SECCIÓN SEGUNDA. Descripción detallada y circunstanciada de Alcañiz y sus afueras.
Después de la poética y artística descripción anterior del Sr. Cuadrado, está en su lugar el que presentemos ahora otra más circunstanciada y extensa, comprensiva de cuanto pueda interesar a los alcañizanos, y también a los que quieran tener noticia de nuestra historia y localidad, dentro de los límites
que nos hemos impuesto.
Otro estilo más didáctico requiere
este trabajo, y este es el que hemos adoptado. Lo esencial aquí, es
narrar y exponer con método, claridad, rapidez y copia de datos. Y
para que sean estos más abundantes y tenga el texto mayor unidad de
acción, acompañamos al mismo algunas notas curiosas y de
actualidad; y después y como por vía de ilustración y ampliación,
cinco apéndices importantes (sobre todo el cuarto), en que nos
espaciamos convenientemente en la forma y manera que lo exigen el
interés y naturaleza de sus materias.
Como es natural,
tienen que repetirse en esta sección muchas cosas de las que en la
anterior se dijeron o indicaron; pero para esto procuramos añadir lo
que allí se omitió, y lo ya dicho explicarlo más detenidamente.
Por fin, para el mejor orden y claridad de esta descripción,
la dividimos en los siete párrafos siguientes:
I. Situación
y clima de Alcañiz.
II. Interior de la población y sus afueras.
III Término de la misma.
IV. Calidad del terreno.
V.
Caminos, producciones, industria y comercio.
VI. Fragmentos de su
historia antigua.
VII. Idea general del partido judicial de la
misma Ciudad, y de su antiguo Corregimiento.
SITUACIÓN Y
CLIMA DE ALCAÑIZ
Esta
Ciudad se halla situada a la margen derecha del río Guadalope, en el
declive de un cerro suelto al cual rodea casi por todos lados.
Su
posición topográfica la deja libre a la influencia de los vientos
del S. y O., y contribuye también a su limpieza y aseo, porque los
grandes aguaceros arrastran las basura de las calles hasta el
mencionado río.Su clima insalubre cincuenta y ocho años
atrás, por las exhalaciones pútridas de un terreno pantanoso
llamado la laguna, inmediato a la población, hoy que aquel se
ha reducido a cultivo, es saludable, sin que se conozcan otras
enfermedades que las fiebres intermitentes, algo endémicas, que se
desarrollan en el estío y entrada de otoño. (l)
(1) No es
aun suficiente haber reducido a cultivo esta laguna o terreno hondo y
pantanoso, sino que se necesita desaguarlo y desecarlo del todo. Las
fiebres intermitentes algo endémicas que aquí se padecen, y que a
veces degeneran en cuartanas rebeldes y de malísimos resultados para
las personas de alguna edad ¿tienen otro origen que los miasmas
mefíticos que despiden las aguas detenidas en sus zanjas?
Nosotros, al menos, no conocemos otro más próximo e inmediato;
porque por lo demás, está dotada la Ciudad de condiciones
saludables. Los aires entran en ella con libertad y desahogo; sobre
todo, el muy puro y sano del poniente. Los monte inmediatos de la
parte del oriente y septentrión, al paso que permiten la entrada al
bochorno y transmontona; quitan a estos algún tanto su
pujanza, poco conveniente a la verdad: el Guadalope con su rápida
corriente, está muy lejos de infectar la atmósfera; y
el
estanque, renovando sus aguas constantemente por la entrada y salida
de las muy abundantes que lleva la acequia principal, no ofrece
inconveniente alguno a la pureza y sanidad del ambiente, sobre todo
si se tiene cuidado de limpiarlo y escombrarlo como es debido. Solo,
pues, la laguna es el enemigo atmosférico de la salud pública de
Alcañiz, a
quien por lo tanto debemos combatir y destruir.
Lo
sensible es que presentando esto tan pocas dificultades de bulto, no
ocupe seriamente los ánimos de las personas influyentes de la
población, a la par que de las que poseen tierras en este ahora
infecundo local. ¡Como si la salud y la enfermedad fueran cosas
indiferentes!
¡Como si aquella, basada en el principio de la
conservación, no fuera el principal bien de la humanidad, después
de los bienes espirituales e imperecederos del alma! Y por otra
parte, ¡como si estas tierras pantanosas, foco perenne de
esterilidad y de muerte para la producción, no se transformaran
después, con el beneficio indicado, en elementos de fertilidad y de
vida!
siendo esto cierto, como lo es sin duda ¿porqué no se remedia este
mal? ¿Porqué no se deseca la laguna? ¿Se necesita otra cosa para
ello que ahondar vara y media en un pequeño trozo de la grande
acequia que viene del estanque, para que teniendo el descenso
necesario las aguas detenidas en las zanjas llamadas escorredores,
puedan bajar y seguir la corriente de la acequia?
Esto es lo que
opinan, con nosotros, cuantos han visto y examinado este local. Y es
muy fácil comprenderlo; porque si los escorredores están al mismo
nivel que las aguas de la acequia, tienen que retroceder por
precisión las aguas perennes de aquellos, contenidas o empujadas por
las agua continuas de esta: lo que no sucedería con el descenso o
ahondamiento indicado, de algo más de un metro, que juzgamos sería
suficientísimo.
a esto se añadiese la construcción de una zanja circular (que como
todas las demás debería estar encañada), la cual recibiera todas
las filtraciones de las aguas, antes de entrar en las tierras de la
laguna; se conseguiría el objeto importantísimo de la desecación,
de un modo
seguro y beneficioso para todos los propietarios de
estos terrenos.
¡Y calcúlese entonces la grande utilidad y
provecho del mejoramiento de estas tierras, y lo mucho que entonces
aumentarían su valor! ¡Y calcúlese también, si una obra tan
sencilla y tan poco costosa como esta, sobre todo si se considera con
relación al producto, merece que se
ocupen de ella los vecinos
de Alcañiz, por la doble ventaja que hemos demostrado, de la salud
pública y del aumento de la riqueza territorial! Que no se
desperdicie, pues, la buena ocasión que ahora se presenta, con
motivo de tener que atravesar toda la laguna la nueva carretera de
Madrid y Zaragoza. Y de todos modos, que la idea dominante de
nuestras mejoras, sea el que desaparezca cuanto antes este foco de
infección.
Interior de la población y sus afueras.
La Ciudad con elarrabal unido a ella y que con ella se confunde, tiene 1242 casas;
cuenta 7 plazuelas denominadas, de San francisco, de Herrerías, del
Carmen, del Hospital, de Almudines viejos y de las Monjas; y 3
plazas, que son la Mayor, la del Cuartelillo, y la de Santo Domingo:
y está dividida en 4 barrios, a saber, Santa María, Santiago, San
Juan y San Pedro; de los cuales el primero comprende 14 calles, 12 el
segundo, igual número el tercero, y 9 el cuarto, siendo la
circunferencia total de la Ciudad, como de unos tres kilómetros.
Se ve adornada de algunos edificios atendibles, no solo por
la solidez de su fábrica y combinada distribución de su interior,
sino por su mérito arquitectónico; y entre todos, la casa de
ayuntamiento es sin duda el más notable. Su hermoso
frontispicio de dos cuerpos, del orden dórico el uno y del jónico
el otro, rematando en una galería del orden toscano; atrae las
miradas de los inteligentes. El interior de este edificio consta de
dos buenas piezas para celebrar las sesiones; de dos archivos, el uno
destinado para la custodia de los papeles pertenecientes a la
municipalidad, y el otro para la conservación de los protocolos o
procesos finados; de una sala capaz donde celebran sus juntas los
regantes de las acequias Vieja y Nueva; de una cárcel regular y
segura; de una capilla donde oyen misa los Regidores (y los presos de
la cárcel, desde una reja dispuesta al efecto); de dos almacenes
para los granos del pósito y para la sal, y de un sótano que sirve
de neveria.
Contiguo a las casas consistoriales y
formando casi una parte de ellas, hay otro edificio sostenido por
tres magníficos arcos elevados de estilo gótico y de admirable
ligereza y gallardía; y bajo de ellos, una espaciosa lonja. En lo
interior, una sala para audiencia, llamada comunmente la Corte. La
horrorosa voladura del almacén de la pólvora acaecida, por una
exhalación (exalacion) que cayó en el almudí o alhóndiga
la nueva, el día 2 de setiembre de 1840, lo arruinó
considerablemente, causando al mismo tiempo grandes daños en otros
de los mejores edificios de la ciudad, y en crecido número de casas;
haciéndolos subir los inteligentes a más de dos millones de reales,
y juntándose a estas pérdidas sensibles las todavía más dolorosas
de 60 muertos y más de 200 heridos y contusos, como ya se dijo en la
página 12 /en este libro las páginas no coinciden con el original
/.
Hay un tribunal eclesiástico compuesto del juez u oficial
eclesiástico, y de un fiscal, un
notario y un nuncio. Fue
instituido en el año de 1392 por el Arzobispo de Zaragoza, el
ilustrísimo Fernández de Heredia. Hay también un tribunal civil de
primera instancia, con apelación a la audiencia del territorio, cuyo
juzgado es de entrada; una administración subalterna de rentas; otra
de correos, con sus correspondientes empleados; y la encomienda de
Calatrava, llamada Encomienda Mayor de Alcañiz, que ahora ha pasado
a la Hacienda nacional.
Así mismo hay profesores de todas las
ciencias de curar; varias tiendas de abacería, de paños, lienzos y
telas, de ferrería y quincalla, y de otros géneros, tanto del reino
como extranjeros y ultramarinos; artesanos de todos los oficios
necesarios a la vida social, y posadas, cafés y villares.
Antiguamente hubo cuatro hospitales, denominados de Santa
María, San Nicolás, San Juan y
San Lázaro, los cuales a
petición del Ayuntamiento se refundieron en el mencionado de San
Nicolás, que es el que existe en el día, aunque trasladado al
suprimido Convento de San Francisco. El cuidado de los dolientes está
a cargo, en lo temporal, de los enfermeros; y en lo espiritual, de un
capellán, que tiene la obligación de decir misa a los enfermos y
administrarles los santos sacramentos. También hay un pósito de
granos o banco de labradores.
La instrucción pública está
a cargo de los PP. Escolapios. Estos celosos amantes de la niñez e
ilustrados guías de la juventud, tienen escuelas públicas de
instrucción primaria, elemental y superior; gramática latina,
retórica y humanidades, donde un considerable número de alumnos
recibe una buena instrucción literaria civil y religiosa.
En
este Colegio hay un Seminario, en el cual por una pequeña
retribución se admite y mantiene decorosamente a los hijos de las
familias bien acomodadas del País que aspiran a entrar en él,
dándoles una esmerada y culta educación sobre la enseñanza de las
asignaturas que les corresponden. Dicho Seminario, que ahora es muy
regular, va a recibir pronto
importantes mejoras, ya con la obra
notable que en él se practica al presente, ya con el ensanche y
aumento de todo el colegio: cuya obra general, cuando esté
concluida, lo pondrá en la categoría de uno de las mejores de la
Provincia, y acaso el más apropósito (si se tienen en cuenta además
algunas razones de peso) para casa de estudios, o escuela normal de
la Religión.
A este colegio se agregó en 1729 el
llamado Valeriano, por haber sido su fundador en 1659
D. Miguel
Valero, el cual consignó fondos para cuatro becas gratuitas, cuyas
rentas han pasado ahora a dominio particular. Hay por fin cuatro
escuelas de niñas, en las que además de las labores propias de su
sexo se les enseña a leer, escribir, contar y el catecismo.
Hasta
principios del siglo XV se dividía la ciudad en cuatro parroquias,
que son las ya nombradas, de santa María, San Juan, Santiago y San
Pedro; pero elevada la primera a Colegiata per el Papa Benedicto XIII
en el año 1407 a instancias de San Vicente Ferrer, se la declaró
también única parroquia, quedando las oirás tres como anejas, y
encomendada
su cura de almas al Dean auxiliado por dos
Coadjutores; y la regencia de las tres filiales, a cargo de otros
tantos Canónigos, cuyas prebendas llevaban esta condición.
El
cabildo de la Colegiata se componía de un Deán (dean) y doce
canónigos, contando además para mayor solemnidad del culto y mejor
servicio del templos veinte y siete beneficiados perpetuos, un
organista, una capilla de música, dos infantes, dos sacristanes
mayores, tres menores, siete capilleros, un campanero y un macero. En
la actualidad ha quedado muy reducido este número; y lo que es más
lamentable, reducida a parroquia su antigua Iglesia Colegial, cuyo
magnífico edificio principió a reconstruirse en el año 1736 por el
Arquitecto D. Miguel Aguas hijo de esta Ciudad, sustituyéndole a
este, después de su muerte, D. Joaquín Colera, hijo también de la
misma, que lo concluyó en 1772. (1)
La fachada o parte
exterior presenta un todo magnífico y sorprendente; su arquitectura
es de orden dórico en su primer cuerpo, y del compuesto en el
segundo.
En cada uno de sus ángulos se eleva una torre de
bastante altura y de muchísimo gusto: en el centro un majestuoso
cimborio de grande elevación; y sobre todo el edificio descuella el
gótico y colosal campanario del siglo XIV, con ocho buenas campañas
y las dos del reloj.
Lo que llama más particularmente la
atención, son las dos portadas del templo; la que mira al S. sería
clásica en su género a estar menos recargada de follajes, estatuas
y bajos relieves de que tanto abunda. La que se halla a la parte del
E., aunque no de tanta suntuosidad, es celebrada por los inteligentes
por su sencillez y buen gusto.
(1) Se acaba de indicar que es
harto lamentable ver reducida a parroquia esta magnífica Colegiata.
Y efectivamente: pocos serán los que no unirán sus sentimientos a
los que nosotros experimentamos. Pocos los forasteros que no
deplorarán, con nosotros, esta inesperada
humillación de la
Iglesia Colegial de Alcañiz, digna por otra parte y por tantos
títulos y razones, de obtener los merecidos honores de Catedral. Su
antigüedad, su magnificencia, su historia, su rango foráneo, la
topografía del País, la enorme distancia de las Sillas episcopales,
la grande extensión del Arzobispado de Zaragoza a que pertenece y la
oportunidad de la nueva circunscripción de las Diócesis, que está
determinada; todo esto parece deponía muy alto en su favor, no solo
para que se respetase y conservase su antigua categoría, sino para
que se
tratase de ascenderla y colocarla en el número de
aquellas nuevas Catedrales que han de erigirse en los puntos
convenientes y necesarios, en virtud de la traslación que según el
último concordato ha de hacerse en dichos puntos, de las redes
episcopales que se han suprimido.
Pero desgraciadamente no ha
sucedido así: las razones y motivos que los alcañizanos elevaron
oportunamente al Gobierno de S. M. (Q.D.G) no tuvieron la suerte de
un resultado feliz y satisfactorio; sucediéndoles en esto, lo mismo
que con el utilísimo proyecto de formar, a su tiempo una cuarta
provincia de Aragón en este país con su Capital en esta Ciudad, que
razones históricas, estadísticas, topográficas militares y
políticas aconsejaban también se tomase en consideración, y lo
recomendaban con tanto fundamento como elocuencia.
Pero dejemos ya
a un lado estos poco gratos recuerdos, y remitamos a los que de ellos
quieran instruirse, a la memoria impresa que sobre entrambos
extremos publicó esta Ciudad en el año 1849.
La fábrica es
toda de piedra de arena, de la que llaman dulce en el país, tan
buena por su
duración y apacible colorido que a la vista ofrece,
como por la facilidad con que se presta a la labor. La parte interior
es bella, desahogada y de convenientes proporciones. Consta de tres
naves, cuyas dimensiones, con las de toda la Iglesia, vienen a ser
las siguientes:
longitud de muro a muro, 77 metros; latitud ídem,
42; y altura hasta la cornisa circular del cimborio, 25; los que
llegan a 42 hasta la parte más elevada de dicho cimborio.
Las
capillas de los costados, que están abiertas y que tienen un fondo
regular y desembarazado para la Iglesia, entran también en estas
medidas, menos la de la Soledad y el Santísimo que se prolongan algo
más fuera de los muros, y que tienen sus buenas cúpulas. Las diez
columnas sueltas en que descansa el edificio, sin contar las cuatro
apilastradas de los frentes, son cuadradas y de esbelta fisura.
En
cada lado de la iglesia hay siete capillas, otra más al testero y
dos chiquitas debajo de los órganos. En la de la Soledad se gastó
mucho para hacerla linda y ostentosa, como se hizo, con muchos y
preciosos jaspes y mármoles.
En la de San Mateo se conserva,
aunque no en muy buen estado, un retablo antiguo, que si bien no
tiene de suyo ningún mérito, lo tienen sin embargo muy
sobresaliente cinco excelentes estatuas de mármol blanco y cinco
medallones de lo mismo, trabajadas en Roma por los mejores artistas
de aquel tiempo. Este regalo lo remitió a su familia el Eminentísimo
Cardenal D. Domingo Ram, hijo ilustre de esta Ciudad, a principios
del siglo XV, para que se colocara en dicha capilla, propia de
aquella; en donde se ve bajo de un arco, el sepulcro de sus padres,
que es igualmente de mármol.
merecen alguna atención cinco retablos hechos en el año 1830, para
otras tantas capillas, según las reglas de la arquitectura
greco-romana; en cuyos intercolumnios se ven bellas estatuas de
madera imitando el mármol blanco; obra toda de D. Tomás Llobet,
hijo de Alcañiz, y poco ha, Director de la Academia de S. Luis de
Zaragoza, en la clase de escultura.El altar mayor, aislado
en el tercio de la testera del templo y todo él de jaspes y
mármoles, es obra magnífica, y de gran mérito artístico.
Construyóse desde el año 1800 al 1803. Sus grandes columnas,
basamento, cornisas y ático, son preciosos mármoles y jaspes
trabajados con toda prolijidad y esmero, adquiridos casi todos de las
canteras de Alcañiz, de las más afamadas de todo el reino, y de los
más apreciados entre los extranjeros, como ya se dijo. Es un gran
zócalo de dos metros y medio de alto, con hermosas molduras, sobre
el que descansan los pedestales de cuatro altas y corpulentas
columnas del orden corintio, y dos estatuas, una y otra a la parte
exterior de cada columna. (1)
(1) No deja de ser muy
notable, que las cuatro o grandiosas y hermosísimas columnas del
cuerpo principal de este altar, que con su basa y capiteles tienen
cinco metros de altura, hayan salido de un solo banco compacto y
uniforme de las canteras de esta Ciudad, como es fácil reconocer por
la identidad de sus aguas y colorido: lo que en verdad prueba la
riqueza y potencia de nuestras canteras. Si de siete estatuas de
piedra granítica que hay en el Escorial se dice con admiración a
los viajeros: seis Reyes y un santo salieron de este canto, y aun
quedó para otro tanto ¿con cuánta más razón se puede decir
lo sobredicho de nuestras cuatro columnas de mármol que salieron de
un solo canto, y aún dejó este mas que para otro tanto? ¡Y se nos
pasaba por alto esta notable circunstancia!
medio de estas se ve el retablo, en el cual se representan de bajo y
medio relieve la Asunción de Nuestra Señora saliendo del sepulcro,
y enteramente sueltas las figuras de algunos Apóstoles que miran
extasiados tan portentoso milagro. Por encima del retablo y capitel
de las columnas, corre el cornisamento, sobre el cual descansa el
ático:
por entre las columna encima de la cornisa, asoman dos
angelitos de bulto; y descansando en aquella a los lados del ático,
hay dos estatuas a plomo, con las de abajo, y otras dos más afuera.
Entre las pilastras de aquel, se descubre una ventana circular, en la
que aparece representada la Santísima Trinidad saliendo de entre
nubes que rebosan fuera del círculo,
con rompimiento de luz y
rayos de medio relieve; todo muy bien entendido. El altar remata con
dos ángeles mancebos que sostienen una corona imperial. La escultura
de este retablo, obra perfectamente dirigida y concluida por el
mencionado Sr. Llobet, puede competir con los mejores monumentos de
su género.El coro es otro de los objetos distinguidos de la
Colegiata. Ocupa el primer tercio del templo y lo cierra un verjado
de bronce apoyado en zócalos de jaspe del país, entrecortado con
bases y capiteles de mármol blanco, sobre los cuales descansa una
bien trabajada cornisa; y sobre esta a trechos, estatuas bronceadas,
conchas y camafeos. Por dos puertecitas practicadas en el expresado
verjado, salen los prebendados a unos graciosos balconcitos con
antepechos del mismo metal que aquel, para oír los sermones que se
predican. En lo interior, lo mejor que
se encuentra es el
bellísimo órgano de la derecha, y la sillería nueva de nogal con
embutidos de madera de acebo primorosamente trabajada, con dos
órdenes de asientos y el sitial reservado al Diocesano.
Hay
además en esta iglesia algunas pinturas de bastante mérito. El
cuadro de S. Joaquín, que está en la segunda capilla de la nave de
la derecha, es de Espinosa, muy celebrado por los conocedores: lo
adorna un gracioso retablo con cinco buenos medallones de mármol
blanco, rematando con una excelente estatua de lo mismo de Nuestra
Señora de los Pueyos.
Los cuadros de Santa Ana, de San José, y
el de la Cena, que se hallan en sus respectivas capillas, también
son muy apreciados. Y finalmente, el de la Anunciación de nuestra
señora, de crecidas dimensiones, trabajado con el mayor esmero e
inteligencia por el pintor de Cámara de S. M, D. Ventura Salesa, es
tenido en mucha estimación y como una excelente copia de Mengs.
De
las tres iglesias anejas, ninguna tiene cosa que llame la atención.
La de Santiago desapareció por completo; la de San Pedro está
enteramente desmontada y se llueve por todos lados; y solo la de San
Juan alarga débilmente su vetusta existencia.
Además de estos
templos, hay otros abiertos también al culto: el llamado de Salinas
por tu fundador, dedicado a S. José, servido antes por cinco
capellanes que tenían la obligación de confesar y auxiliar a los
moribundos; el de los PP. Escolapios, y el de las Monjas dominicas.
De los varios conventos de órdenes religiosas que antes
existían, el de San Francisco, situado en el arrabal, lo fundó el
maestro D. Andrés Vives en el año 1524, sirviendo en el día de
hospital civil y militar y otros usos: tiene una magnífica iglesia
moderna, capaz y de buena arquitectura. El del Carmen Calzado, que
ocupa uno de los testeros de la plaza de su nombre, debe su fundación
al P. Maestro Fr. Gaspar Cortés, religioso carmelita en 1603.
Después de
la exclaustración se destinó a cuartel y teatro; y
su iglesia, que es muy regular, sirve para el culto, celebrándose en
ella el santo sacrificio de la misa, lo cual favorece sobremanera a
los vecinos del arrabal.
El de Dominicos, que da nombre a la
plaza en que se halla, lo mandó levantar el Príncipe de
Aragón
D. Juan, hijo del rey D. Pedro el Ceremonioso, en el año 1383. Este
convento, que poco, hace ha sido vendido en virtud de la ley de
desamortización, lo había comprado antes la Ciudad para alhóndiga
y posada publica. Y en fin, el de Capuchinos, que en 1612 mandaron
construir varios vecinos de la Ciudad, y el cual igualmente ha pasado
a dominio particular.
El de monjas dominicas, arriba
mencionado, es fundación de D. Baltasar Rudilla, Rector de la
parroquial de Muniesa en 1593. Continúa habitado, con el competente
número de religiosas. Y finalmente, el colegio de escuelas Pías,
del cual también se ha hecho mención, lo fundó en 1729 el P.
Agustín de Santo Tomás de Aquino, a instancia y con anuencia del
Sr. Arzobispo de Zaragoza D. Tomás Crespo de Agüero.
Además
de lo referido, hay en esta población un cuartel con habitaciones
cómodas para la infantería, y principalmente para la caballería;
una mediana plaza de toros, dos alhóndigas, dos carnicerías
públicas con su matadero, una neveria, un alfolí para
la sal, siete hornos de pan cocer, tres molinos harineros,
seis de aceite con veinte prensas de romana para deshacer la oliva,
un batán y seis posadas.
Al salir de la ciudad por el lado
del O. se encuentra el magnífico puente de piedra de siete arcos,
que desde la guerra de la Independencia había estado inservible
hasta la última civil (1836), en que se consiguió reconstruir, con
todo el gusto y solidez que se podía desear, las dos arcadas que le
faltaban. Pasado el puente, se llega a un delicioso paseo, en cuya
cabeza llama la atención la fuente de Santa Lucía, (1) más
abundante que hermosa, la cual despide copiosos raudales de agua por
68 canos del grueso del de un fusil, sin contar algunos otros
destinados a diferentes usos. Todos vierten sus aguas en un vación
longitudinal de piedra, del que pasan a una gran balsa o lavadero
para las mujeres. Frente de la fuente hay una plazuela desde
la que salen muchas calles de árboles, jóvenes en el día, pero que
harán más apetecible este sitio cuando dejándoles extender sus
espesas ramas, puedan hacerlo impenetrable a los ardientes rayos del
sol; y de trecho en trecho de dichas calles, se encuentran asientos
de piedra. Este paseo termina a un cuarto de legua de la población
en el punto llamado la Palanca, y es el que designan los habitantes
con el nombre del Prado, y le dan la preferencia sobre los demás,
particularmente en las tardes del estío, por la frescura que las
inmediatas aguas le comunican, por el encantador embeleso que el
apacible murmullo de estas hace experimentar, y porque desde allí se
descubre una vistosa cascada del llamado Río alto que describiendo
mil juegos agradables, se precipita sordamente en el Guadalope.
(1)
En el apéndice 3 a esta sección, se dará una noticia de las
virtudes medicinales de las aguas de esta fuente; la cual según la
tradición antigua de esta Ciudad fue descubierta por un lobo que en
un año de gran sequía, acudía a beber al sitio en que hoy existe,
y que entonces
estaba oculto con un zarzal. He aquí porque hasta
la fundación del Convento de Santa Lucía, que está contiguo a
ella, se le llamó fuente lupina.
El
portal de San Francisco conduce a otro paseo en dirección del
arrabal, que va a terminar en ermita de la Encarnación, antiguamente
sinagoga de judíos. Carece de calles de árboles, pero esta falta
está bien compensada con los muchos jardines y huertos que por una y
otra margen del mismo se descubren.Desde el NO. de la
población donde se halla la extensa plaza del Cuartel, hasta el SO.
dando la vuelta al cerro del Castillo, corría antes una angosta
senda, por la que tan solo podía caminar de frente una persona; pero
el deseo de facilitar el tránsito de la ciudad al arrabal y
viceversa, indujo al Ayuntamiento, de acuerdo con el Gobernador, a
ensanchar aquel paso; y verificado, resultó otro paseo por el que
pueden cruzar cuatro personas a la par, disfrutando las agradables y
amenas vistas que presenta todo el término, y todo su variado y
pintoresco horizonte, sin que sea posible dejar de dirigir la vista
al antiguo castillo, que ocupa la cima del cerro.
Fue este en
lo antiguo un edificio suntuoso y fuerte, pero en la actualidad
ofrece poca importancia militar. Es un rectángulo imperfecto,
rodeado de lienzos de fuertes y elevadas murallas flanqueadas de
torres almenadas, y en estas, espesas saeteras y troneras. Su
fábrica, como todas las que en la población tienen alguna
importancia es de sillares de piedra de arena, igual a la que
constituía los buenos muros de cuarenta palmos de altura que antes
cerraban la ciudad, sin el arrabal, y que actualmente están bastante
deteriorados.
Alonso I el Batallador fue el que dio principio a
este castillo al emprender la conquista de la antigua Alkanit,
distante una hora de la moderna Alcañiz, pero la importancia militar
que durante algunos siglos tuvo, la debe a los esforzados caballeros
de Calatrava, a quienes Alonso II de Aragón lo donó en el último
tercio del siglo XII, haciéndolos fronteros de los moros de Valencia
y Cataluña.
Aquí tenía su palacio el Gran Comendador de la
Orden; y ésta, su convento o noviciado, cuya excelente y sólida
Iglesia gótica se conserva muy bien, aunque inhabilitada, bajo la
advocación de Santa María Magdalena. Así en esta como en los
claustros se ven todavía los sepulcros de alguno Príncipes, de
Grandes Maestres de la Orden, y de Comendadores mayores. Deshabitado
el castillo por una larga serie de años, fue poco a poco
deteriorándose, y quedó arruinado en gran parte; pero habiendo
tomado posesión de la Encomienda
en 1728 el Srmo. Sr. Infante D.
Felipe, hizo considerables mejoras en todo él y mandó construir un
magnífico palacio sobre las lineas del antiguo, al lado del S., con
buen balconaje y una graciosa portada. (1)
En las guerras
posteriores a esta época ha experimentado también nuevos y grandes
quebramos, de los cuales tarde o nunca llegará el reparo.
(1)
He aquí la inscripción que se lee sobre dicha portada, en un escudo
real labrado en piedra negra con letras doradas.
SERENISSIMO
PRÍNCIPE PHILIPO HISPANIARUM INFANTE MAGNAM
ALCAGNITII
PRECEPTORIAM POSSIDENTE CASTRUM
HOC, MILITIAE SACRAE
CALATRAVENSIS OLIM RELIGIOSA COLONIA.
DECURSU VERO TEMPORIS
PENITUS DIRUTUM, DENUO
INSTAURATUM, ET ORNATUM FUIIT.
ANNO
MDCCXXXVIII.
III
de la Ciudad.Este extenso término confina por el N. con los
de las villas de Caspe y Chiprana, por el E. con los de Valdealgorfa
y Mazaleón; por el S. con los de Castelserás y Torrecilla, y por el
O. con el de Albalate del Arzobispo; extendiéndose de N. a S. 6
leguas, y 5 de E. a O.
Dentro de esta circunferencia se
encuentran muchas huertas, torres, casas de campo, masadas, oratorios
públicos y ermitas. De estas la mejor y más notable es la de
Nuestra Señora de los Pueyos; y de los oratorios públicos, la
suntuosa Capilla del cementerio, muy inmediata a dicha ermita, a
cuarto y medio de legua de la Ciudad entre norte y poniente. (1)
Todo el término está dividido en partidas, cuya división
sirve para conocer la situación de pastos, dehesas y heredades.
De
estas, las que se hallan al E. son las de Valcomuna, Planas de Marta
(?), Valdecavadores, Masico de D. Domingo Simón, Valdefardachos; (en
la cual se hallan las cuevas de Gorigot, de las Lanas y la de
Sariñena, buenas para encerrar ganado), Valdegerique, Agua Amarga,
Valdelasarribas (con la cueva de Mazolas), barranco del Ciego (con el
Cabezo del
Cuervo), Valderredormos, Valdecepero, planas de las
Horcas, Valdetaús (con las cuevas de Rodríguez y de Salinas),
Valdesanchernal (con la cueva de D. Diego), Valdejudíos y de la
Encarnación.
(1) En el primer apéndice de esta segunda
sección, describiremos el célebre santuario de los Pueyos; y en el
segundo, el nuevo Cementerio de esta Ciudad con su notable capilla.
Hacia el SO están las partidas de la Mangranera, la Arenosa,
el Chupillo, la Mangrana, Valdeestremera. Redehuerta, Val de la
torre, Plana de los Santos, el Castellar, Planas del Saso,
Valdepascual, Valmuel y Valdelison.
Hacia el O. se encuentran
la de Pui-moreno (con su monte algo elevado), Rincón Caliente, Loma
de la Yerba, la Coscollosa, Planas de San Miguel del Plano, Plana de
la Virgen de la Peña, Planas de Marta, Planas del Pradillo,
Valdepanaderos, Planas de la Estanca y la del Camino Viejo.
Y
hacia el N. las partidas de Mas de Caballo (con la Pila porquera),
Valdevallerías (con el monte algo alto llamado cabezo de la muela, y
cuevas de Puyo, Hermenegildos y Granetes en que se encierra ganado),
vuelta del Robo puerco, vuelta de Mazolas, Valdeseganta,
Valdesincesta, Val de Prior, Loma y monte del Vizcuerno, vuelta de
aguas, Mas de Cerrojo,
Planas del Mas de Terresa, Rincones de
Cañizar, cuesta de Belluga, Collado de la Villanzona y Val de Hueso.
Todas estas partidas de tierra, así como los jardines,
huertas, casas y masadas, arriba indicadas, se hallan, las de mejor
especie entre la cuenca que forma el Guadalope y los valles
encerrados entre las lomas y pequeñas colinas que sirven de estribo
a los cerros que por el E. dividen el espacio que media entre el
referido río y el Matarraña paralelo (parelelo) a aquel; y
por el O., el que hay entre el Guadalope y el Martín; cuyos espacios
dilatados sobremanera, están poblados de inmensos bosques de olivos,
de moreras, de frutales, y de otros diferentes géneros de árboles,
por entre los que se distinguen los tallos de todo género de granos,
hortalizas y legumbres.
IV
Calidad
del terreno
La misma variedad que hay de montes, oteros
y collados es causa de que el terreno sea también desigual, aunque
aquellos son de poca elevación; así es, que cosmográficamente
mirado podría llamarse llano y hondo, motivo por el cual al antiguo
Corregimiento de Alcañiz se le ha conocido con el nombre de
Tierra baja o Bajo Aragón, pues ciertamente es lo más hondo
de todo este antiguo Reino.
Los
montes aquí están vestidos de matorral y de peñas, lo. que
contribuye a que sean variados y vistosos. Las plantas que comunmente
los cubren son pinarascas de hoja fina, madroños, sabinas,
enebros, lentiscos y otras matas bajas, como aliagas, coscojos,
retamas, esparto y alguna pita en el monte de Santa Bárbara; muchas
yerbas medicinales, como el té, salvia, acrimonia, artemisa, hinojo,
camamila, cinoglosa, culantrillo, malvabisco, viola, ruda,
escordio, estrella, centaura, ontinilla, muy probada en las
tercianas, y otras varias.Hay dos pinares, llamado el uno de
la Mangranera /árbol de la granada/ hacia el S. y otro al N. La
extensión del primero es una legua de longitud y dos tercios de
latitud; y la del segundo de cuatro de longitud, y dos y un tercio de
latitud. Ambos tienen poderosos enemigos en los vecinos de los
pueblos colindantes, que carecen de bosques propios. Antiguamente se
sacaba de ellos mucha madera, pero en el día con dificultad se
encuentra un madero regular para los edificios, y toda la utilidad
que producen al vecindario es el proporcionar abundante combustible y
carbón flojo. También se crían en estos montes abundantes pastos
para los ganados, y muchas flores de las cuales millares de colmenas
extraen la miel más rica, y la cera más buscada por los
conocedores.
Aunque poco elevados, como queda dicho, se crían
en sus entrañas varias y abundantes canteras de piedra, y de jaspes
y mármoles de buena calidad. Las clases de piedra son la denominada
de arena dulce, muy buscada por su duración y apacible color
anteado; de arena salada más compacta y dura que la anterior, pero
no tan permanente, por contener sin duda
algunas partículas
salinosas de cal, de yeso blanco y oscuro; y de la llamada
almendrada, por los granos que contiene. Los jaspes y mármoles so
hallan en el llamado Pui-moreno, de cuya naturaleza y circunstancias
se ha hablado ya en el apéndice segundo a la sección
primera.
Además encierran una mina de alumbre, que sería un
manantial de riqueza si se beneficiase como requiere su importancia.
Se extrae el mineral libre de todo cuerpo extraño, sin que se
necesite más que espurgarle de las impurezas del cieno; lo
que le constituye de mejor calidad que el de Roma.
Ya se dijo
que el Guadalope corre al rededor de la población, describiendo el
mismo arco que ésta con respecto al cerro en que se halla situada;
entrando en el término por el lado del E. y saliendo por el O. Su
agua es muy buena para fecundar los campos, porque en su descenso de
treinta leguas recoge el cieno y tierra vegetal. Cría bastante
pescado, con especialidad barbos y madrillas, tan gruesos aquellos
que se sacan algunos del peso de cinco libras de doce onzas. Se
cruzaba antes este río por tres puentes. El primero a distancia de
una hora de la ciudad, se llamaba de la Alberca; el segundo separado
de la población un poco más de un cuarto de legua, no ha dejado de
si más memoria que su nombre de la Palanca y algunos escombros, y el
tercero denominado el Mayor, único que existe en el día, que es el
de que se hizo mención al hablar de las afueras de la ciudad (1) Con
sus aguas riegan los vecinos una muy dilatada huerta por medio de dos
acequias.
(1) Sensible es que no existan en el día los dos
mencionados puentes de la Palanca y la Alberca. Este último conserva
aun respetables restos de su antigüedad, no menos que de los
ineficaces esfuerzos poco ha empleados, para su reconstrucción; para
la cual seguramente no presenta serias dificultades ni exige
extraordinarios sacrificios. La empresa del primero es mucho más
fácil y de muy poco coste. Su nombre lo dice: una palanca, que no es
más lo que antes había, y lo que ahora sería suficiente, atendidas
las ventajas que para ello ofrece el local. Pero las utilidades que
entrambas obras reportarían a nuestra agricultura, además del
ornato, son incalculables. Para rastrearlas, no es menester mas que
tener en cuenta la grande suma a que asciende al año el largo rodeo
que tienen que dar nuestros labradores y sus caballerías
para ir
a esta parte numerosa y escogida de sus campos, y para regresar
después a la Ciudad. Por eso nuestros antepasados, que conocían muy
bien el valor e importe del tiempo perdido con estos rodeos, tuvieron
corrientes entrambas comunicaciones.
principal de ellas llamada la Vieja, tiene el cauce más o menos
ancho, según el sitio por donde pasa, pero nunca es menos de ocho
cuartas, con la profundidad correspondiente, y se prolonga de tres
leguas y media a cuatro, tomando el agua dentro de la jurisdicción,
debajo de Calanda.
No son tan grandes ni el cauce ni la longitud
de la Acequia Nueva; pero entrambas desaguan a una legua de distancia
de la ciudad. Para su mejor conservación y administración de las
aguas, hay una Junta de gobierno compuesta de los principales
propietarios, cuyas ordenaciones fueron aprobadas por el Rey, oído
el Consejo en 1768. En 1842 se modificaron y recibieron otro método,
con anuencia de las Autoridades de la provincia. Las cahizadas de
tierra que se riegan con las dos acequias, vendrán a ser como unas
3,000.
De la Vieja se quiso sacar en otro tiempo una hijuela,
pero quedó abandonada tan útil empresa hasta que de muy pocos años
a esta parte se llevó a efecto, dando a la expresada hijuela e|
nombre de Gabaldá, consiguiendo por este medio hacer regable un
extenso terreno que antes era secano; y del mismo modo se ha
conseguido, cinco años ha, igual ventaja con la llamada Cequieta
(Cequiela) del Brazal, o sea de las Cambras de Galiana.Amenizan los contornos y término de la Ciudad de Alcañiz,
al propio tiempo que contribuyen a fecundizar la tierra de labor,
muchas y hermosas fuente de aguas cristalinas y saludables, que
brotan por mil puntos diferentes. Son las principales, la ya descrita
de Santa Lucía, cuyo caudal es tanto, que basta por si sola para
abastecer a todo el vecindario superabundantemente.
Más abajo, a
cuatrocientos pasos de esta, se halla la del Hilador de Seda con un
solo caño: a un cuarto de legua río abajo, la de los Estudiantes; y
luego las siguientes:
la de Santa María, de dos caños del
grueso de un brazo, perennes y constantes, situada a la margen
derecha del Guadalope; la de los Latoneros, con cuatro caños también
perennes;
la de Mosen Antón, con un caño; la de las Zorras,
distante una hora de la población siguiendo la corriente del río; y
las del Barranco de las Tejas y Val de Cavadores, ambas sin caños.
El agua de la última es la mejor de todas. Además están la de
San Cristóbal, perenne como las demás, pero sin caños ni adorno
alguno; la de Casanova, abundante y de buena calidad; y la del
Vivero, que solo arroja la agua cuando el tiempo es templado y
caluroso.
Otros muchos manantiales de agua copiosos y
saludables, podrían citarse dentro del radio de una legua de la
ciudad; pero el temor de ser molestos nos obliga a pasarlos en
silencio, y también porque es menor su importancia que la de los ya
citados, si bien contribuyen eficazmente a hacer útiles y agradables
los alrededores,
A mayor distancia se hallan igualmente
fuentes apreciables, tanto por la bondad de sus aguas, como por el
beneficio que prestan a la agricultura: la del Agua Amarga, llamada
así por su sabor ingrato, riega a Valdegerique y la partida que toma
su nombre; y la de Valderredormos buena para beber, riega también
bastantes cahizadas de tierra. El mismo servicio prestan la de
Sanchernal, la del Regallo, las tres de Valde-estremera y la de la
Loma de Vizcuerno, aunque estas últimas son escasas.
denominadas de Altafulla y Valdefaltreña, sirven únicamente para
beber.Además del río, acequias, fuentes manantiales y
balsetes (o balsas chicas de agua excelente muy buscada en el verano)
que tanta abundancia proporcionan al vecindario y al terreno, son
muchas las balsas que se encuentran en la proximidad de las masadas
que se ven esparcidas en la jurisdicción, y que con poco trabajo
facilitan a los masoveros las necesarias para su consumo y para el de
los ganados. Sería muy prolijo hacer una enumeración de ellas:
bastará por lo tanto fijar nuestra atención, y la del lector, en la
muy conocida llamada la Estanca o Estanque, famosa por su rica pesca,
especialmente de delicadas y sustanciosas anguilas, y por las muchas
especies de aves, tanto acuáticas (acuátiles) como
terrestres, que se abrigan entre las aneas y otras yerbas que
se crían en las orillas. Se halla hacia el O. de la ciudad a
distancia de una hora. Es una concha de seis kilómetros de
circunferencia, formada naturalmente
por los declives de los
pequeños cerrillos que la rodean. Solo por un lado tiene un pretil
de piedra. Su figura sigue la irregularidad de las faldas de los
collados vecinos, muy semejante a un cuadro. excepción de la parte
llamada el Royano, todas las demás orillas abundan de juncos, aneas,
cañota, y otras yerbas; y su fondo, lleno en general de yerbas
acuáticas, viene a formar como una gran red afelpada: de
modo, que es el receptáculo más propio que pudiera encontrarse para
los innumerables barbos, anguilas, tortugas, ranas, topos, nutrias,
famosas sanguijuelas (de que se hace grande extracción), y multitud
de insectos acuáticos que allí se crían; y para el inmenso número
de focas, gansos, patos, gallos, pollas, capuzones, cisnes, marineros
y otras aves acuátiles; y el mejor abrigo para las becadas,
becardones, judías, chorlitos, tordos, y otras diferentes
especies de aves terrestres.
Difícilmente podría mantenerse
la provisión de agua necesaria en este estanque, cuya profundidad es
de 5 a 6 metros, si no se alimentase con toda la que conduce la
acequia vieja, tres días en el año, y el tercio de ella desde
primero de octubre hasta veinte y cuatro de junio.
Corresponde
la estanca a los herederos regantes de la ciudad, y se arrienda
generalmente en la cantidad de 6,000 reales vellón anuales. El
arrendador saca de su contrato todas las utilidades que puede. Tiene
derechos propios, y otros en común con los demás vecinos. Los
propios son pescar y cazar como y cuando quiera, y los comunes coger
ranas, madrillas, sanguijuelas, y cazar con escopeta. Junto al agua,
en la parte baja, se halla una casita en que viven el estanquero y
auxiliares, y en la que conservan los pertrechos de pescar. Dentro de
ella está el zafareche, en donde por una canal que viene del
estanque, caen las anguilas que tanta celebridad tienen en toda
España. También viene al mismo zafareche otra canal, por la que
caen crecidos y hermosos barbos; siendo muy de notar, que nunca caen
por éste las anguilas, ni por aquel los barbos.
Es la
estanca el sitio predilecto de recreo, proporcionando a unos la
diversión de la caza de aves acuáticas y terrestres, internándose
para ello en el lago con pontones; a otros la pesca con arpón, caña
o red; y a todos, el buen surtido de preciosas anguilas que caen a
centenares en el zafareche en las noches obscuras, mediante el
sobredicho canal que viene del centro del estanque.
se abrió una acequia, que partiendo de la parte occidental del
estanque, llegaba hasta la partida de Valmuel, distante de dicho
punto como unos seis kilómetros. En esta travesía se practicaron
varias minas, cuyos vestigios se ven hoy todavía. Pero sin saberse
la razón ni el motivo que para ello se tuvieran, es lo cierto que se
inutilizó y cegó dicha acequia, después de tantos caudales
invertidos.
En el año 1586 tenían gastadas en ella 37,000
libras jaquesas los Jurados
de Alcañiz.
Esto y el abandono de dicho cauce, es lo único que
sabemos.Otra dificultad o problema presenta también la
acequia real construida por los Moros, que se ve señalada en los
mapas antiguos de Aragón, y sobre todo en el del Sr. D. Tomas López,
que es el que nosotros hemos visto. ¿Dónde se halla esta acequia
famosa? ¿Por donde va?
¿Qué vestigios o rastros la designan?
Nadie sabe contestar a estas preguntas, porque no hay para ello razón
ninguna. Y la dificultad sube de punto si se considera que partiendo
la expresada acequia de la derecha del Guadalope, llega hasta saludar
las márgenes del Ebro, casi frente a la Magdalena de Caspe.
¿Es
esto siquiera verosímil con la serie continuada de valles que
paralelamente bajan al Guadalope, y que por necesidad tenía que
atravesarlos sucesivamente?
Pero al mismo tiempo que esto y
lo que antes hemos dicho demuestran invenciblemente la imposibilidad
de tal acequia, se nos hace también muy duro el creer que esta
tradición geográfica no tenga algún motivo o fundamento y no sea
el rastro de alguna verdad oculta, desconocida para nosotros hasta el
presente.
podría suceder, que este señalamiento, de acequia, aunque
equivocado, correspondiera a la del estanque a Valmuel? No lo creímos
enteramente improbable y fuera de camino, y en tal caso significa,
que los moros primero y nuestros padres después, intentaron realizar
este proyecto. Las razones o motivos que tuvieron para abandonarlo
las ignoramos, como hemos dicho: pero atendiendo a que las aguas que
tenemos para nuestra huerta no son muy superabundantes, y al temor
(que tradicionalmente se dice) de que pudiera constituirse una
colonia poderosa y rival en las feracísimas tierras de Valmuel, nada
de extraño sería, que estas causas decidiesen el abandono total del
mencionado proyecto.Entre las ventajas y utilidades que
proporciona el estanque a esta Ciudad, debe ponerse en primer lugar
la de servir de deposito de una gran cantidad de aguas para regar, en
tiempo de verano, las tierras de esta huerta en que tanto escasea el
riego por la escasez y pobreza del
río Guadalope, que casi
entonces viene a suspender su curso. Sangrado abundantemente por
nuestras dos grandes acequias, y por las varias de los pueblos de la
comarca que nos están delanteros, viene a parar los más de los años
a este triste estado, si no aumentan su caudal las lluvias, que por
desgracia son poco frecuentes.
Pero esta falta de tanta
trascendencia, la suple en gran manera el estanque en las muchas
tierras que se alimentan con su acequia. Así es, que en los meses de
verano, en que por lo común hay necesidad, se echa mano de sus aguas
y se recibe de ellas la salvación de las cosechas, la fertilidad de
los campos,.
duda alguna, este fue el motivo que indujo a nuestros antepasados a
formar y regularizar este gran pantano, aprovechando al efecto la
excelencia del local que a ello convidaba. Y este mismo motivo,
aunque no tan poderoso en el día, es el que nos aconseja también no
omitamos medio alguno legitimo para el aprovechamiento común de las
aguas, en que, lloviendo aquí tan poco, consiste la riqueza de
nuestra producción.Por eso un sistema bien entendido y
ordenado de riegos, es un medio eficaz y poderoso para que se
aprovechen bien las aguas con que se cuenta, y para que, digámoslo
así, se multipliquen. Pero este sistema tiene que ser por precisión
el resultado del trabajo, de la aplicación, y de la posesión de
cuantos conocimientos útiles son necesarios al efecto. Mientras no
se llegue a este estado; mientras en las acequias, además, no se
hagan las mejoras convenientes y de que son susceptibles; mientras
los herederos regantes no estén bien instruidos en sus deberes,
mediante la impresión y distribución que debe hacerse de las
Ordenanzas de las acequias; y mientras no se experimente también su
oportuna cooperación, acudiendo para ello con puntualidad a las
Juntas que aquellas establecen; no podrá adelantarse todo lo que
conviene en este importante punto de nuestra agricultura, en que
puede decirse, consiste toda nuestra riqueza. Por eso le consagramos
estas celosas indicaciones.
Todas las primaveras suele
hacerse por los arrendatarios lo que se llama el rolde y
consiste en coger con redes en una mañana cuantos barbos se acercan
a la orilla pedregosa del Royano a desovar (deshobar).
Acostumbra a cogerse crecido número de ellos, como 200, 300, 400, y
aun más, el que menos de una libra, y el que más de diez y ocho. Su
calidad es excelente, y de menos espina que el barbo del río. Por la
canal, que desde el centro del estanque marcha en declive al
zafareche, caen a veces tantas anguilas en una sola noche que
causa admiración; pues ha habido vez que han pasado de mil y
quinientas, siendo frecuente, cuando esto ocurre, el que caigan dos o
tres centenares. El peso común de ellas viene a ser de tres libras,
aunque las hay de menos y de más.
Este precioso lago sería un
verdadero sitio real, si se amenizase, como debiera, con algunas
excelentes mejoras, que al paso que serían de poco gasto y de fácil
ejecución, proporcionarían utilidades considerables.
Con una
fonda bonita y bien proporcionada que se construyese en la parte alta
de la Tejería, para disfrutar desde allí su hermosa vista, y pasar
algún día de recreo, o algún rato de solaz; con media docena de
muletas, o lanchas pequeñitas y bien construidas, para pasear, cazar
y
emboscarse con ellas para la caza en las espesuras extremas del
Lago; y con una copiosa plantación de álamos, chopos, lombardos,
olmos, fresnos y otros arboles ribereños que poblasen y circuyesen
toda su larga orilla. con esto y nada más que con esto, estarían
hechas todas las mejoras necesarias y suficientes para el grande
objeto que hemos indicado.
Acerca del último extremo, séanos
lícito preguntar:
¿Se ha pensado en el gran partido que podría
sacarse de la indicada plantación?
¿Se ha calculado que además
de hermosear el estanque extraordinariamente, daría productos
considerables?
Ahora que escasea el combustible, y que de día en
día se echará de menos el recurso de los montes; el pensamiento de
esta fácil plantación, debe estar en el ánimo de los hombres
benéficos y emprendedores, que son los únicos a quienes la
sociedad debe sus adelantos y los recursos de su riqueza pública.
Además de este estanque hay otros dos de agua salada a igual
distancia de la ciudad, poco más o menos, que el mencionado de agua
dulce; pero su situación es diferente, pues que se hallan hacia la
parte del mediodía. El uno de ellos es tan grande, cuando menos,
como el precitado: el otro tiene menos extensión . Se ven decorados,
casi de continuo, con una capa blanca salinosa de poca
espesor; y la calidad del material que ésta contiene es ingrata y
desabrida, y solo en el caso de una necesidad absoluta podría suplir
por la sal. Sin embargo,
se ha creído por algunos inteligentes
que podría sacarse gran partido de estas salinas estableciendo en
ellas una fábrica especial encaminada a elaborar y componer con
estos materiales la sosa o barrilla artificial; y al efecto han sido
denunciadas al gobierno por algunos particulares, los cuales
favorecidos ya con la concesión, se proponen utilizarlas, si les es
posible.
Caminos,
producciones, industria y comercio.Caminos.
Por la parte
oriental y occidental de la ciudad se encuentran caminos carreteros
en malo o mediano estado: los demás que se hallan en el término son
comunales y la mayor parte de herradura. Ya hemos hablado atrás de
las nuevas carreteras, que han de cambiar el aspecto al país, si
llegan a concluirse como esperamos, y como tanto reclama su necesidad
en todo el Bajo Aragón.
Ahora pues, que está próxima la
conclusión del ferro-carril de Madrid a Zaragoza y Barcelona; ahora
que se conocen las grandes y patentes ventajas de abrir en este
fértil suelo vías de comunicación que lo pongan en contacto
inmediato con Zaragoza, Valencia, Cataluña y el Mediterráneo; ahora
que están bien proyectadas las lineas importantes que han de dar
este gran resultado, y cuya realización en parte ya adelantada,
ofrece pocas dificultades; sería muy de desear que se emprendieran
con tesón los tres trayectos principales que faltan: a saber,
el
primero desde Monroyo hasta el límite del Reino de Valencia, de unos
6 kilómetros: el segundo desde esta Ciudad hasta el río Aguas
límite de la provincia de Zaragoza, de unos 38 kilómetros; y el
tercero desde Valdealgorfa hasta Caseras, límite de Cataluña, de
unos 28 kilómetros. Solo con estas obras quedaría perfectamente
toda esta parte baja de Aragón; se cambiaría del todo su áspera y
temible topografía; y serviría no poco para alimentar, con sus
recursos y producciones, la vía férrea de Zaragoza, las plazas y
mercados inmediatos, y los puerto marítimos de los Alfaques, Salou y
Tarragona. Lo demás que falta para estas carreteras en las
Provincias confrontantes, es mucho menos que lo que dejamos explicado
de la nuestra, y por consiguiente menor su gasto y más fácil su
ejecución.
Producciones.
Se coge en abundancia, y de
la mejor calidad, aceite, seda, trigo, cebada, maíz, avena, y todo
género de frutas y hortalizas; poco vino (porque no se dedican los
labradores al cultivo de la viña), judías, centeno y algo de
cáñamo. La cría de ganado lanar es también abundante: la hay
igualmente de ganado cabrío; y se saca bastante miel y cera de
excelente calidad.
