Tomo II, CAPÍTULO XI, COLEGIO SAN COSME SAN DAMIÁN

CAPÍTULO XI

EL COLEGIO DE SAN COSME Y SAN DAMIÁN Y
LA UNIVERSIDAD.

LA MEDICINA EN ZARAGOZA. – LA COFRADÍA
DE SAN COSME Y SAN DAMIÁN. VARIAS ORDINACIONES DE LA MISMA. –
CONCORDIAS CON LA UNIVERSIDAD. – DIFERENCIAS CON LA MISMA POR EL
GRADO OSSERA. – DON JUAN DE VIDOS Y EL COLEGIO DE MÉDICOS. – ALGUNOS
DATOS SOBRE LA MEDICINA EN ESTA CIUDAD EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII.

Hace muchos años que la Historia de la
Medicina española se hallaba aún envuelta en oscuridades; pero
gracias a los trabajos de algunos celosos investigadores,
especialmente los Sres. Morejón y Chinchilla (1), poco queda ya que
saber en esta parte, y fuera tan inoportuno como inútil hacer aquí
un amplio estudio de las vicisitudes que ha experimentado entre
nosotros la ciencia de curar; aunque sí haremos un ligero bosquejo
que sirva de introducción a la reseña que haremos acerca de la
Medicina en Zaragoza y especialmente del Colegio de San Cosme y San Damián.

(1) Hernández Morejón (A): Historia
bibliográfica de la Medicina española. – Madrid.

(Viuda de Jordán e hijos. – José
Rodríguez); 1842- 52. – 7 vols., 8.° mlla. Chinchilla (A): Anales
históricos de la Medicina en general y biográfico- bibliográficos
de la española en particular. – Valencia: López y Comp.ª y José
Mateu Cervera, 1841-1846; 4 vols., 4.° mlla.

Anales históricos de la Medicina en
general y biográfico – bibliográficos de la española 
en particular. – Historia particular de
las operaciones quirúrgicas. – Valencia: López y Comp.a, 1841.

En general, la Medicina española ha
seguido a las demás facultades en sus períodos de esplendor y
decadencia; que, como ellas, floreció en los siglos XV y XVI;como
ellas sufrió las influencias del escolasticismo y llegó a
participar de su carácter abstracto; como ellas decayó notablemente
en el siglo XVII, y como ellas recibió nuevo impulso con los
esfuerzos que en el reinado de Carlos III se hicieron para sacar del
abatimiento en que yacían todos los ramos del saber humano.

Si hubo en España escuelas de Medicina
durante la dominación goda, es cuestión que poco interesa a nuestro
actual propósito, pues que las creadas posteriormente a la irrupción
sarracena y conservadas hasta nuestros días, no reconocen aquel
origen. El clero godo se había apoderado de la instrucción en todos
sus ramos, y no solamente consta que él era quien enseñaba la
Medicina, sino quien la ejercía casi exclusivamente, ya como obra de
caridad y misericordia, ya como medio de extender y consolidar la
omnímoda influencia a que aspiraba, ya como recurso para acrecentar
sus riquezas. A los procedimientos curativos transmitidos por la
antigüedad y enseñados a manera de ciencia 
empírica, agregáronse otros nacidos
de las ideas y tendencias clericales, concediéndose al milagro lo
que el Arte no alcanzaba y apoderándose de éste la superstición y
el fanatismo, origen de escándalos que por fin llamaron la atención
y corrección de la Iglesia hasta prohibirse por varias leyes y
cánones el ejercicio de la Medicina a los sacerdotes, si bien con el
tiempo se permitió que algunas religiones se dedicaran, como lo
hacen hoy todavía, a la asistencia de los enfermos.

La invasión de los árabes vino a
poner término a lo que entonces existía, naciendo una nueva era
para las ciencias médicas, era en la que variaron del todo, así su
enseñanza como su ejercicio. La Medicina fue cultivada por los
musulmanes con singular esmero y esplendor y a ninguna otra se
dedicaron con tanto ardor y entusiasmo.

(Lámina 11, pág. 363. De la obra
“Actas de San Cosme y San Damián”, de R. Casalbón.
(Madrid, Imp. Real, 1785).

Estudiaron y tradujeron todas las obras
de los griegos y adelantaron mucho los conocimientos que éstos
habían dejado, sobre todo en la materia médica, pues además de
descubrir nuevas plantas salutíferas, introdujeron el uso de los
remedios químicos. Su ciencia, no obstante, participó de dos
defectos esenciales: el uno, debido a sus doctrinas filosóficas, y
originado el otro de la prohibición que sus dogmas religiosos les
imponía, no solamente de disecar los cadáveres, sino también de
dedicarse a las artes del dibujo, por cuya razón, sobre no hacerse
ninguna clase de estudios anatómicos, carecían hasta de figuras que
representaran la imagen de los objetos que observaban y nunca
tuvieron en esto más conocimientos que los transmitidos por Galeno.

El mayor servicio fue el
establecimiento de Academias, donde saliendo la enseñanza del
estudio privado, rompiendo las trabas de la rutina y del empirismo,
se instaló en escuelas públicas, confiadas a profesores ilustres y
teniendo por base la explicación de las grandes obras que la
antigüedad había legado. Estas escuelas, muy superiores a cuanto la
antigüedad conoció, auxiliadas con todos los medios que la ciencia
entonces alcanzaba, y generosamente protegidas por los califas y
emires, sirvieron de modelo a las que entre los cristianos se
fundaron.

Sobre todas brillaba la de Córdoba, a
la cual acudían alumnos hasta de las más remotas regiones;
seguíanla en fama las de Sevilla, Toledo, Granada, Zaragoza y
Murcia, e hijas de ella fueron las de Salerno, Montpellier, Osnabruck (Osnabrück) y otras que principiaron a tener celebridad en Europa y cuyas
cátedras solían estar regentadas por los mismos musulmanes.

Con igual ardor cultivaron los judíos
las ciencias médicas, manantial para ellos de grandes riquezas y
base de la omnímoda influencia que llegaron a alcanzar en todas
las cortes cristianas, en los castillos feudales y hasta entre el
mismo pueblo, que, a pesar de odiarles, se veía en la precisión de
tolerarlos. A tal punto llegó su crédito, que hasta el
establecimiento de las Universidades en Castilla y Aragón eran casi
los únicos que ejercían los diferentes ramos de la Ciencia de
curar, no apareciendo que los antiguos Estudios generales diesen
grande importancia a esta enseñanza, por más que entre sus cátedras
se encuentren ya algunas de Medicina.

En Zaragoza fue célebre en el siglo XV
una estirpe de judíos conversos que dio gran lustre a la Medicina en
nuestra Ciudad. Pedro de la Cabra, “el viejo”, jefe de
ella, era un judío de Teruel llamado Nadazam, alias “Malmerca”;
hecho cristiano, se vino a vivir a esta población; casado con
Brianda de la Caballería, también judía, tuvo de ella un solo
hijo, llamado, como su padre, Pedro de la Cabra, y para distinguirle
de él, designado “el joven”; éste ejerció la Medicina,
llegó a ser Maestro Mayor del viejo Estudio de Artes, y para hacerle
Cancelario a perpetuidad, dio Sixto IV su Bula el año 1474; pero
oponiéndose a este nombramiento el Arzobispo y el Cabildo, el Papa
la revocó dando otra, de la que ya hemos hablado, en 1476,
instituyendo tal cargo a favor de los arzobispos de la ciudad.

Pedro de la Cabra, “el viejo”,
como legítimo descendiente de aquellos patriarcas bíblicos que
contaban la vida por siglos, alcanzó una longevidad nada común.
Testó en Zaragoza el 11 de abril de 1491, ante el notario Miguel
Villanueva, y dispuso que se enterrara su cadáver en la iglesia de
San Francisco, En el Archivo de Protocolos de esta ciudad hay
interesantes documentos que hacen referencia a esta familia, que
dieron nombre a una conocida plazuela de esta ciudad llamada todavía
de La Cabra (1).
(1) Lou félibre d’ Aülouron, núm. 2. – Mayo,
1918. – Art. “La biblioteca de un médico zaragozano en el siglo
XV”, de M. (anuel) S.(errano) S.(anz).

