Prólogo al lector, dedicatoria

Prólogo al Lector.

Opinión fue de Plato príncipe de los
filósofos, que no había más de un entendimiento para todos los
hombres: pues los unos con los otros se entendían, y casi se
encontraban en unos mismos (mesmos) conceptos y pensamientos: Pero si
cuando dijo (dixo) el buen Philosopho,
viera sus célebres obras
vertidas en otra lengua, y descubriera algunas discrepancias de
sentidos, y ajenos entendimientos de sus divinos conceptos causados
por la traducción (traduction) de ellas (dellas), es cierto que
revocara su opinión y sentencia, y se arrimara a otra, no menos
delicada y moderna, que afirma, No haber cosa más lejos de la
traducción que (que con tilde) lo traducido (traduzido). Como se
echa bien de ver, por estar según entendemos los conceptos y
verdaderos sentidos de lo escrito tan apegados a la fragua y sentido
del que los escribió (escriuio): que como de la miel vaciada de una
vasija en otra se queda pegado algo en la vertida: así en lo
traducido de una lengua en otra, no hay duda, sino que siempre se
desea algo, que se quedó en la primera: En tanto, que ni la
elegancia de la lengua, ni el bien rodeado estilo de la traducción
basta para hinchir este deseo.
Por esta causa, y por lo que con
razón se persuaden los Poetas, que ninguno interpretara sus poemas
mejor que ellos mismos, me pareció que la Real historia presente,
que poco ha compuse en lengua Latina, ninguno mejor que el propio
autor la traduciría en lengua Castellana. Y por eso me adelanté,
antes que otro me tomase la mano, y porque no la errase para si y
para mí, determiné de emprenderla. Puesto que no han faltado
algunos, que por esto me han querido zaherir, y como dar en rostro
porque siendo yo natural Aragonés, y no criado en Castilla, me
usurpe el oficio ajeno, y ose escribir en lengua peregrina. A lo cual
respondo, que harto más peregrina me era la Latina, pero si esta con
el grande estudio y diligencia que en el usarla y aplicarla a la
composición de la historia puse, se me hizo familiar y doméstica:
porque, no habiendo sido menor la curiosidad y consulta de expertos
con que me he valido para el mismo efecto de la Castellana, no será
tan suave y bien cogido fruto el que de tan continuado trabajo y
consulta se ha sacado? Mayormente no siendo la lengua Aragonesa
ajena, sino muy hermana (como se probara) de la Castellana, y que no
solo se tratan y entienden las dos desde su origen acá, pero aun
casi con las mismas palabras, letras y acentos que su común madre la
Latina les dio, se escriben y pronuncian, y por eso son entre si muy
comunicables entrambas? Confiado pues de esto, me atreví no solo a
traducir, sino (pero) también a añadir y quitar, a rehacer y
mejorar lo que para mayor claridad (claredad) y verdad de la historia
se me ha ofrecido de nuevo, después que salió a luz la Latina: pues
para esto se le da al propio autor (lo que se niega a otro cualquier
Intérprete) licencia más que Poética. Para que si en algo faltare,
o excediere a lo que debe a ley de buena traducción la nuestra:
puedas (prudente lector) tomar esta como historia por si de nuevo
fabricada. Y pues la majestad de su argumento, junto con su mucha
verdad, la igualan con las más principales historias del mundo: no
habrá para qué tener tanta cuenta con los solecismos, que en el
estilo y escritura de ella hallares: cuanta con nuestro fin y bien
intencionado propósito, de que así por la una, como por la otra
lengua, se alcance y entienda por todas partes la verdadera y
cumplida historia de este tan esclarecido y famosísimo Rey, hasta
aquí tan deseada.

AL MVY
ALTO Y MVY PODEROSO SEÑOR DON PHELIPPE DE AVSTRIA PRÍNCIPE DE LAS
ESPAÑAS.

El arcediano Gómez Miedes

S. y P.
P.