La Industria consiste en fábricas de
jabón, de sombreros ordinarios, telares de sayales y varios tejidos
de estambre; hilados de seda, elaboración de la cera en primera y
segunda mano, caleras de hornos de yeso, molinos de aceite, de harina
y batanes.
Antiguamente estuvieron muy en auge sus fábricas de
jabón, por la gran ventaja de tener a la mano las primeras materias
de aceite y barrilla. Eran casi las únicas de alguna nombradia
que se conocían en Aragón y otras partes; pero a principios del
siglo pasado (en cuyo tiempo existían veinte y seis que consumían
un considerable número de arrobas de aceite) se
impuso el
ruinoso impuesto de tres sueldos jaqueses (dos reales veinte y ocho
maravedises vellón) por cada arroba que se fabricaba, y que tenían
que pagar los jaboneros al hospital de Nuestra Señora de Gracia de
Zaragoza; razón por la cual, y en virtud a no haber podido librarles
de esta gabela que solo entonces sufría Aragón, imposibilitándole
así la competencia con los mercados nacionales y extranjeros, redujo
sus fábricas a un estado de decaimiento, que apenas quedaron tres, y
estas de poquísimo movimiento aun en el día; con lo que a la par
que los fabricantes, sufren los cosecheros de aceite del país y
consumidores del jabón, los perjuicios consiguientes.
El
Comercio consiste principalmente en la exportación, para
Zaragoza, Valencia y Cataluña, de aceite, seda, lana, trigo, cebada
y maíz, e importación de vino de Cataluña, géneros
ultramarinos, quincallería y tejidos de algodón, lino y lana. Para
facilitarlo, celebra esta ciudad dos ferias al año: la primera para
Pascua de Resurrección, y la segunda en el 15 de
agosto. Los
principales objetos de los negocios que se hacen son paños,
pañuelos, telas, sombreros, zapatos, costales, cuerdas, quincalla,
cáñamo, lino, cerrajería, ferrería, cuchillería y guarniciones
para las bestias; turrones y dulces de toda especie, vino, licores y
tocino salado. Antes solo había una feria; en la que tenían lugar
las referidas transacciones.
DE SU HISTORIA ANTIGUA.
Nada
puede decirse con entera seguridad acerca del origen primitivo de
Alcañiz: lo que no tiene nada de extraño atendida su larga
ocupación por los Moros, y el haber cambiado estos en casi toda la
península los nombres y divisiones geográficas antes existentes.
Pero esto no quita que haya en su favor algunas conjeturas muy
sólidas y fundadas que dan mucha luz, y que en cierto modo suplen
aquella falta. (1)Fundados, pues, nosotros en dichas
conjeturas, y sobre todo, en la opinión que nos ha parecido mejor y
más probable, ya por la autoridad de las personas que la han formado
y emitido, ya por la solidez de las razones y argumentos con que la
han sustentado; creemos sin dificultad ninguna, que esta ciudad fue
la antigua Anitorgis, fatalmente célebre en los fastos de la
Historia romana, por el fin trágico de los dos Escipiones y casi
todo su numeroso y brillante ejército. Así lo sienten el docto
historiador Ferreras, y el profundo y erudito Sr. Cortés, en su
excelente Diccionario geográfico- histórico de la España antigua.
(1) Solo nos ocuparemos en este párrafo de aquellos hechos
mu notables que tienen relación con la historia antigua de Alcañiz;
ya por ser inconveniente al objeto y plan de esta obra todo lo demás
que podría ponerse; ya porque en la sección primera se ha hablado
bastante de las épocas posteriores a la que ahora nos detiene algún
tanto.
Respecto a la gran cuestión de Ergávica, tan
debatida e interesada basta poco ha, diremos francamente nuestro
parecer en el apéndice quinto a esta sección; aunque en cierto modo
lo anticipamos ya, admitiendo y aceptando para Alcañiz el antiguo
nombre de Anitorgis.
Según este sabio eclesiástico,
Anitorgis significa lo mismo que Ciudad de las lanzas o de
los lanceros; y esta palabra se compone de las dos unidas Anith y
orgis, la cual fue arabizada después del modo siguiente: primero se
le antepuso la palabra Alca, como acostumbraban hacer los moros con
los nombres de muchas poblaciones; y después se unió a esta la que
ya tenía de Anith, suprimiéndole por apócope el orgis,
con lo cual resultó la palabra Alcanith, más eufónica sin
duda para los árabes que la de Alcanithorgis. Lo cierto y
seguro es, que nosotros la hemos heredado así de los Moros; y que
del mismo modo que a ellos plugo arabizarla, así también nosotros
la hemos españolizado a nuestro gusto y manera, llamándola Alcañiz.
Tales transformaciones sufren, por lo común, las lenguas con las
transformaciones sociales, y políticas de los pueblos, cuando éstas
se hacen y experimentan radicalmente
y por completo.
El
hecho notable que perpetuará para siempre la memoria antigua de
Alcañiz o Anitorgis, es el que ya hemos indicado de la gran
catástrofe de los dos famosos caudillos romanos. A la vista de esta
ciudad fue donde concibieron estos el fatal proyecto de dividir sus
fuerzas, para acelerar más el golpe mortal que intentaban dar a los
Cartagineses; y esto fue lo que ocasionó su ruina y destrucción.
Ocupada estaba Anitorgis por Asdrubal Barca, hermano de Aníbal,
que había llegado de África con gran número de tropas y elefantes,
en el sesto año del mando de aquellos Jefes romanos, cuando
resueltos estos a acabar de una vez con los Cartagineses en España,
salieron de Tarragona con un brillante ejército, y llegaron a sentar
sus reales a la derecha del Guadalope frente por frente de la antigua
Alcañiz. Dice Tito Livio:
Una profecti, ambo duces exercitusque,
Celtiberis praegredientibus, ad urbem Anitorgin in cosnpectu hostium,
dirimente amni, ponunt castra.
Su
primer impulso fue atacar en seguida a los Cartagineses; pero
considerando que algunas jornadas más atrás hacia la Bética,
habían quedado aún fuerzas considerables al mando de Asdrubal
Gisgon, Magon y Masinisa; llevados de una confianza excesiva,
dividieron su ejército marchando Públio Escipión a atacar a estos
que se hallaban en Cástulo (hoy Segura de la sierra, en la Provincia
de Jaén Diócesis de Murcia), y quedándose su hermano Cneo con la
tercera parte de su ejército y treinta mil Celtíberos contra
Asdrubal Barca. El objeto de entrambos era evitar que prolongasen la
guerra, ocupando las alturas y desfiladeros de Aragón y la Mancha,
después de la primera derrota que contaban sufriría Asdrubal Barca.
Pero este no tardó en tener la grata nueva de ver desde Alcañiz
la completa deserción (deseccion) de los Celtíberos, los
cuales abandonando repentina e improvisadamente a los Romanos,
montaron el Idúbeda, dejando perdido al confiado Cneo.
Bien se
retiró este del Guadalope y se encaminó bacía el Mijares por
Morella y San Mateo, colocándose en la ventajosa posición de Orsona
(hoy Artana) a la falda oriental del Idúbeda (sierra de Espadán); a
donde no se atrevió atacarle Asdrubal Barca; pero derrotado y
muerto, por una imprevisión, su hermano Públio en el Salto Tugiense
(o Puerto de Toya,
llamado Auxin cerca de Cástulo) se halló
envuelto Cneo por los tres ejércitos Cartagineses, esto es, los dos
de Cástulo y el de Alcañiz, que le obligaron a abandonar su fuerte
posición de Artana y dirigirse a repasar el Ebro. Antes de
conseguido, fue alcanzado por Los Cartagineses y muerto en una
Torre-vigía; quedando su ejército roto y deshecho, y salvándose
tan solo algunos soldados que pudieron reunirse con Fonteyo. Por
manera, que a los treinta y un días de la muerte de Publio, sucedió
la de su hermano Cneo.
La muerte de Publio fue seguramente
una gran fatalidad, que ocasionó las dos tan sensibles desgracias de
los caudillos romanos. Consistió pues esta, en que habiéndose
tenido noticia de que Indibil, Jefe enemigo, venía con siete mil
quinientos Susetanos (de las montañas de Prades) a reunirse con los
de Gisgon, Magon y Masinisa, se adelantó Públio a recibirlos y
batirlos con sola una División de su ejército, dejando las
demás en su Real al cargo del General Fonteyo. Mas al emprender su
ataque general de guerrillas contra Indibil, llegó la caballería
del Joven Masinisa, y luego toda la demás fuerza cartaginesa de los
dos ejércitos precitados: y allí, en el Salto Tugiense recibió la
muerte con un bote de lanza, y su división fue enteramente
destrozada y hecha pedazos. ¡Pérdida
dolorosísima, que en un patriótico arranque de pena hizo decir a
Plinio, que el río Betis, naciendo en el Salto Tugiense, se
marcha precipitado al Occidente, como quien huye del dolor y
sentimiento de nacer junto a la pira de Escipión !
Desgraciada
de este modo tan trágico la operación militar de Publio, no hizo
poco Fonteyo que salvó las fuerzas que aquel le confiara,
entreteniendo aun sin comprometerse, las numerosas huestes enemigas;
recogiendo algunos soldados de la rota tugiense, retardando lo
posible la que después sobrevino a su hermano; sirviendo de apoyo y
refugio a los pocos de su gente que pudieron salvar la vida; y
consiguiendo por fin repasar el Ebro para llegar delante de
Tarragona a llorar allí dolorosísimamente con sus soldados, la
pérdida de sus dos queridos caudillos. Por eso sin duda, lo que hoy
se llama allí la torre de los Escipiones, es el monumento que se
erigió entonces para perpetuar la memoria da tan gran quebranto y
dolor; pues que en el se ven las figuras de soldados romanos,
llorosos y apesadumbrados.
Véase a Tito Livio, Apiano
Alejandrino, Plinio y Cortés.
Solo nos falta justificar
ahora la conducta de los Celtíberos para con los Romanos; pero esto
es harto fácil y sencillo. Porque ¿cómo habían de pelear y
favorecer, con sus esfuerzos, a sus intrusos opresores, tanto del
campo romano como del cartaginés? ¿Qué obligación tenían de ser
fieles a los que fueron infieles con ellos, hollando los eternos
principios de justicia, y disputándose después la rica joya de
España como si fuera un feudo que les correspondiera per juro de
heredad? No era tan abyecto el ánimo esforzado y pundunoroso de
nuestros
paisanos los Celtíberos; y por eso hicieron lo que
debían: esto es, abandonar a los Romanos, cuando la ocasión se les
presentaba propicia, y no unirse tampoco con los Cartagineses: de
este modo daban lugar a que se debilitasen y destruyesen mutuamente
entrambos enemigos, preparando así la emancipación del dominio
extranjero, tan odiado siempre, en todas épocas, del altivo pueblo
español. Tal es la interpretación que dan los historiadores a la
conducta, que
en el caso presente, observaron con los Romanos los
treinta mil celtíberos, arrastrados o comprometidos por estos.
Después de este grave suceso, en que por su interés e
importancia nos hemos detenido algún tanto, ya no aparece en la
historia el nombre de Anitorgis hasta que los árabes lo convirtieron
en Alcanith.
Véase el motivo también gravísimo con que,
por primera vez, suena este nombre en sus historias. En el año 846
fueron taladas con continuas algaras y cabalgadas, las pingües
Aldeas de esta población, por el célebre Aben Hafsun, o Hafsum; el
cual habiéndose confederado con los Cristianos de Aínsa, Benasque y
Benavarre, corrieron todos impetuosos, como los ríos que bajan de
aquellos montes, asolando los pueblos de la tierra baja, que no
seguían su partido. Viendo Muhamad Rey de Córdoba los grandes
medros de esta rebelión, determinó atajarlos y escarmentarlos; y al
efecto, tomó las medidas siguientes:
primero escribió a los
Walies de Andalucía para levantar un poderoso ejército; y luego
reuniéndolo tan numeroso como se había propuesto, pasó con él a
Toledo. Al mismo tiempo ordenó que acudiese al Ebro toda la gente de
guerra de Murcia y Valencia, al mando de su nieto el esforzado
Zeid-Ben-Casim, al cual protegería el Emir desde Toledo con los
movimientos estratégicos que indicaran las circunstancias.
Eran
estos preparativos demasiado grandes e imponentes para que no
abatiesen el ánimo del astuto Hafsun; y cambiando de medio, apeló
hábilmente a la perfidia y engaño, en vez de aprestarse a la
defensa, o de resignarse a la sumisión. Escribió, pues, dolosamente
al Rey Muhamad, con protestas de grande amor, fidelidad y sumisión:
puso cielos y tierra por testigos, de que cuanto había obrado era
una trampa a fin de arrollar más a su
salvo a todo enemigo del
Alcorán, y poderse descolgar después con ímpetu sobre ellos:
protestó que todo estaba corriente, si el Emir le aprontaba el
auxilio de las tropas de Valencia y Murcia, que marchaban contra él,
y que con ellas sobrecogería a los cristianos en sus posesiones al
S. del Segre, y aniquilaría su potestad; en fin, ostentó tantas
promesas y
con tales visos de sinceridad, que el Emir dio asenso
a todo, y ofreció a Hafsun el gobierno de Huesca, si él ponía bajo
el señorío de Córdoba todo el país que se jactaba de arrollar de
un solo avance. Con esto Muhamad, encargando a Zeid-Ben-Casim la
expedición ideada, y que se pusiese de acuerdo con Hafsun; tomó de
regreso el camino de Córdoba.¡Soberano
Alá! dice la crónica musulmana, que cuando en tus ciertos y eternos
juicios tienes determinado trastornar un estado o causar la ruina de
un pueblo, te agrada poner la culpa en nuestra ignorancia,
apresurando entonces nosotros mismos el dar poder y armas a nuestros
enemigos, o corriendo ciegos y presurosos al precipicio; no de otro
modo quisiste deslumbrar al Rey Muhamad, para que diese crédito a
las falsas promesas y fementidas protestas del pérfido
Hafsun! ¿Qué había de suceder pues? Una horrorosa catástrofe. Las
tropas mandadas por el nieto de Muhamad se encontraron con las de
Hafsun en los campos de Alcanith, junto al Guadalope: allí acamparon
unidas a estas sin ningún recelo. El joven Zeid-Ben-Casim recibió
de Hafsun y los suyos los más amistosos y extremados agasajos; pero
anochecido y a deshora, mientras yacían confiadamente en el sueño
todos los de Valencia y Murcia, cayó sobre ellos, como un rayo, la
gente de Hafsun, y antes que pudieran rehacerse para su defensa,
perecieron la mayor parte, salvándose poquísimos de tan gran
matanza, Una de las primeras víctimas fue el joven Wali
Zeid-Ben-Casim. Allí murió peleando bizarramente antes de cumplir
diez y ocho años; y por la profunda herida que le rasgó el pecho
(según frase bellísima de un poeta árabe) salió a revueltas con
su sangre su noble anima.
En tal consternación y cuidado puso
a los Muslimes esta astuta y pérfida asechanza, acaecida en
el año 866, que tuvo que venir en seguida desde Córdoba, con
numerosa hueste, el Príncipe Almondhir hijo del Rey Muhamad, quien
derrotó completamente en Rotaleyud a los rebeldes de Aben Hafsun,
matándole al Alcaide de Lérida el valeroso Abdelmelic. Esta
desgracia no desalentó sin embargo al intrépido Hafsun; pues que
rehecho de ella con sus mañas y astucia, y habiendo llegado a
hacerse formidable por el número y calidad de sus tropas, vengó,
derrotó y mató en tierra de Toledo al mismo Príncipe Almondhir,
Rey ya entonces de Córdoba. En fin, tales fueron sus hazañas y
adelantos que algunos años después, en el de 917, determinó venir
a este País con grande ejército el famoso Abderramán III Rey de
Córdoba, para acabar de
raíz (como así sucedió) con esta
funesta guerra civil, tanto tiempo sostenida por el inquieto y
díscolo aventurero. Con cuyo motivo, dice la crónica musulmana,
estuvo en Alcañit algunos días aquel Monarca, recibiendo la
obediencia y sumisión de muchos pueblos comarcanos, que se
sometieron gustosamente a su bondad, poder y sabiduría. Y luego que
el Emir llegó a Córdoba, le participó su tío Almudafar las
decisivas ventajas obtenidas contra las fieras gentes de la España
oriental, y la grata nueva de la muerte de Hafsun en tierra de
Huesca, acaecida en el año 918.
Otro caudillo más noble,
más valiente, y más aceptable para nosotros, entra ahora en escena;
y ya se dilata el ánimo al poder hablar de cosas nuestras, de
Príncipes nuestros, que sustituyen
a los infinitos de las tres
eternas épocas, y odiosas dominaciones de los Cartagineses, de los
Romanos y de los Mahometanos.
Este esforzado adalid, es el
ínclito Alonso I, Rey de Aragón, llamado el Batallador, el
cual después de haber lanzado de Zaragoza para siempre a los Moros,
en el año 1118, bajó en seguida a hacer lo mismo con los de
este país, siendo la Ciudad de Alcanit la primera que tuvo esta
fortuna, tomándola y conquistándola a viva fuerza.
Para
ello hizo levantar un castillo a orillas del Guadalope, una hora
distante de la ciudad,
desde donde fatigaba continuamente a sus
moradores. Puso y estrechó luego el cerco, que ella resistió
vigorosamente algún tiempo, por estar bien murada y coronada de un
fuerte castillo; pero habiendo muerto su caide, con el
desaliento que esto causara a los agarenos
y ánimo a los cristianos, se rindió ya sin dificultad, haciendo lo
mismo poco después el castillo.
El Rey gratificó a los que
más se distinguieron en la espugnación y toma de la plaza,
como fueron D. Gimeno de Luna, de quien descienden los Lunas de
Aragón; y D. Sancho Aznar, que se apellidó el de Alcañiz, y quedó
encargado de la custodia de la ciudad (villa entonces) y su castillo.
Este, con los caballeros que con él quedaron o acudieron de otras
partes llevados de la abundancia y fertilidad del País, la guardó
de muchas tentativas que contra ella
repitieron los moros de la
frontera.
D. Ramón Berenguer, marido de Doña Petronila, le
concedió carta de población, fecha en Zaragoza a 25 de octubre de
1157, cuyo privilegio confirmó el rey D. Alonso en Calatayud a 1 de
setiembre de 1162: en él se otorgaban muchas exenciones a los nuevos
pobladores, según las disfrutaba la ciudad de Zaragoza. El mismo D.
Alonso II de Aragón hizo merced de esta ciudad y su jurisdicción,
en 1179, a D. Martín Pérez de Siones, Maestre de Calatrava,
remunerando así los servicios que esta Orden le había prestado en
varias conquistas.
D. Martín Martínez, quinto maestre de dicha
Orden, hizo dueño de esta ciudad por sus días a D. Garci López de
Moventa. Este fue electo Maestre, e intentó hacer a Alcañiz cabeza
de esta milicia, lo cual metió mucho ruido e introdujo gran cisma en
la orden; pero desistiendo
después del Maestrazgo, quedóse de
Comendador mayor, dando origen a la dignidad de la encomienda mayor
de Alcañiz, una de las más ricas y célebres que tenía entonces
esta Religión.
En el año 1411 se celebró y tuvo en esta
ciudad el famoso y largo Parlamento aragonés, que puede decirse
preparó y determinó el modo y manera dar resolver en Caspe la
espinosa y delicada cuestión de la sucesión a la corona, después
de la muerte, sin hijos, del Rey D. Martín. (1)
Y por
conclusión de este párrafo de nuestra historia antigua, diremos que
después de la reconquista de Alcañiz, quedaron aquí muchos Moros y
Judíos, amparados en las leyes de protección que se les
dispensaron. Los Judíos de esta ciudad, y lo mismo los que había en
los pueblos inmediatos, acudían a orar a su Sinagoga (situada, como
ya tenemos dicho, en el lugar que ahora ocupa la Anunciata) hasta que
convertidos al Cristianismo por el celo, sabiduría y predicaciones
de San Vicente Ferrer, se cerró de real orden la Sinagoga,
cerrándose con ello la puerta al Judaísmo, y renunciando ya aquí a
sus absurdas y falsas creencias.
en desagravio de las augustas del Cristianismo, y del misterio de la
Encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de María (que no
quieren creer los Judíos) se construyó en seguida la capilla, que
hoy existe, de Nuestra Señora de la Anunciación, dedicándola
expresa y oportunamente a este inefable misterio, y perpetuando así
este triunfo de la Religión católica, y este importante dato de
nuestra historia.(1) En el apéndice cuarto a esta sección
daremos una idea de este célebre Parlamento.
Peor suerte que
a estos cupo a los ciegos sectarios de Mahoma. Permaneciendo aún en
esta Ciudad a principios del siglo XVII en número de 163 hogares, (o
sean 815 individuos, los cuales venían a componer cerca de la novena
parte de esta población) fueron lanzados de ella el 29 de Mayo de
1610, en virtud del decreto de expulsión fulminado contra ellos en
11 de Setiembre del año anterior por el Rey católico Felipe III;
cuya expulsión general dio por
resultado sacar de España más
de 900,000 Moros. De este modo se extinguieron en Alcañiz estas dos
razas bastardas, estos sarmientos secos del Cristianismo.
VII
Idea
general del Partido judicial de Alcañiz y de su antiguo
Corregimiento.
Este partido lo componen actualmente los
catorce pueblos siguientes:
Calanda, Castelserás, Valdealgorfa,
Torrecilla, Codoñera, Belmonte, Valdeltormo, Mas de Labrador,
Valjunquera, Torrevelilla, Cañada de Veric, Mazaleón, Ginebrosa, y
Alcañiz cabeza de todo él. A pesar de los títulos que tiene para
ser de ascenso, no es más que de entrada. Y para que sean bien
extrañas y anómalas sus dependencias y divisiones, corresponde y
pertenece a la Provincia de Teruel, en lo político y administrativo;
a la Capitanía General de Valencia, en lo militar; y a la Audiencia
territorial de Zaragoza, en lo judicial, a cuya Diócesis pertenece
también en lo eclesiástico.
Se halla situado este partido
al E. del antiguo reino de Aragón, y al NE. de la provincia.
Su
clima es templado, agradable y sano por la pureza de los aires que lo
baten, y por la buena calidad y abundancia de sus aguas y alimentos.
Su extensión de N. a S. es de seis leguas, y de E. a O. de ocho,
formando una especie de elipse irregular, ancha por el O. y con
diferentes prolongaciones parciales por varios puntos.
Confina
por el N. con el de Caspe, por el E. con los de Gandesa y
Valderrobres, por el S. con el de Morella, y por el O. con los de
Castellote e Híjar.
Su terreno, aunque no muy llano en
general, de puede decirse con propiedad que es quebrado y montuoso;
pues los cerros que sobre él se levantan no merecen el nombre de
montañas, si se exceptúan las llamadas Contiendas de Calanda, que
están cerca de esta villa. Dichos corros están poblados de
pinarasca de hoja fina, madroños, sabinas, enebros, lentiscos, y
otras matas bajas, como aliagas, coscojos y retamas. Crían también
abundantes y variadas yerbas, ya medicinales, ya de pasto, que
alimentan un crecido número de cabezas de ganado lanar; y muchas y
olorosas flores, que fomentan centenares de colmenas.
En la
parte occidental, la cordillera baja que domina la capital del
partido tiene crecidas canteras de piedra de arena, de yeso y de
preciosos jaspes y mármoles. Las tierras en cultivo suben a muchas
fanegadas de la mejor calidad y muy feraces; lo que unido a la
constante aplicación de los naturales y a la benignidad del clima,
las hacen susceptibles de todo
género de plantaciones y
simientes. El olivo, la morera y los frutales más exquisitos crecen
con lozanía; y los huertos se ven cubiertos de hortalizas y
legumbres, famosas en todo Aragón por su sabroso gusto. En los
campos blancos se da con abundancia el trigo más puro y toda clase
de cereales. Escasea el viñedo, pero esta falta no proviene de la
calidad de la
tierra, sino de que los habitantes no se dedican a
fomentar su plantación, por la gran preferencia que dan al olivo.
También favorecen las aguas fluviales a este terreno, de un
modo muy especial: pues además del río Guadalope que lo atraviesa
de S. a N. y por el lado de O., alimentando varias acequias; del
Matarraña, que forma una paralela con el anterior, discurriendo
hacia el E.; y del río Calanda de escaso caudal; brotan por todos
lados infinitas fuentes, manantiales y balsas, que proporcionan
superabundantes aguas para los usos domésticos, y en algunas partes
para
el riego de las tierras.
Cruzan por el E. y O. del
partido medianos o flojos caminos carreteros y otros de herradura que
sirven para comunicarse los pueblos entre si. La industria agrícola
es casi la exclusiva de este partido, y bastante de por si sola para
constituirlo en uno de los más ricos de España. Sin embargo,
también cuenta con otros elementos: el hilado de la seda, las
fábricas de jabón, el tejido de sayales y de estambre fino, la
fabricación de sombreros ordinarios, los hornos de cal y yeso, y la
elaboración de la cera en primera y segunda mano, ocupan con notable
provecho muchos brazos.
El comercio consiste en la exportación
para Zaragoza, Valencia y Cataluña del aceite, seda, lana, trigo,
cebada y maíz: y en la importación de vino, quincalla, géneros
ultramarinos, paños y tejidos de algodón.
En otra parte se
ha dicho ya que estaba gobernada la Ciudad de Alcañiz en lo civil y
militar por un Corregidor que tenía estos títulos, y cuya
jurisdicción se extendía al vasto territorio que comprendían
noventa y nueve pueblos crecidos casi todos, los cuales venían a
componer la quinta parte de todo el Reino de Aragón. Esto constituía
a esta Comarca, como en una Provincia especial, que ya tenía el
nombre de Bajo Aragón y tanto más, cuanto que en lo eclesiástico
había también su autoridad foránea, que aun extendía más que la
civil y militar sus límites territoriales, en beneficio de la más
fácil y expedita administración de la extensa Diócesis zaragozana.
Pero toda la importancia que recibía Alcañiz, así de lo
uno como de lo otro, han desaparecido: la jurisdiccional de sus
noventa y nueve pueblos, desde el primer tercio de este siglo,
quedándole en su lugar el humilde juzgado de entrada; y la
eclesiástica, con la cesación del oficialato eclesiástico, de muy
poco tiempo acá. Nosotros sin embargo, aunque no sea mas que como un
recuerdo o como un dato histórico, vamos a consignar aquí los
nombres de los ciento tres pueblos que componían este antiguo
Corregimiento; no los noventa y nueve que antes hemos dicho, por
omitir cuatro pardinas de muy escasa valía; advirtiendo al mismo
tiempo, que los de la demarcación eclesiástica vienen a ser los
mismos, motivo por el cual no los reproducimos por separado; y
también, que nada decimos de lo que atañe a su descripción
particular (1).
(1) Es, sin embargo, muy grande o importante
la riqueza mineralógica de algunos pueblos de este antiguo
Corregimiento, para que no hagamos de ellos una excepción de esta
regla, ya que evocamos en este párrafo su memoria, y que su suerte
está, en cierto modo, enlazada
con la de Alcañiz su antigua y
próxima capital. Vamos, pues, a dar a nuestros lectores las noticias
que contienen los dictámenes facultativos de varios geólogos
eminentes, y sabios ingenieros de minas, así nacionales, como
extranjeros, los cuales después de haber estudiado y examinado
detenidamente el terreno, han dado de él los sobredichos dictámenes
e informes. Y a este propósito insertaremos a continuación lo que
en este año ha publicado la Sociedad establecida al efecto; a la que
deseamos sinceramente prosperidad y buen suceso, para que pueda
llevar adelante su colosal empresa, y realizar las importantes vías
de comunicación que se propone. He aquí su contenido.
Dichos
pueblos han venido a formar el todo o parte de varios juzgados, ya de
esta Provincia, ya de la de Zaragoza; y así los iremos anotando. En
la Provincia de Teruel entran los juzgados de Castellote, de Aliaga,
de Valderrobres, Híjar, Segura (o Montalbán), Mora y Alcañiz; y en
la de Zaragoza, loa de Caspe y Belchite. Helos aquí con separación.
de Castellote:
Entran en él los siguientes pueblos del antiguo
partido jurisdiccional de Alcañiz:
Alcorisa, Aguaviva, Abenfigo,
Berge, Bordón, Cantavieja, La Cuba, Cuevas de Cañart, Dostorres,
Foz – Calanda, La Iglesuela, Luco, Ladruñán, Mas de las Matas, La
Mata, Mirambel, Molinos, Los Olmos, Las Parras de Castellote, Planas
de Castellote, Jaganta, Santolea, Seno, Tronchón, Villarluengo y
Castellote.Partido de Valderrobres:
Arens de Lledó,
Beceite, Calaceite, La Cerollera, Fórnoles, Fresneda, Fuentespalda,
Lledó, Monroyo, Peñarroya, Portellada, Ráfales, Torre de Arcas,
Torre del Compte, Cretas (escrito a mano) y Valderrobres.
Partido
de Híjar:
Albalate del Arzobispo, Alloza, Andorra, Ariño,
Azaila, Binaceite, Castelnou, Ceperuelo (coto redondo), Jatiel,
Oliete, Puebla de Híjar, Samper de Calanda, Urrea de Gaén, e Híjar.
Partido de Segura o Montalbán:
Alacón, Alcaine, Obón,
Peñasroyas, Torre las Arcas, Utrillas, Montalbán, y Segura.
Partido de Mora:
Cabra, Caslelvispal, Puerto Mingalvo, y
Mora.
Partido de Aliaga:
Cañada de Venatanduz, Cañizar,
Crivillén, Adovas (despoblado), Estercuel, Escucha, Fortanete,
Gargallo, Ejulve (y el coto redondo de Mezquita), Miravete, Montoro,
Pitarque, Palomar, Villarroya de los Pinares, La Zoma y Aliaga.
el año 1831, en que se hizo la división territorial de España y la
subdivisión de sus Juzgados, dependían de la Jurisdicción de
Alcañiz, como Barrios o Aldeas suyas, los Pueblos siguientes:La
Zoma, Berge, Crivillén, Los Olmos, La Mata, Valdealgorfa,
Valjunquera, Valdeltormo, Torrecilla, Alloza, y Mas de Labrador.
Partido de Caspe:
Cincolivas, Cretas (tachado),
Chiprana, Escatrón, Fabara, Maella, Nonaspe, Sástago, y
Caspe.
Partido de Belchite:
Almochuel, Lécera, y Belchite.
de Alcañiz.Compónenlo los catorce pueblos que ya antes
hemos enumerado. Pero todos los que ahora acabamos de reasumir en los
expresados partidos, componían antes su antiguo partido
jurisdiccional; el cual para su buena administración, tenía, además
del Gobernador, un Alcalde Mayor de primera clase, un Subdelegado de
policía, un Administrador de rentas, otro de correos, y otro de
loterías. Sus confrontaciones, por último, eran las siguientes:
por el N., el partido jurisdiccional de Zaragoza; por el SO. el
de Teruel; por el E., el Principado de Cataluña; y por el S. el
Reino de Valencia; siendo su circunferencia, por el N. 17 leguas, por
el E. 8, por el S. 7, y por el NO. 16.
La considerable y
extraordinaria riqueza que en minería encierra la provincia de
Teruel, señalada en la parte de E. al N. E. donde se encuentra la
gran formación carbonífera o hullera de Utrillas-Gargallo, de más
de 10 leguas cuadradas; es en lo general conocida del Gobierno
de
S. M , que ha reunido una completa colección de datos y documentos,
oficiales en su mayor parte, demostrativos de su importancia y
porvenir.
El entendido Sr. Martínez Alcibar, ingeniero del
cuerpo de minas e inspector del distrito de Aragón, dice al Gobierno
en su informe de 28 de febrero de 1856, presentando diferentes
comprobantes paleontológicos y una memoria detallada y científica,
según se le previno:
“La buena calidad de los carbones que se
explotan en algunas capas, conteniendo un 65 por 100 de cok y gran
cantidad de gases combustibles, garantiza la calidad de los carbones
en casi todos los puntos de la cuenca, cuando lleguen a explotarse
bajo las rocas del terreno cretáceo. En cuanto a la cantidad del
carbón mineral que encierra en dicha cuenca, basta tener presente
que el terreno cretáceo en esta provincia, recubra constantemente
capas de combustible mineral; pues no hay una sola prueba negativa,
ni un barranco formado por la denudación de dicho terreno, en que no
aparezca el carbón.”
Después de designar lo pueblos y
partidos judiciales donde existen registros y minas de carbón, dice:
«Sin incluir las capa verticales de la formación jurásica como las
del término de Aliaga, que se prolongan de E. a O. por una longitud
de más de 8 leguas; contando solo con las capas semi-horizontales y
cuya inclinación no pase de 35 °; suponiendo que solo ocupen una
superficie de 42 leguas cuadradas (siendo probable que exceda de 60,
suponiendo leguas de 5 kilómetros y cada legua cuadrada de 25
millones de metros cuadrados, cuando exceden de 30 millones;
suponiendo solo una capa de 2 metros de potencia, cuando en algún
punto hay descubiertas 12 capas con una potencia en conjunto de más
de 18 metros; suponiendo el peso específico del carbón 1,35, y peso
de un metro cúbico de carbón 29,49 quintales castellanos (cuando su
peso específico es 1,45, y el de su metro cúbico 31,46 quintales,
dejándole reducido para el cálculo a 29 quintales castellanos);
suponiendo todo esto en las 42 leguas cuadradas, hay más de 2,100
millones de metros cúbicos de carbón, que representan más de
60,900 millones de quintales, o sean más de 2,768 millones de
toneladas inglesas: de modo que sin temor de exageración, se puede
asegurar, que en la provincia de Teruel hay más de dos mil millones
de toneladas inglesas de carbón.»
El Ilmo. Sr. D. Guillermo
Schulz, persona tan competente e ilustrada, ha dicho en la Gaceta
Minera de Leipsick que el terreno carbonífero de la parte N. de la
provincia de Teruel, que aunque geológicamente considerado es más
moderno que otros, no por eso es menos rico ni menos interesante;
ocupando cuatro leguas y media cuadradas con muchos bancos de buena
hulla, que a razón de 50 millones de toneladas por lo menos en cada
legua cuadrada, son otros 220 millones de toneladas solo en los
términos de Utrillas, Escucha y Palomar; resultando de los cálculos
y estudios hechos, que solo en la provincia de Teruel hay tanto
carbón como en el resto de la Península; no debiendo parecer
exagerada esta aserción, desde el momento de considerar que el
combustible de dicha cuenca es fácilmente explotable en su
totalidad, por
presentarse en capas generalmente poco inclinadas
y recubiertas de rocas bastante consistentes.
En igual sentido, y
con las más favorables condiciones y circunstancias científicas e
industriales, han apreciado la extraordinaria riqueza de estos
depósitos de combustible, cuantas personas, ya nacionales ya
extranjeras, todas competentes en la materia, han examinado su
extensión, buena calidad, su situación central de España, y su
fácil y rápido
trasporte a puntos poblados y de gran consumo,
como el litoral del Mediterráneo, a donde podrá suministrarse con
una economía desconocida.
Tales son los Sres. M. Broussez,
entendido geólogo francés; Madariaga, acreditado Director de
diferentes Empresas mineras y establecimientos industriales; Garbalo,
Director jefe de la canalización del Ebro; Moreno, Director de
diferentes establecimientos mineros e industriales; Richard,
Ingeniero inglés: y Díaz acreditado y entendido Arquitecto y
constructor del ferro-carril de Tarragona a Reus, de parte del de
Alsasúa a Zaragoza, concesionario por cesión de las provincias de
Aragón y Navarra del sistema de las vías férreas tram-way. Este,
después de estudiar detenida y detalladamente la cuestión
industrial de esta cuenca, señala en su Informe de mayo último un
23 1|3 por 100 de interés anual a los capitales que se empleen en su
explotación y construcción de la linea férrea proyectada al Ebro;
sin tomar en cuenta el desarrollo y baratura de los trasportes,
abierta que sea desde Escatron, como término de aquella, la
canalización por los vapores de la Compañía.
Demostrada la
inmensa riqueza que encierra la provincia de Teruel y siendo un hecho
notorio la incomunicación en que se encuentra con las limítrofes de
Valencia, Castellón, Tarragona, Cuenca y Zaragoza, y la
imposibilidad absoluta de conducir sus diversas y abundantes
producciones a puntos poblados y de consumo (como las enunciadas
plazas de Barcelona, Madrid, etc.) por falta de carreteras y caminos;
se conoce y echa de ver la imperiosa necesidad de una línea férrea.
La proyectada desde Gargallo al río Ebro ha sido objeto de
una ley especial e indudablemente es la más beneficiosa al País;
pues partiendo del centro casi de dicha provincia y del productivo de
la gran cuenca carbonífera, atravesaría la parte más importante y
feraz de ella en los partidos de Aliaga, Híjar y Alcañiz, estaría
en inmediato contacto con el resto de Aragón, Valencia y Cataluña
por el Ebro, y les abastecería de una porción de artículos y
señaladamente de combustible mineral, base de toda industria y
elemento de prosperidad en los pueblos en su inmensas aplicaciones.
Porque esta escasez se hace sentir y tiene limitada la producción
industrial a determinados puntos; pues en la inseguridad y subido
precio a que hoy lo adquieren del extranjero. no creen garantidos los
capitales destinados a crear establecimientos fabriles, temerosos,
con fundamento, de que puedan surgir nuevos conflictos en Europa como
los que afligieron a las naciones de Oriente y motivaron la
prolongada crisis que atravesó Cataluña; lo cual paralizada su
industria por falta de su primer elemento, se vio obligada a salir a
los mercados ingleses en demanda de carbones que adquiría con
inseguridad de salvar sus cargamentos, y a un precio que hacía
incompatible toda utilidad o beneficio de su empleo.
Por la
construcción de dicha linea, y que, atendidas las necesidades de
hoy. podrá sustituirse con motores de sangre, se asegura el
acrecentamiento y porvenir de la industria catalana y su desarrollo
con todo el suelo aragonés y valenciano, evitando la extracción de
crecidas sumas
que se remiten hoy al extranjero en pago de este
artículo; pues según los datos estadísticos de la Dirección de
Aduanas, se. han importado por los puertos de Tarragona, Barcelona y
Valencia, en los años de 1837 y 38, unos cuatro millones de
quintales de carbón, figurando Barcelona por más de una mitad, y
contribuyendo por consiguiente con más de un millón de
duros,
que remite anualmente a Inglaterra, enemiga declarada de su industria
y heredera de sus productos; y esto, sin tomar en cuenta el
considerable aumento del consumo por las nuevas construcciones dentro
y a las inmediaciones de la Capital, las lineas férreas en su
dirección, y las de Tarragona a Reus, Castellón y Valencia, y de
esta ciudad al Grao y Alcudia; a que hay que agregar el
abastecimiento de la de Madrid a Alicante, que podrá hacerse,
construida la de Gargallo al Ebro, con una gran economía según
informe del citado Sr. Tornos.»
a la sección segundaDescripción de la ermita de Nuestra
Señora de los Pueyos, extramuros de la Ciudad.
Este bello
Santuario fue construido en tiempo de la restauración. Está situado
entre el norte y poniente de la ciudad, en un altozano que da frente
a la misma, y que favorece mucho para disfrutar las amenas y variadas
vistas que desde él se descubren.
Precédele una magnífica
subida o rampa terraplenada, muy bien enlosada en sus aceras y en su
centro, con un fino empedrado en sus intermedios, y una curiosa
barandilla de piedra en sus lados. Esta subida de suave pendiente,
que tiene sobre 102 metros de longitud por 6 de latitud, se enlaza
con la hermosa plaza de la Ermita; la cual es un cuadrilongo de unos
60 metros de longitud por 15 de latitud, extensión igual a la que
tiene toda la fábrica del Santuario, con quien confronta por la
parte del mediodía, cerrándola por las demás partes una hermosa
barbacana de piedra.
El edificio de la Iglesia de poco mérito
artístico en sus primeros tiempos, ha ido recibiendo sucesivamente
importantes mejoras. Fue la más notable la que se hizo a principios
de este siglo, en que el célebre Alcañizano D. Tomás Llobet,
trabajó en la variación y perfeccionamiento de la parte superior de
este templo, que termina en la Capilla de Nuestra
Señora de los
Pueyos; cuya graciosa Imagen se venera en este sitio, desde el siglo
XII en que se apareció.
El altar principal en que se halla
colocada es de orden compuesto, bien entendido y ejecutado, imitando
a los mármoles y jaspes de la ciudad, la pintura que se le dio sobre
madera.
A los lados del altar y al nivel del pedestal de las
columnas hay dos estatuas del tamaño natural, de un mérito poco
común. Es la una, y la mejor, de San Francisco de Asís, obra
excelente y admirable en que habla, digámoslo así, la realidad del
representado; y la otra de San Juan Bautista, es también muy
correcta y bien ejecutada. Sobre el entablamento del altar,
sobresalen dos hermosísimos mancebos alados, que sostienen con sus
manos un gracioso blasón consagrado a María, cuyas letras iniciales
se leen en su centro.
Al rededor de esta capilla y sobre su
cornisamento circular, se ven en finísimo relieve los cuatro
sagrados evangelistas, cada uno en su ángulo respectivo; y en los
dos frentes laterales, primorosos bajos relieves que representan el
feliz hallazgo de esta Imagen, y la sencilla y fervorosa procesión
de nuestros antepasados al recibirla y colocarla en su lugar
predilecto.
Precede a esta capilla la baja cúpula y
oportunos adornos, que desde el pavimento hermosean esta parte de la
Iglesia, la cual viene a ser como el vestíbulo de la Santa Capilla
de la Virgen. San Miguel Arcángel y San Rafael son las dos hermosas
estatuas estucadas que aparecen en los lados sobre sus repisas,
debajo del cornisamento circular; y luego sobre él y en cada uno de
sus ángulos, dos interesantes angelitos que ofrecen a la Virgen lo
siguiente: los dos
primeros una corona real, los segundos otra de
flores, los terceros una azucena, y los cuartos una palma. Tal es la
obra moderna del Sr. Llobet, con la cual nos dejó una buena memoria
de su pericia artística y acendrado gusto.
Lo
demás de la Iglesia, aunque toda ella muy blanca y aseada, no puede
competir, de mucho con la parte que acabamos de describir. Y sin
embargo diremos, que si es larga proporcionalmente y de baja
techumbre, forma no obstante un conjunto regular y nada repugnante.
Tiene de longitud 32 metros, 10 de latitud y 6 de elevación, y está
sostenida por seis arcos rebajados, que arrancando desde el pavimento
y apoyándose en los muros del edificio, describen sus curvas con
alguna irregularidad; la que comunican también a su bóveda adornada
con graciosos enramados, y alternando en ellos acertadamente el color
blanco con el negro.
En cada uno de los intermedios hay
un altar, los que al todo son diez, sin contar el de la Capilla de la
Virgen, y el coro bajo que está a su frente opuesta. Estos altares
son en general muy regulares, sobre todo los que hay estucados, que
son muy graciosos. Adórnanlos algunos cuadros de mérito, como el de
San Bernardo, siguiéndole después el de San Francisco de Asís y
algunos otros; y en el primer altar entrando a la derecha, hay una
bella estátua de
San Ramón Nonato, obra del célebre escultor
de este País D. Ramón Ferrer, que en Madrid dejó gratos recuerdos
con las dos hermosas estatuas de San Fernando y Santa Cristina
mandadas trabajar por S. M., y colocadas de su orden en la Patriarcal
Iglesia del Buen Suceso.
Solo nos falta decir ya dos palabras
sobre el Camarín de la Virgen y la Sacristía, cuya moderna
reconstrucción pertenece a la época del Sr. Llobet: y esto equivale
a decir, que entrambas obras están ajustadas a los buenos principios
del arte. En el Camarín se conservó un gracioso abovedado oriental,
suelto y aéreo. Y en la Sacristía, que es capaz y de majestuosa
elevación, se ven dos cuadros apreciables, muy regulares, de mediano
tamaño; y son el retrato de Santo Tomás de Aquino, y el de Santo
Domingo de Guzmán, sacados de los originales de Roma, o sea de
aquellos escogidos modelos, que la buena crítica señala como los
más parecidos a tan grandes lumbreras de la Iglesia. Deseáramos por
lo tanto, que siendo estas tan recomendables por tantos conceptos,
gozasen entrambos cuadros que las representan, los merecidos honores
de un ornato especial y más distinguido; aunque con esto no queremos
decir, que se hallen actualmente en un estado de deplorable abandono.
En esta Iglesia hay establecida una respetable Cofradía, con
Bula Pontificia de Clemente XI y abundantes privilegios; por los
cuales, y por los innumerables beneficios que los habitantes de
Alcañiz han conseguido en todos tiempos de María Santísima con el
título y advocación de los Pueyos, es grande la devoción y amor
que siempre le han profesado, teniéndola como a su especial Patrona
y Abogada, y consagrándole anualmente, con voto perpetuo, algunas
solemnidades y fiestas religiosas, con todo el esplendor posible de
nuestro culto.
Además de la Iglesia, tiene también la
ermita espaciosa y cómoda habitación; ya para el ermitaño que en
ella reside; ya para cuando va el Sr. Canónigo camarero, encargado
de su inspección y cuidado; ya en fin para los Señores Congregantes
que la ocupan el día 9 de setiembre, en que se hace la fiesta
principal de la Virgen, empleando gran parte de él en los solemnes
cultos, que con sermón se le tributan, y a los que acuden con
puntualidad los Alcañizanos.
No terminaríamos debidamente
esta descripción, sino dijéramos, que al paso que es muy concurrido
este Santuario por la preciosa alhaja que en él se venera, lo es
también por sus hermosas y excelentes vistas, por su proporcionado y
cómodo paseo de cuarto y medio de legua, y por el grato solaz y
oportuno descanso que en él se disfrutan.
Algo separado del
ruido y movimiento incómodos de las vías públicas de los campos y
pueblos inmediatos, tiene cierta poesía y atractivo que lo hacen
recomendable.
Pocos serán los días que no se vean en su
Iglesia, algunas, si no muchas, personas de entrambos sexos; y luego
después, en la gran ventana abalconada y semicircular de la ermita,
que abierta siempre para todos, ofréceles el mejor panorama y la más
bella perspectiva.
Vénse (se ven) desde ella
gradualmente varios pueblos, santuarios y edificios; como son, en
primer término, la parte más principal de la Ciudad, que cae a su
oriente; esto es, la gran mole de la Colegiata con su grupo magnífico
de torres altísimas, cúpulas, y elevado cimborio; algunos edificios
notables, la plaza del Cuartelillo, y el majestuoso Castillo-
Convento que
domina la población: y fuera de su recinto, las
ermitas de Santa Bárbara, de la Anunciata, y el Calvario, y varias
torres y edificios situados en la campiña, que hermosean y amenizan
esta decoración. En segunde término los pueblos de Castelserás,
con su ermita de Santa Bárbara; Torrevelilla, con la de la Sagrada
Familia: y las de San José de Belmonte, santa Bárbara
de
Valdealgorfa, y otras muchas no menos notables que se dibujan
graciosamente a lo lejos.
Y luego al norte, los montes rústicos
y peñascosos de acarreo y aluvión; al oriente, los puertos de
Tortosa, y los picos y bancos graníticos de San Antonio de Orta;
al mediodía, la canal de Pavía, la elevada sierra de Palomita, y el
famoso barranco del Moro; y entre mediodía y poniente, el Tolocha de
Calanda, el cabezo de Palao, y el renombrado collado de D. Blasco.
Así que estas lejanas y encumbradas montañas que se ven y columbran
gratamente en último término; la varia estructura y desordenada
configuración de las más inmediatas; la admirable amalgama de lo
serio con lo festivo, de lo culto con lo inculto, y del risueño y
multiforme colorido de los campos y árboles frutales, con la grave
condensación y monotonía de
los gigantescos olivares que en
algunas leguas de extensión se perfilan concéntricamente sobre el
Guadalope; todo, esto forma un cuadro magnífico y amenísimo, cuya
vista se disfruta plácida y tranquilamente desde la célebre y
sencilla ventana abierta, de esta apacible y animada soledad, que
desnuda de adornos inútiles y superfluos, nos brinda constantemente
con estas puras e inimitables, gracias, de la naturaleza.
Tal
es el pintoresco Santuario de Nuestra Señora de los Pueyos, que
hemos creído describir con alguna extensión.
Descripción
del Cementerio, extramuros de esta Ciudad y y de su notable
Capilla.Todo este Cementerio construido en el año 1834
comprende un rectángulo de 96 varas
aragonesas de longitud por
82 de latitud, extensión suficiente para todas las defunciones que
puedan ocurrir en la población. (1) Preséntase a su entrada ua gran
patio perfectamente cuadrado, dividido por los andenes en otros
cuatro cuadrados iguales, en cada uno de los. cuales caben
desahogadamente los cadáveres que pueden enterrarse dentro de un
año, y esto con la idea de que en llegando al quinto año (en que ya
deberán estar consumidos
aquellos) puedan trasladarse su partes
sólidas a los osarios. Corresponde al patio, según el plan, el
estar circuido de una galería cubierta, decorada con columnas de
piedra, y cuatro órdenes de nichos en los intermedios del centro,
que al todo compondrán el número de 592.
(l) Por no variar
las medidas aragonesas que sirvieron de base a la construcción de
este Cementerio y su Capilla, no empleamos las que ahora se usan,
pero ya es sabido que un metro compone 5 palmos y una quinta parte
del palmo de Aragón.
De estos, solo hay al presente los de la
testera de la Capilla, paralela a la entrada del edificio, en cuyos
ángulos están los osarios. A la espalda de la testera de la Capilla
y entre sus costados y los de los hosarios, hay dos secciones,
además del gran patio; la una para Sacerdotes y
personas
distinguidas, y la otra para párvulos.
Colocada la Capilla
dentro del Cementerio y al extremo del patio que mira al frente de la
entrada principal, se extiende desde allí por toda la latitud de las
dos secciones referidas hasta el límite de los muros exteriores: lo
que da a la Capilla una longitud de 76 palmos y una latitud de 39,
siendo su altura hasta el rafe del tejado, 46 palmos, que con
9 que tiene su declive componen la total de 55.
Adorna la
entrada a la Capilla un excelente pórtico del orden grave de Pesto,
tan propio por su modestia y sencillez del sitio que ocupa, y en el
que debe desterrarse cuanto no sea natural y no guarde perfecta
armonía con la significación que deben tener aquí tales edificios.
Es todo él de sillería, o piedra de arena perfectamente
labrada, llegando hasta la altura de 36 palmos la parte culminante
del entablamento; y la latitud o fondo del mismo, de 16 palmos.
Compónese su fachada de dos grandes machones en sus ángulos, de 7
palmos de latitud con 23 de altura; y de dos hermosas columnas de una
pieza cada una situadas frente a los machones, de igual altura que
estos y de su correspondiente diámetro, sin basa o pedestal. Sobre
los capiteles de las columnas descansa un sillar muy bien labrado de
14 palmos de largo y 5 de alto, en cuyo fondo se lee esta
inscripción:
TEMPLO DE LA VERDAD ES EL QUE MIRAS;
NO
DESOIGAS LA VOZ CON QUE TE ADVIERTE,
QUE TODO ES ILUSIÓN, MENOS
LA MUERTE.
Dos sillares más de igual altura y de 12 palmos y
medio de longitud, colocados entre las dos columnas y los machones,
forman, con el de la inscripción, todo el arquitrave y friso de 39
palmos de frontera. Sobre estos corre la cornisa con sus
correspondientes molduras del orden de Pesto, las cuales subiendo
hasta la parte superior del entablamiento, terminan su triángulo, o
último cuerpo de la fachada, a la que da no poco realce una pequeña
y graciosa escalinata. Gira esta por entrambos lados del Pórtico, en
los cuales hay sus correspondientes ingresos con
arcos de medio
punto, y sobre ellos un luneto semicircular. Entre los ingresos y
lunetos interiores, se leen las siguientes inscripciones latinas,
tomadas del Profeta Ezequiel:
Vaticinare de ossibus istis, en el
ingreso de la izquierda; y en el de la derecha, ¡Ossa árida! Ego
intromittam in vos spiritum, et vivetis.
El año de la
construcción de la Capilla (que es el de 1853) está inscrito sobre
la puerta de la
misma.
Sigue en la Capilla el mismo orden
sencillo de arquitectura, variado únicamente por un esbelto altar de
orden compuesto, pero dominando en él la parsimonia en adornos y
relieves. Así el altar como las dos graciosas puertas laterales que
dan entrada a la Sacristía, están pintadas por el Académico D.
Juan Francisco Cruella, imitando sus estucados a mármoles y jaspes
de alguna novedad y de muy buen efecto.
El fondo de la Capilla
del retablo en que se ha colocada un Santo Cristo de mérito,
imita
bien el tinte obscuro del pórfido. Por fin, en la parte superior del
altar, se ha puesto la siguiente inscripción de S. Pablo, alusiva al
Crucificado:
Pro omnibus mortuus est Christus.
Justo era,
y muy razonable, que el que tan generosamente ha contribuido con sus
fondos a la
existencia de esta Capilla, ocupase en ella un lugar
distinguido. Y así se hizo oportunamente (previo el permiso del
Diocesano y del Gobernador de la Provincia) depositando sus cenizas
en un hermoso panteón del mismo orden de Posidonia, ejecutado en
solas dos piezas de piedra de excelente calidad. Hállase situado en
medio del muro interior de la Capilla, mediante un arco rebajado, que
da a la parte del Evangelio; y para que pueda transmitirse a la
posteridad la breve historia de esta obra piadosa, se ha puesto al
frente del sepulcro el siguiente epitafio latino:
Jacet
in hoc loco funerario D. Ráphael Felez,
Teológiae Doctor, et Ecclesiae Colegialae
Alcagnitiensis
postremus Praeses et Decanus, qui erectionem
hujus Sacelli suis
sumplibus (et suorum concivium adminiculo) pie disposuit.