No en todas las Universidades, al
fundarse, existieron los estudios médicos, tuviéronlos con más o
menos amplitud, hasta su extinción o reforma, las de Salamanca,
Lérida, Valladolid, Huesca, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Santiago,
Alcalá, Sevilla, Granada, Toledo y Cervera. Húbolos algún tiempo
en Gerona, Sigüenza, Gandía, Osuna y Mallorca, mas no pudieron sostenerse y las demás o no pensaron nunca en ellas o quedáronse en
proyecto. La enseñanza médica en las Universidades conservó
huellas profundas de su origen sarraceno. En efecto, con profesores
árabes se creó nuestro primer estudio de esta ciencia en la
Universidad de Salamanca; árabe fue la organización de esta Escuela
modelada sobre las célebres Academias de Córdoba y Toledo, y árabes
fueron los libros por los cuales se enseñaba. A imitación de
Salamanca se constituyeron los demás estudios que se erigen en los
reinos de Castilla y Aragón y en todos se estableció la enseñanza
bajo un mismo sistema y con los mismos autores, Hipócrates y Galeno,
traducidos y comentados por los musulmanes Avicena y Rasis; he aquí
los libros que se leían en todas las Universidades, conservándose
de tal modo el apego a ellos, siendo tan escaso el progreso, que los
mismos aun servían de textos en el último tercio del siglo 
XVIII. Con arreglo al sistema
generalmente adoptado de explicar por autores y tratados sueltos,
había cátedra, o lo que es lo mismo, cursos separados de Hipócrates
y Galeno
Avicena y Rasis (Abū Bakr Muhammad ibn Zakarīyā al-Rāzī), durando cada uno tres
o cuatro años y asistiendo los alumnos a ellos, sin que se pensara
en dar una enseñanza metódica y seguida, en la cual se fuesen 
presentando y desenvolviendo
sucesivamente las diferentes partes de la ciencia.

Aun después de creadas las
Universidades y de abundar las facultades médicas, no bastaba
obtener en ellas el grado de bachiller para ejercer la profesión: se
necesitaban, además, otros requisitos, teniendo los pueblos el
privilegio de examinar a los médicos y cirujanos antes de admitirlos
en sus respectivos distritos y no sirviendo los títulos obtenidos en
una parte para ejercer en otra.

No había en esto- como en nada- una
regla general, rigiéndose cada localidad por sus particulares fueros
municipales. El Rey D. Alfonso el Sabio incluyó en sus partidas
algunas leyes relativas a este objeto; pero D. Juan I de Castilla fue
quien considerando 
sujeta a grandes inconvenientes la
facultad concedida a los Ayuntamientos, porque 
con frecuencia obtenían título
personas enteramente inhábiles, creó examinadores para que
aprobasen o no a los aspirantes, según las pruebas que de su ciencia
dieran en los ejercicios; disposición que confirmó D. Enrique III y
posteriormente D. Juan II, dándole en 1442 mayor fuerza todavía.
Llamóse a estos funcionarios Protomédicos y Alcaldes examinadores
mayores, y el examen lo hacían por sí o por comisionados que
nombraban en virtud de la facultad real que tenían. Opusiéronse en
vano a estas medidas las Cortes de Zamora en 1432, y de Madrigal en
1438; la Corona sostuvo lo acordado, fundándose en que por incuria o
favor tenían los justicias inundado el reino de ignorantes
curanderos sin ciencia alguna, y a veces sin título, por lo fácil
que era falsificarlo.

En Aragón nombraba el rey prohombres
que velaban sobre el ejercicio de la Medicina en todas las ciudades,
castigando con varias penas, hasta la de destierro, a los intrusos o
a los que no habían sido examinados por el oficial ordinario y por
los peritos de la ciudad, según se acordó en las Cortes de Monzón
y Cervera, años de 1283 y 1359, y varios reyes de esta Monarquía
dictaron después otras disposiciones para cortar los abusos que
continuamente se descubrían.

Unidas las coronas de Aragón y de
Castilla, adquirieron las disposiciones sobre este importante objeto
mayor fuerza y extensión. Los Reyes Católicos en 30 de marzo de
1477 y luego en 1491 y 1498 declararon que los Protomédicos y
Alcaldes examinadores mayores tenían jurisdicción para examinar “a
los físicos, cirujanos, ensalmadores, boticarios, especieros,
herbolarios y otras personas que en todo o en parte usaren en estos
oficios y en oficios a ellos y a cada uno de ellos anexos y conexos,
así hombres como mujeres”. Carlos V, a petición de las Cortes,
restringió esta facultad, limitándola a físicos, cirujanos,
boticarios y barberos.

En el Archivo de la Corona de Aragón
(R. 3.301, fol 22), hay un interesantísimo título de licenciado en
Medicina; está dado en esta Ciudad el 25 de junio de 1456 por D.
Juan II, a favor del judío residente en esta Ciudad Dolc Abnarrabi:
Idoneum et suficientem ac 
expertum in artibus videlicet fisice et
cirugie reperimus ex veridica relatione dicuti fisici nostri magistri
Johannis de Bordalba, per quem mandato nostro fuisti examinatus.

Es decir, que el examinador por encargo
del monarca fue el citado maestro Juan de Bordalba. Abnarrabi podía
ejercer su profesión en todos los dominios de la Corona aragonesa a
singulis terris et locis ditione ac jurisdictione dicti domini regis,
y se ordena en el título a todas las autoridades y súbditos de la
Corona le tengan por tal médico y cirujano.

En el siglo XIV era frecuente estudiar
la medicina y cirujía con algún médico, contratándose con él
para servirle de mancebo, como lo prueba otro documento muy
interesante hallado en el Archivo de la Corona de Aragón (1).

(1) Nos ha sido facilitado por el
catedrático de esta Universidad Sr. Giménez Soler.

“Que yo, Martín Davila, habitant
en la Ciudad de Zaragoza, de grado et de cierta scientia firmome mi
mismo por aprendiz e mancebo al oficio de físigo et cirurgico con
vos Maestre Diego, fisigo et cirurgico, habitant en la dita Ciutat de Zaragoza, que aquesta carta yes feita entre a tiempo de tres anyos
primeros vinientes siguientes et continuament complidos con tal
manera et condicion que vos durant el dito tiempo mostrede a mi del
dito officio de fissiga et cirugia bien e lealment por todo vuestro
poder tanto quanto vos ende sabredes e yo aprender ende podre. = Et
dedes a mi asi mismo comer, beber, vestir et calzar bien et
sufficientment segunt que a mozo o a aprendiz conviene e tengades a
mi sano et enfermo stando durant el dito tiempo. Et con aquesto vos
cumpliendo todas cada unas cosas sobreditas prometo et me obligo
servir vos bien et lealment por todo mi poder durant el dito tiempo
et non partirme del dito vuestro servicio irado ni pagado durant el
dito tiempo et si faria que me atengo que non pueda ser emperado a
eglesia ni a casa de rey ni de reina ni dins manto de duenyo”. –
Está fechado en 3 de noviembre de 1385.

***

Desde muy antiguo teníamos en Zaragoza
una Cofradía de San Cosme y San Damián y de San Valentín, “clamada
de los barberos e cirurgianos de la Ciutat de Çaragoça”,
cofradía fundada “a efecto piadoso hoc encare que la
dita cofraria a tenido a devoción e tiene el spital de
los enfermos de la dita Ciutat, clamado de Santa María de Gracia”.

El Hospital de Nuestra Señora de
Gracia, que es hoy el provincial, fue fundado en 1425 por el rey de
Aragón D. Alonso V, y en él eran admitidas toda clase de personas
de ambos sexos, sin distinción de patria, ni culto y asistidos con
el mayor esmero en todas las enfermedades, así agudas, como crónicas
y hasta en las pestilenciales y enagenaciones mentales.