Plutarco, autor gravísimo en el libro que escribió de la
virtud y fortuna de Alejandro Magno, cuenta de él, como siendo niño,
oyendo a sus Ayos ensalzar mucho el Imperio y grande poder de
Philippo su padre por las muchas tierras y Reynos que había
conquistado, lloró ante ellos, y preguntado por qué lloraba,
respondió, porque mi padre ha ganado tanto que no me ha dejado nada
que ganar.
Harto más que a él cuadra a V. Alteza este felice
lloro: porque si reconocemos la poca parte que Philippo tuvo del
mundo, aunque se junte con ella la que su hijo Alejandro conquistó
por si, a respecto de la que nuestro gran Rey Philippo padre de V.
Alteza invictísimo posee, que comparada con la de ellos, es como de
un cuerpo humano a su pie, o como del mundo todo a su decena parte,
verdaderamente que como niño que de harto llora, podrá V. Alteza
llorar y reír todo junto, por verse hijo del mayor señor y Monarcha
que hasta hoy ha habido en el mundo, y llegado a tanto, que no hay
más que codiciar, sino rogar al Omnipotente Señor del cielo, y de
la tierra, de cuya mano ha
venido todo, que pues no hay menos que
hacer en conservar lo ganado que en conquistarlo, nos de gracia para
que con aquella Cristiandad y prudencia que él mismo Philippo ha
llegado a tan alto poder y Monarquía: la herede V. Alteza, y
conserve como a hijo de tan soberano padre debe, y ella requiere. Mas
porque es de poca gloria el heredar donde no concurre el merecerlo,
mayormente en herencias de gobierno, es necesario entender como para
ser digno de tan sublimado Imperio, y para mejor regirlo y
gobernarlo, conviene valerse entre otras de las cinco más heroicas,
y más
propias virtudes de Príncipes, sin las cuales ningún
grande Imperio pudo bien mantenerse:
como son bondad, religión,
justicia, constancia, y disciplina militar: porque estas no solo
están como piedras (que llaman Mercuriales) dispuestas como guía y
lumbre, para mostrar a los Príncipes el verdadero camino por donde
han de llegar a lo sumo, pero también les sirven de fundamentales,
para que estribando sobre ellas, puedan llevar sobre sus hombros
cualquier carga de gobierno por grave que sea. Como se echa (hecha)
de ver entrando por la luenga
y heroica prosapia de los antepasados Reyes de Castilla y de Aragón,
en los cuales resplandecieron estas virtudes, y fueron por ellas muy
señalados en sus hechos, aunque no se hallaron todas juntas en unos,
sino repartidas entre todos. Pues los unos fueron así buenos Reyes,
que no se preciaron de otra cosa más que ser muy pacíficos, y por
eso se les atrevieron algunos. Otros que de muy religiosos, por
llegar al Reyno de los cielos menospreciaron el de la tierra: y que
por haber sido tan amigos de la paz Cristiana, no movieron guerra
fino contra infieles. Otros por guardar mucha justicia merecieron el
nombre de justos pero fueron poco guerreros. Otros que por su
constancia conservaron bien su Imperio, sin perder nada de lo ganado,
más no pasaron adelante para aumentarlo. Finalmente otros que fueron
muy diestros y venturosos en la guerra, pero en el gobierno de paz
muy descuidados. De manera que entre tantos hallaremos muchos de
nuestros Reyes que florecieron, y fueron muy señalados en alguna de
estas virtudes, pero quien vistiese el arnés de todas ellas, y que
más al
biuo
y para más tiempo que ningún otro las representase todas juntas al
mundo, ni se lee, ni se dice de otros tantos, como de los ínclitos e