Obiit
die XXI Augusti anni Domini MDCCCLI.
R. I. P.Solo nos
resta decir, para fin de esta sencilla descripción, que así las
tres ventanas y dos óvalos de piedra que dan luz abundante al
edificio, como todo el rafe del mismo, se han labrado con todo el
esmero posible, no escaseando las escocias, cordones y filetes que se
han creído convenientes al objeto. Tal es la notable y suntuosa
Capilla, que poco ha se construyó y abrió al culto público.
III
Sobre
la naturaleza y efectos medicinales de las aguas de la fuente de esta
ciudad, llamada
de Santa Lucía.Este copioso manantial
(cuyo caudal lo forman dos conductos de agua diferentes que se unen
en el depósito inmediato a la fuente por donde brota con
sorprendente abundancia) contiene virtudes medicinales muy marcadas,
que deben ser conocidas por sanos y enfermos. Por los primeros;
porque teniendo las tales el carácter de medicinales, no deben
usarlas indiscretamente: y por los segundos, porque el uso oportuno y
conveniente de las mismas depende de la naturaleza de la enfermedad y
del modo y manera con que deban tomarse; lo cual corresponde designar
a los facultativos, o al resultado práctico de la experiencia.
Creyendo, pues, hacer un buen servicio así a los unos como a
los otros (porque la salud de todos es un beneficio inapreciable) me
ha parecido insertar en este lugar las atinadas observaciones, que
sobre dichas aguas nos ha proporcionado el acreditado Profesor de
Medicina de esta ciudad D. Felipe Ibáñez; cuyo contenido es el
siguiente:
«Los antiguos moradores del mundo consideraban a
ciertas fuentes o manantiales de agua, como un don especial de la
Divinidad, y las veneraban como cosas sagradas, viendo en ellas
fenómenos que no podían comprender; y más que todo por los
resultados satisfactorios y curaciones radicales, que en sus
padecimientos físicos y morales obtenían, cuando acudían a recibir
su benéfico influjo.
Los adelantos científicos que en todos
los ramos del saber humano progresivamente se han hecho hasta
nuestros días, en especial en las ciencias físico-químicas, son ya
suficientes para poder dar razón, del porqué suceden aquellos
fenómenos. En virtud de ellos se explica ya la causa de la
termometricidad o temperatura de las aguas minerales; se ha dado a
conocer también su composición química o los principios
míneralizadores que los constituyen; y se han clasificado
metódicamente, para hacer con acierto y seguridad aplicación de
ellas, en determinadas dolencias que afligen a la especie humana.
Nuestra España no tiene rival con respecto a fuentes
minerales: las tiene mejores, y en mayor
número que cualquiera
otra Nación. Hay bastantes de gran nombradía, bajo la protección
del Gobierno, con dignos profesores al frente de su dirección; pero
también existen muchísimas más, cuyas aguas son de un uso común y
estimadas para las necesidades de la vida, pasando desapercibidas
ciertas sustancias minerales que entran en su composición, las
cuales
aunque parezcan insignificantes, no deben despreciarse ni
abandonarse en sus aplicaciones a la Medicina.
La fuente de
Santa Lucía, de esta población se halla en este último caso. Es un
manantial perenne, más abundante en verano que en invierno, que da
próximamente (aprox.) por término medio en un segundo como trece
litros de agua (cerca de una arroba) cristalina, transparente, de
gusto o sabor blando, con desprendimiento de burbujitas de gases al
tomarla ea un vaso, algo más pesada que la destilada. Su temperatura
constante en todas estaciones de once a doce grados Reaumur, no
disuelve el jabón, ni cuece las legumbres; y depositada por algunos
días en las vasijas entra en descomposición pútrida.
El
origen o principio del manantial es desconocido; pero científicamente
se puede asegurar, que el caudal de sus aguas proviene por filtración
de las pluviales y riegos de tierras cultivadas, superiores a su
nivel, pasando por terrenos de sedimento perteneciente a los de
aluviones antiguos o diluviales, y formados en gran parte de cantos
rodados, arenas, arcillas y sulfato de cal hidratado o yeso. Al
través de esta formación geológica y por las capas de temperatura
constante en una profundidad que no pasará de 25 metros, las aguas
van impregnándose, y arrastrando consigo las sustancias solubles que
hallan al paso, presentándose tales como las podemos observar.
No
se ha hecho hasta hoy un exacto análisis de la composición química
del agua, y tan solo ensayos parciales cualitativos han dado a
conocer contiene en combinación y disolución una cantidad no
despreciable de cloruros y sulfatos de cal, de magnesia y de sosa,
con algunos restos de principios azoados y orgánicos. Evaporadas
diez onzas de agua dejaron de residuo sobre ocho granos de
aquellas sales. Además la observación constante de producir
evacuaciones de vientre a todo el que por primera vez la bebe, y el
purgar también a los niños de pecho, cuando sus madres lavan o se
mojan en las mismas aguas; prueban igualmente la existencia de los
principios que entran en su composición.
Si se tiene pues
presente este modo de obrar, y composición química, y se hace
comparación con los efectos fisiológicos y terapéuticos de otros
baños minerales reconocidos y analizados; se deduce claramente, que
las aguas de esta fuente contienen principios mineralizadores, y que
debe colocarse en la categoría o clase de las aguas salinas. En este
concepto convendrán siempre que haya necesidad de estimular y
aumentar la acción de los aparatos secretorios y sistema linfático,
y en general están indicadas contra el estreñimiento y
obstrucciones intestinales, los engurgitamientos e infartos del
hígado, bazo, y demás vísceras del vientre, en los resultados de
ciertas apoplejías y parálisis, y en las oftalmias reumatismos, y
algunas enfermedades de la piel. De todas las sobredichas
enfermedades, podrían citarse algunos casos prácticos de curación,
sobre todo, de oftalmias rebeldes. Por fin, debe así mismo tenerse
en cuenta, que la amenidad del sitio donde brotan sus aguas cerca de
la población, con buenos paseos en sus inmediaciones en la margen
izquierda del Guadalope, son también circunstancias que deberán
influir, siquiera moralmente, en aumentar la acción de sus virtudes
medicinales. Tal es el juicio que hemos podido formar de los ligeros
ensayos y observaciones que hemos hecho, acerca de la naturaleza y
efectos de estas aguas.»
IV
HISTÓRICO-CRÍTICA sobre el Parlamento aragonés celebrado en
Alcañiz en los años 1411 y 12 y sucesos notables que tuvieron lugar
en aquella época, desde la muerte del Rey D. Martín I de Aragón
hasta la elección en Caspe de su sucesor D. Fernando I, antes
Infante de Castilla, e inmediatas consecuencias de su Reinado.Como
quiera que este célebre Parlamento sea un acontecimiento
extraordinario y pocas veces visto en la historia de los pueblos y
naciones; que influyó notable y decisivamente en el desenlace de la
más árdua e importante cuestión que se agitara en aquellos
tiempos; que calmó en gran manera los ánimos de los partidos asaz
turbados e inquietos; que atrajo
a su dictamen, no menos que a su
autoridad moral, los votos discordes de los demás Parlamentos
vecinos de la antigua corona de Aragón; que evitó con esto una
larga y general guerra civil, cuyos principios parciales fueron ya
por desgracia demasiado infaustos y desastrosos; y finalmente, que
con los sabios consejos y acertadas disposiciones halló el medio
eficaz y poderoso de que se llegase en Caspe a una solución pacífica
y satisfactoria, sacando a la Monarquía aragonesa de la peligrosa
orfandad en que le sumiera la muerte sin hijos de su último Rey D.
Martín, venciendo al efecto las grandes dificultades de
tantos
pretendientes a la vez y aspirantes a la corona, todos ellos de
sangre real y con títulos respetabilísimos; como quiera, decimos,
que todo lo que acabamos de indicar no puede menos de ofrecer un
grande interés, sobre todo para la historia de esta ciudad de
Alcañiz, de que nos ocupamos; hemos creído oportuno y conveniente
tratar con alguna extensión de estos sucesos singulares, que tanto
han llamado siempre la atención del público ilustrado, no menos que
de los Filósofos y Políticos más profundos.
I.
Corría
el año 1410 del Reinado de D. Martín, cuando hallándose este en la
Ciudad de Barcelona y abiertas allí las cortes del Principado, le
sobrevino repentinamente la muerte; sucediendo esto un año después
de haber fallecido su hijo único D. Martín Príncipe de Aragón y
Rey de Sicilia, a consecuencia de las grandes fatigas de la guerra,
que con tanto valor como inteligencia, había hecho este bizarro
joven contra los rebeldes de la Isla de Cerdeña.
Antes del
fallecimiento del Rey, estaban ya sobremanera agitados los ánimos
por el temor de las grandes dificultades y trastornos, que se preveía
habían de afligir al país, con la temprana muerte del heredero ya
jurado de estos Reinos, el apreciabilísimo Príncipe D. Martín.
Mas este temor y esta previsión, desgraciadamente no fueron
parte para conjurar tan graves males, ni para buscar y hallar su
remedio oportuno.
Los muchos aspirantes a la corona, al
parecer de ellos, con títulos incuestionables, no se ocupaban más
que de arreglar sus expedientes, de ganarse amigos y de allegarse
parciales y secuaces: el Monarca y sus consejeros, no pensaron más
que en un estéril enlace matrimonial, que por circunstancias dadas
no podía dar fundadas esperanzas de sucesión directa, que era su
objeto; y el honrado pueblo aragonés veía con dolor hacinarse poco
a poco los grandes combustibles, que necesariamente habían de
producir pronto un voraz incendio.
Bien se habló y
conferenció algo en las Cortes de Barcelona; pero ¿qué se hizo?
¿qué se determinó?
Acaso se complicó más la dificultad,
harto grave ya de suyo. El Rey, que podía haber arreglado y otorgado
con tiempo su testamento, el cual probablemente habría sido atendido
y acatado; ni aun lo intentó siquiera, lo único que hizo fue
admitir y dar audiencia, en las mencionadas cortes, a los Embajadores
o Procuradores de los que hasta entonces se habían declarado
Pretendientes a la corona, para que allí alegasen sus razones y
sostuviesen sus derechos.
Y así lo hicieron los encargados del
Conde de Urgel, del de Prades, y del Duque de Gandía; añadiendo el
Rey de su propio motivo, al Infante de Castilla D. Fernando. Príncipe
de Antequera.
Algunos historiadores explican esta conducta
del Rey, con el pensamiento y deseo oculto, que se le suponía, de
que los Aragoneses echasen mano de su nieto el Infante D. Fadrique,
que él no se atrevía a proponer, por ser hijo natural del Príncipe
de Aragón D. Martín su hijo y heredero, al cual el mismo Rey y el
Papa Benedicto XIII habían legitimado para la posesión del Reino de
Sicilia. Y esta opinión se fundaba en la creencia de que la idea
preconcebida del Monarca era que no acomodaría a los Aragoneses el
ser gobernados por un Príncipe extranjero (que por tal se reputaba
entonces al que no era natural de estos Reinos); en cuyo
caso, y
dejando en la elección que habían de hacer las lineas
transversales, se irían a la linea recta, en la que se hallaba el
primero su nieto querido. Porque en verdad, a no ser este el motivo
¿cómo no otorgó su testamento, manifestando en él sus deseos, y
las causas de su determinación? ¿Cómo no imprimió una marcha más
franca y más decisiva, a las Cortes del Principado? Ello es, que
limitarse a aumentar la lista de los Pretendientes, y a poner entre
ellos, con recomendación al Infante de Castilla, no era, más, en
substancia, que crear embarazos, complicar las dificultades, como
hemos dicho, y exponer al País a los azares peligrosísimos y
ruinosos de una guerra civil: lo que probablemente no hubiera
sucedido de otro modo; bien se hubiera declarado entonces
terminantemente por su nieto, bien por el Conde de Urgel (tan popular
a la sazón en estos Reinos), bien, por el mismo Infante de Castilla.
Pero ¡que fatalidad! Mientras así andaban las cosas una
grave y repentina enfermedad puso al Monarca al borde del sepulcro.
Alarmados y extremecidos, entonces, los Diputados, los Nobles y los
Ricos hombres, apresúranse a cercar el lecho del moribundo y le
preguntan y requieren con insistencia sobre la persona del nuevo
sucesor. El Real enfermo contestó siempre lo mismo: que su deseo era
que eligiesen al que tuviese más derecho. Esto fue lo
único que
dijo, esto lo que repitió varias veces, y estas fueron las palabras
con que puede decirse exhaló su último aliento.
II
¿Qué
podía esperarse ya de bueno y satisfactorio?
Nada absolutamente:
así que la muerte del Monarca fue la señal de la explosión.
Las
pasiones hasta entonces mal comprimidas, desbordáronse al punto,
como no podía menos; porque el número crecido de los pretendientes,
y la gran fuerza y prestigio que dio al Infante de Castilla la
expresa indicación del Monarca, aumentó grandemente la probabilidad
de
este contra la probabilidad y esperanza de todos los demás.
El primer paso que dieron estos (nada reprensible en verdad)
fue el presentar cada cual su demanda ante el Parlamento de
Barcelona, (1) el cual sucedió instantáneamente a las Cortes que
allí estaban congregadas. Aquellos hombres graves y verdaderamente
patricios se condujeron con la mayor lealtad y prudencia: oyeron
atentamente a los demandantes y
les declararon con lisura, que
solo una Congregación general de los tres Reinos podía
entender y resolver la ardua y trascendental cuestión del derecho a
la corona.
(1) Las Congregaciones generales de los estados del
Reino, que tenían ligar en vida del Monarca, se llamaban Cortes; y
Parlamentos los que se celebraban en las vacantes o interregnos.
Y
sin dar lugar a dificultades y complicaciones ulteriores, dieron fin
a sus sesiones nombrando una comisión que pasara a Zaragoza a
promover y realizar esta idea; y además una Junta de doce personas
que proveyese al buen gobierno del Principado; quedando el Gobernador
del mismo y los Consellers de Barcelona (Regidores) con el encargo
especial de administrar justicia y de mantener la paz y el orden
público.
La comisión o embajada catalana, no perdió tiempo
en salir de Barcelona para desempeñar noblemente el importantísimo
objeto de su cometido. Así es, que en los primeros días de
Diciembre del mismo año de 1410, movieron de Pina para Zaragoza,
después de haberse asegurado oficialmente de la buena recepción que
habían de tener en la Capital de Aragón. Eran a la verdad muy
dignas de ello todas las personas que componían esta hidalga
comitiva; a saber, Fray Marco, Abad de Monserrate; Francisco Ferriol,
canónigo de Vique; D. Guillen
Ramon de Moncada; D. Pedro de
Cervellon; Francisco Burgués, síndico de Barcelona, y Guillen Lobet
de Perpiñan.
Los nobles aragoneses, que abundaban en iguales
sentimientos que estos beneméritos catalanes, holgáronse mucho de
su venida, y lo acreditaron así con el magnífico obsequio, que les
dispensaron; saliendo a recibirlos al camino, él arzobispo de
Zaragoza, el Gobernador del Reino, los Jurados de la ciudad, D. Juan
de Luna, Blasco de Heredia, Juan Fernández de Heredia, y otros
muchos caballeros, cuyo número no bajaba de trescientos.
III
Grande era entonces sin embargo la agitación y
división de los ánimos que reinaba en la capital y en todo el Reino
de Aragón. Los partidos inquietos y desasosegados, habían roto ya
las hostilidades con furor, con encarnizamiento; y la linea divisoria
de los campos opuestos, estaba trazada y deslindada con demasiada
resolución y empeño. En el uno se hallaba a la cabeza, el famoso D.
Antonio de Luna, con toda su poderosa casa, la más noble y
distinguida
de Aragón; al que seguían de familias ilustres, o
Ricos-hombres, D. Artal de Alagón, D. Artal su hijo y su hermano D.
Francisco, D. Fernán Lope de Luna y D. Juan su hijo, D. Pedro
Fernández de Híjar y D. Juan de Híjar, D. Guillen Moncada, y todos
los caballeros que tenía cada uno de estos en su bandera respectiva;
todos los cuales estaban decididos a sostener a todo trance la causa
del Conde de Urgel, hasta ponerlo en el trono.
En el bando
opuesto, que militaba por el Infante de Castilla D. Fernando,
figuraba como Jefe distinguido de todo él, D. Pedro Urrea, cuya casa
venía casi a igualar en nobleza a la de D. Antonio luna, al cual
seguían todos los demás nobles con sus banderas y parcialidades de
Caballeros. Descollaban entre las personas más notables, el
Arzobispo de Zaragoza D. García Hernández de Heredia (de la ilustre
prosapia de los Heredias), el Gobernador de Aragón D. Gil Ruiz de
Lihori, cuñado del Arzobispo, el Justicia de Aragón D. Juan Jiménez
Cerdan y
Berenguer de Bardagi.
Los dos Jefes y caudillos
de estas opuestas falanges, eran personas notables en todos los
conceptos; así por su valor, como por su inteligencia; lo mismo por
su poder y ascendiente en el Reino, que por la calidad y
circunstancias de sus prosélitos y secuaces. Y su odio y
encarnizamiento databan de lejos, del tiempo borrascoso de la UNION;
esto es, de aquella época terrible, en que luchando enérgicamente
el Rey D. Pedro IV y una parte de la nobleza del Reino contra este
pavoroso privilegio (que estaba sostenido y apoyado por la otra),
produjo la gran división de los ánimos, viva aún y patente en la
ya complicada situación de que vamos hablando.
¿Qué había
de suceder, pues, con tan encontrados y temibles elementos?
¿Qué
de males no habían de sobrevenir al país, si la cuestión de fuerza
y de poder no se sometía a la del derecho y la razón?
Esta era
pues la gran dificultad de aquélla crisis gravísima, esta su
urgente necesidad; pero esta también por fortuna la idea dominante y
exclusiva de algunos esforzados y nobles varones, que sobreponiéndose
al espíritu de partido, optaban por este medio prudente y salvador.
Felizmente el nombre, el prestigio y la autoridad del
Arzobispo de Zaragoza, del Gobernador y del Justicia del Reino y del
célebre Berenguer de Bardagi, unidos estrechamente en un mismo
pensamiento, dieron un paso tan acertado y discreto, que abrió el
camino de las negociaciones, y sirvió en adelante de brújula segura
en este agitado mar de las pasiones. Consistió este paso, en
arrojarse a tratar y conferenciar con los hombres más notables de
entrambos bandos (únicos que en este azaroso interregno salieron
materialmente a la palestra), y persuadirles eficazmente de la
necesidad, de la justicia, y aun de la mutua y recíproca
conveniencia de someter esta gran contienda al fallo de un Parlamento
general de los tres Reinos, en el cual cada una de las parcialidades
podía emplear legalmente todos los medios con que contase, y todo el
poder de sus fuerzas y de su derecho; evitándose así los torrentes
de sangre aragonesa, que con incierta suerte, iban a inundar al
Reino.
Convencidos,
pues, los ánimos en esta grande idea (en la que no cupo pequeña
parte al sabio
Pontífice aragonés llamado entonces Benedicto
XIII), se designó por el Gobernador del Reino y el Justicia mayor la
Ciudad de Calatayud para la Congregación general de los Estados,
fijando para ello el día 8 de febrero de aquel año de 1411.Reunidos ya trabajosamente en Calatayud el Justicia, el
Gobernador, la Comisión catalana, y muchos nobles y diputados de los
tres Reinos; nuevas dificultades entorpecen la marcha del Parlamento.
La determinación laudable, espontánea y bien recibida de todos
tomada hasta aquí, había de tener una sanción legal, y al efecto
había de resolverse definitivamente el punto de Aragón en que
habían de celebrarse las sesiones del Parlamento general y
designarse después la persona o personas que lo habían de presidir.
En lo primero no había dificultad ninguna, porque siempre
había sido tenido Aragón por cabeza y miembro principal de los tres
Reinos; ya por su veneranda y excelsa cuna de Sobrarve y haber
sacudido él solo, y el primero, el yugo mahometano: ya por habérsele
agregado Cataluña mediante el enlace de su Conde D. Ramón Berenguer
con la Reina Doña Petronila; ya por haberse conquistado después el
Reino de Valencia del poder de los Moros y unídolo
perpetuamente a la Corona. Estos títulos especiales, fueron siempre
respetados, estimados, y reconocidos lealmente en su justo valor. La
dificultad, pues, solo versaba en el importante punto de la
presidencia, que tanto podía influir en la marcha y solución del
gran negocio que se ventilaba, y en que tan interesadas estaban las
opuestas opiniones.
Cuatro meses habían transcurrido sin.
poderse adelantar nada en este asunto, por la gran contradicción en
que estaban los principales Jefes de los partidos, cuando una idea
feliz del fecundo genio de Berenguer de Bardagi halló el medio de
darle grande impulso y movimiento. Tal fue la de proponer se
nombrasen nueve personas para que determinasen los medios que se
debían adoptar para la Congregación general de los Reinos y el
Principado, dándoles en debida forma todo el poder necesario al
efecto. Y habiéndose convenido todos en este útil pensamiento y
procedido en seguida a hacer la elección y nombramiento, resultaron
favorecidos con esta honrosa distinción y elevada confianza los
sujetos siguientes:
por el brazo eclesiástico y por el de nobles
y caballeros, el Arzobispo de Zaragoza, el Obispo de Tarazona,
Berenguer de Almenara, Juan Cid, Juan Fernández de Sayas y Gil Bayo;
y por el de las Universidades, Ramón de Torrellas, ciudadano de
Zaragoza, y Antonio del Castillo, Justicia (Alcalde) de Alcañiz. Y
luego, los cuatro Brazos eligieron a Berenguer de Bardagi; del cual
dicen los historiadores (y en especial Zurita) que entre todos los
hombres de su tiempo fue en prudencia, letras y consejo, muy señalado
varón, y de grande experiencia en todos los mayores negocios de
estado del Reino.
Tuvieron todos por muy acertada esta
elección; mas no siendo aun bastantes el prestigio y la autoridad
que daba a estos esclarecidos patricios la voluntad general de
aquella Asamblea, para que los Catalanes y Valencianos oyesen
dócilmente su voz y se conviniesen con ellos acerca de la ardua
cuestión de la presidencia del Parlamento general de los Estados
(que ya estaban conformes fuera este en Alcañiz), acordaron
definitivamente en los últimos días
de Mayo (y a propuesta del
mismo Bardagi), que cada Reino juntase el suyo separadamente,
procurando que se eligiesen en los límites de las tres provincias
los puntos más inmediatos entre si, a fin de que pudieran
comunicarse más fácil y cómodamente.
Y al mismo tiempo se
nombró y designó la villa de Alcañiz (ahora Ciudad) para punto de
residencia del Parlamento aragonés; con lo cual se disolvió el
Parlamento de Calatayud, y se fueron ausentándose todos de
aquella Ciudad con la dulce esperanza de haber adelantado mucho en la
concordia general de los ánimos, y en el feliz término que hacían
presagiar las acertadas medidas que acababan de tomarse.
Poco
duraron, empero, estas gratas y consoladoras impresiones. Un hecho
grave, escandaloso y sumamente trágico vino a afligir en breve los
ánimos de los hombres rectos de todos los partidos, y a probar de
nuevo la constancia y civismo de los Aragoneses.Al dirigirse
a su Silla el Arzobispo de Zaragoza, habíale precedido hasta la
Almunia el célebre D. Antonio de Luna, enemigo suyo capital en la
cuestión política que se ventilaba. Nada había ocurrido en
Calatayud que hiciese presumir de parte de este caballero una acción
innoble y ruin. Juntos habían estado en el Parlamento, y acordes
estuvieron también en adoptar muchas medidas convenientes; pero
fuese efecto de un arrebato frenético e instantáneo de su pasión,
como creen unos; o fuese un plan preconcebido y meditado a sangre
fría para deshacerse
de tan poderoso mal, como creen otros; el
resultado fue que tiñó sus manos sacrílegas, traidora e
infamemente, en la sangre hidalga del Prelado.
He aquí cómo
paso este suceso. Iba montado el Arzobispo en una mula y acompañado
de tres o cuatro caballeros y de otros tantos eclesiásticos todos en
pacífica comitiva, cuando en virtud de un atento recado de D.
Antonio de Luna, se apartó un poco del camino próximo a La Almunia
para conferenciar con él a solas, aunque a la vista de todos los
demás. Largo rato estuvieron conferenciando en el mismo sitio los
dos poderosos rivales; primero, con afabilidad y cortesanía, y
después con el desenfado de la pasión contrariada: hasta que poco
satisfecho sin duda el de Luna de la entereza y constancia del
Arzobispo levantó ágriamente la voz (que oyeron perfectamente todos
los de entrambas comitivas) y le dijo estas palabras:
Con que,
Arzobispo, ¿ha de ser Rey el Conde de Urgel?
A lo que en el mismo
tono contestó el Prelado:
No, mientras yo viva.
Entonces,
violenta y descompasadamente le replicó D. Antonio:
Pues será
Rey el Conde, y preso o muerto el Arzobispo.
Muerto bien podrá
ser (concluyó el Arzobispo); pero preso, no.
Y echó a correr
con su mula. Más ágil la cabalgadura de D. Antonio, no tardó en
alcanzarle para consumar en su persona el sacrílego atentado de
darle una bofetada primero y luego una cuchillada en la cabeza,
lanceándole y degollándole después los suyos hasta dejarlo en
breve yerto cadáver.
Grande eco y profunda impresión
hizo esta atroz iniquidad en todo el Reino de Aragón; y la voz
pública se pronunció enérgicamente contra el agresor.
La causa
del conde de Urgel unida tan estrechamente a tan ignoble
caudillo, recibió, pues, con esto una herida mortal; verificándose
entonces, lo que acontecer suele en tales casos, que la infame
venganza, tan dulce siempre para las almas bajas y de malos
instintos, acostumbra a recaer contra ellas, contra los que de ella
se valen y aprovechan cobardemente. Así es, que muchos de los que
antes militaron en la bandera del Conde, la abandonaron después sin
vacilar; viniendo a quedar en minoría, la que antes era una mayoría
indisputable.
La voz de la justicia se oyó también enérgica
contra el homicida. El Gobernador del Reino que veía conturbado el
país y rebullirse y agitarse las desacordadas huestes del partido
del Conde, se propuso aniquilarlas con rapidez, para que la voz
pacífica de los parlamentos sustituyese en breve al fragor de las
armas y al agitado mar de las pasiones. Y al efecto dispuso la
entrada de las tropas castellanas, que el Infante tenía prevenidas
en la frontera; y
que en combinación con las aragonesas,
acabasen con el foco de la rebelión, prendiendo a D. Antonio de
Luna, si era posible, a quien se había sometido ya a los tribunales.
Esta actitud imponente del Gobernador calmó los ánimos por
esta parte, auyentó al de Luna al Alto Aragón, y dio lugar a que se
reuniese en Alcañiz el Parlamento aragonés; del que se hablará más
adelante. A él acudieron desde luego los Embajadores catalanes de la
Comisión Barcelonesa; y así cumplieron bien las instrucciones que
traían, y evitaron los compromisos del Principado.
VI
Hallábase
este a la sazón en grande inquietud y efervescencia. Siendo el
partido dominante el del Conde de Urgel, fácil es conocer, que las
dificultades con que tropezaba su causa y las imprudencias de sus
principales agentes, no menos que las suyas propias, habían de
conducir los ánimos a caminos violentos e ilegales. Y así fue en
efecto: unos con varios pretextos, querían se cerrasen las puertas
del Parlamento catalán, y que se apelase a las armas; y el mismo
Conde de Urgel, fogoso e impaciente en demasía, se declaró, por su
propia autoridad, Gobernador general del Reino, levantando en seguida
gente de guerra y echando mano de las armas, para imponer con ellas
su voluntad. Pero este medio violento e ilegal, le enagenó pronto
muchas voluntades, y le ocasionó el desaire de ser requerido y
amonestado por el
Parlamento de Barcelona; cuya patriótica
conducta aprobaron después los de Tortosa y Alcañiz.¿Qué
medios, pues, le quedaban al Conde? ¿Cómo enmendar faltas tan
graves, que en política rara vez se cometen impunemente? Por lo
común los genios torpes y obstinados se aferran más y más en
seguir el camino de perdición que una vez emprendieron.
Y por
eso se vio que en vez de escusar el Conde su conducta con alguna
razón o motivo plausible, e introducirse legal y amistosamente en
los Parlamentos legítimos, trató con sus parciales de levantar otro
rival en Mequinenza, que acabó de desprestigiarle. Nada le valieron
la importancia y nobleza de los grandes personajes de que para ello
echó mano D. Antonio
de Luna, que sonaba en el negocio; a saber,
el mismo D. Antonio, y el Castellan de Amposta D. Pedro Ruiz de Moros
(los dos, Diputados del Reino nombrados en las Cortes últimas),
algunos Ricos hombres, y varios caballeros mesnaderos de las familias
más ilustres y antiguas del Reino, después de las de aquellos.
Verdad es que fiaban mucho en sus grandes medios y
sutiles
argucias, no solo para cohonestar el paso ilegal que habían
dado sino para que se les tuviera por verdadero y legítimo
Parlamento de Aragón; pero fueron inútiles sus esfuerzos puesto que
teniendo el de Alcañiz estas circunstancias y un grande ascendiente
además, lo reconocieron, respetaron y atendieron hasta los
Parlamentos disidentes.
No así el de Mequinenza; pero sobre
tener la desgracia de quedarse solo, aislado, y sin fuerza ni
autoridad ninguna, recibió a su tiempo un golpe mortal con la
sentencia infamante que el tribunal eclesiástico de Zaragoza
pronunció contra D. Antonio de Luna y sus auxiliadores en la muerte
del Arzobispo, declarándolos excomulgados e imponiéndoles la multa
de doscientos cincuenta mil florines de Aragón.
VII
Mientras
así andaban las cosas en Cataluña y Aragón, el Reino de Valencia
estaba aun más levantado y conmovido, y era teatro de mayores
desastres, había también, desde un principio, dos partidos
poderosos, pero frenéticos, exaltados, llenos de saña y de furor
los unos contra los otros. Los mismos aspirantes a la Corona, esto
es, D. Fernando y el Conde de Urgel; eran el objeto de su disidencia,
y el blanco de los esfuerzos de cada cual. Por el último, estaban el
Gobernador D. Arnaldo Guillen de Bellerá, la ciudad de Valencia, el
estado eclesiástico de la misma, y muchos nobles y señores, a cuya
cabeza figuraban los Vilaregudes y los Mazas. Y por el primero, los
Centellas y los Pardos, con todos los demás nobles y caballeros de
las villas y ciudades no comprometidos con los otros, pues que aquí
no se conocían neutrales.Divididos así tan radical y
profundamente los bandos, no es difícil prever hasta qué punto
llegarían sus esfuerzos, no menos que los arranques desapoderados de
sus pasiones. Sin embargo, el respeto tradicional a los fueros y
costumbres del Reino ejercieron siempre un poder mágico sobre los
ánimos, viniendo, en cierto modo, a modificar las condiciones de los
partidos. Así fue, que en medio de sus bélicos aparatos, la idea
salvadora de los Parlamentos dominó siempre a todas las demás.
No
se descuidó, pues, Valencia en echar mano de este elemento tan vital
y poderoso, procediendo en seguida el Gobernador a convocarlo y
celebrarlo en la Capital, bajo su presidencia. Pero los del bando
opuesto, que temían sin duda en él una derrota legal, apelaron a la
formación de otro Parlamento fuera de la ciudad, atribuyéndole una
autoridad y legitimidad que negaban al de adentro. Por manera, que
entrambos querían aparecer legales y dóciles al medio dispuesto y
acatada de los Parlamentos, presentando para ello los títulos con
que creían fundar su derecho. Fuertes en este falso terreno, o sea
en esta táctica estudiada, no desistieron ya nunca de ella, hasta
que el Parlamento de Alcañiz, cansado inútilmente de negociar,
creyó necesario y oportuno tomar una atrevida y salvadora
iniciativa, que
afortunadamente fue bien recibida de todos los
Parlamentos, si exceptuamos el bastardo de Mequinenza que después se
sometió aún a sus consecuencias, o sea al fallo solemne de los
Nueve.
Despejada ya de este modo la situación de los
partidos, no podrá ahora menos de verse y de sentirse con dolor, la
grande animosidad y encono que los devoraba y destruía en todo el
largo periodo de cerca de un año que transcurrió, hasta que se oyó
la voz amiga y poderosa de la verdad, de la justicia y de la
conveniencia común de todos los partidos, que en buen hora sonó
viva y elocuente en el sabio y patriótico Parlamento de Alcañiz.
Así fue que poco antes de trasladarse a Vinaroz el Parlamento de
Valencia, y a Trahiguera el que le era hostil y opuesto (para
estar próximos al Parlamento de Alcañiz y trabajar cada uno en el
sentido de sus pretensiones e intereses), apelóse, no obstante los
Parlamentos, al medio desastroso de las armas, agriándose así más
los ánimos y alejándolos de la concordia deseada.
Fue
el Gobernador de Valencia, el primero que en esta ocasión procedió
con tan mal acuerdo.
Lleno de coraje contra sus adversarios del
Infante, salió a campaña con toda su gente: y después de haber
recorrido toda la plana de Castellón, de haberlo arrollado todo sin
dificultad, y apoderándose de Villafamés; hizo algunas terribles
ejecuciones, entre las cuales se cuentan las de mandar degollar a un
Caballero llamado el bastardo de Riusec, y ahorcar al Justicia de
Castellón, llamado Nostalles, que solo sirvieron para concentrar más
los odios y deseos de venganza.Este súbito contratiempo
puso en jaque a los Centellas y a todo su partido; y el Infante de
Castilla no se descuidó tampoco en proveer a las necesidades más
urgentes de su causa, si bien con gran disimulo y prudencia: y por
eso, so pretexto de ayudar a sostener el orden y la justicia, puso
algunas compañías de sus tropas en Requena, punto inmediato a la
frontera valenciana. El Gobernador de Aragón, ayudó también a su
partido introduciendo resueltamente otras tantas compañías
aragonesas, a fin de contener la pujanza avasalladora del Gobernador
Bellerá.
Tenía este respetables y muy superiores fuerzas, y
había recibido además del Conde, el auxilio de algunos
destacamentos extranjeros sacados de la Gascuña. El partido del
infante, como hemos dicho, se había preparado también, aunque en
breve tiempo, y estaba dispuesto a no cederle el campo en el terreno
de la fuerza. Era, pues, inevitable el llegar a las manos, y el
presentar el triste espectáculo de un combate sangriento entre los
hijos de una misma patria: y el motivo u ocasión no se hicieron
esperar.
Hallábanse los Centellas con su gente sobre la plaza
fuertísima entonces de Burriana, que pertenecía a las fuerzas del
Conde de Urgel. Este, para ahuyentar a los Centellas y desahogar la
plaza, envió las tropas extranjeras que tenía, al mando del
acreditado caudillo D. Ramón de Perellós, vizconde de Roda. El
Infante de Castilla, que estaba acorde con el Gobernador de Aragón,
creyóse entonces autorizado con esto para hacer entrar las suyas
desde Requena, bajo la dirección del Adelantado de Castilla D. Diego
Gómez de Sandoval; y el Gobernador de Valencia a la vez, salió
también de la Capital con numerosa hueste, a fin de aislar las
compañías castellanas. Pero no habiéndolo podido conseguir por
haberse estas reunido muy pronto con las aragonesas, trató de dar a
entrambas un golpe mortal y decisivo, fiado en la superioridad
numérica de sus soldados y en su excelente y probada calidad.
Avistáronse los dos ejércitos junto al Grao de Murviedro.
El Gobernador, que esto deseaba, se empeñó en que había de dar la
batalla, contra el requerimiento de dos caballeros notables, que de
orden del Papa Benedicto le habían comunicado sus vivos deseos y
autorizada voluntad de que no pelease, de que no quisiese tentar a
Dios, y destruir en una hora, o en breves momentos, aquel hermoso
Reino; exponiéndose él mismo innecesariamente con el solo hecho de
dar la batalla. Pero él ciego y obstinado en su dictamen, se lanzó
al combate, que le fue fatal y funesto, en el estrecho que hay entre
el mar y el Grao de Murviedro.
Entrambas partes pelearon con
brío, con desesperación; pero la balanza de la victoria se inclinó
de un modo completo y decisivo por las armas castellano-aragonesas.
El desgraciado Gobernador Bellerá murió en esta sangrienta batalla;
y con él, tres mil valientes de los suyos, perdiendo además mil y
quinientos prisioneros, entre los cuales se contaban de personas
notables, su hijo D. Arnaldo Guillen de Bellerá, D. Francisco
Vives, y el Justicia de Valencia. El partido vencedor perdió también
dos hombres notables, D. Guillen Ramón de Centellas, y Fernán
Gutiérrez de Sandoval, primo del Adelantado.
Grande fue la
alegría y satisfacción de los vencedores y no muy humanos los
medios empleados para celebrarlas y manifestarlas, según cuenta
alguno de los historiadores; pero nos repugna ocuparnos de lo que
hasta se nos resiste tener por verosímil. El resaltado fue que el
obstinado y satisfecho Gobernador, a pesar de sus 15,000 infantes y
400 caballos, pagó bien cara su terquedad y empeño; y que como
oportunamente dijo el acreditado capitán de su partido D. Ramón de
Perellós (que no pudo hallarse en la acción), veíase ya en esta
inesperada derrota, la poca ventura del Conde, o sea su mala
estrella.
Con este terrible contratiempo, que tuvo lugar en 27 de
Febrero de 1412, cambiaron mucho las cosas de aspecto y de semblante.
Las armas del Conde, tan ufanas y temidas antes en Valencia,
principiaron a decaer y a ser miradas de otro modo; sufriendo además
algunos golpes y reveses humillantes, sino decisivos. Y el Parlamento
de la ciudad de Valencia, que hacía poco se había situado en
Vinaroz, no se tuvo por seguro hasta que se trasladó a la Capital;
con cuyo motivo los del Parlamento de Traiguera mudáronse al
punto a Morella, ganando con ello gran prestigio y autoridad, y
aumentando considerablemente el número de sus adeptos.
El
partido del Conde, que por el contrario se hallaba entonces fuerte y
poderoso en el Principado de Cataluña, hizo los mayores esfuerzos
para reparar en Valencia el mal efecto de la jornada de Murviedro: y
robustecido además con el apoyo publico que le diera el Rey Enrique
de Inglaterra en favor de sus pretensiones, no tardó en acreditar su
actividad y energía; y con ella, aislar, atacar y vencer a las
tropas antes vencedoras de Murviedro, cerca
de Castellón de la
Plana, matándoles en un encuentro, quinientos hombres, con su Jefe
D. Antonio de la Cerda, y cogiéndoles, entre otras, las mismas
banderas perdidas en la rota de Murviedro.
Fueron las tropas
gasconas que mandó el Rey de Inglaterra las que obtuvieron esta
sorprendente victoria; las cuales procedieron con tanta actividad y
sigilo, que pasando el Ebro sin que nadie lo esperase, pudieron
llegar al alcance y sorpresa de las que derrotaron en la Plana, antes
que a ellas se uniesen las destacadas de Aragón y de otros puntos de
Valencia.
Con este triunfo importante y el apoyo oportuno que
dieron las armas extranjeras a los del partido del Conde vinieron ya
estas a nivelarse con las contrarias, y a borrar la memoria del
descalabro de Murviedro.
La
misma actividad y energía que en Valencia desplegaron en Aragón y
Cataluña los partidarios del Conde. No hubo, es verdad, grandes
choques, ni recios combates pero eran vejados y atormentados los
pueblos, sobre todo en el Alto Aragón por el grande apoyo y defensa
de los fuertes de Bolea, Loharre y Novillas, con que contaban las
tropas devastadoras de D. Antonio de Luna.A este punto
llegaron las cosas de la guerra en los tres Reinos de Aragón; y tal
es el cuadro
tristísimo y sombrío que presenta a nuestra vista
la rápida reseña de sus acontecimientos, en el aciago periodo que
dejamos descrito!.
felizmente un poder mágico y poderoso, eficaz e irrecusable para
todos ejercía en medio
de esto una influencia benéfica y
salvadora; la cual dominó los ánimos y las voluntades en una idea
común, puso coto a los pocos guerreros de los partidos, modificó en
gran manera sus condiciones militares; y sin quitarles las armas de
las manos las redujo, en cierto modo, a un simulacro de poder.
Este
elemento admirable y singular eran las Cortes, o sea la Congregación
general de los estados del Reino.Efectivamente, lo mismo los
Catalanes que los Aragoneses y estos que los Valencianos no pensaron
nunca que la cuestión dinástica que se disputaba debiera resolverse
de otro modo que con el legal y aceptable de las cortes: elemento
vital entonces, y expresión viva y genuina de los usos, costumbres,
legislación, y verdadera voluntad nacional del noble, religioso, y
honrado Pueblo aragonés.
Los Catalanes, como ya se dijo,
apresuráronse a enviar a Zaragoza su notable embajada, en demanda de
tan patriótico pensamiento: los Zaragozanos, en medio de su grande
escisión, admitieron por fin los sabios y acertados consejos de los
cuatro grandes varones que atrás dejamos mencionados; los cuales
proponiéndoles la misma idea, les indicaron y añadieron el punto de
Calatayud para el Parlamento general de los Estados, que dirimiese
legalmente
esta famosa contienda; y los Valencianos, sabedores ya
de la marcha y progreso de estos tan ajustados proyectos, acudieron
también a Calatayud a cooperar a ellos, a una con sus
hermanos.
¿Qué se hizo, pues, en favor de las armas? ¿Qué
importancia privilegiada se les dio para resolver con ellas esa
cuestión? A mi modo de ver, lo único que vino a hacerse en puridad,
fue el servirse de ellas como de un medio material para fortificar y
sostener, del mejor modo posible, el imperio de la ley y la
autorizada voz del Parlamento. Este y no otro era el sentimiento
común e instintivo de todo el Reino; en el cual se temía
fundadamente que las consecuencias inmediatas de la lucha fueran la
pérdida de los fueros y libertades. Y con esto se explica sin
dificultad la causa misteriosa de no haberse desarrollado del todo
una sangrienta guerra civil que habría sido funestamente célebre
por la gran división de los
partidos en favor de las personas
designadas por estos para la sucesión a la corona; por la abundancia
de medios y de recursos con que contaban; y por el valor y constancia
que les animaba, y de que hubieran dado pruebas terribles y
asombrosas.
No se vio, pues, otra cosa en nuestro sentir, que
lo que dejamos expuesto: el prestigio poderoso, la acción benéfica
y salvadora del Parlamento general, antes y después de pronunciar
solemnemente su fallo; no pudiendo destruir esta verdad importante
los hechos aislados de algunas parcialidades disidentes. ¡Y por
cierto que es grande ventaja y beneficio y ofrece un espectáculo
gratísimo y consolador, el ver sometida una cuestión tan árdua y
complicada como esta, al tribunal supremo de la razón y de la
justicia, en vez de encomendarla al ciego instinto de las pasiones, o
a los azares peligrosos de la fuerza bruta !
XI
Pero
¿dónde estaba este Parlamento potente y moderador, que tanta
influencia ejercía?
¿No se disolvió ya en Calatayud en lo
últimos días de Mayo, sin que lo hayamos visto reaparecer, y sin
que haya sido remplazado por otro alguno de igual clase o categoría,
en cerca de un año de revueltas transcurrido? ¿Quien pues, ha
tomado su nombre, o ha obrado en su virtud?
Ya se recordará
oportunamente la acertada disposición que en aquella ciudad se tomó,
de que
cada Reino eligiere su Parlamento en los confines de
Aragón, para que de este modo pudiesen comunicarse todos entre si, y
convenirse mutuamente en el modo y manera de resolver la gran
cuestión de dar un heredero y sucesor a la corona; siendo la villa
de Alcañiz la designada para el Parlamento aragonés. Pues bien;
desde entonces en adelante la acción legal, o el influjo de estos
Parlamentos, o bien sea el prestigio y autoridad de aquel que por sus
circunstancias especiales era más atendido o ejercía sobre los
demás mayor predominio; éste en particular y todos en general según
su índole y circunstancias, suplían y hacían las veces y voces del
Parlamento general de los Estados, que por mutuo convenio
representaban.
Sentados estos principios, a nuestro parecer
inconcusos, fácil es demostrar con la historia en la mano, el
papel principalísimo que desempeñó en esta época el Parlamento de
Alcañiz, y lo mucho que contribuyó con su grande unidad y poderoso
ascendiente, a que no se desbordaran más y más las pasiones,
llegando a tener la suerte de unir al fin los tres Parlamentos en una
idea común e idéntico pensamiento, para reelegir y sancionar estos
la elección de los nueve Jueces Compromisarios que él mismo hiciera
y propusiera, y que con los amplios poderes basados en los principios
de justicia y de la pública conveniencia del país, fallasen en
Caspe la causa importantísima de la sucesión a la corona.
Disuelto el Parlamento de Calatayud (en que el estado general
de los ánimos y el flujo y reflujo de las pasiones y de las ideas no
habían podido aun madurar la ocasión oportuna de que se llegase al
punto crítico y temeroso de declarar resueltamente un sucesor a la
corona no tardó ya mucho en reunirse en Alcañiz el Parlamento
aragonés. La muerte violenta del Arzobispo de Zaragoza, la actitud
impolítica e ilegal del Conde de Urgel, y el calor impetuoso de los
Valencianos reclamaban con prontitud, con urgencia, la acción
sensata y popular de los Parlamentos. Y por eso el de Alcañiz, tan
importante por ser el eco fiel del Reino de Aragón, por ser la
cabeza y principio de los demás, y por sus notables y reconocidas
preeminencias; no podía, no debía diferir o retardar su reunión.
fueron sin embargo las dificultades que opusieron las circunstancias
y los hombres, a esta ansiada reunión, hasta que por fin se verificó
en dicha Villa y se celebró con grande solemnidad en la Iglesia de
Santa María la Mayor, en el día 10 de Setiembre del mismo año de
1411, ministrando en ella los oficios divinos el Abad de Santa Fé
del Orden de San Bernardo. Antes de esta fecha habían acudido ya el
Gobernador del Reino Gil Ruiz de Lihori, el Justicia mayor Juan
Jiménez Cerdan, y el célebre Berenguer de Bardagi; y luego después
los nombrados en Calatayud, añadiéndose a estos los Ricos
hombres, por cartas de llamamiento expedidas por el Gobernador y el
Justicia.
He aquí los nombres de estos, que por ser un hecho tan
señalado, insertamos a continuación: D. Pedro Ladrón, Vizconde de
Villanova y Señor de Manzanera; D. Fernán López de Luna, hermano
de la Reina Doña María de Aragón, que vivió poco tiempo después
de este llamamiento; D. Pedro Jiménez de Urrea, D. Juan de Luna y
Urrea, y D. Jimeno de Urrea
sus hermanos; D. Juan Martínez de
Luna, y D. Juan de Luna su hijo; D. Pedro Galcerán de Castro; D.
Artal de Alagón; D. Arnaldo de Eril; D. Guereau de Espés; D. Juan
Fernández de Híjar; D. Francés de Alagon; D. Juan Jiménez de
Urrea; y los herederos de D. Pedro Fernández de Vergua, y de D. Luis
Cornel. Excluyéronse de este llamamiento a D. Antonio de Luna, al
Castellán de Amposta D. Pedro Ruiz de Moros, al Comendador Mayor de
Montalbán D. Pedro Fernández de Híjar, y a D. Juan Ruiz de Luna,
por la causa que contra ellos se seguía en Zaragoza por la muerte
dada al Arzobispo y favor dispensado al homicida. Pero a las personas
nobilísimas que atrás hemos nombrado, hay que añadir la muy
distinguida del Obispo de Huesca y Jaca D. Domingo Ram, hijo ilustre
de esta ciudad de la noble casa de los Condes de Samitier, a quien el
Sumo Pontífice (D. Pedro de Luna) concedió venir a este Parlamento,
en virtud de una comisión especial que se le mandó al efecto para
obtener esta
gracia, por ser el sobredicho Obispo un famoso
letrado, y muy apto para los negocios importantes del Reino.
Alcañiz D. Ramón Alaman de Cerbellon y a D. Juan de Luna; y la
guarda de la plaza y ciudad a los caballeros Berenguer de Ariño y
Astor Zapata, quedando muy asegurada su defensa de toda invasión,
con la buena gente de guerra que la guarnecía.
La comisión
catalana dejó en Alcañiz la mitad de sus individuos, y la otra
restante pasó a unirse con los del Parlamento de Tortosa: los
valencianos mandaron aquí también a sus Embajadores; y hasta el
Infante de Castilla hizo que no abandonasen nunca este local dos
hombres célebres que envió, sin pérdida de tiempo, en el interés
de su causa y pretensiones. Tales fueron D. Diego Gómez de
Fuensalida, Abad de Valladolid, y el Doctor D. Juan
Rodríguez de
Salamanca; hombres muy listos y entendidos, que según nuestros
historiadores, no paraban desde Alcañiz de recorrer todos los puntos
convenientes, tratando con gran sagacidad y empeño, ya con el Papa,
ya con los Aragoneses y Catalanes.
Pero no marcharon los
Valencianos con la unidad y concierto que les conviniera, y que tanto
les recomendaban sus propios intereses. Ansiosos allí los bandos
contendientes de asegurar la acción y el fallo de los Parlamentos,
quiso cada uno tener el suyo, destruyendo así con una ilegalidad
esencial, la fuerza legal que buscaban, y que no podían encontrar en
congregaciones bastardas e incompatibles, como ya hemos indicado.
Los partidarios del Infante de Castilla fueron en esto los
más culpables; pues no conformándose con el Gobernador de Valencia,
que convocó en la capital el Parlamento valenciano, formaron y
reunieron también el suyo fuera de la ciudad. Trasladado después
este a Trahiguera, lo hizo aquel a Vinaróz, existiendo
entrambos en estos puntos, cada cual con
su idea y con su empeño,
sin cejar en su antagonismo sistemático. Sus alternativas locales
fueron volverse el de Vinaróz a Valencia después de la rota de
Murviedro, y avanzar entonces el de Trahiguera a Morella.
El
Parlamento catalán se reunió en Tortosa por orden de Gobernador y
convenio mutuo de las partes, en 17 de Agosto del mismo año;
acudiendo a él todos los convocados, y tres Diputados del Reino de
Mallorca, que siempre estuvo en paz.
El intrépido Conde de
Urgel, que como hemos dicho tuvo el mal acuerdo de declararse
Gobernador del Reino, siguió también el mal camino de consentir y
cooperar a que se convocase y reuniese en Mequinenza otro Parlamento
aragonés (que solo podía ser ilegitimo e intruso) para minar y
destruir, si le era posible, al Parlamento de Alcañiz. Y llamamos a
aquel ilegítimo y legítimo a este, porque así lo reconocieron
todos los Parlamentos, no obstante
las grandes simpatías que los
más de ellos tenían por la causa del Conde, y constarles
positivamente la distinta opinión y tendencias del de Alcañiz. El
haberse acordado en Calatayud su elección y nombramiento, y el
haberse expedido por el Gobernador del Reino y el Justicia mayor las
cartas de convocación para el mismo, fueron los grandes y sólidos
fundamentos que tuvieron para pensar de este modo. Por manera que la
circunstancia de estar o no convocados los Parlamentos por los
Gobernadores respectivos de las provincias, era según la opinión
dominante, lo que decidía de su validez o nulidad.
Pero como
estaban los ánimos tan agitados; como los medios violentos, que no
podían funcionar en la esfera de los principios constitutivos del
fuero aragonés, no estaban tampoco recomendados por la prudencia; y
como los individuos de todos los Parlamentos aparentaban querer dar a
sus acuerdos la forma legal de su amor y respecto a las
constituciones del País, pregonando además incesantemente, que su
ardiente deseo era que se diese la corona al que de derecho y
justicia le correspondiera; por eso mismo se necesitaba gran pulso y
comedimiento, mucha perspicacia, y una clara intuición para sacar
luz de las tinieblas, y bien del mal. Y esto fue lo que hicieron y
alcanzaron los hombres eminentes del Parlamento de Alcañiz; por el
gran prestigio de sus nombres, tan conocidos y apreciados en los tres
Reinos; por su puro origen y legítima procedencia del Parlamento de
Calatayud; y finalmente por
el tacto y tolerancia con que a todos
oían y a todos atendían, accediendo o desechando justamente sus
demandas; pero viniendo en substancia a influir con todos y
dominarlos a todos, como suele hacerlo siempre la sabiduría cuando
va acompañada de la razón y la prudencia.
Para
que se vea que no son exagerados nuestros elogios, no es menester más
que bosquejar en breves palabras los retratos de los hombres más
célebres e influyentes de este Parlamento; o lo que es lo mismo, de
aquellos expertos pilotos, que con tanta destreza dirigieron el timón
de la nave del estado, combatida constantemente por las borrascas
tempestuosas de aquel turbado mar de las pasiones.
