XII.
Observaciones.
La historia de la literatura griega empieza en la epopeya; pero
es porque se perdieron los Cantos que debieron preceder a obra tan
grande; los cantos, las Canciones en que prorumpen los
sentimientos del corazón humano, primero voces y frases espontáneas,
después observadas, repetidas y compuestas. La misma perfección de
la epopeya en Homero arguye un progreso cuyos grados ignoramos, a no
admitir la de Orfeo cuando menos: lo que forma una semiprueba de su
existencia, o de otro que hizo lo que a él solemos atribuir en este
género.
Mas nada parecerá difícil (después de lo que se dijo
al tratar de la antigüedad de Homero), si se atiende a que la
epopeya es hija de la poesía lírica; que es esta misma poesía
meditada y engrandecida en su material extensión, y acomodada en el
tono y forma a una historia de muchos hechos parciales y con muchos
actores, con un solo argumento o hecho general, y con un solo objeto
y término. Porque guerras largas y complicadas (compli-cadadas),
acontecimientos grandes en que intervenían muchos personajes o
naciones, y pedían himnos muy largos, de mucho tiempo y cuidado en
su composición, y sobre todo muy varios, de un plan más vasto y de
un aliento largo y muy poderoso; y ya de aquí es natural e imediata
la idea de la epopeya, obra ya lírica en pocas partes, dramática en
muchas, y épico-histórica o sea narrativa (y descriptiva) en la
exposición general de los hechos. Nótese también que los himnos
antiguos todos son heroicos, todos están en exámetros, que
hay algunos de más de 500 versos; que se compusieran o no de una
vez, no pueden dejar de estar en la idea tradicional y común de este
género. De aquí pues ¿qué faltaba para pasar a la epopeya? Lo que
hemos dicho.
La perfección de la poesía dramática fue
progresión natural desde su origen, como vimos: pero tardando la
comedia un largo siglo más que la tragedia a tener su verdadera
forma, por la dificultad (creo yo) de determinar los asuntos, de
darles cuerpo y decoro; y también sin duda porque las insolencias y
locuras a que se reducía su parte, no podían llamar ni convidar a
los buenos ingenios. Por eso fue menester que la viese donde nadie la
veía y la hallase donde nadie la encontrara, un sabio distinguido,
un gran filósofo, como era Epicarmo, de quien Platón, según D.
Laercio, tomó mucho en sus libros.
La elocuencia nadó en la
plaza pública por necesidad de aquellas costumbres, que no fueron
exclusivas de aquel pueblo y de aquellos tiempos, viéndolas en
nuestros concejos aun en las más pequeñas aldeas casi hasta
nuestros días, basta que la autoridad real por Felipe V lo dominó
todo, lo absorbió todo, y nada dejó poco a poco a los pueblos.
No
tenemos ningún monumento de la elocuencia política de los primeros
tiempos de Atenas, por no usarse el recoger los discursos, ni aun el
escribirlos; pero muy brillante y poderosa debió ser en los
Pisístratos, Temístocles y Pericles a juzgar por los efectos.
Las
dos muestras que de la de Pericles nos trae Tucídides, saben mucho
al gusto del historiador fuera del sentido. Por esa elocuencia me
parece que no hubiera dicho Aristófanes que fulguraba, que tronaba y
confundía y turbaba la Grecia; ni Eupolis, que la persuasión se
sentaba en sus labios. El pueblo no lo hubiera entendido.
Una
cosa empero me ha maravillado mucho en aquellos oradores; y es que
según nos dice Esquines reprendiendo a Timarco de inmodesto y
petulante, no sacaban las manos fuera de la ropa, quedando su acción
reducida al gesto del rostro y al movimiento de la cabeza y del
cuerpo. ¿Y esto podía ser elocuente? Después ya fue más animada
y más enérgica o expresiva la acción, aunque no tanto como la de
algunos de los nuestros que parecen energúmenos.
Atenas en la
Grecia propia, varias ciudades casi todas marítimas del Asia menor,
la Isla de Lesbos, Siracusa y otras ciudades de Sicilia, desde que
Hieron llamó a su corte a Píndaro, Simónides y a otros poetas y
sabios; y Alejandría en Egipto desde los primeros Tolomeos, son
los países que más hombres dieron a las letras y a las ciencias.
Después no los han dado ya, y el cielo es el mismo. ¿Será muy
difícil adivinar las causas?
Por último no puedo menos de
advertir que en los griegos el arte, aunque perfecto, está
disimulado generalmente: sus obras saben menos a la escuela que las
de los latinos y las nuestras, sin que por eso falte ninguna regla. Y
de aquí el engaño de algunos de conceder a los latinos y a los
modernos más conocimiento del arte. Lo que tienen es más alarde de
su estudio, más artificio conocido, más gramatiquismo, presentando,
si no desnudo, en trasparencia, el esqueleto de sus
composiciones. Y el ver tan advertidas y manifiestas las reglas suele
gustar a lectores ú oyentes codiciosillos del artificio retórico o
poético.
He dicho generalmente, porque también hay entre ellos
quien gusta de ostentar su inteligencia en el arte, como lo notamos
de Isócrates.
Se ha dicho que la literatura latina (y por ella
deberán serlo también las nuestras) es un reflejo, o una imitación
de la Escuela alejandrina; y es observación que se puede probar
fácilmente.
Nota. Volfio hace subir a 1200 las obras que se han
conservado de los griegos, y a 400 las de los latinos. Y todos están
conformes en que de aquellos no tenemos una pequeña décima parte;
habiendo quien asegura, que ni una centésima.
La biblioteca de Alejandría fue quemada por los árabes: la de Constantinopla
padeció dos incendios generales, uno por los turcos al tomar la
ciudad, y otro en tiempo del emperador Zenon, el cual fue tan
horroroso, que más de la mitad de la ciudad quedó reducida a
escombros, y ardieron y fueron cenizas 120.000 volúmenes, entre
cuyas obras se hallaban los dos poemas de Homero, escritos con letras
de oro (dicen) en la piel o intestino de un Dragón. No sé qué
animal sería.
Mas de todas las obras que se han perdido de los
griegos yo creo que las que más podemos sentir son las de los poetas
líricos y de los cómicos de la nueva edad.