241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA
DE MOROS
(SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)

241. VISORIO, ASESINADO POR UNA PARTIDA DE MOROS  (SIGLO X. BOLTAÑA Y LABUERDA)


En Cadeillán, una población situada
al otro lado de los montes Pirineos, donde había nacido, Visorio fue
pastor de ovejas durante su niñez, antes de 
que iniciara los estudios de gramática,
tocado por una prematura y firme vocación religiosa.

Siendo muy joven todavía, decidió
trasladarse a la Península y eligió para instalarse las tierras de
Sobrarbe, junto a un viejo y santo ermitaño, con quien estuvo
conviviendo durante varios años en una cueva haciendo con él una
vida eremítica antes de ordenarse sacerdote. Estando al cuidado del
rebaño de ovejas que les servía de sustento a ambos, realizó
varios hechos portentosos, al decir de sus contemporáneos, como el
hacer que su simple cayado de madera de boj sirviera e hiciera de
puente para que las ovejas de su rebaño salvaran desniveles enormes
y cortadas inverosímiles.

Se hizo sacerdote, mas como la
actividad sacerdotal vivida en comunidad no llegó a convencerle,
decidió retornar a la vida de eremita, y se instaló en una cueva
que estaba cercana a San Vicente de Labuerda, lugar donde entró en
contacto con los niños Clemencio y Firminiano, que estaban
dispuestos a seguir sus pasos. En aquel paraje, transcurría lenta su
vida de penitencia y ayuno, ayudando cuanto le era posible a los
pastores y a los ganaderos de la montaña en sus quehaceres
cotidianos.

Un desdichado día, Visorio y los dos
niños cayeron en manos de una partida armada de musulmanes. No era
normal que éstos molestaran a quienes se dedicaban a la oración,
aunque observaran una religión distinta a la suya, pero en esta
ocasión la costumbre no se respetó. Los apresaron, los sometieron a
torturas y, como si se tratara de un juego, los pequeños Clemencio y
Firminiano
fueron degollados sin piedad, mientras que el eremita era
acribillado a flechas y le cortaban la cabeza.

Sus cuerpos sin vida permanecieron en
la cueva insepultos, hasta que, transcurridos muchos años, una luz
que apareció en la montaña, sin nadie que la produjera, condujo
hasta la cueva a las gentes de San Vicente y Labuerda.

[«Gozos de San Visorio», en El
Gurrión, 31 (Labuerda, 1988), 9. Rincón, W. y Romero, A.,
Iconografía…, II, págs. 20-21.]