Capítulo
VI.
De
las nociones mentales simples.
14
Llamamos nociones (voz bastantemente introducida en nuestra lengua)
los actos de cualquiera potencia mental, con que el entendimiento
conoce las cosas. Si comprehende, pues un objeto con una sola
noción, esta se llama simple, como lo es la percepción que llaman
aprehension en las Escuelas. Todas las nociones simples
conocen, o la cosa que existe por sí sin necesitar de otra, como la
substancia: o la que no puede estar sin otra a quien se arrima, como
la adherente (algunos la llaman accidente): o la que incluye juntas
las dos, es a saber, accidente y substancia. El Agua, el Fuego, la
Tierra, el Ayre, los Cielos, los Planetas, los Cuerpos terrestres,
son substancias que existen por sí y las conocemos como tales por
las simples nociones que de cada una tenemos: los colores, los
sabores, el frío y el calor, la extensión e impenetrabilidad, y
otros seres semejantes, nunca existen por sí solos sino adherentes,
o arrimados a las substancias. Todos los entes corpóreos (corpereos)
del Universo se componen a un tiempo de substancia y accidentes, y
como tales los conocemos con simples nociones, pues por una sola
percepción los representamos en la mente. Importa mucho separar las
nociones de cada cosa, no confundirlas, ni atribuir a una lo que es
de otra, para averiguar en cada una de ellas su naturaleza, efectos y
propiedades.
15
Las nociones simples, unas son universales, otras singulares, otras
medias. Todas las cosas en sí mismas, o, como en las Escuelas con su
bárbaro estilo dicen, à parte rei, son singulares; pero como
cada una tiene un atributo, que es común con otras, el entendimiento
suele mirarlas por el lado solo en que se semejan, y con una noción
las comprende todas. Esta noción se llama universal, y
comúnmente se dice hecha por abstracción, porque la mente de muchas
cosas del objeto no conoce entonces más que una, abstrayéndola,
como que la mira separada de las demás. El modo de abstraer es este:
formase en la fantasía la imagen de lo viviente y sensitivo (que
llamamos animal) todas las veces que ve estas cosas en los entes
singulares, ya sean hombres, ya bestias, ya sabandijas, &c. la
memoria renueva en confuso estas imágenes, cada vez que se presenta
una sola, por la necesaria conexión que unas tienen con otras: estas
potencias tienen entonces, sin transcender a más, la noción de
animal, con la que miran no un solo individuo singular, sino todos
los que forman y excitan aquella misma representación; y siendo
muchos, la noción es universal. La noción singular no necesita de
explicación, pues por ella conocemos cada cosa en particular. Las
nociones singulares anteceden, como hemos dicho, a las universales; y
para que estas sean exactas es menester adquirir aquellas con el
mayor cuidado, a fin de asegurarse de manera, que la noción mental
sea enteramente conforme a la cosa que mira como objeto. Las nociones
medias son aquellas, que ni representan los singulares, ni son
universales, sino excluyendo tácitamente a ambos, participan de las
dos, como cuando decimos: algún hombre, pues con esta noción ni
comprendemos todos los
hombres, ni a uno solo. Esto lo hace el entendimiento cuando no ve en
el objeto lo singular, ni descubre en él mismo los atributos
universales.
16
A las nociones simples pertenecen los predicamentos (en Griego se
llaman *gr, Cathegoriae) que comúnmente se tienen por diez, es a
saber, la substancia, o el ser que por sí subsiste: la cantidad, o
medida de la cosa: la cualidad, o aquello por donde la cosa se tiene
por tal o tal, como blanco, negro, &c: la relación, o la
referencia que dice una cosa con otra: la acción, o el acto con que
obran las causas: la afección, o pasión, que es lo que sufre una
cosa por la acción de otra: la ubicación, esto es, la ocupación de
lugar: el cuándo, o en qué tiempo: la situación, o modo de estar:
el hábito, o forma exterior. A las nociones simples pertenecen
también los predicables. Llaman así los Filósofos ciertas nociones
comunes, que pueden adaptarse, según convenga, a cada uno de los
predicamentos: de modo, que el predicamento es la cosa que puede
decirse de otra, y el predicable es la clase en que se coloca el
predicamento, y encierra la manera con que este se puede más bien
explicar, y entender. Los predicables son cinco, es a saber, género,
o la parte esencial de una cosa más común a otras, como cuando de
Ticio decimos, que es animal; pues en esto explicamos una porción de
su ser común a otras cosas distintas de Ticio: Especie, o la clase
inmediatamente contenida debajo del género, como en Ticio el ser
hombre; pues en otra clase de animal están las bestias, por donde el
género animal encierra las dos especies: Diferencia que es la parte
propia y peculiar de la esencia de una cosa, por la cual la noción
universal del género se contrae a una determinada especie, como es
en Ticio el ser racional; pues con esto se determina no ser como
quiera animal, sino animal racional: Propio, que es una cosa
necesariamente conexa con la esencia, como que dimana de ella, y no
se puede separar así el poder reírse y admirarse es propio del
hombre: Accidente es una cosa que puede estar, o no estar en otra sin
perjudicar a la esencia de ella, como el vestir en el hombre. En los
predicamentos y predicables hemos tenido la mira de explicarlos,
según pertenecen a la Lógica, en cuanto son nociones universales,
con que el entendimiento conoce lo que es común en las cosas, y
halla así el modo fácil de colocarlas en ciertas clases, para
difinirlas con exactitud, dividirlas sin confusión, y
argumentar con claridad. El examinar a fondo el ser y calidades de
los predicamentos, según se hallan en las cosas, pertenece a la
Física y Metafísica; y cierto que en estas Ciencias no adelantará
mucho el que en el examen de los objetos de ellas no lleve por
delante estas nociones Lógicas; sin que deba apartarnos del
conocimiento y uso recto de ellas lo que trae el Arte de pensar con
razones muy frívolas, solo por oponerse a Aristóteles (a). (a)
Part. I. cap. 3. pag. 57. y sig.
Capítulo
VII.
De
las nociones mentales combinadas.
17
Los nombres con que los Griegos, los Latinos, y los Dialécticos de
las Escuelas nombran las nociones combinadas, quedan ya explicados.
Usaremos aquí del vocablo Proposición, que es hoy el más recibido.
