de
ser, desde aquel punto y hora, la noble dama de sus pensamientos.
Cifra y compendio de toda perfección humana, en que se refleja la
suprema, en el puro amor y alabanza de Beatriz halla el poeta su
ventura, y con ella el alimento de su canto. Muere la amada, y el
poeta la sigue al cielo con la mente, inmortalizándola en la divina
alegoría de la Commedia.
Tema
constante de la investigación erudita ha sido el determinar hasta
qué punto la inspiración de El Dante tenía raíces en la realidad
cotidiana; se trata, en suma, de discernir el realismo y el
simbolismo de la obra dantesca. No creemos que se vea asaltado de
semejantes dudas el ingenuo lector, que, sin más prejuicio que el de
bañar su espíritu en las purísimas ondas de la poesía de
Alighieri, pretenda adivinar su sentido. Que así veremos en la Vita
Nova la fiel
narración del hecho humano y en el Convivio la consolación
filosófica, que se resumen en la sublime música de la Commedia
divina.
Dividido
el partido güelfo en dos bandos, que presto fueran irreconciliables,
de blancos y negros, defensores los primeros, entre los cuales se
contaba el Alighieri, de los privilegios ciudadanos contra la
excesiva ingerencia del poder pontificio de Bonifacio VIII, viose
aquél desterrado de su patria en 1302 y sujeto a vagar por las
tierras itálicas hasta su muerte en Rávena, diez y nueve años más
tarde. Data la composición de este Convivio, o banquete ideal, de
los primeros de su destierro.
A
cuanto en él nos dice, era propósito de El Dante hacer un
comentario filosófico a catorce canciones. Tal como la crítica ha
logrado reconstruir el tratado, a través de las diversas lecciones,
sólo tres son las que el poeta ofrece a nuestro gusto, dándolo por
terminado en su cuarta parte.
Manifiéstanos
el poeta, desde luego, que su intención no es otra que la de
consolarse de sus tribulaciones, ofreciendo a los míseros que no se
sientan a la mesa de la ciencia un festín espiritual: la
consideración de la dama de sus pensamientos, es decir, la
Filosofía, en que ha tomado forma incorpórea aquel su amor primero,
que se fue al cielo con la Beatriz de su juventud.
Y
apartándose del uso escolástico que sólo del latín se servía
para expresar las disquisiciones puramente intelectuales, emplea el
lenguaje vulgar, el toscano de sus compatriotas, en que había de
renacer la cultura clásica.
No
tenemos noticia de que hasta la fecha se haya traducido el Convivio
de El Dante al castellano. Ardua es la empresa, y no otra nuestra
pretensión que la de mostrar al lector curioso el divino misterio
del pensamiento de Alighieri; vano intento sería por nuestra parte
el intentar descorrer el sutilísimo velo que lo envuelve. Si toda
traducción es difícil, por la imposibilidad de interpretar con la
mera versión de las palabras la pureza del original, mucho más ha
de serlo ésta, en que a cada paso se nos ofrecen intrincadísimos
problemas, cuya solución requeriría, no ya el enciclopédico saber
que las páginas del Convivio denotan, pero la virtud poética, que
constituye a nuestros ojos su gloria imperecedera.
Hemos
procurado ajustarnos todo lo posible a la letra del texto, en la
creencia de que así interpretaríamos mejor su espíritu que con
ninguna adaptación. No se achaque, pues, únicamente a defecto de
nuestra traducción la obscuridad en que a veces se pierde el lector
por entre las razones sutiles del Convivio. La poesía tiene, como
principal atributo de su condición divina, la de que su esencia
ulterior y suprema no aparece paladinamente a los sentidos
corporales. Las canciones de El Dante son poesía por excelencia.
Doce años tardó el poeta inglés Coleridge en comprender una que
tradujo luego de leerla diez veces cada año.
Hemos
preferido, en gracia a la razón filosófica que preside la
composición del Convivio, traducir las tres canciones con libertad
absoluta de rima y ritmo, procurando, no obstante, conservar algo de
la cantidad y el número del original.
Lejos
de nuestro ánimo el ofrecer una obra definitiva a la consideración
del lector, queremos tan sólo servirle de introductores al
conocimiento del universo lírico de El Dante.