invencibles don Hernando III, Rey de Castilla, llamado el santo, y
don Jaime de Aragón primero de este nombre, llamado el conquistador:
los dos de una edad, y consuegros: los dos grandes conquistadores, y
muy iguales en la intención y fines: los dos finalmente que por
haber sido en las virtudes reales, que dicho habemos, singularísimos,
fueron también en los éxitos (
succesos)
de sus empresas felicísimos, más porque las historias de Castilla
tienen muy bien probada su intención y verdad en lo que
admirablemente escriben del mismo Rey don Hernando (de quien también
hacemos heroica mención en esta historia) veamos como a don Iayme le
cupo el así poder hablar del arnés, como vestirle: para que con muy
justo título puedan los dos, junto con el gran ser de sus personas,
partirse la felicidad y gloria de las conquistas de España. Porque
sabemos de don Jaime, como allende de haber sido su concepción y
nacimiento milagrosos, probó su gran bondad en esto, que nunca la
tuvo ociosa, y con haber sido de de los suyos muy perseguido, nunca
les volvió sino bien por mal. Su religión fue cosa diurna, por
haber siempre insistido en echar del mundo la falsa secta de los
Moros, para introducir la verdadera religión Cristiana: como lo
mostró no solo con las nuevas órdenes de religiosos que introdujo
en sus Reynos: pero con los dos mil Templos que fundó para la
sustentación del culto divino. Su justicia fue tanta para con sus
súbditos y para consigo mismo, que con ser de suyo muy
misericordioso, nunca se apartó de ella, y si cayó en alguna
injusticia (sinjusticia) también la purgó con satisfacción
pública. En la constancia fue raro y admirable, pues ni grandes
adversidades, ni malos consejos, ni estorbos de los suyos fueron
parte para que dejase de conservar lo ganado, y llevar siempre
adelante sus empresas. En conclusión su virtud y disciplina militar
fue tan excelente y heroica, que en esta excedió a todos, por tan
grandes
rayzes
de valor como hecho en ella: pues se vio que a los ocho años de su
edad tomó juntamente el
sceptro
de Rey y el estoque y gobierno de la guerra, y no se puede
encarecer
el maravilloso tiento, y más que humana prudencia, con que en los
sesenta y un años que reinó, gobernó juntas las dos cosas. Además
que a los principios, puesto que por las muchas revueltas y
contradicción que halló
en sus dos propios Reinos, los
hubo
casi a conquistar de nuevo: no por esto dejó, pacificados estos, de
pasar a conquistar tres otros de los Moros, con los cuales dobló su
Imperio, y mereció el renombre de conquistador, que todos con muy
justa razón le dieron. Porque con esto llegó a ser el primero que
puso la piedra fundamental, donde comenzó a levantarse el grande
Imperio, y tan extendida monarquía, que ahora (agora) felizmente
vemos de nuestra España. Pues se prueba clarísimamente, que estado
ella como cerrada le abrió la puerta, y dio felicísima salida a los
Reyes sus descendientes, y sucesores para conquistar y ganar los
demás Reynos, que después acá fueron por ellos adquiridos. Porque
si consideramos la entrada y general destrucción que los Moros de
África hicieron por toda España, hallaremos como quedó tan
postrada y oprimida (opresa), que pasaron muchos siglos, antes que se
pudiese cobrar la mitad o poco más de ella y que así por tener
tantos enemigos dentro de casa, como por los circunvecinos de África,
jamás pudieron los
Reyes de Aragón, ni de Castilla emprender
jornada alguna fuera de los límites de España.