En las proposiciones aquella cosa de quien se dice algo se llama
sujeto: lo que de ella se dice se llama predicado, o atributo. El
medio con que se juntan, o se separan el sujeto y predicado lo llaman
cópula. Aunque en todo rigor los tres se pueden llamar nombres; pero
el común de los Dialécticos llama así al sujeto y predicado, y a
la cópula verbo. El sujeto y predicado de las proposiciones se
llaman términos, voz tomada de los Geómetras, porque son los
extremos de las proposiciones. Así que en esta proposición Ticio es
hombre, Ticio es el sujeto, porque de él se dice ser hombre: este es
el predicado, porque es lo que se dice de Ticio, y el verbo es, que
junta el atributo de hombre con Ticio, es la cópula. Cualquiera que
sea el verbo se puede reducir a este, como si decimos Ticio cuida,
ama, estudia, &c. equivale a Ticio es cuidadoso, amante,
estudioso &c. Si nos acomodamos al orden natural, en toda
proposición pone el entendimiento antes que todo al sujeto, después
el verbo y luego al predicado, y quien quiera que así se explica,
usa el modo más simple y más perfecto que hay de hablar de las
cosas. Las transposiciones, que en varias lenguas se han introducido,
son artificiosas, y por agradables que sean, siempre son confusas,
porque son contra el modo natural de las nociones mentales; de suerte
que para entenderlas se ve obligado el entendimiento a colocarlas en
su natural constitución: el dinero ama Ticio, por el modo simple,
dirá Ticio ama el dinero. Fue de Ticio criado, debe decir, fue
criado de Ticio. Los verdaderos Filósofos cuidan mucho de hacer así
las proposiciones, de suerte, que cuanto mayor es la simplicidad
natural, tanto más inteligible es Io que se dice y más perfecto,
porque es más conforme a la naturaleza.
18
En las Escuelas es inmensa la confusión que se ha introducido en la
explicación de los términos de las proposiciones, y en las varias
divisiones de ellas con tantas y tan inútiles explicaciones, que han
obligado a Vives a decir: que son más a propósito para jugar que
para hablar, siendo infinitas las que hay en sus libros, y imposible
el referirlas todas (a: Lud. Viv. de Caus. corrup. art. lib. 3. p.
387. ed. de Basilea de 1555.).
Melchor Cano, tomándolo de Vives
como acostumbra, dice: No entiendo con qué motivo algunos hombres
doctos con el título de Dialéctica han introducido en las Escuelas
las proposiciones exponibles, obligaciones, insolubles, reflexivas, y
otras monstruosas a este modo (b: Cano de Loc. Theolog. lib.9. c. I. pág. 288.
).
Estos dos insignes Españoles han mostrado por extenso los defectos
de la Lógica de las Escuelas, en especial Luis Vives; y quien los
lea conocerá, que han ido delante de los modernos, que se precian de
ser los reformadores de las Artes; y conviene advertir, que el Arte
de pensar, y el que le sigue los pasos Luis Antonio Vernei, conocido
por el Barbadiño en sus Lógicas son en este asunto tan prolijos
como los Escolásticos, y los andan siguiendo en la explicación de
las diferencias de las proposiciones, aunque descontentos de su
Dialéctica. Para proceder en esto con claridad sin faltar a lo
preciso conviene saber, que las proposiciones se diferencian entre
sí, o por los términos de ellas, o por el verbo. Debe cualquiera,
si no quiere ser engañado, poner atención en el sujeto y predicado,
si son simples, o compuestos. Son simples en esta proposición: Ticio
es hombre. Son compuestos en esta: Ticio que es sabio entiende la
Lógica más pura. Visto es que el sujeto de esta última encierra a
Ticio y la proposición que es sabio: y el predicado contiene la
Lógica que es más pura que todas. Si el término complejo no tiene
conexión precisa con lo restante de la proposición, puede ser
falso, sin que la proposición lo sea. Eumenio hombre discreto sabe
montar a caballo. Esta proposición puede ser verdadera, aunque
Eumenio no sea discreto. Son infinitas las maneras de hablar que en
el trato civil y en los libros se hallan semejantes a esta, en que se
dejan en los términos, supuestas algunas proposiciones incidentes
como seguras, que no lo son. Si el supuesto que se contiene en el
sujeto, o predicado, tiene conexión necesaria con lo que se afirma,
o niega, entonces según él es, será la verdad, o falsedad de toda
la proposición. Ser el hombre piedra es imposible. Si el imposible
se dijera de solo esto ser el hombre, fuera falsa la proposición;
pero recayendo la imposibilidad sobre todo el complejo ser el hombre
piedra es verdadera. Así que siempre que el sujeto es complejo
conviene ver, si el atributo se afirma, o niega de todo él, o solo
de una parte, y lo mismo se ha de hacer cuando, siendo el sujeto
simple, el predicado es compuesto. El hombre que no cree en Dios es
infiel. En esta proposición la infidelidad, que es et atributo,
recae sobre todo el complejo del sujeto, y así es verdadera. De este
modo con mediana atención conocerá cualquiera las proposiciones
conjuntas por la conjunción et o y: las disjuntas, por la
partícula nec o ni: las hipotéticas, o condicionales juntas por la
partícula si las causales indicadas por la partícula quia, o
porque: las divisas que contienen diversas proposiciones y se
muestran por las partículas quamvis, et si, esto es, aunque: las
relativas, que incluyen miembros que se refieren entre sí, y se
suelen juntar por las partículas cuanto, tanto, como esta: tanto es
Ticio sagaz cuanto estudioso: las exclusivas, exceptivas &c. las
cuales se expresan por partículas, que excluyen, exceptúan, &c.