El documento más antiguo que ha
llegado a nuestro poder de la Cofradía de San Cosme y San Damián es
su Estatuto, aprobado en Zaragoza el 7 de marzo de 1455 por D. Juan
de Navarra, ejerciendo el gobierno de este Reino por renuncia de su
hermano D. Alonso V, y en el cual se providencia con mucha
especialidad lo perteneciente a la facultad de Cirugía, para socorro
de los pobresnafrados” (1), que acudían al Hospital de
Nuestra Señora de Gracia. La parte importante del documento dice
así:

“Primerament atendient et
considerant que en el Spital de Santa María de Gracia de la dita
Ciudat conmunment concorre gran multitud de pobres nafrados por
consiguient es necesario e razonable allí provedir de numero e
sufiencia de cirugianos, por tanto deliberan ordenar que ad
imperpetuum se hayan de disputar e eslegir los cirugianos de la dita
cofraria uno de los antiguos que tenga obrador e cabeça de [cas] e
otro de los jóvenes que tengan licencia de usar de cirugía, los
quales sean tenidos durant el tiempo infrascripto a todos los
nafrados pobres e otros qualesquiere que se trobaran estar en el dito
Spital de los quales nafrados ni algun de ellos se puedan demandar,
exhigir ni spontaneament recibir salario, prometencia ni obligación,
ni otra satisfacción o remuneración alguna antes se hayan de tener
por contentos con la pensión infrascripta a ellos, pagadera por los
regidores del dito Spital. – E aquesto de ius pena de 100 solidos por
cada un vegada, aplicadera la metat al dito senyor rey. – Item,
attendient et considerant que el dito Spital ha acostumbrado e
acostumbra a dar en cada un año de pensión a un cirugiano 200
solidos et considerando quel dito Spital tiene grandes carregas, por
tanto por relevar el dito Spital de cargo e por intuyto de piedat
ordenaren que los ditos dos confrayres cirugianos que seran deputados
a la cura de los ditos nafrados del dito Spital se hagan a tener por
contentos de cada 50 solidos de pensión a cada un año, pagaderos
por los ditos regidores del dito Spital e que mas no puedan demandar
ni haver dins la dita pena ahunque los pobres los ne dassen. – Item
atendido que encara que la dita pensión sia poca empero pues el acto
es meritorio, por tanto esta es razón que asi el cargo como el
merito son igualmente distribuydo e compartido entre los ditos
confrayres cirurgianos habiles e lo sobredito, por tanto entienden e
ordenan en el día de fiesta de la senyora S.a María del mes de
marzo puedan los ditos mayordomos e confraires de la dita Cofradía
eslegir dos cirurgianos, el uno antigo, cabo de cas, e que tenga
obrador e haya practicado 10 años, el otro joven que tenga licencia
de usar de cirurgia e aquellos sleidos sean deputados ipso facto per
la dita cirurgia del dito Spital; e si por ven- tura entre los ditos
confrayres no se concordaban por via de election se havran qualqui
differencia e discrecion entre ellos que sian feytos dos saquos o
bolsas en una de las quales sian insaculados en cédulas e
redolines todos los cirurgianos antiguos”.

(1) Nafra, f. Aragón: Matadura, llaga
o herida que se hace la bestia, por ludirle el aparejo. – Nafrar, a.
Aragón: Matar, herir o llagar la bestia producirle nafra. – Nafrado,
nafrando. – Del anterior, alto, al, narva, cicatriz. – (Dic. gral. y
técnico Hispano-americano), por Manuel Rodríguez Navas y Carrasca,
Madrid, “Cultura Hispano- americana”, 1913.

Termina el documento disponiendo que el
Capítulo general se reúna el día de la Virgen de marzo (1).

En 28 de Enero de 1488 concedió nuevas
mercedes a la Cofradía de San Cosme y San Damián, de Metges
y Cirujanos de Zaragoza, el rey D. Fernando el Católico; la palabra
Metjes, junto con el de Cofradía, que en Aragón significaba
Ayuntamiento, Colegio o Congregación de médicos o cirujanos, da a
entender que desde sus principios las facultades de Cirugía y
Medicina iban hermanadas en este Colegio; prueba aun más esto el
haber confirmado por su citado privilegio D. Fernando aquellas
gracias y ordinaciones concedidas por D. Juan, su padre, y otras
hechas por el mismo y la reina Doña María, su tía, que pudieron
ser más expresivos de la facultad médica.

En ese privilegio del rey Católico se
concede al Colegio de Médicos de Zaragoza el establecimiento y
enseñanza de la Anatomía patológica, que las leyes y el Alcorán
prohibían a los sarracenos y era una de las poderosas causas del
atraso de esta ciencia. Dice así el citado documento (2):

(1)
A. de la C. de A., R. 3297, fol. 35.

(2) Lo copiamos de la obra Historia
bibliográfica de la Medicina española, por don

Antonio Hernández Morejón, tom. I,
págs, 252 y 253, que lo da fragmentariamente y sin consignar dónde
se halla el documento.

“Nos Ferdinandus, etc. Que placia
a la Magestad del señor Rey otorgar privilegio a la cofraria de Sant
Cosme y Sant Damián
de la Ciutat de Zaragoza las cosas
infrascriptas: Primo, que toda vegada que por los metges
y cirugianos de la dicha cofraria, o por los metges y
cirugianos que visitaran en el Spital de Sancta María de Gracia,
será deliberado abrir o anatomizar algún cuerpo muerto en el dicho
Spital, lo puedan abrir o anatomizar todo o en parte agora sea de
hombre, agora de muger, tantas veces en cada un any a ellos será
visto, sin incorrer en pena alguna. Empero que en tal obra hayan de
ser clamados los metges y cirugianos de la dicha cofraria para que hi
sean los que hi querran ser, y contribuir si algunos gastos
acerca de aquello se hauran de facer; y que en tal anatomización
ninguna persona, de cualquier estado o condición sea, no presuma, ni
ose poner empacho alguno so pena de 1000 sueldos…

“Item, que de aquí adelante,
cualquiere persona que en la dicha Ciutat de Zaragoza, términos y
barrios de aquella querra practicar y usar de [medicina] y cirugía
se hayan de examinar por 2 metges y 2 cirugianos esleidos por la
cofraria, presentes los mayordomos o el uno de los mayordomos a todo
cargo de sus conciencias, y si al tal examinado lo fallaran
suficiente según sus concencias, le otorguen licencia por la dicha
Ciutat, términos y barrios de aquella valedera y patente con sello
de la dicha cofraria, según por ella será visto y ordenado. E si
alguno se fallara tan temerario, de cualquier grado, stado o
condición sea que presuma y goze usar y practicar directamente o
indirecta, así de medicina, como cirugía sin su licencia y examen,
encorra por cada vez en pena de 400 sueldos…

“Item: Que ningún speciero, ni
cirugiano, no ose despensar, ni dar medicinas ningunas, ordenadas por
cualquier persona que por la dicha cofraria no sea aprobada…

“Assi mesmo que ningún speciero,
ni cirugiano, no pueda ordenar, ni dar xaropes, ni medicinas ningunas
laxativas, menos de ordinación de metges y si el contrario de todo
lo sobredicho se fallara en aquel tal speciero o cirugiano, encorra
en pena de 300 sueldos…”

Hemos de hacer constar que mucho antes
habían sido establecidos los estudios anatómicos en los dominios
aragoneses. En 3 de junio de 1391, D. Juan I, el amador de la
gentileza, firmó un privilegio fechado en el Castillo de Aytona
(famoso en la historia de Aragón porque es donde sesenta y nueve
años después estuvo preso el desgraciado Príncipe de Viana), por
el cual concedía a la Universidad de Lérida que de tres en tres
años les fuera entregado a los profesores médicos de la misma, por
las autoridades de la ciudad, un hombre de ley o estado condenado a
pena capital por sus delitos, para que, cualquiera que fuere el
género de muerte que hubiere de sufrir, se le sumergiese,
judicialmente, en el agua a presencia de todos los que quisieran
verlo, y allí mismo se le ahogara del todo, a fin de hacerse luego
su disección para el estudio de la estructura interior del cuerpo
(1).
(1) Arch. de la Corona de Aragón. Se inserta en la Colección de documentos inéditos de ese archivo, publicada por el Sr.
Bofarull.

En los Fueros de 1528 vino la
prohibición general de Cofradías y Congregaciones de artesanos y
personas de otros ministerios y oficios, anulando los privilegios
concedidos a los mismos y declarándolos ilícitos, así como los
monopolios y ordinaciones que disfrutaban; con tal motivo, el Colegio
de San Cosme y San Damián hubiera cesado en sus funciones a no
recurrir (1: Fueros, año 1528. De la Prohibición de las cofradías,
sub. lib. 4, pág. 121, col. I.) el Hospital de Nuestra Señora de
Gracia, por medio de sus Regidores, solicitando en la antigua
Audiencia que se declarase “debían hacer Colegio los Médicos y
Cirujanos como antiguamente y congregarse en el Santo Hospital so la
invocación de San Cosme y San Damián, según estaba ya situado en
él por privilegio real con facultad de hacer ordenanzas”, y
visto que lo dispuesto por las Cortes del Reino comprendía a tan
necesario Colegio, decretó la Real Audiencia como se pedía por el
Hospital, y en 4 de septiembre de 1531 se libró privilegio de esta
ejecutoria por el Regente el oficio de la general gobernación, D.
Francisco de Gurrea.