Siendo así que
a los Aragoneses y Catalanes, los Moros de África con los de
Mallorca y Valencia: a a los Castellanos, los mismos de África con
los del Andaluzia y Portugal, tenían tan acosados, y como
encorralados dentro sus Reynos: que apenas alzaban la cabeza los
Cristianos para emprender guerra dentro o fuera de España, cuando
luego eran
sobrellos
los Moros: hasta que este invencible Rey vino al mundo a reinar en
Aragón y Cataluña, el cual por haber también ejercitado en su
niñez y mocedad la milicia, y con el favor de su gente
bellicosissima de nuevo sojuzgado y pacificado sus Reynos: a los
veynte años de su edad emprendió la conquista de las Islas Baleares
Mallorca y Menorca, vecinas a sus Reynos, y puestas al paso de
África. Las cuales por estar tan llenas de corsarios señoreaban
aquel mar, robando y quitando la contratación de los Cristianos, y
dando paso a los de África, para que ajuntados con los de Valencia y
Granada, destruyesen los Reynos de Aragón y Cataluña, no perdonando
a los del Andaluzia. De suerte que ganadas por este Rey las dos
Islas, y puestas en ella su gente y armadas, no solo refrenó a los
de África, y alcanzó el pacífico navegar para los suyos, pero
facilitó con esto la conquista que hizo luego del Reyno de
Valencia
, y aun hecha ella acabó la del Reyno de Murcia. Con
este alivio teniendo ya los Reyes de Aragón doblado su Imperio, y
ganado el de la mar, comenzaron a levantar cabeza, y a ser temidos de
los Moros. Y así abierta por aquella parte la puerta de España,
salió luego el gran Rey don Pedro hijo del mismo don Jaime con
grandísimo ejército de Catalanes y Aragoneses pasó en África, y de
allí dio vuelta sobre Sicilia y la ganó, y poseyó del todo. No
mucho después su hijo el Rey don Jaime II, nieto del primero, por su
valor y gran poder por mar, fue investido por Papa Bonifacio para la
conquista del Reyno de Cerdeña.
Acabo
de años
el Rey don Alonso de Aragón
IIII. de este nombre fue a conquistar a Nápoles, y al fin la ganó.
Tras esto en tiempo de sus nietos, habiéndoseles quitado los
Franceses, el católico Rey don Fernando de Aragón le cobró de
ellos, y lo juntó con los demás Reynos de la corona. Este mismo
siendo ya casado con la esclarecida doña Isabel Reyna de
Castilla
, y con la junta de los dos Reynos aumentadas las fuerzas de
entrambos, emprendió la conquista del Reyno de Granada, y con el
gran poder de Castilla lo ganó, y sujeto del todo para ella. De allí
por la bondad divina se le abrió otra mayor puerta para las
Occidentales Indias, y con el valor y constancia de los mesmos marido
y mujer Reyes, y fuerzas de Castellanos sojuzgaron las mayores Islas
que primero se descubrieron de ellas. A estos sucedió su felicísimo
nieto y aguelo de V. Alteza Carlos V. Emperador máximo, el cual en
comenzando a reinar por ejecución de su magnanimidad y constancia
(proprias Virtudes suyas) mandó pasar de las Islas adelante el
descubrimiento de las dichas Indias y parte Occidental, y llegar a la
tierra firme, donde conquistó las dos más ricas y más extendidas
provincias del mundo, que fueron la nueva España, que incluye en si
muchos Reinos y la inmensa región del Perú que contiene cuatro
tantos y se extiende de más acá de la linea equinoccial hasta el
círculo del otro polo antártico en las cuales como Cristianísimo y
pío lo primero fue mandar introducir nuestra santa fé y religión
Cristiana y edificar muchas ciudades como colonias llevadas de
España. Además que no solo el Imperio Occidental, pero también en
los estados de Flandes por su patrimonio con los de Milán por su
conquista, fueron por él aplicados e incorporados en la señoría y
corona de España. De manera que no quedando por fin y remate de
todo, sino lo que mucho tiempo se deseó que la España toda se
juntase en uno, y fuese de un señor: esto vemos claramente como por
la providencia divina se reservó para el mismo gloriosísimo
Philipo, y que lo cumplió cuando habiéndole nuestro señor heredado
del Reyno de Portugal con sus Orientales Indias, entró en él con