En estas maneras de proposiciones, y todas las que se pueden reducir
a estas, ya sea oculto el complejo, ya manifiesto, es menester
descubrirlo y desembarazarlo, para que se vea la conexión que entre
sí tienen el sujeto y predicado, y por ella conocer si son
verdaderas, o falsas. Por razón del verbo, que junta, o separa el
sujeto del predicado, son las proposiciones: necesaria, cuando los
términos de ella mutuamente lo son, como el hombre es animal, y se
llama necesario lo que es, y no puede ser de otro modo: contingente,
cuando no son los términos entre sí necesariamente conexos, como
Ticio es docto, pues se llama contingente lo que es, y puede no ser,
o ser de otra manera: posible, cuando el sujeto y predicado pueden
juntarse, como Eumenio es sabio, y se llama posible, lo que, dado que
no sea, puede ser: por donde todo lo que es, puede ser, mas no todo
lo que puede ser, es; y así es verdadero el común dicho de las
Escuelas, que vale la consecuencia del actu al posse, esto es, del
ser actual a lo posible, mas no del posse al actu, que es de lo
posible a lo actual: imposible se dice la proposición, cuyos
términos no se pueden juntar como el hombre es piedra, pues se llama
imposible lo que ni es, ni puede ser. Siempre que semejantes
proposiciones expresan la unión, o desunión del sujeto con el
predicado por un adverbio, ú otra suerte de partículas, que se
juntan al verbo, se llaman modales. Si el sujeto de las
proposiciones, cualesquiera que sean, es universal la proposición
toma este nombre, y se expresa con la voz omnis todo, nullus ninguno:
si es particular, se llama así la proposición, y se expresa por las
voces quidam cierto, aliquis alguno: si es singular será singular la
proposición, y se expresa con la voz hic este: si el sujeto es
indefinido, esto es, no lleva ninguna de las significaciones
propuestas, es menester determinarlo para que se sepa si es verdadera
o falsa la proposición. Si los hombres cuidasen explicar sus
nociones mentales con las expresiones que corresponden a cada una de
ellas, se evitarían mil cuestiones inútiles y viciosas, que se ven
en los libros, y innumerables reyertas en el trato civil. Tiénese
por regla general entre los Dialécticos, que si la proposición
indefinida, esto es, de sujeto indefinido, es necesaria, equivale a
universal, como esta, el hombre es viviente, que ha de entenderse de
todos los hombres: y si es contingente equivale a particular como
esta, el hombre anda, que solo se debe entender de alguno. Para no
errar en esto conviene saber el predicado que es necesario, o
contingente respecto del sujeto, lo cual no se averigua solo por la
Lógica. Todas estas suertes de proposiciones se dicen opuestas,
cuando con un mismo sujeto y predicado se oponen en los términos
universales y particulares. Todo hombre es sabio, algún hombre es
sabio se llaman subalternas, porque lo son los términos todo y
alguno; y ambas son afirmativas, o negativas, y pueden ser la una
verdadera, la otra falsa, o las dos a un tiempo verdaderas, o falsas.
Todo hombre es justo, ningún hombre es justo, son contrarias porque
lo son los términos todo y ninguno, y pueden ser a un mismo tiempo
falsas las dos, mas no verdaderas. Algún hombre es veraz, algún
hombre no es veraz, son subcontrarias por el término alguno, y
pueden ambas ser verdaderas, mas no falsas. Estas proposiciones, todo
hombre es bueno, algún hombre no es bueno: Ticio es virtuoso, Ticio
no es virtuoso, son contradictorias, porque se oponen entre sí en
cuanto se pueden oponer, así en los términos como en la afirmación
y negación, y es preciso que de estas la una sea verdadera, la otra
falsa, por el principio de luz natural que dicta, toda cosa es, o no
es. En las proposiciones complejas no se podrá averiguar bien si son
contradictorias, si no se desembarazan los miembros de la
composición, y se comparan unos con otros. Los Dialécticos de las
Escuelas, demas de estas cosas, que tratan con suma
prolijidad, se entretienen en la equipolencia y conversión de las
proposiciones. Nosotros las omitimos por ser cosas enredosísimas y
de pura especulación, siendo nuestro intento omitir lo superfluo, y
proponer lo que de qualquiera modo sea preciso. En la
diferencia de las proposiciones por el verbo lo principalmente
notable es la afirmación y negación, con las cuales se juntan, o se
desunen los términos de ellas; mas como este asunto pide mayor
explicación, vamos a darla en el capítulo siguiente.
Capítulo
VIII.
De
la afirmación y negación de las proposiciones.
19
La partícula negante, para que la proposición sea negativa,
ha de juntarse con el verbo, pues si se antepone al nombre, le hace
infinito e indeterminado, sin que por eso la proposición sea
negativa. Non homo est aliquid, lo no hombre es alguna cosa, es
proposición afirmativa, aunque haya negación, bien que el sujeto se
hace infinito. En las nociones mentales, siguiendo el orden natural,
la negación de las proposiciones siempre va cerca del verbo, y esto
deben hacer los que quieren hablar y escribir con perspicuidad; pero
los Escolásticos para hallar nuevos modos de enredar los conceptos
del entendimiento han hecho mil transposiciones de la partícula
negativa, sacándola del orden natural, y con esto han movido muchas
cuestiones impertinentísimas. Con lo que hemos dicho de la negación,
y con saber el uso que de ella se hace en las principales lenguas, se
podrá gobernar cualquiera con acierto en la averiguación de la
verdad: lo que en este asunto conviene explicar con más extensión
es el uso que ha de hacerse de la afirmación y negación. Afirmar
significa, como hemos dicho, juntar en el entendimiento dos nociones
por el verbo ser, ú otro, que puede reducirse a este. Afirmar
significa también asegurar una cosa consintiendo en ella. Cuando
juntamos en el entendimiento las nociones de monte y de oro,
diciendo: El monte es oro ,afirmamos en el primer modo, y no en el
segundo, porque aunque tengamos juntos estos conceptos, no asentimos
a semejante proposición. Lo mismo ha de entenderse de esta
proposición: Pedro es piedra, la cual es afirmativa en el primer
modo, mas no afirmamos en ella ser Pedro piedra en el segundo. Esta
diferencia consiste, en que la afirmación con que solo juntamos los
extremos, qualesquiera que sean, es obra del ingenio; mas la
afirmación con que asentimos a una proposición, es obra del juicio.
Y sucede muchísimas veces hallarse en el entendimiento muchas
combinaciones diferentes, sin aprobarlas el juicio, porque este
asiente a la verdad de una proposición, cuando ya ha visto la
conexión que tiene con los principios primitivos; así cuando
decimos Pedro es piedra, en la noción de Pedro considera el juicio
la de hombre, la de viviente sensitivo y racional; en la de la piedra
concibe la de un cuerpo duro, e incapaz de vida y sentimiento, y no
pudiendo juntar ni combinar realmente estas nociones, no asiente a
semejante proposición.
20 Por esto será bien advertir, que
tenemos muchas percepciones de las cosas sin asentir a ellas, y por
consiguiente, que no es lo mismo pensar, que consentir. Muchos de
conciencia delicada se equivocan en esto, porque no se paran a
meditar lo que les sucede en la variedad de sus pensamientos; pero si
reflexionan un poco, conocerán claramente, que las percepciones que
tenemos por los sentidos, puesta la buena disposición de sus
órganos, no pueden dejar de seguirse a las impresiones, que estos
reciben. Son pues, como lo hemos explicado, libres el asenso y
disenso, que pertenecen al juicio; y como este asunto sea
importantísimo, será bien declararse con algunos ejemplos.