Sobre estos cimientos se asentaba el
Colegio Médico Quirúrgico de Zaragoza cuando el Emperador Carlos V
le concedió el privilegio que se llamó Imperial, para distinguirlo
de los otros, el 13 de noviembre de 1536, dado especialmente para que
no pudiese visitar en Zaragoza quien no fuese individuo del Colegio;
para que el Cuerpo de éste examinase los cirujanos que hubieran de
ejercer su profesión en la ciudad y sus barrios; para que ningún
curandero pudiese curar ni fijar carteles sobre ello en los cantones
sin presentarle al Colegio y pasar primero por su examen, y para que
ninguno, sino los individuos de éste, ordenase medicina que hubiera
de tomarse por la boca, siendo facultativo en el mismo Colegio
visitar las boticas y recetarios y hacer quemar las medicinas que
encontrase malas.

En conformidad de esta Real gracia se
examinó el día 14 de julio de 1539 Pedro de Belchite.

El Capítulo y Consejo de la ciudad dio
cumplimiento al citado privilegio en 16 de julio de 1542, y según
parece permanecía en el Santo Hospital dicha Cofradía, pues en 12
de abril de 1549, los Regidores de éste subrogaron unas Cámaras
(salas) y las dieron de nuevo al Colegio para que tuviese sus Juntas
en ellas en lugar de otras que habían tomado aquéllos para usos
necesarios del Hospital.

De todo lo expuesto claramente se
deduce que el Colegio de San Cosme y San Damián examinaba y aprobaba
a los que admitía en su seno hasta que se efectuó la creación de
nuestra Universidad.

Por nuestros capítulos dedicados a
estudiar las facultades, cátedras y planes de estudio en esta
Universidad, conoce el lector cuanto se halla relacionado con la de
Medicina, y habrá podido ver que el fundador Cerbuna concedía a los
Estudios anatómicos la debida importancia en el primer estatuto y
que en otros se llegaban a suspender las clases cuando éstas se
celebraban; instituyó varias cátedras de Medicina, nombrando para
desempeñarlas a tres maestros eminentes en el siglo XVI, Jerónimo
Ximénez, Juan Sanz y Juan Valero Tabar, de fama este último, no
sólo española, sino europea, por ser el inventor de las figuras
anatómicas de seda.

Establecidos los estudios de Medicina
en la Universidad, el Colegio Imperial de San Cosme y San Damián
tenía que cesar en las enseñanzas que daba, y entonces se celebró
entre una y otro formal concordia, hecha ante el Notario Miguel
Español, menor, el 26 de junio de 1584, documento que hemos tenido
la fortuna de hallar en este Archivo de Protocolos. (Lig. 10, tomo
24, folios 142 y siguientes).

(Lámina 12, pág. 375. El
antiguo Hospital de Nuestra Señora de Gracia.)

La parte importante del documento es
como sigue:

“Primo: que quien no tuviere grado
de doctor en esta Universidad no sea admitido al Collegio de los
Médicos y Cirujanos desta Ciudad, ni puedan visitar en ella sino
fuesen médicos del Rey o vinieren asalariados para algún enfermo o
estuviesen de paso.

“Item: que todos los graduados de
doctores en esta Universidad sean admitidos al Collegio de los
Médicos y Cirujanos sin nuevo examen, con sólo presentarse al dicho
Collegio y pagar la entrada y jurar las ordinaciones del, en la
manera infrascripta.

“Item: que los que de otras
Universidades vinieren aquí a doctorarse, si huvieren de vivir en
esta Ciudad, platyquen 6 meses con un Collegial del dicho Collegio
antes de recivir el grado para que se conozcan sus costumbres sino
que este tal fuese tan conocido, que merezca remitírsele este
tiempo, lo qual hayan de arbitrar el dicho Sr. Rector y los
examinadores.

“Item: que los que huvieren de
vivir fuera desta Ciudad puedan luego ser graduados, pero cuando
quisieren vivir en ella ora ha y apassado después del grado
poco tiempo ora mucho, haya de platicar 6 meses con un Collegial,
después de qual tiempo el dicho Sr. Rector y los examinadores de la
Universidad hagan censura de sus costumbres con fabas blancas y
negras y también se haga con fabas la del que viniere.

“Item: que los examinadores de la
Universidad sean siempre del dicho Collegio y perpetuos en el número
de 11 con el padrino, conforme al Estatuto, nombraderos por los muy
Ilustres Señores, el Jurado en Capítulo desta Ciudad y el Rector de
la Universidad y con el Prior de la Seo, por esta vez tan solamente
quanto al dicho Sr. Prior y de allí adelante conforme a los
Estatutos de la Universidad.

“Item: que los Señores Jurados de
la dicha Ciudad que hoy son y serán tomen a su cargo, siendo
avisados de mandar al Procurador de Zaragoza que acuse a quien curare
en ella contra el thenor de las ordinaciones del dicho Collegio”.

Como puede verse por esa Concordia,
todos los colegiales debían ser miembros de la Universidad
literaria, graduando o incorporándose en ella: hecha esa Concordia y
confirmados los privilegios que el Colegio tenía por Felipe II en 21
de noviembre de 1585, despachándoles su carta comprensiva de todos
con aquella cláusula tan frecuente en los de Aragón de “Sí y
en quanto estéis en posesión de ellos”, siguió funcionando
normalmente el Colegio de Médicos de esta Ciudad.

En 1609, entre Universidad y Colegio se
hizo una adición a la Concordia de 1584, encaminada toda ella a dar
mayor lustre a la Medicina en Zaragoza y garantir la idoneidad de los
que a tan noble profesión se dedicaran en esta población, tratando
de evitarse, por ella, el establecimiento de titulados forasteros más
o menos competentes, pero sin las prácticas necesarias que dentro o
fuera de la Ciudad, pero siempre en el Reino de Aragón, trataran de
ejercer la Medicina.

Porque se ha visto por experiencia que
muchos, con el grado de Bachiller en Medicina 
fuera de la ciudad de Zaragoza, curan
sin tener práctica alguna, lo que es en grave daño y perjuicio de
la salud humana. Así dice el principio de la Concordia, y a ese
tenor se impone a los bachilleres dos años de práctica después de
haberse graduado de tales 
con médico graduado por Universidad
aprobada, y así mismo que cuando reciban el grado ya mencionado,
jurarán, en manos del Rector o Vice, que no curarán por sí a solas 
sin que hayan primero pasado por la
práctica de los dichos dos años.

El mismo tiempo de prácticas se exigía
a los licenciados o doctores, tanto para graduarse como para
incorporar los que tuvieran en otra Universidad; sin embargo, en la
Concordia se declara que el licenciado o doctor por otra Universidad,
aunque no tenga las prácticas citadas, deba y pueda ser incorporado
en ésta si legítimamente consta que ha curado en otras ciudades por
tiempo de ocho años: los examinadores, en el acto de la
incorporación, tenían el deber de preguntar al licenciado o al
doctor no sólo cosas de teoría, sino de práctica (1).

(1) Esta concordia la publica D.
Orencio Pacareo en las págs. 165 a 169 de su obra El 
pasado de Aragón, por haberla hallado
en este Archivo Notarial. Lig. 16. Est. 16 en los protocolos del
notario Francisco Antonio Español, 1609. Pero no vemos que por estas
concordias el Colegio tratara de dificultar la acción de la
Universidad, imposibilitando su ejercicio: todo lo contrario,
Universidad y Colegio van a una para hacer de la medicina en Zaragoza
un verdadero sacerdocio. También publica dicho señor en su obra
unas interesantes ordinaciones para el ejercicio del oficio de
Comadrona, cuyos estudios no se hacían, entonces, en las
Universidades, facultándolas los Colegios de médicos para ello,
bajo la dirección de los catedráticos de Anatomía de las mismas.

En 1617 se hicieron Ordinaciones para
el régimen y gobierno del Colegio, que fueron loadas y aprobadas en
16 de enero de 1663, teniendo presente las primeras y otras de 15 de
diciembre de 1649 (1).