¿Quién ha
leído sin admiración en nuestros rectos y concienzudos Analistas e
Historiadores, los nombres ilustres y respetables de Juan Jiménez
Cerdán, y de Berenguer de Bardagí?
este, ya digimos con Zurita, que entre todos los hombres de su
tiempo, era en prudencia, letras y consejo muy señalado varón, y de
una experiencia consumada en los más grandes y difíciles negocios
del Estado. (1) Y de Cerdán, decimos ahora con todos los
historiadores, que era el Justicia más docto, más prudente y más
celoso, que habían conocido los aragoneses; y que acaso no hubo
jamás otro tan digno, mientras duró esta institución.(1)
Y no solo se encarece esto por Zurita y por algunos escritores de
aquel tiempo, como son Lorenzo de Vala y Alvar García, sino que este
añade, que Berenguer de Bardagi fue hombre generoso de solar de las
montañas de Aragón, descendiente de un distinguido caballero de
Ribagorza llamado Berenguer de Bardagi, que figuró en tiempo de
D. Ramón Berenguer, Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón.
Durante el famoso interreino de que nos ocupamos, contrajo aquel
grande amistad con el Infante de Castilla, auxiliándole con recursos
pecuniarios de que sin duda abundaba. Ello es, que en el testamento
que en el año 1415 otorgó en Perpiñán el Rey D. Fernando, dispuso
que se pagasen a Berenguer de Bardagi cuarenta y cinco mil florines
que le había adelantado para la prosecución de su derecho a la
corona de Aragón. Y al año siguiente, en que ya no vivía el Rey,
su hijo D. Alonso heredero de la Corona, le dio la villa de Pertusa y
sus Aldeas, en enmienda de veintinueve mil florines de dicha deuda,
siendo ya entonces Bardagi Señor de la Baronía de Antillon y otros
Lugares.
Pues sin contar otras personas distinguidas de casas
nobilísimas de Aragón, deben entrar también a alternar y asociarse
dignamente con aquellos, el acreditado Gobernador del Reino D. Gil
Ruiz de Lihori, y el sabio y virtuoso Obispo de Huesca y Jaca D.
Domingo Ram (después Cardenal y Virrey de Sicilia) de quien ya atrás
hemos hablado. El primero fue
muy estimado en el Reino por sus
relevantes prendas de probidad, valor, prudencia y celo infatigable
por el bien público; y el segundo, por sus bellas cualidades y
profundos conocimientos en ambos derechos, que acreditó en cargos
importantísimos
confiados a su instrucción y talentos, por los
Monarcas del Reino y la Santa Sede.
Otro personaje todavía
más célebre e influyente debe ocupar un lugar distinguido en esta
revista:
y este es el famoso Pontífice aragonés D. Pedro de
Luna, titulado entonces Benedicto XIII; varón de gran caudal
científico y de rígidas costumbres, y uno de los primeros
canonistas de su tiempo. La conducta prudente, y en algún modo
reservada, que observó en la marcha y dirección de los negocios
públicos nos impide el poder deslindar con toda precisión y
exactitud su verdadero carácter político y la parte activa y
manifiesta que tomara en esta cuestión; aunque todos los
historiadores convienen en atribuirle un gran deseo e interés por la
causa del Infante de Castilla, de quien se cree esperaba mucho apoyo
para el sostenimiento de su Pontificado, en los Reinos de Castilla y
Aragón. Pero sea de esto lo que quiera, es lo cierto que estuvo
mucho tiempo en Alcañiz, y con él su grande amigo y Director
espiritual San Vicente Ferrer: y que aquí, lo mismo que en todas
partes, trabajó mucho por la paz y por el orden, por aquietar los
ánimos y por evitar la efusión de sangre; no escaseando su
presencia en Zaragoza, en Calatayud, en Tortosa, en Valencia, en
Caspe y en los mismos Parlamentos, para recabar de ellos dichos
bienes tan preciosos; aunque viéndose siempre al trasluz sus deseos
y simpatías por el Infante de Castilla. ¡Lástima grande, que la
clara razón de esta ilustrada inteligencia se obscureciese y
ofuscase hasta el punto de una culpable terquedad después de reunido
el Concilio de Constancia algunos años más adelante, enagenándole
esta conducta la amistad y apoyo de San Vicente Ferrer, y de
todos sus amigos y buenos cristianos que amaban sinceramente la paz
de la Iglesia!
Pero en la ocasión presente, no se hallaba en
este caso: estaba en estos Reinos con todo el prestigio y poder de su
autoridad papal; y por eso debía ser grande su valimiento, y
contribuir no poco al poderoso ascendiente del Parlamento de Alcañiz,
que estaba en sus ideas, y cuya circunstancia estamos demostrando
ahora.
XIII
Vivas y activas fueron las comunicaciones
que este Parlamento tuvo con los otros, y estos con él; además de
las gestiones habituales de los Comisionados y Representantes que
todos tuvieron aquí. El gran prestigio del Justicia de Aragón y de
los esclarecidos varones de que acabamos de hablar, juntamente con la
autoridad y legitimidad de este Parlamento daban a sus resoluciones y
medidas grande peso y valor. Solo el de Mequinenza promovido y
acaudillado por el ya impopular D. Antonio de Luna, era el que no
solo no quería escuchar ni oír su voz, sino que trabajaba con el
mayor ahínco y constancia por destruir del todo su validez y
existencia. ¡Vano empeño! Los demás Parlamentos, por más
simpatías que tuvieran por la causa que sustentara el de Luna, no
podían rebajarse a servirla hasta el punto de hollar los fueros de
la razón y de la justicia, sobre los cuales descansaba la
Congregación de Alcañiz, elegida legalmente en Calatayud por los
mismos Parlamentarios de Mequinenza. Así fue, que todas sus
gestiones e intentonas fracasaron completamente en sus manos, como no
podía menos de suceder, sufriendo con esto el más humillante
baldón.
El Parlamento de Alcañiz que admitía con placer a
los Representantes del de Tortosa (que reputaba por legítimo) se
negó a admitir en su seno a las personas distinguidas que eligió el
de Vinaroz, mientras estas no fueran también elegidas y aprobadas
por el Parlamento de Trahiguera; llevando en esto la mira acertada de
destruir la división de los ánimos y la multiplicación de los
Parlamentos, pues que estaba altamente persuadido, de que con esta
conducta contribuiría eficazmente (como así sucedió) al feliz
resultado que tanto deseaba. Unicamente permitió (porque esto no
podía ni debía prohibirlo) que tuvieran estos aquí sus agentes y
Procuradores, como ya se ha dicho; siéndolo muy activos y eficaces
D. Miguel Galcerán de la Sierra, de parte del Parlamento de Vinaroz,
y D. Pedro Pardo de la Casta, de parte del de Trahiguera.
Quien
anduvo en esto muy listo y mandó a Alcañiz oportunamente una
solemne y magnífica embajada fue el Infante D. Fernando en unión
con su sobrino D. Juan II Rey de Castilla. Componíalo esta de D.
Sancho de Rojas Obispo de Palencia; D. Alfonso Enríquez, Almirante
mayor de los mares de Castilla y tío del Infante D. Fernando;
D. Diego López de Estúñiga, Justicia Mayor de la casa del Rey de
Castilla; los Doctores Pedro Sánchez del Castillo y Juan Rodríguez
de Salamanca; y el Arcediano de Almazán, Gonzalo Rodríguez de
Neira.
El Parlamento Catalán, al saber oficialmente la
venida de esta esplendida embajada, envió también la suya compuesta
de sujetos de grande importancia; llegando a esta ciudad al despuntar
el año 1412, pocos días después que la embajada castellana.
He
aquí los nombres de estos respetables varones. El Arzobispo de
Tarragona D. Pedro de Zagarriga y D. Felipe Malla, por el estado
eclesiástico; Micer Guillen de Valseca y Azbert Zatrilla Doncel, por
el militar; y por las universidades, Juan Dezplá, Síndico de
Barcelona y Juan de Ribasaltas por Perpiñán.
Notables
fueron las manifestaciones que se hicieron y las espiraciones que se
dieron, en la solemne Junta que se celebró para la recepción de los
Embajadores castellanos. El primero que habló en ella y explicó el
objeto importante de su misión fue el Obispo de Palencia. Versó su
arenga, primero sobre el derecho que en su sentir tenía el Infante a
la Corona de Aragón, ofreciendo presentar más largas y robustas
pruebas por medio de sus Letrados. En seguida pasó a ponderar la
confianza que hacia el infante de la fidelidad y rectitud de los
Aragoneses, en cuyas manos, más bien que en la suerte de las armas,
quería poner la justicia de su causa,
no obstante las grandes
probabilidades que aquellas le daban. Hizo magníficos elogios del
valor, prudencia y relevantes prendas de D. Fernando, y concluyó su
bien meditado discurso con esta fina y política indicación; que
así al Infante como al Rey su sobrino les serla muy sensible que las
tropas castellanas, que solo habían entrado en Aragón por haber
sido llamadas como auxiliares, hubieran sido molestas y gravosas en
algún concepto; y que estaban dispuestos a satisfacer y cubrir todos
los daños o gastos que hubieren ocasionado. Y después de esto
de los cumplimientos ordinarios, se dio por terminada aquella sesión.
Pasados algunos días, en que se meditó y deliberó
detenidamente lo que convenía a tan grave negocio, convocóse otra
vez la gran Junta; y Berenguer de
Bardagi en nombre del Parlamento de Aragón, contestó de esta manera
a la embajada castellana: que para declarar sobre el arduo y
urgentísimo negocio de la sucesión del Reino, deseaba el Parlamento
aragonés concurriesen a este grande acto todos los demás
Parlamentos de la Corona; pero que si estos rehusasen este concurso,
el Parlamento de Aragón como cabeza de los Reinos y haría por si
solo la justa declaración en favor de aquel que debiera reinar. Y
sobre la indicación que hizo el Obispo de Palencia acerca de las
tropas castellanas, dijo terminantemente; que éstas se portaban con
más moderación que las mismas del País; y que por lo tanto,
ninguno podía tener de ellas queja alguna, ni exigir la reparación
de ningún daño.
En otra
solemne reunión, los Diputados catalanes hicieron presente al
nuestro, en nombre de su Parlamento, estas importantes observaciones:
que los deseos del Principado eran, que se eligiese por Rey al que
más le perteneciese serlo en justicia: que esta elección se hiciese
como se había indicado, entre todos los miembros de la corona; y en
fin, que siendo iguales sus deseos que los manifestados por el
Parlamento de Aragón (como ellos creían de su rectitud), esperaban
se les propusieran los medios que les pareciesen mejores y más
conducentes para llegar a este grande e importante resultado.
A
tan noble, patriótica y prudente propuesta del dignísimo Arzobispo
de Tarragona, contestó el respetable Obispo de Huesca con la
gratitud y satisfacción que eran debidas, y luego remitió el punto
capital de la cuestión al acreditado jurisconsulto y hombre de
estado Berenguer de Bardagi, cuyo voto pesaba tanto en estas
deliberaciones. Este, con el aplomo y sabiduría de sus acuerdos, se
explicó de este modo terminante: que la intención y deseos del
Parlamento de Aragón eran los mismos que los del Parlamento de
Cataluña: que para el logro del gran fin que todos anhelaban, sería
lo mejor y más acertado el que se nombrasen algunas personas en
quienes concurriesen las circunstancias de prudencia, honradez y
doctrina, correspondientes a tan elevado objeto; y que estas
examinasen con gran madurez los derechos de los Príncipes
pretendientes, y dieran después la sentencia a favor del que
juzgasen más acreedor en justicia. Tal fue el acuerdo
importantísimo del Parlamento de Alcañiz, que mereció la
aprobación de la Comisión catalana, y que no tardó en llevarse a
cabo, por ser el más conforme al bien del País, y por haber sido el
objeto constante de sus deseos.
Habíase pues, dado un paso
avanzadísimo, y no era menester más que poner en ejecución lo
acordado. A este objeto se dispuso que el Parlamento de Aragón
eligiese catorce personas de su seno, para que en unión con las que
habían venido de Tortosa (competentemente autorizadas para ello por
aquel Parlamento) pasasen a establecer las bases convenientes y
necesarias para la realización de tan grave negocio.
El Papa
Benedicto, que estaba entonces en Alcañiz, trabajó sobremanera para
esta elección, ilustrando antes la conciencia del Parlamento
alcañizano, y la de todos los demás, con una luminosa exhortación,
llena de santas máximas y de prudentes y sabias advertencias.
Hízose, pues, armoniosamente la elección en la Iglesia de Santa
María la Mayor; y los nombres ilustres de los Lihoris, Cerdanes,
Berengueres de Bardagi, Rams, Cerbellones, y del Canónigo Juan del
Arcipreste, en representación del Arzobispo difunto, alternaron
dignamente con
los Zagarrigas, Mallas, Valsecas y Arnaldos de
Cervellón, hombres todos de gran nombradía, juntamente con los
demás que dejamos de enumerar.
Procediendo estos con el
mejor acuerdo y con la más perfecta armonía, arreglaron ya todos
los puntos y bases preliminares para dar cima al colosal negocio de
la declaración, del derecho a la Corona, que tantos desvelos, afanes
y dificultades había costado hasta entonces. Y de este modo quedó
definitivamente acordado; que los Parlamentos de Tortosa y Alcañiz
habían de elegir en breve plazo, nueve personas de ciencia y virtud,
que en nombre de todos los estados del Reino, declarasen y fallasen
sin apelación este gran pleito de la Monarquía: que el punto de la
reunión de los Nueve había de ser la villa de Caspe: que se había
de hacer una notificación cortés, y no oficial, a los
Pretendientes: que en adelante no se habían de molestar ni perseguir
las opiniones de los partidos hasta el presente sustentadas; y de
este modo, en fin, quedó resuelto y determinado por la expresada
Comisión mixta, competentemente facultada para ello, el tiempo y
duración del Parlamento general de los
Estados del Reino,
representado por los Nueve, y el modo y manera de hacer la elección
y declaración del nuevo Monarca.
Esta notable sesión que se
celebró en el día 15 de Febrero, y que vino a coronar dignamente
los perseverantes esfuerzos de tantos y tan celosos patricios, puso
también término al cargo importantísimo confiado a los
Comisionados aragoneses y catalanes; dirigiéndose ya estos últimos
a Tortosa para dar cuenta de todo a su Parlamento, con la prudente
reserva que se había convenido guardar.
¿Y
qué hacían mientras tanto los Parlamentos de Valencia? ¿Qué
meditaban allí los partidos, y qué adelantaban los armas? ¿Podían
menos de sentir todos, en su propio beneficio, la autoridad y fuerza
del Parlamento aragonés, robustecido y apoyado con la conformidad y
anuencia que le prestara el Catalán, v las muestras especiales de
benevolencia de la Embajada castellana?Así fue en efecto: y
desde esta fecha puede decirse que lo mismo los Parlamentarios que
representaban las tendencias y simpatías del Conde de Urgel que las
del Infante de Castilla, emprendieron ya otro camino más acertado;
aunque tropezando siempre con la falta de unidad y armonía, que los
postergaba y excluía del concierto general.
Por lo demás,
los partidos beligerantes, agriados y aguijoneados por sus mutuos
reveses y contratiempos, más bien empuñaban y esgrimían las armas
por rencor y por venganza, que por dar fin a esta cuestión de otro
modo que del que veían tenía el asentimiento general de los tres
Reinos. Sin embargo, los esfuerzos desesperados que hacían a la
sazón el Conde de Urgel y D. Antonio de Luna; el golpe rápido y
atrevido de Castellón de Burriana; y los serios
preparativos
para una invasión extranjera, que se estaban haciendo con actividad
en Francia (1) exigían que se diese un impulso decisivo a la marcha
de los negocios parlamentarios: que se afrontasen pronto las
dificultades; y que no se aventurase la sabia y penosa combinación
de tan bien concertados planes y disposiciones, con una tardanza
peligrosa y excesivamente prudente, que podría destruir o entorpecer
en un momento desgraciado los grandes
frutos que de aquella se
esperaban. Y tanto más todo esto era preciso y necesario, cuanto que
en el Parlamento de Tortosa cundía y fermentaba una gran división
en los ánimos, ocurriendo diariamente serias disputas y recios
altercados con motivo de la elección de los nueve Jueces
compromisarios.
(1) El Rey de Francia y la Reina de Sicilia y
Jerusalén Doña Violante, habían enviado ya a los Parlamentos de
Barcelona, de Tortosa y de Alcañiz una ostentosa embajada compuesta
del Obispo de Santa Flor, del Presidente del Parlamento de París,
del Senescal de Carcasona, del Conde de Vendosme y otros personajes,
en demanda del derecho y preferencia que aspiraban se adjudicase y
diese al Conde de Guisa y Duque de Anjou. hijo primogénito de la
Reina, en la competencia de la sucesión a la corona de estos Reinos.
Y como quedaron poco satisfechos
del rumbo de las cosas y del
escaso favor y partido que aquí alcanzaba su causa, se manifestaban
abiertamente hostiles y amenazadores, a más de las protestas y
recusaciones que inútilmente presentaron en Caspe.
Fundado,
pues, el Parlamento de Alcañiz en tan graves y poderosos motivos, y
creyendo ya llegado el caso supremo de no dar más treguas a las
deliberaciones y de obrar con resolución; procedió por si solo a la
propuesta y nombramiento de los nueve Jueces árbitros, que en nombre
de todos los estados de Aragón, habían de elegir por Monarca de los
mismos al que creyesen más digno y merecedor en justicia. Esta ardua
y temerosa elección, la
confió el Parlamento a dos solos
hombres; pero puros, populares, incorruptibles, dignos de que se
pusiera en sus manos una corona, para que de ellas pasase inmaculada
a la cabeza del que a ellos pluguiera colocarla: ¡dignación
sorprendente, y pocas veces vista en la serie de los tiempos!
Estos
dos esclarecidos varones eran D. Gil Ruiz de Lihori Gobernador del
Reino y D. Juan Jiménez Cerdán Justicia Mayor, los cuales sin
demora eligieron en primer lugar a los tres Jueces compromisarios de
Aragón, que fueron el ilustrísimo Sr. D. Domingo Ram Obispo de
Huesca y Jaca; Francisco Francés de Aranda natural de Teruel, en
aquel entonces Donado de la Cartuja de Portaceli, y antes Caballero y
hombre eminentísimo del consejo del Rey, y gran valido del Papa
Benedicto; y Micer (Abogado) Berenguer de Bardagi, del cual y del
primero hemos dado ya noticia.
En segundo lugar fueron
elegidos por el Principado de Cataluña el Arzobispo de Tarragona D.
Pedro Zagarriga, gran letrado y canonista; Micer Guillen de Valseca,
el hombre más docto y político de Cataluña; y Micer Bernardo de
Gualbes Síndico de Barcelona, muy acreditado por sus luces, probidad
y abundantes riquezas.
Y finalmente, por el Reino de Valencia
eligieron a D. Bonifacio Ferrer, Gran Prior y General de la Cartuja,
muy apto para las letras y para los negocios, lo mismo que para el
retiro y vida del claustro; al Maestro Fr. Vicente Ferrer su hermano,
el grande apóstol y Santo de su siglo,
siempre dispuesto a
trabajar y sacrificarse por la Iglesia y el Estado; y a Micer Ginés
de Rabaza, muy estimado en Valencia por sus vastos conocimientos
jurídicos y políticos.
Tal
fue la excelente elección que hicieron en Alcaniz el Gobernador del
Reino y el Justicia mayor precitados, en el día 12 de Marzo del año
1412.Desde este mismo momento, puede decirse que cambiaron
ya las cosas de aspecto y de semblante. Las nubes opacas y sombrías,
preñadas de electricidad que cubrían y encapotaban la atmósfera
política de estos Reinos; principiaron a dilatarse, a dividirse, y a
perder su fuerza de cohesión terrible y amenazadora, llegando
últimamente disolverse y aniquilarse del todo en su misma división
y aislamiento. Así es que, el ánimo tranquilo ya y dilatado,
recobra ahora gradualmente sus fuerzas fatigadas y su aliento
comprimido por una larga y no interrumpida serie de sucesos
desagradables, tristes, complicados, llenos de dolorosas impresiones
y de penosos desabrimientos e incertidumbres; y la trama confusa de
tan embrollada urdimbre, viene felizmente a desenredarse y a
funcionar en el ordenado taller de la inteligencia y de la razón,
con la unidad de miras y conformidad de deseos, que la mano hábil de
sabios artistas supo comunicarle e imprimirle.
Tales fueron
los grandes resultados que dio la sabia, prudente y atinada conducta
del Parlamento de Alcañiz, y la oportuna y atrevida resolución de
su fallo solemne y decisivo; el cual mereció justamente la
aceptación general con que se lo distinguió.
¿Qué estraño
es, pues, que todo en lo sucesivo cambie de aspecto y de semblante, y
que el término de los sacrificios toque ya a su fin?
Por eso
la Ciudad de Alcañiz, donde rebosaban tantas notabilidades
forasteras atraídas por sus circunstancias especiales, se entregó
al punto al regocijo y alegría; y en medio de los plácemes y
enhorabuenas que se dieron en el día de la publicación de la
sentencia (que se hizo con gran pompa y solemnidad), nadie pensaba ya
en lo poco que faltaba que hacer, aunque en lo sustancial del
caso era mucho.
Con
pasmosa rapidez se notificó e hizo saber a los individuos del
Parlamento de Tortosa, por medio del Comisionado D. Juan Sobirats, la
elección y nombramiento hechos por el Parlamento de Aragón;
aconsejándoles y requiriéndoles para que eligiesen y nombrasen las
mismas personas, en las cuales se encontraban tres de cada Provincia,
de aquellas más dignas, más simpáticas y más aceptables para
todos los partidos. Y como en Tortosa se encontraban ya los
Embajadores valencianos, que por fin habían ido a aquel punto con
amplios poderes para el arreglo definitivo; juntos con ellos los
veinticuatro individuos que componían el Parlamento de Cataluña,
eligieron los mismos nueve Jueces compromisarios; haciendo en seguida
Juan Sobirats, en nombre del Parlamento Aragonés, una nueva y
solemne elección y confirmación de las mismas personas.Fue
esto de grande admiración, dicen los historiadores; porque sin
embargo de haber entonces tanta pasión y empeño, y de no coartar la
libertad de un modo absoluto el nombramiento hecho en Alcañiz,
vinieron todos a elegir los mismos, fuera de uno tan solo que
propusieron, con la condición de que pareciese bien al Parlamento de
Alcañiz, y el cual no tuvo por conveniente acceder a la propuesta.
Tal fue el caballero D. Arnaldo de Conques, que aspiraban sustituyese
al célebre y expedito D. Bonifacio Ferrer.
Todos los
elegidos, dice Zurita, eran personas tan graves y de tan excelentes
partes, que cada uno en su grado de excelencia, merecía ser nombrado
Juez de tan grande hecho. Pero la religión y santidad de aquel
bienaventurado varón Fr. Vicente Ferrer, resplandecía entre lodos
COMO VERDADERO LUCERO; y no parecía que con aquella guía se podían
desviar del camino de la justicia, ni se les podía ésta encubrir,
siendo todas, como se ha dicho, muy suficientes para dar conclusión
feliz en un negocio tan grande como aquel, que fue el mayor que había
habido en España después que el Reino se libró del yugo
Mahometano.
¡Pasmosa y providencial elección, decimos nosotros,
que fue aceptada por Catalanes y Valencianos; sin embargo de no ser
obra y hechura suya, y de las naturales prevenciones del espíritu de
partido, y tendencias y aspiraciones distintas que entre ellos
existían y dominaban! A nuestro modo de ver, no cabe duda de que el
elemento religioso y el político, tan populares en aquel tiempo, y
tan hábilmente unidos y enlazados en esta elección con la ciencia y
la
virtud, fueron la causa eficiente y principal del respeto,
adhesión y aprobación general que dispensaron a los nueve claros
varones, hasta, las más opuestas opiniones y hasta los más
encontrados intereses.
No se hallaban en Alcañiz más que
cinco Electores compromisarios, al tiempo de publicar su elección y
nombramiento; y estos eran el Arzobispo de Tarragona, el Obispo de
Huesca, Francés de Aranda, Berenguer de Bardagi, y Bernardo de
Gualbes: por cuyo motivo no pudieron dirigirse todos desde luego a la
villa de Caspe a desempeñar su importantísimo cometido. Pero se les
fueron comunicando todas las disposiciones y medidas que se habían
tomado y acordado por la mencionada comisión mixta, para la
celebración del Parlamento general en Caspe. Una de ellas era, que
para que tuviese validez lo que hiciesen, habían
de concurrir
cuando menos, seis votos de los nueve, y que no faltasen entre ellos
un voto por cada Reino. Dióseles dos meses de tiempo para publicar
la sentencia, prorrogables por otros dos, si no eran suficientes los
primeros; y se nombraron tres Alcaides para la defensión y
custodia de la villa de Caspe y su castillo, cuyo nombramiento recayó
en Domingo
La Naja, ciudadano de Zaragoza; Ramón Fivaller,
ciudadano de Barcelona, y Guillen Zaera de Valencia.
¡De
este modo cumplió el Parlamento de Alcañiz su gloriosa y difícil
misión de concertar los ánimos, y traerlos al punto casi increíble
de una concordia general; empleando para ello raras prendas de celo,
habilidad, constancia y talento, y dando pruebas inequívocas de su
grande autoridad y prestigio!
XV
No más pronto que a
últimos de Abril del mismo año de 1412, pudieron reunirse en Caspe
los nueve Electores compromisarios, con todas las tropas destinadas a
la defensa y servicio de la plaza. Era Caspe ya entonces una Villa
populosa y de comarca fértil y abundante, regada por el Guadalope y
saludada majestuosamente por las suaves corrientes del caudaloso
Ebro. Su proximidad y cercanía de Cataluña y Valencia: la seguridad
que ofrecía su fuerte castillo, entonces de la Religión de San
Juan; y la abundancia y desahogo de sus recursos y edificios; la
hacían digna de esta honra singular con que se la distinguía.
Reunidos, pues, en este punto todas las personas que habían
de intervenir en el gran drama político que nos ocupa, se hizo
primero entrega formal del mando y jurisdicción de la villa y
castillo al Obispo de Huesca y demás compañeros del arbitrazgo,
para que durante el tiempo del Parlamento residiese en él toda la
autoridad y poder jurisdiccional.
Todo el mes de Mayo y los
primeros días de Junio, se emplearon en recibir y dar audiencia a
los muchos Embajadores, Apoderados y Letrados de las partes
interesadas en tan grave negocio; los cuales moviéndose activamente
en el interés de su causa respectiva, presentaban a los nueve Jueces
sus escritos, alegaciones, escrituras, y todo género de instrumentos
útiles que podían convenirles, alegando además de palabra cuantas
razones y argumentos les podían convenir y aprovechar. Y nótese
aquí de paso, que entre los muchos Abogados y Procuradores que
llenaban las calles de Caspe, se contaban también los del Conde de
Urgel; el cual desengañado del triste papel que hasta entonces había
hecho con sus desaciertos, hizo entender al Parlamento caspense, que
se sometía a la justicia de su fallo: lo que sin embargo no fue
obstáculo para que desentendiéndose después de lo prometido,
siguiera otra vez la cadena de sus despropósitos, que con la ruina
de su crédito lo habían de hundir en la sima de su desgracia.
Todavía no estaban los Jueces Diputados a la mitad de estos
sus primeros trabajos (que no dejaban de ser pesados, difíciles,
enojosos y comprometidos de suyo) cuando con sorpresa general llegó
a Caspe un Caballero distinguido de Valencia llamado D. Frances
de Perellós, en demanda de que se relevase del cargo a su suegro
Ginés de Rabaza, por habérsele trastornado el juicio con tanta
balumba de audiencias, negocios y expedientes. Y suplicaba además
con instancia, que se le hiciese entrega de su persona, como así lo
deseaba toda su familia, en cuyo nombre acudía y obraba.
Examinado
en seguida el caso con la detención y madurez que su importancia y
trascendencia reclamaban, se accedió a la petición del yerno de
Rabaza, después de haberse declarado competentemente su incapacidad.
Sin embargo, eran muchos de sentir, que el temor de los compromisos,
le indujo a que su familia diese por él este paso; a cuyo propósito
había fingido ya de antemano cierta abstracción y ensimismamiento,
preludios sin duda de la demencia estudiada, con que intentaba eludir
las dificultades. Mas fuera de esto lo que fuere,
los ocho Jueces
restantes eligieron en su lugar a D. Pedro Beltrán, Doctor en
decretos de la ciudad de Bolonia, hombre doctísimo y de relevantes
prendas; pues estaban facultados por el Parlamento de Alcañiz para
todas las eventualidades. Y con esto, despacharon al miembro, de
todos modos inútil, de Ginés de Rabaza.
Finadas ya las
conferencias preliminares que se tuvieron con las partes
contendientes y aspirantes a la corona (que a la verdad no fueron
pocas, ni de fácil discusión y acomodamiento), encerráronse los
Nueve en el Castillo para madurar su juicio y su dictamen en la
abstracción e independencia de aquel retiro, con el estudio atento y
reflexivo de tan grave negocio.
XVI
Grande fue la
ansiedad de los ánimos durante la corta clausura de tres semanas,
que creyeron
necesarias e indispensables para ilustrar su juicio
y pronunciar su fallo soberano, aquellos esclarecidos varones.
Convencidos estaban todos de que este fallo y declaración del nuevo
sucesor no se separaría de una de dos personas: del Infante de
Castilla o del Conde de Urgel; y bien mirado todo, las probabilidades
estaban por el primero. Así debieron comprenderlo el segundo y sus
parciales, cuando tan azorados e inquietos se mostraban; y cuando en
vez de deponer y colgar las armas, se veía que procuraban
asegurarlas más en sus manos. Y así
debieron entenderlo y
reconocerlo también el Rey de Francia y la Reina de Sicilia Doña
Violante, cuando no vacilaron en mandar sus extemporáneas e
improcedentes protestas y recusaciones, que primero en Alcañiz y
después en Caspe, fueron rechazadas y desestimadas como debieran.
A medida, pues, que se acercaba el trance crítico y el
momento supremo y decisivo, llenábanse de sobresalto y ansiedad los
ánimos de los que se temían una derrota; sin que por eso estuvieran
tranquilos y sosegados los que mayores probabilidades contaban.
Porque ¿cuan fácil era a estos una equivocación en el juicio
gratuito y opinativo que del fallo de los Jueces se formaran? ¿Y
cuan expuesto a que no resultase elección, por no poder reunir la
mayoría compacta que se estableció, de las dos terceras partes de
los sufragios, incluyéndose además en ella un voto, cuando menos,
de cada uno de los Electores de las tres Provincias?
Por eso los
días de expectación fueron terribles, congojosos: y la Villa de
Caspe henchida
de personajes distinguidos, de letrados famosos, y
de agentes activos y entusiastas hasta el fanatismo; presentó en
aquella ocasión el cuadro imponente y sombrío de este fatigoso
desasosiego, que veía pintado en los semblantes de estos sus nuevos
moradores, y que reflejaban al vivo la angustia general para algunos
insufrible.
Y esta era puntualmente la que sin interrupción
se iba manifestando inquietamente entre los muchos y poderosos amigos
de D. Antonio de Luna, a parte de los más numerosos del Conde de
Urgel. ¿Qué sería de aquella famosa casa de los Lunas, la más
noble e ilustre de todo el Reino de Aragón? ¿Qué de su actual
dueño y poseedor D. Antonio, triunfando en la elección D. Fernando
el Castellano? Este temor, lo consideraban muchos como un peligro
gravísimo para esta casa célebre; y este peligro, agoviaba y
contristaba en extremo a sus adeptos.
Pero eran infundados,
porque ni los sentimientos generosos del Infante, ni las precauciones
tomadas de antemano por el Parlamento de Alcañiz daban lugar ni
motivo para pensar tan desfavorablemente.
Así lo evidenció el
tiempo, si bien con escaso fruto de parte de los favorecidos.
general de los partidos; la suspicacia, la ingratitud! Y achaque
general del vulgo (muy quejumbroso a la sazón), estimar en menos el
beneficio mayor, por la vista fija y abultada en los inconvenientes
menores, unidos inseparablemente al beneficio!
¡Como si la
prudencia humana y la experiencia aconsejaran otra cosa, que elegir
el partido de un mal menor (que entonces ya es un beneficio mayor)
por evitar el de un mal mayor, habiendo necesidad de elegir entre los
dos, y siendo lícita esta elección!Entrambos achaques se
presentaron como de relieve en aquellos días de prueba; más natural
el primero que el segundo, y más chocante éste que aquel.
Porque ¿qué es lo que se hacía?
¿A qué punto habían llegado
los deseos y los votos de los hombres honrados y de los buenos
patricios?
Al más ventajoso, al único posible en el difícil
camino de la justicia y de la pública felicidad. Todos los demás,
eran inconvenientes, estaban erizados de peligros. No había más
medio: o una desastrosa guerra civil, con intervención extranjera,
con males y desventuras sin cuento, y con la funesta herencia de
odios y venganzas, largas y difíciles de extirpar; o una elección
pacífica y legal, confiada del único modo que era posible, a la
virtud, a la ciencia y al patriotismo del país representado
dignamente en su augusto Parlamento.
¿Quién puede dudar de
que este último medio era el mejor?
¿Y quién puede dudar de
que el gran cúmulo de circunstancias graves, difíciles y casi
insuperables que se necesitaba vencer, honra y favorece en extremo al
país en que esto sucedió y engrandece y sublima a los eminentes
varones que lo llevaron a cabo?
¿A qué fin, pues, vienen las
quejas plañideras del vulgo, y las importunas y extemporáneas
reflexiones de algunos hombres inconsiderados, que con perjuicio de
la causa pública, hacían, en cierto modo, problemática la utilidad
del hecho más grande y sublime que jamás vieran los pueblos?
He
aquí en confirmación de lo dicho lo que, según Zurita, alegaban
los descontentos y los medrosos:
«Como era cosa nunca usada, ni
antes de estos tiempos jamas oída, ponerse al juicio de tan pocos el
derecho de la sucesión de tantos Reinos; era de doler el estado
común de ellos. Considerábase la gloria y renombre de los Príncipes
de aquella casa que por más de quinientos años había durado por
linea de varones desde el primer Wifredo Conde de Barcelona, cuyos
sucesores, que entraron en la posesión del Reino de Aragón, habían
puesto sus vidas en tantos siglos en las guerras de una tan cruel
y larga conquista, para que en
una hora nueve personas de
diversas profesiones y de diferentes naciones, diesen el Reino, que
se había conquistado por las armas y con la sangre de tantos Reyes y
Príncipes, al que más bien visto les fuere. ¿Y quién había de
ser el que mereciese en tanta duda y contienda ser sucesor de la
herencia, con la cual además de la corona iba la gloria de las
victorias y los triunfos de tantos Reyes?
Pues el que fuese
declarado verdadero sucesor, había de mover contra si el odio y las
armas de los Príncipes de la misma casa que competían por la
sucesión.
Representábase por fin, que por derecho y cierta
sucesión de Príncipes de una misma y única familia, habían
reinado los sucesores en el Reino, y nunca por juicio y parecer de
letrados: y todos temían no se hiciese tal declaración, que pusiese
en mayor confusión las cosas, por la venganza y rigor de el
que sucediese de este modo, o por las armas y poder de los que fuesen
desechados. Pero entre tanto (concluye Zurita) los hombres justos y
que estaban cansados de la guerra civil, solo deseaban un Rey
pacífico y digno; y los ambiciosos, como es natural, pensaban más
en su interés, y en medrar y prosperar por la guerra.
Atengámonos,
pues, a esto, y no eludamos el dilema que la muerte del Rey D. Martín
puso a
las cosas del Reino: o la elección, o la guerra. Tal era
la alternativa de la suerte del País: alternativa dura y cruel, que
lo puso todo en tela de juicio, y que no estaba en la posibilidad y
facultades de los que la heredaron el desentenderse de ella, el
saltar por cima de ella, el hacerla desaparecer por completo;
como acontece cuando se da el caso afortunado de haber sucesor y
heredero inmediato, que naturalmente empuña el cetro, sin que sea
fácil el que se lo arranquen la fuerza o la sinrazón.
Pero
antes de terminar este importante punto, traslademos a continuación
la opinión particular de nuestro historiador Zurita, como un
correctivo a la opinión de algunos descontentos u optimistas, que
arriba hemos transcrito del mismo.
Vista dice, la elección
de personas de tanta religión y de tan gran dignidad y autoridad
(que eran dotados de singulares virtudes y excelencias y muy famosos
letrados), todos generalmente los que deseaban que se diese el Reino
al que de justicia lo debía tener, se animaron en gran manera y
desechaban de si toda duda y sospecha, y tenían muy grande esperanza
de que Dios y su justicia y verdad, serían en aquel hecho, en el
cual intervenía aquella santa persona Fray Vicente Ferrer, que era
ejemplo muy esclarecido de toda religión, justicia y penitencia;
cuya predicación, obra y vida, eran tan maravillosas en toda la
cristiandad. Consideraban cuánto habían de aprovechar, y la fuerza
que tendrían las oraciones continuas y predicaciones y
amonestaciones de este santo varón entre tales personas;
habiéndose
visto infinitas veces, que por un solo sermón suyo, diversos
pecadores muy obstinados y grande multitud de infieles, se habían
convertido. Y así se tenía por cierto, que confirmaría en los
ánimos de sus compañeros toda verdad y justicia.
Nada
necesitamos añadir al texto explícito a nuestro exacto historiador.
XVII
Explicado ya suficientemente el estado de los ánimos
y de las opiniones, en que por la importancia del caso hemos creído
necesario detenernos algún punto; pasemos ahora a dar razón y
noticia del desenlace que tuvo este gran drama político, como
término feliz y ansiado de cerca de dos años de revueltas y
trastornos, de trabajos especiales empleados para aquel fin, y de
pruebas sublimes y generosas suministradas para el mismo por el
honrado pueblo aragonés.
Era llegado ya el plazo que
indispensablemente creyeron preciso y necesario los Electores
compromisarios, para formar su juicio y pronunciar su fallo, cuando
reunidos los Nueve en solemne asamblea, dieron principio al grande
acto de la declaración del derecho a la corona de Aragón y
nombramiento personal del heredero y sucesor, que como Rey de estos
estados, había de regirlos y gobernarlos. La votación fue nominal y
motivada; y aunque parecía regular que hablasen primero los
Diputados de Aragón, y entre estos la persona más autorizada (que
lo era el Obispo de Huesca), no sucedió así, por desear todos los
Electores que el varón más eminente en virtud y santidad que allí
había y que era el Maestro Fr. Vicente Ferrer, fuera
el primero
(entre los últimos de la etiqueta, o del orden de las Provincias)
que emitiese su voto, y que guiase e iluminase con él la conciencia
y juicio de todos los demás. ¡Proceder notable y generoso que a
muchos de nuestros antepasados, y señaladamente a casi todos
nuestros historiadores antiguos, les hizo creer y decir, que fue esto
disposición del cielo para declarar, que en aquel juicio intervenía
más la voluntad divina, que la razón, la ley y la costumbre; no
fundándose por lo tanto esta declaración en solas las letras y
humana sabiduría!
He aquí como formuló su parecer y emitió su
voto aquel gran Santo:
“Que según lo que podía alcanzar en su
entendimiento, los Parlamentos y los súbditos y vasallos de la
corona de Aragón, debían
prestar su fidelidad al ínclito y magnífico Señor D. Fernando
Infante de Castilla, nieto del Rey D. Pedro IV de Aragón, Padre que
fue del Rey D. Martín, como a más propincuo varón de
legítimo matrimonio, y allegado a entrambos en grado de
consanguinidad del Rey D. Martín: y le debían tener por verdadero
Rey y Señor, por justicia, según Dios, y en su conciencia.”
Tras
de este, hablaron los cinco Jueces siguientes: el Obispo de Huesca,
Bonifacio Ferrer, Bernardo de Gualbes, Berenguer de Bardagí, y
Frances de Aranda; los cuales dijeron terminantemente y por orden
sucesivo, “que se conformaban con el parecer e intención del Padre
Maestro Fray Vicente Ferrer.”
Separándose de estos el
respetable Arzobispo de Tarragona, se explicó en estos términos:
«Que según su entendimiento y lo que con él podía alcanzar, creía
y era de parecer, que consideradas muchas cosas, era el Señor
Infante D. Fernando más útil para el regimiento de este Reino, que
ninguno otro de sus competidores; pero según justicia, Dios, y buena
conciencia, juzgaba que el Duque de Gandía y el Conde de Urgel, como
varones legítimos
y descendientes por linea recta de varón de
la prosapia de los Reyes de Aragón, eran mejores en derecho: y que
al uno de ellos, pertenecía la sucesión a la corona del Reino. Pero
que por ser iguales en grado de parentesco con el postrer Rey, creía
que podía y debía ser preferido aquel de los dos que fuese más
idóneo y útil a la República. Y protestaba, que por esto no
entendía, ni era su ánimo, hacer perjuicio al derecho que D.
Fadrique de Aragón Conde de Luna, tenía al Reino de Tinacria
(Sicilia).»
Guillen de Valseca, Diputado también de
Cataluña, se conformó con lo manifestado por el Prelado
Tarraconense, añadiendo además: «que en el caso indicado por el
Arzobispo, de que debía ser preferido aquel que conviniese a la
República en igualdad de derecho, tenía por más idóneo al Conde
de Urgel, el cual debía ser antepuesto al Duque de
Gandía.»
Finalmente, D. Pedro Beltrán, último de los
compromisarios, sa abstuvo de votar, y excusó su
proceder con
estas palabras: “Que desde el día 18 de Mayo que llegó a Caspe,
aunque trabajó lo que humanamente se pudo; en tanta multitud de
tratados, alegaciones, y escrituras que se habían presentado por
parte de los competidores; no pudo, en tan breve espacio de tiempo,
deliberar en ello como se requería, ni discernir la justicia con
segura conciencia, ni desenlazar las dificultades que se proponían.”
fue la célebre sesión, que en el día 21 de Junio del año de 1412,
dio fin al cargo importantísimo de los nueve Jueces del famoso
compromiso de Caspe; pues que en ella se resolvió legal y
definitivamente la elección y declaración del Monarca aragonés,
llenándose todas las condiciones y requisitos necesarios, que
estaban prevenidos y mandados por el solemne acuerdo de Alcañiz.Inmediatamente se hicieron tres instrumentos de esta
declaración, sellando cada uno de los Electores su voto particular,
con el proemio v conclusión que redactó de su puño el P. Bonifacio
Ferrer; entregándose un ejemplar a cada Reino en las personas
siguientes:
por Aragón, al Obispo de Huesca; por Cataluña, al
Arzobispo de Tarragona; y por Valencia, al P. Bonifacio Ferrer.
Además de esto se testificó un instrumento por dos Escribanos de
cada
Reino, hallándose presentes para la formalidad del acto,
los tres Alcaides que había en Caspe.
He aquí lo que en él se
testificaba y declaraba:
que los Parlamentos y súbditos y
vasallos de la corona de Aragón debían prestar fidelidad al
Ilustrísimo, Excelentísimo y Poderosísimo Príncipe y Señor
D. FERNANDO INFANTE DE CASTILLA, y a él debían tener por verdadero
rey y Señor.
Reservóse, sin embargo, la publicación de esta
sentencia hasta que pudiera hacerse con la solemnidad debida ante los
Embajadores de los tres Reinos: lo cual tuvo lugar en el día 28 de
Junio, cuatro días después de este secreto acuerdo.
XVIII
He
aquí como describe Zurita este grande acto, no dudando nosotros en
trasladar su curiosa, aunque extensa relación, por el vivo interés
que excita, y por los datos importantes que contiene, conformes en
todo con los demás Analistas e Historiadores del Reino.
«Hízose
un cadalso muy grande de madera, muy alto, cerca de la Iglesia que
está en un lugar eminente junto al castillo, a donde se sube por
muchas gradas; y estaba adornado de paños de oro y seda. Y había
otros tablados muy ricamente aderezados a donde estuviesen los
Embajadores de los competidores, y mucho número de caballeros.
Aquel día, siendo de día claro, los tres Capitanes que
tuvieron cargo de la defensa y guarnición de la Villa, con igual
número de gente de armas, salieron con su gente armada hasta en
número de trescientos hombres entre la gente de a caballo y
ballesteros. Y estaban muy bien aderezados de sus jaquetones de
tapete de belludo y brocado y de muy ricos paños. Y a la
postre iba Martín Martínez de Marcilla con el estandarte Real de
Aragón.
Estuvieron a la hora de tercia (a las nueve de la
mañana) los Nueve en la sala del Castillo y salieron con grande
acompañamiento a la Iglesia. Y a las puertas de ella, estaba
adornado un altar maravillosamente: y cerca de él, se puso un escaño
en el más alto y mejor lugar, y en él se sentaron los Nueve; el
Arzobispo de Tarragona, en medio; y a su derecha se sentó Bonifacio
Ferrer el primero, el segundo Guillen de Valseca, y el tercero
Frances de Aranda. Sentóse a la mano izquierda del Arzobispo, el
primero Berenguer de Bardagi, el segundo Fray Vicente Ferrer, y
después Bernardo de Gualbes y Pedro Beltrán. Y no se sentó el
Obispo de Huesca, porque había de celebrar la misa de pontifical.
la diestra y siniestra fuera del cancel se pusieron unos escaños a
donde se sentaron los Embajadores de los Parlamentos; y en el de la
diestra se sentaron los Embajadores de los Reinos de Aragón y
Valencia, el primero aragonés y el segundo Valenciano, y por esta
orden todos los demás que eran estos: Fray Iñigo de Alfaro,
Comendador de Ricla, de la orden de San Juan; Fray Ramón de Cerbera,
Maestre de Santa María de Montesa y de San Jorge;
D. Pedro
Jiménez de Urrea; Fray Pedro Pujol, Prior de Val de Cristo; D. Juan
de Luna;
D. Manuel Díez; Juan Bardagí (hijo de Berenguer);
Pedro de Siscar; Juan Doñelfa; Juan
Suau; Juan Sadornil y Pedro
Gil.En el banco de la mano izquierda, se sentaron los
Embajadores del Principado de Cataluña, que eran: D. Galceran de
Villanova, Obispo de Urgel; D. Francés Clemente, Obispo de
Barcelona; D. Juan Ramon Folch, Conde de Cardona; Ramon Lupiá de
Bages; Juan Dezplá; y Pedro Grimau.
Dentro del cancel a la
mano derecha estaban sentados Domingo La Naja y Guillen Zaora; y a
la izquierda Ramon Fivaller, que fueron los Alcaides a quienes se
encomendó la guarda y defensa del castillo de Caspe. Y fuera del
cancel a la parte derecha del altar a los pies de los Embajadores de
Aragón y Valencia, se sentaron Martín Martínez de Marcilla y Pedro
Zapata, Capitanes de la gente de armas de Aragón y Valencia, que
tuvieron cargo de la defensa del Lugar. Y a la parte izquierda,
Alberto Zatrilla, que fue Capitán de la gente de armas de Cataluña.
Celebró la misa del Espíritu Santo el Obispo de Huesca; y
siendo acabada, comenzó el Sermón el Santo varón y Maestro Fray
Vicente Ferrer, y tomó por tema de él aquellas palabras del
Apocalipsis (al capítulo XIX versículo 7) que dicen:
Gaudeamus,
et exultemus, et demus gloriam ei: quia venerant nuptice Agni, et
uxor ejus praepararit se.
Alegrémonos y regocijémosnos y demos
gloria a Dios, porque vinieron los bodas del Cordero, y su esposa
está preparada y ataviada.
Pareció a todos un divino
razonamiento, así por la santidad de aquel varón apostólico, como
por la solemnidad del acto que se celebraba.
He aquí, según
Mariana, el extracto de este notable discurso y curioso documento.
Gocémosnos y regocijémosnos, y demos gloria al Señor, porque
vinieron las bodas del Cordero.
Después de la tempestad y de los
torbellinos pasados, abonanza el tiempo y se sosiegan las olas bravas
del mar, con que nuestra nave, bien que desamparada del Piloto,
finalmente caladas las velas, llega al puerto deseado. Del templo (no
de otra manera que de la presencia
del gran Dios, ni con menos
devoción que poco antes delante los altares se han hecho plegarias
por la salud común) venimos aquí a hacer este razonamiento,
(a)
Confiamos, que con la misma piedad y devoción, vos también oiréis
nuestras palabras.
Pues se trata de la elección de Rey ¿de qué
cosa se pudiera más a propósito hablar que de su dignidad y
majestad, si el tiempo diera lugar a materia tan larga y que tiene
tantos cabos?
Los Reyes están sin duda puestos en la tierra por
Dios, para que tengan sus veces, y como Vicarios suyos le asemejan en
todo. Debe, pues, el Rey en todo genero de virtud, allegarse lo más
cerca que pudiese imitar la bondad divina. Todo lo que en los demás
se halla, de hermoso y honesto, es razón que él solo en si lo
guarde y lo cumpla. Que de tal suerte se aventaje a su vasallos, que
no le miren como hombre mortal, sino como venido del cielo para bien
de todo su Reino. No ponga los ojos en sus gustos, ni en su bien
particular, sino días y noches se ocupe en mirar por la salud de la
República y cuidar del procomún.
(a) Alude al sitio en que
predicaba el Santo Apóstol, que según las apuntaciones sacadas del
archivo de la villa de Caspe que hemos visto, estaba al lado del
evangelio de la gótica fachada de la Iglesia, en el cual se colocó
un púlpito provisional frente a la plaza.
Muy ancho campo se
nos abría para alargarnos en este razonamiento; pero, pues, el Rey
está ausente, no será necesario particularizar esto más. Solo
servirá para que los que estáis presentes, tengáis por cierto, que
en la resolución que se ha tomado, se tuvo muy particular cuenta con
esto: que en el nuevo Rey concurran las partes de virtud, prudencia,
valor y piedad que se podían desear.
Lo que viene más a
propósito, es exhortaros a la obediencia que le debéis prestar, y a
conformaros con la voluntad de los Jueces; que os puedo asegurar, es
la de Dios, sin la cual todo el trabajo que se ha tomado sería en
vano; y de poco momento la autoridad del que rige
y manda, si los
vasallos no se le humillasen.
Pospuestas, pues, las aficiones
particulares, poned las mientes en Dios y en el bien común;
persuadidos, que aquel será mejor Príncipe, que con tanta
conformidad de pareceres y votos (cierta señal de la voluntad
divina) os fuere dado.
Regocijáos y alegraos: festejad este
día con toda muestra de contento. Entended que debéis al Santísimo
Pontífice (que presente está para honrar y autorizar este auto) y a
los Jueces muy prudentes, por cuya diligencia y buena maña se ha
llevado al cabo sin tropiezo un negocio el más grave que se puede
pensar; cuanto cada cual de vos a sus mismos padres que os dieron el
ser y os engendraron.
Y luego, según las memorias inéditas de
Caspe, concluyó de este modo:
El Rey está ya elegido. ¡Ay del
que desobedezca y menosprecie al ungido del Señor!
Acabado
el Sermón, leyó el mismo Fray Vicente en voz alta, el instrumento
que se había
ordenado. Y cuando llegó al punto en que se
declaraba el Infante D. Fernando, el mismo Fray
Vicente Ferrer y
muchos de los presentes declarando su alegría con altas voces,
dijeron por diversas veces (reparando en cada una con gran silencio):
¡VIVA! ¡VIVA, NUESTRO REY Y SEÑOR D. FERNANDO!
E hincados
de rodillas, con diversos himnos y cánticos, daban gracias a Nuestro
Señor.
un estandarte real delante del altar, y sonaron diversos
instrumentos.
Aquel mismo día a la tarde, renunciaron los Nueve
el señorío y jurisdicción de aquella villa en el Obispo de Huesca;
y este después, en los que antes la tenían.
No fue tan
general el regocijo de este acto, que no se hallasen en aquel lugar
muchos que tuvieron de él gran pesar y sentimiento. Y aunque el
pueblo hacía sus alegrías y fiestas, quedaron algunos maravillados
y como atónitos; y no solo estaban confusos, pero públicamente se
comenzaron a quejar y murmurar que hubiese sido preferido en la
sucesión un Príncipe extranjero. Y este fue tan público
sentimiento, que fue necesario que al otro día en la fiesta de San
Pedro y San Pablo, Fray Vicente Ferrer en el mismo lugar hiciese un
sermón en que refirió:
“Que adonde se trataba del derecho de
la sucesión, no había para que se tratase de la calidad de las
personas. Porque el Conde de Urgel, de quien algunos tenían
compasión o lástima, estaba tan lejos de igualarse con el Rey
D. Fernando, que mediante juramento y en la conciencia de sus
compañeros, era juzgado y habido por inferior al derecho del Duque
de Gandía. Pero que considerada la persona, era el Rey D. Fernando
por su madre, natural: y el Conde, Lombardo. Y el Rey, de Padre Rey,
de la misma nación que lo eran los Reyes de Aragón; y de tanta
dignidad de su persona, que parecía haber nacido para reinar. Que en
el valor y ánimo, así entre los suyos como con los enemigos, era
tan excelente, que si se hubiese de seguir la costumbre de algunos
Pueblos, cuyo gobierno se fundaba en mucha prudencia, no menos
hubiera de ser elegido por Rey, que si se declarase por juicio la
sucesión.”
Y luego añadió con santa libertad:
que esta
alabanza, no podía atribuir al Conde de Urgel; persuadiéndolos, en
fin, para que se dispusiesen a recibir con gran voluntad de ánimo a
su Rey y señor, como venido del Cielo.
XIX
Por esta
extensa y circunstanciada relación de Zurita, se echa de ver
claramente, que en
medio de la general satisfacción y alegría
que dominaba los espíritus en la gran fiesta y solemnidad de la
declaración del nuevo Monarca, hubo también algunos descontentos y
quejumbrosos, que no se recataron de manifestar públicamente su
desaprobación y sentimiento. Ello es, que San Vicente Ferrer creyó
oportuno y conveniente salir a la
defensa de lo determinado,
cerno hemos visto, desde la misma Cátedra del Espíritu,
recomendando al mismo tiempo la obediencia, la sumisión y el amor al
nuevo Rey D. Fernando.
Pero cualquiera que vuelva la vista atrás
y medite imparcialmente sobre el estado en que se hallaban los ánimos
y los partidos poco antes de declararse oficialmente este grave
negocio; seguramente no extrañará nada de todo esto. En un pleito
en que contendían seis poderosos litigantes, y solo a uno de ellos
había de adjudicarse la rica herencia de todos codiciada ¿podían
menos de quejarse y resentirse los cinco restantes, y todos los que
con ellos estaban unidos por los vínculos de la amistad de la sangre
y del interés; o bien por miras ambiciosas, o por compromisos
políticos?
