En tiempos del arzobispo don Alonso de
Arhuello, ocurrió en Zaragoza un hecho singular en el que anduvieron
mezclados cristianos y mudéjares pues aunque éstos habitaban en un
barrio aparte, el de la Morería, las relaciones entre miembros de
ambas comunidades era algo habitual.
Arhuello, ocurrió en Zaragoza un hecho singular en el que anduvieron
mezclados cristianos y mudéjares pues aunque éstos habitaban en un
barrio aparte, el de la Morería, las relaciones entre miembros de
ambas comunidades era algo habitual.
El caso es que una mujer cristiana y
casada que vivía en Zaragoza, ante el mal trato que habitualmente
recibía por parte de su marido, y no encontrando solución a sus
males, decidió consultar a un alfaquí mudéjar la forma en que
podría conseguir que aquél cambiara su actitud hostil hacia ella.
El moro, que le había recibido en su propia casa, le contestó que
sería suficiente con que le presentara al marido una hostia
consagrada.
casada que vivía en Zaragoza, ante el mal trato que habitualmente
recibía por parte de su marido, y no encontrando solución a sus
males, decidió consultar a un alfaquí mudéjar la forma en que
podría conseguir que aquél cambiara su actitud hostil hacia ella.
El moro, que le había recibido en su propia casa, le contestó que
sería suficiente con que le presentara al marido una hostia
consagrada.
La mujer, aunque algo confusa por tan
extraña recomendación, fue a confesarse a la iglesia de San
Salvador y pasó a comulgar a continuación. Rápidamente salió del
templo catedralicio y sacó la Sagrada Forma de su boca, colocándola
con sumo cuidado en un pequeño estuche que llevaba preparado
mientras se encaminaba hacia su casa. Una vez allí, al descubrir el
estuche para que su marido viera la Hostia consagrada, tal como le
había indicado el alfaquí moro, aquélla se
había convertido, no se sabe cómo, en un hermoso niño, de
minúsculas proporciones.
extraña recomendación, fue a confesarse a la iglesia de San
Salvador y pasó a comulgar a continuación. Rápidamente salió del
templo catedralicio y sacó la Sagrada Forma de su boca, colocándola
con sumo cuidado en un pequeño estuche que llevaba preparado
mientras se encaminaba hacia su casa. Una vez allí, al descubrir el
estuche para que su marido viera la Hostia consagrada, tal como le
había indicado el alfaquí moro, aquélla se
había convertido, no se sabe cómo, en un hermoso niño, de
minúsculas proporciones.
Asombrada y temerosa por lo sucedido,
la mujer regresó a la Morería y consultó de nuevo al alfaquí qué
hacer ante tal portento, ordenándole éste que regresara a su casa y
quemara el cofrecillo y su contenido. Ardió el cofre de madera
vorazmente, pero el Niño no sólo resultó intacto, sino que comenzó
a despedir una intensa y cegadora luz.
la mujer regresó a la Morería y consultó de nuevo al alfaquí qué
hacer ante tal portento, ordenándole éste que regresara a su casa y
quemara el cofrecillo y su contenido. Ardió el cofre de madera
vorazmente, pero el Niño no sólo resultó intacto, sino que comenzó
a despedir una intensa y cegadora luz.
Regresó de nuevo la mujer a casa del
alfaquí que, ante el prodigio que observaba, quedó atónito.
Rendidos ambos, fueron a la catedral, confesándose ella arrepentida
y pidiendo el alfaquí el bautismo al vicario general, entre lágrimas
de contrición.
alfaquí que, ante el prodigio que observaba, quedó atónito.
Rendidos ambos, fueron a la catedral, confesándose ella arrepentida
y pidiendo el alfaquí el bautismo al vicario general, entre lágrimas
de contrición.
[Faci, Roque A., Aragón…, I, págs.
12-14.
12-14.
Dormer, D.J., Disertación del martirio
de santo Dominguito de Val. Roma, 1639.]
de santo Dominguito de Val. Roma, 1639.]