En esas Ordinaciones y a mayor
abundamiento de lo que venimos diciendo, se ratifican las buenas
relaciones con la Universidad, pues en la XXX se dice: “Queremos
se guarde dicha Concordia (hace referencia a la de 1609) y que el
Colegio no haya de examinar sino tan solamente a los médicos y
cirujanos que hubiesen de visitar en los términos y barrios de la
presente ciudad, como está dispuesto en la ordinación XXI, sino en
caso que por parte de la Universidad o del Rector o Vicerrector de
ella, se faltase a alguna de las condiciones de dicha Concordia, que
en tal caso, quedando dicha Concordia rescindida y extinta y
deshecha. Queremos que el examen de los médicos que hubieren de
visitar en la presente ciudad de Zaragoza, vuelva al dicho Colegio y
en él se guarde la misma forma que en la Universidad, así en la
probanza de los cursos, actos, exámenes, grados y examinadores y las
demás cosas…”

Por lo expuesto vemos que la
Universidad intervenía en la parte docente y como tal señalaba,
aprobaba y concedía los títulos de Bachiller, Licenciado y Doctor
en Medicina; el Colegio se cuidaba del más noble ejercicio de la
profesión, exigiendo para ello prácticas y pruebas de haber curado
y asistido enfermos forasteros; si alguien alardeaba de poseer, de un
modo o de otro, el arte de curar determinadas dolencias, el Colegio
le obligaba a practicar en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia y
que demostrara su pericia o su habilidad, y si éstas eran ciertas,
se le autorizaba, aun no teniendo título de médico, para aquellos
determinados casos, nunca para otras enfermedades (2).

(1) Ordinaciones | del | Colegio | de |
Médicos | y | cirujanos | de la Ciudad | de Çaragoça | Hechas el
año 1617 y aora loadas y aprobadas por | dicho Colegio en 16 de
Enero de 1663. | En Zaragoza: en la imprenta de los herederos de
Pedro Lanaja. Impresores del 
Reyno de Aragón, y de la Universidad,
año 1663; 4.°, 2 fols. sin n., 41 págs. y 1 hoja-perg. – (B.U.Z.,
22 | 3267).

(2) En la obra del Sr. Pacareo, ya
citada, se insertan varios documentos muy interesantes, copiados de
este Archivo de Protocolos, entre ellos algunos que hacen referencia
a incidentes graves entre la Ciudad y el Colegio de médicos, por la
expulsión del individuo del mismo, el cirujano D. Miguel Gaset, al
que el Concejo tenía en mucha estima.

Las relaciones entre el Colegio y la
Universidad se vieron turbadas de un modo escandaloso el año 1672,
con motivo de los grados de licenciado y doctor concedidos al
bachiller en Medicina D. José Ossera, a los que el Colegio se oponía
por no haber hecho los dos años de práctica que prevenía el fuero
de 1592 y las Concordias con la Universidad. Esta lucha entre ambas
entidades llegó a extremos verdaderamente lamentables y el escándalo
en la ciudad fue grande, por los varios manifiestos que una y otra
parte dieron a la publicidad; la querella llegó a revestir
caracteres de tal virulencia, que la Universidad nombró fiscal
especial para incoar causa contra el Colegio; por su parte éste se
querelló también contra la Universidad. Fueron presos y encerrados
en las cárceles de ésta los doctores Zamora, Nogueras, Blanco y
Gregorio, por no querer obedecer las órdenes del Rector y acudir al
llamamiento que éste les hizo, con arreglo a Estatuto y a la
Concordia establecida, para argüir en las conclusiones de este
graduando.

Los procesos criminales incoados fueron
“Procesus fraganciae Doctoris Joannis Nogueras”, por no
haber querido argüir en unas Conclusiones de Medicina,
contraviniendo a los mandatos del Rector. Se incoó en 30 de agosto
de 1672 y después 
de preso por el alguacil de la
Universidad se manifestó por la Corte del Justicia mayor, por lo que
el Rector pasó a interrogarle en la cárcel de manifestados, y hecha
la interrogación quedó en este estado la causa.

Otro intitulado “Fraganciæ
Doctoris Jusephi Zamora et Doctoris Raymundus Blanco”, presos
ambos en 1.° de septiembre del expresado año por haberse ocultado
para no concurrir a las Conclusiones de Medicina por el grado Ossera,
desobedeciendo las órdenes del Rector y haciendo que éste, el
Zalmedina y los Jurados, estuvieran toda la mañana esperándolos.
Puesta la demanda criminal por el Fiscal quedó la causa sin
continuarse.

Otro “Apellatio criminalis
procuratoris fiscalis Universitatis”, contra el Dr. D. Matías
Llera, sobre no haber asistido el día 1.° de septiembre de 1672 a
presidir las conclusiones del bachiller José Ossera, no obstante
haber aceptado el cargo de Padrino, firmado dichas Condiciones e
intimádosele que fuese a presidirlas de orden del Rector Sr. Azlor.
Dado el apellido en 2 de septiembre de 1672, se le mandó prender, y
no pudiendo ser habido, se proveyó cartel de citación y quedó el
proceso en este estado.

Como ven nuestros lectores, la
divergencia era porque el Colegio de San Cosme y San Damián entendía
que la Universidad atropellaba los privilegios del Colegio, que
exigía dos años de práctica a cada bachiller antes de licenciarse;
y la Universidad y su autoridad suprema, el Rector, vieron una falta,
mejor dicho, un desacato lamentable, en varios colegiales, que
pisoteando los Estatutos no comparecieron, como era su deber, para
hacer los argumentos en el grado mencionado, desobedeciendo las
órdenes del Rector. Prueba que ciertos colegiales – los procesados –
no estaban en terreno firme, que cuando el Rector D. Pedro Azlor,
obrando con gran energía, dispuso que las conclusiones y los actos
para graduar a Ossera pasaran adelante, los doctores colegiales Royo,
Usón, Polo y Cerezo, comparecieron puntualmente, manifestando
haberse enterado de la orden rectoral y que en cumplimiento de su
deber acudían al llamamiento, pero reservándose los derechos para
la protesta consiguiente, que a los colegiales de San Cosme y San
Damián les correspondía.

Pero no era sólo la cuestión el
entender por una u otra parte que se falseaban privilegios o
concordias; había otro asunto que entrañaba gravedad suma para
nuestra Escuela, y era la que daba lugar a que este grave incidente
no tuviera la solución rápida que debía tener en bien de la
cultura zaragozana y del buen nombre de las ilustres Corporaciones.

Como derivación de estas cuestiones,
el Mayordomo del Colegio había remitido a la Reina gobernadora D.a
Mariana de Austria un memorial para que no se confirieran grados de
Medicina a hijos y nietos de franceses. Se consideraba como a tal a
Ossera, apelando la Universidad, como era natural, ante la Soberana
de tan descabellada pretensión.

En el Archivo de la Corona de Aragón
(Registro del Consejo de Aragón, núm. 78, folio 307), hemos hallado
un documento que habla de este asunto: una carta de la Reina al
Virrey de Aragón D. Juan de Austria, en la que dice:

“Por parte de la Universidad
literaria de esa Ciudad se me ha dado el memorial cuya copia se os
remite con ésta, sobre la aprehensión que el mayordomo de la
Facultad de Medicina (quiere decir del Colegio de Médicos) ha hecho
para prohibir que no se puedan conferir grados de Medicina a hijos y
nietos de franceses, suplicándome mande a su abogado fiscal salga a
la defensa de la Universidad para reprimir los procedimientos de los
médicos, porque la Justicia tenga su debido cumplimiento, Y
habiéndose visto en este mi Consejo Supremo ha parecido remitiros
esta materia para que sobre ella déis la providencia que os
pareciere conveniente, teniendo la mano en que la Universidad se
mantenga en el lustre y decoro que es justo, por ser del Patronado
del Rey mi hijo” (1).

Está fechada en Madrid a 31 de octubre
de 1673; no hemos hallado el memorial a que se alude presentado por
la Universidad, pero la resolución debió ser como ésta pedía,
pues los grados de Ossera fueron válidos (2).