Esto, más que regular, era indispensable que
sucediese. Lo que importa saber es si el número de los descontentos
de todas estas parcialidades era mayor que el de la generalidad del
pueblo aragonés. Pero los sentimientos e intereses de este, como ya
se ha visto, estaban por lo más útil, por lo más conveniente, por
lo que era más llano y hacedero en estas críticas circunstancias.
Puesta así la cuestión, no podrá menos de convenirse, en que eran
más los contentos que los descontentos; y mayor el número de los
alegres, que el de los
tristes. Nosotros sin vacilar, así lo
creemos; porque ni Zurita ni otro historiador antiguo, que sepamos,
ha dicho lo contrarío, resultando lo que exponemos de los hechos
contemporáneos por ellos explicados.
Cierto es, como ya
tenemos manifestado, que San Vicente Ferrer creyó conveniente
rectificar el juicio y la opinión de los descontentos en un sermón
especial que predicó al día siguiente de la publicación de la
sentencia. Pero ¿qué descontento, qué alarma, qué pronunciamiento
era este, cuando no se tomó contra él otra medida ostensible que la
de predicar un sermón? ¿Puede darse mejor comprobante del poco
valor e importancia de tales quejas y hablillas?
La cesación
de la guerra civil, la tolerancia garantida
por los Parlamentos, y el haberse hecho
en estos la voluntad del
País, del único modo que hacerse podía; eran a la verdad motivos
justos y poderosos para la alegría y contentamiento general que
hubo, y que debía haber.
Lo contrario no era digno del gran
nombre del pueblo aragonés, fueran las que fuesen sus afecciones
personales: porque la consideración del bien público, y el medio
heroico ideado y admitido espontáneamente para este grave negocio,
exigían, si era menester, el sacrificio de las mayores afecciones,
ya que no el de otros objetos más caros y preciosos.
Por
otra parte ¿qué hubiera sucedido si la suerte de las armas
resolviera la cuestión?
¿Qué de los fueros y libertades, que
eran el ídolo del pueblo aragonés?
Desgracias, enemistades,
venganzas y una perturbación sin fin. Por manera que en el estado en
que se hallaban las cosas es seguro que cualquiera otra elección que
hubieran hecho los Jueces, habría producido mayores males e
inconvenientes.
Y sinó, tómese la cuestión como estaba, como
existía al tiempo de su fallo y solución; con todas sus ventajas y
con todos sus inconvenientes: y no en abstracto y como no existía, o
como podía haber existido en sus principios, siquiera fuese justo y
conveniente el estado diverso en que pudiera haberse colocado: tómese
la cuestión, digo, del modo lógico e indeclinable que existía, y,
del cual no pueden sacarla todos los esfuerzos de la metafísica; y
dígase entonces con formalidad si podía resolverse de otro
modo, y si no es seguro que cualquiera otra elección habría
producido mayores males o inconvenientes. Nosotros, al menos, así lo
sentimos.
Si después se alteró el orden y el público
sosiego; si faltando a los compromisos contraídos quiso otra vez el
Conde de Urgel encender la guerra civil (en que solo tomó parte el
reducido círculo de sus fogosos amigos, y algunos rencorosos
enemigos del extranjero); esto, que duró tan poco y que terminó con
tanta desgracia suya, no explica otra cosa que sus torpes yerros y
desacordada conducta, corroborando al mismo tiempo lo que dejamos
expuesto.
Fue, pues, en nuestro sentir, un gran beneficio el
famoso acuerdo de Caspe: hasta providencial se creyó en aquellos
tiempos, y así lo calificaron respetuosamente algunos historiadores
antiguos. Y por eso, los ilustres Jueces y nobles patricios, que con
sus esfuerzos y abnegación contribuyeron a tan grande obra, merecen
muy bien la gratitud de la patria, y que sus nombres sean inscritos
indeleblemente en el gran libro de la inmortalidad.
Al
celebrar y elogiar nosotros la famosa declaración de Caspe y sus
inmediatas consecuencias en el terreno de la práctica, no ha sido,
ni es, nuestro ánimo examinarla ni juzgarla aisladamente en el
terreno del derecho, con completa abstracción de los grandes poderes
y facultades de que se hallaba revestido el Parlamento general del
Reino, representado por los nueve Compromisarios, para proveer lo que
estimasen más conveniente en justicia al bien del País.
Y tanto más, cuanto que nosotros creemos que la importancia del
derecho en abstracto, desaparece en gran parte ante la importancia
del derecho en concreto; esto es, con sus relaciones y dependencias
necesarias.
Esta cuestión práctica, y no académica, es la que
tenían que deliberar y resolver los Jueces
del castillo de Caspe; debiendo tener presentes para ello
todos los datos, todos los motivos, todas las razones, todas las
consideraciones, todos los derechos, y levantando mucho la cabeza
sobre todo esto, la salud de la Patria, que equivalía aquí a la
suprema ley.
En este concepto hemos dicho y sentado que el
proceder de los Jueces de Caspe fue, a nuestro modo de ver, recto,
justo y acertado, bastándonos para formar este juicio las razones
generales que dejamos expuestas; además del buen grado de parentesco
del Infante de Castilla, que si no figuraba en primera linea, estaba
al menos en la inmediata.De la otra cuestión teórica ¿qué
hemos de decir? ¿Qué utilidad tiene hoy día en la práctica?
Dígase en nórabuena, que el derecho de suceder a la corona
correspondía a D. Fadrique, o al Duque de Anjou, o al Duque de
Gandía, o al Conde de Urgel. (1)
Nada
hemos adelantado con esto. La cuestión quedó ya resuelta
definitivamente por Jueces
competentes e irrecusables, en favor
del Infante de Castilla: pasó ya en autoridad de cosa juzgada.(1)
Aunque, como hemos dicho, nos hemos propuesto no entrar en el examen
legal del mayor derecho y más fundadas razones que asistieran a
alguno, o algunos de los Pretendientes; no queremos, sin embargo,
privar a nuestros lectores de lo que se alegaba en favor de
los
dos más principales que eran el Conde de Urgel y el Infante de
Castilla, toda vez, que estos dos fueron los únicos por quienes
pelearon los partidos, y también los únicos por quienes se
decidieron los Jueces de Caspe. Pero en asunto tan grave y delicado
como este,
queremos que hable por nosotros el grave y sesudo
Jesuita Padre Abarca; el cual, en sus Anales históricos de los Reyes
de Aragón, se explica así:
“EL CONDE DE URGEL se mostraba
aventajar a todos en el juicio, y más en la voluntad de las gentes,
como descendiente da la Casa Real por linea legítima de varones. Y
en esto, superior, no solo al Duque de Calabria (Luis de Anjou) y al
Infante de Castilla (D. Fernando)
que descendían por hembras;
sino también al nuevo Duque de Gandía. Porque si bien ambos eran
bisnietos por varonía del Rey de Aragón, pero el Conde lo era de
poseedor más inmediato; cuya persona y linea rechazó o postergó de
la herencia a las del más remoto.
A esto se arrimaban dos
fundamentos de gran peso para los Pueblos: el uno daba ventajas
contra el Infante; y era que en Aragón tantas veces se habían
excluido las hembras; y su Abuelo del Conde, el Infante D. Jaime,
prevaleció ya contra Doña Constanza, hija mayor del Rey D. Pedro el
cuarto, que intentó ponerla en la dignidad y derecho de la sucesión.
Y no había de ser de mejor condición la hija segunda Doña Leonor,
Madre que fue del Infante D. Fernando.
El
otro era que las insignias de primogénito se habían dado ya a los
Condes de Urgel, como a sucesores de la Corona: como se vio en el
Infante Conde D. Jaime, en su hijo D. Pedro, y también ahora en el
mismo Conde competidor: aunque por engaño o astucia del Rey D.
Martín, no consiguió el uso del gobierno concedido (de Gobernador
General del Reino).
Y todo lo más que puede
conseguirse con la discusión es hacer problemática la utilidad y
conveniencia del fallo supremo que se pronunció en Caspe: y esto a
la verdad, siendo una cosa poco justificada,
tiene poco interés para la historia, y ni es una lección, ni una
enseñanza.
EL INFANTE DE CASTILLA (continúa el
mencionado historiador) era nieto por su Madre la Reina Doña Leonor,
del Rey D. Pedro el cuarto; y sobrino, hijo de hermana, del último
poseedor el Rey D. Martín.
Sus letrados, que eran de gran nombre
(así Castellanos como Aragoneses y Valencianos, y sobre todos el
Obispo de Plasencia, D. Vicente Arias de Valbuena) tuvieron diestro
cuidado en tirar la linea de sus discursos con tal arte y tiento, que
no se quebrase en los de sus
competidores. Decían, y bien, que
las hembras no heredaban la Casa Real de Aragón: y habían menester
decirlo, porque vivía la Reina de Nápoles Doña Violante, hija del
Rey D. Juan, la cual heredaría la corona, si fuese capaz de
ella.
Decían también, que no la puede heredar el varón por la
hembra, porque esta es incapaz por el derecho común y por la
sustitución del Reino. Y esta proposición importaba para excluir al
Duque de Calabria, que pretendía suceder por el derecho de su Madre
Doña Violante, hija, como decíamos, del Rey D. Juan, poseedor más
próximo que el abuelo del Infante.
Decían más; que ocupándose
el Mayorazgo del Reino por el Rey D. Pedro, quedaron postergados sus
tíos y sus hermanas, hasta que se acabasen los varones de su linea,
más cercanos a él y al último poseedor. Y así, muerto el Rey D.
Pedro, no se hizo caso de los otros varones mayores transversales, y
sucedió su hijo D. Juan. Y muerto D. Juan, también se desecharon
aquellos, y sus hijas Doña Juana Condesa de Fox y la Reina de
Nápoles Doña Violante, Madre de Calabrés, y fue llamado a la
sucesión D. Martín hermano del Rey difunto.
Con
esta proposición se impugnaban los derechos de los Duques de Gandía
y Calabria, y de los Condes de Prades y Urgel. De modo que en solo el
Infante concurrían estas dos cualidades; la una, ser nieto legítimo
del Rey, que retiró o postergó de la sucesión a los antecesores de
los Duques de Gandía, y de los Condes de Prades y Urgel; y la otra,
ser el varón legítimo más cercano en sangre al último poseedor,
porque era hijo de hermana del Rey de Aragón D. Martín. Y por esto
vencía al Duque de Calabria, que era hijo de sobrina; y al Conde de
Luna (D. Fadrique), que no era legítimo.
De aquí puede
deducirse, cuán enmarañada estaba la cuestión jurídica; cuán
sutiles, al mismo tiempo, eran las alegaciones de los abogados; y
cuán crespos y obscuros los discursos en que se apoyaban. Por eso
estamos enteramente acordes con la opinión, a nuestro parecer
juiciosa e imparcial, de este sabio historiador, que en conclusión
dice lo siguiente:
los juicios de los más desapasionados
resolvían que siendo incierta la justicia de todos los competidores,
mereció D. Fernando, por su valor y mesura, la GRACIA DE LOS
HOMBRES; y por su cristiandad, LA DE DIOS: el cuál es árbitro
supremo de los Reinos, y los da y quita CON JUSTICIA ALTA, y sin
dependencia de la vulgar y humana de nuestras Leyes y
Glosas.
XXI
Gustosamente concedemos nosotros que
había un personaje notable en el País, que aun estando solo en
igual grado de parentesco que el Infante de Castilla, tenía en su
favor el no ser extranjero, y estar acostumbrado a las leyes patrias,
y criado, digámoslo así, a los pechos del amor de los fueros e
instituciones de Aragón; lo cual le daba una grande ventaja sobre su
adversario el Castellano.
Y lo mismo decimos del Francés Luis de
Anjou; y lo propio de D. Fadrique, que aunque como nieto del Rey D.
Martín estaba en mejor grado de parentesco que ninguno, era sin
embargo un niño de poca edad y no habido en legítimo matrimonio:
cuya circunstancia subsanada en cierto modo por la legitimación de
su Abuelo y el Papa Benedicto, era no obstante muy reparable para la
grandeza y dignidad del Reino de Aragón. Este personaje, pues, a que
aludimos, era el Conde de Urgel, el cual reunía en su favor grandes
ventajas y calidades
recomendables, que nosotros reconocemos de
buen grado.
¿Por qué, pues, este desgraciado Conde no
consiguió empuñar el cetro, que por tales y tan
poderosos
motivos parece le correspondía y que le estaba indicado? Asunto es
este que merece fijar algún tanto la atención.Desde luego
salta a la vista la postergación del Conde y su desgracia, cuando
contaba con tantos medios y favorables elementos para haber sido el
primero, sino el único candidato para el trono aragonés. Pero joven
afable, franco, simpático, de gallarda figura y de ánimo esforzado;
faltábanle sin embargo dos circunstancias de sumo precio en personas
de su elevado rango, y en la crítica situación en que se hallaba: a
saber, discreción y autoridad.
Con la primera, hubiera acertado
a elegir y rodearse de sabios, fieles y prudentes consejeros, que si
en todos tiempos son convenientes y necesarios, en épocas de
revueltas y de intrigas políticas, vienen a ser de absoluta
necesidad y conveniencia. Con la segunda, hubiera tenido constancia,
firmeza, y resolución en sus juicios, y no hubiera sido victima de
la bajeza y doblez de los aduladores, y de la violencia y arrebato de
los exaltados y comprometidos.
Desgraciadamente entrambas
faltas, y sus inmediatas consecuencias, se dejaron ver y sentir
demasiado en todos los actos de su vida política. Teniendo en su
favor la opinión de la gran mayoría de Cataluña; una parte
principalísima, si no la mayor, de Aragón; y un partido aun más
pronunciado y numeroso en Valencia, ¿a quién le ocurre herir sin
necesidad los escrúpulos legales de sus amigos, y dar armas con ello
a sus enemigos?
¿A quién le ocurre principiar por el desafuero
y el desacato?
Así fue, que despreciando las leyes y las
prácticas del País (que él aspiraba a regir) se declaró él
mismo, y por su propia autoridad, Gobernador general del Reino,
descontentando con este acto temerario e imprudente la gran probidad
política y rígidos principios del célebre Parlamento Catalán, que
estaba en su devoción, y de todos los demás Parlamentos legítimos.
Y a esta falta cometida en los principios de la contienda, aun hay
que añadir otra, que sentó muy mal a los Parlamentarios de
Barcelona; la de desobedecer la providencia tomada por estos, de que
ningún Pretendiente se aproximase a la Capital a la distancia de
diez leguas.
proceder del Conde, ¿era cuerdo? ¿era político? ¿era legal? ¿le
era conveniente?Pues agréguese a esto el sacrílego
asesinato del Arzobispo de Zaragoza por D. Antonio de Luna su grande
amigo; y la pública y decidida protección y amistad que siempre le
dispensó, haciéndose sospechoso, cuando menos, de culpabilidad en
aquel atentado: (1)
Agréguese el levantar tropas en el
Principado y conturbarlo con ellas y las extranjeras de la Gascuña,
que hizo entrar en nuestro territorio para sostener su causa con las
armas, cuando el Parlamento general de Calatayud determinó, que no
por ellas, sino por el acuerdo pacifico y legal de la Congregación
general de los Estados, se había de resolver esta gran cuestión:
agréguese el increíble proyecto de una monstruosa alianza y
confederación con Juzef Rey moro de Granada, cuyos comprobantes
fueron vistos y leídos en el Parlamento de Alcañiz, más con
lástima y compasión que con temor y sobresalto; y agréguese, en
fin, el torpe empeño de formar un Parlamento en Mequinenza tomando
el nombre del de Aragón; de cuyo proyecto se culpa al Conde, o
cuando menos, recae contra él la responsabilidad de este acto por él
tolerado y consentido; absurdidad que salta a la vista, puesto que
muchos amigos del Conde, que entonces se hallaban en Mequinenza para
combatir al Parlamento de Alcañiz, se hallaron antes en Calatayud
para designarlo y nombrarlo; agréguese todo esto, digo, (sin otras
cosas que por no alargar más, omitimos) y se verá, sí tales
faltas, si tales desatinos, si tales golpes innecesarios podían
menos de perjudicare en extremo, de enajenarle muchos corazones y
voluntades, y de arruinar el buen éxito de su causa, harto difícil
y complicada de suyo.
Aun en la hipótesis de ser violento y
revolucionario, no supo verlo el Conde de Urgel. Si no
había de
atender y gobernarse por el medio legal, tan cuerdamente convenido y
determinado en Calatayud, ¿por qué no protestaba contra él
(siquiera fueran sutiles e improcedentes sus protestas), y no lo
confiaba todo a la suerte de las armas?
¿Qué significaba ese
sistema mixto de violencia y legalidad, de fortificarse y hacerse el
grave con las armas, y asirse al mismo tiempo a la acción y poder de
los Parlamentos?
Nada más que desvirtuarse e inutilizarse en
ambos terrenos, sin sacar partido ventajoso de ninguno.
(1)
El monumento que consagró la villa de Caspe a la memoria de un lance
notable ocurrido a San Vicente Ferrer, prueba también de un modo muy
especial la parte activa que tuvo el Conde de Urgel en la muerte del
Arzobispo de Zaragoza. He aquí como en sustancia lo refieren las
crónicas manuscritas de aquel Pueblo:
Disuelto el Parlamento
general después de la solemne publicación de la sentencia en favor
del Infante de Castilla, dirigíase San Vicente Ferrer al Lugar de
Peñalva, distante de Caspe como unas cuatro leguas, cuando a las dos
que llevaba andadas le salieron, a la revuelta de una
cuesta,
algunos partidarios del Conde de Urgel, con ánimo de ejecutar en su
persona una inicua venganza, por lo mucho que contribuyó con su gran
prestigio a la elección del Infante de Castilla para la sucesión de
la Corona de Aragón.
Con que mal Fraile, le dijeron. ¿Tú
eres el que has quitado la Corona al Conde de Urgel, que por derecho
le correspondía?
A cuyas terribles palabras, que seguramente
presagiaban una inmediata catástrofe, contestó el Santo con la
tranquilidad y valor de su recta conciencia:
Dios y el Conde
saben los motivos por los cuales el tribunal se ha separado de su
causa; y el deber no me permitía a mí obrar de otro modo. ¿Podía
nunca en ser buen Rey y dar vida a su Nación, el que fue causa de la
muerte injusta y violenta de un Príncipe de la Iglesia?
Absortos
y sobrecogido con esta respuesta, cambiaron al punto de propósito, y
no le impidieron seguir su camino.
Esto es lo que dicen los
mencionados apuntes; a los que aun añade la tradición: que figuró
en esta escena el mismo Conde de Urgel. No lo creemos inverosímil,
porque a pocas leguas de distancia se hallaba el Pueblo de
Mequinenza, en donde, como es sabido, estaban guarecidos
en su
fuerte castillo sus íntimos amigos D. Antonio de Luna, D. Pedro Ruiz
de Moros,
D. Artal de Alagón, y otros notables personajes de
aquel intruso Parlamento. Pero sea de esto lo que quiera, es lo
cierto que el pueblo religioso de Caspe quiso perpetuar este suceso
levantando una hermosa y alta cruz de piedra, que aún existe en
aquel mismo sitio, dándole el nombre de la cruz de la Cuesta de San
Vicente.
Verdad es también que en el bando opuesto al del
Infante, hubo así mismo algo de aquel proceder teniendo buen cuidado
su jefe oculto de no sonar activamente en las deliberaciones
públicas; pero siempre el principio fundamental de su política fue
la acción de los Parlamentos, la legalidad y fuerza de los
Parlamentos. Y fuerte y consecuente con esta sabia táctica, le era
ya fácil cohonestar o hacer desaparecer sus faltas y
extralimitaciones.
Así siguió el desacertado Conde, hasta
que la célebre Congregación de Caspe le abrió los ojos y le hizo
conocer en donde estaba el verdadero poder de la Nación, en donde
estaban sus opiniones y sentimientos y en donde realmente estaba la
cuestión.
Pero este conocimiento érale ya extemporáneo y
tardío. Si antes hubiera previsto este caso y obrado en este
sentido; si los Parlamentarios de Mequinenza se hubieran unido a los
de Alcañiz, contribuyendo el Conde ostensiblemente a esta buena
obra; si al mismo tiempo hubiera trabajado para que los de Valencia
hubieran hecho lo mismo, zanjando así las dudas y dificultades que
sobre la legitimidad de entrambos Parlamentos existían (siquiera
fuesen mayores y más fundadas las del Parlamento últimamente
trasladado a Morella); si
todo esto hubiera hecho el Conde; acaso hubiera ganado mucho terreno
y sacado mejor partido. Los tres votos que faltaron en la elección
al infante de Castilla, quizás se hubieran aumentado: y ya es
sabido, que uno solo que este hubiera tenido de menos, no habría
resultado elección, puesto que solo tuvo para ella los seis
absolutamente necesarios, contándose entre estos uno por cada
Provincia, como así estaba determinado.
Pero no supo abrir
los ojos a tiempo, ni descubrir la clara luz que de si arrojaban los
sucesos. Los Parlamentos de Valencia, a los cuales se había dado
orden de admitir para el grande acto de la elección de los nueve
Jueces (si antes se convenían y acordaban entre sí), estuvieron
negociando y aproximándose trabajosa y estérilmente: hasta que
viendo al fin que el negocio se iba a terminar sin su anuencia,
concurrieron precipitadamente por medio de sus Embajadores, a la
elección propuesta de los Nueve (que tuvo lugar en el Parlamento de
Tortosa), con escaso mérito y fruto para su objeto.
Demás
de esto, ni el Conde con su actividad estérilmente guerrera, ni el
Parlamento de Mequinenza con su inútil obstinación, no hicieron
otra cosa que seguir, sin cejar, en su mal camino, hasta que por
último vieron minada la existencia de su causa por la célebre
Congregación de Caspe. Y entonces, vano empeño, vinieron a
reconocer la legitimidad y autoridad de este Parlamento general, para
desentenderse después de ella, y concluir de precipitarse en el
abismo de sus propios yerros y desaciertos.
¿Qué extraño
es, pues, que el Conde de Urgel perdiera una corona, que él mismo
hacía saltar de su cabeza? ¿Qué extraño es que los recios y
justificados Jueces de Caspe, viesen grandes peligros en
adjudicársela en vista de lo expuesto, en vista de su deplorable
conducta, y de la confusión y laberinto en que había sumido al
País?
Y por otra parte: ¿tenían culpa de que el último Monarca
recomendase tan altamente en Barcelona la candidatura de D. Fernando?
Y si el Rey D. Martín tuvo intención secreta, como se supone, de
que el Parlamento general propusiera a D. Fadrique cuya idea tenía
él empacho de manifestar, ¿podían los de Caspe destruir el tenor
de unas palabras formales y muy explícitas, con la interpretación
gratuita y desautorizada que hubieran hecho de la opinión secreta
del Rey?
Todo, pues, depone y aboga por los probos Jueces de
Caspe, y todo acusa y hace culpable la torpe política del Conde de
Urgel y sus amigos.
La expresada manifestación del Rey D.
Martín, fue seguramente el golpe de gracia, que ya en los principios
recibiera su infortunada causa. Pues bien; era capital e
interesantísimo, el desvirtuar hábilmente la impresión de tan
infausto golpe. Debiera por lo tanto, haberse rehabilitado el Conde
ante el público: y para ello, haber procurado ponerle en relación
íntima y contacto inmediato con las personas más notables e
influyentes de aquella época, ofreciéndoles sinceramente las justas
y apetecidas garantías que pudieran haberles interesado en su causa.
Si, pues, con tacto, habilidad, y tesón hubiera dado este
paso; y si con él hubiera alcanzado el valimiento y apoyo del Papa
Benedicto, del Gobernador de Aragón, del Justicia Mayor y de
Berenguer de Bardagí; tenemos nosotros casi por cierto que hubiera
asegurado su empresa: porque la gran fama y extraordinario prestigio
que estas notabilidades tenían en las tres Provincias de Aragón,
hubieran impreso, con su conducta, otra marcha y dirección a los
negocios públicos y a las condiciones de los partidos; los cuales,
por desgracia, estaban vivamente agitados y enconados, en las
principales personas del País, desde el tiempo no remoto de la
Unión. Y por lo mismo era preciso y conveniente emplear, en tan
graves circunstancias, remedios heroicos; el tino y prestigio de
aquellas eminencias.
No se hizo así; siguieron éstas el partido
opuesto; cometieron aquellas (las del Conde) las faltas y yerros que
hemos visto y palpado; y he aquí la verdadera causa, la causa
eficiente y poderosa, por la cual, a pesar de tantas probabilidades,
se hizo improbable el que aquel Príncipe sin ventura no fuese
aplastado por las circunstancias, superiores de mucho a su genio; y
por consiguiente imposible, el que lograse empuñar el Cetro
aragonés. Notable y elocuente lección, para los que fían a medios
torpes y reprobados la causa de la justicia, que ellos suponen de su
parte.
Nos
hemos ocupado poco hasta ahora de los demás Pretendientes y
aspirantes a la Corona, porque la lucha que surgió entre ellos se
limitó, como se ha visto, a solos los dos de que hemos hablado. Sin
embargo, la importancia e integridad de este asunto exigen que ya que
no nos detengamos a tratar de ellos expresa y detenidamente, demos y
presentemos, siquiera, sus nombres respetables, y los títulos
nobilísimos que los distinguían.El primero en el orden que
adoptamos era D. Fadrique de Aragón y Sicilia, hijo natural de
D.
Martín de Sicilia; y este, hijo legítimo del Rey D. Martín, último
poseedor de la Corona, de cuya sucesión se trataba: esto es, nieto
del Rey D. Martín.
segundo, Luis de Anjou, Conde de Guisa y llamado también Duque de
Calabria, hijo de Doña Violante, la cual fue hija del Rey D. Juan,
hermano del Rey D. Martín: esto es, nieto de D. Juan.El
tercero, D. Jaime de Aragón, Conde de Urgel, hijo del Conde D.
Pedro, y este del Infante
D. Jaime, hijo tercero del Rey D.
Alonso el IV: es decir, bisnieto en linea recta de varón de Alonso
IV; y además casado con la Infanta Doña Isabel, hija de Pedro IV el
Ceremonioso y hermana del Rey D. Martín.
El cuarto, D.
Alonso de Aragón, Duque de Gandía y Conde de Ribagorza, hijo del
Infante
D. Pedro; y este, hijo legítimo del Rey D. Jaime II el
Justo: tío, por consiguiente, de los últimos Reyes hermanos, D.
Juan y D. Martín.
El quinto, D. Fernando Infante de Castilla
y Príncipe de Antequera, hijo del Rey D. Juan I de
Castilla y de
la Infanta Doña Leonor, hermana de los últimos Reyes de Aragón D.
Juan y D. Martín: o lo que es lo mismo, sobrino de estos.
El
sexto, D. Juan de Aragón, Conde de Prades, hermano segundo del Duque
de Gandía; cuya pretensión reprodujo después de la muerte de su
hermano, que murió de vejez y de disgustos, poco antes de la famosa
batalla de Murviedro.
Y a esta pretensión se añadió la del
hijo primogénito del Duque de Gandía, llamado Alonso II de Aragón.
Pero lodos estos pretendientes del Ducado de Gandía hicieron
poco ruido y tuvieron pocos protectores, no obstante su buen grado de
parentesco.
Tales eran los augustos personajes que se
presentaron para competir el derecho a la Corona de Aragón, y tales
los títulos respetabilísimos con que contaban.
Natural era,
y estaba muy puesto en su lugar, el gran tesón y empeño con que
todos y
cada uno de los Pretendientes trabajaban por ceñirse la
corona de la célebre Monarquía aragonesa, tan poderosa y afamada en
aquellos tiempos, y sin duda alguna la más hermosa y envidiable de
toda la Europa.
Componíanla
entonces, el Reino de Aragón, el Principado de Cataluña, las Islas
Baleares / Reino de Mallorca / y el Reino de Valencia; y luego
las Islas de Cerdeña, de Sicilia y de Malta.Pero lo que le
daba aun más fama y renombre era lo que con gusto vamos a exponer:
la sabiduría de sus leyes e instituciones, a cuya altura no había
llegado en aquel tiempo ningún Gobierno conocido; la gravedad,
constancia, franqueza e independencia de carácter de sus naturales;
su grande amor a la Religión y a la Patria (medio único de hermanar
el orden con la verdadera libertad, y sin el cual en vano se
intentaría al presente); y por fin, su gran poder marítimo y
terrestre.
El conjunto de lodos estos bienes y circunstancias
favorables, y la admirable unidad y fuerza que de todas ellas
resultaba (y por las cuales en quinientos años de existencia no
bamboleó, ni se alteró nunca su forma de Gobierno); todo esto,
digo, lo hacía un Reino feliz, poderoso,
respetable, objeto de
admiración de todos los Pueblos, y blanco de los deseos y esperanzas
de las ilustres personas que a la sazón compelían justamente esta
rica herencia, con los títulos respetabilísimos que dejamos
expuestos.
Pero siendo tan dudoso y casi igual el derecho en
algunas de ellas, y teniendo en cuenta ciertas opiniones y principios
en punto a legislación, usos y costumbres del Reino; fácil es
conocer la gran complicación que por esta parte presentaba la
cuestión dinástica, y la autoridad y licencia que daba por la otra
para elegir y echar mano de aquel que los Jueces tuvieran a bien.
Por eso el Rey de Francia, fundado únicamente en los grados
de parentesco del Duque de Anjou, y movido por las continuas
instigaciones de la Reina de Sicilia Doña Violante, trabajó e
insistió tenazmente, a una con ella, para que se prefiriese a su
recomendado; aunque la calidad de ser extranjero (y no como los de
las Provincias de España), junto con el concurso de los otros
pretendientes del País, hizo que te desestimase sin vacilar su
demanda, así como la extraña recusación que entrambos hicieron de
cuatro Jueces importantísimos del Parlamento general de Caspe. Y
pretendían en virtud de ella que los cinco Jueces restantes,
eligiesen otros en lugar de los cuatro, que tanta pena les daban; y
eran el Obispo de Huesca, Bonifacio Ferrer, Berenguer de Bardagi y
Francés de Aranda.
Pero aun fue más chocante que el Obispo
de Urgel y el Conde de Cardona, con otros varios
Diputados
disidentes del Parlamento de Tortosa, abundasen en los mismos deseos
y trabajasen en el mismo sentido, después que la mayoría de aquella
Congregación resolvió ya legal y definitivamente la elección de
los Nueve: por cuyo motivo desechó enérgicamente esta apasionada e
improcedente gestión, lo mismo que la del Rey de Francia y de la
Reina Doña Violante.
El Infante de Castilla tuvo en su
favor, como ya hemos notado, la solemne y explícita manifestación
del Rey D. Martín; y aunque afirman algunos que llevaba en ello un
pensamiento oculto en favor de su nieto D. Fadrique, nadie duda de
que si prescindimos de este hecho obscuro y poco justificado,
prefería decididamente al Infante de Castilla sobre el Conde de
Urgel.
¿Pudo explicarse más claro en el notable discurso
que pronunció en Barcelona?
He aquí sus palabras textuales, que
hemos tomado de Mariana, y de que no debemos prescindir en esta
disertación:
«El Duque de Gandía y el Conde de Urgel, dijo, de
más lejos nos tocan en deudo; y lo mismo puede decirse del Duque de
Anjou. En más estrecho grado está el Hijo de mi hermana (esto es D.
Fernando hijo de Doña Leonor), que el nieto de mi hermano. ..
Conforme a esto yerran los que para tomar la sucesión ponen los ojos
en los primeros Reyes D. Jaime, D. Alonso y D. Juan, dejándome a mí,
que al presente poseo la corona, y cuyo pariente más cercano es Doña
Leonor mi hermana de Padre y Madre, y después de ella su hijo el
Infante D. Fernando; cuyo derecho e igualdad, fuera razón apoyar y
defender, pues que a los otros Pretendientes se adelanta en prendas y
partes para ser Rey» (1)
(1) Además de este incidente
notable promovido por el Rey D. Martín, hay también otro que sino
tan importante, es, cuando menos muy curioso y significativo.
Estando el Infante de Castilla en el cerco de Antequera, hízole
el Rey D. Martín varias instancias para tener una entrevista con él;
la que no pudo efectuarse por las urgentes ocupaciones del Infante
con motivo de la guerra que tan felizmente hacía a los Moros,
señaladamente en el sitio y conquista de aquella plaza
importantísima de Andalucía.
Su objeto era (según escribe el
Castellano Albar García de Santa María, persona muy allegada al
Infante D. Fernando), manifestar al mismo, que pues no tenía hijo
legítimo para que después de sus días sucediese en el Reino en su
lugar; él conocía que no le quedaba por pariente más propincuo que
el Infante D. Fernando: y pensaba dar orden en aquellas vistas para
que después de su día sucediese en el Reino, y quedase así
declarado.
Ello es, que desde entonces en adelante, tomó ya el
Infante con grande empeño el grave asunto de la herencia del Reino
de Aragón. Y después de haberlo examinado y consultado
con muy
famosos letrados, se decidió a formalizar la aceptación y
requerimiento de estos Reinos; lo que no deja de ser muy chocante y
arrojado. Como si no estuviera mas que en esto, (dice oportunamente
Zurita) el adquirir el señorío de tierras y Provincias que tanto
costaron
de conquistar.
Esto fue lo que le oyeron decir
Guillen de Moncada, que abogó al Rey en favor del Duque de
Anjou,
Bernardo Centellas por el Conde de Urgel, y Bernardo Villalico por el
Duque de Gandía, puntualmente cuando estaba celebrando D. Martín
sus últimas bodas con la elegante Doña Margarita de Aragón, nieta
del Conde de Prades: cuya plática, que cundió y se divulgó
rápidamente por la Ciudad y todo el Reino, acreditó, y benefició
en gran manera la causa de D. Fernando, con notable perjuicio de
todas las demás.
He aquí, pues, al pie de la letra este
singular documento, el cual aunque no sabemos se emplease formalmente
en gestión alguna, debe no obstante figurar en esta Memoria.
Yo
el infante D. Fernando de Castilla, señor de Lara, duque de
Peñafiel, e conde de alburquerque e de Mayorga. e señor de
Castro e de Haro; fago saber a vos los prelados, condes, ricos
hombres e caballeros que conmigo estades en esta villa e real de
Antequera en
guerra de los moros; que yo só el más propinco
pariente e heredero legítimo de la corona o casa real de los reinos,
principados, ducados, condados, señoríos, villas, e tierras, e
bienes raíces e muebles de Aragón, e pertenécenme por derecho como
entiendo declarar a su tiempo e lugar ante quien e con derecho debo,
e cada e cuando que fuese pedido e fuese dello requerido. E por ende
Yo en estos e por estos escritos e público instrumento en forma de
mi derecho e de la Verdad, a vos e a todos los otros a quien atañe e
atañer puede, e a los dichos reinados, principados, ducados,
señoríos, islas e tierras de Aragón, declaro mi corazón a
intención, e publícola e notifícola: e fago saber que yo acepté e
acepto la dicha herencia, e los reinos de Aragón, e de Valencia e de
Mallorcas, e de Sicilia que se llama Trinacria,
e condado de
Barcelona, e todos los otro ducados, e condados, e señoríos, e
islas, e tierras, e bienes raíces e muebles, que la dicha Corona o
Casa Real tovo e tiene, le pertenece e pertenecer pudiere en
cualquier manera. Por cuanto su herencia e todo lo susodicho
pertenece a mi así como a pariente suyo más próximo de la
dicha Corona o Casa Real e su heredero universal en todo lo sobre
dicho. E por ende, Yo requiero una o dos, o tres veces con el mayor
afincamiento que puedo e debo de derecho, e en la mejor manera e
forma que debo a todos los perlados, duques, condes,
vizcondes, nobles, caballeros, gobernadores, e a los jurados,
cónsules, e justicias, e a todas las ciudades, villas e lugares de
los dichos reinados e tierras de Aragón, que me entreguen la dicha
herencia e me den la posesión della natural, e civil, e realmente, e
con efecto, como yo so presto e aparejado de la recibir por mi
persona misma cuanto más aina yo pudiere, e de enviar mi procurador
con mi poder bastante para todo ello. E por cuanto yo estove a esto
en aquesta guerra que los moros enemigos notorios de la Santa Madre
universal Iglesia, e de la Santa Fé católica, e de todo el pueblo
cristiano, e el rey de Castilla e de León mi señor e hermano dejó
esta guerra acordada, e comenzada, e
aparejada de tesoros e
diversos pertrechos e bastidas, e me dejó por tutor del rey mi señor
e sobrino su hijo (fijo), regidor de los sus reinos, a mí fue e es
forzado, por el deudo que con él tove, e por la fialdad e
lealtad que debo al rey mi señor e mi sobrino, su fijo, e por la
carga de la tutela, o requirimento de los sus reinos que del tengo,
continuar la dicha guerra; e por ende no puedo tan cedo partir de
aquí para ir a los dichos reinados, principados e ducados e
condados, señoríos, islas, e tierras de Aragón, sin gran
detrimento del dicho señor Rey, e mío, e de los fieles cristianos
que aquí están conmigo perseguidores de la seta e Alcorán de
Mahomed, e punadores de la ley de Jesucristo. Por ende. Yo ante
vosotros, como ante nobles e honestas personas, fago la dicha
declaración, e aceptación, e requirimiento: e protesto, una, e dos,
e muchas veces mí derecho, e de los mis legítimos herederos ser en
salvo a todas las cosas. E cuan cedo e más aina pudiere en el nombre
de Dios partir, e ir a las partes de Aragón, e intimar, o notificar,
e facer la dicha aceptación, e requirimento, e protestación, si
menester fuere, e otra vez aceptarle, e facer el dicho requirimiento
e protestación de nuevo por mi persona, e facer cerca de todo lo
sobredicho e cada cosa de ello, todas cosas que heredero legitimo o
verdadero debe facer o cumplir de derecho e de fecho. E desta
aceptación, e requirimiento, o pedimento, e protestación que aquí
ante vos fago, ruego e mando a
vosotros que me seades dello
testigos; e a los escribanos que me lo deu (den) signado, una e
muchas veces, e cuantas menester me fuere, para guarda de mi derecho,
e de los míos.
Que fue fecho en el Real de sobre la villa de
Antequera, a Martes treinta días del mes
de Setiembre, año del
nacimiento (uncimiento) de nuestro Salvador Jesucristo de
mil
e cuatrocientos e diez años. Testigos que a ello fueron presentes
los Mariscales Diego Sandobal, e Pedro González de Ferrera, e Frey
Juan de Sotomayor gobernador del Maestrado de Alcántara; e el doctor
Alfonso Fernández del Castillo, e Fernán Vázquez, chanciller
del
dicho señor Infante.»
XXIII
Publicada
ya en Caspe la sucesión a la corona de estos Reinos en favor del
infante de Castilla, salieron al punto Embajadores de las tres
Provincias para recibir al Rey, que estaba en Cuenca, ciudad
limítrofe de Castilla y Aragón: y con ellos fueron para informarle
del estado del Reino y de sus usos y costumbres, el Justicia Mayor y
Berenguer de Bardagi.El Rey, después de haberse detenido
unos días para ordenar las cosas de Castilla, vino a Aragón a
primeros de Agosto, acompañado de sus cuatro hijos y dos hijas (de
los cuales D. Alonso y D. Juan le sucedieron en la corona,) y de los
sobredichos Embajadores del Reino, dos por cada uno de los cuatro
Brazos. El 5 de dicho mes llegó a Zaragoza; y convocadas en seguida
las cortes para el 25 del mismo, juró los fueros del Reino, y fue
jurado por los Aragoneses, si bien (dijo galantemente) no había para
que recibir juramento de fidelidad, de los que con tanto valor habían
sabido defenderla. A esta jura asistieron D. Alonso Duque de Gandía,
en persona; y por medio de Procurador, a causa de su menor edad, el
Duque de Luna D. Fadrique de Aragón. El Conde de Urgel se excusó
por enfermo.
Después de estas Cortes de Zaragoza, pasó el
Rey a Lérida, en donde juró también los usages y costumbres del
Principado. Recibió aquí a los Embajadores del Conde de Urgel, los
cuales en su nombre le prestaron obediencia y fidelidad; pero no
quiso ratificarla el Conde, por los perniciosos consejos de sus
exagerados amigos, y en especial por los de su terca y obstinada
Madre, que no cesaba de instarle para que levantase bandera,
concluyendo siempre sus amonestaciones con esta su idea dominante:
¡Hijo!, o Rey o nada.
Este ciego y torpe consejo, nacida de
un amor exagerado y mal entendido y de un orgullo soberano y
desalentado, que no queriéndose conformar con la dura ley de la
necesidad, solo podía conducirle a una desgracia y ruina completas;
puso al débil y ligero Conde en el compromiso de empuñar de nuevo
las armas: y aunque esto lo hizo con brío y desesperación (para lo
cual no le faltaban valor ni fortaleza), le fue del todo punto
imposible resistir y hacer frente a la gran superioridad de las
fuerzas del Rey con la marcada inferioridad de las suyas y debilidad
de su aislamiento. Por fin, viéndose derrotado y perdido cometió la
última de sus faltas e imprudencias, que acabó de arruinarle del
todo. Consistió esta en encerrarse en el castillo de Balaguer; y
como era de esperar, fue atacado y batido por el Rey, rindiéndose
entonces a discreción el por siempre desventurado Conde.
Concedióle el Rey el perdón de la vida, pero no el de su
libertad, que perdió para siempre
en el encierro de varias
fortalezas.
La primera que ocupó, fue la de Lérida; y de
allí salió escoltado con tropa para la de Ureña
en Castilla.
Al llegar a Zaragoza, creía el Conde que le dejarían en
aquella Ciudad; más viéndose defraudado en sus esperanzas, se
entregó ciegamente al dolor y desesperación. Viósele entonces
hacer los mayores esfuerzos para arrojarse a la muerte desde la
acémila en que iba montado, para no sufrir tamaña afrenta ante un
Pueblo que le había querido, y para que su prolija prisión no
deshiciese a pedazos y pausadamente su amarga existencia.
¡Que
a más no alcanzan, en tales casos, los vanos recursos de la pasión
de los Grandes!
Este espectáculo triste y lamentable de las
vicisitudes humanas; este doloroso ¡ay de los vencidos!, que tanto
lastimaba al Conde; hirió y conmovió la sensibilidad del Pueblo
Zaragozano. Verdad es que el desterrado había cometido graves faltas
y yerros sin cuenta, ya por su indiscreción, ya principalmente por
la de sus perniciosos amigos. Pero en medio de esto, veíase en él a
un vástago de los Príncipes de Aragón, que sin dichas causas, tal
vez habría entrado de otro modo en la Corte ilustre de sus Abuelos,
y del último Rey su tío
D. Martín.
Y ahora en la flor de
la edad y de la hermosura, que tanto lo distinguían, se le veía
entrar y pasar de largo por las calles y plazas de aquella Corte;
arrebatado por extranjeras tropas, atado y asegurado a un vil rocín,
manchada su barba y sus mejillas con las lágrimas de sus ojos y el
polvo del camino, confuso y desordenado su cabello, y pintadas en su
semblante las ansias y las manías de su turbada razón.
¿A quién
no conmoverla este triste espectáculo?
¿A quién no haría
saltar lágrimas de compasión?
Pero tal es la índole
miserable de los mortales: cuando se trata de dar rienda suelta a las
pasiones, todo se presenta gratamente al revés. Entonces no se ven,
ni se oyen, ni se prevén, estos funestos e indeclinables resultados
y accidentes, cuya memoria y consideración fueran a su tiempo tan
saludables y oportunas; y después, un dolor y un arrepentimiento
tardíos, vienen a dispertar inútilmente del letargo.
Si
esto hubiera tenido presente su orgullosa e imprudente Madre, cuando
en sus arrebatos aristocráticos decía al Conde su hijo, que o Rey o
nada, lo cual creía él con harta ligereza y liviandad; no hubieran
tenido lugar estas escenas sensibles, pero indispensables para la
tranquilidad y sosiego de los pueblos, cuya justicia y conveniencia
hacen necesario el condigno castigo de los delincuentes, con
tal que no degenere este en crueldad y fiereza.
Por fin, el
desgraciado Conde, después de haber saboreado contra su voluntad las
heces amargas de su horrible situación, fue trasladado de Zaragoza a
Ureña; de aquí, al Alcázar de Madrid; luego otra vez a Ureña:
después, a Castro Torafe; y últimamente a San Felipe de Játiva,
donde murió en el año 1426. ¡Así pasó y terminó su vida
borrascosa el infortunado Conde de Urgel, a quien todos los
historiadores han calificado, falto de consejo y de ventura.
Su
íntimo amigo y mal consejero D. Antonio de Luna, que pudo evadirse
de prisiones por no
haberse encerrado en Balaguer; anduvo errante
y fugitivo por Cataluña y el Rosellón, hasta que la cólera y el
despecho que formaban su avieso carácter le abrieron en Mequinenza
las puertas del sepulcro pocos años después. De este modo trágico
y desgraciado se espían las faltas en política (ya que omitamos las
de otro género), y el loco empeño de colocarse siempre en
situaciones violentas y desesperadas.
ya los ánimos y tranquilo el Reino en todo el ámbito de la
Monarquía, así como en el de Cerdeña y Sicilia, dedicóse el Rey
D. Fernando al afianzamiento de la paz, del orden y de la moral
pública; aunque tomando algunas providencias severas con varias
cosas principales de Jefes de la rebelión, cuya desgracia pudieran
estos haber evitado, pues que había partido el Rey de la base del
perdón y del olvido, establecida y recomendada ya por los
Parlamentos. Y tan empeñado estaba en este loable propósito, que
hasta llegó a ofrecer al Conde de Urgel el casamiento de su hijo el
Infante D. Enrique con la hija mayor del
Conde, dándole la villa
de Montblanc con el título de Duque, y 50,000 florines de oro; y al
Conde y su mujer y su madre, 6,000 florines de pensión anual. Y no
fue esta oferta solo de palabra, sino que se acordó y firmó así
formalmente en Lérida y Barcelona por D. Fernando y los mencionados
embajadores del Conde, en virtud de un convenio o tratado que se
celebró al efecto.
¿De quién es la responsabilidad de la
desgracia que al Conde y sus allegados sobrevino después?
Pero
sigamos la marcha de los sucesos.
La Monarquía aragonesa, no
menos que toda la España y que toda la Cristiandad, hacía ya mucho
tiempo que sentían la grande calamidad de un cisma espantoso, que
atacando y destruyendo (si bien momentáneamente) la sublime y santa
unidad de la Iglesia Católica en la legítima sucesión del Vicario
de Cristo, tenía contristados los ánimos, conturbadas las
conciencias, divididas las opiniones y lastimados en gran manera los
intereses espirituales del Pueblo cristiano.
Faltábale, en una
palabra, el conocimiento seguro de su verdadero y único pastor.
¿Qué hacían los Reyes de esta Comunión en tan lamentable
estado?
¿Cómo no se unían y confederaban entre si para evitar
este mal y alcanzar su remedio oportuno?
¿Se podía seguir de
este modo sin que bamboleasen o cayesen por tierra los tronos y las
sociedades, puesto que se socavaban los cimientos en que entrambos
descansan?
Por eso el Rey D. Fernando, que lo reconocía en
alto grado, y que deseaba ardientemente extirpar tan grave mal;
dedicóse, luego que pudo, a emplear todos los medios que estaban a
su disposición para extinguirlo del todo. Así es, que avisado por
el Emperador de Alemania y Rey de Romanos Segismundo, de que deseaba
tener una formal entrevista con él para tratar seriamente de cortar
este gran cisma (cuyo asunto ocupaba toda la actividad y celo de tan
religioso Príncipe); pasó a Perpiñan, que era entonces de
Aragón, a conferenciar y deliberar con el Emperador, llegando a
aquella ciudad en los primeros días de Setiembre del año 1415, y
habiéndolo hecho ya antes el Papa Benedicto.
Pero
desgraciadamente no pudo sacarse de éste partido alguno: ni la
amistad del Rey, ni los ruegos importunos de todos, ni las grandes
promesas, ni las poderosas razones que le alegaron los dos Monarcas y
sus embajadores con los enviados por el concilio de Constancia, a la
sazón congregado para concluir con el cisma; nada de esto bastó, ni
hizo mella alguna en el ánimo altivo y voluntad irrevocable de este
terrible Aragonés.
Siete horas consecutivas estuvo hablando en
una sesión, para probar, a su modo, el derecho y legitimidad de su
autoridad pontificia, sin dar muestra alguna de cansancio ni fatiga,
a pesar de los ochenta años de edad que tenía entonces (1).
Por
fin, rendidos todos y faltos de fuerzas físicas para continuar
oyendo a tan potente discutidor (a quien aun sobraban bríos para
seguir hablando de lo que no era objeto de
la cuestión, pues que
solo se trataba de la necesidad indeclinable de la renuncia de los
tres Competidores); concluyeron requiriéndole e intimándole, que
imitase la conducta de Juan y Gregorio, que ya habían dimitido su
cargo. Pero él sacando aun de aquí nuevas pruebas en su favor en
vez de aderecer a lo propuesto, los puso en la precisión de
usar del rigor y de la amenaza.
(1) Teniendo, como consta,
sesenta años cuando fue elegido Pontífice y noventa cuando murió,
le correspondía tener ochenta cuando menos en esta ocasión, y no
setenta y siete, como dice Lorenzo Valla en su obra De rebus
Ferdinandi Aragoniae Regis lib. 3, al cual han
seguido los demás
historiadores.
A consecuencia
de esto, el Rey D. Fernando, que era el que podía emplearla
directamente, tomó consejo de San Vicente Ferrer; y acorde con su
dictamen previno e intimó (imtimó) en debida forma al tenaz
Benedicto, que si en el término de sesenta días no enviaba su
dimisión, mandaría que ninguno en su Reino le prestase obediencia,
ni le reconociese por legitimo Pontífice, como luego después lo
haría canónicamente y con gran solemnidad el santo Concilio de
Constancia.
plazo, pues que estuvo siempre terco y recalcitrante; y sobre todo,
muy despechado contra el Rey D. Fernando. A los embajadores que este
le mandó a Colibre, cuando después de las conferencias de Perpiñán
se trasladó a aquel punto para fugarse a Peñíscola; les contestó
de este modo altivo y soberano:
Id y decir a vuestro Rey, que
yo le di una corona que no le correspondía por derecho, y él me
quiere privar de una tiára que me corresponde de justicia. Y más
tarde, cuando se le notificó la publicación, en Perpiñan, del
famoso edicto, en virtud del cual se mandaba a todos los súbditos de
la corona de Aragón que le negasen la obediencia, y que no le
dispensasen favor; prorrumpió, sin acobardarse, en estas amargas
quejas e impotentes amenazas:
Aun espero quitarle el reino que
yo mismo le di.
¡Lástima da el ver tan mal empleada esta
asombrosa firmeza de carácter!
Llegado ya el día, para él
fatal, del 6 de Enero del año 1416, se llevó a efecto lo que estaba
acordado y prevenido. Y para ello se celebró en la Iglesia principal
de aquella ciudad una solemne función, en la cual San Vicente Ferrer
subió al púlpito (como lo hiciera en Caspe); y en un largo discurso
alusivo a este sensible y doloroso acontecimiento, publicó la
cesación de la obediencia al llamado Benedicto XIII (1) Y desde
entonces, quedó reducido, aunque sin cejar nunca, al estrecho
recinto de Peñíscola, donde murió algunos años después a la edad
de noventa años, sucediéndole, aunque por poco tiempo y con
menguado prestigio, el titulado Clemente VIII.
Pero la causa
de Benedicto murió ya en el mencionado día 6 de Enero, pues que
desde entonces en adelante (y mucho más después de la declaración
del Concilio Constanciense), ninguno o casi ninguno se atuvo a su
obediencia, sino a la legítima de la Iglesia católica, a que tanto
contribuyó el Rey D. Fernando con notable abnegación y desinterés.
(1) Véase su biografía en la adición que ponemos a esta
memoria.
Y qué contraste tan singular. El mismo Príncipe
que había sido el blanco de los deseos del Papa Benedicto, el ídolo
de sus aspiraciones, y el áncora de sus esperanzas; fue el que
cooperó más eficazmente a hundirlo y arruinarlo para siempre.
¿Debe
atribuirse esto a ingratitud? No seguramente; porque en la situación
en que estaban y se hallaban las cosas en toda la Cristiandad, érale
de todo punto imposible a D. Fernando el sostener la causa, ya
injusta y ruinosa de D. Pedro de Luna. Y así lo reconoció también
su grande amigo San Vicente Ferrer que antes lo sostuviera fielmente,
y a cuya sabia y santa amistad no quiso creer; poniéndolo en la
precisión, harto dolorosa y sensible para su alma, de separarse de
él y abandonarle en su error, antes que faltar culpablemente a su
deber.
No podía esperarse otra cosa de un Santo, cuando hasta la
moral gentílica proclamaba este apotegma: Amici usque ad aras.
XXV
No fue tan feliz D. Fernando en lo que intentó y se
propuso con los Catalanes.
Al dirigirse a Perpiñan para el
arreglo de la unión de la Iglesia y extinción del cisma que tanto
la afligía, quiso tener Cortes en Montblanc a fin de obtener del
Principado una parte de lo mucho que necesitaba para cubrir los
enormes gastos de la guerra finada en estos Reinos y en Cerdeña,
juntamente con lo que entonces le hacía falta para la prosecución
de sus grandes y convenientes empresas.
Pero los Catalanes, que
siempre se habían manifestado recelosos y desconfiados de
D.