Preséntase Ariston delante de un árbol o de un jardín, y si tiene
los ojos sanos y bien dispuestos, no puede dejar de ver aquellos
objetos. Estará a la verdad en su albedrío algunas veces ponerse
delante del jardín o del árbol; mas ya puesto y aplicado a
mirarlos, no puede evitar el verlos. Si el árbol es grande o
pequeño, y el jardín ameno y divertido, luego acompañará a la
visión de ellos el juicio afirmativo: El jardín es ameno, el árbol
es grande, y estas proposiciones son en todas maneras afirmativas,
porque al tiempo que junta al árbol la noción de grande, por el uso
y experiencia de las cosas, sabe que le conviene, y así lo afirma y
lo consiente; y lo mismo sucede cuando la noción de la amenidad la
apropia al jardín. Supongamos ahora, que Ariston es curioso en las
cosas naturales, y luego su curiosidad le mueve a saber qué árbol
es el que tiene por grande. Aquí no hallándose con bastantes
principios experimentales para asegurarlo, queda dudoso, o suspende
su juicio, y esta suspensión, sin afirmar ni negar, no es otra cosa
que el ejercicio de su libertad, con la cual consiente, disiente o
suspende el asenso y disenso a su albedrío. Mas ya Ariston
examinando las partes del árbol, su forma externa, su figura, y
todas las demás cosas necesarias, combinándolas con otras de que
tiene ciencia y experiencia cierta, asiente a que el árbol grande es
almendro. No hay que dudar, que cuando Ariston averiguaba que árbol
era el que veía, tendría dentro de si varios pensamientos con que
le compararía hasta encontrar con aquel que tenía entera
conveniencia con el que buscaba, y así interiormente diría: Este
árbol parece sauce, y afirmaba en el primer modo en cuanto juntaba
la noción de sauce con la de aquel árbol; mas no en el segundo,
porque no hallando entre el árbol presente y el sauce la semejanza
necesaria que debía corresponder a su experiencia, no asentía a que
lo fuese. Del mismo modo pensaría en otros árboles, y de ninguno Io
afirmaría con asenso hasta llegar al almendro.
21
De otro modo le sucede a Ticio, que, paseando con serenidad de ánimo,
ve a Crisias su mayor enemigo, que quiso tal vez en otro tiempo
quitarle la vida, y la fama. Luego que Ticio le descubre, percibe a
Crisias, y junta la noción de enemigo, diciendo dentro de sí:
Crisias es mi enemigo; Crisias me quiso quitar la vida; Crisias
intentó quitarme la fama. Pero al mismo tiempo se le excita a Ticio
la memoria del agravio y maldad de Crisias, y los afectos de ira, de
odio, o de venganza. Esto se ejecuta en Ticio tan aprisa, que casi lo
mismo es ver a Crisias, que suceder todo lo referido. La primera
percepción de Crisias, que tuvo Ticio, no fue voluntaria, puesta la
aplicación de la vista en el modo dicho. Tampoco lo fue la memoria
del agravio, y de la ofensa, ni el primer movimiento de los afectos
nombrados. Lo son solamente las proposiciones propuestas, y lo son
mucho más los juicios que suelen seguirse a los afectos, como si
Ticio llevado de la ira dijese: He de vengarme, y otros semejantes.
Aquí se han de distinguir los afectos e inclinaciones que se excitan
en Ticio cuando ve a Crisias, de los juicios que de ordinario suele
Ticio juntar con ellos, porque el primer movimiento de aversión
hacia Crisias, excitado de la primera percepción que aquel tuvo de
este, no es voluntario, y los Filósofos le llaman motus primo
primus; pero los juicios que suelen acompañar aquellos movimientos
son voluntarios, y puede Ticio, y debe apartarlos, y en algunas
ocasiones aplicar todas sus fuerzas para reprimirlos.
22
Síguese de lo dicho, que los errores están en el juicio, y que
debemos trabajar en dirigirle con acierto para proceder con rectitud
en el examen de la verdad. También es de notar que han de
distinguirse las operaciones libres del alma, de las que no lo son,
porque este conocimiento importa mucho para poder hacer buen uso de
nuestra libertad. Algunos modernos hacen actos de la voluntad, y no
del entendimiento, al asenso y disenso, y por consiguiente al juicio;
y lo fundan en que a nuestro albedrío consentimos en las
proposiciones, o disentimos a ellas cuando queremos, lo que parece
propio de la voluntad. Esta cuestión la tengo por poco útil para
hallar la verdad, y evitar el error en las Artes y Ciencias. Lo que
yo juzgo es, que en el alma no son potencias distintas el
entendimiento y voluntad, sino que son el alma misma en cuanto piensa
y quiere, y que estas denominaciones y distinciones de potencias solo
se toman de los diversos actos que ejercita; y así siempre que
piensa, ya sea imaginando, ya sintiendo, ya acordándose de las
cosas, ya hallándolas, ya combinándolas, lo hace el alma por una
fuerza que llamamos entendimiento; y siempre que ama o aborrece,
asiente o disiente a las proposiciones, Io hace el alma misma: y
aquella fuerza con que libremente ejercita estos actos llamamos
voluntad.
Capítulo
IX.
23
Los Filósofos llaman definición la proposición que declara bien la
esencia de la cosa. El sujeto de la proposición es el definido y la
definición es el predicado; y como no cualquiera declaración de la
esencia de una cosa es definición, por eso se añade que debe
hacerse bien, esto es, según ciertas reglas que prescribe la recta
razón, las cuales propondremos después. En la definición del
hombre: Animal racional se entiende la proposición: el hombre es
animal racional, donde el hombre es el definido y el sujeto, y animal
racional es la definición y el predicado. Debiendo toda definición
declarar la esencia de las cosas, con el fin de que no se confundan y
se puedan distinguir unas de otras, conviene advertir, que el
entendimiento no alcanza las esencias de los entes en si mismos;
porque siendo el origen de todos los conocimientos humanos lo que
entra por los sentidos, como estos no nos descubren el íntimo ser de
las cosas, sino solo la forma de ellas, que consiste en un conjunto
de caracteres inseparables de la esencia, por eso nuestros alcances
no llegan íntimamente a penetrarle. Esta es una verdad fundamental,
que, repetida muchas veces por los modernos, fue establecida de los
antiguos; pues entre ellos Santo Thomas confiesa llanamente, no una
vez sola, que nos son desconocidas las diferencias substanciales y
esenciales de las cosas (a).