A ese memorial de la Universidad
contestó el Colegio con otro, que imprimió e hizo público (3),
rebatiendo los cargos que se hacían contra él, y explicando,
claramente, las causas que a sus colegiales impulsaron a desobedecer
las órdenes del Rector y rechazando lo dicho por la misma, de que
por francesía no se había admitido en el Colegio al bachiller José
Ossera.

Hasta el año 1677 se prolongó esta
desagradable cuestión: en Claustro pleno celebrado el 23 de agosto
de ese año, el Rector manifestó cuán notorio era al dicho Claustro
el pleito que se sostenía con el Colegio de médicos sobre los
grados de licenciado y doctor concedidos al Sr. Ossera, los años que
esta cuestión llevaba pendiente y cuán larga sería la conclusión
y fin de aquél, hasta su terminación por los procedimientos
jurídicos, pareciéndole que había buena coyuntura y fórmula para
ajustar aquél, según se lo habían insinuado al Rector personas de
toda suposición en la Ciudad.

(1) Debemos la copia de ese documento a
la amabilidad de nuestra compañera la señorita Aurea Javierre,
oficial de aquel Archivo.

(2) El doctor Ossera, tan mal recibido
por sus compañeros de Zaragoza, llegó a ser médico de Cámara de
S. M. (1690), Protomédico general de los reinos del Perú, de la
Real Armada del mar del Sur y también Limosnero de la Catedral de
Tarazona, de cuya ciudad – según dice Latassa – fue, quizá,
natural.

(3) No lleva título, ni fecha alguna y
se encuentra en esta Biblioteca Universitaria, Sección de Varios,
núm. 3637, papel 15. – Papeles de Universidad, núm. 3. En ese mismo
tomo de Varios hay los papeles núms. 20 y 21 con procesos
jurisfirma, sobre los dos años de práctica que se exigían para la
medicina en esta ciudad.

Expuso la conveniencia de nombrar
personas que por parte de la Universidad trataran y terminaran de una
vez este enojoso asunto, dando fin honroso a las diferencias entre
ambas entidades, haciendo de nuevo otra Concordia, confiriendo a las
personas que se designaran por el Claustro todo el poder necesario
para concluir el asunto, sin tener que volver a reunir el pleno.
Fueron nombrados para todo lo propuesto los Doctores Peralta, Ciprés,
Piedrafita, Torres, Arpayón, Palacín, Vidania, Molina y Juvero, y
los Maestros Segovia, Lumbier, Claramonte y Azlor.

Las gestiones fueron llevadas con tanto
tino, que ambas partes, borrando todas sus diferencias, ajustaron ese
año una nueva Concordia, que se insertó en los Estatutos de 1684 y
como suplemento en los de 1753: por ella se determinó que el
ejercicio de la medicina exigiría cuatro años de estudios
universitarios y dos de práctica y que el Cuerpo examinador se
compusiera de seis por la Universidad y siete por el Colegio, pero
los que en él figuraban como licenciados y doctores, lo eran con
matrícula de cincuenta libras y si bien la certificación de
práctica precedía al depósito y a las pruebas de limpieza de
sangre que se exigían para ser colegial, el examen se hacía en el
Claustro y no en el Colegio.


***

Cuando la Universidad, el año 1741,
comenzó sus gestiones en Madrid para el pago del cargo ordinario,
retrasado por el Ayuntamiento y necesitó fondos para atender a los
gastos que estas gestiones habían de ocasionar, el Colegio Médico
hizo la propuesta de 50 libras jaquesas por una vez, en lugar del
grado que pudiera tocarle, y caso de que hubiera quien quisiera
graduarse a todo coste y según estilo del Colegio, cederían todos
sus individuos las propinas a beneficio de la Universidad; esta
oferta fue aceptada por el claustro en 21 de Agosto de 1742.

El 22 de febrero de 1755 la Universidad
dio informe al Real Consejo de Castilla, de conformidad con la Real
provisión de 26 de Septiembre del año anterior, sobre la pretendida
aprobación de un nuevo Estatuto hecho por el Colegio de San Cosme y
San Damián, el cual hacía referencia a las pruebas de limpieza de
sangre que se requerían para su ingreso en él y que a ellas
precediera el examen y aprobación de su idoneidad y pericia en la
práctica de la medicina, oponiéndose la Universidad en su informe a
que el pretendido Estatuto prosperase, pues el Colegio quería que
estos exámenes previos se practicasen fuera de la Universidad, lo
que se oponía a la concordia pactada y establecida en 1677, que
estatuía debía hacerse en la Escuela a presencia del Rector o
Vicerrector y de los señores examinadores, seis por la Universidad y
siete por el Colegio. (Gestis núm. 3, fol. 233).

En 8 de octubre de 1755 se dictó una
Real provisión ordenando que se haga una prueba práctica a los
graduados en Medicina para entrar en el Colegio de médicos, pues
hasta entonces habían demostrado sus conocimientos, pero su escasa
práctica. (Gestis núm. 5, fol. 61).

En 21 de septiembre de 1760 se dicta
una Real Cédula por la cual se establece que para ingresar en el
Colegio de médicos de esta ciudad se haga un examen en la
Universidad por un tribunal compuesto por doce examinadores, entre
los cuales entre el Rector o Vicerrector, siendo el padrino elegido
entre los componentes del Tribunal. (Gestis núm. 5, fol. 97).

Esta Cédula echaba abajo el nuevo
Estatuto que querían los colegiales y restablece, de conformidad con
lo propuesto por la Universidad, la concordia pactada en 1677.

En 10 de febrero de 1795 se vio un
oficio del Dr. D. Antonio Barredo, dirigido al Claustro de la
Universidad y como secretario del Colegio de San Cosme y San Damián,
en el cual dice haberse determinado, en reunión extraordinaria
celebrada en 26 del mes anterior, comunicar a la Universidad que la
parroquia del Arrabal ha ajustado un médico que no es doctor ni
incorporado a esta Universidad, lo que perjudica los derechos del
Colegio y los de la concordia establecida. Se acordó que el Colegio
remita a la mayor brevedad todos los antecedentes del asunto para
obrar en consecuencia. (Gestis núm. 21, fol. 261).

A principios del siglo XIX, la
supresión del Colegio de Médicos y Cirujanos era cosa descartada. A
evitarlo tendieron las gestiones de diversas Corporaciones y entre
ellas, la primera, la Universidad; en 11 de diciembre de 1820, en
Claustro, se dio cuenta de la R. O. por la cual S. M. mandaba, en
vista de las representaciones hechas por la Universidad, la Junta de
Gobierno del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, el Procurador
Síndico de la Ciudad y el Médico D. José Villar, que subsistiera
el Colegio de Médicos de Zaragoza con todos los privilegios que le
estaban concedidos por los augustos predecesores del Monarca; es una
lástima que en el Gestis correspondiente no se inserte esa R. O.

En cambio, cuando los estudios de
Medicina quedaron suprimidos en esta Universidad por el plan de 1807
del Ministro Caballero, el Colegio hizo cuantas gestiones pudo para
el restablecimiento de esta facultad, que impidió la guerra, pero
que a solicitud del Colegio fue restablecida en 1813 en la forma que
lo había sido en Alcalá.

Fue muy notable y ruidoso el pleito que
sostuvo el Colegio de San Cosme y San Damián el año 1676 contra
mosén Juan de Vidos, beneficiado de la parroquial iglesia de San
Pablo: humanista y filósofo, Vidos alardeaba de curar, sin título
alguno para ello, a muchos enfermos por procedimientos propios.

En un papel que corrió de mano en mano
en aquella época, decía Vidos lo siguiente:

“Que movido de la caridad que Dios
manda se tenga con el próximo, puede dar sin interés alguno algunos
medicamentos y remedios aprobados por autores médicos para la
curación de malos granos, diviesos, tiribintos, y carbunclos
confirmados; para tumores ardientes, mixtos y fríos; para tumores
escrofulentos y esquirros; para los males de pecho que tienen las
mujeres y también los hombres; para llagas cacoetes, aunque tengan
el hueso gastado y aunque sea de mucho tiempo; para llagas rotundas,
pútridas, fétidas, aunque sean callosas; para llagas cabernosas
y de cualquier género que sean; para curar la perlesía aunque sea
de mucho tiempo; para curar la apoplegía; para curar los niños de
los aitos con mucha facilidad, para tabardillos y fiebres
malignas; para curar la gangrena y esto dándolos a las personas que
se los pidieren y sin aplicarlos con sus manos. Constando que todos
los dichos remedios y medicamentos para los males arriba referidos
son exteriores y sin tomar cosa alguna por la boca. Y constando que
con dichos remedios se han curado muchísimas personas en esta
ciudad. Y constando que en la presente ciudad, de muchos años a esta
parte, siempre han acostumbrado y acostumbran muchas personas
piadosas dar algunos pegados y emplastos y otros medicamentos a las
personas que los piden, con tolerancia de dicho Colegio, sin interés
alguno ni aplicarlos con sus manos”.