Fernando desde su exaltación al trono aragonés, que vieron con
disgusto; diéronle quejas en vez de dinero, y disgustos en lugar de
satisfacciones. Fundábanse aquellas principalmente, en que el Rey
favorecía demasiado a los Castellanos en la provisión de los
destinos públicos, y en que había traído para tratar y
conferenciar en aquellas Cortes al Arcediano D. Pedro Velasco su
Promotor en los negocios de Palacio, y a su Consejero Real D. Juan
González Acebedo, entrambos naturales de Castilla. Incomodado el Rey
con estos cargos, que según las costumbres de su país tenía por
irreverentes, además de infundados, se desató enérgicamente contra
la Asamblea (según escribe Pedro Tomich), y la abandonó por fin con
indignación: no sin oír antes con hiel la mortificante réplica,
que con toda la suavidad posible en las formas pero fuerte en el
fondo, le devolvió el primer Conseller de Barcelona D. Ramón
Dezplá.
Otro hecho de la misma naturaleza, y aun más fatal
para D. Fernando, tuvo lugar en la Capital del Principado, a su
regreso de las vistas de Perpiñan.
Pagaba allí el Patrimonio
real ciertos derechos y gabelas, y el Rey quería que se los
remitiesen y condonasen los Consellers, alegando, como ya lo había
hecho la vez anterior, sus muchos gastos y obligaciones. Los
Catalanes, que ya en Montblanc quedaron de él poco satisfechos, y
que estaban además persuadidos, de que esta demanda no era más que
una treta para probar sus fuerzas y domar su carácter; se levantaron
de ánimo al punto, y se previnieron en contra del Monarca. Reunidos
al efecto los Consellers, que era a quienes tocaba resolver la
cuestión, se pronunciaron todos unánimemente contra la demanda,
cuya resolución hicieron saber sin demora al Rey.
No
satisfecho este de tan fatal resultado, que juzgaba depresivo a la
dignidad real, envió a llamar particularmente al primer Conseller
Juan Fivaller; y esta entrevista singular concluyó de apurarle y de
volarle del todo.
el Rey manifestando al Conseller, que era indecoroso el que les
pagase aquella gabela, pues que de ello resultaba, que el mismo
Monarca pagaba contribución a sus súbditos, viniendo así a rebajar
su autoridad: y que por lo tanto, estaba en su lugar la demanda que
les hacía. Y de aquí dedujo y concluyó, que esperaba le
remitirían y condonarían dicho tributo.A estas
palabras contextó Fivaller con una entereza y resolución,
que rayando ya en el desacato, hirió hondamente el ánimo del Rey.
Díjole sin ambajes ni rodeos, «que si tuviera presente el juramento
que había hecho de guardarles sus derechos y privilegios, no
intentaría ahora que sufriesen estos ningún perjuicio ni menoscabo,
como no lo había intentado ni exigido ninguno de sus gloriosos
antecesores, los cuales los habían respetado escrupulosamente. Y que
así le suplicaban, él y sus compañeros, por la fidelidad que les
animaba y que le tenían, que mirase por su propia reputación y por
la tranquilidad y sosiego de sus súbditos; porque el tributo en
cuestión no era del Rey sino de la República». Y últimamente, con
un valor y osadía que se confundían ya con el frenesí, concluyó
con
estas terribles palabras: que él y sus compañeros, a cuyo
cargo estaban encomendados el régimen e intereses de la ciudad,
estaban resueltos a darle antes su vida que sus privilegios y
libertades: y que si muriesen por esta causa, no sería sin venganza
….
Dicho esto, se retiró en seguida a otra estancia del
palacio, disponiéndose a recibir serenamente la muerte, a que ya
estaba aparejado. Pero los del Consejo del Rey, y en especial D.
Bernardo de Cabrera, D. Guereau Alaman de Cervellon y D. Guillen
Ramon de Moncada, le suplicaron «que calmase su encono; que mirase
con indiferencia al temerario, y que dejase desbravar aquella furia:
que tuviera presente, que era peligroso proceder a vías de hecho,
pues que estaba ya el Pueblo en armas temiendo por sus Consellers:
que no extrañase lo que
le sucedía, pues los Catalanes estaban
acostumbrados, lo mismo que los Aragoneses y Valencianos, a que los
tratasen sus Reyes con más atención y familiaridad; lo que no había
hecho él, sin duda, por su falta de salud y muchas ocupaciones: y en
fin, que recordase aquellas palabras mortificantes que se oyó de los
Catalanes su hijo D. Alonso por haber
impuesto un castigo a un
criminal, sin tener en cuenta las leyes y usos del País: Todavía no
está seca la tinta de la declaración de la corona ¿y ya se borran
nuestras leyes y costumbres?»
Persuadido el Rey de la fuerza
y prudencia de estas razones y advertencias, depuso algún tanto su
grande enojo; y encubriéndolo diestramente al Conseller (que mandó
llamar a su aposento) lo despidió de esta manera: ¡Idos! que no
quiero dar lugar a que os honréis de mí. Entonces el
Vice-Canceller Bernardo de Gualbes, para concluir de calmar al
Monarca y que no se alterase su delicada salud con el recuerdo de la
imposición Barcelonesa, la pagó él mismo con los fondos de su
casa, dándole con esto una prueba poco común de su amor y
fidelidad. Pero no queriendo el Rey detenerse ya más en Barcelona,
dio las órdenes
oportunas para emprender al día siguiente la
marcha para Igualada.
Su salud que estaba ya muy quebrantada
con una grave enfermedad, acabó de resentirse y agravarse del todo
con este amargo disgusto; y sin embargo, se empeñó en ponerse en
camino. Al saber esto los Consellers, le enviaron a decir con
súplica, que no desfavoreciese tanto a aquel Pueblo yéndose en tan
mal estado de salud; y que si se hallaba ofendido de ellos
por su
reciente conducta, podría ésta enmendarse con otro más señalado
servicio. Y no satisfechos aun de este paso prudente, fueron en
persona a visitarle; pero el Rey, ni quiso escuchar la súplica que
le mandaron anteriormente, ni volverles ahora el rostro, ni mucho
menos darles la mano desde la litera en que lo encontraron, y con la
cual se ausentó con presteza, muy colérico y sañudo.
Llegó
aquel mismo día a Igualada, distante ocho leguas de Barcelona; y tan
agravada estaba entonces su enfermedad, que murió a los pocos días,
en el 2 de Abril de 1416, a la florida edad de treinta y ocho años y
cuatro incompletos de su venida a Aragón.
XXVI
Corto, a
la verdad, fue este Reinado; y no deja de ser sensible la temprana
muerte de este gran Monarca, puntualmente cuando tan ocupado se
hallaba en útiles empresas y proyectos en favor de sus
pueblos.
Créese con fundamento que el activo específico del
beleño que se le propinó en Valencia como remedio eficaz contra el
mal de hijada y de piedra que padecía, le trastornó la salud y le
aceleró la muerte.
En el poco tiempo que empuñó las
riendas del Estado, se echaron de ver su diestro pulso y habilidad,
no menos que su gran celo y aplicación por la prosperidad y
bienestar de sus súbditos.
Así fue que tranquilizó en breve
todo el Reino, y todos sus Estados de afuera; reformó
convenientemente las Ordenanzas municipales de Zaragoza, y los
grandes abusos que por la forma irregular de las elecciones se
cometían; contribuyó notablemente, y con laudable abnegación, al
gran resultado de la paz de la Iglesia; y finalmente dejó el Reino
quieto y tranquilo, dándole además un digno sucesor en la persona
de su hijo primogénito, el
magnánimo y prudente Príncipe D.
Alonso.
Todo esto, y su mucho amor a la Religión católica, lo
hacen digno y merecedor de ser colocado en la extensa y gloriosa
galería de los grandes e ilustres Reyes de Aragón, de cuya célebre
estirpe descendía por su Madre.
No le fallaron, empero,
émulos y contrarios; si bien como
hombre carnal, no estuvo exento tampoco de algunas ligeras faltas o
flaquezas.
Acusábanle algunos, y sobre todo los Catalanes, que
favorecía demasiado a los Castellanos en la provisión de los
destinos públicos: que era codicioso de lo ajeno, y pródigo de lo
suyo; y que se descubrían en él tendencias marcadas de supeditación
y absorción del mando, en contra y menoscabo de las libertades del
país.
Pero todos estos cargos, si no injustos, eran
exagerados cuando menos.
Cierto es que se descubría en él
la afición a sus paisanos y amigos, a quienes conocía muy bien por
sus servicios, y a quienes tenía perfectamente probados. Pero si en
esto hubo la falta o flaqueza de no sacrificar sus afecciones a las
prescripciones de la razón y la prudencia; no sabemos que éstas
fueran tales, que barrenasen los fueros de la justicia, ni los
principios constitutivos del derecho
político de Aragón.
El segundo cargo dirigido contra
D. Fernando, se desvanece aun con más facilidad. Efectivamente fue,
como se dice, pródigo de lo suyo; y esto quiere decir en puridad,
que fue liberal, que fue generoso, que fue agradecido. Pero ¿puede
ninguno ser buen Rey, sin
poseer razonablemente estas excelentes calidades? La avaricia y el
interés, asiento del egoísmo,
¿no secan el corazón y
destruyen las más nobles y generosas afecciones?
D. Fernando
hizo grandes cosas y acometió grandes empresas en Castilla y
Aragón; y si hubiera sido avaro de sus bienes, hubiera sido
ingrato con sus amigos y servidores: y entonces seguramente no
hubiera encontrado la fidelidad y heroísmo de las almas elevadas, a
las que siempre rinde y cautiva la nobleza y magnanimidad de sus
Monarcas.
Pero si fue pródigo de lo suyo, no fue por eso
codicioso de lo ajeno, como se le achacó.
¿Qué más prueba y
mejor comprobante, que su abnegación y nobleza de ánimo en
Castilla?
Si hubiera estado poseído de aquella ignoble pasión y
tales hubieran sido sus instintos, ¿quién le impedía el haberse
ceñido la corona de aquel Reino,
cuando con tanta insistencia y porfía se lo rogaban sus
Próceres?
Cierto es que para obtener y alcanzar el cetro de
Aragón trabajó con empeño y perseverancia, no menos que con
disimulo y talento: pero para esto contaba con su buen grado de
parentesco; con la invitación que le hiciera el Rey D. Martín su
tío con la opinión decidida de una buena parte del Reino; y sobre
todo, con el fallo solemne que últimamente pronunció en su favor el
tribunal supremo de la Nación.
También
es cierto y constante que los Catalanes sostenían fundadamente su
derecho, al oponerse a la demanda de condonación del tributo, que
allí pagaba el Real patrimonio.
Pero si el Rey se propasó
indiscretamente en los medios empleados para el fin que se proponía
(efecto sin duda de las costumbres y hábitos diversos adquiridos en
Castilla, que no supo moderar), también lo es, que la crítica
situación en que se hallaba la Hacienda de estos Reinos, excusaba en
gran manera el pensamiento de procurar adquirir y recabar de los
Catalanes estos recursos y arbitrios, de que tanto necesitaba, y de
que al fin se abstuvo por respeto a la justicia.
El
último cargo que se hace a D. Fernando todavía es más fuerte y
trascendental; pero como
tenemos ya dicho, lo creemos también
injusto, o exagerado cuando menos.
su plan y medidas le hubieran encaminado al engrandecimiento del
poder real con menoscabo de los
fueros e instituciones del Reino, no se le hubiera visto andar con
tanta solicitud para jurarlos en todas las Provincias; llegando en
Cataluña hasta hacerlo por tres veces, siendo así que los Catalanes
no lo habían jurado ni reconocido solemnemente por su Conde, ni aun
una sola, hasta que la última vez de las tres que lo hizo el Rey en
Barcelona, les indujo por fin a imitarlo. Y a estos juramentos, debe
añadirse su cumplimiento, pues que no sabemos se separase de
ellos, al menos en cosa substancial o digna de reparo.
Si sus
hábitos y costumbres eran diferentes de las de estos Reinos; y si su
talento metódico
le inclinaba a la unidad, en lo que era
compatible con las instituciones, ¿qué hay que deducir de aquí?
Los hábitos y costumbres que adquiriera en Castilla, eran en
verdad un escollo que tenía contra si en el difícil camino de la
vida política: pero esta circunstancia encarnada ya en su persona,
aunque modificada algún tanto por la reflexión, habíase examinado
y juzgado en Caspe y estimada en su
justo valor; siendo por lo tanto un solo accidente particular de
prueba y de mortificación para él mismo, toda vez que no afectaba
la existencia de las leyes e instituciones del país.
cuanto al otro extremo de su tendencia
a la unidad, más bien es esta un mérito que no una falta; y
mejor una calidad recomendable, que a un defecto digno de censura. La
unidad, es el distintivo de las grandes inteligencias: la unidad es
el orden, es la claridad, es el admirable concierto del saber y del
poder: es en fin la cadena armónica de la perfección, destello
divino de la Unidad del Ser infinito. Y como la unidad especial de
que hablamos, giraba en el círculo legal en que se hallaba D.
Fernando, y no era la absorción del poder en contra de las
instituciones; por eso resulta en definitiva, que en lugar de ser una
falta y un inconveniente contra ellas, era acaso su mejor garantía,
como hemos indicado.
Discurriendo imparcial y
desapasionadamente, este es el juicio que hemos formado del carácter
político-moral del Rey de Aragón
Fernando el Honesto; o sea de los hechos, faltas y virtudes más
notables, y prendas o dotes de gobierno que en él hemos advertido. Y
tanto más nos afirmamos en este modo de pensar, cuanto que casi
todos los historiadores del Reino abundan en el mismo juicio
favorable; y sobre todo, Mariana, Zurita y Abarca, a quienes
principalmente hemos consultado.
Plácenos ahora el
trasladar a continuación el voto particular de estos hombres
eminentes, como comprobante de lo dicho y conclusión de este
Reinado.
“Fue D. Fernando (dice Mariana) un Príncipe
dotado de excelentes partes de cuerpo y alma, presencia muy
agradable, y que no tenía menos autoridad que gracia: de grande
ingenio y destreza en granjearse las voluntades y aficionarse la
gente, no solo después que fue Rey, sino en
el Reino de otro, cosa más dificultosa.
Ganó entonces (cuando
no quiso admitir la corona de Castilla con que le brindaban los
Nobles) gran crédito de modestia y templanza, menospreciando lo que
otros por el fuego y por el hierro pretenden. Y los mismos que le
insistieron aceptase el Reino, no acababan de engrandecer su lealtad:
camino por donde se enderezó a alcanzar otros muy grandes Reinos,
que el Cielo por sus virtudes le tenía reservados.”
Si
se hubiera de hacer elección (dice
Zurita) del que había de reinar en estos Reinos (según la costumbre
antigua del Reino de los Godos) a juicio de todas las Naciones y
gentes; ninguno de aquellos Príncipes que compitieron por la
sucesión se podía igualar en el valor y grandeza de ánimo, y en
todas las virtudes que son dignas de la persona Real, con el que
había sido declarado por legitimo sucesor. Ni a la República
convenía otra cosa, que la justicia del que era más digno del
Reino; y con esto entrase más pacíficamente en él: contra la orden
y costumbre de las gentes, que dan la posesión al que es más
poderoso y al vencedor.
A
este pues verdaderamente se podía tener por legítimo sucesor de la
República: y estaba en edad D. Fernando, que se había ya
escapado de los vicios de la mocedad (tenía entonces 34 años), en
que corre el Reino tanto peligro. Y
su vida era de manera, que no tenía de que excusarse ni
arrepentirse; habiendo dejado ejemplo de la mayor virtud que se puede
hallar ni desear en un Príncipe.
su valor, todas las cosas le habían sucedido prósperamente, así en
la paz como en la guerra. Y su fama y nombre, eran muy ensalzados
entre las gentes; y no se temía, que la lisonja, cruel ponzoña de
los verdaderos afectos del ánimo, le estragase ni corrompiese; ni su
utilidad e interés propio, le desviasen de la justicia. Parecía,
pues, que se habían de conformar maravillosamente él y la
República; pues ni ella, pudo dar mejor sucesor, ni el rey hacer más
por ella, que oficio de buen Príncipe. Y era cosa fácil acabar, que
como el Conde de Urgel había de
ser deseado de los malos, se viese el Rey de manera, en su nuevo
Reino, que no pudiese ser aquel, competidor codiciado con la razón
de los buenos. Y teníase mucha esperanza, que con su prudencia
consideraría que entraba a gobernar y tener imperio sobre Naciones,
que ni del todo podían ni sabían ser sujetos ni libres.»Tal
es el juicio que formó nuestro sincero historiador, al principiar D.
Fernando su reinado; el cual concluyó y completó de este modo,
después de su muerte.
«Fue D. Fernando Príncipe de
los más excelentes de aquellos tiempos, y siempre trataba de grandes
hechos y empresas, aunque no tenía tanta fuerza y poder para
proseguirlas.
Entre sus grandes virtudes, fue muy católico y muy
celador de la justicia; y si hizo mercedes a muchos, fue fiando a los
que el Rey su sobrino había de gratificar como a sus vasallos, por
tenerlos obligados a su servicio para la guerra de los Moros.»
Finalmente, el docto historiador Abarca se explica de esta
manera:
«Fue D. Fernando sabio y valeroso en paz y en guerra, en
que apenas tuvo par en su tiempo. Y podemos decir que fue santo,
porque siendo Infante no quiso ser Rey, cuando no lo podía ser con
fidelidad o justicia; y siendo Rey, fue honesto a maravilla: virtudes
tan difíciles como raras en la soberbia y potencia de los grandes
Príncipes. Y son también ejemplos memorables de su liberalidad y
piedad, aquel su Real dolor de no poder dar más y mucho, por los
inmensos gastos de su nueva Corona: y aquel su religioso cuidado de
que no se pagasen los salarios a criado alguno, sin el legítimo
testimonio de que hubiesen en aquel año satisfecho a Dios con los
sacramentos de confesión y comunión; no teniendo este piísimo
Príncipe por buenos para la Casa Real, a los que eran malos en la
del Rey de los Reyes.»
Tal fue, pues, D. Fernando I de
Aragón, que tanto ha figurado en este nuestro humilde y desaliñado
bosquejo sobre el interregno que precedió a su elección y
proclamación en Caspe, y a que tanto contribuyó el Parlamento
aragonés celebrado en Alcañiz.
Y CONCLUSIÓN.Hemos llegado ya al término de nuestro
empeño. Comprometidos a presentar en breve espacio de tiempo, este
hecho notabilísimo de nuestra historia de Aragón, tan íntimamente
enlazado con la historia particular de esta ciudad de Alcañiz; nos
ha sido preciso abrazar para ello una época entera de complicados y
difíciles asuntos, llenos de grande importancia e interés, no menos
que de graves y útiles enseñanzas. Y como este fin y objeto
esencialísimos
no podían conseguirse ni ponerse de manifiesto
en una narración desnuda y descarnada, sin analizar, examinar y
juzgar muchos sucesos, personas y acontecimientos gravísimos; hemos
tenido que dar a nuestro trabajo (en medio de la debilidad y
desconfianza de nuestras fuerzas) la forma de una disertación
histórico-crítica comprensiva de todo lo más notable que ocurrió
desde la muerte del Rey D. Martín hasta la de su sucesor D.
Fernando: si bien nuestro objeto principal ha sido demostrar y hacer
ver, con este motivo, la grande importancia y significación del
Parlamento aragonés celebrado en Alcañiz, por lo mismo que
ignoramos se haya ocupado alguien de él expresa y detenidamente.
Hase pues visto en la marcha y curso de esta memoria que el
poderoso y respetable Reino de Aragón, como cabeza y principio de
esta célebre Monarquía, tenía mucho influjo y ascendiente sobre
las demás Provincias de que constaba:y que la extraordinaria y justa
celebridad del Gobernador de Aragón Gil de Lihori, del Justicia
Mayor Juan Jiménez Cerdán, de Berenguer de Bardagí, del Pontífice
D. Pedro de Luna, del alcañizano D. Domingo Ram y de otros
distinguidos varones aumentaron grandemente el peso y valor de su
poder moral, en la cuestión dinástica que se ventilaba.
Se
ha visto también que la gran perturbación que imprimió en los
ánimos la lucha animada del tiempo de la UNIÓN había dejado el
rastro funesto de odios y divisiones profundas en el seno de la
sociedad aragonesa y en el campo de su poderosa y temible
aristocracia. Y esta fatal herencia, que se unió a la terrible
orfandad en que dejó al Reino la muerte sin hijos del Rey Martín
complicó extraordinariamente las dificultades de aquella situación
excepcional, pocas veces vista en la historia de los Pueblos.
pretendientes competían entonces la Corona, todos ellos de sangre
real y con títulos respetabilísimos, y esta Corona era a la vez la
más rica y esplendente de toda la tierra. Su gran poder marítimo y
territorial, la sabiduría y prestigio de sus leyes e instituciones
(fiel reflejo y feliz amalgama de las costumbres y necesidades de
aquella época; el admirable concierto y armonía de los grandes
poderes y elementos cardinales del Estado, esto es, de la Religión,
del Rey, de la Patria y de la Justicia; y la honradez, el valor, la
religiosidad y la noble altivez e independencia de carácter de sus
habitantes; todo esto, decimos, era causa de que Aragón fuese mirado
y tenido en tanto respeto y admiración por los extraños, y que
fuese tan soberanamente codiciado por los propios, que creían tener
sobrados títulos y fundamentos para aspirar al cetro de este hermoso
y robusto Imperio, hallado a la sazón en grandes días de
prueba.La guerra civil iniciado con este motivo y el estado
volcánico en que se hallaban los ánimos en medio de las peligrosas
complicaciones de extranjeras intervenciones daban lugar a pensar que
aquella fuera funesta, desastrosa, y de colosales proporciones.
¿Cómo llegar a evitarla?¿Cómo unir los ánimos y voluntades
en un pensamiento común, en tan inextricable laberinto? Solo una
Nación grande, poderosa, de ánimo esforzado y de sólidas y sabias
instituciones muy amadas y respetadas por sus hijos podía intentarlo
y hacerlo. Y esta Nación era la aragonesa.
intérpretes de su espíritu y sentimiento algunos esforzados varones
y genios privilegiados se deciden desde un principio por un arbitraje
otorgado a hombres especiales, que no le faltaban, por medio del
Parlamento general de los tres reinos. Reúnense sus diputados en
Calatayud para deliberar sobre esta idea, y es elegida la villa de
Alcañiz para este general Congreso; pero vacílase después sobre el
importante punto de su presidencia. Con este motivo aparecen como de
relieve el temor y la esperanza, las aspiraciones diversas y los
planes contrapuestos. Todo esto se descubre allí en el interés
vario de la cuestión dinástica que agitará a la Asamblea, y el
grandioso pensamiento del Parlamento general bambolea entre la duda y
la desconfianza, entre la afirmación y negación.
Aquí es donde
la llama inspirada del genio del patriotismo encuentra el secreto de
la concordia general.
Si tres son las Provincias, si en ellas
son diferentes sus deseos y aspiraciones, fórmense tres Parlamentos
particulares, y unidos y conformes los tres en un mismo pensamiento,
lleguemos ya al fin deseado de la declaración del derecho a la
corona, y formal nombramiento del nuevo Sucesor.Esto dice
Berenguer de Bardagí, y esto lo que aprobaron todos con entusiasmo,
designándose allí mismo la villa de Alcañiz para el Parlamento de
Aragón, con las recomendables personas que habían de
componerlo.
Las demás Provincias nombran y reúnen después los
suyos, pero sucédense con rapidez graves dificultades, multiplícanse
por desgracia los Parlamentos, estalla en algunas partes la guerra
civil. Y en medio de esta grande escisión, en medio de las
pretensiones amenazadoras de la Francia por el de Anjou, y de la
osadía y desacuerdo del de Urgel, el Parlamento de Alcañiz (donde
se hallaban los hombres eminentes de que atrás hicimos mención)
ejerce tal poder y ascendiente en el espíritu público que
desprestigia el expediente de las armas, que fortalece y acredita la
acción de los Parlamentos, que le proporciona a él una conocida
superioridad y fuerza moral, y que le hace en cierto modo árbitro y
Señor de la elección importantísima de los nueve Jueces
compromisarios que en Caspe habían de dar un sucesor a la huérfana
monarquía.
Tal fue, a nuestro modo de ver, el Parlamento de
Alcañiz, y tal es el motivo por el cual lo hemos tomado por asunto
principal de esta Memoria.
Por lo demás, graves y tristes
reflexiones asaltan nuestra imaginación al echar una mirada
retrospectiva sobre el camino que hemos andado. El haber muerto el
último Rey sin resolver la importantísima cuestión del derecho a
la corona fue una gran calamidad, a la par que una gran falta, que
ocasionó todos los males y trastornos que que sufrieron después. Y
no solo se cometió esta falta, sino que en vez de haber procurado
evitar en lo posible los males advenideros, limitóse el Rey a
acreditar, con dudosa intención, al de Castilla, produciendo solo
esto una gran lucha y antagonismo con su poderoso rival el Conde de
Urgel, que tenía en su favor todas las probabilidades: el cual si
sucumbió al fin en la demanda fue por sus grandes yerros y
desaciertos, unidos a los de sus perniciosos consejeros, con los
cuales se desprestigió por completo. Al contrario; el Infante de
Castilla se condujo con gran tino y prudencia consumada: y esto, y
los títulos respetables de su buen grado de parentesco, le dieron la
ansiada corona de Aragón, que tantos años habían ceñido con
gloria los hijos naturales del País, Los Jueces soberanos reunidos
en Caspe (pueblo elegido por el Parlamento de Alcañiz por sus
favorables circunstancias para el objeto, y mayor abstracción e
independencia para los Electores), tenían que atender al derecho y a
la salud de la Patria, harto comprometida en aquellas críticas
calendas; y en casos dudosos, como el presente, ésta era la brújula
que debían seguir. Obraron, pues, de este modo, o en este sentido,
porque así lo entendieron y así lo creyeron conveniente
y
necesario, en uso del poder irrevocable que para ello les otorgaran
los Parlamentos. Y de esta suerte, en medio de los grandes conatos de
una espantosa guerra civil, y de la gran división de los ánimos y
de los partidos; supo Aragón resolver el mas difícil problema, y la
mas árdua y temerosa cuestión que se agitara en España;
acreditando así su gran juicio y patriotismo, no menos que la
estabilidad y robustez de sus instituciones. No era tampoco muy fácil
ni trivial la misión importantísima, que tras de tan graves sucesos
tenía que desempeñar el nuevamente elegido. Y a estas dificultades
se añadían las costumbres especiales de Aragón, tan diferentes de
las de Castilla, y a las cuales no era muy obvio allanarse por la
fuerza del hábito contraído, y por la satisfacción que siempre
ocasiona el mandar sin trabas ni cortapisas. Sin embargo, el Rey D.
Fernando que conocía esto muy bien, y que no solicitó ni admitió
el Cetro aragonés para hacer una infame traición indigna de su
generosidad e hidalguía; dedicóse con todas sus fuerzas a llenar el
difícil y peligroso oficio de un buen Monarca de estos Reinos.
Así
fue, que en el poco tiempo que los rigió, tranquilizó enteramente
todos sus Pueblos, y las inquietas Posesiones de la Italia; puso
órden en la Hacienda y en
el Municipio; celebró Cortes en todas las Provincias de la Corona,
para atestar con sus juramentos su amor y respeto á las
instituciones; contribuyó activa y generosamente a dar la paz a la
Iglesia; y venció y castigó con encierro perpetuo al desgraciado
Conde de Urgel, que después de habérsele hecho generosas ofertas,
saltó á su honor y compromisos. Acaso estuvo en esto el Rey algo
severo: y seguramente no se condujo tampoco con la prudencia
necesaria, al intentar bruscamente que los Catalanes le favorecieran
con subsidios. Pero si esto es cierto; si esta falta de generosa
expresión y familiaridad usada por sus antecesores le ocasionó
graves disgustos; y si su talento metódico le inclinaba a la unidad,
y sus hábitos y costumbres anteriores le desviaban algún tanto del
centro especial y determinado sobre el que tenían que girar y
funcionar aquí su prudencia y su política: si todo esto es cierto,
también lo es que estas faltas accesorias no afectaron nunca el
deber principal que se impuso de procurar el bienestar del País, y
la fiel observancia de sus leyes e instituciones. De todo lo cual
resulta, como hemos visto, que fue un excelente Príncipe: y que en
los cuatro años escasos que administró el Reino, no defraudó las
justas
esperanzas que de él concibieran el Parlamento de Alcañiz y el
Tribunal de Caspe; legando, por fin, al País la paz y el orden, y el
buen gobierno y prendas poco comunes de sus dos preclaros Hijos. Tal
es, en compendio, el conjunto de hechos y sucesos importantes y
extraordinarios que hemos recorrido, examinado y juzgado en este
humilde escrito. Cuanto más los hemos profundizado, mejor hemos
descubierto en ellos, no el azar, sino la íntima relación de los
efectos con las causas, conforme a la gran ley de la gravitación del
mundo político y moral; y sobre todo, conforme a las prescripciones
divinas del orden admirable de la Providencia.
Los Reyes, los
Pueblos, los Gobernantes, los Partidos, los Ambiciosos, los Filósofos
y los Hombres de Estado; todos respectivamente pueden encontrar en
estos hechos asunto para su discurso, y pábulo para su imaginación:
y la Historia, un monumento perdurable, para los que quieran
aprovecharse de sus útiles lecciones y enseñanzas.
DE D. PEDRO MARTÍNEZ DE LUNA,
o sea del Antipapa Benedicto XIII,
conocido vulgarmente con el nombre de EL PAPA LUNA.En vista
del papel importantísimo que este renombrado personaje hizo y
desempeñó en el grave negocio de la cuestión dinástica que se
resolviera en Alcañiz y en Caspe: teniendo además en cuenta, que su
conducta política y religiosa estuvo íntimamente unida y enlazada
con la de los principales hombres de su partido, que en aquella época
figuraron: y siendo, en fin, muy notable el total abandono y completa
ruptura de estos con la estrecha amistad y presunta autoridad de
aquel en el último término de su carrera; nos ha parecido
indispensable completar, en algún modo, el imperfecto bosquejo que
ya habíamos hecho de la vida azarosa de este hombre singular, que
tanto tiempo vivió entre nosotros, y que tanto ruido metió en
aquellos dias de prueba. Esto servirá, á la vez, de explicación y
de justificación de la conducta que con él observaron hombres de
tanta importancia y valía como San Vicente Ferrer, el Rey D.
Fernando, y otros muchos eminentes varones en ciencia y en santidad:
y tras ellos y en último resultado, todo el Pueblo aragonés y toda
la Nación española.
I
Nació, pues, D. Pedro Martínez
de Luna en Illueca, Pueblo del Reino de Aragón, distante como unas
cinco leguas de Calatayud. Todavía se alza allí su casa solariega,
una de las ilustres de los Lunas, que tanto sonaron en aquellos
tiempos en Castilla y Aragón. Todos los historiadores convienen en
conceder a D. Pedro talento vivo y penetrante, profundos
conocimientos en ambos derechos, buenas costumbres y fácil
elocuencia: de todo lo cual dio pruebas incontestables en el largo
curso de su vida, no menos que de su firme e inflexible carácter.
Hizo sus estudios mayores en Salamanca, y después siguió la carrera
militar; pero sintiéndose más inclinado a la de las letras y a la
Iglesia, concluyó de perfeccionar su instrucción, pasando en
seguida a la Ciudad de Mompeller, en donde como Catedrático de
derecho canónico, acreditó la
extensión de sus
conocimientos y la profundidad de su ingenio.Vuelto a
España, fue agraciado muy pronto con varias prebendas eclesiásticas;
en las cuales
y en las diferentes obras literarias que publicó,
dejó consignadas las pruebas de su erudición y
talento.
He
aquí los cargos que obtuvo y dignidades que desempeñó, hasta la
edad de sesenta años en que fue elevado al Solio Pontificio:
Canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Tarazona y después de
la de Huesca, Arcediano de Santa Engracia, Arcediano y Prepósito en
las Metropolitanas de Zaragoza y Valencia, Visitador Apostólico de
la Universidad de Salamanca, Cardenal de la Santa Iglesia Romana,
Legado Apostólico en España, y Sumo Pontífice.
Gregorio
XI, que en 1375 lo creó Cardenal Diácono con el título de Santa
María in Cosmedin, hizo grande aprecio de sus vastos conocimientos,
consultándole en todos los graves e importantes negocios de la
Iglesia y del Estado, que le ocurrieron en su tiempo.
Muerto
este Pontífice en 1378, un cisma largo y espantoso afligió
profundamente a la Iglesia. Los Cardenales que habían elegido en
Roma a Urbano VI (Bartolomé Prignani Arzobispo de Bári, que no era
Cardenal), abandonan luego la Capital del Mundo Católico, y se
dirigen precipitadamente a Agnani, nueve leguas distante de Roma. Y
antes de cumplirse cinco meses de la primera elección, hacen otra
nueva en Fondi, ciudad de los Estados de Nápoles, pretextando y
alegando violencia de parte del pueblo Romano, que temeroso de que el
nuevo Papa, si era Francés, se trasladase a Aviñon (como lo hiciera
otro, años atrás) se amotinó
desaforadamente, rodeando con
armas a los Cardenales reunidos en Cónclave y gritándoles con
amenazas que lo querían Romano: lo volemo Romano. Lo notable
del caso fue que en esta segunda elección, estuvieron todos los
Cardenales de la primera, que al todo eran diez y seis; a saber, once
Franceses, cuatro Italianos, y un Español, que era D. Pedro de Luna.
Pero todavía es más notable que procedieran a dar este paso,
habiendo antes asistido y cooperado casi todos a la solemne ceremonia
de la coronación de Urbano VI; siquiera fuese esto con poca
voluntad, como dijeron después.Con estas circunstancias,
con estas extrañas anomalías, fue elegido en Fondi sumo Pontífice
el Cardenal Francés Roberto de Ginebra; el cual tomó luego el
nombre de Clemente VII, dividiendo así profundamente los ánimos, y
dando lugar a un cisma espantoso, el más largo y aflictivo que jamás
viera la Iglesia.
El guante, pues, estaba arrojado; y por eso,
entre Clemente VII que se trasladó a Aviñón, y Urbano VI que se
quedó en Roma, no hubo ya más que una cruda guerra y un constante
antagonismo. He aquí la serie de los hechos:
Urbano VI, diez
años después, muere en Roma; y sus Cardenales eligen en seguida a
Bonifacio IX ea 1389. Tras de Urbano VI fallece en Aviñon Clemente
VII en 1394; y los Cardenales de su obediencia eligen con todos los
votos al Cardenal de Aragón D. Pedro de Luna, que se hallaba
entonces en Reus de la Diócesis de Tarragona, cuyo Arzobispado
administraba.
Y aquí principia la vida agitada y trabajosa de
este nueva Pontífice, que tomó el nombre de Benedicto XIII.
Asegúrase mucho, y con pruebas auténticas, que estuvo tenacísimo
en no querer admitir la Tiára; pero una vez admitida, no quiso
soltarla nunca de su cabeza. (1)
Así lo veremos en la marcha y
curso de este gran cisma, que iremos exponiendo sucintamente, y tan
solo en lo que tiene relación con nuestro objeto.
(I) Los
Cardenales de Aviñón reunidos en Cónclave firmaron una declaración
jurada, por la cual todos y cada uno se obligaban a emplear todos los
medios legítimos de que pudieran disponer, para restituir la paz a
la Iglesia; renunciando para ello el Pontificado (el que resultase
elegido), si este paso era necesario para el logro de aquel tan
grande beneficio; y con tal que hiciera lo mismo el Pontífice
Romano.
Esta decoración, que por estar ausente el Cardenal de
Luna no pudo firmar entonces, se la hicieron firmar después, poco
antes de su coronación. Pero sea que él faltase formalmente a su
letra y espíritu o que no creyera llegado el caso previsto y
determinado; el resultado fue que eludió sagaz y tenazmente el medio
ansiado de la renuncia, proponiendo que se entablase canónicamente
el muy difícil y embrollado del derecho y de la justicia, que por
circunstancias dadas se juzgó siempre inapeable, o lleno de
gravísimos inconvenientes.
III
Antes del fallecimiento
del antecesor del Papa Benedicto había ya en Francia un empeño
grandísimo en hacer cesar y desaparecer el cisma. Atormentadas las
conciencias y divididas las opiniones acerca del punto capital de la
verdadera legitimidad del Vicario de Cristo; no se encontraba allí
otro camino mejor y más expedito que el de la renunciación de
entrambos Competidores: y después, una nueva elección canónica,
hecha por los Cardenales de las dos opuestas obediencias. Esto, que
con no poca energía hizo saber la Sorbona a Clemente VII, y que
tanta impresión le causó (asegúrase que le costó la vida); prueba
hasta qué punto llegaron la duda, la confusión y la necesidad en
aquel Reino, motivo por el cual deseaban y querían salir del paso a
toda costa.
Verdad es que Urbano VI tenía en su favor el
reconocimiento solemne y pública adhesión de la mayor parte de la
Cristiandad; a saber, la Alemania, la Hungría, la Polonia, la
Suecia, la Dinamarca, la Inglaterra, y casi toda la Italia; pero esto
no obstaba para que la otra parte restante estuviera por su rival
Clemente.
¿Y qué extraño es esto, cuando hasta las personas más
sabias y santas vacilaban, o no estaban acordes, en el modo de
entender y apreciar esta cuestión?
¿Quién ignora, que mientras
Santa Catalina de Sena creía deber reconocer y dar obediencia a
Urbano, San Vicente Ferrer y el Beato Pedro de Luxemburgo opinaban
que esta obediencia le era debida a Clemente?
¿Y
a quién no admira que el hombre más docto de aquellos tiempos, el
gran Jurisconsulto y Canonista
Baldo de Ubaldis, confesara paladinamente, que le habían engañado
los datos e informes que al principio le habían hecho estar por
Urbano, siendo diametralmente opuestos los que después le hicieron
declararse por Clemente?
Pues
en estas grandes dudas y en esta critica situación se hallaban las
cosas, cuando el rey de
Francia Carlos VI, el Clero, la
Nobleza, el Parlamento y la Universidad de París, se dirigieron
nuevamente al Papa Benedicto para llevar adelante la idea
indicada de la renuncia, como la mejor y más conveniente: y caso que
no, el fallo decisivo de un solemne arbitrage, o la reunión de un
Concilio general. Pero esto, que en vida del Papa anterior era muy
difícil, más aun por las protestas y negativas de la Corte Romana
(que no admitía que su autoridad se pusiera en tela de juicio), que
por la disposición, en que se hallaba la de Aviñón; ahora, con el
inflexible carácter del Papa Benedicto, rallaba ya en lo imposible.
De aquí resultó, como no podía menos, que persuadidos de la verdad
de estos hechos el Rey de Francia, la Universidad de París y las
personas más influyentes de aquel Reino acordaron separarse de su
obediencia, como se hizo por un edicto público en nombre del Rey,
sin prestarla por eso a su Competidor Bonifacio.
Exasperado entonces
Benedicto de este acuerdo estrepitoso, excomulgó a toda la Nación
Francesa; pero la respuesta o acomodamiento fue enviar tropas contra
él para reducirlo a prisión.
Ni aun esto bastó para que
cambiase de propósito, pues que se defendió valerosamente en el
castillo de Aviñón con unos 300 hombres, la mayor parte Aragoneses
y Catalanes, inutilizando estos los grandes esfuerzos de los
sitiadores, que tuvieron que retirarse escarmentados. Pero reforzado
después el ejército sitiador, y habiendo pasado los sitiados en el
Castillo grandes trabajos, miserias y privaciones; se fugó de
allí el Papa mediante un ardid muy bien combinado, y se vino
a España muy lentamente con su grande amigo y Director espiritual
San Vicente Ferrer, que también lo acompañó en el sitio.
En
España, aunque el reconocimiento a su Papado tuvo al principio
algunas dificultades, que su habilidad supo vencer, fue después
acatado y reverenciado como verdadero y legitimo Pastor, hasta que
pasados veintidós años se celebró el Concilio de Constancia, y la
paz de la Iglesia exigía su renuncia.
Pero
al llegar a esta última época de su vida dio pruebas terribles de
la gran fortaleza y temple de su alma. El Rey de Aragón su íntimo
amigo y favorecido, y San Vicente Ferrer su inseparable y fiel
compañero, los cuales tanto habían sostenido hasta entonces su
combatida causa, rogáronle encarecidamente que renunciase al
Pontificado, por las graves y poderosas razones siguientes:
l.
porque así lo exigía imperiosamente el bien de la Iglesia;
2.
porque no había además poder humano para sostenerlo en su
propósito;
y 3. porque el Concilio de Constancia, dejando a un
lado el complicado y difícil examen de la cuestión del derecho de
todos y de cada uno de los Competidores al solio
Pontificio, no encontraba otro camino mejor, ni más seguro,
ni más decoroso, que el de la renuncia de los tres, y proceder, en
seguida a una nueva elección canónica: con cuyo medio se conseguía
fácilmente la extinción total del cisma sin inculpar ni lastimar en
lo más mínimo la conducta de ninguno, y sin establecer odiosas y
funestas comparaciones y preferencias entre ellos.Vano
empeño. Su amor propio, que lo cegó del todo, siempre le
suministraba razones y cabilosidades para aferrarse más y más en su
opinión. Y por eso, después de las conferencias de Perpiñán, de
que ya en otra parte hicimos mención, después que ni los Reyes, ni
los Legados del Concilio, ni los Embajadores de Francia y España, ni
ninguno de sus amigos pudo atraerlo al buen camino de la
renunciación, que ya habían hecho sus Competidores Juan y Gregorio;
después que todo esto se hizo y practicó inútilmente, se sustrajo
todo el Mundo de su obediencia. El eclipse de Luna, que tanto había
deseado el Gran Gerson, apareció por
fin en aquella crisis; y
por fortuna, fue éste total y completo.
El Rey D. Fernando
publicó entonces contra Benedicto su ruidoso decreto del 6 de Enero,
mandando que ninguno le obedeciese en sus estados; y el Concilio
de Constancia (que no se detuvo en su marcha por la tenacidad de
Benedicto, y que eligió nuevo Pontífice en la persona del Cardenal
Oton Colona conocido luego con el nombre de Martino V), lo declaró
cismático, excomulgado y Antipapa, en 26 de Julio del año siguiente
de 1417.
¿Quién creyera que tan fuertes y merecidos golpes
no habían de ablandarle y abatirle? Sin embargo; siete años vivió
aun en el estrecho círculo de Peñíscola (en donde según él decía
estaba la verdadera Iglesia y la nueva arca de Noé) sufriendo con
fatal denuedo el choque violento de las contradicciones, de| mismo
modo que las rocas seculares de aquella plaza sufren impasibles el
ímpetu furioso de las olas del mar. Todavía más; al ver abrírsele
las puertas del sepulcro, siguió aun inalterable en su mismo
propósito, pues que hizo jurar a los dos Cardenales que tenía a su
lado que habían de elegirle sucesor. Y así lo cumplieron
puntualmente, echando mano al efecto de D. Pedro Gil Muñoz (o sea D.
Gil Sánchez Muñoz) natural de la ciudad de Teruel, Canónigo de
Barcelona, y muy afecto a la causa de Benedicto.
Mas esta
farsa ridícula (más bien que elección) satisfizo muy poco al
elegido; y si por fin se decidió a admitir este vano e ilusorio
cargo, fue por las vivas instancias de Alonso V de Aragón, que por
intereses políticos y personales quería valerse de él para
inquietar al legítimo Pontífice Martino V: y también por las no
menos eficaces del Condestable D. Álvaro de Luna, sobrino del
Antipapa, y famoso Ministro y privado del Rey D. Juan II de Castilla.
Esto sucedió en el año 1424, y en el 1429 en que ya estaba
D. Alonso en buenas relaciones con la Santa Sede, dejó Gil Muñoz
(titulado Clemente VIII) su menguada tiara, con la misma indiferencia
que antes la había recibido. Pero la Iglesia le premió aun
generosamente este acto conveniente de subordinación, con el
Obispado de Mallorca: y así terminó este gran cisma de cincuenta
años, por tantas y tan diversas causas sustentado.
Durante
el mismo, y en el tiempo en que el Cardenal de Luna fue conocido con
el nombre de
Benedicto XIII y único sucesor Aviñonense de
Clemente VII, varios fueron los Pontífices Romanos que salieron del
tronco de Urbano VI y de los Concilios de Pisa y de Constancia; a
saber, Bonifacio IX, Inocencio VII, Gregorio XII, Alejandro V, Juan
XXIII, y Martino V; siendo muy extraño que solo este último
sobreviviera en el Pontificado al Antipapa Benedicto, y ninguno de
los Cardenales que con él concurrieron a la elección de Urbano VI;
cuya última circunstancia alegó muchas veces en su favor.
También hay otra particularidad notable en este hombre
singular: y es, que ninguno de los Pontífices que ha tenido la
Iglesia ha vivido en el cargo tanto tiempo como él; pues desde el
año 1394 en que se le eligió hasta el 1424 en que murió, van
treinta años; y solo San Pedro alargó su Pontificado hasta los
veinticinco. De aquí infería San Antonino de Florencia, que no
podía ser verdadero Pontífice: si bien el non videbis annos Petri
que es una verdad de experiencia, no llega a ser un principio seguro
o dogma de fé.
V
Una de las grandes calamidades muy
comunes en tiempos de cisma, es la duda e incertidumbre que a veces
aparece e inquieta, sobre el verdadero camino que se debe seguir y
partido que se ha de abrazar. Y esto fue lo que sucedió a muchos en
los veintidós años del Pontificado de D. Pedro de Luna, hasta el
Concilio de Constancia; sin contar los que precedieron en el cisma
hasta 1394, desde la exaltación en Fondi de Clemente VII. Habiendo
sido aquel reconocido en España por largo espacio de tiempo;
y
aun en Francia, si bien por pocos años; habiendo sido declarado
verdadero Papa en el Concilio español que se celebró en Salamanca
llamado el séptimo; (1) habiendo hecho lo mismo el Concilio que poco
antes convocó en Perpiñán el mismo Benedicto y al cual asistieron
más de 120 entre Obispos, Arzobispos y Cardenales de su obediencia;
y habiendo tenido, en fin el apoyo, la convicción y las
predicaciones de San Vicente Ferrer, y de otros muchos varones
eminentes en ciencia y en virtud; ¿qué extraño es que en Europa se
decidieran unos por su legitimidad, mientras otros se la disputaban y
negaban?
¿Y qué extraño es, sobre todo, que en España se
eligiera el primer partido, y que se abandonase el segundo. Pero sin
embargo; al llegar ya al periodo indicado del Concilio Constanciense,
no se tranquilizaban los ánimos sino con la renunciación de los
tres Competidores y una nueva y legítima elección canónica: cuya
idea, en medio de la ratificación de su Pontificado, recomendó muy
eficazmente a Benedicto, cinco años atrás, su mismo Concilio de
Perpiñan. Se deseaba, pues, y se exigía de él y de todos los
Competidores, esta renuncia necesaria, esta abnegación indispensable
y meritoria para el bien general de la Iglesia: y esta idea fecunda,
que llegó a ser la general, la conveniente y la decisiva, tuvo el
poder de resolver esta gran cuestión y de extinguir este gran cisma.
(1) En este Concilio celebrado en 1410 para examinar el
derecho al Pontificado de D. Pedro de Luna, y en el cual se hallaron
muchos Prelados, los Legados de los Reyes de España y muchos
Doctores de la Academia; se declaró y reconoció por legítimo
Pontífice al sobredicho, bajo el nombre de Benedicto XIII. Sus
actas, según el Cardenal Aguirre, tienen esta inscripción:
Liber
Synodalis editus per Don Fr. Gundisalvum, Dei gratia Episcopum
Salmanticensem, Magistrum in Theologia ordinis Praedicatorum sub anno
Domini 1410.
Ponificatus D. Benedicti Papae XIII (anno decimo
sexto) fuit publicatus codem anno in Ecclesia Salmantina in Synodo.
Antes de este Concilio se celebró otro en 1381 en la misma
Ciudad de Salamanca, al cual asistieron el Arzobispo de Toledo D.
Pedro Tenorio, y muchos otros Obispos y Doctores de la Academia.
Presidiólo D. Pedro de Luna Cardenal Legado de Clemente VII; y
habiéndose allí tratado y discutido sobre la admisión y
reconocimiento de este Pontífice dudoso que residía en Aviñón, se
estuvo por la afirmativa, saludándolo por Papa legítimo, y
separándose de su Competidor Urbano VI.
Muy digno de censura
fue, pues, el titulado Benedicto XIII, y muy merecedor de las penas
gravísimas que contra él fulminara la Iglesia en vista de su
obstinación final. Pero al mismo tiempo que esto confesamos y
reconocemos en contra suya, también nos creémos obligados a no
calumniarle y hacerle justicia en aquellos actos de su vida pública,
que indisputablemente son buenos y meritorios.
Ya
hemos dicho atrás, que aparte de la cuestión que se debatía, sus
costumbres eran puras y rígidas; y ahora añadimos que su celo era
apostólico y sus acciones nobles y generosas. (1)
A no ser así
¿le hubiera prestado su apoyo y amistad el gran taumaturgo de su
tiempo San Vicente Ferrer? ¿Le hubiera acompañado en sus viajes y
auxiliado en sus empresa?(1) “Fue D. Pedro de Luna, dice
el Doctor Illescas, persona de grandísima doctrina y erudición, y
de no menos virtuosas y loables costumbres.» Nuestro historiador
Blancas se explica también de este modo:
Quod si jure tanto
muneri, quietis aliis temporibus praefusset (qui summus in eo fuit,
sanguinis splendor, ammi magnitudo et doctrina) praestiti multa
laudibus, et praeconiis gigniora. Ejus autem me hoc loco oblivisci
haud decuiisel, tum quod ex nostratibus sit é nobilissima et
amplissima Lunarum familia (quoe nulla illustrior in Hispania, Regali
excepta, visa est) tum quio quod ipse, aliquando postea, Magistratum
hunc (Aragoniae Summum Justitiae) in amplo quodam honoris gradu
collocarit.
Y en los mismos términos, poco más o menos, se
explicó Zurita.
Por eso se le vio con satisfacción general,
antes de ser elevado a la Santa Sede y siendo Legado apostólico en
España, reunir y celebrar en Palencia un Concilio nacional (en 1388)
para el arreglo de la disciplina y reforma de las costumbres,
acordándose en él muy buenos y excelentes cánones. (1)
En
Tortosa siendo ya Pontífice y conservando aun la Dignidad de
Sacristán de aquella Iglesia
Catedral, reformó las
constituciones de la misma, y estableció al efecto muy acertadas
disposiciones; encomendando después su ejecución al Obispo de
Barcelona D. Francisco Clemente Pérez como consta del Rescripto
original del mismo Pontífice, del año 1412, que actualmente se
conserva en el archivo de aquella Iglesia.
Y al año
siguiente tomó en la misma Ciudad una medida conveniente y singular
con los Judíos, que produjo los mejores resultados. Tal fue el
reunir allí todos los principales Doctores y Rabinos que se hallaban
en las Aljamas de estos Reinos, para argüir y disputar con ellos
pacífica y científicamente sobre los puntos principales en que
estribaban sus absurdas creencias; a fin de que convencidos e
ilustrados los entendimientos de aquellas obcecadas guías del
Judaísmo, pudieran después cambiar sus corazones y voluntades, e
influir así poderosamente en que los demás que a ellos escuchaban,
oyesen la voz poderosa de la verdad e imitasen su ejemplo.
(1)
Este Concilio se celebró en la Iglesia del orden de Menores de
Palencia, presidiéndolo el Cardenal Legado de Clemente VII D. Pedro
de Luna. Asistieron a sus sesiones el Rey D. Juan II de Castilla, los
Arzobispos de Toledo, Santiago y Sevilla, los Obispos de Burgos,
León, Oviedo, Cartagena, Palencia, Calahorra, Osma, Segovia, Cuenca,
Córdoba, Zamora, Salamanca, Ávila, Coria, Plasencia, Cádiz,
Astorga, Orense, Lugo, Mondoñedo, Sagunto, Tuy, y otros. Sus actas
contienen Siete capítulos sobre disciplina eclesiástica.
Asistió
a este famoso y singular palenque el mismo Pontífice Benedicto,
presidiendo muchas Juntas que se celebraron desde el Febrero del año
1413 hasta el Noviembre de 1414.
parte de los Judíos vinieron hombres muy doctos en la ley Mosaica,
en el Talmud, en el
Onkelos y en todas sus Glosas y Tradiciones.
Tales eran el Rabi Ferrer, el Maestro Salomon Isac, y Rabi Astruch
Leví de Alcañiz; Rabi Josef Albo y Rabí Matatías de Zaragoza; el
Maestro Todroz de Gerona, Rabi Moyses Abenabez, y otros.De
parte de la Corte pontificia estaban, entre otros, Gerónimo de Santa
Fé, Médico de S. S.,
hombre eminentísimo, muy versado en las
sagradas escrituras y en las lenguas orientales, lo mismo que en el
Talmud y libros simbólicos de los Judíos, a cuya secta había
pertenecido; y el Maestro en Teología Andrés Beltrán, famoso
Rabino que antes había sido en Valencia. Estos contribuyeron en gran
manera a disipar las tinieblas que ocultaban la luz a aquellos
espíritus obcecados, muy merecedores del terrible anatema que ellos
mismos fulminaran contra si al proferir estas palabras:
Sanguis
ejus super nos, et super filios nostros.