(a) I part. Quaest. 29.
art.I.ad.3. pág.113. Edic. De Roma de 1571. &
lib.7.Metaph.lect.12.tom.4.pág.100. & passim alibi.
Cuando
se dice que el ser, o esencia de una cosa es aquello, lo cual puesto,
la cosa precisamente se pone, y faltando precisamente falta, se dice
bien; mas nosotros no conocemos que la cosa se pone o falta, porque
sepamos lo que ella es en si misma, sino porque anda siempre
acompañada de formas y caracteres exteriores, inseparables de todo
punto de ella, los cuales haciendo impresión en nuestros sentidos,
nos hacen conocer por su presencia que la cosa existe. El ejemplo del
Sol muestra esto con evidencia. Nadie sabe cual es la esencia del
Sol; pero ninguno hay que dude del ser del Sol y de su presencia,
cuando vemos un cuerpo redondo, celeste, lucido, que despide luz y
claridad de sí mismo, que nace y se pone todos los días, trayendo
el día y la noche, y que da una vuelta entera al Cielo cada año,
moviéndose por una linea, siempre la misma, desde Poniente a
Levante. Esto es una breve descripción del Sol, que declarando los
caracteres y formas exteriores perpetuas e inseparables de su ser,
nos muestran estar presente su esencia. Esto mismo ha de extenderse a
cuantos seres hay en el Universo, pues que ninguno hay que le
conozcamos de otra manera. Deben los Filósofos ser cautos en definir
las cosas: y el haber hecho muchas definiciones en las Artes y
Ciencias antes de tener bien conocidos los caracteres propios de los
definidos, ha sido causa de muchísimos errores, tomando una cosa por
otra, confundiendo las que deben estar separadas, y haciendo una
misma la que tal vez es muy diversa. Hase de poner gran cuidado antes
de definir las cosas en hacer de ellas descripciones exactas, notando
las particularidades que las acompañan, como sus causas, sus
efectos, sus necesarias o contingentes mutaciones, sus atributos
perpetuos e invariables, sus movimientos, las leyes inviolables que
guardan en sus acciones, sus propiedades, su origen, aumento,
perfección y fines, combinando todo esto con los tiempos, y notando
puntualmente la perseverancia, encadenamiento y mutaciones que
observan. Por no hacerse bien las descripciones de las cosas, se
confunden unas con otras, y así no se llega a entender el ser o
esencia, ni las afecciones de ellas por el embarazo que se halla en
separarlas. Los antiguos Médicos Griegos, y algunos pocos de los
modernos, que han hecho descripciones exactas de las enfermedades,
han aprovechado mucho para conocerlas; los que no han hecho esto, se
puede decir que hablan de los males, pero no enseñan a conocerlos,
ni a distinguirlos. Algunos Filósofos han hecho admirables
descripciones, como Aristóteles en la Historia de los animales, y
Teofrasto en los Caracteres de las pasiones. Los Historiadores, los
Políticos, y algunos Poetas han descrito muchas cosas con admirable
propiedad. Hállanse recogidas muchas de estas descripciones en la
Eloqüencia sagrada del Padre Causino, Obra por esto solo muy
recomendable. Ya creen muchos, que en la Física, Botánica,
Medicina, Historia Natural no hay otro medio de conocer cada cosa y
distinguirla de las demás, que el de las buenas y exactas
descripciones; mas yo quisiera que creyesen que en todas las demás
Ciencias sucede lo mismo; pues que las esencias de las cosas, donde
quiera que pertenezca el tratar de ellas, no las conocemos de otra
manera. Por esto no se han de arrojar fácilmente los Literatos a
formar definiciones, sin que antes tengan bien conocidas las cosas,
que quieren definir, por descripciones exactas y bien seguras. Así
son imperfectísimas las definiciones por las causas, las que solo
manifiestan la cosa por algunas propiedades y efectos, y las que
llaman físicas por la materia y forma; pues demás de que las formas
de las Escuelas, que son las que se toman por norma, son fingidas, y
lo es cuanto los Escolásticos dicen de ellas, tienen el
inconveniente, que el conjunto de lo que llaman materia y forma, no
suele ser sino una porción, a veces la menos esencial, de la cosa.
Conócese esto en que si se hace de la misma cosa una exacta y
cumplida descripción, se hallará que lo que ponen por materia y
forma es lo de menos consideración que hay en los definidos. El
modo, pues, de hacer una definición, cuando ya la cosa sea conocida
por exactas descripciones es, formar un género común y una
diferencia, y por estas hacer la definición que llaman Metafísica,
que es sola la que los verdaderos Filósofos reconocen por
definición. El género y la diferencia de las cosas son dos
predicados esenciales, que las hacen conocer y distinguir, de modo
que no se pueden equivocar. Este género y diferencia se han de tomar
de los constitutivos y distintivos que resultan de las descripciones
bien hechas, pues por ellas se descubre qué cosas son más precisas,
necesarias, permanentes y perpetuas para la existencia y el ser de
los entes que se describen. El motivo de querer los Filósofos,
especialmente Aristóteles, superior a todos, que el género entre en
las definiciones es, porque no conocemos más que los individuos,
esto es, cada cosa de por si en cualquiera línea. La cosa determinada
y singular no se puede definir, ni lo necesitamos, porque tenemos de
ella nociones tan fijas, que si ponemos atención no podemos
confundirla con otra. Queriendo, pues, para la mayor facilidad de
entender las cosas, reducirlas a ciertas clases, en que con prontitud
y seguridad las conozcamos, se hace preciso buscar un predicado
esencial y común a todos los individuos que en tal clase se
comprenden, y este es el género, pues que se extiende a todos los
que debajo de si contiene. Este género ha de ser el más inmediato,
porque si es remoto confunde la noción de la cosa y no la determina.