En 11 de marzo del expresado año, D.
Manuel Urbina y Marquina (1), a nombre de Vidos, presentó en la Real
Audiencia un escrito enalteciendo la obra social de su patrocinado y
citando los nombres de varias personas que habían depuesto en el
pleito a favor de Vidos y entre las cuales figuran, cosa muy
singular, el Rector de la Universidad D. Pedro Azlor y el Dr. D. José
Cabarte y Medrano, catedrático de Prima de Medicina en esta
Universidad.

El Colegio hizo pública la
contestación al manifiesto de Vidos, atacando duramente sus
razonamientos y manifestando “que sin examen y aprobación no
puede nadie ejercer la medicina y que si se permite que mosen Vidos,
sin más ciencia de ella que el tener las recetas de Albeytar y del
médico de Mus de la Mota, y sin más práctica que haber comunicado
por espacio de catorce días a dicho médico que pueda curar, se
seguiría que cualquiera que tuviese los secretos de D. Alexos
Piamontés (3), o Ubeguerio, o Barignana, o cualquier otro autor, se
le debe dar la licencia que mosén Vidos pide”.

En ese manifiesto, que es curiosísimo,
el Colegio señala una por una las muchas equivocaciones que el
famoso curandero ha tenido en diversas ocasiones, y se termina
pidiendo que se le despoje de ese derecho que él se ha abrogado, por
cuanto sin examen, aprobación y título nadie debe ejercer el oficio
de médico en el Reino.

(1) In processo Jurisfirma Joannis de
Vidos, beneficiati Parochialis Sancti Paoli, 20 págs. (B.U.Z.
Varios, 3637, pap. 18. Papeles de Universidad, núm. 3).

(2) Respuesta al Manifiesto de Mosén
Ivan de Vidos, – 16 págs. (B.U.Z., Varios, 3637, pap. 19. Papeles de
Universidad, núm. 3).

Ignoramos el fin que este asunto
tuviera, pues no hemos hallado documentos posteriores a los citados,
pero suponemos que sería, como es lógico y natural, a favor del
Colegio de San Cosme y San Damián (1).

Por todo lo expuesto ha podido verse la
importancia grande que llegó a alcanzar el Colegio de San Cosme y
San Damián de nuestra Ciudad, propagador y divulgador, primero solo
y después en unión de la Universidad, de la ciencia de curar,
contribuyendo, en gran manera, al esplendor de la Medicina, hasta el
punto que los estudios de ella llegaron a alcanzar tanto renombre que
de otras Universidades de dentro y fuera de España acudían los
escolares ante la fama de estos maestros.

El Colegio se sacrificó siempre en
aras de la ciencia, y cuando la peste que nuevamente asoló a
Zaragoza en la segunda mitad del siglo XVIII, los colegiales de San
Cosme y San Damián dieron un alto ejemplo de civismo, muriendo de
resultas del contagio los doctores Bueno, Pérez de Oviedo, Bracho,
Uguet, Urbita, Peray y el maestro cirujano Antonio Rubio y enfermando
de gravedad los doctores Zamora, Urroz, Borbón y Ximénez.

La labor de los colegiales fue siempre
activa y eficaz, contribuyendo con ello al mayor lustre de la
Medicina en Zaragoza: lo pone de manifiesto, estudiando y resolviendo
problemas de la ciencia de curar, el licenciado Juan de Roda y Bayar,
con su obra sobre Cirugía (2), en la que da gran número de recetas
para diversas afecciones y enfermedades.

(1) Mosén Vidos no debía ser un
charlatán vulgar, por cuanto en 1691 dio a la estampa la primera
parte de su obra Medicina y Cirugía Racional y Espajírica sin obra
manual de 
hierro, ni fuego, purificada con el de
la Caridad, en el crisol de la Razón y Experiencia, 
para alivio de los enfermos, con su
auditorio de raíces, yerbas, flores, semillas, frutos
maderas, aguas, vinos, etc. –
Medicinales que usa la medicina Racional y Espajírica y la 
farmacopea, donde se explican el modo y
composición de los remedios con el uso, dosis 
y aplicación de ellos.

La obra fue impresa en Zaragoza, por
Gaspar Tomás Martínez, y consta de 24 folios de prels. y 512 págs.
En el prólogo Vidos explica al lector sus apuros pecuniarios, para
seguir la impresión y la ayuda que recibió de los Diputados del
Reino. En 1721 Magdalena de Miró, sobrina de Vidos, sacó a luz la
segunda parte de esta obra, que dedicó a la Virgen del Pilar, fue
impresa por Pascual Bueno, en esta Ciudad. La hemos 
visto en la Biblioteca de Cogullada.

(2) Recopilación de los más selectos
y experimentados remedios, simples y compuestos, 
para la curación de las enfermedades y
accidentes de Cirugía. – Zaragoza, Francisco Revilla, 1730. Bib.
Sem. San Carlos.

El colegial D. Agustín Ortiz y Márquez
publica el año 1781 una Instrucción popular sobre los sarampiones
(1), que da lugar a otro individuo del Colegio de médicos y
sustituto de cátedras de Medicina en esta Universidad, el Dr. Ángel
Tomás de Elizondo y del Campo, a otro interesante estudio sobre la
materia (2); acerca de las viruelas, el Dr. D. Francisco Cano,
individuo de este Real Colegio de médicos y cirujanos, hizo muy
atinados estudios sobre la vacuna, publicando una obra muy reputada
en su época (3) y fundada en los escritos y experimentos hechos en
Europa; en ella enseñaba el modo práctico y sencillo de inocular
las madres a sus hijos y conocer la vacuna falsa de la verdadera.

Fue muy interesante la polémica
suscitada en Zaragoza a mediados del siglo XVIII sobre la composición
y el uso de la famosa Triaca magna (4), de la cual ya el Dr. D.
Domingo Guillén, médico de Cámara, hijo de esta Ciudad y
catedrático que fue de su Universidad, había dado, en una
interesante obra, detalles muy curiosos: Don Pedro Bernardo Martínez,
boticario, colegial en Zaragoza; don Miguel Indalecio de Ríos,
decano; don Pedro Montañana y don Pedro Berné, firmaron y
publicaron una Consulta en defensa de la Tryaca magna de Andromacho
“el mayor”, aprobada por Galeno.

A esa consulta contestaron los doctores
Guillén (que ya había tratado este asunto, como hemos dicho),
médico de Cámara; D. Bernardo Martínez, decano del Colegio de
Médicos y Cirujanos; D. Lorenzo Arias, catedrático de Prima y
Regente del Protomedicato; D. José Anadón y Cinco, Médico del
Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, y D. Miguel
Agustín Viciende, catedrático de Anatomía, y otros.

(1) Instrucción popular acerca del
conocimiento y curación de los sarampiones que afligen 
a Zaragoza el presente año de 1781. –
Zaragoza, Blas Miedes, 1781.

(2) Reflexiones a la instrucción de
los sarampiones que han padecido en Zaragoza en el presente año de
1781, con un medio para precaver las viruelas y el mismo sarampión.
Zaragoza, Luis de Cueto; 1781. (Ambas en la B.U.Z.)

(3) Respuesta a las objeciones que se
hacen a la nueva inoculación de la vacuna. – Zaragoza, Medardo
Heras, 1802.

(4) Triaca magna de los antiguos,
aprobada de los modernos y su justicia y conciencia defendida con
autoridad, experiencia y razón. – Zaragoza, Pascual Bueno, 1724.

Después se dio otro papel titulado
Satisfacción precisa a una objección voluntaria.
Introducción que sirve contra la de la consulta (1), firmado por
Francisco de Funes y Luna.

