PRÓLOGO.
Viendo
tantos críticos intrusos como en todos tiempos y más en el nuestro
se han metido a hablar de autores que no habían leído sino en
traducciones que los desfiguran, y de una literatura que solo han
visto en las noticias de los que escriben de ella copiándose los más
de unos á otros, quise argüir su falsa crítica, volver por
la verdad y dar mi juicio en las cuestiones que andan en las escuelas
modernas, formándole del único modo legítimo que hay, que es
leyendo y examinando las mismas obras de que se trata.
Podía sin
embargo engañarme; pero sería por mi poco alcance, por mi poco ó
mal gusto, y no por seguir opiniones agenas; y en aquello las
razones debían defenderme o condenarme. Esto es pues lo que me
propuse y no más; por eso pasé tan de ligero por la parte histórica
omitiendo cuanto no servía a mi objeto. Mas habiéndose dispuesto
que en algunas carreras se estudiase tambien literatura griega
además de la lengua, me encontré al esplicarla con que
faltaban noticias en la historia de ella, y hube de dictarlas
y los alumnos escribirlas, y cada nuevo curso hacer lo mismo; lo que
ya se sabe tiene muchos inconvenientes. Añado pues ahora lo que
omití entonces por inecesario según mi propósito; y
al mismo tiempo he dado otro orden a algunas partes
reduciéndolo todo a un plan más severo.
También y antes
de ponerme a este nuevo trabajo he querido ver lo que dicen algunos
helenistas de nuestros días, de los pocos poquísimos que tengo por
competentes (con el sentimiento de no poder citar ningún español!), entre otros al alemán Ficker de quien tenía
buenas noticias y viéndole estimado sobre muchos; y nos encontramos
tan acordes que los pocos puntos en que discordamos no merecen nota
particular ni alterarán mucho la opinión de quien deje al uno por
el otro.
Nos hemos encontrado pues en uno; hemos dicho lo mismo,
él escribiendo en Alemania y yo en España, y no sabiendo el uno del
otro antes de imprimir nuestras obras; que aunque la suya cuenta ya
algunos años, no la había yo querido ver porque para mi uso no la
necesitaba.
El gusto y la belleza en sus leyes fundamentales
(¿quien se las negará?) no tienen provincias, costumbres ni
tiempos; y la razón verdadera es una y siempre la misma. Si en
algunos y ya apartados términos de aquellas leyes hay tal vez
diversidad, también se sabrá esto esplicar, también se
sabrá decir porqué en unos hay conformidad y en otros no; y
aquí tendrán lugar las causas insinuadas y algunas otras,
encontrándose quizá entre ellas la moda que fundó algún escritor
muy favorecido de la opinión pública, y lo siguió después el
vulgo de ellos. Que también entre los escritores y literatos hay
vulgo.
Y lo mismo se entiende de las bellas artes; en la
escultura, pintura y arquitectura.
Conservo la división por
épocas aunque abandonada ya generalmente, porque la esperiencia
en mis lecciones de cátedra me ha hecho ver que ausilia
la memoria y da más claridad a todo. En mi vida y en nada he
seguido la moda por solo serlo. Otros la dividen en periodos: pero da
lo mismo.
Con que libre de toda opinión agena en esto y
en todo he leído y releído los autores de que voi á hablar;
no amontonadamente y de fresco para sacar de pronto estas observaciones, sino desde que me doi a su lectura, que es
casi desde mis primeros estudios.