En la definición del hombre animal racional se comprenderá todo lo
dicho. No conocemos otros hombres que los individuos de la especie
humana: vemos en todos ellos que son vivientes sensitivos: de modo,
que examinadas todas las particularidades que subministra la
verdadera descripción del hombre, hallamos que el ser viviente y
sensitivo (esto significa la voz animal) es un atributo común a
todos, sin excepción ninguna, y esencial, pues que precisamente
puestas la vida y sensibilidad hay hombre, y si estas faltan de todo
punto, también el hombre falta. Fórmase, pues, del animal un género
común, cuya noción es extensible a todos los hombres: de suerte,
que no puede estar en el entendimiento el concepto de animal, sin que
por él haya una noción genérica, que tenga también por objeto al
hombre. Es así que en todas las cosas hay ciertas porciones comunes
con otras y transcendentales entre sí, esto es, que el entendimiento
las concibe como juntas, o como una misma en el predicado común que
las incluye todas. No solo son vivientes sensitivos los hombres, sino
también las bestias; con que con la noción genérica de animal
conocemos al hombre y al bruto: y aunque la noción de animal es
clara para conocer lo viviente sensitivo, es confusa para conocer por
ella sola al hombre. Es, pues, necesario añadir la diferencia
racional, que es un predicado común a todos los hombres y
limitativo, esto es, determinativo de lo genérico de animal a solo
el hombre, de manera que juntos el género y diferencia: Animal
racional, se comprehenden todos los hombres sin peligro de
poderse confundir con ninguna otra cosa. Si en lugar de animal
pusiésemos Ente o substancia, aunque son atributos esenciales, no
fuera buena definición, porque estos predicados son muy de lejos, y
por muy universales no determinan la noción que tenemos de los
individuos de la especie humana: como si para definir la rosa
pusiésemos por género Planta, que dista mucho de la noción de la
rosa, para la cual es género inmediato y conforme a la noción el de
flor; y lo mismo sucediera si para definir el águila pusiésemos por
género viviente; pues siendo tan general esta noción, no es
correspondiente a la que tenemos de las águilas: y esto sucede
porque el género próximo ya incluye en si los remotos, no pudiendo
haber noción de animal que no encierre la de substancia y ente; mas
los remotos no incluyen formalmente, esto es, con expresa
determinación las nociones inferiores, de modo que fuera vaga e
incierta la aplicación de ellos a los seres determinados. En lo que
llevamos explicado se fundan las reglas de una buena definición, las
cuales consisten en que sea tal esta que se convierta con el
definido, de modo que no haya más, ni menos en uno de lo que explica
el otro, como sucede en la propuesta definición del hombre, porque
así el entendimiento con la definición entenderá la esencia del
definido sin poderla aplicar a otra cosa: para esto conviene que sea
breve y clara: esto se logra con el género y diferencia; y así las
definiciones que no se hacen de este modo, no lo son en rigor lógico,
sino explicaciones, como lo suelen hacer los Oradores y Poetas, y en
el trato civil el común de las gentes: conviene también que sus
términos expliquen con más claridad que el definido lo que es la
cosa; porque si falta esto quedan obscuras y confusas las nociones, y
no se logra el fin de conocer por las definiciones las cosas con
claridad y sin peligro de confundirlas; bien que esta mayor claridad
basta que sea para los Filósofos, porque el vulgo por ignorancia
mejor entiende lo que quiere decir hombre que animal racional. De lo
dicho se deduce, que no pueden llamarse definiciones muchísimas
explicaciones, que quieren se tengan por tales: y que deben ser raras
y hechas con gran cuidado las definiciones legítimas, aunque
conviene que los sabios después de maduros exámenes y bien hechas
descripciones definan las cosas, para que dejando sentado el
verdadero ser de ellas, no se confundan, y se pueda así pasar a
otras averiguaciones filosóficas con entera seguridad. Aristóteles
definió pocas cosas, pero explicó muchas. Los modernos tomando sus
explicaciones por definiciones, hallan motivo de contradecirle. El
Autor del Arte de pensar (a: Part. 2. cap. 16. p. 248. edision
de la Haya de 1700.) que hizo empeño de desautorizar a este Filósofo
por corregir los defectos de la Lógica de las Escuelas, impugna las
cuatro explicaciones de lo caliente, frío, húmedo, y seco, que pone
Aristóteles; y aseguro que si hubiera leído con atención todo el
capítulo segundo del libro segundo de la generación y corrupción,
no las tuviera por definiciones, sino por declaraciones de estas
cuatro cualidades por los principales efectos de ellas, cuando
concurren a la generación y corrupción de los mixtos; ni las
hubiera impugnado del modo que lo hizo, porque Aristóteles por *gr
no entendió solo lo húmido madefactivo, esto es, que
moja, sino lo líquido: ni por *gr lo que esta falto de madefaccion,
esto es, de humedad que moja, sino lo tieso, reduciendo a estas
clases generales las particulares, que se comprehenden en ellas:
echándose de ver, que una misma cosa puede en diversos respetos
pertenecer a lo húmedo y seco. Es cierto que los Escolásticos usan
de muchas definiciones, que justamente son reprehendidas de los
modernos; pero estos no siempre las han hecho mejores, como que han
sido felices en derribar, y no lo han sido igualmente en establecer.
Lock, impugnando las definiciones que los Atomistas y Cartesianos han
dado al movimiento (a), dice estas palabras “Nuestros Filósofos
modernos, que han trabajado en desasirse del vicioso lenguaje de las
Escuelas, y en hablar de un modo inteligible, no lo han hecho mejor,
definiendo las nociones simples por la explicación que nos dan de
sus causas, o de otra cualquiera manera.” El Marqués de SanAubin en su tratado de la Opinión (b) hace una burla grande de la
definición del hombre: animal racional, como que es obscura y
confusa, entendiendo cualquiera lo que es hombre, y entendiendo pocos
lo animal racional. Mas, fuera de que las rigurosas definiciones
sirven solo a los Filósofos, como queda dicho, el mismo Autor poco
antes la dio por buena en estas palabras: “Las más exactas
definiciones son las que explican la naturaleza del definido por su
género inmediato, y su diferencia esencial como esta: El hombre es
un animal racional.” En obras tumultuarias y de acinada
erudición como la de este Marqués, es preciso se hallen algunas
contradicciones.
(a):
Esai philosoph. Del entend.lib.3.cap.4.pág.339
(b):
Lib.2.part.I.tom.2.pág.21 y 23
Capítulo
X.
24
Con los mismos fines que los Filósofos definen las cosas, hacen las
divisiones de ellas, que es aclararlas, para que no se puedan
equivocar. La diferencia entre la división y definición consiste en
que esta fabrica la cosa, señalando los predicados que compone su
esencia; aquella la deshace, para que dividida en porciones, se vean
las partes que la constituyen. Para mayor claridad conviene dividir
lo que llamamos todo en todo físico, y metafísico. El todo físico,
significado de los Latinos con la voz totum, es qualquiera cuerpo
físico del Universo: el todo metafísico es mental, y consiste en
las clases generales a que el entendimiento por abstracción reduce
muchas cosas, comprendiéndolas
con sola una noción, como lo hemos explicado, hablando de los
predicamentos y predicables. Este todo se explica en Latín por la
voz omne: en nuestra lengua la voz todo incluye a los dos; y aunque a
la Lógica sólo pertenece dar reglas para la buena división del todo
metafísico, no obstante es menester antes conocer los todos físicos,
pues ignorándose no se podrán reducir a las clases de la división.