Toda esta discusión que apasionó los
ánimos de médicos y boticarios de aquí y fuera de aquí (2) se
reducía a lo siguiente, según uno de los informes: ” si se
había de reformar la

composición de la triaca quitando de
ella dichas pastillas de las carnes frescas de las 
vívoras, y poniendo en su lugar las
vívoras secas hechas polvos todos sin discordia han aprobado la antigua composición, sin
mudar en ella cosa alguna….”

Otro asunto que fue discutido
extraordinariamente, en la época a que hacemos referencia, entre los
médicos de España, y que repercutió en nuestra ciudad, fueron las 
teorías sustentadas – en aquellos
tiempos novísimas – acerca de los medios curativos del agua, por el
doctor D. Vicente Pérez, vulgarmente llamado el médico del agua, en
su obra El promotor de la salud de los hombres (3), El Dr. Pérez, en
su libro, no se limitó a cantar las excelencias de su método
curativo, sino que arremetió contra los médicos, a los que llegaba
a insultar y ofender, tachándolos de ignorantes, egoístas e
interesados.

Las propiedades y excelencias del agua
las defiende diciendo:

es tan varia en su método de
obrar, que tiene tantas virtudes ella sola cuantas se conocen en
todas las medicinas, pues ella es purgante, temperante, diluente,
dulcificante, nutriente, estomática, emética, sudorífica,
diurética y cordial; ella comprime, ella laxa, ella nutre, ella
recrea y, en fin, consolante y Sacramento de la Naturaleza puede con
razón llamarse el agua, pues hace en lo natural este elemento
puríssimo lo que en lo espiritual los Sacramentos”.

(1) No lleva indicaciones tipográficas,
pero seguramente fue impreso en Zaragoza, pues está fechado en esta
ciudad, en 16 de junio de 1754.

(2) En Pamplona en 1724 se había
impreso un folleto sobre el mismo asunto, debido a la pluma del
licenciado Pedro Lyriaza.

(3) El promotor de la salud de los
hombres, sin dispendio el menor de sus caudales. Admirable método de
curar todo mal, con brevedad, seguridad y a placer. Dissertación 
histórico-crítico-médico-práctica,
en que se establece el agua por remedio universal de las 
dolencias…”- Impresso en Toledo
con las licencias necesarias y reimpresso en Zaragoza, año 1753. – 8
h. de prels.; 70 págs. de texto; fol. en b.; 8.° (B.U.Z., XXV).

También tuvo un verdadero interés
médico la epidemia acaecida en la ciudad de Barbastro el año 1784 y
la intervención que tuvo el Colegio Médico de Zaragoza en el
estudio de la misma, y de la cual el colegial D. Antonio de Ased y
Latorre hizo un detenido examen, así como de la aplicación del
método curativo del Dr. Masdevall (1),

La epidemia de Barbastro, según
dictamen de los médicos que fueron a dicha población comisionados
por este Colegio, fue de fiebres: “los síntomas eran los
peculiares y propios de las continuas y remitentes malignas. Los más
frecuentes eran delirios, letargos, síncopes, vómitos enormes,
deposiciones serosas muy abundantes; aunque muchas parecían
transformarse de continuas en intermitentes, rara vez era total la
intermisión, y más frecuente lo contrario. Los efectos favorables
de la quina duraban muy poco tiempo, y muchos se hallaban peor con
ella, y raro era el que vencía a los esfuerzos de la Naturaleza.
Duró esta catástrofe hasta los primeros hielos, en cuya estación
mudó con ella la enfermedad. Volvió a aparecer la fiebre catarral,
de la que vimos comprendidos algunos casos con notable variedad: no
faltaron la petequizante y maligna: los que habían padecido la
intermitente recaían con mucha frecuencia, y eran muchos los que de
resulta de ella se hallaban con hidropesías, fiebres lentas, sudores
nocturnos, etc.”

El tratamiento del Dr. Masdevall,
empleado en Barbastro, fue el tártaro emético, destituído de la
propiedad vomitiva por medio de las sales y la quina, que mezclados
todos juntos componen un medicamento disolvente, antipútrido y
corroborante. La fórmula empleada con algunos enfermos fue: cuatro
onzas de quina, setenta y dos gramos de tártaro emético, media onza
de sal de amoníaco y otra media de sal ajenjo, hecho todo opiata,
con la suficiente cantidad de jarabe.

(1) Historia de la epidemia
acaecida en la Ciudad de Barbastro el año 1784 y exposición 
del nuevo curativo del Dr. D. Josef
Masdevall y Terrades, etc., útil para toda especie de calentura
pútrida, continua, intermitente….. – En Zaragoza: Imp. de Blas de
Miedes, (s. a.), (1784), 84 págs., (B.U.Z. Varios, XX).

(Lámina 13, pág. 391. Portada de la
obra de Porcell. Juan Tomás Porcell.)

Lámina 13, pág. 391. Portada de la obra de Porcell.	Juan Tomás Porcell.

No es posible hablar de pestes en
Aragón y no mencionar la acaecida en la segunda mitad del siglo XVI
y la intervención que en ella tuvo, para curarla en Zaragoza, el 
sabio Tomás Porcell, que escribió
una obra interesantísima a este asunto dedicada (1).

La obra de Porcell causó en su época
extraordinaria sensación, no sólo por la parte doctrinal, sino por
los copiosos e interesantes datos que en ella daba de la peste en
Zaragoza, peste tan terrible que murieron más de diez mil personas,
casi la mitad de la población; no vamos a entrar en el estudio de la
obra; para ello no tenemos competencia alguna, pero en ella se ponen
de manifiesto los profundos conocimientos del ilustre doctor y su
valerosa decisión de abrir los cadáveres de los apestados muertos
en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, para estudiar en ellos
el proceso de la enfermedad.

Porcell había nacido en Caller, cuando
Cerdeña pertenecía a la Corona de Aragón: vino a Zaragoza para
ejercer en nuestra ciudad la Medicina. Frailla dice que la explicó
en el viejo estudio de Artes, después de haber dado Carlos V el
privilegio de erección y fundación de nuestra Universidad el año
1542, El Dr. D. Nicasio Mariscal y García, en su discurso de
recepción como miembro de la Real Academia de Medicina, leído el
día 8 de febrero de 1914 y dedicado Al Doctor Juan Tomás Porcell y
la peste en Zaragoza de 1564 (2) considera al reputado médico tan
español y tan zaragozano como si hubiera nacido en el Arco de
Cinegio. Los Jurados de la Ciudad pusieron el nombre de Porcell a una
calle.

El hacer el catálogo de los más
ilustres colegiales sería tarea ardua y difícil y no encajaría
en este capítulo; pero los nombres gloriosos en la ciencia médica
de Sobrarias, Servet, Porcell, Valderrama, Sala, Negrete, Suñol,
Abad Latorre, Liñán, San Juan, Vicién, Durati y otros de los
siglos XVI al XVIII, se unen en los tiempos modernos y a lo que en
Aragón y Zaragoza se refiere, los no menos ilustres de los Arpal,
Fairén e Iranzo, ya muertos, con los Borobio, Cerrada, Lozano, Royo
Villanova y Ramón y Cajal (que no son dos, sino solo uno).

(1) Mariscal y García (Nicasio).
Discursos leídos en la Real Academia de Medicina para la recepción
pública del Ilmo. Sr. D. Nicasio Mariscal y García. – Madrid:
Ricardo F. de Rojas, 1914; 4.° mlla. – Publicaciones de La Clínica
Moderna: El doctor Juan Tomás Porcell y la 
peste de Zaragoza de 1504 …. –
Zaragoza: Gregorio Casañal, 1914.

(2) Información y curación de la
peste en Zaragoza y preservación contra peste en 
general. Compuesta por Juan Tomás
Porcell, sardo, doctor en Medicina. Dirigida a don 
Felipe, Rey de las Españas, &,
protector y restaurador de la fe….. – En Zaragoza, en casa 
de la Viuda de Bartolomé de Nájera,
1565. (B.U.Z., Sec. de Medicina y Ciencias).

Los estudios de medicina en nuestra
ciudad la han honrado y enaltecido siempre, y cuantas veces los
gobernantes han querido suprimirlos, bien por nuevos planes de
enseñanza, bien por razones económicas, se han encontrado con la
oposición tenaz de todas las corporaciones y entidades de Zaragoza,
especialmente Ayuntamiento y Diputación, que, como ocurrió en 1868
y 1875, laboraron con verdadero entusiasmo para que dichas
disciplinas continuaran enseñándose en nuestra vieja Escuela.