El resultado fue que
en este famoso tribunal de la razón y de la justicia se convirtieron
por la
misericordia divina y medios eficacísimos de que se
valió, casi todos los Judíos de las Aljamas de Alcañiz, de Caspe,
y de Maella; así como también muchos de las de Zaragoza, Calatayud,
Daroca, Fraga, y Barbastro; y últimamente, las Aljamas de Lérida,
Tamarite y Alcolea de Cinca, pasando de cuatro mil los que por
entonces se bautizaron y abrazaron el Cristianismo. Y a seguida de
esto publicó el Papa Benedicto una Bula contra los que aun quedaban
obstinados; estrechando así más y más su mala posición, y
coartando el ejercicio de su culto con el de sus logros y usuras,
ídolo principal y característico de esta secta errante y precita,
herida providencialmente por el Rayo divino. (1)
Ya hemos
visto también en el interreino que sucedió a la muerte del Rey D.
Martín, el gran celo que el Papa Benedicto desplegó, los medios
eficacísimos que empleó, y los muchos y penosos viajes que
emprendió, para tranquilizar los ánimos, evitar la efusión de
sangre, y traer los partidos a una concordia general, en medio de los
grandes obstáculos y dificultades de una guerra civil; logrando ver
coronados sus laudables esfuerzos con el éxito más feliz y
completo.
(1) En el archivo de la Santa Iglesia Catedral de
Tortosa se halla la célebre Bula original de que aquí se hace
mención, la cual principia por estas palabras:
Et si Doctoris
Gentium, y concluye con la fecha en Valencia, a 11 de Mayo del año
XXI de su Pontificado, que equivale al 1415. No la trasladamos a
continuación porque Zurita y Mariana dan de ella una noticia
bastante detallada, y más aún por no alargar demasiado esta
adición. Pero no deja de inferirse de aquí el gran celo que le
animaba y que desplegó el Papa Benedicto por la extinción de la
raza judaica, que tantos males causaba en aquellos tiempos; empleando
para ello los medios de suavidad y de convicción primero, y después
los de rigor y fortaleza que eran necesarios.
Pero
apreciando, como se debe, estos señalados servicios en favor de la
fé católica, es indudable que el principal instrumento de que para
ello se valió la divina Providencia fue San Vicente Ferrer, por cuyo
celo, santidad, y admirable predicación abrazaron el Cristianismo,
solo en España, el prodigioso número de ocho mil Moros y treinta y
cinco mil Judíos. según atestigua Mariana: por lo cual se le llamó
en aquel tiempo, muy justa y oportunamente, Gran Ministro del
Evangelio y Trompeta del Espíritu Santo.
En Alcañiz fueron
numerosas y muy importantes las conversiones que hizo. Como se
hallaba aquí entonces una de las más doctas Sinagogas de los Judíos
(cuya habitación la tenían a la espalda de la Iglesia Mayor junto
al antiguo Cementerio); vino el Santo a fijarse, por una larga
temporada, en el convento de Dominicos de su Orden, para ver de
separar de sus errores a los principales Rabinos: y luego después
valiéndose de ellos mismos, hacer más fácil la conversión de los
demás.
Dios premió, como siempre, su obra y sus trabajos
apostólicos; pues que convenció y convirtió al más famoso Doctor
que tenía entonces la Sinagoga, que era el célebre Rabi Salomón
llamado después Gerónimo de Santa Fé, que es el mismo de quien
arriba hemos hecho mención. Y tras él y con su grande ayuda, fueron
siguiendo todos los demás, y últimamente hasta el afamado Rabino
Astruch Levi de esta Ciudad, que acudió a las Disputas de Tortosa.
Y entonces fue cuando complacido el Santo de estas tan
grandes conquistas, debidas principalmente a la misericordia divina,
quiso consignar su gratitud y el grande aprecio en que tenía a los
sabios y piadosos Religiosos Dominicanos del Convento de Alcañiz,
con quienes había vivido tan largo tiempo, y que tanto cooperaron a
sus santos propósitos. Y como ya digimos en la nota inserta en la
página 30 (no coincide), les regaló entre otras cosas, para
que lo encomendasen a Dios, las partes del Angélico Doctor Santo
Tomás de Aquino en cuatro tomos, y el texto del Maestro de las
sentencias Pedro Lombardo, manuscritos todos en vitela, y en muchos
lugares dó había alguna dificultad, marginada y declarada de la
misma mano y letra del Santo Predicador. Y los Religiosos
agradecidos, escribieron en cada uno de los cinco libros las
siguientes palabras:
Este libro dio al convento de Alcañiz el
venerable P. Fr. Vicente Ferrer, Maestro en Sagrada Teología, y
confesor del Señor Papa Benedicto Treceno, los cuales se guardan en
el archivo de este Convento.
Estas mismas palabras textuales
las hemos copiado nosotros de unas apuntaciones sacadas fielmente del
archivo de aquel Convento, que hemos podido ver después de lo que
habíamos escrito en la página 30. Nada se habla aquí de que la
suma de Santo Tomás estuviera escrita de su propio puño, como dijo
en sus memorias D. Evaristo Colera, tomándolo de algunas historias
manuscritas de esta Ciudad. Pero de todos modos resulta, que dicha
suma era lujosa, correota, antiquísima, y muy recomendable
por su origen y circunstancias, y por las notas marginales de San
Vicente Ferrer, que tanto llamaron la atención en nuestros días al
sabio Cardenal Lambruschini.
En cuanto a sus acciones nobles
y generosas, puede decirse sin exagerar que rayaban en la
prodigalidad, no desmintiendo en esto la índole especial de su
ilustre prosapia. Con dificultad se encontrará un pueblo de
importancia en que él morase por algún tiempo, que no le debiera
muestras prácticas de su munificencia y liberalidad. En la
Universidad de Salamanca, en que estudió derecho canónico, además
de haber dejado muy buenos estatutos y otorgándole insignes
privilegios y aumento de rentas y consignaciones, hizo a sus expensas
una gran parte del edificio: el cual testifica todavía y transmite a
la posteridad su gratitud, mediante una pomposa inscripción que sus
sabios Catedráticos hicieron esculpir en los claustros de aquel
célebre Establecimiento.
En el Obispado de Tarazona
reconstruyó varias Iglesias y Conventos; y en Calatayud, entre
otros, el de San Pedro Mártir del esclarecido Orden de Predicadores,
a que era muy afecto, y en cuya Iglesia había sido enterrado su
padre por los años de 1352.
En Zaragoza construyó todo el
magnífico cimborio de La-Seo, como demuestran sus armas; y dotó a
esta Santa Iglesia Metropolitana de muchos Santos de plata del tamaño
natural en su parte superior, y de otras estimables y preciosas
alhajas, que afortunadamente han podido salvarse del peligroso
naufragio de tiempos no muy remotos.
En Tortosa se conservan
también con mucho aprecio su hermoso y crecido pectoral, o sea
relicario, esmaltado en graciosísimos relieves góticos y
enriquecido con las reliquias de los doce Santos Apóstoles, formando
todo él un óvalo aplanado en forma de media luna; un magnífico
cáliz de palmo y medio de alto, con su patena de un palmo de
diámetro, en la que están muy bien figurados los Santos Apóstoles
y una inscripción gótica en su centro, en la cual se leen estas
palabras, Jesus Christus Rex venit; una preciosa y bien laboreada
cruz de tres palmos de alta de plata sobredorada, como las demás
alhajas sobredichas; y finalmente, la pila bautismal de una excelente
piedra marmórea, en cuya parte exterior están esculpidas sus armas
y la tiára. Todo esto lo hemos visto nosotros con satisfacción en
aquella ciudad.
Y Alcañiz por último, aunque no ostenta al
presente alhajas estimables del Papa Benedicto,
que las
vicisitudes de los tiempos le han hecho perder, conserva sin embargo
en su memoria otro beneficio mayor y de más trascendencia; tal es,
el haber elevado a Colegiata su antigua Iglesia Prioral y Parroquial:
si bien en el día tiene el sentimiento (que en otra parte hemos
expresado) de que hayan pasado en vano 446 años con aquel rango y
categoría.
VII
Resulta, pues, de todo lo que dejamos
expuesto, que el Cardenal de Aragón D. Pedro de Luna, fue en su
conducta, hasta la reunión del Concilio de Constancia, un varón
respetable, generoso, de buenas costumbres, y de prendas poco
comunes: y que la cuestión de su legitimidad pontificia hasta esta
época (que nosotros que no prejuzgamos dejanos al juicio infalible
de la Iglesia), tuvo en su favor muchas y muy señaladas personas,
las cuales pudieron contribuir en gran manera a arraigar y fortalecer
más y más su propio dictamen y las
sutiles y habituales mañas
de su fecundo y agudo talento. Pero que después que el mal de la
Iglesia llegó a su colmo, y que la cesación del cisma que se
anhelaba exigía imperiosamente la cesación de su autoridad que se
le demandaba y suplicaba por todos, y en especial por los Embajadores
del Concilio de Constancia; después de esto, decimos, resulta
indeclinablemente que obró mal, que cayó en el error, y que dio
pruebas demasiado ciertas de su obstinación y orgullo. La iglesia,
que ha respetado y aprobado muchos actos y acuerdos canónicos de su
primera época, lo hubiera mirado con particular predilección y
tenido por uno de sus verdaderos hijos en la segunda, si hubiera oído
dócilmente su voz poderosa y omnipotente,
como la de aquel de
quien emana su autoridad y poder. No habiéndolo hecho así, lo
relega con nosotros y todos los buenos católicos, a la ignominia y
desgracia de los Antipapas.
Dos
palabras tan solo vamos a añadir sobre los restos mortales de este
hombre desgraciado, y los de su inmediato sucesor Gil Sánchez Muñoz.
Depositóse el cadáver embalsamado del primero en la Iglesia del
castillo de Peñíscola; y pocos años después de su muerte, fue
trasladado a su palacio de Illueca y puesto en la misma Cámara que
nació, en donde y según Zurita, lo tenían con grande luminaria en
la misma arca-ataúd en que vino. Así
permaneció muy bien
conservado en sus formas, hasta que en la época de los Franceses
(1811) lo hicieron estos a pedazos, arrojándolo después
vandálicamente por los balcones. Pudo aun su familia recoger su
grande cabeza; y ésta se halla actualmente en el palacio de los
Condes de Argillo del Pueblo inmediato de Sabiñán, conservando
todavía la piel sobre el cráneo y un ojo dentro de su órbita.La
cabeza del segundo se halla en la Sala Capitular de los Racioneros de
Teruel, a cuya ciudad y corporación perteneció; y está tan
perfectamente conservada, que no le falta nada de la cara ni de la
cabeza: y lo que es aun más sorprendente, hasta tiene bastante
abultado el rostro, en el cual se perfila todavía el pelo de la
barba. Diríase que hace pocos meses que expiró, siendo así que
pasa de cuatro siglos, pues que murió en 1447. Aunque sea esto un
fenómeno natural, no deja de ser notable: nosotros, al menos, no
hemos visto una momia que más haya alargado y transmitido a la
posteridad la idea y memoria de su forma primitiva.
Para que en
todo aparezcan singulares estos retoños agostados de la ruidosa
elección de Fondi.
DISQUISICIONES HISTÓRICAS, GEOGRÁFICAS,
LITOLÓGICAS Y CRITICAS
sobre el sitio en que estuvieron Ergávica
y Anitorgis,
Ciudades famosas del Imperio Romano en la España
Citerior, o Tarraconense.
En todas las Naciones y en todas
las edades del mundo ha sido siempre la antigüedad un objeto
especial de amor y veneración para los hombres; y este proceder
instintivo del género humano no es otra cosa que el fiel
cumplimiento de un alto designio de la Providencia.
Efectivamente;
por este medio suavísimo y lleno de grandes atractivos, recorre el
hombre la útil y luminosa historia de su peregrinación sobre la
tierra: esto es, su primera aparición sobre este Gran Mundo para él
criado por la mano benéfica del Omnipotente; el modo milagroso de su
propagación y desarrollo; las grandes vicisitudes de todo género
por que ha pasado; y todo el largo camino que ha seguido hasta llegar
al estado presente en que se halla. Y como su alma es inmortal y
tiene la marca indeleble del Espíritu divino, tiende aun su vista
atrevida a las regiones oscuras del porvenir, y pronostica y calcula,
con tales precedentes, la marcha sucesiva de su especie hasta la
consumación de los siglos.
En todo este procedimiento
elevado y progresivo del espíritu humano no puede éste menos de ver
a Dios y encontrar siempre la mano poderosa y liberal de su
Providencia; ;si no es que voluntariamente quiera cerrar los ojos a
la luz! Y lo mismo sucede si sus investigaciones parten en orden
inverso; esto es, descendiendo gradualmente por los eslabones de la
larga cadena de su historia,. hasta llegar al primer hombre. Quieto y
absorto entonces en este primer principio de su Ser, es indudable que
no podrá menos de reconocer y adorar al Supremo Hacedor (del mundo
que a él le es posible) en toda la plenitud de su Bondad y
Omnipotencia: porque sin esta Bondad y este Poder, ni le fuera
posible nacer y existir por si mismo ni por ningún otro agente, ni
crecer y desarrollarse después sin la asistencia Divina.
Resulta,
pues, incontestablemente, a nuestro modo de ver, que en este
procedimiento del hombre se descubre siempre a Dios; y después, la
naturaleza, el origen y el destino del hombre, juntamente con la gran
tendencia que tiene a abarcarlo todo y a reducirlo todo a la gran
síntesis de la Unidad, como hechura de Dios, uno, simple e infinito,
con unidad
absoluta y con poder absoluto, al cual representa el
hombre en el orden finito de las criaturas, para llenar con su amor
al Criador el fin principal de su existencia.
De este modo
creemos puede explicar nuestra flaca razón el misterioso secreto de
nuestro amor y respeto a la antigüedad, y la ley providencial por la
que el amor de Dios, entre otros medios infinitos, nos atrae tan
grata como insensiblemente a su amor y veneración, por medio del
útil estudio de la misma antigüedad. Cuanto más cabamos en
ella, más encontramos, o podemos encontrar a Dios; y sin saber cómo
ni porqué, parece que ponemos los títulos de nuestro honor y de
nuestra gloria en la antigüedad veneranda de nuestros antepasados,
de
quienes descendemos inmediata y sucesivamente en la localidad
respectiva de cada uno.
¿Qué extraño es, pues, que los
Pueblos más diligentes hayan puesto tanto cuidado y esmero en buscar
a sus primitivos habitadores la mayor antigüedad posible?
Y si es
cierto que la cadena de la verdad histórica se ha interrumpido o
roto en muchos pueblos y países, por las diferentes castas y
dominaciones que en ellos se han sucedido, ¿qué extraño es, que
unos no hayan podido eslabonarla jamás; que otros más afortunados
conserven todavía sus enmohecidos anillos; y que otros, en fin, con
datos obscuros y con la confusa variedad de opiniones que de ellos
resultan, hayan adoptado falsos supuestos o juicios equivocados?
En
este último caso creemos se encuentran los que han sostenido hasta
poco ha, que la famosa y antigua Ergávica de los Romanos
correspondía a la actual ciudad de Alcañiz; o sea al mismo sitio
que ésta ocupaba cuando D. Alonso I de Aragón la conquistó de los
Moros, en el primer tercio del siglo XII.
Para opinar de este
modo, tenían en su favor el apoyo de varios escritores de aquellos
tiempos; y sobre todo, los manuscritos y antecedentes de Micer Alonso
Gutiérrez y del Dominicano P. Tomás Ramón, publicados en la
Historia de Alcañiz por D. Pedro Juan Zapater, hijo, como los
anteriores, de la misma Ciudad. Pero tal opinión, que ya fue
combatida entonces por algunos escritores de nota, y que
realmente, no estaba fundada en sólidos cimientos, es ya de todo
punto insostenible en el día.
El intentar lo contrario sería
sacrificar la verdad a las pasiones; o dar pruebas poco honrosas de
que a los hijos de Alcañiz no les hieren los rayos de la luz, o que
no han llegado todavía a su retina.
Las obras luminosas del
docto Ferreras, del profundo Cortés, del erudito Nubiense Gerif
Aladris, del sabio orientalista D. José Antonio Conde, y de otros,
han dado en España un grande impulso a la Geografía comparada,
poniéndola a una altura respetable hasta para las Naciones
extranjeras. Como consecuencia de esto, las verdaderas fuentes de
esta ciencia, únicas que al buen criterio filosófico pueden servir
de guía en las pruebas intrínsecas de sus
investigaciones, han
pasado ya al dominio del público ilustrado con todo el lleno de luz
y de doctrina, que en el día podía apetecerse. Así es, que tenemos
como a la mano el texto, la traducción y la explicación clara y
luminosa de todos los Geógrafos que escribieron de España antes de
la invasión de los árabes, y que han podido conservarse.
Tales
son, Pomponio Mela, Estrabón, Plinio Secundo, Tolomeo, Antonino
Augusto, Festo Avieno, Silio Itálico, Dionisio Alejandrino, Marciano
Heracleota, y el Ravenate.
Todos estos Autores y sabios Geógrafos
han sido examinados, analizados, y comparados entre si. Y de este
modo, y con el auxilio de los historiadores Griegos y Romanos, se ha
fijado, en cuanto ha sido posible, la correspondencia actual a los
nombres de los Pueblos, Ciudades, Montes, Ríos, Distritos y
Provincias con que entonces se conocieron.
Dedúcese, pues, de
aquí, que al presente contamos con otros elementos de que antes se
carecía; amen de los útiles trabajos empleados en la Lithología
y Numismática, de que aquellos se han valido en sus investigaciones
para sus pruebas extrínsecas: y que cualquiera que haya de ocuparse
seriamente de asuntos concernientes a estas materias, no puede
desentenderse, sin desdoro, de estos tan útiles como estimables
adelantos.
Pero no se crea por eso que lo tenemos ya todo
aclarado, y que todas las dudas y dificultades
se desvanecen al
punto con solo el examen y estudio de las mencionadas producciones y
adelantos en ellas consignados. Obstáculos poderosos y dificultades
insuperables se oponen a ello de un modo invencible. La memoria de
los primeros pobladores de España, traídos a nuestra Península
desde los campos de Senaar por los hijos de Jafet (según la mejor y
más segura versión de Flávio Josefo, San Gerónimo, y San Isidoro
de Sevilla); esta memoria,
decimos, ha sido borrada en sus más
importantes detalles, por los conquistadores inmediatos que los
absorbieron: estos, por los que vinieron después: estos, por los que
los subyugaron más adelante; y así sucesivamente hasta que llegó
la época feliz para nuestra independencia, de la completa expulsión
de los Moriscos. Con Hebreos, con Fenicios, con Griegos, con Celtas,
con Cartagineses, con Romanos, con Godos, con Árabes; con tantos
cataclismos en estos tiempos, con tantas y tan radicales
transformaciones sufridas en nuestra codiciada España, ¿cómo era
posible conservar sus nombres y divisiones geográficas, ni su
historia, ni aun su idioma? ¿No es aun extraño que haya llegado a
nuestros días el corto, pero precioso tesoro de que podemos
disponer, especialmente después de la vandálica y destructora
ocupación de los árabes?
Así, pues, lejos de estar todo
aclarado y averiguado, son grandes y enmarañadas las dificultades
que por necesidad tienen que tropezarse al enlazar y unir la inmensa
cadena de la antigüedad. Y solo aquellos eslabones principales, y
los descubrimientos arqueológicos de importancia que se han hecho, y
que en adelante vayan haciéndose conforme a las prescripciones de la
buena crítica histórico-geográfica; pueden ahora, y podrán mejor
después, dar una luz clara y segura a las ansiadas conquistas y
demostraciones de los Geógrafos y Anticuarios.
Expuestas
estas consideraciones preliminares, cuya importancia y trascendencia
nos han ido entretejiendo insensiblemente por su mutuo enlace y
encadenamiento; pasemos ahora a dar cuenta de lo que va a ocuparnos
en esta Disertación. Dividirémosla en tres párrafos, que abrazarán
los puntos siguientes:
En el I demostraremos que la antigua
Ergávica, Arcávica o Arcábrica, correspondió, o estuvo en
el sitio que ahora ocupa el llamado Cabeza Griega, a legua y media de
Uclés en la orilla del río Jiguela.
En el II examinaremos y
juzgaremos el mérito y valor de la opinión improbable de nuestro
Historiador Zapater, que fundado principalmente en los manuscritos de
Alonso Gutiérrez y del Dominico P. Tomás Ramón, sentó y afirmó
que Alcañiz era la antigua Ergávica.
Y en el III
estableceremos, como opinión muy probable, que Alcañiz fue la
antigua y célebre Ciudad Anitorgis.
Demuéstrase
que Ergávica estuvo cerca de Uclés, en el sitio actualmente
despoblado y lleno de ruinas, conocido desde tiempo inmemorial con el
nombre de cabeza griega o de griego.Antes de entrar en el
examen de las pruebas más concluyentes que nos suministra la
Arqueología para demostrar que la antigua Ergávica correspondía a
Cabeza Griega, vamos a ocuparnos primero de las que nos ofrecen la
Historia y la Geografía de los tiempos contemporáneos a aquella
famosa Ciudad. Para ello aduciremos sus textos y autoridades, y
después sacaremos de ellos sus legitimas consecuencias.
Muy
antiguo es ya en España el nombre de Ergávica, puesto que su origen
se pierde en la noche de los tiempos. Compónese esta palabra de las
silabas siguientes: Er-gab-bica, que quiere decir: Ciudad puesta en
la eminencia de un valle = Civitas in eminentia vallis.
Tito
Livio hace mención de esta Ciudad al referir la expedición de
Tiberio Sempronio Gracho a los últimos confines de la Celtiberia; y
lo mismo Plinio que Tolomeo, la llaman y escriben del mismo modo. Sin
embargo, en las medallas de esta antigua Ciudad, se halla por lo
común el nombre de Ercávica, y aun en algunas el de Erkávica.
Así pasó, y fue conocida, hasta el tiempo de la
Monarquía Goda en que se adulteró un poco su nombre, según la
costumbre que tenían entonces de cambiar las vocales y de hacer
otras inmutaciones; llamándola en su consecuencia Arcábrica, que
significa Ciudad Capital,
En los siglos tan señalados en
España por el fatal atraso de las ciencias, fue convertido por los
Árabes el nombre de Arcábrica en el de Archabrica, o Archágrica,
que tuvieron por sinónimo y más adelante, en el año 1085 en que
Alonso VI conquistó Toledo, se reconocieron restos, antiguos de una
ilustre Ciudad, no lejos, del nacimiento del Tajo, a la cual los
pueblos inmediatos (cuya memoria tradicional no había podido aun
borrarse hasta entonces) llamaban Archá-grica; nombre que después
españolizaron con el vulgar y bárbaro de Cabeza griega, o de
griego.
Ya es sabido que la palabra Arche significa Cabeza,
lo mismo que Archi-Diáconus, Arcediano; y Archi-Episcopus,
Arzobispo, o cabeza de los Obispos de un Distrito; y que para el
vulgo español, lo mismo da gueno que bueno, y grica que griga
o griega. Al menos esta es la mejor, sino la única traducción oral
que puede hacerse de aquel sinónimo, que tanto se conforma con el
genio y pronunciación vulgar de nuestro pueblo, y que tan en armonía
está con las fuentes de la historia, de la geografía y de la
arqueología.
Aun duraba su memoria tradicional, cuando el Sr.
Alcocer, antiguo historiador de Toledo, reconoció este sitio; y en
la actualidad, conserva todavía el mismo nombre.
Esta es,
pues, la antigua Ergávica, la famosa Ergávica de los Romanos, a
quien Tito Livio llamó nobilis el potens civitas: esta es la que
dice el mismo que se entregó voluntariamente a Tiberio Sempronio
Gracho, y se hizo aliada, y, confederada de los Romanos; Faederata
Romae Ergávica, como se lee ea una columna encontrada entre sus
ruinas: esta es la que gozaba del privilegio del Lácio antiguo
(Latii veteris), pudiendo sus habitantes optar a los empleos civiles
y militares de la República Romana, al mismo tiempo que estaban
exentos de sus tributos y estipendios: esta es la que por tales
ventajas debió atraer a su recinto muchas familias nobles y
distinguidas, que la hermosearon y engrandecieron sobremanera, según
lo acreditan los restos de sus grandes monumentos: y esta ciudad, en
fin, es el Municipio Romano Ergavicense (que perteneció al Convento
Jurídico de Zaragoza) como consta de sus
inscripciones y medallas.
Ostentan estas en su reverso un
hermoso Toro; y según Cortés, significa que los Ergavicenses
profesaban la vida pastoril y agricultora, más bien que la militar:
en lo que se diferenciaban de la mayor parte de las ciudades
celtíberas, cuyas medallas presentan un caballo con soldado armado
de lanza. El Buey es el Gefe de los Ganados, como le llaman
los Poetas; y éste era el único animal de que para labrar se valían
los antiguos. Así es, que muchas medallas de diferentes colonias
Romanas, presentan una yunta de Buey y de Vaca para tirar el arado;
y nunca mulas ni caballos.
¿en qué parte estuvo situada esta renombrada Ciudad?
En los
últimos confines de la Celtiberia; in últimis locis Celtiberiae.
Así lo dice Tito Livio refiriendo la buena suerte que tuvo
Gracho, de que aquella Ciudad le entregase voluntariamente sus
llaves, para deponerse él después a la toma y rendición de Munda y
de otras plazas importantes. Y en el mismo sitio que Tito Livio, la
colocan todos los Geógrafos de la antigüedad: esto es, en la
Celtiberia.
Desnudemos, pues, bien los términos de esta Región
antiquísima (1), y no poco célebre en los fastos de la Historia.
ya el pie en la Celtiberia.
Porro Idúbeda superato, statim
Celtiberia additur.
Dedúcese de aquí que el monte Idúbeda
era el que dividía por la parte oriental a la Celtiberia; y así lo
dice Estrabon en solas dos palabras, ad ortum est Idúbeda.
(1)
El origen de los Celtíberos nos remonta a la idea de los primeros
pobladores de España: esto es, de los Iberos, que vinieron de las
orillas del Eufrates, adoptando aquí este nombre, que consagraron
preferentemente al río Ebro; y de los Celtas, que emigraron más
tarde
de la Esertia, llegando por fin a la Iberia, donde se
mezclaron y confundieron con sus habitantes. Y de los nombres de las
dos Naciones reunidas remito el de Celtíberos. Así lo dice, entre
otros. Silio Itálico con estas palabras:
Celtae sociati nomen
Iberis.
el norte dice el mismo, lindaba la Celtiberia con los Berones: a los
que añade Tolomeo los Arevacos y los Pelendones. Que es lo mismo que
decir, que la linea boreal tiraba desde Lerma hasta el Moncayo,
sirviéndole de aledaños y puntos intermedios, Canales, Villoslada,
Cornago, Cerbera y Tarazona.La linea meridional, dice
Estrabon, la forman los Vacceos, los Wetones, y los Carpetanos; y
Tolomeo conformándose con esta división, la reasume en dos
palabras: al occidente de la Celtiberia, se halla la Carpetania. Es
decir, en el terreno que media entre Consuegra y Guadalajara, en el
cual se encuentran Toledo y Madrid.
La linea meridional,
prosigue el mismo, discurre por la Oretánia, la Bastitánia y la
Ditánia: lo que equivale a decir que marchaba desde Fuenllana y
Montiel hasta Chinchilla.
La oriental, ya lo hemos dicho: los
montes Idúbedas formaban la línea divisoria. Y estos eran la cadena
de montes que desde el Moncayo inclusive, van siguiendo con sus
curvas irregulares las sierras de San Martín, Herrera, Palomita,
Peña colosa, y Espadán hasta Murviedro. Por manera, que las
vertientes occidentales de estas cordilleras tocaban
en la
Celtiberia; y las orientales, en la Edetania e Ylergavonia
(Ilergavonia, Ilercavonia).
Completando, pues, el
cuadro corográfico de la Celtiberia y abarcando todo el ámbito de
su
circunferencia, diremos: que desde Segorve (cerca de
Murviedro) tiraba a Linares, Aliaga, Montalvan, Herrera, río
Guerva, Zaragoza, Magallon, Tarazona, Fuentes del
Duero, y Sierra Ravanera; y luego bajaba por Aranda, Segovia,
Arévalo, Sigüenza, Uclés, Consuegra (entre estas dos Ciudades se
hallaba Ergávica), Alcázar de San Juan, Fuenllana, Alcaraz,
Montiel, Ayora, Requena, Alpuente, y Segorve, no lejos de la
famosa Clunia, de cuya Ciudad, como principio y fin de la Celtiberia
debe entenderse lo que dijo Tito Livio, que se hallaba
esta
Región entre los dos Mares; y efectivamente, estaba a ocho leguas de
ellos.
Tales son los límites más exactos y precisos de la
Celtiberia, según los expresados Geógrafos que nos han servido de
guía; aunque no debemos omitir que por extensión, por
confederación, y por la gran fama y renombre que adquirió este
País, se llamaron también Celtíberos cuatro Distritos colindantes,
a saber, los Arevacos, los Pelendones, los Olcades y los Lusones.
Los Arevacos comenzaban por el oriente en las sierras donde nace
el Tajo; y por el sudoeste tenían a los Carpetanos: es decir, que se
extendían por esta parte, desde Agreda hasta Segovia.
Los
Pelendones tenían por el norte a los de Burgos y Briviesca: por el
oriente a los Berones de Nájera y Grávalos, y a los Celtíberos de
Ágreda: por el mediodía a los Arevacos; y por el occidente a los
Vacceos de Palencia. De esta Región celtíbera eran los preclaros
Numantinos, como dice Plinio: Pelendones Celtiberorum, quorum
Numantini fuerc clari.
Los Olcades eran los de la Alcarria.
Los
Lusones eran los vecinos de la Edetania central, y se extendían
desde el occidente de Belchite hasta Albarracín, quedando
comprendidos en ellos, Daroca, Teruel etc.
Todos estos cuatro
Distritos pertenecían a la federación celtibérica, y se llamaban
Celtíberos en esta forma: Arevaci Celtiberorum, Pelendones
Celtiberorum etc. Y estos, con los que atrás dejamos consignados,
eran los límites y circunscripciones de la Celtiberia, que tomaba de
Aragón una buena parte. Pero como por la diversidad de tiempos y
circunstancies se estrechó o ensanchó más o menos aquel País, se
hace muy difícil el fijar con toda precisión y exactitud su
topografía, así como la de las demás Provincias Romano-hispanas:
efecto natural de los datos y antecedentes incompletos que han
llegado hasta nosotros.
Sin embargo; en cuanto a la Edetania, no
sabemos que se llamase nunca a sus habitantes, Edetani Celtiberorum.
Pero los Celtíberos propios y rigurosos eran los que dejamos
descritos, según la autoridad de los mejores Geógrafos antiguos y
modernos, que hemos podido consultar.
Nos
hemos detenido algún tanto en describir y lijar los límites
obscuros, difíciles, y aun varios de la Celtiberia, por dos razones.
Primera; por la grande importancia que tuvo este País, y ocuparnos
de él en esta Memoria. Y Segunda; porque tenemos que probar, con los
auxilios que aquellos nos suministran, el sitio o lugar que ocupó la
antigua Ergávica.
Respecto a lo primero, diremos: que la
Celtiberia era el País más belicoso de la España, y el que por
tantos años desangró al poderoso Imperio Romano. Por manera, que
después que éste expulsó de aquí a los Cartagineses, estuvieron
los Celtíberos defendiendo su libertad e independencia por espacio
de 200 años, hasta que por fin los venció y sometió Julio Cesar.
Solo los Numantinos (pueblo sin par en la historia de los Héroes)
costaron a Roma, en veinte años de lucha, más ejércitos que la
conquista de toda la Grecia. Véase al efecto Lucio Floro, escritor
poco sospechoso a la verdad.Respecto de lo segundo, decimos:
que si bien por los límites y circunscripciones de la Celtiberia,
que hemos recorrido, no puede señalarse con puntualidad el sitio
preciso que ocupaba la antigua Ergávica, bástanos haber encontrado
en ellos pruebas incontrastables de que esta ciudad se hallaba en la
Celtiberia, y lo que es aun más, en los últimos límites
occidentales de la Celtiberia; no teniendo a su espalda mas que una
sola ciudad, que es Consuegra.
Constando, pues, como se ha
visto, que Ergávica estaba en la Celtiberia, y no en la Edetania, ni
en la Lusonia, ni en la Ilergavonia, ni en ninguna otra Provincia o
Distrito de la España Romana; allí es donde debemos buscarla, y
allí es donde puntualmente aparece.
Con efecto; después que
Alonso VI dio fin a la conquista de Toledo a últimos del siglo XI,
se
pudieron examinar y reconocer las ruinas de aquella ciudad. Y
de este examen resultó lo que atrás dejamos indicado: esto es, que
aparecieron en un despoblado cerca de Uclés, muchos vestigios de una
grande y hermosa Ciudad, a la que los Pueblos inmediatos designaban
con el nombre de Archá-grica, el cual se convirtió después por
nuestro pueblo en el de Cabeza-griega (como ya hemos explicado), por
parecerle sinónimo y ser más fácil y conforme con su habla. Y ya
entonces se vieron allí grandes paredones, restos de torres,
murallas, columnas, y en fin, muestras patentes de haber existido en
aquel sitio una importante y suntuosa Ciudad. Nobilis et potens
Civitas. Ello es, que así la calificaron cuantos visitaron y
reconocieron aquel local, contándose entre estos el sabio Ambrosio
Morales y el antiguo Historiador Alcocer, como hemos indicado.
Pero
poco tiempo pasó sin hacerse una declaración formal acerca del
sitio y pertenencia de esta antigua Ciudad. Constando evidentemente
por los Concilios de Toledo, que en la Monarquía Goda era Arcábrica
silla episcopal, debía restablecerse y agregarse a donde fuera justo
y conveniente. Y así se hizo sin demora, resultando de esto otra
nueva luz para la cuestión que examinamos. Nadie duda de que en la
Corte Romana se tenían entonces, como siempre, noticias exactas del
sitio de las Ciudades Episcopales de España: pues no habiendo
penetrado nunca los Árabes en la Ciudad eterna, no podían perderse
ni desaparecer las memorias, registros y antecedentes que sobre este
importante punto se conservaban en sus bien montados archivos.
Pues
bien: cuando después de la conquista de Cuenca se fundó el Obispado
de esta Ciudad, se le agregaron por el Rey de Castilla Alonso VIII y
el Papa Lucio III las muy inmediatas diócesis de Arcábrica y
Valeria cuyas importantes Ciudades habían desaparecido por completo.
Y entonces se señalaron a Cuenca las mismas circunscripciones que
éstas habían tenido en la época mencionada.
Por estas
circunscripciones puede inferirse muy bien el sitio en que estuvo
situada Arcábrica, pues que le señalaron por el occidente todo el
común de Uclés hasta Mora y Ocaña; debiendo por lo tanto estar
colocada esta Ciudad (según la Itacion Goda de los Obispados
de España atribuida al Rey Wamba) entre Avia, Tarancón, Mora y el
Tajo: esto es, en el punto que hemos designado de Cabeza griega.
Y
confrontando la Celtiberia con la Carpetania, en que se hallaba
Toledo ¿dejarían sus Arzobispos de reclamar para sí estos límites
arcabricenses, si a ellos les hubieran correspondido? Este interés
enlazado con el deber ¿no era un poderoso acicate para examinar y
esclarecer esta cuestión?
Pues así lo hicieron, y así lo
reconoció y aprobó el Arzobispo Cerebruno, que intervino en el
asunto, dejando para Arcábrica (que agregó a Cuenca Lucio III en
1183) los mismos límites que hemos indicado y que le correspondían,
según los antecedentes de Roma y la famosa Ilación
Godo-hispana.
Pero la cuestión de Ergávica o Arcábrica,
que con lo dicho ya hasta el presente ha recibido mucha luz, va ahora
a quedar resuelta con lo que vamos a añadir.
En tiempo de
Carlos III se practicaron importantes excavaciones en el mencionado
sitio de Cabeza-griega, con motivo de asuntos jurisdiccionales de
algún interés. El empeño, según dice el Académico Sr. Cortes,
no era encontrar entre aquellas ruinas a la famosa Ergávica, sino a
la ansiada Segóbriga. Pero se halló la primera; y con ello ganó
mucho la Geografía comparada, que ya puede fijar, con toda la
exactitud que cabe en estas obscuras materias, la correspondencia
cierta de aquella antigua ciudad.
Entre otras cosas
importantes que se descubrieron, y que acreditan nuevamente el haber
existido allí una grande Ciudad, apareció una columna con las
iniciales F. R. E. A.; cuya interpretación natural parece no puede
ser otra, que Faederata Romae Ergávica, teniendo para ello en cuenta
la costumbre general de los Romanos de escribir el nombre de la
Ciudad con la primera y última letra, como en Caesaraugusta con C.
A., y Nebrisa con N. A. etc.
Pero lo más notable que se
encontró en las excavaciones fue una Iglesia gótica al pie de un
monte contiguo a las murallas de la ciudad, en donde los Fieles
obtendrían permiso de los Moros para ejercer su culto, según solían
darlo a los Pueblos que se les sometían, o que capitulaban con
ellos; como lo hicieron Toledo, Zaragoza y otras poblaciones del
Reino.
En esta pobre Iglesia yacían los cuerpos de los Obispos
Arcabricenses, Sempronio o Sefronio, y Nigrino; y sobre el mismo
sepulcro en que entrambos habían sido colocados, se leía esta
inscripción: Hic sunt corpora Sanctorum in Dómino Nigrinus Episc.
Sefromius Episc.
Además de esta inscripción, se encontró
otra muy notable en paraje separado: lo cual demuestra, que después
de enterrados los dos Obispos en su lugar respectivo, los juntaron
los fieles en una misma sepultura, a causa, sin duda, de la turbación
de los tiempos. Esta curiosa inscripción es un hermoso epitafio, muy
honorífico para el Obispo Sefronio. Consagráronlo a su memoria sus
amados Diocesanos por la ardiente caridad que tuvo con los pobres,
por su gran celo y predicación apostólica, y por la especial
sobriedad de sus costumbres, tan conformes con el significado de su
nombre Sempronio o Sefronio, que quiere decir sobrio; deduciendo del
ejemplo de estas sus virtudes la necesidad de ser sobrios y
vigilantes, para no lamentarse después inútilmente de haber
incidido en un mal sempiterno.
He aquí sus palabras textuales,
que se encontraron algo maltratadas por la injuria del tiempo.
Sefronius tegitur tumulo antistes in isto,
quem rapuit
populis mors inimica suis:
qui meritis sanctam peragens in
corpore vitam,
creditur etherlae lucis habere diem.
Hunc
causae miserum, hunc quaerunt vota dolentium,
quos aluit semper,
voce, manu, lacrimis.
Quem sibi non sobrium privabit transitus
iste.
Aeternum quaritur incidisse malum.
¿Se quieren ya
pruebas más concluyentes?
Sempronio asistió al duodécimo y al
decimotercio Concilio de Toledo, cuyas actas firmó con el
conotado de Obispo Arcabricense, Sempronius Arcabricensis
Episcopus.
Y del mismo modo que él, firmaron también en
aquellos famosos Concilios Pedro Obispo
Arcabricense, y otros
varios de aquella silla Episcopal.
Se enlazan, pues, muy bien
y muy naturalmente la tradición oral y la escrita de Ergávica,
Ercábica, Arcabrica, Arcágrica, y Cabeza griega o de griego, con la
luminosa verdad que de si arrojan estas inscripciones sepulcrales, y
demás descubrimientos arqueológicos que vio y examinó en Cabeza
griega el Académico D. José Cornide, y todos los demás que los han
visto y han querido examinarlos y juzgarlos sin interés ni pasión.
Y por fin, se armonizan perfectamente con los mismos, los Geógrafos
e Historiadores antiguos, las Divisiones de las Provincias
Hispano-Romanas, los límites y confines de la Celtiberia, la Ilación
o mojonamiento de los Obispados en la Monarquía Goda, y las
decisiones solemnes
sobre los mismos de la sabia corte Romana.
¿Qué más puede desearse en este género de demostraciones?
Con
solo colocar a Segóbriga en Segorve, a Centróbiga en Santaver, a
Munda en Montiel, a Consáburum en Consuegra, y Alcobriga en Arcos de
Medinaceli (como lo hace y demuestra el Académico Sr. Cortés), se
cortan y vencen ya todas las dificultades suscitadas por algunos
escritores de nota, que según aquel, ni abrazaron en estas
disquisiciones un sistema general y completo, ni profundizaron
bastante las verdaderas fuentes de la Geografía comparada.
Resulta, pues, de todo lo que dejamos expuesto, que la
antigua ciudad de Ergávica, y después Arcábrica, existió y
floreció en el altozano despoblado que se halla actualmente a la
orilla del Río Jiguela a legua y media de Uclés, y que es conocido
con el nombre de Cabeza griega desde el tiempo de la restauración de
la monarquía española.
Suéltanse
los principales argumentos en que se fundaba la opinión de que
Ergávica estaba en Alcañiz.Sin embargo de que creemos haber
probado suficientemente el sitio preciso en que estuvo la antigua
Ergávica, no podemos aun dispensarnos de entrar en el examen de
algunos datos y opiniones contrarias, que como al principio digimos,
tuvieron gran crédito en Alcañiz, nuestra patria querida.
El
apoyo de algunos escritores apreciables que colocaban a Ergávica en
esta Ciudad; y sobre todo, los testimonios imponentes de lápidas e
inscripciones con que nuestro historiador D. Pedro Juan Zapater
sostuvo y robusteció esta opinión (que por otra parta creía
honorífica para Alcañiz), eran los principales motivos que tenían
aquí entonces para abrazarla y sostenerla con ardor.
Pero
nosotros, que obraríamos también del mismo modo si no lo creyéramos
contrario a lo que de si arrojan la Historia, la Geografía, la
Arqueología y la buena crítica, seguiremos resueltamente el camino
que nos trazan estas guías seguras, o bien lo que de ellas pueda
alcanzar nuestra débil razón: porque estimamos más la verdad
que el falso honor, o los mezquinos y mal entendidos intereses de
localidad. No habiendo verdad, no hay justicia; y entonces ni hay
mérito y ni hay gloria. Lo que hay, es baldón, ignominia, y una
negación absoluta de aquello mismo que se blasona tener. Si no es
que quiera esto cubrirse con la capa humillante de la ignorancia.
Y
por lo tanto, no separándonos del camino de aquella sana máxima de
los antiguos que decía, Amicus Plato sed magis amica veritas,
vamos a ocuparnos en este párrafo de la verdad histórica sobre
Ergávica, que de si arroja esta cuestión, con respecto a la Ciudad
de Alcañiz. Y para ello examinaremos y juzgaremos imparcialmente los
tres principales argumentos ya
indicados, en que se fundaba
nuestro historiador Zapater para probar que en Alcañiz estuvo
aquella ciudad de la Celtiberia:
1 – en la opinión de algunos
escritores de su tiempo.
2 – en los auxilios que le prestan la
Geografía comparada y la Historia.
3 – en las lápidas e
inscripciones, que dice haberse encontrado cerca de Alcañiz.
Aunque es cierto que no el número sino la calidad de los
escritores es lo que constituye
el mérito y autoridad de sus
doctrinas y opiniones, no queremos sin embargo aplicar este principio
a los muy recomendables que cita nuestro historiador Zapater en favor
de su opinión, de que Ergávica correspondía a Alcañiz.
Verdad
es, que el valor e importancia de lo que estos afirmaron quedó en
algún modo desvirtuado con lo que otros, no menos célebres,
sostuvieron y negaron después. Pero no es aun en esto precisamente
en lo que nosotros fijamos la atención. En materia de antigüedades
y de geografía comparada, en que queda siempre el campo abierto para
las investigaciones y discusiones científicas, no puede escritor
ninguno, por más sabio y perspicaz que sea, rebasar la linea de los
últimos descubrimientos y adelantos de su época: es decir, que
pudiendo discurrir y juzgar debidamente sobre los datos y adelantos
que en ella se tienen y poseen, no puede hacerlo con acierto sobre
aquellos que todavía no han llegado a su conocimiento.
Partiendo
de este innegable principio ¿quién ignora, que en la época en que
aquellos escribieron se carecía de muchos datos y noticias que ahora
se tienen? ¿Quién ignora, que el estudio y conocimiento de la
historia y literatura Árabe, tan convenientes sino necesarias para
estas materias, estaban casi abandonados; que la Geografía
comparada, no había hecho grandes adelantos; y que la Arqueología,
no había aun descubierto muchos secretos
preciosos, con los
cuales hoy día se hallan resueltas muchas cuestiones que antes
parecían insolubles? De aquí puede inferirse la importancia que
pueden tener las citas de Zapater en materia de antigüedad y de
autoridad geográfica.
En una de ellas hace grande hincapié
nuestro Autor; y. por cierto, que son harto livianos sus fundamentos.
Consiste esta en que la Real Pragmática de Felipe IV, que eleva al
rango de Ciudad a nuestra antigua villa de Alcañiz, la nombra y
llama Ergávica. Como si aquel Monarca tuviera igual facultad y poder
para crear o erigir ciudades que para resolver a su modo cuestiones
geográficas. O como sí la Real Cámara y Secretarios del Despacho
se hubieran detenido mucho en esta laboriosa investigación, que
entonces se hallaba en mantillas; o bien les constara por revelación
lo que a ellos les interesaba bien poco, si exceptuamos la
oportunidad de justificar su concesión con mayores títulos
de
mérito y de valía.
Algo más fuerza que la de esta cita
tiene sin duda alguna la que hemos aducido en el párrafo
anterior,
relativa a la Bula de erección de la Silla Episcopal de Cuenca
expedida por el Papa Lucio III, agregándole éste el territorio de
la de Arcábrica con todas sus antiguas demarcaciones, y estando
acorde con ellas el Rey de Castilla, Alonso VIII y el Arzobispo de
Toledo Cerebruno: los cuales, estuvieron bien lejos de pensar y tener
a Arcábrica por Alcañiz.
¿qué más? ¿cuál era la opinión de los Alcañizanos en los
siglos anteriores al XVI y XVII? ¿Cómo opinaban los grandes hombres
que esta Ciudad había producido hasta entonces?
Ni Ruiz de
Moros, ni Sobrárias, ni Miedes, ni Andrés, ni ninguno otro de sus
célebres contemporáneos pensaron jamás tal cosa, ni se atrevieron
a reclamar para Alcañiz los poco honrosos títulos de aquella infiel
Ciudad de la Celtiberia, que no hizo causa común con sus hermanas en
la defensa sagrada de la Patria.
Y en el día está ya
enteramente abandonada la opinión que siguieron Zapater y otros, no
habiendo ninguno que sostenga que Alcañiz fue la antigua Ergávica.
Al contrario, Ferreras, el Nubiense, Antillón, Conde, Cortés y
todos los Geógrafos contemporáneos ponen a Ergávica en Cabeza
griega.
Con todo lo cual creemos queda desvanecido el primer
fundamento de autoridad en que se apoyaba la opinión que combatimos.
menos auxilios a esta opinión.
En cuanto a la Geografía, ya
hemos demostrado atrás la poca fuerza que ésta le presta,
en
vista de los límites y circunscripciones de la antigua Celtiberia. Y
la Historia no ofrece tampoco mas que datos y argumentos en contra de
la misma.
Para que Alcañiz pudiera ser la antigua Ergávica
era menester probar, entre otras cosas, que no había estado situada
en la Edetania, como realmente lo estuvo y no en la Celtiberia. O
bien probar que lo mismo daba lo uno que lo otro; como consecuencia
de la opinión gratuita de que la Edetania estaba contenida en la
Celtiberia formando con ella un solo cuerpo. Mas siendo entrambas
opiniones un absurdo manifiesto, resulta demostrado a priori, que
sola la Geografía antigua echa por tierra la opinión de Ergávica
en Alcañiz. Veámoslo ahora a posteriori.
Sienta Estrabon
terminantemente, como ya se ha visto, que Ergávica estaba situada en
los últimos pueblos de la Celtiberia: in últimis locis Celtiberiae.
Y lo mismo que Estrabon, afirman todos los Geógrafos de la
antigüedad; pero añadiendo el primero, que en seguida que se rebasa
el Idúbeda se llega ya a la Celtiberia: Porro Idúbeda superato,
statim Celtiberia additur. Y dice también el mismo, acorde con lo
sobredicho, que la Celtiberia propia agregó por confederación, y
por la fama y extensión de su nombre, a los Arevacos, Pelendones,
Carpetanos, y Lusones. ¿Se dice algo aquí de los Edetanos? Y la
Geografía antigua, ¿los ha reconocido ni reputado jamás por
Celtíberos?
Luego la Edetania no estuvo unida ni incorporada con
la Celtiberia.
Y como Alcañiz (de quien más adelante
hablaremos) estaba en el centro de la Edetania o Sedetania, in agro
sedetano, como dicen los Romanos, y no en la Lusonia ni en la
Ilergavonia y con las que confrontaba por oriente y poniente; resulta
demostrado, que ni estuvo en la Celtiberia, ni se reputó por
Celtíbera la hermosa Provincia de los Edetanos, que era tenida
entonces por la más rica de la España Tarraconense.
Era
esta, a la verdad, un País ameno, fértil, belicoso, y de
grandes tradiciones históricas, desde el tiempo antiquísimo de los
Thobelianos o Thobelios, primeros fundadores o habitadores de la
Iberia. Los nombres hebreos de muchas poblaciones, y otros muchos
testimonios fehacientes, comprueban bastantemente esta opinión. (1)
(1) La palabra Edetania viene de la hebrea Edeta, que
geográficamente hablando, corresponde a la actual ciudad de Liria,
según consta por testimonios incontestables.
Dicha voz se
compone de Ezd, raíz hebrea de Ezdeta, o Edeta; la cual significa lo
mismo que todo género de árboles, arbustos y frutos de que tanto
abunda esta Ciudad y casi toda la antigua Edetania. De lo cual se
deduce claramente, que fue poblada en sus principios por los Hebreos,
o descendientes de Thobel, o Tubal, que en España tomaron el nombre
de Iberos, esto es, transpuestos al mar. He aquí como a este
propósito se explica el respetabilísimo y antiquísimo Historiador
Hebreo Flavio Josefo. Thobelus thobelis sedem dedit, qui nostra
aetate Iberi vocantur.
Aquí tuvieron lugar grandes hechos de
armas en muchos cientos de siglos, y la sangre de los más ilustres
Capitanes de las dos más grandes Repúblicas del Mundo, tiñó sus
campos y su suelo (que cubrieron algunos de sus restos mortales) con
llanto luctuoso de sus soldados.
nos distraería de nuestro objeto el presentar nada más que un
imperfecto boceto de los varios sucesos extraordinarios de que fue
teatro este País, y en el cual fueron ya actores ya espectadores los
valientes Edetanos. Pero no siendo esto lo que nos hemos propuesto,
continuaremos hablando de la Edetania en lo que tiene relación con
nuestro asunto. A este fin, y para que se comprenda mejor lo que
dejamos apuntado, vamos a fijar los límites que tenía la Edetania.Según Tolomeo, se extendía de norte a mediodía desde
Zaragoza a Valencia, siendo edetanas y no celtíberas estas dos
ciudades, aunque servían de límites a la Celtiberia.
Por el
oriente discurría desde el mar hasta el río Idubeda (Mijares); y
luego formando un
gran triángulo para la Ilergavonia desde el
Mar y el Ebro hasta Castellón, bajaba otra vez al Ebro y subía por
él, paralelo al Idubeda, hasta Zaragoza.
Por consiguiente,
su linea occidental la formaban las grandes sierras de Eslida,
Espadán, Peña-colosa, Puerto Mingalvo (Sallus Manlianus) Palomera,
río Güerba y Zazagoza; todo lo cual se designaba entonces
con el nombre de Montes Idúbedas. Por manera, que esta división
orográfica y natural de las cordilleras y las vertientes de sus
aguas marcaban por regla
general los límites de las Provincias
colindantes; siendo Edetanas las que caían al oriente, y Celtíberas
las que daban al occidente.
Ahora, como dato muy importante y
curioso, además de conveniente para nuestro objeto, vamos a dar
noticia de todas las Ciudades principales que los Geógrafos antiguos
señalaban a la Edetania; no obstante de ocupar ésta, según
Estrabón, una estrecha faja de tierra entre el Mar y el Ebro por una
parte, y el Idúbeda por la otra. Pondremos primero el nombre con que
eran conocidas entonces; y al lado derecho, el que les corresponde en
la actualidad.
Damania Domeñó.
Edeta Liria.
Valentia
Valencia.
Saguntum Murviedro.
Sepelaco Onda.
Aretalias
Artana.
Oleastrum Eslida.
Etovisa Benifazá.
Leónica
Castelserás.
Anitorgis Alcañiz.
Osikerda u Osicerda
Mosqueruela o Valdevallerías
Lassira Lécera.
Arse o Anci
Híjar.
Bernama Fuentes.
Ebora Alborzón o Albortón.
Belia
Belchite.
Caesaraugusta Zaragoza.
Éstas, pues, y no
otras eran las Ciudades que tenía la Edetania; en las que, como se
ve, no se encuentra el nombre de Ergávica, siquiera aquella
estuviera contenida en la Celtiberia.
¿Puede la Geografía
antigua presentar pruebas más concluyentes en favor de nuestro
aserto?
Pues no las presenta menos demostrativas la historia.
Abreviaremos sus citas, porque la importancia de las que vamos a
exponer nos excusarán de ello.
Ya digimos en otro lugar, con
la autoridad de Tito Livio, que cuando Tiberio Sempronio Gracho se
dirigía a la conquista de Munda y otras plazas fuertes de aquella
comarca, tuvo la buena suerte de que los Ergavicenses le entregaran
sin defensa las llaves de su Ciudad: la cual, según aquel
historiador, se hallaba en los últimos confines de la Celtiberia. Se
han encontrado en la misma varias inscripciones con el nombre de
Tiberio Sempronio,
Tib. Sem.: lo que demuestra claramente el gran
servicio que le hizo Ergávica y el aprecio y estimación en que por
él mismo tenía a esta Ciudad infiel y desleal, que no solo faltó a
su deber entregándose cobardemente al caudillo Romano, sino que
aliándose y confederándose con él, peleó después traidoramente
contra sus hermanos en la famosa batalla de Moncayo. ¡Bravo motivo,
por cierto, para que envidiemos nosotros sus glorias y grandezas!