En los cuerpos físicos la analisis, esto es, la
descomposición de sus partes, a fin de que se vean con claridad, es
de mucha importancia para conocerlos, y ayuda mucho a las
descripciones exactas que deben hacerse para definirlos; de manera
que en lo físico debe ir delante la división, sin la cual los entes
corpóreos nunca se podrán describir bien, y por consiguiente
tampoco se podrán definir. Cométense grandes defectos en las
analises, y por eso no han sido tan útiles, como algunos
creen, las que se han hecho en estos últimos tiempos. En los siglos
medios se contentaban los Físicos con hacer groseras descomposturas
de los cuerpos, y pronunciando fácilmente por ellas, mantenían
muchos errores en el estudio de la naturaleza. Los modernos,
queriendo enmendar este defecto, cayeron en el opuesto, aplicándose
con extremada creencia a dividir lo que por su sutileza no es capaz
de división. Han hecho más, que es poner en los cuerpos lo que han
creído antes de dividirlos, que debía hallarse en ellos. ¿Quién
no ve que es vana la división de las tres materias Cartesianas,
sutil, globulosa, y estriada? ¿Y cuántas veces sus defensores nos
dicen hallarlas en las análisis de los cuerpos?
En la anatomía
se han introducido muchas ficciones, desmenuzando las partes hasta lo
sumo, donde no pudiendo llegar la industria humana, se añade lo que
subministra un sistema puramente imaginario. De esto hemos dado
palpables ejemplos en las Instituciones Médicas. Las analises
chímicas hechas con fuego, no descubren lo que hay en los
cuerpos, sino lo que el fuego hace en ellos. Después de haber
gastado Roberto Boyle muchos años y grandes caudales en las analyses
chímicas, al fin desengañado compuso un tratado que se intitula
Chymista scepticus, en el cual muestra con evidencia, que son
producciones del fuego las materias que la Química saca por la
resolución. Este punto le traté con extensión en la Física, para
evitar los engaños que en este examen se cometen. Conviene, pues,
descomponer los cuerpos para conocer sus partes con el orden que se
requiere, para que la división no las desfigure: notar su enlace,
figura, sitio, y uso de composición: observar atentamente su
substancia sólida, o fluida, dura, o blanda: no añadir ni fingir
nada, sino mirar lo que da la naturaleza, &c. ver las mutaciones
que reciben las partes unidas al todo, o separadas, y las relaciones,
o respetos que dicen con sus causas, con sus efectos y con las demás
porciones de aquel todo: finalmente se ha de combinar lo dicho con lo
que hemos propuesto de las descripciones, y de todo junto se formará
concepto del ser de las cosas físicas para poderlas definir y
dividir. Quien ve esto, y vea también el poco cuidado con que hoy se
tratan estas cosas, bastándole a cualquiera para llamarse Físico el
entender dos e tres fragmentos de un vano, pero pomposo sistema,
conocerá que la verdadera Física está muy atrasada, y muy distante
del punto de perfección, en que muchos la contemplan. Todavía es
peor fiarse de los análisis de las aguas, y demás remedios para
establecer sus virtudes en el cuerpo humano; pues fuera de que no se
puede asegurar por ellas lo que hay en los simples medicinales, es
muy diversa la relación, y respeto que las partes dicen con su todo,
que la que dirán con otro muy distinto, como es el hombre. Esto no
se puede saber sino por la atenta observación de la Medicina
práctica, como lo ha mostrado Geofroi, sin embargo de haber sido uno
de los que más han trabajado en hacer análisis de los vegetables
y plantas, que describe en su preciosa materia Médica (a : Geofr.
Tract. de Mater. Med. Introduc. c.9. t. I. p. 47. ed. de París de
1741.). También son físicas las divisiones de las cosas hechas por
sus causas, efectos, propiedades, formas, &c. y muy conducentes
para las buenas descripciones. Así que la división de las plantas
por sus flores o semillas: la de las enfermedades por algunos
símptomas, o por la diversidad de causas de donde dimanan: la
de los hombres (lo mismo ha de entenderse de los demás animales) por
los territorios, provincias, costumbres: y en fin la de otros seres
naturales por sus propiedades y caracteres sirven para perfeccionar
las descripciones que deben hacerse antes de señalar las esencias de
las cosas; mas quererlas distinguir entre sí esencialmente por solos
estos fenómenos accidentales, como lo ha hecho Mr. de Sauvages en
las enfermedades, y algunos Botánicos intentan hacerlo en las
plantas, es confundir las cosas, y no llegar a conocer el verdadero
ser de cada una de ellas. La división lógica es sola la que muestra
la diversa esencia de las cosas, aunque parezcan entre sí unas
mismas. El modo como llega el entendimiento a esta división es este.
Examina primero si hay la cosa, y esto lo hace por la debida y bien
reglada aplicación de los sentidos, o por el bien dirigido juicio,
que tiene por origen de su excitamento las representaciones
que de estos han quedado en la fantasía. Asegurado de que la cosa
existe, la describe para verla y examinarla más de cerca, valiéndose
para esto de las divisiones físicas y de las demás circunstancias
que piden las descripciones. Después de esto, colocando la cosa en
la noción general común por el género, y señalando la
particularidad que la distingue por la diferencia, la define fijando
la esencia de ella. Pero como debajo de un predicado común esencial,
como son el género y diferencia, se contienen muchas cosas, que
deben entre sí separarse, pasa a hacer la división lógica, la cual
es una noción común con que el entendimiento distingue las cosas
que están contenidas bajo un mismo género o una misma diferencia:
por eso la división lógica se diferencia de la física, en que esta
divide el cuerpo singular en sus partes integrantes, y aquella divide
la noción universal, en que están incluidos todos los singulares,
en clases comunes, o nociones distintas, que hacen conocer la
diversidad que hay en las cosas por sus esencias. De esto se deduce,
que las divisiones lógicas sólo se deben hacer por los géneros,
especies, y diferencias esenciales del mismo modo que las
definiciones, y por eso se han de hacer unas y otras pocas veces, con
la advertencia que han de preceder las divisiones y descripciones
físicas de las cosas a las definiciones y divisiones lógicas,
siguiendo el orden natural con que primero alcanzamos que la cosa
existe, después la dividimos, resolvemos y separamos sus partes para
conocerla, luego la describimos para circunstanciarla; y últimamente
formamos las nociones comunes del género y diferencia para señalar
su esencia, que es la definición lógica, tras de la cual se sigue
la división con que dividimos los géneros, las especies y
diferencias hasta llegar a los singulares, en quienes no cabe otra
división que la física. Un ejemplo hará esto palpable. Preséntase
a nuestros sentidos el hombre determinado, porque así es en lo
físico, le dividimos en lo corpóreo (pues esto solo es lo que se
presenta a nuestros sentidos) por la anatomía: juntamos a estas
luces todas las acciones animales vitales y naturales, la figura y
formación exterior del rostro y demás miembros: observamos las
causas que le mantienen, ofenden, o conservan, y todos los caracteres
que acompañan a su composición. Enterados de todo, le colocamos
bajo la noción lógica más universal del ente, porque conocemos que
existe: descendemos de allí a lo corpóreo, porque lo extenso e
impenetrable nos aseguran de ello: pasamos de esto a lo animal, que
es el género más inmediato y encierra las nociones superiores.