poderosísimo ejército y echando de él a los rebeldes lo pacificó
y añadió al universal Imperio de España, y con esto llegó a gozar
de las más alta y más extendida Monarquía que jamás se vio en el
universo, según que de su grandeza y superioridad a todas las demás
que son, y fueron, se hablará más largamente en el libro XIII de
esta historia. Todo para que de aquí pueda colegir V. Alteza, que si
conforme a la sentencia antigua, el principio es más que la mitad de
las cosas, por cuan verdadero cimiento, y glorioso principio de este
tan inmenso Imperio debe tenerse, el que este buen Rey por su parte
(como se ha probado) dejó puesto de su mano: cuan sólido y
firmísimo, pues tiene la verdadera fé y religión Cristiana por su
único fundamento. Además que fue el mismo Rey tan curioso y
solícito del aumento y conservación de sus Reynos, que como por
registro y secreto del verdadero modo de conquistar y conservar lo
ganado, nos dejó escrita y compuesta de su propia mano, como por
comentarios, su historia y vida, aunque en su lengua corta y
peregrina: pero tan verdadera y llena de hazañas, cuanto falta de
elocuencia y ornamento de palabras. Por donde pareciéndome que
pasaba muy adelante el descuido de muchos autores graves, por no
haber puesto las manos en obra tan provechosa, haciendo historia por
si de las cosas de este Rey, siquiera por dar sujeto a su tan
extendida fama y renombre, que van por el mundo como accidentes sin
sustancia, me atreví a ponerla a gesto, y escribirla en las dos más
generales, y más extendidas lenguas que hoy se hallan en el
universo, Latina y Española: En la primera la saqué a luz muy pocos
años ha, y la dediqué a la felice memoria del esclarecido don Jaime
Príncipe (que agora lo es mucho más en el cielo) hermano de V.
Alteza, y que llegó a sus manos la obra, la cual bajo su glorioso
nombre se divulgó por toda la Europa, y entendiendo era accepta a
los extraños, pareciome sería tanto más agradable a nuestra
España, por ser de cosas acaecidas dentro de ella, y así
determiné escribirla segunda vez en esta lengua, por satisfacer a la
importuna demanda de muchos, y mucho más porque V. Alteza gustase
más presto de ella, con fin que de aquel mismo tiempo y niñez que
este buen Rey comenzó a reinar y pelear todo junto; comience V.
Alteza
con tal lectura a entender y aficionarse a lo uno y a lo otro.
Porque si verdad es lo del proverbio que dice, Los niños se
entienden, mayor impresión hará en V. Alteza leer y contemplar por
si mismo las cosas puestas por su orden, que aquel varonil niño
en
su tierna edad hacía, que cuanto le dijeren y recitaren de él a
pedazos sus Ayos y maestros: y así he dejado la historia repartida
en los veinte libros como la Latina, dividiendo cada uno de estos por
breves capítulos, como descansos, para que con menos trabajo y mayor
advertimiento pueda
V. Alteza leerlos. más aunque a los
principios va la historia muy atada con la Latina, de manera que
parece más traducción que historia por si, es tanto lo que se ha
añadido por toda ella, y también mudado y mejorado en muchos
lugares, que deja de ser traducción, y siendo una misma verdad, hace
historia por si en esta lengua. La cual cierto merecía otro estilo
más subido y limado, aunque no más claro (si no me engaño) ni más
acompañado de verdad que el nuestro, y por eso es tanto más digna
de que V. Alteza, y todos los Príncipes del mundo se den a la
lición
de ella, para que de pequeños la tomen por espejo y comiencen a
preciarse de las cuatro más principales y soberanas bondades, o
virtudes que en el verán representadas; de las cuales este sobre
cuantos Reyes ha habido en el mundo se preció más que todos: como
fue de buen hombre, de buen Cristiano, buen capitán, y buen Rey: a
fin que como los mismos Padre y Aguelo de V. Alteza por haber imitado
las pisadas de este buen Rey, valiéndose de sus tan ricas virtudes,
llegaron a poseer medio mundo: así V. Alteza, imitando a los tres,
alcance el otro medio, y después de muchos años de vida el eterno
del Cielo Amen,
Amén.