Pero si de este hecho incuestionable y confirmado por varios
historiadores se deduce cuan lejos de Alcañiz estuvo la antigua
Ergávica, el que hallamos en la Historia de los Árabes en España
(que en 1820 publicó el sabio orientalista D. José Antonio Conde),
concluye de ponerlo a luz de la evidencia, Hélo aquí.
Pocos años después de la venida de los Moros a España,
esto es, en 746, hízose un empadronamiento general de toda ella y
una división completa de todas sus Provincias, por el famoso Amir o
Emir Jusuf el Fehri, autorizado competentemente para ello por todos
los Walies Españoles. Las seis Provincias de que constaba en tiempo
de los Godos quedaron entonces reducidas a cinco, y en la forma
siguiente:
En la primera, que era la Bética, o la parte
principal de Andalucía, quedaron un gran número de Ciudades
importantes, que señaló y consignó el Emir.
En la segunda
que se llamó Tolaitola, o Provincia de Toledo, se designaron las
principales Ciudades siguientes, que por suministrar una gran prueba
a nuestro asunto, vamos a nombrar individualmente en la misma forma
que lo hizo Jusuf, hace 1114 años.
Tolaitola (Toledo), Úbeda,
Bayeza, Mentiza, Wadiacix, Basta, Murcia, Bocastra, Mula, Lorca,
Auriola, Elixe, Játiva, Denia; Lucante, Cartagena, Valencia,
Valeria, Segovia, Segobrica,
ERCABICA, Waldilhijara, Secunda
Ocxima, Colounia, Cauca, Balancia, y otras que de estas dependían.
La tercera era la Provincia de Mérida, y la quinta la de
Narbona entre Francia y los Pirineos; ea las que no hay nada que
notar. Pero sí en la cuarta, que se llamó de Zaragoza. Y como por
el mismo texto de la historia se descubre con toda claridad el
verdadero sitio de la antigua Ergávica; vamos a trasladarlo a
continuación del mismo modo que lo tradujo y compiló de monumentos
arábigos, el Sr. Conde.
«Se extiende, dice, la Provincia de
Saracosta desde la falda oriental de los montes de Ercábica
del otro lado de las sierras donde nace el Tajo, por todas las
sierras de la España oriental, cuyas vertientes descienden de ambos
lados al río Ebro, hasta dentro de los montes de Albortat y montes
Albaskences. Sus principales ciudades son,
Saracosta, Tarracona,
Gerunda, Barciliona, Egára, Empuria, Ausona, Urgelo, Lérida,
Tortusa, Wesca, Tutila, Auca, Calahorra, Bambolona, Tarazona y
Barbastar, Acoscante, Amaya, Jacca, Segia, y otras dependientes de
las mismas, aquí, pues, tenemos aclaradas dos cosas importantes: 1,
que Ergávica no se encontraba en toda esta extensa parte de Aragón,
que comprendía desde los montes de que nace el Tajo, hasta la raya
de Francia. Y 2, que Ergávica, Ciudad importantísima entonces,
estaba situada a la falda occidental de dichos montes, como el punto
extremo de esta linea.
¿No es esto mismo lo que atrás hemos
sentado con la autoridad de Estrabon, Tito Livio, Plinio y Tolomeo?
Pues aun hay más que añadir: en el mismo año que Taric invadió
la España, y antes de haber penetrado en el corazón de la
Península, dice acerca de esto la crónica musulmana: que siguiendo
aquel Jefe su conquista, se dirigió hacia la parte del oriente
buscando las fuentes del Tajo; y atravesando las ásperas sierras de
Arcábica, (1) Molina y Segoncia, descendió a las vegas y campos que
riega el Ebro.
¿Puede decirse ya más en pro de nuestra
tesis? ¿No es cierto, como antes hemos indicado, que la historia no
presenta más que datos y argumentos en contra de la opinión que
impugnamos? Pero estos datos son claros, precisos, concluyentes;
porque son de hechos contemporáneos, sacados de una Historia
general, que no se propone esclarecer ni tratar esta cuestión de un
modo especial y sistemático: y porque son datos emanados de
disposiciones geográficas tomadas y sancionadas en el siglo VIII por
el célebre Jusuf el Fehri, el hombre más probo, más formal y más
docto que tenían los Muslimes Españoles, y de quien bellamente
decía
uno de sus historiadores, que las excelentes prendas de
Jusuf eran como las luces resplandecientes del Sol, a cuya vista se
ocultan las estrellas.
Sin embargo, para completar y
concluir nuestra demostración, aun nos falta hacer ver la poca
importancia de las lápidas e inscripciones, que se dice haberse
hallado cerca de Alcañiz: y esto es lo que confiamos demostrar
ahora, con no menos claridad y evidencia.
(1) Los Árabes
dieron a esta Ciudad indistintamente los nombres e Ercávica,
Arcábica y Arcágrica.
3.
La historia de estas lápidas
e inscripciones es de fecha muy reciente: no data más allá, que de
principios del siglo XVIII. He aquí su origen. Registrando nuestro
Escritor D. Pedro Juan Zapater varias curiosidades literarias que se
encontraban en la Biblioteca del Convento de P. P. Dominicos de esta
Ciudad, halló un cuaderno manuscrito de unos seis pliegos de
escritura, que le llamó mucho la atención. Todo su contenido
versaba sobre datos y antigüedades de Alcañiz, que escribió para
su uso particular nuestro paisano el Doctor Alonso Gutiérrez; y
habiendo llegado a manos del Presentado Fr. Tomás Ramón lo continuó
y aumentó
algo más, dándole, como aquel, la forma de unas
apuntaciones. Gutiérrez vivió y floreció por los años de 1540; y
el Presentado Ramón, aunque algo más moderno, fue también
contemporáneo suyo.
Pues bien: desde esta fecha hasta el año
1654, en que por primera vez encontró y levó Zapater estos apuntes,
ningún escritor tuvo de ellos noticia alguna: ¡cosa harto rara en
aquel tiempo, en que abundaban en Alcañiz los literatos y los
escritores, y a quienes tanto interesaba saber y publicar este
precioso hallazgo!
Enamorado Zapater de su rico tesoro, por tanto
tiempo escondido, como decía el mismo, concibió el laudable
proyecto de escribir la Historia de Alcañiz, fundándose
principalmente en los mencionados datos y antecedentes, en lo que
atañe a su antigüedad y correspondencia geográfica; y por los años
de 1704 vió aquella la luz pública en un tomo en folio menor.
Dejando a un lado sus noticias y razones generales sobre la cuestión
que debatimos, y a las cuales ya hemos acudido oportunamente en otros
lugares, he aquí en substancia lo que dice el mismo (guiado por la
autoridad de Gutiérrez) respecto a las lápidas encontradas cerca de
esta Ciudad.
«En la Alquería o Torre de D. García Lope de
Luna, muy inmediata al sitio donde antiguamente estuvo Alcañiz, se
hallaron dos lápidas muy notables por los años de 1380.
Descubriéronse éstas desenterrando las ruinas de un antiquísimo
edificio. Era la primera de mármol blanco, de unos cinco palmos de
alta y tres de ancha; la cual tenía entallada una
imagen del
Dios Pan, de medio relieve en figura entera, sobre una basa de
escultura tosca. De medio cuerpo arriba, parecía hombre con luengas
barbas, teniendo en la cabeza dos puntas derechas que miraban al
cielo, y en las manos una zampoña o albogue de siete flautas. De
medio cuerpo abajo era bellosa y tenía los pies como de Cabra. Y en
la basa de esta lápida, se hallaba grabada la siguiente inscripción:
OB
VICT. A. POENN. PARTAM. HERKABRIKENSES.
que quiere
decir: Esta Imagen dedicaron los Herkabricenses al Dios Pan, por la
victoria que
de los Cartagineses en su favor alcanzaron.
La
segunda piedra no era más qué una basa o pedestal de estatua de
mármol cárdeno, y de
cuatro palmos en cuadro. Entre otras
inscripciones que tenía en los lados, la más notable era la
siguiente:
HON. THAXO. MAUR. F.
CELT. D. FORTISS.
A.
POENN. IIMM OCCISO.
PRO. AEDE. PAN. MAX.
HERKABRIKENSES.
CIVI. PATRONO. COL.
DECR. PROC.
Que quiere decir:
Esta estatua y memoria consagraron los Herkabrikenses a su Ciudadano
y colendísimo patrón Honorio Taxo, hijo de Maurino, capitán muy
esforzado de los celtíberos, muerto por los cartagineses con
crueldad grande. Y colocáronla a las puertas del gran templo del
Dios Pan, con decreto y ciencia del Procónsul.
Aún se halló
cerca del mismo sitio (según la autoridad de Gutiérrez) otra
estatua muy notable. Sacando piedra de un grueso paredón, que sin
duda era parte de la antigua muralla de esta Ciudad, apareció allí
dicha lápida, que era de piedra de arena del País; cuya inscripción
decía lo siguiente:
P. SCIPIONI. P. F. AFRICANO:
COR.
PROC. HERCAVIC.
ICIOR:::::::::::::::MORE.
Supliendo las
letras borradas, quiere decir: Esta memoria dedicaron los
hercavicenses a Publio Escipión el Africano, hijo de Publio que fue
Cónsul y Procónsul, en agradecimiento de los beneficios que de su
mano habían recibido.
Vamos ahora a ver el uso, que según
Gutiérrez se hizo de estas lápidas, y la suerte que les cupo al
fin.
La primera, como la más notable, se puso a espensas de
su dueño D. García Lope de Luna, en
un nicho o capillita cerca
de la Iglesia de Santa María la Mayor, hacia la parte del norte;
donde, según Gutiérrez, permaneció desde el año 1380 hasta que en
una mañana del año 1515 apareció enteramente destruída; siendo la
causa de este suceso, según se creyó, la gran repugnancia que
tenían los fieles, de ver cerca de la Iglesia un monumento
gentílico.
La segunda, dice él mismo, la colocó su
referido dueño en el patio de su casa, donde subsistió por espacio
de 148 años, hasta que pasando por Alcañiz en 1528 el Emperador
Carlos V para celebrar Cortes en Monzón, gustó mucho de ella su
Secretario D. Francisco de los Cobos, y no pudo menos el de Luna de
complacer con este regalo a su deudo y amigo.
La tercera,
concluye él mismo, estuvo por mucho tiempo a la vista de todos en la
plaza mayor de Alcañiz, en la frontera de la casa de D. Domingo
Olite; de la cual desapareció por los años de 1580, cuando la
ciudad dio mayor ensanche a su plaza.
Tales son las lápidas
famosas de Alcañiz, de que tanto se ha hablado y escrito en pro y en
contra; y estos los títulos y credenciales de su legitimidad o
autenticidad para ser admitidas o desechadas Nosotros como lo tenemos
prometido, vamos a examinar y juzgar ahora imparcialmente estos
títulos que según las razones ya expuestas y las que nos faltan que
exponer, creemos inadmisibles.
Desde luego salta a la vista
la obvia consideración, de que si negamos nuestro asenso a la
autoridad de Zapater, o a la del Doctor Gutiérrez copiado por el
Presentado Ramón, al momento cae por tierra el costoso y magnífico
edificio de las lápidas e inscripciones que los sobredichos nos han
transmitido.
¿Y podemos, sin reserva, suscribir a su
opinión, jurando, como los Peripatéticos, en las palabras del
Maestro? En materias científicas ¿goza, o se concede a alguno el
singular privilegio de este magisterio soberano? Puntualmente sucede
todo lo contrario: la autoridad personal tiene que pasar por el
crisol filosófico y por las reglas de la crítica, para que pueda
alcanzar prestigio y autoridad.
Tal es el consentimiento unánime
de los sabios, muy conforme, por cierto, con la naturaleza y esencia
de las cosas, y con la flaca condición de los mortales; pues que sin
estas justas y prudentes precauciones, serían víctimas de las
pasiones literarias, del sórdido interés, o de la estúpida
ignorancia. La infalibilidad del magisterio, solo corresponde a Dios,
a sus divinas escrituras, y a las verdaderas fuentes de la Sagrada
Religión cristiana, que felizmente profesamos.
Partiendo,
pues, de estos sanos e indeclinables principios, no podemos menos de
aplicar las reglas de la crítica a lo que sobre las mencionadas
lápidas e inscripciones nos dicen los tres citados alcañizanos: a
los cuales por otra parte tenemos por probos, sinceros, celosos de
nuestras glorias, y muy dignos de nuestro amor y respeto.
Y
bien: ¿qué se desprende de aquellas en la presente cuestión? ¿Se
escribió la obra de Zapater en el mismo tiempo en que las lápidas e
inscripciones estaban expuestas al Público? ¿Puede probarse con la
Historia que escribió aquel, la verdad de sus afirmaciones? ¿Es
admisible el testimonio de unos apuntes arrinconados, que sus mismos
autores no los quisieron publicar, sin embargo de haber dado a luz
otras producciones literarias?
¿Cómo es que siendo
contemporáneos de Gutiérrez los hombres más eminentes en ciencia
que ha producido Alcañiz, no tuvieron noticia de éstas lápidas e
inscripciones; según se deduce de la opinión constante que
llevaron, de que esta ciudad era la Alcanit de los Árabes, sin
atreverse a señalarle determinadamente otro origen que no
conocían?
Y por fin; la historia y la Geografía antiguas
¿prestan algún apoyo y auxilio a la autoridad y validez de las
susodichas lápidas e inscripciones?
Sobre estos importantes
puntos vamos a decir en breves palabras nuestra opinión.
En
1704 en que se imprimió la Historia precitada de Zapater, era
absolutamente imposible averiguar la verdad de los hechos
arqueológicos por él consignados en su libro. Y por otra parte, los
pormenores y circunstancias que refiere acerca del sitio, tiempo,
origen y motivos de su colocación y desaparición, podrían tener
alguna fuerza y valor, si existiendo las expresadas lápidas se
hubiera escrito entonces sobre ellas, deduciendo por su examen y
juicio contradictorio, lo que ahora sin nada de esto se pretende. No
habiendo obrado de este modo, pierden desde luego toda su autoridad e
importancia ante el crisol de la crítica.
Y sinó, que se diga:
¿en qué consiste que ni los Ruices de Moros, ni los Palmirenos,
ni los Andreses, ni los Miedes, ni los Sobrárias, ni otros
muchos que vivieron desde los años de 1470 hasta los de 1596, no
hablaron nunca de este suceso ni obraron jamás en tal sentido? (1)
¿No se ve en las obras latinas de estos el alarde manifiesto que
hacían de llamarse Alcagnicienses en lugar de Ergavicenses? Y sobre
todo, el ilustrísimo Miedes, que era uno de los mejores literatos de
su tiempo y de los más aventajados en el conocimiento de la Historia
y Geografía antiguas; ¿cómo es, decimos, que viviendo puntualmente
en el mismo tiempo que Gutiérrez, no vio, ni examinó, ni se
aprovechó de la luz arqueológica de estas lápidas famosas?
(1) En confirmación de lo dicho, véase cómo se explica el
precitado literato D. Juan Sobrárias en su correcta y elegante
oración latina, de laudibus Alcagnitii, que pronunció ante
el Ayuntamiento de esta Ciudad, en el primer tercio del Siglo XVI:
Auspicantes igitur ab ejus
origine (nominis et antiquitatis) de
tempore constitutionis Alcagnitii, nihil compertum est, nulli enim
extant Annales. Y ocupándose en seguida de las causas de no haberse
podido averiguar hasta entonces la antigüedad y nombre de Alcañiz,
concluye de este modo:
Vervm, ut Plinius scribit, Citerioris
Hispaniae, sicut plurium Provinciarum aliquantum
forma vetus
mutata est. At vero, si tantam unte Plinium fecerant mutationem;
quantam post ipsum fecisso censendum est, cum ab eo ad nos intersint
circiter mille, et quadringenti anni? Memini me audivise a Petro
Taraballo Praeceptore meo, viro omni doctrina, se acceptise a quodam
Seniore Mauro, Alcagnitium esse vocem Arabicam.
aquí, ni en ninguna otra parte, de Ergávica? ¿Dónde, pues,
estaban las lápidas e inscripciones, cuya cita e interpretación
favorables hubieran sido entonces tan gratas y oportunas a los oídos
del respetable e Ilustre Ayuntamiento Ergavicense, cuyas glorias
inquiridas elogiaba a la sazón?Lo que de aquí se deduce es,
que o bien las tales no existieron jamás, o bien su origen y
circunstancias les satisfizo bien poco: en cuyo último caso, el
humilde Gutiérrez relegaría al olvido y abandono sus apuntes
lapidarios. Estos, tal vez por una rara casualidad, vinieron a manos
del Presentado Ramón, el cual aunque secretamente, los creyó y
apadrinó con poco examen; y después públicamente en su Historia,
el Escribano Zapater que topó con ellos en la Biblioteca Dominicana.
Nosotros al menos, no encontramos otra salida más razonable y
prudente.
También es muy extraño (prosiguiendo aun nuestro
asunto) el modo con que, según se refiere, desaparecieron las
lápidas sobredichas. La una, se dice que fue inutilizada por el
fervor antiartístico de los fíeles: la otra, se la llevó el
Secretario Cobos; y la última se abandonó a su destrucción y
aniquilamiento con motivo del ensanche de la plaza Mayor, a vista y
paciencia de los celosos Patricios, que en ella fundaban sus títulos
Ergavicenses. ¿Es esto verosímil?
Igualmente es chocante,
que en los años de 1411 y 12 en que a consecuencia del célebre
Parlamento de Alcañiz, hubo aquí tantos hombres notables y
tantos literatos distinguidos, no le ocurriese a ninguno parar
mientes en tales preciosidades artísticas, y haber con ellas
arrancado antes que lo hiciera felizmente el mencionado Secretario de
su Majestad Cesárea. ¿En qué consistió esto? Sin duda en que o no
las vieron, o no conocieron su mérito e importancia. ¿Pero es
verosímil esta hipótesis? Pues sáquese la consecuencia.
Nada
diremos de los escritores del siglo pasado, que fundándose
únicamente en la autoridad de la Historia de Zapater, y en las
noticias que de ella comunicó al P. Lamberto
Zaragoza el Dean de la Colegiata de Alcañiz D. Joaquín Regales (por
ser muy raros los ejemplares de esta Historia), dieron asenso a las
mencionadas lápidas e inscripciones sin presentar razón alguna de
importancia en aumento de su valor. Pero si añadiremos esta última
reflexión: ¿qué fuerza pueden tener estos testimonios, aunque sea
cierta y legitima su procedencia, si se hallan, como se ha visto, en
contradicción con las prescripciones de la Lógica, de la Geografía
y de la Historia?— Y además, ¿no han podido ser traídos o
trasladados por el interés, por la vanidad, y hasta por el azar o
casualidad?
Las mismas piedras de Alcañiz que Zapater confiesa
fueron trasladadas a otras partes ¿no pudieron antes venir a ésta?Aun sin suponer miras interesadas o planes preconcebidos, se
han encontrado muchas lápidas importantes en puntos en que se sabe
de positivo que no correspondían a los Pueblos y Ciudades de que en
ellas se hace mención. En Barcelona, por ejemplo, se encuentra una
lápida de los Ausetanos, que correspondía a Vique: en Narbona se
halló otra que correspondía a Segorve: en Tarragona, y no más
lejos del año 1832, se halló otra que correspondía a Osicerda; y
antes se habían descubierto varias que correspondían a ciudades de
la Bética y de la Lusitania: y finalmente, en Roma y en otras
Ciudades de Italia, existen muchas lápidas así sepulcrales, como
laudatorias, geográficas y miliarias, que fueron de España y
correspondieron a sus Ciudades. ¿Y diríamos por solo el sitio de su
hallazgo, que las expresadas lápidas fijan, determinan y aclaran la
situación topográfica de los pueblos y Ciudades que en ellas se
expresan?
Véase, pues, cuan débil argumento es la
Lapidaria, cuando no está en armonía con el criterio
histórico-geográfico, y verdad científica que del mismo se
desprende.
De la Numismática no tenemos porqué ocuparnos;
porque no tiene otro valor, por regla general, que el de fijar con
acierto la nomenclatura y ortografía de los pueblos antiguos.
Resulta, pues, demostrado el ningún fundamento de las
lápidas e inscripciones de que se valió nuestro paisano Zapater
para probar con ellas, que en Alcañiz estuvo la antigua Ergávica: y
que sueltas todas las dificultades y desvanecidos todos los
argumentos principales contra la opinión que en el párrafo anterior
y en el presente hemos sostenido, queda probado y demostrado (en
cuanto lo permite la obscuridad de estas materias), que la antigua
Ergávica de los Romanos y Arcábrica de los Godos, estuvo en el
sitio actualmente despoblado cerca de
Uclés, conocido desde
tiempo inmemorial con el nombre de Cabeza griega o de griego,
III
Establécese
la opinión muy probable, de que la antigua Anitorgis corresponde a
Alcañiz.
Aclarada ya la cuestión de Ergávica, y desvanecidos
los argumentos que la situaban en Alcañiz, resta ahora saber, qué
Ciudad Cartaginesa , Romana, Goda, o Árabe correspondía a la
nuestra. Pero ¿puede esto averiguarse con certeza? ¿Arroja de si
bastante luz la Geografía comparada para que podamos decidirlo con
seguridad?
Ciertamente que no: pero tenemos algunos datos e
indicios vehementes, con los cuales podemos determinar como muy
probable, que en el sitio donde se encontró y conquistó la Alcanit
de los Árabes correspondiente a nuestra Ciudad de Alcañiz, existió
en tiempos antiquísimos la célebre ciudad de Anitorgis. Así lo
hemos indicado en otra parte, reservándonos para ésta el tratarlo y
probarlo con más extensión.En tres puntos diferentes del
término de Alcañiz aparecen vestigios de haberse hallado allí
algún pueblo, ciudad, o castillo montano: a saber; 1, en Val de las
fuesas, o huesas: 2, en
Valdevallerías; y 3, en Alcañiz el
Viejo. Hablemos con distinción de cada uno de ellos.
1° =
Dista Val de las fuesas de Alcañiz como unos nueve kilómetros hacia
la parte del norte;
y este largo talle, que está en secano, ha
tomado el nombre sobredicho, de las sepulturas abiertas a pico en las
peñas que allí se encuentran en abundancia.
No habiéndose
hecho jamás excavación alguna, ni aun reconocídose el sitio mas
que
superficialmente, no pueden aparecer grandes cosas (aun en el
caso de haberlas), ni dar mucha luz las que hay, para formar juicios
acertados o conjeturas probables. Por esta razón, y porque tampoco
podemos apoyarnos en la Historia y Geografía antiguas, nos
contentaremos con señalar este local, y explicar lo poco que en él
se descubre sobre la haz de la tierra.
Redúcese, como hemos
dicho, a muchas sepulturas abiertas a pico en las peñas, y
acomodadas en sus dimensiones a las que tiene la especie humana en
todas sus edades y tallas; a muchos fragmentos de vajillas de
diferentes especies; y a unos pocos restos de edificios de
mampostería fuerte y compacta, semejante al mortero romano. Dista
también este sitio de la orilla derecha del Ebro, como unos doce
kilómetros; y aunque no presenta, al parecer, razones o motivos para
creer que hubo allí una población regular, se sabe sin embargo, que
en muchas partes de iguales o peores condiciones, las ha habido muy
célebres y famosas. A esté propósito diremos, que los antiguos
edificaban donde les convenía; y por lo común atendían mucho a
ocupar lugares estratégicos, supliendo el defecto de aguas fluviales
con grandes pozos y aljibes, que multiplicaban según sus
necesidades. Por eso extrañamos en el día la existencia de algunas
ciudades importantes en puntos despoblados, que solo han dejado
ruinas y testimonios fehacientes de su antigua grandeza, y en los
cuales probablemente no habitarán nunca los hombres. Ergávica,
Valeria, Numancia, Tebas, Memphis, Palmira y otras Ciudades
renombradas, son buena prueba de lo que estamos diciendo. Y en el día
mismo, ¿qué sería de Jerusalén y de Madrid (exceptuando sus
recuerdos históricos, y en especial los de la primera) si por
desgracia desapareciesen del todo? ¿Se construirían o edificarían
ahora en sus mismos sitios, tan ingratos y desventajosos, o tendrían
en tal caso la fama e importancia que al presente disfrutan?
Pero
es necesario también tener entendido, que en los tiempos de las
dominaciones cartaginesa y romana, no eran nuestras ciudades tan
magníficas y crecidas como algunos suponen; sobre todo, en la
primera de aquellas. Toledo, a pesar de su grande importancia, era
una ciudad pequeña, según Tito Livio: parva urbs. Barcelona, según
Pomponio Mela, era también de corta extensión: acaso no contenía
dos mil casas dentro de sus muros.
Y Numancia, aquella ciudad
famosa, que los Romanos llegaron a confesar que era el terror de su
Imperio terror Imperii, era aun mucho menor que las anteriores. Sus
tapias exteriores que a Lucio Floro no le merecieron el nombre de
murallas, no tenían más de tres mil pasos; dentro de las cuales se
encerraron y defendieron tan desesperadamente sus cuatro mil
soldados, única fuerza que esta Ciudad y sus Aldeas podían poner en
campaña.
Pues de esta misma manera eran proporcionalmente
pequeñas las demás poblaciones de la Península Ibérica, en
aquellos tiempos primitivos que conoce la Historia.
Consistía
esto, en que hasta las familias más distinguidas vivían en el
campo; y en los días de
mercado llamados entonces nundinae,
(que tenían lugar de nueve en nueve días), entraban a vender sus
frutos, a comprar lo que necesitaban, y a ocuparse de sus negocios y
transacciones. Así lo dicen Columela y otros escritores antiguos.
Para el caso de tener que defender sus fundos y sus hogares,
tenían en la comarca buenos reductos (Castella montana) que servían
de defensa a la Ciudad y sus términos; retirándose después a ella
cuando el enemigo los batía y desalojaba de sus posiciones. Por eso
al referir los Romanos que un ejército suyo había llegado a estos
puntos avanzados, solían decir: Ingressus fuit fines Saguntinorum,
Ergavicensium etc.
Es muy importante no olvidar estos datos
históricos; porque teniendo las ciudades tales Castillos montanos,
en mayor o menor número según su industria y poder, no puede
deducirse de ellos que existió población, sin cometer un yerro de
trascendencia o una insigne torpeza. Berga, por ejemplo, sabemos que
tuvo siete de estos castillos montanos: ¿obraría con buen criterio
el que de los siete vestigios o ruinas de estos antiguos castillejos,
infiriese y proclamase muy sereno y ufano, que habían existido allí
siete Pueblos o Ciudades diferentes? Pues tales yerros cometen los
que juzgan sin estos precedentes históricos.
Nos hemos
entretenido algún tanto en exponerlos, porque nos vendrán muy bien
para lo que luego tenemos que decir. Por lo que toca al sitio de Val
de las fuesas, es claro que sus sepulturas no manifiestan que fuese
un castillo montano, ni tampoco los demás vestigios existentes en
las laderas del valle. Pero mientras no se hagan pruebas y
excavaciones sobre el terreno, no nos atreveremos a hacer indicación
ninguna que lo califique formalmente.
2° El segundo sitio,
es el llamado Valdevallerías,
que dista de Alcañiz como unos doce
kilómetros, y veinticuatro
del Ebro. Cae a la parte del poniente, y se halla en una altura
peñascosa que domina ventajosamente sus avenidas inmediatas,
existiendo aun en su cúspide una gran balsa, o sea un sitio especial
para recoger y mantener las aguas pluviales.
Se ven, como en
Val de las fuesas, gran
número de fragmentos de vajillas y utensilios domésticos y una que
otra sepultura antigua, habiéndose hallado además en sus
inmediaciones, y en toda esta comarca, no pocas monedas de Osicerda
de diferentes épocas, que varios curiosos alcañizanos
conservan con aprecio. Y no lejos de este sitio, esto
es, antes
de llegar a las caídas del feraz y hermoso valle que tiene el nombre
de Valmuel, se encuentran también grandes vestigios de fundición
metalúrgica, cuyas escorias abundantísimas, sobre no haberse
analizado jamás, ni aun siquiera se han examinado con atención.
El erudito P. Pio Cañizar, Religioso Escolapio del Colegio
de esta Ciudad y Cronista del Reino de Aragón, visitó en 1790 el
local antedicho de Valdevallerías;
y sin embargo de las pocas exploraciones que pudo hacer en un día de
expedición, halló una lápida muy deteriorada, y en ella algunos
caracteres que no pudo sacar ni leer. Todo esto, y el no haberse
fijado aún con solidez y precisión el sitio y correspondencia de la
antigua Osicerda (que
pertenecía a la Edetania),
le hizo creer, que esta era la situación de aquella célebre Ciudad
y Municipio Romano del Convento jurídico de Zaragoza que tenía el
gran privilegio de acuñar moneda.
Nosotros opinamos, que si
el local expresado no correspondía a algún castillo avanzado en los
términos de esta Ciudad (lo cual no parece verosímil por las
razones ya expuestas), tal vez podría ser el de la antigua Osicerda.
Y en este caso, los despojos o escorias de fundición, quizás
podrían corresponder a la fábrica de moneda que tenía esta ciudad:
aunque es más probable, en medio de esta incertidumbre, que
correspondiesen a la gran mina
de plata, de que hablan
algunos escritores Minerálogos,
y también algunas memorias manuscritas de esta Ciudad; bien que a
ninguno ha sido posible saber ni encontrar el sitio y paradero de tan
preciosa mina.
De todo esto resulta en puridad, que no
tenemos bastantes datos ni fundamentos para establecer una opinión
sólida y respetable acerca del sitio preciso de la antigua Osicerda.
Es menester que la Arqueología nos aclare esta cuestión,
todavía muy obscura para Alcañiz y para otros Pueblos, a quienes ha
querido aplicarse y resolverse en su favor con livianos fundamentos.
En esta competencia entran Jérica,
Cherta, Mosqueruela, y ahora Alcañiz. Veamos, pues, los motivos y
razones que nos suministra la Geografía antigua, para inferir de
aquí la mayor o menor justicia que pueda asistir a cada una de estas
cuatro poblaciones competidoras.
Jérica no puede ser,
porque estaba situada en la Celtiberia, a la orilla del río Serabis;
por lo
cual se le llamó Serábica por los Romanos, y Xérica por
los Árabes.
Xerta o
Cherta tampoco, porque estaba en la Ilercavonia, y a la orilla del
Ebro.
Mosqueruela tiene
en su favor la respetable opinión del Sr. Cortés, pero éste no le
da más
fuerza que la de una conjetura. Solo, pues, nos falta
Alcañiz.
Para dar nosotros la preferencia a esta Ciudad, o
sea al sitio determinado de su término con el
nombre de
Valdevallerías, ya hemos
manifestado atrás las pruebas y razones que teníamos; las cuales
aunque no son suficientes para establecer una opinión muy probable,
las creémos sin embargo más probables que las que en favor de otros
puntos se alegan. ¿En qué parte se hallan, sin buscarlas, tantas
monedas osicerdenses como
aquí? Y con la circunstancia notable, de que entre las cuarenta o
más monedas que se guardan, están completos los cuatro
tipos
diferentes de que habla el P. Florez.
Las pruebas que nos
suministra la Geografía antigua consisten únicamente en la
autoridad de
Tolomeo, la cual todos invocan también en su favor.
Pues bien; este sabio Autor pone a Osicerda,
en sus tablas geográficas, un poco más al occidente de Leónica,
que es Castelserás, (1) y
no lejos de Etovisa, que es
Benifazá. Y el sitio
indicado del término de Alcañiz ¿no está algo más al occidente
que Castelserás? ¿Y es mucha la distancia que media desde allí a
Benifaza?
Véase, pues, como por estas razones corográficas y
numismáticas, puede aún Alcañiz hacer un buen papel en esta
competencia; y tanto más, cuanto que a la opinión favorable del P.
Pío Cañizar y a los datos y vestigios que hemos expuesto de
Valdevallerías, se une el parecer del Abate Masdeu, que lo consignó
muy explícitamente en sus obras.
(l) Hemos dicho que
Leónica era Castelserás: aunque algunos han sido de parecer que
correspondía a Alcañiz. Disintiendo otros de entrambos pareceres,
han sostenido que aquella ciudad romana era Castrum album; pero es
evidente, que esta última corresponde a Montalbán, llamada
primitivamente Libana, cuya voz hebrea quiere decir Ciudad Blanca,
por las frecuentes nieves que la blanquean. Así la una como la otra
son célebres en la historia; pero la verdad de su origen es la
circunstancia principal a que debe atenderse ahora.
Examinándola,
pues, imparcialmente en este concepto, diremos, que el nombre de
Castelserás es sinónimo, en griego, de Castillo de León. Castrum
Zeras, y de aquí le ha venido y quedado el de Castelserás,
adoptándolo antes abreviadamente los Romanos con el de Leónica,
sinónimo de aquel; cuya Ciudad, según Tolomeo, se hallaba en la
Edetania cerca del Idúbeda.
Su antigua situación no era la
misma que la presente, pues estaba algo más arriba del Guadalope
en el sitio llamado la Tejería, cerca de Calanda. Allí se han
encontrado vestigios apreciables de antigüedad y abundancia de
piedras especulares, de que habla Plinio: las cuales vienen a ser lo
que se llama espejo de asno o espejuelo, del que se hace uso en el
País para la elaboración de la cal y del yeso En el año
1743 se halló una estatua con la siguiente inscripción latina junto
a ella:
ATILIAE
SP. VRI. F.
LUCILLAE
M. ANTONIUS
NACHVS. VXORI.
Hallándose
Castelserás en territorio Edetano, es claro que no puede
corresponderle como hemos dicho, Castrum album o sea Castrum altum,
que estaba en la Celtiberia. Libana, Castrum album, y Acra Leuce
(como le llamaba Diodoro Sículo) son todos sinónimos, y significan
lo que ya hemos explicado.
Solo nos faltó decir ahora dos
palabras sobre la gran batalla que nuestros antiguos Lusones
Celtiberos dieron y ganaron al grande Amilcar en las
inmediaciones de Castrum album, cuya ciudad fue al mismo tiempo
baluarte y sepultura de aquel famoso Capitán.
Según
refieren Tito Livio y Frontino, quedó roto y destrozado el ejército
de Amilcar junto al río que por allí pasa (que es el Martín); y
él, muerto con su caballo en el mismo río. Esta insigne victoria la
alcanzaron los Beliones (los de Belchite) auxiliados por sus vecinos
los Celtiberos al mando de su Caudillo Orison. Cornelio Nepote en la
vida de Amilcar, la describe también sucintamente. He aquí sus
palabras vertidas del latín:
«Después que Amilcar, dice, pasó
el mar y puso el pie en España, hizo grandes y memorables hazañas,
favorecidas todas por una suerte feliz; y sujetando a su dominación
varias Regiones y gentes muy belicosas, enriqueció al África de
caballos, armas, dinero, y hombres. De continuo meditaba llevar la
guerra a la Italia; pero en el año noveno de su venida a España,
fue muerto por los Veleones peleando contra ellos.»
En el
texto dice Vectones, pero debe decir Beliones, o
Veleones, como se ha puesto. Así lo advierten y corrigen los más
distinguidos Filólogos y Anticuarios, fundándose en que este yerro
procede de la impericia de los escribientes, tan común, por
desgracia, en estos escritos antiguos que solo se podían propagar
por las copias manuscritas. Y lo mismo decimos de la equivocación de
Castrum altum por album.
3° = El tercero y más principal
sitio de Alcañiz donde se encuentran ruinas y vestigios de
antigüedades, es el llamado Alcañiz el Viejo, a cuatro kilómetros
de distancia del Nuevo, y al mediodía de este. Pero aquí se enlaza
ya la Historia con la Topografía; y lo único que tiene que hacer el
juicio crítico, es remontarse a tiempos más apartados que los de
los Árabes, de cuyo poder pasó al nuestro. Sin embargo, es
conveniente tomar esta época por punto de partida, para llegar
después a ulteriores deducciones.
Tenemos ya explicado en
otro lugar, que en el año 1119 fue conquistada esta ciudad por el
gran Rey de Aragón D. Alonso el
Batallador. Así lo afirman el Abad de San Juan de la Peña D.
Juan Briz Martínez, el Cronista de Aragón D. Vicencio Blasco de
Lanuza, y el Maestro D. Alonso Buendía; sin que Zurita ni otro
Escritor alguno, que sepamos, contradiga esta opinión. El nombre que
tenía entonces esta población, era Alcanith; y este mismo es el
que, con poca diferencia, adoptaron nuestros antepasados llamándole
Alcañiz.
Desde luego se deduce de este solo dato, que el
nombre de Alcañit o Alcañiz, tiene ya en la historia muy cerca de
mil años de antigüedad; pues que en la Crónica musulmana del Sr.
Conde, se encuentra por primera vez en el año 865, y con el conotado
de Ciudad. Y es también muy digno de repararse, que hablándose en
dicha Obra de la antigua Ergávica como correspondiente a otro sitio
y lugar muy distinto del de Alcañiz, se haga también mención de
ésta, casi por el mismo tiempo o por los mismos años. Pero esto
prueba evidentemente la existencia simultánea de las dos ciudades
diferentes, y añade una demostración más a la que ya teníamos
hecha acerca del sitio que tuvo aquella Ciudad celtíbera.
Prosigamos.
Los nuevos pobladores de Alcañiz a quienes D.
Alonso I dio y repartió sus tierras, tardaron
poco a trasladarle
del sitio conquistado al que primero sirvió de apoyo al ejército
cristiano en
su atrevida empresa. Y es indudable, que para
hacerlo así, tuvieron presentes razones de mucho peso y
trascendencia. La mayor parte de España estaba entonces ocupada por
los Moros; y sobre todo, desde el punto muy avanzado y casi aislado
de Alcañiz el viejo hasta las columnas de Hércules, no se conocía
otra dominación que la de los Sectarios del Koran. Era, pues,
preciso elegir otro sitio más militar y estratégico para poderse
sostener en él; y tal se reputó el que hoy vemos en esta ciudad,
recostada suave pero fuertemente sobre el cerro del castillo, y
auxiliada con foso profundo por las aguas del río Guadalope, que
brindaban al mismo tiempo a sus defensores con este su necesario
elemento.
Practicada ya esta traslación al moderno Alcañiz,
¿podían menos sus moradores de mirar con prevención al antiguo, y
de interesarse en su total destrucción y ruina?
Pues esto es lo
que hicieron instantáneamente, con grande provecho suyo y gran
perjuicio para la Historia; no acordándose en aquellos rudos tiempos
de enriquecerla con ningún monumento ni con recuerdo alguno, que
puedan ahora instruirnos y darnos luz en nuestras penosas
investigaciones.
Esto explica la causa de no hallarse allí
más vestigios que los precisos para conocer haber existido
población. El radio que ésta ocupaba desde un altozano fortificado
hasta la misma orilla izquierda del Guadalupe se ve ahora
transformado en fértiles y amenos campos de regadío, en donde
campean majestuosamente el olivo, y toda clase de árboles y
producciones del País. Consérvase sin embargo la ancha carretera
que baja al río; los restos notables de su magnífico puente;
catorce sepulturas abiertas en la peña, que están a la vista del
camino de Calanda, (sin contar las muchas que se hallan en sus
inmediaciones, y en especial en la parte llamada el Villar en que
aparecen bastantes huesos petrificados con la tierra y la peña, que
los encerraron herméticamente;) muchos fragmentos de vajillas, de
lozas finísimas de varios colores, de tejas, de ánforas y demás
usos domésticos; y algún paredón de mortero rasante al suelo, en
la parte alta del cerro.
No habiéndose hecho ninguna excavación,
ni reconocimiento alguno formal sobre el terreno, a esto, y nada más
que a esto se reducen las pocas noticias que tenemos sobre las ruinas
y vestigios de la antigua Ciudad, que allí yace sepultada. ¡Tal es
comunmente la suerte fatal de las obras humanas: la destrucción, la
muerte!
Más allá de Alcañiz el Viejo, a dos kilómetros de
distancia mirando al poniente, se encuentra, en medio de una grande
explanada un monte alto y majestuoso, llamado el Cabezo Palao, que
seguramente fue un buen Castillo montano. Este, al menos, es el
juicio que formamos al verlo e inspeccionarlo, poco ha, en compañía
de algunos amigos: y lo mismo opinamos de otro altozano distante unos
400 metros al sur de Alcañiz el viejo, qué todavía conserva gran
parte de sus paredones y la pequeña cerca que abrazaba. Finalmente,
entre Alcañiz el viejo y el Cabezo Palao, existe una fuente antigua
de escaso pero constante caudal de agua, a la cual los labriegos dan
el nombre de fuente cobertorada. Su construcción es
solidísima, y lo más notable es que está cubierta de una
bóveda de sillería (cobertora) . No haciéndose de ella
ningún uso al presente, ya por la poca agua que arroja, ya por
hallarse próxima a la grande acequia que riega la vega principal; no
podemos menos de atribuirle alguna antigüedad, siquiera no pase ésta
del tiempo de los Árabes.
Nada más podemos decir de las ruinas y
vestigios de la importante ciudad de Alcañiz y sus contornos que de
los Moros pasó a nosotros.
¿Y quien puede dudar de que esta
importancia que le atribuimos fuera entonces una verdadera realidad?
Para persuadirse de ello, basta echar una rápida ojeada sobre
los sucesos que tuvieron lugar al tiempo de su conquista.
Llevada
a cabo felizmente la de Zaragoza en 1118 por el valeroso Alonso I,
quiso asegurarla
de los ataques y algaras de los Moros,
extendiendo en lo posible el ámbito de su dominación. Y como sus
límites orientales eran los más temibles y peligrosos, por eso
determinó acertadamente continuar por esta parte sus conquistas.
Alcanit distante de Zaragoza diez y seis leguas era entonces el
baluarte de la comarca muslímica del Bajo Aragón. Ocupada esta
Ciudad, ya podía decirse que tenía sometida toda la comarca; o
cuando menos, que no podía tardar en conseguirlo.
Dirigióse,
pues, el Rey con lucido ejército a su expugnación y conquista; y
antes de acometerla imprudentemente, quiso fortificarse en un cerro
inmediato (en que hoy conserva Alcañiz su castillo) para prepararse
oportunamente y asegurar el golpe. Este, como hemos visto en otro
lugar, fue certero, mortal, decisivo; y la conquista de Alcanit
añadió un florón más a la esplendente corona del Gran Restaurador
de Aragón. Poco tardaron ya a caer en sus manos, Castelserás,
Calanda, Castellote, Alcorisa, Caspe y Maella, formándose aquí
un
fuerte distrito avanzado contra las huestes fronterizas de los
belicosos Moriscos.
En estos tiempos de lucha tenaz y de
agitación continua, no se ocupaban los ánimos y los brazos más que
en combatir y vencer a los enemigos de la Cruz; y por eso nuestros
valientes antepasados nos dejaron sus hechos heroicos y nos callaron
su historia. Ni aun las cartas de población se daban, por lo común,
mas que de palabra, o por escritos informales. Y así, sucedió con
Alcañiz; y lo mismo con Calatayud, Daroca y otras Ciudades: por
manera, que hasta el año 1157 en que el Príncipe, D. Ramón
Berenguer, esposo de la Reina Doña Petronila, otorgó a Alcañiz,
formal y expresamente su Carta-puebla y no la obtuvo ni disfrutó
sino es del modo indicado.
Dicho Príncipe, lo mismo que D.
Alonso, conoció muy bien la importancia militar de este punto, y los
grandes servicios que hasta entonces habían prestado sus defensores:
y a esto se debe el haber colmado a Alcañiz de iguales gracias y
privilegios que a los Ciudadanos de Zaragoza, pues que les concedió
sus fueros; y además, una tan grande extensión territorial en sus
términos que podría formarse con ellos un respetable Distrito. No
los señalamos a continuación porque podrán verse extensamente en
el mismo privilegio que insertaremos en la cuarta sección.
Tampoco
se separó de la misma idea dar importancia Alcañiz, el Rey de
Aragón D. Alonso II; el cual en 1179 quiso concluir de asegurarla y
ampararla, estableciendo en el Alcázar de la misma, la ínclita
orden de Calatrava, para que sus esforzados y hábiles Caballeros
fueran la mejor garantía de su defensa, y la mejor base de las
Operaciones militares que en adelante se intentasen por entrambas
fronteras catalana y valenciana.
¿Y qué se infiere de aquí?
Lo siguiente: que en tiempo de los Moros era este el punto más
importante del Bajo-Aragón: y que siéndolo entonces, debía
serlo también en los tiempos que a estos precedieron; del mismo modo
que lo ha sido en los que después les han sucedido. Pues bien:
siendo Alcañiz un punto militar tan importante, y el centro del
fértil suelo que riega y fecunda el Guadalope, és muy lógico y
natural suponer, que en los tiempos de los Cartagineses y Romanos
existió aquí una Ciudad principal. Cuál sea esta, no lo sabemos de
un modo positivo; porque ni la Historia, ni la Geografía, ni la
Arqueología, nos lo revelan clara y terminantemente. Pero recogiendo
los datos más especiales y aplicables que aquellas contienen, y el
parecer y opinión de algunos hombres eminentes que se han penetrado
bien de su letra y espíritu, como el docto Ferreras, el sabio
académico Sr. Cortés, y otros varios escritores contemporáneos, no
vacilamos en creer, afirmar, y tener por muy probable la opinión, de
que la antigua Ciudad de Anitorgis que se hallaba en la Edetania,
corresponde a la actual Ciudad de Alcañiz, o sea al sitio en que
estuvo la Alcañiz de los Árabes. Para
afirmarla y robustecerla
en cuanto nos sea dado, expondremos sucintamente las razones
principales que nos han decidido a abrazarla y adoptarla.
Hemos
visto ya incontestablemente, que la Alcanit de los Moros es la
Alcañiz de los Cristianos. Partiendo, pues, nuestras investigaciones
de este seguro principio, damos un paso muy avanzado, porque la
etimología de la palabra Alcanit favorece mucho a esta opinión.
Efectivamente; la voz Anitorgis, que en otro lugar explicamos y que
significa lo mismo que Ciudad de las Lanzas, se deriva de la Alcanit
de los Árabes. He aquí de qué modo: de las dos voces, que se
compone Anitorgis, esto es, Anit y orgis, suprimieron los Árabes por
apócope la segunda y dejaron la primera, a la que le añadieron
(según su habitual costumbre de acomodar los nombres a su idioma) la
palabra Alca, de que resultó Alca-anit o Alcanit, más eufónica
para ellos que la de Anitorgis o Alcanitorgis. Ello es, que así nos
la dejaron los Moros: y del mismo modo que ellos la acomodaron a su
habla, así también nosotros la hemos acomodado después a la
nuestra, llamándola Alcañiz.
Siendo esto así, resulta que
se une y eslabona Alcañiz con Anitorgis; que se acercan y estrechan
más las distancias; y que engranan en este punto su Historia y su
Topografía.
En lo que digimos en la página 108, extractado
y de la Historia de los mismos Árabes, se vio ya claramente la
identidad de Alcanit con Alcañiz; y que en esta Ciudad tuvo lugar
la horrible matanza, que sagaz y alevosamente ejecutó el famoso
aventurero Hafsun, en las confiadas tropas del Emir Zeid-Ben-Casim.Y
en lo que expusimos en la página 104, se ha visto también la gran
catástrofe que sufrió el Ejército Romano de los dos Escipiones,
por haber dividido estos desacertadamente sus fuerzas al frente de
Anitorgis, con la mira equivocada de destruir de un solo golpe todo
el poder Cartaginés en España. Alcañiz o Anitorgis, ha sido, pues,
el teatro de entrambos sucesos extraordinarios; y con este poderoso
motivo, no ha podido menos de figurar mucho en la Historia.
De
aquí sacamos nosotros la luz que esta nos suministra; y por ella
vemos y deducimos
la confirmación de nuestra tesis.
Sin
embargo, dejando a un lado la dilucidación de la historia Árabe,
que por su clara evidencia no la necesita, añadiremos algunas
observaciones acerca de la catástrofe de los dos Escipiones, y
sacaremos las naturales consecuencias que de ellas se
derivan.
Publio y Cneo Escipion, como se dijo, dividieron
desacertadamente su ejército en frente de Anitorgis, poco distante
del Ebro; de cuya Ciudad ocupada entonces por Asdrubal Barca, solo
los dividía el Guadalope: Amne dirimente ponunt castra, dice
Tito Livio. El primero, con las dos terceras partes del ejército
romano, se marchó a Cástulo (hoy Cazlona), donde se hallaban con
numerosa hueste Asdrubal Gisgon, Magon y Masinisa. Tan pronto como
Publio se ausentó de este país, abandonaron a su hermano Cneo los
30,000 Celtíberos que formaban su vanguardia, y que pudo atraer a su
bandera reuniéndolos en las riberas del Ebro.
Este inesperado
contratiempo, puso a Cneo en la más crítica situación; y para no
sucumbir a
manos de las fuerzas superiores de Asdrubal Barca, no
tuvo más remedio que dirigirse a Artana por Morella y San Mateo,
para aproximarse lo más posible a su hermano, y sostenerse
ventajosamente, hasta su regreso, en aquella fuertísima posición.
Pero una rara casualidad (o por mejor decir, una grande
imprevisión de Publio) fue causa de la desgracia y muerte que luego
le sobrevinieron, y que no tardaron en extenderse a su hermano.
Consistió esta, en que dirigiéndose el caudillo Español
Indibil con siete mil quinientos Susetanos (de las montañas de
Prades) a reunirse en Cástulo con las tropas cartaginesas; dejó
Publio al frente de esta Ciudad la mayor parte de sus fuerzas al
mando de Fonteyo, y él se encaminó con las restantes a destruir a
Indibil, e impedir su reunión con las cartaginesas. Estas, que
estaban muy sobre aviso y que acaso tenían noticia de la venida,
tuvieron la buena suerte de sorprender a Publio, puntualmente cuando
ya estaba peleando con los de Indibil, y de batirle, derrotarle, y
matarle, con casi todo su ejército.
Fonteyo, que quedó en
el Real de Cástulo, no pudo evitar esta catástrofe instantánea; y
harto
hizo con ir entreteniendo a todo el ejército enemigo, que
se dirigía ya al encuentro de Cneo:
pero alcanzólo al fin el
cartaginés cerca del Ebro después de trenta y un días, haciendo
igual destroza en las tropas de este desgraciado General, que como su
hermano, perdió también la vida.
Ahora bien: de esta
notable y fatal campaña, que con sentido acento refieren Tito Livio,
Apiano. Alejandrino y Plinio, ¿qué se infiere con respecto a
nuestro asunto?
Creemos que lo siguiente: que los Generales
Romanos pudieron atraer a los Celtíberos desde las márgenes del
Ebro a las del Guadalope, más por compromiso forzoso que por una
buena voluntad: que tan pronto como tuvieron ocasión, abandonaron a
Cneo por no aherrojarse a las cadenas de este, ni de ningún otro
conquistador: que en su marcha, se pusieron a vanguardia de Cneo,
pues que montando el Idúbeda estaban ya en su País; y que quedando
entonces a su espalda Asdrubal Barca, que no había de incomodarles,
tenían seguridad de que Cneo no podía castigar su defección.
De
este modo la Historia está acorde con la Geografía, y queda
Anitorgis en el punto de Alcañiz, que le hemos señalado. No siendo
así ¿cómo hubieran podido los Celtíberos situarse a retaguardia
de las tropas de Cneo? ¿No hubiera sido esto ponerse torpemente en
el caso de buscarse ellos mismos su desgracia?
Pasemos a la
Geografía.
Esta, como ya
hemos observado, solo nos habla de las ciudades que tenía la
Edetania, en la cual se hallaba Anitorgis. Las más inmediatas y
únicas que por esta parte lindaban con ella, eran Arse (Híjar),
Bélgida (Alcorisa), Leónica (Castelserás), y Osicerda
(Valdevallerías), de la cual ya nos hemos ocupado atrás. Algo más
distante de esta linea se encontraban Belia (Belchite), Lassira
(Lécera), Castrum Album (Montalban), Laxa (Aliaga), Etovisa
(Benifazá), Castra Aelia (Morella), y Carthago vetus
(Cantavieja).
La colocación respectiva de estas
ciudades era ya bastante luz para poder inferir, que Anitorgis
corresponde a Alcañiz; porque las cuatro de la primera serie tienen
ya su asiento señalado, muy diferente a la verdad del de aquella; y
lo mismo las siete de la segunda. ¿Trastornaríamos ahora
empíricamente este orden y los conocimientos científicos que sobre
el mismo se han adquirido, por excluir a Anitorgis de Alcañiz? ¿Y
en donde la pondríamos?
No en Castelserás, porque ya hemos visto
que corresponde a Leónica. Pues tampoco podríamos ponerla en
Bélgida, ni en Arse, ni en Osicerda, y mucho menos en las siete
ciudades de la segunda serie.
Por lo mismo creemos poder
afirmar en definitiva, que mientras la Arqueología, acorde con
la
buena crítica, no nos descubra otra cosa, es muy probable y
aceptable la opinión que
fija en Alcañiz la antigua Anitorgis.
Porque como hemos visto, ésta es la que siguen y adoptan los hombres
eminentes de que atrás hicimos mención: ésta, la que nos descubre
el nombre
y etimología de Alcañiz: ésta, la que nos insinúa
la Historia y señala la Geografía: y esta finalmente la que, por
tales títulos tenemos por la más razonable y prudente; sobre todo,
después que hemos probado hasta la saciedad que la antigua Ergávica
corresponde al sitio despoblado de Cabeza griega, y no a Alcañiz ni
a ninguna otra población.
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