Viendo que este predicado genérico es una noción que incluye otra
cosa que no es el hombre, al punto formamos el concepto que llamamos
especie, y consiste en una porción de lo que encierra la noción del
género, la otra porción son los brutos. Queriendo después fijar
estas porciones para distinguirlas, ponemos la diferencia racional,
que es el predicado común, que llena la esencia del hombre y con que
se distingue de la otra porción de la especie contenida bajo el
género animal. Débese notar aquí; que las diferencias alguna vez
son genéricas, porque dado que señalan el distintivo de un género
superior, son ellas género respecto de otras inferiores. Así lo
sensitivo es diferencia de lo viviente, más genérica que Io
racional, puesto que esto solo tiene bajo de si a los hombres
determinados o individuos de la especie humana, y aquello contiene a
los hombres y los brutos, que siendo todos sensitivos, por esto se
diferencian de las plantas que viven, y no sienten; por donde, aunque
las diferencias por lo común son específicas, porque determinan las
especies: junto con esto con consideración a otras nociones más
universales, pueden ser genéricas, y la distinción consiste en que
estas tienen debajo de si las especies y individuos; y
aquellas solo los individuos, o entes determinados.
25 Los
Escolásticos, aunque han sido nimios en hacer divisiones, pues no
dividen, sino desmenuzan las cosas, defecto de que no se ha librado
Heineccio, sin embargo de perseguirlos continuamente, multiplicando
sus nociones con indecible sutileza, con todo han guardado el orden
lógico con más exactitud que los modernos; porque aquellos han
tenido en mira los predicados esenciales para dividirlas; estos han
confundido las divisiones físicas con las lógicas, confundiendo así
las esencias de las cosas. Tournefort hizo los géneros de las
plantas, tomándolo de las flores y frutos, de modo que colocaba bajo
un mismo género todas las que eran conformes en la forma, figura y
otros caracteres de estas partes: dividía en especies las que sin
embargo de ser semejantes en lo que llevamos propuesto, tenían
además de eso algún distintivo con que se señalaban. Los géneros
y especies los colocó bajo ciertas clases universales, adonde
fácilmente se reducían. Ya antes de Tournefort intentaron algunos
Botánicos reducir tanto número de plantas, como ofrece la
naturaleza, a lugares determinados para socorrer la memoria; mas este
insigne francés (Frances) consiguió formar un plan, que han
seguido después la mayor parte de los que profesan este estudio.
Carlos Linneo, famoso Botánico de Suecia, no quedando satisfecho de
este método, colocó los géneros en los estambres de las plantas,
mudó los vocablos, las hizo (hízolas) de dos sexos, y alteró
de manera este estudio con tantas divisiones, que es suma la
confusión que reyna en sus escritos. Nuestro Quer, que si hubiera
sido tan aventajado en las partes que se requieren para ser Escritor,
como lo era en el conocimiento de las plantas, se hubiera colocado en
igual elevación que Tournefort y Linneo, da extensa razón de estos
métodos, y descubre admirablemente los defectos de Linneo, entre los
cuales no es el menor haber hecho un sistema con que no se puede
hallar conformidad entre los Botánicos antiguos y modernos, ni en
los nombres, ni en los caracteres para conocer las plantas (a: Quer
Flor. Esp. tom. I. pág. 303.y sig.)
Así que en esta parte tan
importante de la Física reyna hoy suma confusión, y se toman por
géneros y especies las cosas que no lo son por no ser esenciales a
las plantas, sino solo una física particularidad de cada una de
ellas y de esto nace tenerse por de una misma naturaleza las que son
muy diversas, y hallarse algunos que las tienen por de unas mismas
virtudes, siendo distintísimas, al verlas colocadas bajo un mismo
género. Pide, pues, este estudio mejor lógica: hacer las
separaciones de las plantas por sus descripciones físicas: no
señalar géneros ni especies, sino después de muchos exámenes y
observaciones, con que se aseguren las esencias y sus diversidades, y
de este modo se descubrirán mejor y con más seguridad las virtudes
y propiedades de ellas, que es el fin principal de estas
averiguaciones. En este último punto procedieron con harto buen
método los Botánicos antiguos; en la pompa y extensión del Arte
han superado los modernos. En la historia de los animales sucede lo
mismo. Son infinitos los géneros, especies, y diferencias que pone
Brisot, imitando a los Botánicos. Lo cierto es, que los trabajos de
Aristóteles en esta materia, si se mira la solidez y utilidad,
exceden en grande manera a estas nuevas y magníficas producciones.
Es de suma importancia para adelantar en el conocimiento de las
cosas, distinguirlas bien entre sí, dividir físicamente por sus
caracteres las que son diversas, no confundir jamás unas con otras;
pero es menester tiento, observaciones, tiempo, y lógica para
colocarlas bajo las nociones comunes de género y diferencia, así
para definirlas como para dividirlas, según sus esencias.
Considerando atentamente lo que llevamos explicado, es por demás
entretenernos en dar reglas para las buenas divisiones; pues todo lo
dicho se endereza a que estas se hagan con la exactitud que prescribe
la buena razón; y el advertir que los miembros de la división deben
llenar el todo diviso, y que deben estos mismos excluirse entre sí,
de modo que el uno no se contenga en el otro, son cosas tan claras
que a cualquiera se le ofrecen con mediana atención, sin necesitar
de ejemplos ni explicaciones.